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lunes, 13 de abril de 2020

Bendición de una nueva cruz que se ha de exponer a la pública veneración.

Bendicional, 31 de mayo de 1984 (ed. española 19-marzo-2020)

Tercera parte. Bendiciones de las cosas que en las iglesias se destinan al uso litúrgico o a las prácticas de devoción.

CAPÍTULO XXXI
BENDICIÓN DE UNA NUEVA CRUZ QUE SE HA DE EXPONER A LA PÚBLICA VENERACIÓN

1066. Entre las sagradas imágenes, ocupa el primer lugar «la representación de la valiosa y vivificante cruz» (1), ya que es el símbolo de todo el Misterio pascual. Para el pueblo cristiano ninguna otra imagen es más querida, ninguna más antigua. La santa cruz representa la Pasión de Cristo y su triunfo sobre la muerte, y también, como enseñaron los santos Padres, anuncia su segunda y gloriosa venida.

(1) CONCILIO DE NICEA II, Act. VII: Mansi XIII, 378; Denzinger-Schönmetzer, 601.

1067. La imagen de la cruz, no sólo se ofrece a la veneración de los fieles el Viernes Santo y es celebrada como Trofeo de Cristo y árbol de vida en la fiesta de la Exaltación, el día 14 de septiembre, sino que también descuella en la Iglesia y se coloca ante el pueblo siempre que éste se reúne para celebrar los divinos oficios, y se sitúa en lugar destacado en los hogares de los bautizados. Teniendo en cuenta las circunstancias de tiempo y de lugar, con razón los fieles erigen públicamente la cruz, para que sea testimonio de su fe y signo del amor que Dios tiene a todos los hombres.

1068. Es conveniente, máxime si se trata de una cruz que se coloca en un lugar insigne de la iglesia, que la imagen del cuerpo de Jesús crucificado esté también fijada a la cruz.

1069. El rito que aquí se describe puede usarlo el presbítero, el cual, respetando la estructura del rito y sus elementos principales, adaptará la celebración a las circunstancias de las personas y del lugar. Si, como es aconsejable, preside el rito el Obispo, se harán las oportunas adaptaciones.

1070. La bendición de la nueva cruz puede hacerse en cualquier día y hora, excepto el Miércoles de Ceniza, el Triduo pascual y la Conmemoración de todos los fieles difuntos; pero debe elegirse un día en que los fieles puedan acudir en gran número. Se ha de preparar oportunamente a los fieles para que asistan activamente al rito.

1071. El rito que se describe en este capítulo se refiere únicamente a dos casos:
a) cuando se ha de bendecir solemnemente una cruz erigida en un lugar público, distinto de la iglesia;
b) cuando se ha de bendecir la cruz principal que descuella en la nave de la iglesia, donde se reúne la comunidad de los fieles.

RITO DE LA BENDICIÓN

Ritos iniciales

1072. Si ello es factible, conviene que la comunidad de los fieles se dirija procesionalmente desde la iglesia u otro lugar adecuado al lugar donde se ha erigido la cruz que se ha de bendecir. Si la procesión no puede hacerse o no parece oportuna, los fieles se reúnen en el lugar donde se ha erigido la cruz que se ha de bendecir.

1073. Reunido el pueblo, el celebrante saluda a los fieles, diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, 
que por nosotros colgó del madero, 
esté con todos vosotros.
U otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura.

El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
O de otro modo adecuado.

1074. Luego el celebrante habla brevemente a los fieles para disponer su ánimo a la celebración y explicar el significado del rito; puede hacerlo con estas palabras u otras semejantes:

Al bendecir solemnemente esta cruz, queridos hermanos, veneremos con fe el designio eterno de Dios, según el cual el misterio de la cruz se ha convertido en el signo de la misericordia divina. Siempre que miremos la cruz, recordaremos que en ella culminó el misterio del amor con el que Cristo amó a su Iglesia. Siempre que saludemos la cruz, acordémonos de que Cristo, suprimiendo con su Sangre toda división, hizo de todos los hombres un solo pueblo. 

Siempre que veneremos la cruz, pensemos que somos y nos declaramos discípulos de Cristo y, cargando todos cada día con la propia cruz, sigámoslo con generosidad.

Esforcémonos, pues, por asistir atentamente a esta celebración, para que el misterio de la cruz brille, ante nuestros ojos con un nuevo fulgor y podamos sentir con más fuerza su eficacia.

1075. Terminada la monición, el celebrante dice:
Oremos.

Y todos oran durante algún tiempo en silencio. Luego el celebrante prosigue:
Oh, Dios, cuyo Hijo, al pasar de este mundo a ti, 
clavado en el árbol de la cruz, 
reconcilió contigo a la familia humana, 
dirige tu mirada sobre estos servidores tuyos, 
que han levantado esta señal de salvación, 
y concédeles que, protegidos por su poder, 
cargando con su cruz cada día 
y siguiendo el camino del Evangelio, 
alcancen felizmente la meta del cielo. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

1076. El diácono si las circunstancias lo aconsejan, hace la monición:
Marchemos en paz.

1077. Y se organiza la procesión hacia el lugar donde se ha erigido la cruz. Mientras avanza la procesión, se canta la antífona Nosotros hemos de gloriarnos con el salmo 97, un himno u otro canto adecuado.

Salmo responsorial 97 (R.: cf. Gál 6, 14)

R. Nosotros hemos de gloriarnos 
en la cruz de nuestro Señor Jesucristo

V. Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.

V. El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.

V. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.

V. Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.

V. Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, 
aclamen los montes
al Señor, que llega 
para regir la tierra. R.

V. Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud. R.

1078. Si no ha de hacerse la procesión, inmediatamente después de la colecta, omitido el canto, se hace la lectura de la Palabra de Dios.

Lectura de la Palabra de Dios

1079. Luego el lector, uno de los presentes o el mismo celebrante, lee uno o varios textos de la Sagrada Escritura, seleccionados principalmente entre los que se indican a continuación o los que se proponen en el Leccionario sobre el Misterio de la santa Cruz (2), intercalando los convenientes salmos responsoriales o bien espacios de silencio. 

La lectura del Evangelio ha de ser siempre el acto más relevante. También pueden emplearse las lecturas que propone el Leccionario sobre la Pasión del Señor (3).

(2) Cf. Missale romanum, ordo Lectionum Missae, núms. 969-974.
(3) Cf. Missale romanum, ordo Lectionum Missae, núm. 975.

Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz Flp 2, 5-11
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pablo a los Filipenses.

Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.

1080. Pueden también leerse: 

Los mordidos de serpientes abrasadoras quedarán sanos al mirarla Núm 21, 4-9
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del libro de los Números.

En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar de Suf, rodeando el territorio de Edón. El pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia». El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y murieron muchos de Israel. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes». Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: «Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla». Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.

Palabra de Dios.

A anunciaros el misterio de Dios 1 Cor 2, 1-5
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pablo a los Corintios.

Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado. También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Palabra de Dios.

Todo está patente y descubierto a los ojos de Dios Heb 4, 12-16
Escuchad ahora, hermanos, las palabras de la carta a los Hebreos.

La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas. Así pues, ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.

Palabra de Dios.

Tiene que ser elevado el Hijo del hombre Jn 3, 13-17
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Palabra del Señor.

Junto a la cruz de Jesús estaba su madre Jn 19, 25-27
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

Palabra del Señor.

1081. Según las circunstancias, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.

Salmo responsorial Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. (R.: Lc 23, 46)
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

V. A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.

V. Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil. R.

V. Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen. R.

1082. O bien:

Sal 21, 8-9. 17-18a. 23-24 (R.: 2ab)
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

V. Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo
os que lo libre si tanto lo quiere». R.

V. Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R.

V. Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R.

Sal 54, 5-6. 13. 14-15. 17-18. 23 (R.: 23ab)
R. Encomienda a Dios tus afanes, 
que él te sustentará.

V. Se agita mi corazón,
me sobrecoge un pavor mortal,
me asalta el temor y el terror,
me cubre el espanto. R.

V. Si mi enemigo me injuriase,
lo aguantaría;
si mi adversario se alzase contra mí,
me escondería de él. R.

V. Eres tú, mi compañero,
mi amigo y confidente,
a quien me unía una dulce intimidad:
juntos íbamos entre el bullicio por la casa de Dios. R.

V. Pero yo invoco a Dios,
y el Señor me salva:
por la tarde, en la mañana, al mediodía,
me quejo gimiendo.
Dios escucha mi voz. R.

V. Encomienda a Dios tus afanes,
que él te sustentará;
no permitirá jamás que el justo caiga. R.

1083. El celebrante, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración y el poder de la cruz del Señor.

Oración de bendición
 
1084. Terminada la homilía, el celebrante, de pie ante la cruz, con las manos extendidas, dice la oración de bendición:
Te bendecimos, Señor, Padre santo, 
que, en el exceso de tu amor, 
nos procuraste el remedio de la salvación y de la vida 
en el árbol, de donde el primer hombre 
había sacado ruina y muerte. 
Porque, cuando llegó la hora de su Pascua, 
Jesús, el Señor, sacerdote, maestro y rey, 
ascendió voluntariamente al árbol de la cruz 
y lo convirtió en trono de su gloria,
en altar de su sacrificio, en cátedra de la verdad. 
Allí, elevado sobre la tierra, venció al antiguo enemigo 
y, vestido con la púrpura de su sangre,
atrajo hacia sí, lleno de amor, a todos los hombres; 
allí, con los brazos extendidos, 
te hizo, Padre, la ofrenda de su vida 
e infundió una fuerza salvadora 
a los sacramentos de la nueva alianza; 
allí, enseñó con su muerte 
lo que antes había anunciado de palabra: 
que el grano de trigo, cuando muere, 
produce fruto abundante. 
Así, pues, te suplicamos, Señor, 
que tus fieles, al venerar este signo de salvación, 
reciban los frutos de redención 
que Cristo Jesús mereció con su pasión; 
que en la cruz den muerte a sus pecados 
y que, por el poder de esta cruz, 
dominen la soberbia y fortalezcan su debilidad; 
que en ella encuentren consuelo en sus aflicciones 
y seguridad en sus peligros; 
y que, protegidos por su poder, 
recorran sin daño los caminos de este mundo, 
hasta que tú, Padre,
los recibas en el Hogar del cielo. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

1085. O bien:
Señor, Padre santo, 
que quisiste que la cruz de tu Hijo 
fuera la fuente de toda bendición 
y el origen de todos tus beneficios, 
atiende generoso a nuestras súplicas, 
ya que hemos alzado esta cruz 
como un testimonio de nuestra fe,
 y concédenos que, viviendo, aquí en la tierra, 
unidos siempre al misterio de la Pasión de Cristo, 
alcancemos el gozo eterno de la resurrección. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

1086. El celebrante pone incienso en el incensario e inciensa la cruz. Después se canta la antífona:
Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa Resurrección alabamos y glorificamos; por el madero ha venido la alegría al mundo entero.
O bien:
Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro.

U otro canto adecuado en honor de la santa cruz.

1087. Terminado el canto, si puede hacerse cómodamente, el celebrante, los ministros y los fieles veneran la nueva cruz se acercan a ella ordenadamente uno tras otro y le hacen alguna señal de veneración, según las costumbres del lugar. Si esto no es posible, el celebrante, con unas breves palabras, invita al pueblo a venerar la santa cruz, y éste la venera, guardando algún tiempo de silencio o profiriendo una adecuada aclamación, por ejemplo: 
Esta señal de la cruz brillará en el cielo 
cuando venga el Señor para juzgar.

Conclusión del rito

1088. Terminada la veneración de la cruz, se hace la oración universal, en la forma acostumbrada en la celebración de la Misa, o en la forma aquí propuesta:

V. Invoquemos a nuestro Redentor, que nos ha redimido por su cruz, y digámosle:
R. Por tu cruz, sálvanos, Señor.
Cristo, tú que te despojaste de tu gloria y tomaste la condición de esclavo, pasando por uno de tantos, haz que todos los miembros de la Iglesia imitemos tu humildad. R.
— Cristo, tú que te rebajaste hasta someterte incluso a la muerte, y una muerte de cruz, otórganos, a tus servidores, la virtud de la sumisión y la paciencia. R.
— Cristo, tú que fuiste levantado sobre todo por Dios, que te concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre», concede a tus fieles la perseverancia hasta el fin en tu servicio. R.
— Cristo, a cuyo Nombre ha de doblarse toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo, atrae a todos los hombres hacia tu corazón, para que te veneren y te adoren con fe. R.
— Cristo, a quien toda lengua proclamará Señor, para gloria de Dios Padre, recibe a nuestros hermanos difuntos en el reino de la felicidad eterna. R.

1089. Luego el celebrante introduce oportunamente la oración del Señor, con estas palabras u otras semejantes:
Siguiendo las palabras y ejemplos de Cristo en su Pasión, digamos la oración en la que confiadamente nos entregamos a la voluntad de Dios, nuestro Padre.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

El celebrante dice a continuación:
Señor, Dios nuestro, que has querido realizar 
la salvación de todos los hombres 
por medio de tu Hijo, muerto en la cruz, 
concédenos, te rogamos, 
a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, 
alcanzar en el cielo los premios de la redención. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

1090. Luego el celebrante bendice al pueblo como de costumbre y el diácono despide al pueblo.

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