Tercera parte. Bendiciones de las cosas que en las iglesias se destinan al uso litúrgico o a las prácticas de devoción.
CAPÍTULO XLI
BENDICIÓN DE UN CEMENTERIO1298. La Iglesia, porque considera el camposanto como un lugar sagrado, procura y aconseja que los nuevos cementerios, tanto si son construidos por una comunidad católica como por la autoridad civil en lugares católicos, reciban la bendición y se erija en ellos la cruz del Señor, signo de esperanza y de resurrección para todos los hombres.
Los discípulos de Cristo «ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida, se distinguen de los demás hombres» (1), con los que desean convivir amigablemente; por esto ruegan al Padre celestial por todos ellos, tanto por los que «murieron en la paz de Cristo» como por aquellos cuya fe sólo Dios conoció (2).
Por tal motivo los cristianos entierran y honran en los cementerios no sólo los cuerpos de los que la fe hizo hermanos suyos, sino también de los que han compartido la misma naturaleza humana, ya que a todos los ha redimido Cristo en la cruz, derramando su sangre por ellos.
1 Carta a Diogneto, 5: Funk, 1, 397.
2 Misal romano, Plegaria eucarística IV, núm. 123.
1299. Conviene que sea el Obispo de la diócesis quien celebre el rito; esta función puede el Obispo delegarla en la persona de un presbítero, especialmente el que tenga como ayudante en el cuidado pastoral de aquellos fieles que se han preocupado de la edificación del cementerio. Si preside el Obispo, se harán las oportunas adaptaciones.
1300. La bendición del camposanto puede hacerse cualquier día y a cualquier hora, excepto el miércoles de Ceniza y la Semana Santa; pero debe elegirse de preferencia un día en que los fieles puedan acudir en gran número, especialmente el domingo, ya que la conmemoración semanal de la Pascua del Señor expresa mejor el sentido pascual de la muerte cristiana.
1301. Si en alguna parte la autoridad civil o una comunidad cristiana —es decir, hermanos separados y católicos— construyen un cementerio destinado a la inhumación de difuntos de comunidades fundamentalmente cristianas, es conveniente inaugurar el cementerio con una celebración ecuménica, cuyos elementos se distribuirán de común acuerdo entre las partes interesadas. Esta celebración, por lo que respecta a los católicos, debe ser organizada por el Ordinario del lugar.
1302. Si se invita a una comunidad católica a la inauguración de un cementerio de signo no cristiano o meramente laico, la Madre Iglesia no rehúsa hacer acto de presencia en la celebración ni tampoco deja de orar por todos los difuntos. Pero corresponde al Ordinario del lugar regular la presencia de los católicos.
El sacerdote católico y los fieles —si cabe tal posibilidad— escogerán aquellas lecturas, salmos y oraciones que expresen con claridad la doctrina de la Iglesia sobre la muerte y el fin del hombre, el cual, por su propia naturaleza, tiende hacia el Dios vivo y verdadero.
Ritos iniciales
1303. Cuando sea posible, conviene que la comunidad de fieles se dirija ordenadamente desde la iglesia u otro lugar adecuado hasta el cementerio que se ha de bendecir. Si la procesión no puede hacerse o no parece oportuna, los fieles se reúnen en la entrada del cementerio.
El celebrante saluda a los fieles, diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
dador de la vida y triunfador de la muerte,
esté con todos vosotros.
U otro saludo semejante.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
O de otro modo adecuado.
1304. Luego el celebrante dispone oportunamente el espíritu de los fieles para la celebración, con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos, movidos por la piedad cristiana, hemos venido para bendecir este cementerio, en el cual reposarán los cuerpos de nuestros hermanos, hasta que resplandezca el día del retorno glorioso del Señor. Desde este lugar de dormición, preparado para nuestros hermanos difuntos, levantemos la mirada hacia la ciudad celestial y contemplemos allí a Cristo, muerto y resucitado por nosotros, para que él nos acoja bondadoso cuando resucitemos, ya que nos encarga que estemos ahora en vela aguardándolo.
1305. Terminada la monición, el celebrante dice:
Oremos.
Y todos oran durante algún tiempo en silencio. El celebrante, con las manos extendidas, prosigue:
Oh, Dios, que haces de tus fieles
la Iglesia que peregrina en la tierra,
para recibirlos un día como habitantes definitivos en el cielo,
mira a esta familia tuya,
que ha venido piadosamente al cementerio,
y haz que este lugar,
preparado para la inhumación de los cuerpos,
le recuerde la vida futura en Cristo,
el cual transformará nuestro cuerpo humilde,
según el modelo de su cuerpo glorioso.
Él que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
1306. Terminada la oración, el diácono hace la monición:
Marchemos en paz.
Y se organiza la procesión hacia el cementerio de la siguiente manera: precede el crucifero en medio de dos ministros con los ciriales encendidos; sigue el celebrante con los otros ministros, finalmente los fieles.
1307. Mientras avanza la procesión, se canta la antífona Que mi lote, o bien Abridme las puertas, o bien Esta es la puerta, o bien Dad gracias al Señor con el salmo 117 (118), u otro salmo tomado preferentemente del Ritual de Exequias (3), u otro canto adecuado.
Salmo responsorial Salmo 117 (R.: cf. Sal 141, 6; 117, 19; 117, 20; 117, 1)
R. Que mi lote, Señor, sea el país de la vida.
O bien:
R. Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
O bien:
R. Ésta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
O bien:
R. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
V. Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R.
V. Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia. R.
V. Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia. R.
V. En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo. R.
V. El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios. R.
V. Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes. R.
V. Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé. R.
V. Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación. R.
V. Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa». R.
V. No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte. R.
V. Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor. R.
V. Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella. R.
V. Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación. R.
V. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R.
V. Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad. R.
V. Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor.
El Señor es Dios, él nos ilumina. R.
V. Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar. R.
V. Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo. R.
V. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia. R.
3 Cf. Ritual de Exequias, núms. 293-314.
1308. Si no se hace procesión, inmediatamente después de la colecta, el celebrante, junto con los ministros y los fieles, entra en el cementerio, mientras se canta la antífona Oí una voz del cielo con el salmo 133, u otro canto adecuado.
Salmo responsorial Salmo 133 (R.: Ap 14, 13a)
R. Oí una voz del cielo, que decía:
«Bienaventurados los muertos, los que mueren en el Señor».
V. Y ahora bendecid al Señor,
los siervos del Señor,
los que pasáis la noche
en la casa del Señor. R.
V. Levantad las manos hacia el santuario
y bendecid al Señor. R.
V. El Señor te bendiga desde Sión,
el que hizo cielo y tierra. R.
Lectura de la Palabra de Dios
1309. La procesión se dirige hacia el lugar en que se halla erigida la cruz, donde se hará la lectura de la Palabra de Dios, o, si allí no puede hacerse cómodamente, hacia la capilla del cementerio u otro lugar más adecuado.
1310. Luego se lee uno o varios textos de la Sagrada Escritura, seleccionados principalmente entre los que propone el Leccionario del Ritual de Exequias (4), intercalando los convenientes salmos responsoriales o guardando un rato de sagrado silencio. La lectura del Evangelio ha de ser el acto más relevante. Si a continuación sigue la celebración de la liturgia eucarística, deben leerse, intercalando el conveniente salmo responsorial, por los menos dos lecturas, tomadas del Leccionario de difuntos (5).
36 Cf. Ritual de Exequias, núms. 207-268.
37 Cf. Missale romanum, Ordo Lectionum Missae, núms. 1011-1026.
1311. Terminadas las lecturas, el celebrante hace la homilía, explicando las lecturas bíblicas y el sentido de la muerte cristiana.
Oración de bendición
1312. Terminada la homilía, el celebrante, de pie ante la cruz situada en medio del cementerio, bendice la cruz y el recinto del cementerio, diciendo, con las manos extendidas:
Dios del consuelo,
tú, con toda justicia mandaste volver a la tierra
los cuerpos mortales modelados de tierra,
pero, en tu designio de misericordia,
cambiaste este castigo en una prueba de tu amor:
en efecto, tú cuidaste de que Abrahán, padre de los creyentes,
tuviera, en la tierra prometida, un lugar de sepultura;
tú alabaste la piedad de Tobías,
cuando enterraba a los hermanos;
tú quisiste que tu Hijo único
fuera colocado en un sepulcro nuevo,
del que resucitará vencedor de la muerte,
ofreciéndonos así una garantía de nuestra resurrección futura.
Te pedimos ahora, Señor,
que este cementerio,
destinado a la inhumación de los cuerpos,
colocado bajo la sombra protectora de la cruz,
se convierta, por el poder de tu bendición, ✠
en lugar de descanso y de esperanza;
que aquí descansen en paz los cuerpos de los difuntos,
hasta que resuciten inmortales
en la gloriosa venida de tu Hijo;
que aquí el pensamiento de los vivos
se eleve a la esperanza de lo eterno;
desde aquí suban hasta ti las oraciones de los fieles,
como sufragio para los que duermen en Cristo
y como alabanza incesante de tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
1313. El celebrante pone incienso en el incensario e inciensa la cruz. Luego rocía con agua bendita el cementerio y a los presentes. La aspersión del cementerio puede hacerla desde el centro del recinto o bien rodeando sus paredes, en cuyo caso se canta oportunamente la antífona Que se alegren, Señor con el salmo 50, u otro canto adecuado.
Salmo responsorial Salmo 50 (R.: 10b)
R. Que se alegren, Señor, los huesos quebrantados.
V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.
V. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R.
V. En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre. R.
V. Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve. R.
V. Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa. R.
V. Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.
V. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R.
V. Líbrame de la sangre, oh, Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R.
V. Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, no lo desprecias. R.
V. Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos. R.
Liturgia eucarística o preces
1314. Terminado lo anterior, si se celebra el sacrificio eucarístico por los difuntos, el celebrante hace, junto con los ministros, la debida reverencia y besa el altar. Los ministros ponen sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el misal; luego llevan el pan, el vino y el agua, y la Misa continúa como de costumbre.
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1315. Si se ha de dedicar o bendecir el altar de la capilla del cementerio, se hará todo, con las adaptaciones necesarias, tal como se indica en el Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, del Pontifical Romano (6).
6 Cf. Ritual de la Dedicación de iglesias y de altares, En la dedicación de un altar. Bendición de un altar.
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1316. Si no se celebra la Eucaristía, una vez terminada la aspersión del cementerio, el rito concluye con la plegaria común, o en la forma de oración universal acostumbrada en la celebración de la Misa, o en la forma aquí propuesta.
V. Aclamemos a Cristo, el Señor, que al morir en la cruz borró el pecado y al salir del sepulcro destruyó la muerte:
R. Tú, Señor, eres nuestra vida y nuestra resurrección.
— Oh, Cristo, Hijo del hombre, que, cuando moriste en la cruz, quisiste tener a tu madre como compañera en tu pasión y, cuando resucitaste, la llenaste de gozo, levanta y robustece la esperanza de los decaídos. R.
— Oh, Cristo, Hijo de Dios vivo, que resucitaste de entre los muertos a tu amigo Lázaro, lleva a una resurrección de vida a los difuntos que rescataste con tu sangre preciosa. R.
— Oh, Cristo, consolador de los afligidos, que enjugaste las lágrimas de la madre viuda que lloraba la muerte de su hijo, haciendo que resucitara, consuela también ahora a los que lloran la muerte de sus seres queridos. R.
— Oh, Cristo redentor, ilumina a los que, por no conocerte, viven sin esperanza, para que crean también ellos en la resurrección de los muertos y en
la vida del mundo futuro. R.
— Oh, Cristo, luz del mundo, que, al dar la vista al ciego de nacimiento, hiciste que pudiera mirarte, descubre tu rostro a los difuntos que todavía carecen de tu resplandor. R.
1317. Luego el celebrante introduce oportunamente la oración del Señor con estas palabras u otras semejantes:
Ahora elevemos nuestra mente hacia el Padre celestial y digamos la oración del Señor, para pedir la venida del reino y el perdón de nuestros pecados.
Y todos juntos dicen el Padre nuestro.
A continuación todos añaden:
Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria
por siempre, Señor.
1318. El celebrante bendice al pueblo, diciendo:
El Dios de todo consuelo,
que con amor inefable creó al hombre
y en la resurrección de su Hijo
ha dado a los creyentes la esperanza de resucitar,
derrame sobre vosotros su bendición.
R. Amén.
V. Él conceda el perdón de toda culpa
a los que aún vivimos en el mundo,
y otorgue a los que han muerto
el lugar de la luz y de la paz.
R. Amén.
V. Y a todos nos conceda
vivir eternamente felices con Cristo,
al que proclamamos resucitado de entre los muertos.
R. Amén.
V. Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo ✠ y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
R. Amén.
1319. El diácono despide al pueblo.
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