Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

martes, 25 de enero de 2022

Miércoles 2 marzo 2022, Cuaresma. Miércoles de Ceniza, feria.

SOBRE LITURGIA

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2022

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo.
Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a)


Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado. Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).

1. Siembra y cosecha

En este pasaje el Apóstol evoca la imagen de la siembra y la cosecha, que a Jesús tanto le gustaba (cf. Mt 13). San Pablo nos habla de un kairós, un tiempo propicio para sembrar el bien con vistas a la cosecha. ¿Qué es para nosotros este tiempo favorable? Ciertamente, la Cuaresma es un tiempo favorable, pero también lo es toda nuestra existencia terrena, de la cual la Cuaresma es de alguna manera una imagen [1]. Con demasiada frecuencia prevalecen en nuestra vida la avidez y la soberbia, el deseo de tener, de acumular y de consumir, como muestra la parábola evangélica del hombre necio, que consideraba que su vida era segura y feliz porque había acumulado una gran cosecha en sus graneros (cf. Lc 12,16-21). La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir.

El primer agricultor es Dios mismo, que generosamente «sigue derramando en la humanidad semillas de bien» (Carta enc. Fratelli tutti, 54). Durante la Cuaresma estamos llamados a responder al don de Dios acogiendo su Palabra «viva y eficaz» (Hb 4,12). La escucha asidua de la Palabra de Dios nos hace madurar una docilidad que nos dispone a acoger su obra en nosotros (cf. St 1,21), que hace fecunda nuestra vida. Si esto ya es un motivo de alegría, aún más grande es la llamada a ser «colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), utilizando bien el tiempo presente (cf. Ef 5,16) para sembrar también nosotros obrando el bien. Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda.

¿Y la cosecha? ¿Acaso la siembra no se hace toda con vistas a la cosecha? Claro que sí. El vínculo estrecho entre la siembra y la cosecha lo corrobora el propio san Pablo cuando afirma: «A sembrador mezquino, cosecha mezquina; a sembrador generoso, cosecha generosa» (2 Co 9,6). Pero, ¿de qué cosecha se trata? Un primer fruto del bien que sembramos lo tenemos en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad. En Dios no se pierde ningún acto de amor, por más pequeño que sea, no se pierde ningún «cansancio generoso» (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279). Al igual que el árbol se conoce por sus frutos (cf. Mt 7,16.20), una vida llena de obras buenas es luminosa (cf. Mt 5,14-16) y lleva el perfume de Cristo al mundo (cf. 2 Co 2,15). Servir a Dios, liberados del pecado, hace madurar frutos de santificación para la salvación de todos (cf. Rm 6,22).

En realidad, sólo vemos una pequeña parte del fruto de lo que sembramos, ya que según el proverbio evangélico «uno siembra y otro cosecha» (Jn 4,37). Precisamente sembrando para el bien de los demás participamos en la magnanimidad de Dios: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra» (Carta enc. Fratelli tutti, 196). Sembrar el bien para los demás nos libera de las estrechas lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad, introduciéndonos en el maravilloso horizonte de los benévolos designios de Dios.

La Palabra de Dios ensancha y eleva aún más nuestra mirada, nos anuncia que la siega más verdadera es la escatológica, la del último día, el día sin ocaso. El fruto completo de nuestra vida y nuestras acciones es el «fruto para la vida eterna» (Jn 4,36), que será nuestro «tesoro en el cielo» (Lc 18,22; cf. 12,33). El propio Jesús usa la imagen de la semilla que muere al caer en la tierra y que da fruto para expresar el misterio de su muerte y resurrección (cf. Jn 12,24); y san Pablo la retoma para hablar de la resurrección de nuestro cuerpo: «Se siembra lo corruptible y resucita incorruptible; se siembra lo deshonroso y resucita glorioso; se siembra lo débil y resucita lleno de fortaleza; en fin, se siembra un cuerpo material y resucita un cuerpo espiritual» (1 Co 15,42-44). Esta esperanza es la gran luz que Cristo resucitado trae al mundo: «Si lo que esperamos de Cristo se reduce sólo a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos. Lo cierto es que Cristo ha resucitado de entre los muertos como fruto primero de los que murieron» (1 Co 15,19-20), para que aquellos que están íntimamente unidos a Él en el amor, en una muerte como la suya (cf. Rm 6,5), estemos también unidos a su resurrección para la vida eterna (cf. Jn 5,29). «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13,43).

2. «No nos cansemos de hacer el bien»

La resurrección de Cristo anima las esperanzas terrenas con la «gran esperanza» de la vida eterna e introduce ya en el tiempo presente la semilla de la salvación (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 3; 7). Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Efectivamente, incluso los mejores recursos son limitados, «los jóvenes se cansan y se fatigan, los muchachos tropiezan y caen» (Is 40,30). Sin embargo, Dios «da fuerzas a quien está cansado, acrecienta el vigor del que está exhausto. […] Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, vuelan como las águilas; corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (Is 40,29.31). La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor (cf. 1 P 1,21), porque sólo con los ojos fijos en Cristo resucitado (cf. Hb 12,2) podemos acoger la exhortación del Apóstol: «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga 6,9).

No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse» ( Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad (cf. Is 7,9). Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia [2]; pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte. La fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (cf. Rm 5,1-5).

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar [3]. No nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos ha encontrado modos distintos para hundir al hombre en el pecado (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 166). Uno de estos modos es el riesgo de dependencia de los medios de comunicación digitales, que empobrece las relaciones humanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral (cf. ibíd., 43) hecha de «encuentros reales» ( ibíd., 50), cara a cara.

No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando con alegría (cf. 2 Co 9,7). Dios, «quien provee semilla al sembrador y pan para comer» (2 Co 9,10), nos proporciona a cada uno no sólo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. Si es verdad que toda nuestra vida es un tiempo para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta Cuaresma para cuidar a quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de aquellos hermanos y hermanas que están heridos en el camino de la vida (cf. Lc 10,25-37). La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 193).

3. «Si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos»

La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día» (ibíd., 11). Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor (cf. St 5,7) para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es rico en perdón» (Is 55,7). En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda. Tenemos la certeza en la fe de que «si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos» y de que, con el don de la perseverancia, alcanzaremos los bienes prometidos (cf. Hb 10,36) para nuestra salvación y la de los demás (cf. 1 Tm 4,16). Practicando el amor fraterno con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros (cf. 2 Co 5,14-15), y empezamos a saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será «todo en todos» (1 Co 15,28).

Que la Virgen María, en cuyo seno brotó el Salvador y que «conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19) nos obtenga el don de la paciencia y permanezca a nuestro lado con su presencia maternal, para que este tiempo de conversión dé frutos de salvación eterna.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2021, Memoria de san Martín de Tours, obispo.

FRANCISCO

[1] Cf. S. Agustín, Sermo, 243, 9,8; 270, 3; Enarrationes in Psalmos, 110, 1.
[2] Cf. Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 de marzo de 2020).
[3] Cf. Ángelus del 17 de marzo de 2013.

DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

En el tiempo de Cuaresma


124. La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las "armas de la penitencia cristiana": la oración, el ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).

En el ámbito de la piedad popular no se percibe fácilmente el sentido mistérico de la Cuaresma y no se han asimilado algunos de los grandes valores y temas, como la relación entre el "sacramento de los cuarenta días" y los sacramentos de la iniciación cristiana, o el misterio del "éxodo", presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. Según una constante de la piedad popular, que tiende a centrarse en los misterios de la humanidad de Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su atención en la Pasión y Muerte del Señor.

125. El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.

A pesar de la secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo cristiano advierte claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el espíritu hacia las realidades que son verdaderamente importantes; que hace falta un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida, traducida en buenas obras, en forma de renuncia a lo superfluo y suntuoso, en expresiones de solidaridad con los que sufren y con los necesitados.

También los fieles que frecuentan poco los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves, al menos una vez al año, preferentemente en el tiempo pascual.

126. La divergencia existente entre la concepción litúrgica y la visión popular de la Cuaresma, no impide que el tiempo de los "Cuarenta días" sea un espacio propicio para una interacción fecunda entre Liturgia y piedad popular.

Un ejemplo de esta interacción lo tenemos en el hecho de que la piedad popular favorece algunos días, algunos ejercicios de piedad y algunas actividades apostólicas y caritativas, que la misma Liturgia cuaresmal prevé y recomienda. La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un "ejercicio" que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4; cfr. Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma).

Nota de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos sobre el Miércoles de Ceniza

Prot. N. 17/21

NOTA SOBRE EL MIÉRCOLES DE CENIZA

Imposición de la ceniza en tiempo de pandemia

Pronunciada la oración de bendición de las cenizas y después de asperjerlas, sin decir nada, con el agua bendita, el sacerdote se dirige a los presentes, diciendo una sola vez para todos la fórmula del Misal Romano: «Convertíos y creed en el Evangelio», o bien:«Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás».

Después, el sacerdote se limpia las manos y se pone la mascarilla para proteger la nariz y la boca, después impone la ceniza a cuantos se acercan a él o, si es oportuno,se acerca a cuantos están de pie en su lugar. El sacerdote toma la ceniza y la deja caer sobre la cabeza de cada uno, sin decir nada.

En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 12 de enero de 2021.

Robert Card. Sarah
Prefecto

Arthur Roche
Arzobispo Secretario

CALENDARIO


TIEMPO DE CUARESMA

Cuarta semana del salterio
Comienza a utilizarse el volumen II de la Liturgia de las Horas
En la misa dominical: volumen I-C del Leccionario
En la misa ferial: volumen II del Leccionario

MIÉRCOLES DE CENIZA, feria
Ayuno y abstinencia

Día de ceniza e inicio de la muy sagrada Cuaresma: he aquí que vienen días de penitencia para la remisión de los pecados, para la salvación de las almas; he aquí el tiempo favorable, en el que se asciende a la montaña santa de la Pascua (elog. del Martirologio Romano).

Misa de feria (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., se omite el acto penitencial, Pf. III o IV Cuaresma. No se puede decir la PE IV.
LECC.: vol. II.
La Cuaresma: Tiempo favorable para convertirse obrando según Dios.
- Jl 2, 12-18. Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos.
- Sal 50. R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
- 2 Cor 5, 20 — 6, 2. Reconciliaos con Dios: ahora es tiempo favorable.
- Mt 6, 1-6. 16-18. Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Comienza hoy el ciclo pascual, cuyo centro lo ocupa la Pasión, muerte y resurrección del Señor y que concluirá con la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Empieza hoy la Cua- resma, un tiempo en el que mediante la oración, la limosna y el ayuno, nos preparamos para llegar con un corazón limpio a la celebración del misterio pascual de Cristo (cf. orac. de ben- dición de la ceniza I). Es un tiempo de penitencia y conversión en el que tenemos que rasgar los corazones, no las vestiduras (1 lect.). Se trata de hacer las prácticas penitenciales, no para que las vean las gentes, sino para que las vea solamente Dios, que ve en lo escondido y nos recompensará en consecuencia (Ev.). Dejémonos en este tiempo reconciliar con Dios; ahora es el tiempo de la gracia (2 lect.). Y el mejor medio para ello será celebrar esa reconciliación en el sacramento de la penitencia.

Después del Evangelio y la homilía, se bendice e impone la ceniza, hecha de los ramos de olivo o de otros árboles, bendecidos el año precedente.
* La bendición e imposición de la ceniza se puede hacer también fuera de la misa. En este caso es recomendable que preceda una liturgia de la Palabra, utilizando la antífona de entrada, la oración colecta, las lecturas con sus cantos, como en la misa. Sigue después la homilía y la bendición e imposición de la ceniza. El rito concluye con la oración universal, bendición y despedida de los fieles.
* Hoy no se permiten otras celebraciones, excepto la misa exequial.

Liturgia de las Horas: oficio de feria.

Martirologio: elogs. del 18 de febrero, pág. 168.
CALENDARIOS: Ciudad Real: Aniversario de la muerte de Mons. Rafael Torija de la Fuente, obispo, emérito (2019).

TEXTOS MISA

MIÉRCOLES DE CENIZA

En la misa de este día se bendice y se impone la ceniza, hecha de ramos de olivo o de otros árboles, bendecidos el año precedente.
La bendición e imposición de la ceniza se puede hacer también fuera de la misa. En este caso es recomendable que preceda una liturgia de la Palabra, utilizando la antífona de entrada, la oración colecta, las lecturas con sus cantos, como en la misa. Sigue después la homilía y la bendición e imposición de la ceniza. El rito concluye con la oración universal, bendición y despedida de los fieles.

Ritos iniciales y liturgia de la Palabra

Antífona de entrada Cf. Sab 11, 23-24.
Te compadeces de todos, Señor, y no aborreces nada de lo que hiciste; pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan, y los perdonas, porque tú eres nuestro Dios y Señor.
Miseréris ómnium, Dómine, et nihil odísti eórum quae fecísti, dissímulans peccáta hóminum propter paeniténtiam et parcens illis, quia tu es Dóminus Deus noster.

Monición de entrada
Con esta celebración inauguramos la Cuaresma, tiempo especialmente propicio para escuchar la Palabra de Dios, y asimilarla en profundidad mediante la meditación y la oración.
Con la escucha de la Palabra de Dios, la oración, la limosna y el ayuno, nos preparamos para celebrar el momento cumbre del año cristiano: la Pascua del Señor: su pasión, muerte y resurrección; en la noche santa de la resurrección de Cristo renovaremos los compromisos de nuestro bautismo.
Por todo ello, la Cuaresma lleva consigo una llamada de Dios a la conversión: a reconocer nuestros pasos extraviados y orientar toda nuestra vida de acuerdo con la voluntad de Dios sobre nosotros.

Se omite el acto penitencial, ya que en esta celebración es sustituido por la imposición de la ceniza.

Oración colecta
Concédenos, Señor, comenzar el combate cristiano con el ayuno santo, para que, al luchar contra los enemigos espirituales, seamos fortalecidos con la ayuda de la austeridad. Por nuestro Señor Jesucristo.
Concéde nobis, Dómine, praesídia milítiae christiánae sanctis inchoáre ieiúniis, ut, contra spiritáles nequítias pugnatúri, continéntiae muniámur auxíliis. Per Dóminum. Benedictio et impositio cinerum

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Miércoles de Ceniza (Lec. II).

PRIMERA LECTURA Jl 2, 12-18
Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos
Lectura de la profecía de Joel.

Ahora —oráculo del Señor—,
convertíos a mí de todo corazón, 
con ayunos, llantos y lamentos; 
rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, 
y convertíos al Señor vuestro Dios, 
un Dios compasivo y misericordioso, 
lento a la cólera y rico en amor, 
que se arrepiente del castigo. 
¡Quién sabe si cambiará y se arrepentirá 
dejando tras de sí la bendición, 
ofrenda y libación 
para el Señor, vuestro Dios! 
Tocad la trompeta en Sion, 
proclamad un ayuno santo, 
convocad a la asamblea, 
reunid a la gente, 
santificad a la comunidad, 
llamad a los ancianos; 
congregad a los muchachos 
y a los niños de pecho; 
salga el esposo de la alcoba 
y la esposa del tálamo.
Entre el atrio y el altar 
lloren los sacerdotes, 
servidores del Señor, 
y digan: 
«Ten compasión de tu pueblo, Señor; 
no entregues tu heredad al oprobio 
ni a las burlas de los pueblos». 
¿Por qué van a decir las gentes: 
«Dónde está su Dios»? 
Entonces se encendió 
el celo de Dios por su tierra 
y perdonó a su pueblo.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 50, 3-4. 5-6ab. 12-13. 14 y 17 (R.: cf. 3a)
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
Miserere, Dómine, quia peccavimus.

V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
Miserere, Dómine, quia peccavimus.

V. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad en tu presencia.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
Miserere, Dómine, quia peccavimus.

V. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
Miserere, Dómine, quia peccavimus.

V. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
Miserere, Dómine, quia peccavimus.

SEGUNDA LECTURA 2 Cor 5, 20-6, 2
Reconciliaos con Dios: ahora es tiempo favorable
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos: 
Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. 
Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él. 
Y como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: 
«En el tiempo favorable te escuché, 
en el día de la salvación te ayudé». 
Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Versículo antes del Evangelio cf. Sal 94, 8ab. 7d
No endurezcáis hoy vuestro corazón; escuchad la voz del Señor.
Hódie, nolite obdurare corda vestra, sed vocem Dómini audite.

EVANGELIO 6, 1-6.16-18
Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará
 Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. 
Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. 
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. 
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. 
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga. 
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Catecismo de la Iglesia Católica
1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).

SANTA MISA, BENDICIÓN E IMPOSICIÓN DE LA CENIZA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro. Miércoles, 17 de febrero de 2021
Iniciamos el camino de la cuaresma. Este se abre con las palabras del profeta Joel, que indican la dirección a seguir. Hay una invitación que nace del corazón de Dios, que con los brazos abiertos y los ojos llenos de nostalgia nos suplica: «Vuélvanse a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Vuélvanse a mí. La cuaresma es un viaje de regreso a Dios. Cuántas veces, ocupados o indiferentes, le hemos dicho: “Señor, volveré a Ti después, espera… Hoy no puedo, pero mañana empezaré a rezar y a hacer algo por los demás”. Y así un día después de otro. Ahora Dios llama a nuestro corazón. En la vida tendremos siempre cosas que hacer y tendremos excusas para dar, pero, hermanos y hermanas, hoy es el tiempo de regresar a Dios.
Vuélvanse a mí, dice, con todo el corazón. La cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Es el tiempo para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo. La cuaresma no es hacer un ramillete espiritual, es discernir hacia dónde está orientado el corazón. Este es el centro de la cuaresma: ¿Hacia dónde está orientado mi corazón? Preguntémonos: ¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo? ¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado, preferido, puesto en el primer lugar y así sucesivamente? ¿Tengo un corazón “bailarín”, que da un paso hacia adelante y uno hacia atrás, ama un poco al Señor y un poco al mundo, o un corazón firme en Dios? ¿Me siento a gusto con mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que lo encadenan?
El viaje de la cuaresma es un éxodo, es un éxodo de la esclavitud a la libertad. Son cuarenta días que recuerdan los cuarenta años en los que el pueblo de Dios viajó en el desierto para regresar a su tierra de origen. Pero, ¡qué difícil es dejar Egipto! Fue más difícil dejar el Egipto que estaba en el corazón del pueblo de Dios, ese Egipto que se llevaron siempre dentro, que dejar la tierra de Egipto… Es muy difícil dejar el Egipto. Siempre, durante el camino, estaba la tentación de añorar las cebollas, de volver atrás, de atarse a los recuerdos del pasado, a algún ídolo. También para nosotros es así: el viaje de regreso a Dios se dificulta por nuestros apegos malsanos, se frena por los lazos seductores de los vicios, de las falsas seguridades del dinero y del aparentar, del lamento victimista que paraliza. Para caminar es necesario desenmascarar estas ilusiones.
Pero nos preguntamos: ¿cómo proceder entonces en el camino hacia Dios? Nos ayudan los viajes de regreso que nos relata la Palabra de Dios.
Miramos al hijo pródigo y comprendemos que también para nosotros es tiempo de volver al Padre. Como ese hijo, también nosotros hemos olvidado el perfume de casa, hemos despilfarrado bienes preciosos por cosas insignificantes y nos hemos quedado con las manos vacías y el corazón infeliz. Hemos caído: somos hijos que caen continuamente, somos como niños pequeños que intentan caminar y caen al suelo, y siempre necesitan que su papá los vuelva a levantar. Es el perdón del Padre que vuelve a ponernos en pie: el perdón de Dios, la confesión, es el primer paso de nuestro viaje de regreso. He dicho la confesión, por favor, los confesores, sean como el padre, no con el látigo, sino con el abrazo.
Después necesitamos volver a Jesús, hacer como aquel leproso sanado que volvió a agradecerle. Diez fueron curados, pero sólo él fue también salvado, porque volvió a Jesús (cf. Lc 17,12-19). Todos, todos tenemos enfermedades espirituales, solos no podemos curarlas; todos tenemos vicios arraigados, solos no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso, que volvió a Jesús y se postró a sus pies. Necesitamos la curación de Jesús, es necesario presentarle nuestras heridas y decirle: “Jesús, estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú eres el médico, Tú puedes liberarme. Sana mi corazón”.
Además, la Palabra de Dios nos pide que volvamos al Padre, nos pide que volvamos a Jesús, y estamos llamados a volver al Espíritu Santo. La ceniza sobre la cabeza nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. Pero sobre este polvo nuestro Dios ha infundido su Espíritu de vida. Entonces, no podemos vivir persiguiendo el polvo, detrás de cosas que hoy están y mañana desaparecen. Volvamos al Espíritu, Dador de vida, volvemos al Fuego que hace resurgir nuestras cenizas, a ese Fuego que nos enseña a amar. Seremos siempre polvo, pero, como dice un himno litúrgico, polvo enamorado. Volvamos a rezar al Espíritu Santo, redescubramos el fuego de la alabanza, que hace arder las cenizas del lamento y la resignación.
Hermanos y hermanas: Nuestro viaje de regreso a Dios es posible sólo porque antes se produjo su viaje de ida hacia nosotros. De otro modo no habría sido posible. Antes que nosotros fuéramos hacia Él, Él descendió hacia nosotros. Nos ha precedido, ha venido a nuestro encuentro. Por nosotros descendió más abajo de cuanto podíamos imaginar: se hizo pecado, se hizo muerte. Es cuanto nos ha recordado san Pablo: «A quien no cometió pecado, Dios lo asemejó al pecado por nosotros» (2 Co 5,21). Para no dejarnos solos y acompañarnos en el camino descendió hasta nuestro pecado y nuestra muerte, ha tocado el pecado, ha tocado nuestra muerte. Nuestro viaje, entonces, consiste en dejarnos tomar de la mano. El Padre que nos llama a volver es Aquel que sale de casa para venir a buscarnos; el Señor que nos cura es Aquel que se dejó herir en la cruz; el Espíritu que nos hace cambiar de vida es Aquel que sopla con fuerza y dulzura sobre nuestro barro.
He aquí, entonces, la súplica del Apóstol: «Déjense reconciliar con Dios» (v. 20). Déjense reconciliar: el camino no se basa en nuestras fuerzas; nadie puede reconciliarse con Dios por sus propias fuerzas, no se puede. La conversión del corazón, con los gestos y las obras que la expresan, sólo es posible si parte del primado de la acción de Dios. Lo que nos hace volver a Él no es presumir de nuestras capacidades y nuestros méritos, sino acoger su gracia. Nos salva la gracia, la salvación es pura gracia, pura gratuidad. Jesús nos lo ha dicho claramente en el Evangelio: lo que nos hace justos no es la justicia que practicamos ante los hombres, sino la relación sincera con el Padre. El comienzo del regreso a Dios es reconocernos necesitados de Él, necesitados de misericordia, necesitados de su gracia. Este es el camino justo, el camino de la humildad. ¿Yo me siento necesitado o me siento autosuficiente?
Hoy bajamos la cabeza para recibir las cenizas. Cuando acabe la cuaresma nos inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos. La cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás. Es entender que la salvación no es una escalada hacia la gloria, sino un abajamiento por amor. Es hacerse pequeños. En este camino, para no perder la dirección, pongámonos ante la cruz de Jesús: es la cátedra silenciosa de Dios. Miremos cada día sus llagas, las llagas que Él ha llevado al Cielo y muestra al Padre todos los días en su oración de intercesión. Miremos cada día sus llagas. En esos agujeros reconocemos nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado, los golpes que nos han hecho daño. Sin embargo, precisamente allí vemos que Dios no nos señala con el dedo, sino que abre los brazos de par en par. Sus llagas están abiertas por nosotros y en esas heridas hemos sido sanados (cf. 1 P 2,24; Is 53,5). Besémoslas y entenderemos que justamente ahí, en los vacíos más dolorosos de la vida, Dios nos espera con su misericordia infinita. Porque allí, donde somos más vulnerables, donde más nos avergonzamos, Él viene a nuestro encuentro. Y ahora que ha venido a nuestro encuentro, nos invita a regresar a Él, para volver a encontrar la alegría de ser amados.

Bendición e imposición de la ceniza

Después de la homilía, el sacerdote, de pie, dice con las manos juntas:
Con actitud humilde oremos, hermanos, a Dios nuestro Padre, para que se digne bendecir con su gracia estas cenizas que vamos a imponer en nuestras cabezas en señal de penitencia.
Deum Patrem, fratres caríssimi, supplíciter deprecémur, ut hos cíneres, quos paeniténtiae causa capítibus nostris impónimus, ubertáte grátiae suae benedícere dignétur.
Y, después de una breve oración en silencio, con las manos extendidas, dice una de las siguientes oraciones:
Oh, Dios, que te dejas vencer por el que se humilla y encuentras agrado en quien expía sus pecados, escucha benignamente nuestras súplicas y derrama la gracia + de tu bendición sobre estos siervos tuyos que van a recibir la ceniza, para que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del Misterio pascual de tu Hijo. El, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Deus, qui humiliatióne flécteris et satisfactióne placáris, aurem tuae pietátis précibus nostris inclína, et super fámulos tuos, horum cínerum aspersióne contáctos, grátiam tuae benedictiónis + effúnde propítius, ut, quadragesimálem observántiam prosequéntes, ad Fílii tui paschále mystérium celebrándum purificátis méntibus perveníre mereántur. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.
O bien:
Oh, Dios, que no quieres la muerte del pecador, sino su arrepentimiento, escucha con bondad nuestras súplicas y dígnate bendecir + esta ceniza que vamos a imponer sobre nuestra cabeza; y, porque sabemos que somos polvo y al polvo hemos de volver, concédenos, por medio de las prácticas cuaresmales, alcanzar el perdón de los pecados y emprender una nueva vida a imagen de tu Hijo resucitado. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Deus, qui non mortem sed conversiónem desíderas peccatórum, preces nostras cleménter exáudi, et hos cíneres, quos capítibus nostris impóni decérnimus benedícere + pro tua pietáte dignáre, ut qui nos cínerem esse et in púlverem reversúros cognóscimus quadragesimális exercitatiónis stúdio, peccatórum véniam et novitátem vitae, ad imáginem Fílii tui resurgéntis, cónsequi valeámus. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.
R. Amén.

Y asperja con agua bendita las cenizas, sin decir nada.
Seguidamente, el sacerdote impone la ceniza a todos los presentes que se acercan hasta él; a cada uno le dice:
Convertíos y creed en el EvangelioCf. Mc 1, 15
O bien:
Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás. Cf. Gn 3, 19
Meménto, homo, quia pulvis es, et in púlverem revertéris.

Mientras tanto se canta:
Antífona 1 Cf. Jl 2, 13
Cambiemos nuestro vestido por la ceniza y el cilicio; ayunemos y lloremos delante del Señor, porque nuestro Dios es compasivo y misericordioso para perdonar nuestros pecados.
Immutémur hábitu, in cínere et cilício, ieiunémus, et plorémus ante Dóminum, quia multum miséricors est dimíttere peccáta nostra Deus noster.
Antífona 2 Jl 2, 17; Est 4, 17
Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, servidores del Señor, y digan: ten compasión de tu pueblo y no cierres, Señor, los labios de los que te alaban.
Inter vestíbulum et altáre plorábunt sacerdótes minístri Dómini, et dicent: Parce, Dómine, parce pópulo tuo, et ne claudas ora canéntium te, Dómine.
Antífona 3 Sal 50, 3
Dios mío, borra mi culpa.
Dele, Dómine, iniquitátem meam.
Puede repetirse después de cada uno de los versículos del salmo 50: Misericordia, Dios mío.

Responsorio Cf. Bar 3, 2; Sal 78, 9
R. Corrijamos aquello que por ignorancia hemos cometido, no sea que, sorprendidos por el día de la muerte, busquemos, sin poder encontrarlo, el tiempo de hacer penitencia. * Escucha, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.
R. Emendémus in mélius, quae ignoránter peccávimus, ne súbito praeoccupáti die mortis quaerámus spátium paeniténtiae, et inveníre non possímus. * Atténde, Dómine, et miserére, quia peccávimus tibi.
V. Socórrenos, Dios Salvador nuestro; por el honor de tu nombre, líbranos, Señor. * Escucha, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.
V. Adiuva nos, Deus salutáris noster, et propter honórem nóminis tui, Dómine, líbera nos. * Atténde, Dómine.
Puede cantarse otro canto apropiado. Acabada la imposición de la ceniza, el sacerdote se lava las manos y prosigue con la oración universal u oración de los fieles, continuando la misa en la forma acostumbrada.

No se dice Credo.

Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios. Él nos escucha en este tiempo de gracia; nos ayuda en este día de salvación.
- Por la Iglesia, para que, escuchando la Palabra de Dios y perseverando en la oración, llegue a celebrar con sinceridad la Pascua. Roguemos al Señor.
- Por los que sufren hambre, para que nuestro ayuno de este día les procure el alimento necesario. Roguemos al Señor.
- Por los que viven sin fe, para que abran su corazón al don de Dios. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que hemos recibido la ceniza, para que tomemos en serio la oración, la limosna y el ayuno, comprendiendo su sentido, y no echemos en saco roto la gracia de Dios. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, escucha nuestras súplicas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Liturgia eucarística

Oración sobre las ofrendas
Al ofrecer el sacrificio que inaugura solemnemente la Cuaresma, te pedimos, Señor, que, mediante las obras de caridad y de penitencia, dominemos las malas inclinaciones y, limpios de pecado, merezcamos celebrar piadosamente la pasión de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Sacrifícium quadragesimális inítii sollémniter immolámus, te, Dómine, deprecántes, ut per paeniténtiae caritatísque labóres a nóxiis voluptátibus temperémus, et, a peccátis mundáti, ad celebrándam Fílii tui passiónem mereámur esse devóti. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.

PREFACIO IV DE CUARESMA
LOS FRUTOS DEL AYUNO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Tú, que, por el ayuno corporal, refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa, por Cristo, Señor nuestro.
Por él, los ángeles alaban tu gloria, te adoran las dominaciones y tiemblan las potestades, los cielos, sus virtudes y los santos serafines te celebran unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces cantando humildemente tu alabanza:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Qui corporáli ieiúnio vítia cómprimis, mentem élevas, virtútem largíris et praemia: per Christum Dóminum nostrum.
Per quem maiestátem tuam laudant Angeli, adórant Dominatiónes, tremunt Potestátes. Caeli caelorúmque Virtútes, ac beáta Séraphim, sócia exsultatióne concélebrant. Cum quibus et nostras voces ut admítti iúbeas, deprecámur, súpplici confessióne dicéntes:
Santo, Santo, Santo...


Antífona de comunión Sal 1, 2-3
El que medita la ley del Señor día y noche da fruto en su sazón.
Qui meditábitur in lege Dómini die ac nocte, dabit fructum suum in témpore suo.

Oración después de la comunión
Los sacramentos que hemos recibido nos sean de ayuda, Señor, para que nuestros ayunos sean gratos a tus ojos y nos sirvan de medicina. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Percépta nobis, Dómine, praebeant sacraménta subsídium, ut tibi grata sint nostra ieiúnia, et nobis profíciant ad medélam. Per Christum.

Oración sobre el pueblo
Antes de la despedida el sacerdote, extendiendo las manos dice:
El Señor esté con vosotros. R.
El diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote dice esta invitación:
Inclinaos para recibir la bendición.
Luego, el sacerdote, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice la oración:
Oh, Dios, infunde propicio un espíritu de contrición sobre los que se inclinan ante tu grandeza, y merezcan conseguir misericordiosamente la recompensa prometida a los que se arrepienten. Por Jesucristo, nuestro Señor. R.
Super inclinántes se tuae maiestáti, Deus, spíritum compunctiónis propítius effúnde, et praemia paeniténtibus repromíssa misericórditer cónsequi mereántur. Per Christum. R.
V. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre. R.

MARTIROLOGIO

Elogios del 3 de marzo
1. En Cesarea de Palestina, santos Marino, soldado, y Asterio, senador, mártires en tiempo del emperador Galieno. El primero, delatado por su condición de cristiano por un compañero envidioso, profesó su fe ante el juez con palabras muy claras y, decapitado, alcanzó la corona del martirio. Asterio, por haber honrado el cuerpo del mártir al ajustarle la propia veste con que se cubría, mereció a su vez ser martirizado. (c. 260)
2. En Calahorra, en la Hispania Tarraconense, santos Emeterio y Celedonio, quienes, durante el desempeño de la milicia en los campamentos junto a León, en la provincia romana de Galicia, por confesar el nombre de Cristo en los comienzos de la persecución fueron conducidos a Calahorra, y allí coronados con el martirio (c. s. IV).
3. En Amasea, en el Ponto, hoy Turquía, santos Cleónico y Eutropio, mártires en la persecución desencadenado bajo el emperador Maximiano, siendo procurador Asclepiódato. (s. IV)
4. En Brescia, en la región de Venecia, en Italia actualmente, san Ticiano, obispo. (c. 526)
5. En la península de Armórica, en Bretaña, actual Francia, san Winwaleo, primer abad de Landevenec, el cual, según la tradición, fue discípulo de san Budoco en la isla de Lavret, y que con su vida ilustró la regla monástica. (533)
6*. En Benevento, en la región italiana de Campania, santa Artelaides, virgen. (c. 570)
7*. En Nonantola, lugar de Emilia-Romaña, también Italia, san Anselmo, fundador y primer abad de este monasterio, en el que durante cincuenta años promovió la disciplina monástica, tanto con sus normas como con el ejercicio de las virtudes. (803)
8. En el monasterio de Oberkaufungen, en Hesse, actual Alemania, santa Cunegunda, que aportó muchos beneficios a la Iglesia junto con su cónyuge, el emperador san Enrique, y que, tras la muerte de este, abrazó la vida cenobítica en el monasterio donde se había retirado. Al morir, hizo a Cristo heredero de todos sus bienes, y su cuerpo fue colocado junto a los restos de su esposo, en Bamberg. (1033/1039)
9*. En Frisia, actualmente Holanda, beato Federico, presbítero, que primero fue párroco en la ciudad de Hallum y después llegó a ser abad del monasterio de Mariengaarde, de la Orden Premostratense. (1175)
10*. En Palermo, en la isla italiana de Sicilia, beato Pedro Geremia, presbítero de la Orden de Predicadores, que, confirmado por san Vicente Ferrer en el ministerio de la palabra de Dios, se entregó por entero a la salvación de las almas. (1452)
11*. En Vercelli, en la región del Piamonte, de nuevo en Italia, beato Jacobino de’ Canepacci, religioso de la Orden de los Carmelitas, preclaro por su dedicación a la oración y la penitencia. (1508)
12*. En Gondar, en Etiopía, beatos Liberato Weisss, Samuel Marzorati, y Miguel Pío Fasoli de Zerbo, presbíteros, de la Orden de los Hermanos Menores y mártires, que murieron lapidados a causa de la fe católica. (1716)
13*. En Vannes, localidad de la Bretaña Menor, en Francia, beato Pedro Renato Rogue, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que en tiempo de la Revolución Francesa, rechazando el inicuo juramento impuesto al clero, permaneció secretamente en la ciudad para atender con su ministerio a los fieles, y finalmente, condenado a la pena capital, descansó en la misericordia del Señor en la misma iglesia donde celebraba los sagrados misterios. (1796)
14. En Brescia, en la región italiana de Lombardía, santa Teresa Eustoquio (Ignacia) Verzeri, virgen, fundadora del Instituto de las Hijas del Sacratísimo Corazón de Jesús. (1852)
15*. En Bérgamo, también de Lombardía, en Italia, beato Inocencio de Berzo (Juan) Scalvinoni, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que brilló por su eximia caridad difundiendo la palabra de Dios y escuchando las confesiones. (1890)
16. En Filadelfia, ciudad del estado de Pensilvania, en los Estados Unidos de Norteamérica, santa Catalina Drexel, virgen, que fundó la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento y utilizó con largueza y buen grado los bienes de su herencia en educar y ayudar a indios y negros. (1955)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No publico comentarios anónimos.