DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS NUEVOS OBISPOS, PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS
Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo. Jueves 20 de septiembre de 2012
Queridos hermanos en el episcopado:
La peregrinación a la tumba de san Pedro, que habéis realizado en estos días de reflexión sobre el ministerio episcopal, asume este año un significado particular. En efecto, estamos en vísperas del Año de la fe, del 50º aniversario de la apertura del concilio Vaticano II y de la decimotercera Asamblea general del Sínodo de los obispos sobre el tema: «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana». Estos acontecimientos, a los que debe añadirse el vigésimo aniversario del Catecismo de la Iglesia católica, son ocasiones para reforzar la fe, de la que vosotros, queridos hermanos, sois maestros y heraldos (cf. Lumen gentium, 25). Os saludo a cada uno, y expreso profundo agradecimiento al cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los obispos, también por las palabras que me ha dirigido, y al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales. Reuniros en Roma, al inicio de vuestro servicio episcopal, es un momento propicio para hacer experiencia concreta de la comunicación y de la comunión entre vosotros; y en el encuentro con el Sucesor de Pedro, alimentar el sentido de responsabilidad hacia toda la Iglesia. En efecto, en cuanto miembros del Colegio episcopal debéis tener siempre una solicitud especial por la Iglesia universal, en primer lugar promoviendo y defendiendo la unidad de la fe. Jesucristo quiso confiar ante todo la misión del anuncio del Evangelio al cuerpo de los pastores —que deben colaborar entre sí y con el Sucesor de Pedro (cf. ib., 23)— para que llegue a todos los hombres. Esto es particularmente urgente en nuestro tiempo, que os llama a ser audaces al invitar a los hombres de todas las condiciones al encuentro con Cristo y a hacer más sólida la fe (cf. Christus Dominus, 12).
Vuestra preocupación prioritaria debe ser la de promover y sostener «un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe» (Porta fidei, 7). También en esto estáis llamados a favorecer y alimentar la comunión y la colaboración entre todas las realidades de vuestras diócesis. En efecto, la evangelización no es obra de algunos especialistas, sino de todo el pueblo de Dios, bajo la guía de los pastores. Cada fiel, en y con la comunidad eclesial, debe sentirse responsable del anuncio y del testimonio del Evangelio. El beato Juan XXIII, abriendo la gran asamblea del Vaticano II, planteaba «un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias», y por eso —añadía— «que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno» (Discurso de apertura del concilio ecuménico Vaticano II, 11 de octubre de 1962). Podríamos decir que la nueva evangelización inició precisamente con el Concilio, que el beato Juan XXIII veía como un nuevo Pentecostés que haría florecer a la Iglesia en su riqueza interior y extenderse maternalmente hacia todos los campos de la actividad humana (cf. Discurso de clausura del I período del Concilio, 8 de diciembre de 1962). Los efectos de ese nuevo Pentecostés, a pesar de las dificultades de los tiempos, se han prolongado, llegando a la vida de la Iglesia en cada una de sus expresiones: desde la institucional a la espiritual, desde la participación de los fieles laicos en la Iglesia al florecimiento carismático y de santidad. A este respecto, no podemos menos de pensar en el mismo beato Juan XXIII y en el beato Juan Pablo II, en tantas figuras de obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, que han embellecido el rostro de la Iglesia en nuestro tiempo.
Esta herencia ha sido encomendada a vuestra solicitud pastoral. Tomad de este patrimonio de doctrina, de espiritualidad y de santidad para formar en la fe a vuestros fieles, para que su testimonio sea más creíble. Al mismo tiempo, vuestro servicio episcopal os pide que deis «razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3, 15) a cuantos están en busca de la fe o del sentido último de la vida, en los cuales también «obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina» (Gaudium et spes, 22). Por tanto, os aliento a esforzaros para que a todos, según las diversas edades y condiciones de vida, se les presenten los contenidos esenciales de la fe, de forma sistemática y orgánica, para responder también a los interrogantes que plantea nuestro mundo tecnológico y globalizado. Son siempre actuales las palabras del siervo de Dios Pablo VI, que afirmaba: «Lo que importa es evangelizar —no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces— la cultura y las culturas del hombre, (...) tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios» (Evangelii nuntiandi, 20). Con este fin, es fundamental el Catecismo de la Iglesia católica, norma segura para la enseñanza de la fe y la comunión en el único credo. La realidad en que vivimos exige que el cristiano tenga una sólida formación.
La fe pide testigos creíbles, que confíen en el Señor y se encomienden a él para ser «signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo» (Porta fidei, 15). El obispo, primer testigo de la fe, acompaña el camino de los creyentes dando el ejemplo de una vida vivida en el abandono confiado en Dios. Por tanto, él, para ser maestro autorizado y heraldo de la fe, debe vivir en presencia del Señor, como hombre de Dios. En efecto, no se puede estar al servicio de los hombres, sin ser antes servidores de Dios. Que vuestro compromiso personal de santidad os lleve a asimilar cada día la Palabra de Dios en la oración y a alimentaros de la Eucaristía, para tomar de esta doble mesa la linfa vital para el ministerio. Que la caridad os impulse a estar cerca de vuestros sacerdotes, con ese amor paterno que sabe sostener, alentar y perdonar; ellos son vuestros primeros y valiosos colaboradores para llevar a Dios a los hombres y a los hombres a Dios. De igual modo, la caridad del buen Pastor os hará estar atentos a los pobres y a los que sufren, para sostenerlos y consolarlos, así como para orientar a quienes han perdido el sentido de la vida. Estad particularmente cercanos a las familias: a los padres, ayudándolos a ser los primeros educadores de la fe de sus hijos; a los muchachos y a los jóvenes, para que puedan construir su vida sobre la roca sólida de la amistad con Cristo. Tened especial cuidado de los seminaristas, preocupándoos de que sean formados humana, espiritual, teológica y pastoralmente, para que las comunidades puedan tener pastores maduros y gozosos y guías seguros en la fe.
Queridos hermanos, el apóstol Pablo escribía a Timoteo: «Busca la justicia, la fe, el amor, la paz. (...) Uno que sirve al Señor no debe pelearse, sino ser amable con todos, hábil para enseñar, sufrido, capaz de corregir con dulzura» (2 Tim 2, 22-25). Recordando, a mí y a vosotros, estas palabras, imparto de corazón a cada uno la bendición apostólica, para que las Iglesias confiadas a vosotros, impulsadas por el viento del Espíritu Santo, crezcan en la fe y la anuncien con nuevo ardor por los caminos de la historia.
CALENDARIO
21 LUNES DE LA VII SEMANA DEL T. ORDINARIO, feria o SAN PEDRO DAMIANI, obispo y doctor de la Iglesia, memoria libre
Misa de feria (verde) o de la memoria (blanco).
MISAL: para la feria cualquier formulario permitido (véase pág. 67, n. 5), / para la memoria 1.ª orac. prop. y el resto del común de doctores o de pastores (para un obispo), o de un domingo del T.O.; Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
- Sant 3, 13-18. Si en vuestro corazón tenéis rivalidad, no presumáis.
- Sal 18. R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
- Mc 9, 14-29. Creo, Señor, pero ayuda mi falta de fe.
o bien: cf. vol. IV.
Liturgia de las Horas: oficio de feria o de la memoria.
Martirologio: elogs. del 22 de febrero, pág. 175.
CALENDARIOS: OCSO: San Pedro Damiani, obispo y doctor de la Iglesia (MO).
TEXTOS MISA
Misa de la feria: del VII Domingo del T. Ordinario (o de otro Domingo del T. Ordinario)
21 LUNES DE LA VII SEMANA DEL T. ORDINARIO, feria o SAN PEDRO DAMIANI, obispo y doctor de la Iglesia, memoria libre
Misa de feria (verde) o de la memoria (blanco).
MISAL: para la feria cualquier formulario permitido (véase pág. 67, n. 5), / para la memoria 1.ª orac. prop. y el resto del común de doctores o de pastores (para un obispo), o de un domingo del T.O.; Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
- Sant 3, 13-18. Si en vuestro corazón tenéis rivalidad, no presumáis.
- Sal 18. R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
- Mc 9, 14-29. Creo, Señor, pero ayuda mi falta de fe.
o bien: cf. vol. IV.
Liturgia de las Horas: oficio de feria o de la memoria.
Martirologio: elogs. del 22 de febrero, pág. 175.
CALENDARIOS: OCSO: San Pedro Damiani, obispo y doctor de la Iglesia (MO).
TEXTOS MISA
Misa de la feria: del VII Domingo del T. Ordinario (o de otro Domingo del T. Ordinario)
Misa de la memoria:
21 de febrero
San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios 204.
Se lo decimos con las mismas palabras nosotros ahora, al acabar este rato de meditación. ¡Señor, yo creo! Me he educado en tu fe, he decidido seguirte de cerca. Repetidamente, a lo largo de mi vida, he implorado tu misericordia. Y, repetidamente también, he visto como imposible que Tú pudieras hacer tantas maravillas en el corazón de tus hijos. ¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor!
Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario XXXVI
Con todo el corazón, oremos, hermanos, a Dios, nuestro Padre.
- Por la paz y unidad de la Iglesia. Roguemos al Señor.
- Por el papa, los obispos, los sacerdotes y los religiosos. Roguemos al Señor.
- Por la vocación a la fe de los pueblos que no conocen a Jesucristo. Roguemos al Señor.
- Por cuantos ejercen autoridad en el mundo. Roguemos al Señor.
- Por los presos, los emigrantes, los parados, los desterrados y los pobres. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, por nuestros familiares, amigos y conocidos. Roguemos al Señor.
Escucha, Dios de misericordia, la oración de tu pueblo, que tu bondad nos conceda lo que nuestras acciones no merecen. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Misa de la memoria:
MARTIROLOGIO
21 de febrero
San Pedro Damiani, obispo y doctor de la Iglesia.
La oración colecta es propia de la memoria. El resto está tomado del común de doctores de la Iglesia 1.
Antífona de entrada Cf. Eclo 15, 5
En medio de la asamblea le abrió la boca, y el Señor lo llenó del espíritu de sabiduría y de inteligencia, lo revistió con un vestido de gloria.
In médio Ecclésiae apéruit os eius, et implévit eum Dóminus spíritu sapiéntiae et intelléctus; stolam glóriae índuit eum.
O bien: Sal 36, 30-31
La boca del justo expone la sabiduría, su lengua explica el derecho, porque lleva en el corazón la ley de su Dios.
Os iusti meditábitur sapiéntiam, et lingua eius loquétur iudícium; lex Dei eius in corde ipsíus.
Monición de entrada
Conmemoramos en esta celebración a san Pedro Damián, cardenal obispo y doctor de la Iglesia. A comienzos del siglo XI. defendió con su palabra y sus escritos la independencia de la Iglesia de todo poder político y procuró la formación del clero, preparando así la reforma que puso en marcha el papa Gregorio VII.
Oración colecta
Dios todopoderoso, concédenos seguir los consejos y ejemplos de san Pedro Damián, obispo, para que, no anteponiendo nada a Cristo y dedicados siempre al servicio de tu Iglesia, lleguemos a los gozos de la luz eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.
Concéde nos, quaesumus, omnípotens Deus, beáti Petri epíscopi mónita et exémpla sectári, ut, Christo nihil praeponéntes et Ecclésiae tuae servítio semper inténti, ad aetérnae lucis gáudia perducámur. Per Dóminum.
LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Lunes de la VII semana de Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).
PRIMERA LECTURA Sant 3, 13 18
Si en vuestro corazón tenéis rivalidad, no presumáis
Lectura de la carta del apóstol Santiago.
Queridos hermanos:
¿Quién de vosotros es sabio y experto? Que muestre sus obras como fruto de la buena conducta, con la delicadeza propia de la sabiduría.
Pero si en vuestro corazón tenéis envidia amarga y rivalidad, no presumáis, mintiendo contra la verdad.
Esa no es la sabiduría que baja de lo alto, sino la terrena, animal y diabólica.
Pues donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y todo tipo de malas acciones.
En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.
El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.
¿Quién de vosotros es sabio y experto? Que muestre sus obras como fruto de la buena conducta, con la delicadeza propia de la sabiduría.
Pero si en vuestro corazón tenéis envidia amarga y rivalidad, no presumáis, mintiendo contra la verdad.
Esa no es la sabiduría que baja de lo alto, sino la terrena, animal y diabólica.
Pues donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y todo tipo de malas acciones.
En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.
El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Salmo responsorial Sal 18, 8. 9. 10. 15 (R.: 9ab)
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiæ Dómini rectæ lætificántes corda.
V. La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes.
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiæ Dómini rectæ lætificántes corda.
V. Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiæ Dómini rectæ lætificántes corda.
V. El temor del Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiæ Dómini rectæ lætificántes corda.
V. Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, Roca mía, Redentor mío.
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, Roca mía, Redentor mío.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiæ Dómini rectæ lætificántes corda.
Aleluya Cf. 2 Tm 1, 10
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Nuestro Salvador, Cristo Jesús, destruyó la muerte, e hizo brillar la vida por medio del Evangelio. R.
Salvátor noster Iesus Christus destrúxit mortem, et illúminavit vita per Evangélium.
EVANGELIO Mc 9, 14-29
Creo, Señor, pero ayuda mi falta de fe
Creo, Señor, pero ayuda mi falta de fe
╬ Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús y los tres discípulos bajaron del monte y volvieron a donde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos escribas discutiendo con ellos.
Al ver a Jesús, la gente se sorprendió y corrió a saludarlo. Él les preguntó:
«¿De qué discutís?».
Uno de la gente le contestó:
«Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no lo deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que lo echen y no han sido capaces».
Él, tomando la palabra, les dice:
«¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo».
Se lo llevaron.
El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; este cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos.
Jesús preguntó al padre:
«¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?».
Contestó él:
«Desde pequeño. Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos».
Jesús replicó:
«Si puedo? Todo es posible al que tiene fe».
Entonces el padre del muchacho se puso a gritar:
«Creo, pero ayuda mi falta de fe».
Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo:
«Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: sal de él y no vuelvas a entrar en él».
Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió.
El niño se quedó como un cadáver, de modo que muchos decían que estaba muerto.
Pero Jesús lo levantó cogiéndolo de la mano y el niño se puso en pie.
Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas:
«¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?».
Él les respondió:
«Esta especie solo puede salir con oración».
Al ver a Jesús, la gente se sorprendió y corrió a saludarlo. Él les preguntó:
«¿De qué discutís?».
Uno de la gente le contestó:
«Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no lo deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que lo echen y no han sido capaces».
Él, tomando la palabra, les dice:
«¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo».
Se lo llevaron.
El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; este cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos.
Jesús preguntó al padre:
«¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?».
Contestó él:
«Desde pequeño. Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos».
Jesús replicó:
«Si puedo? Todo es posible al que tiene fe».
Entonces el padre del muchacho se puso a gritar:
«Creo, pero ayuda mi falta de fe».
Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo:
«Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: sal de él y no vuelvas a entrar en él».
Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió.
El niño se quedó como un cadáver, de modo que muchos decían que estaba muerto.
Pero Jesús lo levantó cogiéndolo de la mano y el niño se puso en pie.
Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas:
«¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?».
Él les respondió:
«Esta especie solo puede salir con oración».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios 204.
Se lo decimos con las mismas palabras nosotros ahora, al acabar este rato de meditación. ¡Señor, yo creo! Me he educado en tu fe, he decidido seguirte de cerca. Repetidamente, a lo largo de mi vida, he implorado tu misericordia. Y, repetidamente también, he visto como imposible que Tú pudieras hacer tantas maravillas en el corazón de tus hijos. ¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor!
Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario XXXVI
Con todo el corazón, oremos, hermanos, a Dios, nuestro Padre.
- Por la paz y unidad de la Iglesia. Roguemos al Señor.
- Por el papa, los obispos, los sacerdotes y los religiosos. Roguemos al Señor.
- Por la vocación a la fe de los pueblos que no conocen a Jesucristo. Roguemos al Señor.
- Por cuantos ejercen autoridad en el mundo. Roguemos al Señor.
- Por los presos, los emigrantes, los parados, los desterrados y los pobres. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, por nuestros familiares, amigos y conocidos. Roguemos al Señor.
Escucha, Dios de misericordia, la oración de tu pueblo, que tu bondad nos conceda lo que nuestras acciones no merecen. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Misa de la memoria:
Oración sobre las ofrendas
Oh. Dios, que te agrade el sacrificio que ofrecemos con alegría en la fiesta de san N., cuyas enseñanzas nos impulsan a alabarte y a entregarnos enteramente a ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Sacrifícium tibi pláceat, Deus, in festivitáte beáti N. libénter exhíbitum, quo monénte, nos étiam totos tibi réddimus collaudántes. Per Christum.
PREFACIO COMÚN V
PROCLAMACIÓN DEL MISTERIO DE CRISTO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque con amor celebramos su muerte, con fe viva proclamamos su resurrección, y con firme esperanza anhelamos su venida gloriosa.
Por eso, con los santos y todos los ángeles, te alabamos, proclamando sin cesar:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Cuius mortem in caritáte celebrámus, resurrectiónem fide vívida confitémur, advéntum in glória spe firmíssima praestolámur.
Et ídeo, cum Sanctis et Angelis univérsis, te collaudámus, sine fine dicéntes:
Santo, Santo, Santo...
PLEGARIA EUCARÍSTICA II
PREFACIO COMÚN V
PROCLAMACIÓN DEL MISTERIO DE CRISTO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque con amor celebramos su muerte, con fe viva proclamamos su resurrección, y con firme esperanza anhelamos su venida gloriosa.
Por eso, con los santos y todos los ángeles, te alabamos, proclamando sin cesar:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Cuius mortem in caritáte celebrámus, resurrectiónem fide vívida confitémur, advéntum in glória spe firmíssima praestolámur.
Et ídeo, cum Sanctis et Angelis univérsis, te collaudámus, sine fine dicéntes:
Santo, Santo, Santo...
PLEGARIA EUCARÍSTICA II
Antífona de la comunión Cf. Lc 12, 42
Este es el siervo fiel y prudente a quien el Señor ha puesto al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas.
Fidélis servus et prudens, quem constítuit Dóminus super famíliam suam, ut det illis in témpore trítici mensúram.
O bien: Cf. Sal 1, 2-3
El que medita la ley del Señor día y noche, dará fruto a su tiempo.
Qui meditábitur in lege Dómini die ac nocte, dabit fructum suum in témpore suo.
Oración después de la comunión
A cuantos alimentas con Cristo, Pan de vida, instrúyelos, Señor, con la enseñanza de Cristo Maestro, para que, en la fiesta de san N., conozcan tu verdad y la realicen en el amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Quos Christo réficis pane vivo, eósdem édoce, Dómine, Christo magístro, ut in festivitáte beáti N. tuam discant veritátem, et eam in caritáte operéntur. Per Christum.
MARTIROLOGIO
Elogios del 22 de febrero
Fiesta de la cátedra de san Pedro, apóstol, al que el Señor dijo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». En el día en que los romanos acostumbraban a recordar a sus difuntos, se celebra la sede de aquel apóstol, cuyo sepulcro de conserva en el campo Vaticano y que ha sido llamado a presidir en la caridad a toda la Iglesia.
Fiesta de la cátedra de san Pedro, apóstol, al que el Señor dijo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». En el día en que los romanos acostumbraban a recordar a sus difuntos, se celebra la sede de aquel apóstol, cuyo sepulcro de conserva en el campo Vaticano y que ha sido llamado a presidir en la caridad a toda la Iglesia.
2. En Hierápolis, en el territorio de Frigia, hoy Turquía, san Papías, obispo, de quien se dice que fue oyente de Juan el Presbítero y compañero de san Policarpo, y sabio comentarista de los discursos del Señor. (s. II)
3. En Vienne, en la Galia Lugdunense, actual Francia, san Pascasio, obispo, célebre por su erudición y la santidad de sus costumbres. (s. IV)
4. En Ravena, en la actual región italiana de Emilia-Romaña, san Maximiano, obispo, que cumplió con fidelidad su función episcopal y luchó contra los herejes de la época en favor de la unidad de la Iglesia. (556)
5. En Favencia, también en Emilia-Romaña, muerte de san Pedro Damiani, cuya memoria se celebró el día anterior. (1072)
3. En Vienne, en la Galia Lugdunense, actual Francia, san Pascasio, obispo, célebre por su erudición y la santidad de sus costumbres. (s. IV)
4. En Ravena, en la actual región italiana de Emilia-Romaña, san Maximiano, obispo, que cumplió con fidelidad su función episcopal y luchó contra los herejes de la época en favor de la unidad de la Iglesia. (556)
5. En Favencia, también en Emilia-Romaña, muerte de san Pedro Damiani, cuya memoria se celebró el día anterior. (1072)
6*. En Longchamp, suburbio de París, en Francia, beata Isabel, virgen, que, siendo hermana del rey san Luis IX, renunció a matrimonio de realeza, así como a preeminencias mundanas, y fue fundadora de un monasterio de Hermanas Menores, con las que sirvió a Dios en humildad y pobreza. (1270)
7. En Cortona, lugar de Toscana, santa Margarita, que, profundamente conmovida por la muerte de su amante, borró los pecados de su juventud con una salutífera penitencia, ya que recibida en la Tercera Orden Regular de San Francisco, se entregó a la contemplación de Dios y fue favorecida por especiales carismas. (1297)
8*. En la población de Sendai, en Japón, beato Diego Carvalho, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que tras soportar injurias, cárceles y fatigosas caminatas realizadas en pleno invierno, con fe intrépida confesó a Cristo, junto con sus compañeros, en el suplicio del agua helada. (1624)
9*. En Florencia, ciudad de Toscana, beata María de Jesús (Emilia) d’Outremont, nacida en Bélgica y madre de cuatro hijos, la cual, al quedar viuda, y sin descuidar sus deberes maternos, fundó y rigió la Sociedad de Hermanas de María Reparadora confiando en el auxilio divino, y superadas no pocas enfermedades, al regresar a su patria terminó su terrena peregrinación y descansó en el Señor. (1878)
7. En Cortona, lugar de Toscana, santa Margarita, que, profundamente conmovida por la muerte de su amante, borró los pecados de su juventud con una salutífera penitencia, ya que recibida en la Tercera Orden Regular de San Francisco, se entregó a la contemplación de Dios y fue favorecida por especiales carismas. (1297)
8*. En la población de Sendai, en Japón, beato Diego Carvalho, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que tras soportar injurias, cárceles y fatigosas caminatas realizadas en pleno invierno, con fe intrépida confesó a Cristo, junto con sus compañeros, en el suplicio del agua helada. (1624)
9*. En Florencia, ciudad de Toscana, beata María de Jesús (Emilia) d’Outremont, nacida en Bélgica y madre de cuatro hijos, la cual, al quedar viuda, y sin descuidar sus deberes maternos, fundó y rigió la Sociedad de Hermanas de María Reparadora confiando en el auxilio divino, y superadas no pocas enfermedades, al regresar a su patria terminó su terrena peregrinación y descansó en el Señor. (1878)
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