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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

domingo, 16 de enero de 2022

Domingo 20 febrero 2022, VII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.

SOBRE LITURGIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS NUEVOS OBISPOS DE LOS TERRITORIOS DE MISIÓN, QUE PARTICIPAN EN UN CURSO ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS

Sala de los Suizos del Palacio pontificio de Castelgandolfo. Viernes 7 de septiembre de 2012

Queridos hermanos:

Me alegra encontrarme con vosotros, reunidos en Roma para el curso de formación de los obispos nombrados recientemente, organizado por la Congregación para la evangelización de los pueblos. Saludo cordialmente al cardenal Fernando Filoni, prefecto del dicasterio, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre. Saludo a monseñor Savio Hon Tai-Fai y a monseñor Protase Rugambwa, respectivamente secretario y secretario adjunto de la Congregación; a ellos y a cuantos contribuyen a la realización del seminario les expreso mi agradecimiento. Este curso tiene lugar en la proximidad del Año de la fe, un don precioso del Señor a su Iglesia para ayudar a los bautizados a tomar conciencia de su fe y a comunicarla a cuantos aún no han experimentado su belleza.

Todas las comunidades de las que sois pastores en África, Asia, América Latina y Oceanía, aun en situaciones diferentes, están comprometidas en la primera evangelización y en la obra de consolidación de la fe. Percibís sus alegrías y esperanzas, así como también sus heridas y preocupaciones, a semejanza del apóstol san Pablo, que escribía: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1, 24). Y agregaba: «Por este motivo lucho denodadamente con su fuerza, que actúa poderosamente en mí» (v. 29). Que en vuestro corazón esté siempre firme la confianza en el Señor; la Iglesia es suya, y es él quien la guía tanto en los momentos difíciles como en los de serenidad. Casi todas vuestras comunidades han sido fundadas recientemente, y presentan los valores y las debilidades vinculadas a su breve historia. Muestran una fe participada y gozosa, viva y creativa, pero a menudo aún no arraigada. En ellas, el entusiasmo y el celo apostólico se alternan con momentos de inestabilidad e incoherencia. Emergen de vez en cuando desavenencias y deserciones. Sin embargo, son Iglesias que van madurando gracias a la acción pastoral, pero también gracias al don de la communio sanctorum, que permite una verdadera ósmosis de gracia entre las Iglesias de antigua tradición y las de reciente formación, así como, antes aún, entre la Iglesia celestial y la Iglesia peregrina. Desde hace algún tiempo se registra una disminución de misioneros, aunque equilibrada por el aumento del clero diocesano y religioso. El incremento del número de sacerdotes nativos da lugar también a una nueva forma de cooperación misionera: algunas Iglesias jóvenes han comenzado a enviar sus presbíteros a Iglesias hermanas desprovistas de clero en el mismo país o en naciones del mismo continente. Se trata de una comunión que siempre debe animar la acción evangelizadora.

Las Iglesias jóvenes constituyen, por lo tanto, un signo de esperanza para el futuro de la Iglesia universal. En este contexto, queridos hermanos, os animo a no ahorrar fuerza y valentía con vistas a una solícita obra pastoral, conscientes del don de gracia que ha sido sembrado en vosotros en la ordenación episcopal, y que se puede resumir en los tria munera de enseñar, santificar y gobernar. Cuidad con empeño la missio ad gentes, la inculturación de la fe, la formación de los candidatos al sacerdocio, la atención al clero diocesano, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos. La Iglesia nace de la misión y crece con la misión. Haced vuestro el llamamiento interior del Apóstol de los gentiles: «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14). Una correcta inculturación de la fe os ayudará a encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos y a asumir lo bueno que hay en ellas. Se trata de un proceso largo y difícil que de ninguna manera debe comprometer la especificidad y la integridad de la fe cristiana (cf. enc. Redemptoris missio, 52). La misión requiere pastores configurados con Cristo por la santidad de vida, prudentes y clarividentes, dispuestos a entregarse generosamente por el Evangelio y a llevar en el corazón la solicitud por todas las Iglesias.

Vigilad al rebaño, prestando una atención especial a los sacerdotes. Guiadlos con el ejemplo, vivid en comunión con ellos, estad disponibles para escucharlos y acogerlos con benevolencia paterna, valorando sus diversas capacidades. Esforzaos por asegurar a vuestros sacerdotes encuentros de formación específicos y periódicos. Haced que la Eucaristía sea siempre el corazón de su existencia y la razón de ser de su ministerio. Tened una mirada de fe sobre el mundo de hoy, para comprenderlo en profundidad, y un corazón generoso, dispuesto a entrar en comunión con las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. No descuidéis vuestra primera responsabilidad de hombres de Dios, llamados a la oración y al servicio de su Palabra en beneficio del rebaño. Que de vosotros se pueda también decir lo que el sacerdote Onías afirmó del profeta Jeremías: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo y por la ciudad santa» (2 Mac 15, 14). Tened la mirada fija en Jesús, el Pastor de los pastores: el mundo de hoy necesita personas que hablen a Dios, para poder hablar de Dios. Sólo así la Palabra de salvación dará fruto (cf. Discurso al Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, 15 de octubre de 2011).

Queridos hermanos, vuestras Iglesias conocen bien el contexto de inestabilidad que influye de modo preocupante en la vida cotidiana de la gente. Las emergencias alimentarias, sanitarias y educativas interrogan a las comunidades eclesiales y las implican de modo directo. Es más, su atención y su obra son apreciadas y alabadas. A las calamidades naturales se suman discriminaciones culturales y religiosas, intolerancias y partidismos, fruto de fundamentalismos que revelan visiones antropológicas equivocadas y que llevan a subestimar, o incluso a no reconocer el derecho a la libertad religiosa, el respeto de los más débiles, sobre todo de los niños, las mujeres y las personas con discapacidad. Pesan, por último, los contrastes que han vuelto a surgir entre las etnias y las castas, causando violencias injustificables. Confiad en el Evangelio, en su fuerza renovadora, en su capacidad de despertar las conciencias y de provocar desde dentro el rescate de las personas y la creación de una nueva fraternidad. La difusión de la Palabra del Señor hace florecer el don de la reconciliación y favorece la unidad de los pueblos.

En el mensaje para la próxima Jornada mundial de las misiones quise recordar que la fe es un don que se ha de acoger en el corazón y en la vida, y por el que siempre se ha de dar gracias al Señor. Pero la fe es un don para ser compartido; un talento que se nos entrega para que dé fruto; una luz que no puede permanecer oculta. La fe es el don más importante que nos ha sido dado en la vida: no podemos guardarlo sólo para nosotros. «Todos... tienen el derecho a conocer el valor de este don y la posibilidad de alcanzarlo», dice Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio (11). El siervo de Dios Pablo VI, reafirmando la prioridad de la evangelización, afirmaba: «Los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si, por negligencia, por miedo, por vergüenza o por ideas falsas omitimos anunciarlo?» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 80). Que este interrogante resuene en nuestro corazón como llamada a sentir la prioridad absoluta de la tarea de la evangelización. Queridos hermanos, os encomiendo a vosotros y a vuestras comunidades a María santísima, primera discípula del Señor y primera evangelizadora, al dar al mundo el Verbo de Dios hecho carne. Que ella, la Estrella de la evangelización, oriente siempre vuestros pasos. En este sentido os imparto la bendición apostólica.

CALENDARIO

20 + VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Misa
del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- 1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23.
El Señor te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender la mano.
- Sal 102. R. El Señor es compasivo y misericordioso.
- 1 Cor 15, 45-49. Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.
- Lc 6, 27-38. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

«Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso». El amor a los enemigos, la generosidad con los que nos piden, perdonar a los que nos ofenden… Todo esto es el contenido del Ev. de hoy. Para entenderlo tenemos primero que contemplar la misericordia de Dios, que tanto nos ama y perdona a lo largo de nuestra vida, a pesar de tantos pecados e infidelidades. Hoy, al rezar el Padrenuestro, atendamos especialmente a la petición: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». ¿Somos consecuentes con esta petición? En la 1 lect. se nos presenta como modelo de compasión y misericordia a David, que pudiendo vengarse de Saúl, su enemigo, le perdonó la vida, no queriendo atentar impunemente contra el ungido del Señor.

* Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 21 de febrero, pág. 173.

TEXTOS MISA

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Antífona de entrada Sal 12, 6
Señor, yo confío en tu misericordia: mi alma gozará con tu salvación, y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.
Dómine, in tua misericórdia sperávi. Exsultávit cor meum in salutári tuo, cantábo Dómino, qui bona tríbuit mihi.

Monición de entrada
Año C
Domingo a domingo vamos siendo introducidos en el Misterio pascual del Señor por medio de la participación en la eucaristía, sacramento del amor que supera todo odio y división y que nos recuerda el mandamiento nuevo del amor. Dispongámonos interiormente para participar en este acontecimiento de salvación que va haciendo de nosotros hombres y mujeres que tienen el mismo corazón misericordioso del Padre.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año C

- Tú, que amas el primero: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú. que nos amas de balde: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que amas sin fronteras: Señor, ten piedad
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

Se dice Gloria.

Oración colecta
Concédenos, Dios todopoderoso, que, meditando siempre las realidades espirituales, cumplamos, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo.
Praesta, quaesumus, omnípotens Deus, ut, semper rationabília meditántes, quae tibi sunt plácita, et dictis exsequámur et factis. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del VII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA 1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23
El Señor te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender la mano
Lectura del primer libro de Samuel.

En aquellos días, Saúl emprendió la bajada al desierto de Zif, llevando tres mil hombres escogidos de Israel, para buscar a David allí.
David y Abisay llegaron de noche junto a la tropa. Saúl dormía, acostado en el cercado, con la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa dormían en torno a él.
Abisay dijo a David:
«Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir».
David respondió:
«No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el ungido del Señor y ha quedado impune?».
David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, ni se despertó. Todos dormían, porque el Señor había hecho caer sobre ellos un sueño profundo.
David cruzó al otro lado y se puso en pie sobre la cima de la montaña, lejos, manteniendo una gran distancia entre ellos, y gritó:
«Aquí está la lanza del rey. Venga por ella uno de sus servidores, y que el Señor pague a cada uno según su justicia Y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Sal 102, 1-2. 3-4. 8 et 10. 12-13 (R.: 8a)
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

V. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

V. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

V. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. 
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

V. Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo temen. 
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

SEGUNDA LECTURA 1 Cor 15, 45-49
Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante.
Pero no fue primero lo espiritual, sino primero lo material y después lo espiritual.
El primer hombre, que proviene de la tierra, es terrenal; el segundo hombre es del cielo.
Como el hombre terrenal, así son los de la tierra; como el celestial, así son los del cielo. Y lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Jn 13, 34
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Os doy un mandamiento nuevo —dice el Señor—: que os améis unos a otros, como yo os he amado. R.
Mandátum novum do vobis, dicit Dóminus, ut diligátis ínvicem, sicut diléxi vos.

EVANGELIO Lc 6, 27-38
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Plaza de San Pedro. Domingo, 24 de febrero de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Lc 6, 27-38) se refiere a un punto central y característico de la vida cristiana: el amor por los enemigos. Las palabras de Jesús son claras: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen» (versículos 27-28) ). Y esto no es una opción, es un mandato. No es para todos, sino para los discípulos, que Jesús llama “a los que me escucháis”. Él sabe muy bien que amar a los enemigos va más allá de nuestras posibilidades, pero para esto se hizo hombre: no para dejarnos así como somos, sino para transformarnos en hombres y mujeres capaces de un amor más grande, el de su Padre y el nuestro. Este es el amor que Jesús da a quienes lo “escuchan”. ¡Y entonces se hace posible! Con él, gracias a su amor, a su Espíritu, también podemos amar a quienes no nos aman, incluso a quienes nos hacen daño.
De este modo, Jesús quiere que en cada corazón el amor de Dios triunfe sobre el odio y el rencor. La lógica del amor, que culmina en la Cruz de Cristo, es la señal distintiva del cristiano y nos lleva a salir al encuentro de todos con un corazón de hermanos. Pero, ¿cómo es posible superar el instinto humano y la ley mundana de la represalia? La respuesta la da Jesús en la misma página del Evangelio: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (vers. 36). Quien escucha a Jesús, quien se esfuerza por seguirlo aunque cueste, se convierte en hijo de Dios y comienza a parecerse realmente al Padre que está en el cielo. Nos volvemos capaces de cosas que nunca hubiéramos pensado que podríamos decir o hacer, y de las cuales nos habríamos avergonzado, pero que ahora nos dan alegría y paz. Ya no necesitamos ser violentos, con palabras y gestos; nos descubrimos capaces de ternura y bondad; y sentimos que todo esto no viene de nosotros sino de Él, y por lo tanto no nos jactamos de ello, sino que estamos agradecidos.
No hay nada más grande y más fecundo que el amor: confiere a la persona toda su dignidad, mientras que, por el contrario, el odio y la venganza la disminuyen, desfigurando la belleza de la criatura hecha a imagen de Dios.
Este mandato, de responder al insulto y al mal con el amor, ha generado una nueva cultura en el mundo: la «cultura de la misericordia —¡debemos aprenderla bien! Y practicarla bien esta cultura de la misericordia—, que da vida a una verdadera revolución» (Cart. Ap. Misericordia et misera, 20). Es la revolución del amor, cuyos protagonistas son los mártires de todos los tiempos. Y Jesús nos asegura que nuestro comportamiento, marcado por el amor por aquellos que nos han hecho daño, no será en vano. Él dice: «Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará [...] porque con la medida con que midáis, se os medirá» (vers. 37-38). Esto es hermoso. Será algo hermoso que Dios nos dará si somos generosos, misericordiosos. Debemos perdonar porque Dios nos ha perdonado y él siempre nos perdona. Si no perdonamos completamente, no podemos pretender ser completamente perdonados. En cambio, si nuestros corazones se abren a la misericordia, si el perdón se sella con un abrazo fraternal y los lazos de comunión se fortalecen, proclamamos ante el mundo que es posible vencer el mal con el bien. A veces es más fácil para nosotros recordar las injusticias que hemos sufrido y el mal que nos han hecho y no las cosas buenas; hasta el punto de que hay personas que tienen este hábito y se convierte en una enfermedad. Son “coleccionistas de injusticias”: solo recuerdan las cosas malas que les han hecho. Y este no es el camino. Tenemos que hacer lo contrario, dice Jesús. Recordar las cosas buenas, y cuando alguien viene con una habladuría y habla mal de otro, decir: “Sí, quizás... pero tiene esto de bueno...”. Invertir el discurso. Esta es la revolución de la misericordia.
Que la Virgen María nos ayude a dejarnos tocar el corazón con esta santa palabra de Jesús, ardiente como fuego, que nos transforma y nos hace capaces de hacer el bien sin querer nada a cambio, hacer el bien sin querer nada a cambio, testimoniando en todas partes la victoria del amor.

Homilía, Consistorio sábado 19 de noviembre de 2016.
Al texto del Evangelio que terminamos de escuchar (cf. Lc 6, 27-36), muchos lo han llamado «el Sermón de la llanura». Después de la institución de los doce, Jesús bajó con sus discípulos a donde una muchedumbre lo esperaba para escucharlo y hacerse sanar. El llamado de los apóstoles va acompañado de este «ponerse en marcha» hacia la llanura, hacia el encuentro de una muchedumbre que, como dice el texto del Evangelio, estaba «atormentada» (cf. Lc 6, 18). La elección, en vez de mantenerlos en lo alto del monte, en su cumbre, los lleva al corazón de la multitud, los pone en medio de sus tormentos, en el llano de sus vidas. De esta forma, el Señor les y nos revela que la verdadera cúspide se realiza en la llanura, y la llanura nos recuerda que la cúspide se encuentra en una mirada y especialmente en una llamada: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6, 36).
Una invitación acompañada de cuatro imperativos, podríamos decir de cuatro exhortaciones que el Señor les hace para plasmar su vocación en lo concreto, en lo cotidiano de la vida. Son cuatro acciones que darán forma, darán carne y harán tangible el camino del discípulo. Podríamos decir que son cuatro etapas de la mistagogia de la misericordia: amen, hagan el bien, bendigan y rueguen. Creo que en estos aspectos todos podemos coincidir y hasta nos resultan razonables. Son cuatro acciones que fácilmente realizamos con nuestros amigos, con las personas más o menos cercanas, cercanas en el afecto, en la idiosincrasia, en las costumbres.
El problema surge cuando Jesús nos presenta los destinarios de estas acciones, y en esto es muy claro, no anda con vueltas ni eufemismos: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman (cf. Lc 6, 27-28).
Y estas no son acciones que surgen espontáneas con quien está delante de nosotros como un adversario, como un enemigo. Frente a ellos, nuestra actitud primera e instintiva es descalificarlos, desautorizarlos, maldecirlos; buscamos en muchos casos «demonizarlos», a fin de tener una «santa» justificación para sacárnoslos de encima. En cambio, Jesús nos dice que al enemigo, al que te odia, al que te maldice o difama: ámalo, hazle el bien, bendícelo y ruega por él.
Nos encontramos frente a una de las características más propias del mensaje de Jesús, allí donde esconde su fuerza y su secreto; allí radica la fuente de nuestra alegría, la potencia de nuestro andar y el anuncio de la buena nueva. El enemigo es alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Dios tiene hijos y no precisamente para sacárselos de encima. El amor de Dios tiene sabor a fidelidad con las personas, porque es amor de entrañas, un amor maternal/paternal que no las deja abandonadas, incluso cuando se hayan equivocado. Nuestro Padre no espera a amar al mundo cuando seamos buenos, no espera a amarnos cuando seamos menos injustos o perfectos; nos ama porque eligió amarnos, nos ama porque nos ha dado el estatuto de hijos. Nos ha amado incluso cuando éramos enemigos suyos (cf. Rm 5, 10). El amor incondicionado del Padre para con todos ha sido, y es, verdadera exigencia de conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y condenar. Saber que Dios sigue amando incluso a quien lo rechaza es una fuente ilimitada de confianza y estímulo para la misión. Ninguna mano sucia puede impedir que Dios ponga en esa mano la Vida que quiere regalarnos.
La nuestra es una época caracterizada por fuertes cuestionamientos e interrogantes a escala mundial. Nos toca transitar un tiempo donde resurgen epidémicamente, en nuestras sociedades, la polarización y la exclusión como única forma posible de resolver los conflictos. Vemos, por ejemplo, cómo rápidamente el que está a nuestro lado ya no sólo posee el estado de desconocido o inmigrante o refugiado, sino que se convierte en una amenaza; posee el estado de enemigo. Enemigo por venir de una tierra lejana o por tener otras costumbres. Enemigo por su color de piel, por su idioma o su condición social, enemigo por pensar diferente e inclusive por tener otra fe. Enemigo por? Y sin darnos cuenta esta lógica se instala en nuestra forma de vivir, de actuar y proceder. Entonces, todo y todos comienzan a tener sabor de enemistad. Poco a poco las diferencias se transforman en sinónimos de hostilidad, amenaza y violencia. Cuántas heridas crecen por esta epidemia de enemistad y de violencia, que se sella en la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de esta patología de la indiferencia. Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento se siembran por este crecimiento de enemistad entre los pueblos, entre nosotros. Sí, entre nosotros, dentro de nuestras comunidades, de nuestros presbiterios, de nuestros encuentros. El virus de la polarización y la enemistad se nos cuela en nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar. No somos inmunes a esto y tenemos que velar para que esta actitud no cope nuestro corazón, porque iría contra la riqueza y la universalidad de la Iglesia que podemos palpar en este Colegio Cardenalicio. Venimos de tierras lejanas, tenemos diferentes costumbres, color de piel, idiomas y condición social; pensamos distinto e incluso celebramos la fe con ritos diversos. Y nada de esto nos hace enemigos, al contrario, es una de nuestras mayores riquezas.
Queridos hermanos, Jesús no deja de «bajar del monte», no deja de querer insertarnos en la encrucijada de nuestra historia para anunciar el Evangelio de la Misericordia. Jesús nos sigue llamando y enviando al «llano» de nuestros pueblos, nos sigue invitando a gastar nuestras vidas levantando la esperanza de nuestra gente, siendo signos de reconciliación. Como Iglesia, seguimos siendo invitados a abrir nuestros ojos para mirar las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad, privados en su dignidad.
Querido hermano neo Cardenal, el camino al cielo comienza en el llano, en la cotidianeidad de la vida partida y compartida, de una vida gastada y entregada. En la entrega silenciosa y cotidiana de lo que somos. Nuestra cumbre es esta calidad del amor; nuestra meta y deseo es buscar en la llanura de la vida, junto al Pueblo de Dios, transformarnos en personas capaces de perdón y reconciliación.
Querido hermano, hoy se te pide cuidar en tu corazón y en el de la Iglesia esta invitación a ser misericordioso como el Padre, sabiendo que «si hay algo que debe inquietarnos santamente y preocupar nuestras conciencias es que tantos hermanos vivan sin la fuerza, sin la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido que dé vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49).
Audiencia general, Miércoles 21 de septiembre de 2016.
Misericordiosos como el Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas (Lc 6, 36-38) en el cual se basa el lema de este Año Santo extraordinario: Misericordiosos como el Padre. La expresión completa es: «sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6, 36) No se trata de un lema de impacto, sino de un compromiso de vida. Para comprender bien esta expresión, podemos compararla con la paralela del Evangelio de Mateo, en la cual Jesús dice: «vosotros pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48). En el llamado discurso de la montaña, que inicia con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, cumplimiento de todos los preceptos de la Ley. Desde esta misma perspectiva, san Lucas especifica que la perfección es el amor misericordioso: ser perfectos significa ser misericordiosos. ¿Una persona que no es misericordiosa es perfecta? ¡No! ¿Una persona que no es misericordiosa es buena? ¡No! La bondad y la perfección radican en la misericordia. Cierto, Dios es perfecto. Sin embargo, si lo consideramos así, se hace imposible para los hombres aspirar a esa absoluta perfección. En cambio, tenerlo ante los ojos como misericordioso, nos permite comprender mejor en qué consiste su perfección y nos anima a ser como Él, llenos de amor, de compasión, de misericordia.
Pero me pregunto: ¿Las palabras de Jesús son realistas? ¿Es verdaderamente posible amar como ama Dios y ser misericordiosos como Él?
Si observamos la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un incesante e incansable amor por los hombres: Dios es como un padre o como una madre que ama con amor infinito y lo derrama con generosidad sobre cada criatura. La muerte de Jesús en la cruz es la culminación de la historia de amor de Dios con el hombre. Un amor tan grande que sólo Dios puede realizarlo. Es evidente que, comparado con este amor que no tiene medidas, nuestro amor siempre será insuficiente. Pero, cuando Jesús nos pide que seamos misericordiosos como el Padre, ¡no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos convertirse en signo, canales, testigos de su misericordia.
Y la Iglesia no puede ser si no sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en todos los tiempos y para toda la humanidad. Cada cristiano, por lo tanto, es llamado a ser testigo de la misericordia, y esto sucede en el camino hacia la santidad. Pensemos en cuántos santos se han vuelto misericordiosos porque se han dejado llenar el corazón por la divina misericordia. Han dado forma al amor del Señor derramando sobre las múltiples necesidades de la humanidad sufriente. En este florecer de tantas formas de caridad es posible distinguir los reflejos del rostro misericordioso de Cristo.
Nos preguntamos: ¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Esto es explicado por Jesús con dos verbos: «perdonar» (Lc 6, 37) y «donar» (Lc 6, 38).
La misericordia se expresa, sobre todo, con el perdón: no juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados» (Lc 6, 37). Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, no obstante, recuerda a los discípulos que para tener relaciones fraternales es necesario suspender los juicios y las condenas. Precisamente el perdón es el pilar que sujeta la vida de la comunidad cristiana, porque en él se muestra la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado en primer lugar. ¡El cristiano debe perdonar! pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros que estamos aquí, hoy, en la plaza, hemos sido perdonados. Ninguno de nosotros, en su propia vida, no ha tenido necesidad del perdón de Dios. Y para que nosotros seamos perdonados, debemos perdonar. Lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: «Perdona nuestros pecados; perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados por muchas, muchas ofensas, por muchos pecados. Y así es fácil perdonar: si Dios me ha perdonado ¿Por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande que Dios? Este pilar del perdón nos muestra la gratuidad del amor de Dios, que nos ha amado en primer lugar. Juzgar y condenar al hermano que peca es equivocado. No porque no se quiera reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe el lazo de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que por el contrario no quiere renunciar a ninguno de sus hijos. No tenemos el poder de condenar a nuestro hermano que se equivoca, no estamos por encima de él: tenemos más bien el deber de devolverlo a la dignidad de hijo del Padre y de acompañarlo en su camino de conversión.
A su Iglesia, a nosotros, Jesús indica un segundo pilar: «donar». Perdonar es el primer pilar; donar es el segundo pilar. «Dad y se os dará: […] Porque con la medida con que midáis se os medirá» (Lc 6, 38). Dios dona mucho más allá de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos en la tierra hayan sido generosos. Jesús no dice qué ocurrirá a quienes no donan, pero la imagen de la «medida» constituye una advertencia: con la medida del amor que damos, somos nosotros mismos los que decidimos cómo seremos juzgados, cómo seremos amados. Si miramos bien, hay una lógica coherente: en la medida en la cual se recibe de Dios, se dona al hermano, y en la medida en la cual se dona al hermano, ¡se recibe de Dios!
El amor misericordioso es por eso, el único camino que hay que recorrer. Cuánta necesidad tenemos todos de ser un poco más misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no «desplumar» a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos. Debemos perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor. Este amor permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida por Él, y reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que ellos practican en la vida se refleja así esa Misericordia que nunca tendrá fin (cf. 1Co 13, 1-12). Pero no os olvidéis de esto: misericordia y don; perdón y don. Así el corazón se ensancha, se ensancha el amor. En cambio el egoísmo, la rabia, empequeñecen el corazón, que se endurece como una piedra. ¿Qué preferís vosotros? ¿Un corazón de piedra o un corazón lleno de amor? Si preferís un corazón lleno de amor, ¡sed misericordiosos!
Homilía en santa Marta, Jueves 13 de septiembre de 2018
El estilo cristiano
Ser cristiano no es fácil, pero hace felices: el camino que nos indica el Padre celestial es el de la misericordia y la paz interior. Son los rasgos distintivos del estilo cristiano, como señala el Evangelio de hoy (Lc 6, 27-38). El Señor siempre nos indica cómo debería ser la vida de un discípulo, a través, por ejemplo, de las Bienaventuranzas o de las obras de misericordia.
En concreto, la liturgia de hoy destaca cuatro detalles para vivir la vida cristiana: ?amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os tratan mal?. Los cristianos no deberían caer nunca en el chismorreo o en la lógica de los insultos, que genera solo la guerra, sino encontrar siempre tiempo para rezar por las personas fastidiosas. Ese es el estilo cristiano, ese es el modo de vivir cristiano. ¿Y si no hago esas cuatro cosas? ¿Amar a los enemigos, hacer el bien a los que me odian, bendecir a los que me maldicen, y rezar por los que me tratan mal, no soy cristiano? Sí, eres cristiano porque has recibido el Bautismo, pero no vives como un cristiano. Vives como un pagano, con el espíritu de la mundanidad.
Claro que es más fácil criticar a los enemigos o a los que son de un partido distinto, pero la lógica cristiana va contracorriente y sigue la ?locura de la Cruz?. El fin último es llegar a comportarnos como hijos de nuestro Padre. Solo los misericordiosos se parecen a Dios Padre. ?Sed misericordiosos come vuestro Padre es misericordioso?. Ese es el camino, la senda que va contra el espíritu del mundo, que piensa al contrario, que no acusa a los demás. Porque entre nosotros está el gran acusador, el que siempre va a acusarnos delante de Dios, para destruirnos. Satanás: él es el gran acusador. Y cuando entro en esa lógica de acusar, maldecir, intentar hacer daño al otro, entro en la lógica del gran acusador que es destructor, que no sabe la palabra ?misericordia?, no la conoce, jamás la ha vivido.
La vida, pues, oscila entre dos invitaciones: la del Padre y la del gran acusador, que nos empuja a acusar a los demás, para destruirlos. ¡Pero es él quien me está destruyendo! Y tú no puedes hacerlo al otro. Tú no puedes entrar en la lógica del acusador. ?Pero padre, es que yo debo acusar?. Sí, acúsate a ti mismo. Te hará bien. La única acusación lícita que los cristianos tenemos, es acusarnos a nosotros mismos. Para los demás solamente la misericordia, porque somos hijos del Padre que es misericordioso.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 18 de febrero de 2007
Queridos hermanos y hermanas: 
El evangelio de este domingo contiene una de las expresiones más típicas y fuertes de la predicación de Jesús: "Amad a vuestros enemigos" (Lc 6, 27). Está tomada del evangelio de san Lucas, pero se encuentra también en el de san Mateo (Mt 5, 44), en el contexto del discurso programático que comienza con las famosas "Bienaventuranzas". Jesús lo pronunció en Galilea, al inicio de su vida pública. Es casi un "manifiesto" presentado a todos, sobre el cual pide la adhesión de sus discípulos, proponiéndoles en términos radicales su modelo de vida. 
Pero, ¿cuál es el sentido de esas palabras? ¿Por qué Jesús pide amar a los propios enemigos, o sea, un amor que excede la capacidad humana? En realidad, la propuesta de Cristo es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este "plus" viene de Dios: es su misericordia, que se ha hecho carne en Jesús y es la única que puede "desequilibrar" el mundo del mal hacia el bien, a partir del pequeño y decisivo "mundo" que es el corazón del hombre. 
Con razón, esta página evangélica se considera la charta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse ante el mal -según una falsa interpretación de "presentar la otra mejilla" (cf. Lc 6, 29)-, sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12, 17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia. Así, se comprende que para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. 
El amor a los enemigos constituye el núcleo de la "revolución cristiana", revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los "pequeños", que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida. 
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma, que comenzará el próximo miércoles con el rito de la Ceniza, es el tiempo favorable en el cual todos los cristianos son invitados a convertirse cada vez más profundamente al amor de Cristo. Pidamos a la Virgen María, dócil discípula del Redentor, que nos ayude a dejarnos conquistar sin reservas por ese amor, a aprender a amar como él nos ha amado, para ser misericordiosos como es misericordioso nuestro Padre que está en los cielos (cf. Lc 6, 36).

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo C. Séptimo domingo del Tiempo Ordinario.
Dios de la misericordia
210 Tras el pecado de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de oro (cf. Ex 32), Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta marchar en medio de un pueblo infiel, manifestando así su amor (cf. Ex 33, 12-17). A Moisés, que pide ver su gloria, Dios le responde: "Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad (belleza) y pronunciaré delante de ti el nombre de YHWH" (Ex 33, 18-19). Y el Señor pasa delante de Moisés, y proclama: "YHWH, YHWH, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34, 5-6). Moisés confiesa entonces que el Señor es un Dios que perdona (cf. Ex 34, 9).
211 El Nombre Divino "Yo soy" o "El es" expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, "mantiene su amor por mil generaciones" (Ex 34, 7). Dios revela que es "rico en misericordia" (Ef 2, 4) llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que él mismo lleva el Nombre divino: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy" (Jn 8, 28)
El perdón de los enemigos
1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (cf Rm 5, 10). El Señor nos pide que amemos como él hasta nuestros enemigos (cf Mt 5, 44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10, 27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37) y a los pobres como a él mismo (cf Mt 25, 40. 45).
El apóstol S. Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1Co 13, 4-7).
1935 La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella:
Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión. (GS 29, 2).
1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella las virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15, 18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5, 48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5, 44).
2303 El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando el hombre le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave. "Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial… " (Mt 5, 44-45).
2647 La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos.
2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
"Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel" (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
Cristo, el nuevo Adán
359 "Realmente, el el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (GS 22, 1):
"San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo… El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir… El segundo Adán es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como él mismo afirma: 'Yo soy el primero y yo soy el último' " (S. Pedro Crisólogo, serm. 117).
504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque El es el Nuevo Adán (cf. 1Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1, 18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).

Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año C
Haciendo nuestros los sentimientos de David, que perdonó a su enemigo, y de Jesús, que oró en la cruz por sus verdugos, oremos a Dios Padre.
- Por todos los creyentes en Cristo, para que, perdonándonos mutuamente, demos testimonio ante el mundo del amor y el perdón de Dios. Roguemos al Señor.
- Por los que pretenden una sociedad fundada en el odio, en la lucha de clases, en la segregación racial, en la represión, para que descubran la fuerza del amor. Roguemos al Señor.
- Por los que no saben perdonar, porque nunca han sido amados, para que descubran también la fuerza del amor. Roguemos al Señor .
- Por nosotros, aquí reunidos, para que aprendamos a amar al que nos quiere mal y a hacer el bien a todos, sin esperar nada. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, que no nos tratas como merecen nuestros pecados ni nos pagas según nuestras culpas, escucha nuestras súplicas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Al celebrar tus misterios con la debida reverenda, te rogamos, Señor, que los dones ofrecidos en reconocimiento de tu gloria nos aprovechen para la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Mystéria tua, Dómine, débitis servítiis exsequéntes, súpplices te rogámus, ut, quod ad honórem tuae maiestátis offérimus, nobis profíciat ad salútem. Per Christum.

PREFACIO VII DOMINICAL DEL TIEMPO ORDINARIO
LA SALVACIÓN, FRUTO DE LA OBEDIENCIA DE CRISTO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque tu amor al mundo fue tan misericordioso que nos enviaste como redentor a tu propio Hijo, Y en todo lo quisiste semejante a nosotros, menos en el pecado, para poder así amar en nosotros lo que amabas en él. Con su obediencia has restaurado aquellos dones que por nuestra desobediencia habíamos perdido.
Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y con todos los santos, diciendo:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Quia sic mundum misericórditer dilexísti, ut ipsum nobis mítteres Redemptórem, quem absque peccáto in nostra voluísti similitúdine conversári, ut amáres in nobis quod diligébas in Fílio, cuius oboediéntia sumus ad tua dona reparáti, quae per inobodiéntiam amiserámus peccándo.
Unde et nos, Dómine, cum Angelis et Sanctis univérsis tibi confitémur, in exsultatióne dicéntes:
Santo, Santo, Santo…


Antífona de comunión Sal 9, 2-3
Proclamo todas tus maravillas, me alegro y exulto contigo, y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.
Narrábo ómnia mirabília tua. Laetábor et exsultábo in te, psallam nómini tuo, Altíssime.
O bien: Jn 11, 27
Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Dómine, ego crédidi quia tu es Christus Fílius Dei vivi, qui in hunc mundum venísti.

Oración después de la comunión
Concédenos, Dios todopoderoso, alcanzar el fruto de la salvación, cuyo anticipo hemos recibido por estos sacramentos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Praesta, quaesumus, omnípotens Deus, ut illíus capiámus efféctum, cuius per haec mystéria pignus accépimus. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 21 de febrero
Memoria de san Pedro Damiani, cardenal obispo de Ostia y doctor de la Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fonte Avellana, promovió denodadamente la vida religiosa, y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia trabajó para que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los clérigos a la integridad de vida, y para que el pueblo cristiano mantuviese la comunión con la Sede Apostólica. Falleció el día veintidós de febrero en la ciudad de Favencia, en la región italiana de Emilia-Romagna. (1072)
2. Conmemoración de san Eustacio, obispo de Antioquía, el cual, célebre por su doctrina, en tiempo del emperador arriano Constancio, fue desterrado a Trajanópolis, en Tracia, actual Bulgaria, a causa de su fe católica, y allí descansó en el Señor. (c. 338)
3*. En el monasterio de Granfeld, en la región de Helvecia, Hoy Suiza, san Germán, abad, que al tratar de defender pacíficamente a unos vecinos del monasterio ante la agresión de unos salteadores, fue despojado por estos de sus vestiduras y alanceado hasta morir, juntamente con el monje Randoaldo. (c. 667)
4*. En Londres, en Inglaterra, beato Tomás Portmort, presbítero y mártir, que en tiempo de la reina Isabel I fue encarcelado por ser sacerdote y después colgado cerca de la catedral de San Pablo, consumando así su martirio. (1592)
5. También en Londres, san Roberto Southwell, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que durante varios años ejerció su ministerio en la ciudad y sus alrededores, y compuso himnos espirituales. Detenido por ser sacerdote, fue cruelmente torturado por orden de la misma reina Isabel I, y terminó su martirio al ser colgado en Tyburn. (1595)
6*. En Angers, población de Francia, beato Natal Pinot, presbítero y mártir, el cual, en tiempo de la Revolución Francesa, mientras se preparaba para celebrar Misa como párroco que era, fue detenido y, revestido con los ornamentos litúrgicos a modo de burla, le llevaron al patíbulo como al altar del sacrificio. (1794)
7*. En Turín, ciudad de la región italiana de Piamonte, beata María Enriqueta (Ana Catalina) Dominici, de la Congregación de Hermanas de Santa Ana y de la Providencia, que gobernó sabiamente y engrandeció su Instituto durante treinta años, hasta el día de su muerte. (1894)

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