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domingo, 9 de enero de 2022

Domingo 13 febrero 2022, VI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.

SOBRE LITURGIA

VISITA AL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO MAYOR CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LA CONFIANZA
"LECTIO DIVINA" DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Capilla del Seminario. Miércoles 15 de febrero de 2012

Eminencia,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos seminaristas,
queridos hermanos y hermanas:

Para mí siempre es una gran alegría ver, en el día de la Virgen de la Confianza, a mis seminaristas, los seminaristas de Roma, en camino hacia el sacerdocio, y ver de este modo a la Iglesia del mañana, la Iglesia que vive siempre.

Hoy hemos escuchado un texto —lo escuchamos y lo meditamos— de la Carta a los Romanos: san Pablo habla a los Romanos y, por lo tanto, nos habla a nosotros, porque habla a los romanos de todos los tiempos. Esta Carta no es sólo la más grande de san Pablo, sino que es también extraordinaria por su peso doctrinal y espiritual. Es extraordinaria también porque se trata de una carta escrita a una comunidad que él no había fundado y tampoco había visitado. Escribe para anunciar su visita y expresar el deseo de visitar Roma, y anuncia los contenidos esenciales de su kerygma; de este modo prepara a la ciudad para su visita. Escribe a esta comunidad, a la que no conoce personalmente, porque es el Apóstol de los paganos —del paso del Evangelio de los judíos a los paganos— y Roma es la capital de los paganos y, por tanto, también el centro, en definitiva, de su mensaje. Aquí debe llegar su Evangelio, para que llegue realmente al mundo pagano. Llegará, pero de modo diverso de como lo había pensado. San Pablo llegará encadenado por Cristo y precisamente encadenado se sentirá libre de anunciar el Evangelio.

En el primer capítulo de la Carta a los Romanos, dice también: de vuestra fe, de la fe de la Iglesia de Roma se habla en todo el mundo (cf. 1, 8). Lo memorable de la fe de esta Iglesia es que se habla de ella en el mundo entero, y podemos reflexionar cómo está hoy. También hoy se habla mucho de la Iglesia de Roma, de muchas cosas, pero esperamos que se hable también de nuestra fe, de la fe ejemplar de esta Iglesia, y pidamos al Señor que logremos que no se hable de tantas cosas, sino de la fe de la Iglesia de Roma.

El texto leído (Rm 12, 1-2) es el principio de la cuarta y última parte de la Carta a los Romanos y comienza con las palabras «Os exhorto» (v. 1). Normalmente se dice que se trata de la parte moral, que sigue a la parte dogmática, pero en el pensamiento de san Pablo, y también en su lenguaje, no se pueden dividir así las cosas: esta palabra, «exhorto», en griego parakalo, contiene en sí la palabra paraklesisparakletos; tiene una profundidad que va mucho más allá de la moralidad; es una palabra que ciertamente implica amonestación, pero también consuelo, atención al otro, ternura paterna, más aún, materna. La palabra «misericordia» —en griego oiktirmon y en hebreo rachamim, seno materno— expresa la misericordia, la bondad, la ternura de una madre. Y cuando san Pablo exhorta, todo esto está implícito: habla con el corazón, habla con la ternura del amor de un padre y no sólo habla él. San Pablo dice «por la misericordia de Dios» (v. 1): se hace instrumento del hablar de Dios, se hace instrumento del hablar de Cristo; Cristo nos habla a nosotros con esta ternura, con este amor paterno, con este atención a nosotros. Y así no sólo apela a nuestra moralidad y a nuestra voluntad, sino también a la Gracia que está en nosotros, para que dejemos actuar a la Gracia. Es casi un acto en el que la Gracia dada en el Bautismo se hace operante en nosotros, debería ser operante en nosotros; así la Gracia, el don de Dios, y nuestra cooperación van juntos.

¿A qué exhorta, en este sentido, san Pablo? «Ofreced vuestros cuerpos como sparaklesisparakletos» (v. 1). «Ofreced vuestros cuerpos»: habla de la liturgia, habla de Dios, de la prioridad de Dios, pero no habla de liturgia como ceremonia, habla de liturgia como vida. Nosotros mismos, nuestro cuerpo; nosotros en nuestro cuerpo y como cuerpo debemos ser liturgia. Esta es la novedad del Nuevo Testamento, y lo veremos también después: Cristo se ofrece a sí mismo y así sustituye todos los demás sacrificios. Y quiere «atraernos» a nosotros mismos a la comunión de su Cuerpo: nuestro cuerpo juntamente con el suyo se convierte en gloria de Dios, se transforma en liturgia. Así la palabra «ofrecer» —en griego parastesai— no es sólo una alegoría; alegóricamente también nuestra vida sería una liturgia, pero al contrario, la verdadera liturgia es la de nuestro cuerpo, de nuestro ser en el Cuerpo de Cristo, como Cristo mismo hizo la liturgia del mundo, la liturgia cósmica, que tiende a atraer a todos hacia sí.

«En vuestro cuerpo, ofrecer el cuerpo»: esta palabra indica al hombre en su totalidad indivisible —al final— entre alma y cuerpo, entre espíritu y cuerpo; en el cuerpo somos nosotros mismos, y el cuerpo animado por el alma, el cuerpo mismo, debe ser la realización de nuestra adoración. Y pensemos —tal vez yo diría que cada uno de nosotros después reflexione sobre esta palabra— que nuestro vivir diario en nuestro cuerpo, en las cosas pequeñas, debería estar inspirado, impregnado, inmerso en la realidad divina, debería convertirse en acción juntamente con Dios. Esto no quiere decir que debemos pensar siempre en Dios, sino que debemos estar realmente penetrados por la realidad de Dios, de forma que toda nuestra vida —y no sólo algunos pensamientos— sea liturgia, sea adoración. San Pablo dice luego: «Ofreced vuestros cuerpos como sacrifico vivo» (v. 1): la palabra griega es logike latreia y así aparece en el Canon Romano, en la primera plegaria eucarística, «rationabile obsequium». Es una definición nueva del culto, pero preparada tanto en el Antiguo Testamento, como en la filosofía griega. Por así decir, son dos ríos que llevan hacia este punto y se unen en la nueva liturgia de los cristianos y de Cristo. Antiguo Testamento: desde el inicio comprendieron que Dios no tiene necesidad de toros, de cabritos, de estas cosas. En el Salmo 50 [49], Dios dice: ¿Comeré yo carne de toros? ¿Beberé sangre de cabritos? Yo no necesito estas cosas, no me agradan. Yo no bebo y no como estas cosas. No son sacrificio para mí. Sacrificio es la alabanza de Dios; si vosotros venís a mí, es alabanza de Dios (cf. vv. 13-15.23). Así el camino del Antiguo Testamento va hacia un punto en el que estas cosas exteriores, símbolos, sustituciones, desaparecen y el hombre mismo se transforma en alabanza de Dios.

Lo mismo sucede en el mundo de la filosofía griega. También aquí se comprende cada vez más que no se puede glorificar a Dios con estas cosas —con animales y ofrendas—, sino que sólo el «logos» del hombre, su razón convertida en gloria de Dios, es realmente adoración, y la idea es que el hombre debería salir de sí mismo y unirse al «Logos», a la gran Razón del mundo y así ser verdaderamente adoración. Pero aquí falta algo: el hombre, según esta filosofía, debería dejar —por decirlo así— el cuerpo, espiritualizarse; sólo el espíritu sería adoración. El cristianismo, en cambio, no es simplemente espiritualización o moralización: es encarnación; o sea, Cristo es el «Logos», es la Palabra encarnada, y él nos recoge a todos, de forma que en él y con él, en su Cuerpo, como miembros de este Cuerpo nos convertimos realmente en glorificación de Dios. Tengamos presente esto: por una parte ciertamente salir de estas cosas materiales por un concepto más espiritual de adoración de Dios, pero llegar a la encarnación del espíritu, llegar al punto en que nuestro cuerpo sea reasumido en el Cuerpo de Cristo y nuestra alabanza de Dios no sea pura palabra, pura actividad, sino que sea realidad de toda nuestra vida. Creo que debemos reflexionar sobre esto y pedir a Dios que nos ayude para que el espíritu se convierta en carne también en nosotros, y la carne se llene del Espíritu de Dios.

Encontramos la misma realidad también en el capítulo cuarto del Evangelio de san Juan, donde el Señor dice a la samaritana: En el futuro no se adorará en esa colina o en aquella otra, con estos u otros ritos; se adorará en espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 21-23). Ciertamente, es espiritualización, salir de estos ritos carnales, pero este espíritu, esta verdad no es cualquier espíritu abstracto: el espíritu es el Espíritu Santo, y la verdad es Cristo. Adorar en espíritu y en verdad quiere decir realmente entrar a través del Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, en la verdad del ser. Y así llegamos a ser verdad y nos transformamos en glorificación de Dios. Llegar a ser verdad en Cristo exige nuestra implicación total.

Y luego continuamos: «Santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual» (Rm 12, 1). Segundo versículo: después de esta definición fundamental de nuestra vida como liturgia de Dios, encarnación de la Palabra en nosotros, cada día, con Cristo —la Palabra encarnada—, san Pablo prosigue: «No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente» (v. 2). «No os amoldéis a este mundo». Existe un no conformismo del cristiano, que no se deja conformar. Esto no quiere decir que nosotros queramos huir del mundo, que a nosotros no nos interese el mundo; al contrario, queremos transformarnos nosotros mismos y dejarnos transformar, transformando así el mundo. Y debemos tener presente que en el Nuevo Testamento, sobre todo en el Evangelio de San Juan, la palabra «mundo» tiene dos significados e indica por tanto el problema y la realidad de la que se trata. Por una parte, el «mundo» creado por Dios, amado por Dios, hasta el punto de darse a sí mismo y dar su Hijo por este mundo; el mundo es criatura de Dios, Dios lo ama y quiere darse a sí mismo para que el mundo sea realmente creación y respuesta a su amor. Pero está también el otro concepto de «mundo», kosmos houtos: el mundo que está en el mal, que está bajo el poder del mal, que refleja el pecado original. Hoy vemos este poder del mal, por ejemplo, en dos grandes poderes, que por sí mismos son útiles y buenos, pero de los que se puede abusar fácilmente: el poder de las finanzas y el poder de los medios de comunicación social. Ambos son necesarios, porque pueden ser útiles, pero se puede abusar de ellos tan fácilmente que a menudo se convierten en lo contrario de sus verdaderas intenciones.

Vemos cómo el mundo de las finanzas puede dominar al hombre, cómo el tener y el aparentar dominan el mundo y lo esclavizan. El mundo de las finanzas no representa ya un instrumento para favorecer el bienestar, para favorecer la vida del hombre, sino que se transforma en un poder que lo oprime, que debe ser casi adorado: «Mammona», la verdadera divinidad falsa que domina el mundo. Contra este conformismo de la sumisión a este poder debemos ser no conformistas: no cuenta el tener; lo que cuenta es el ser. No nos sometamos a este poder, más bien utilicémoslo como medio, pero con la libertad de los hijos de Dios.

Luego está el otro poder, el de la opinión pública. Ciertamente, tenemos necesidad de informaciones, de conocimientos de la realidad del mundo, pero puede ser también un poder de la apariencia; al final, cuanto se ha dicho cuenta más que la realidad misma. Una apariencia se superpone a la realidad, llega a ser más importante, y el hombre ya no sigue la verdad de su ser, sino que quiere sobre todo aparentar, ser conforme a estas realidades. Y también contra esto está el no conformismo cristiano: no queremos siempre «ser conformados», alabados; no queremos la apariencia, sino la verdad, y esto nos da libertad, la verdadera libertad cristiana: el librarse de esta necesidad de agradar, de hablar como la masa cree que debería ser, y tener la libertad de la verdad, y así recrear el mundo de una manera que no se vea oprimido por la opinión, por la apariencia que ya no deja aflorar la realidad misma; el mundo virtual se vuelve más verdadero, más fuerte, y ya no se ve el mundo real de la creación de Dios. El no conformismo del cristiano nos redime, nos restituye a la verdad. Pidamos al Señor que nos ayude a ser hombres libres en este no conformismo, que no está contra el mundo, sino que es el verdadero amor al mundo.

Y san Pablo continúa: «Transformaos por la renovación de vuestra mente» (v. 2). Dos palabras muy importantes: «transformar», del griego metamorphon, y «renovar», en griego anakainosis. Transformarnos a nosotros mismos, dejarnos transformar por el Señor en la forma de la imagen de Dios, transformarnos cada día de nuevo, a través de su realidad, en la verdad de nuestro ser. Y «renovación»; esta es la verdadera novedad: que no nos sometamos a las opiniones, a las apariencias, sino a la Gracia de Dios, a su revelación. Dejémonos formar, plasmar para que aparezca realmente en el hombre la imagen de Dios.

«Por la renovación —dice san Pablo de modo sorprendente para mí— de vuestra mente». Así pues, esta renovación, esta transformación comienza con la renovación de la mente. San Pablo dice «o nous»: es necesario renovar todo nuestro modo de razonar, la razón misma. Es necesario renovarla no según las categorías de lo acostumbrado; renovar quiere decir realmente dejarnos iluminar por la Verdad que nos habla en la Palabra de Dios. Así, finalmente, aprender el nuevo modo de pensar, que es el modo que no obedece al poder y al tener, al aparentar, etc., sino que obedece a la verdad de nuestro ser que habita profundamente en nosotros y que se nos da nuevamente en el Bautismo.

«Renovación de la mente»: cada día es una tarea precisamente en el camino del estudio de la teología, de la preparación para el sacerdocio. Estudiar bien la teología, espiritualmente, pensarla a fondo, meditar la Escritura cada día; este modo de estudiar la teología con la escucha de Dios mismo que nos habla es el camino de renovación de la mente, de transformación de nuestro ser y del mundo.

Y, por último, dice san Pablo: «para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (v. 2). Discernir la voluntad de Dios: Esto sólo lo podemos aprender en un camino obediente, humilde, con la Palabra de Dios, con la Iglesia, con los sacramentos, con la meditación de la Sagrada Escritura. Conocer y discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno. Esto es fundamental en nuestra vida.

Y, en el día de la Virgen de la Confianza, vemos en ella precisamente la realidad de todo esto, la persona que es realmente nueva, que es realmente transformada, que es realmente sacrificio vivo. La Virgen ve la voluntad de Dios, vive en la voluntad de Dios, dice «sí», y este «sí» de la Virgen es todo su ser, y así nos muestra el camino, nos ayuda.

Por lo tanto, en este día oremos a la Virgen, que es el icono vivo del hombre nuevo. Que ella nos ayude a transformar, a dejar transformar nuestro ser, a ser realmente hombres nuevos, y a ser también después, si Dios quiere, pastores de su Iglesia. Gracias.

CALENDARIO

13 + VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Misa
del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Jer 17, 5-8.
Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor.
- Sal 1. R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
- 1 Cor 15, 12. 16-20. Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.
- Lc 6, 17. 20-26. Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos.

¿En quién tenemos nuestra confianza? ¿En nosotros mismos, en nuestra fuerza, en el dinero y los bienes materiales? (cf. 1 lect.). «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor» (sal. resp.). «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. […] ¡Ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo» (Ev.). Ser cristiano supone confiar en Dios por encima de todo, viviendo la pobreza evangélica. En la práctica, esto se traduce en estar más cerca de los pobres, de los que sufren, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales, sabiendo que a Dios no lo vamos a ganar en generosidad. Ese es el camino de los justos, que nos lleva a las fuentes de donde brota la vida verdadera (cf. orac. después de la comunión).

* COLECTA DE LA CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE EN EL MUNDO (dependiente de la CEE, obligatoria): Liturgia del día, monición justificativa de la colecta y colecta.
* Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 14 de febrero, pág. 163.
CALENDARIOS: Palencia: Aniversario de la muerte de Mons. Anastasio Granados García, obispo (1978).

TEXTOS MISA

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Antífona de entrada Cf. Sal 30, 3-4
Sé la roca de mi refugio, oh, Dios, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y aliméntame.
Esto mihi in Deum protectórem, et in locum refúgii, ut salvum me fácias. Quóniam firmaméntum meum et refúgium meum es tu, et propter nomen tuum dux mihi eris, et enútries me.

Monición de entrada
Cada domingo nos reunimos para celebrar nuestra fe en Jesucristo, cuya entrega da sentido a nuestra entrega cotidiana y cuya palabra nos orienta y nos enseña con palabras de vida. Alegrémonos y cantemos con fuerza porque el Señor resucitado nos convoca para renovar nuestras vidas y alentamos en el camino de los bienaventurados y sencillos que ponen todo su corazón en Dios.

Acto penitencial
Todo como en el ordinario de la misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Tú, que al encarnarte te has hecho compañero en nuestro camino: Señor ten piedad.
R. Señor ten piedad.
- Tú, que al morir en la cruz te has revelado como el Hijo de Dios: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que al resucitar de entre los muertos has abierto las puertas a nuestra esperanza: Señor, ten piedad.
R. Señor ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

Se dice Gloria.

Oración colecta
Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes habitar en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui te in rectis et sincéris manére pectóribus ásseris, da nobis tua grátia tales exsístere, in quibus habitáre dignéris. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del VI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA Jer 17, 5-8
Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor
Lectura del libro del profeta Jeremías.

Esto dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6 (R.: Sal 39, 5a)
R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Beátus vir qui pósuit Dóminum spem suam.

V. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Beátus vir qui pósuit Dóminum spem suam.

V. Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. 
R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Beátus vir qui pósuit Dóminum spem suam.

V. No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.
R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Beátus vir qui pósuit Dóminum spem suam.

SEGUNDA LECTURA 1 Cor 15, 12. 16-20
Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?
Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido.
Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad.
Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Lc 6, 23ab
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Alegraos y saltad de gozo —dice el Señor—, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. R.
Gaudéte in illa die et exsultáte, dicit Dóminus; ecce enim merces vestra multa in cælo.

EVANGELIO Lc 6, 17. 20-26
Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Plaza de San Pedro. Domingo, 17 de febrero de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Lc 6, 17-20-26) nos presenta las Bienaventuranzas en la versión de San Lucas. El texto está articulado en cuatro Bienaventuranzas y cuatro admoniciones formuladas con la expresión “¡ay de vosotros!”. Con estas palabras, fuertes e incisivas, Jesús nos abre los ojos, nos hace ver con su mirada, más allá de las apariencias, más allá de la superficie, y nos enseña a discernir las situaciones con la fe.
Jesús declara bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos, a los perseguidos; y amonesta a los ricos, saciados, que ríen y son aclamados por la gente. La razón de esta bienaventuranza paradójica radica en el hecho de que Dios está cerca de los que sufren e interviene para liberarlos de su esclavitud; Jesús lo ve, ya ve la bienaventuranza más allá de la realidad negativa. E igualmente, el “¡ay de vosotros!”, dirigido a quienes hoy se divierten sirve para “despertarlos” del peligroso engaño del egoísmo y abrirlos a la lógica del amor, mientras estén a tiempo de hacerlo.
La página del Evangelio de hoy nos invita, pues, a reflexionar sobre el profundo significado de tener fe, que consiste en fiarnos totalmente del Señor. Se trata de derribar los ídolos mundanos para abrir el corazón al Dios vivo y verdadero; solo él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y sin embargo tan difícil de alcanzar. Hermanos y hermanas, hay muchos, también en nuestros días, que se presentan como dispensadores de felicidad: vienen y prometen éxito en poco tiempo, grandes ganancias al alcance de la mano, soluciones mágicas para cada problema, etc. Y aquí es fácil caer sin darse cuenta en el pecado contra el primer mandamiento: es decir, la idolatría, reemplazando a Dios con un ídolo. ¡La idolatría y los ídolos parecen cosas de otros tiempos, pero en realidad son de todos los tiempos! También de hoy. Describen algunas actitudes contemporáneas mejor que muchos análisis sociológicos.
Por eso Jesús abre nuestros ojos a la realidad. Estamos llamados a la felicidad, a ser bienaventurados, y lo somos desde el momento en que nos ponemos de la parte de Dios, de su Reino, de la parte de lo que no es efímero, sino que perdura para la vida eterna. Nos alegramos si nos reconocemos necesitados ante Dios, y esto es muy importante: “Señor, te necesito”, y si como Él y con Él estamos cerca de los pobres, de los afligidos y de los hambrientos. Nosotros también lo somos ante Dios: somos pobres, afligidos, tenemos hambre ante Dios. Somos capaces de alegría cada vez que, poseyendo los bienes de este mundo, no los convertimos en ídolos a los que vender nuestra alma, sino que somos capaces de compartirlos con nuestros hermanos. Hoy, la liturgia nos invita una vez más a cuestionarnos y a hacer la verdad en nuestros corazones.
Las Bienaventuranzas de Jesús son un mensaje decisivo, que nos empuja a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no buscar la felicidad siguiendo a los vendedores de humo —que tantas veces son vendedores de muerte—, a los profesionales de la ilusión. No hay que seguirlos, porque son incapaces de darnos esperanza. El Señor nos ayuda a abrir los ojos, a adquirir una visión más penetrante de la realidad, a curarnos de la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia. Con su palabra paradójica nos sacude y nos hace reconocer lo que realmente nos enriquece, nos satisface, nos da alegría y dignidad. En resumen, lo que realmente da sentido y plenitud a nuestras vidas. ¡Qué la Virgen María nos ayude a escuchar este Evangelio con una mente y un corazón abiertos, para que dé fruto en nuestras vidas y seamos testigos de la felicidad que no defrauda, la de Dios que nunca defrauda!

Homilía en santa Marta, Jueves 24 de mayo de 2018
Esclavos de las riquezas
La epístola de Santiago (St 5, 1-6), dice: "el jornal defraudado a los obreros (…) está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor". Y yo repito lo que dice el apóstol a los ricos, no con medias palabras, sino diciendo las cosas con fuerza: "Vuestra riqueza está corrompida". Y Jesús no dijo menos: "¡Ay de vosotros los ricos!", en la primera invectiva después de las Bienaventuranzas en la versión de Lucas (Lc 6, 24). "¡Ay de vosotros los ricos!". Si uno hiciese hoy una homilía así, en los periódicos del día siguiente dirían: "¡Ese cura es comunista!". ¡La pobreza está en el centro del Evangelio! La predicación sobre la pobreza está en el centro de la predicación de Jesús: "Bienaventurados los pobres" es la primera Bienaventuranza (Mt 5, 3). Y el carnet de identidad con el que se presenta Jesús al volver a su pueblo, Nazaret, en la sinagoga, es: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres" (Lc 4, 18). Pero siempre, en la historia, hemos tenido la debilidad de intentar eliminar esa predicación sobre la pobreza, creyendo que es algo social, político. ¡No! Es Evangelio puro, es Evangelio puro.
¿Por qué una predicación tan dura? Porque las riquezas son una idolatría, son capaces de seducción. Jesús mismo dice que "nadie puede servir a dos señores" (Mt 6, 24): ¡o sirves a Dios o sirves a las riquezas! Da categoría de ‘señor’ a las riquezas, es decir, la riqueza te agarra y no te suelta, yendo contra el primer mandamiento: amar a Dios con todo el corazón. Además, las riquezas van también contra el segundo mandamiento, porque destruyen el trato armonioso entre los hombres, arruinan la vida, arruinan el alma. Acordaos de la parábola del rico Epulón -que solo pensaba en la buena vida, fiestas y vestidos lujosos- y del pobre Lázaro, que no tenía nada. Las riquezas nos quitan la armonía con los hermanos, el amor al prójimo, y nos vuelven egoístas. Santiago reclama el salario de los trabajadores que han cosechado en las tierras de los ricos y que no han sido pagados: alguno podrá confundir al apóstol Santiago con un sindicalista. Sin embargo, es el apóstol que habla bajo la inspiración del Espíritu Santo. Parece algo de hoy. También aquí, en Italia, para salvar los grandes capitales, se deja a la gente sin trabajo. Eso va contra el segundo mandamiento, y quien hace eso: "¡Ay de vosotros!". No lo digo yo, sino Jesús. Ay de vosotros que abusáis de la gente, que explotáis el trabajo, que pagáis en negro, que no pagáis la aportación a las pensiones, que no dais vacaciones. ¡Ay de vosotros! Hacer ‘descuentos’, hacer trampas sobre lo que se debe pagar, sobre el salario, es pecado, es pecado. "No, padre, yo voy a Misa todos los domingos y voy a aquella asociación católica y soy muy católico y hago la novena de…". ¿Pero no pagas? Esa injusticia es pecado mortal. No estás en gracia de Dios. No lo digo yo, lo dice Jesús, lo dice el apóstol Santiago. Por eso, las riquezas te alejan del segundo mandamiento, del amor al prójimo.
Las riquezas tienen la capacidad de hacerte esclavo. Por eso, animo a hacer un poco más de oración y un poco más de penitencia, no a los pobres sino a los ricos. No eres libre ante las riquezas. Para serlo, debes tomar distancia y rezar al Señor. Si el Señor te ha dado riquezas es para darlas a los demás, para hacer en su nombre tantas cosas buenas por los demás. Pero las riquezas tienen esa capacidad de seducirnos, y si caemos en esa seducción, somos esclavos de las riquezas.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo 14 de febrero de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
El año litúrgico es un gran camino de fe, que la Iglesia realiza siempre precedida por la Virgen Madre María. En los domingos del tiempo ordinario, este itinerario está marcado este año por la lectura del Evangelio de san Lucas, que hoy nos acompaña "en un paraje llano" (Lc 6, 17), donde Jesús se detiene con los Doce y donde se reúne una multitud de otros discípulos y de gente llegada de todas partes para escucharlo. En ese marco se sitúa el anuncio de las "bienaventuranzas" (Lc 6, 20-26; cf. Mt 5, 1-12). Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, dice: "Dichosos los pobres... Dichosos los que ahora tenéis hambre... Dichosos los que lloráis... Dichosos vosotros cuando los hombres... proscriban vuestro nombre" por mi causa. ¿Por qué los proclama dichosos? Porque la justicia de Dios hará que sean saciados, que se alegren, que sean resarcidos de toda acusación falsa, en una palabra, porque ya desde ahora los acoge en su reino. Las bienaventuranzas se basan en el hecho de que existe una justicia divina, que enaltece a quien ha sido humillado injustamente y humilla a quien se ha enaltecido (cf. Lc 14, 11). De hecho, el evangelista san Lucas, después de los cuatro "dichosos vosotros", añade cuatro amonestaciones: "Ay de vosotros, los ricos... Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados... Ay de vosotros, los que ahora reís" y "Ay si todo el mundo habla bien de vosotros", porque, como afirma Jesús, la situación se invertirá, los últimos serán primeros y los primeros últimos" (cf. Lc 13, 30).
Esta justicia y esta bienaventuranza se realizan en el "reino de los cielos" o "reino de Dios", que tendrá su cumplimiento al final de los tiempos, pero que ya está presente en la historia. Donde los pobres son consolados y admitidos al banquete de la vida, allí se manifiesta la justicia de Dios. Esta es la tarea que los discípulos del Señor están llamados a realizar también en la sociedad actual. Pienso en la realidad del albergue de la Cáritas romana en la estación Termini, que visité esta mañana: de corazón animo a quienes colaboran en esta benemérita institución y a cuantos, en todas partes del mundo, se comprometen gratuitamente en obras similares de justicia y de amor.
Al tema de la justicia he dedicado este año el Mensaje de la Cuaresma, que comenzará el próximo miércoles, llamado de Ceniza. Por tanto, hoy deseo entregarlo idealmente a todos, invitando a leerlo y a meditarlo. El Evangelio de Cristo responde positivamente a la sed de justicia del hombre, pero de modo inesperado y sorprendente. Jesús no propone una revolución de tipo social y político, sino la del amor, que ya ha realizado con su cruz y su resurrección. En ellas se fundan las bienaventuranzas, que proponen el nuevo horizonte de justicia, inaugurado por la Pascua, gracias al cual podemos ser justos y construir un mundo mejor.
Queridos amigos, dirijámonos ahora a la Virgen María. Todas las generaciones la proclaman "dichosa", porque creyó en la buena noticia que el Señor le anunció (cf. Lc 1, 45.48). Dejémonos guiar por ella en el camino de la Cuaresma, para ser liberados del espejismo de la autosuficiencia, reconocer que tenemos necesidad de Dios, de su misericordia, y entrar así en su reino de justicia, de amor y de paz.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo C. Sexto domingo del Tiempo Ordinario
La esperanza cristiana se desarrolla en el anuncio de las Bienaventuranzas
1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en "la esperanza que no falla" (Rm 5, 5). La esperanza es "el ancla del alma", segura y firme, "que penetra… adonde entró por nosotros como precursor Jesús" (Hb 6, 19 - 20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: "Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación" (1Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: "Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación" (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.
La pobreza de corazón; el Señor se entristece por los ricos.
2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a todo y a todos y les propone "renunciar a todos sus bienes" (Lc 14, 33) por él y por el Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
2545 "Todos los cristianos… han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto" (LG 42).
2546 "Bienaventurados los pobres en el espíritu" (Mt 5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres de quienes es ya el Reino (Lc 6, 20):
El Verbo llama "pobreza en el Espíritu" a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el Apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: "Se hizo pobre por nosotros" (2 Co 8, 9) (S. Gregorio de Nisa, beat, 1).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (Lc 6, 24). "El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los Cielos" (S. Agustín, serm. Dom. 1, 1). El abandono en la Providencia del Padre del Cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
La esperanza en la Resurrección
655 Por último, la Resurrección de Cristo - y el propio Cristo resucitado - es principio y fuente de nuestra resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron… del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En El los cristianos "saborean los prodigios del mundo futuro" (Hb 6, 5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquél que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).
989 Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39 - 40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad:
"Si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Rm 8, 11; cf. 1Ts 4, 14; 1Co 6, 14; 2Co 4, 14; Flp 3, 10-11).
990 El término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.
991 Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. "La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella" (Tertuliano, res. 1. 1):
"¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe… ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron" (1 Co 15, 12-14. 20).
1002 Si es verdad que Cristo nos resucitará en "el último día", también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo:
"Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos… Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios" (Col 2, 12; Col 3, 1).
1003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece "escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos "manifestaremos con El llenos de gloria" (Col 3, 4).

Se dice Credo.

Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios. Dichosos los que ponen su confianza en él.
- Por los que en la Iglesia dedican su vida al servicio de los más necesitados, para que su dicha y abnegación sirva de estímulo. Roguemos al Señor.
- Por los que acumulan riqueza, insensibles al mundo de la pobreza, para que al menos sepan que los pobres están a la puerta y aguardan las migajas de su banquete. Roguemos al Señor.
- Por los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los despreciados, para que puedan entender las Bienaventuranzas. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que no caigamos en la tentación de confiar en el dinero como supremo valor. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo, que pone su confianza en ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Señor, que esta oblación nos purifique y nos renueve, y sea causa de eterna recompensa para los que cumplen tu voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Haec nos oblátio, quaesumus, Dómine, mundet et rénovet, atque tuam exsequéntibus voluntátem fiat causa remuneratiónis aetérnae. Per Christum.

PREFACIO VI DOMINICAL DEL TIEMPO ORDINARIO
LA PRENDA DE NUESTRA PASCUA ETERNA
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
En ti vivimos, nos movemos y existimos; y, todavía en nuestro cuerpo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura; pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu, por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos.
Por eso, te alabamos con todos los ángeles, aclamándote llenos de alegría:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
In quo vívimus, movémur et sumus, atque in hoc córpore constitúti non solum pietátis tuae cotidiános experímur efféctus, sed aeternitátis étiam pígnora iam tenémus. Primítias enim Spíritus habéntes, per quem suscitásti Iesum a mórtuis, paschále mystérium sperámus nobis esse perpétuum.
Unde et nos cum ómnibus Angelis te laudámus, iucúnda celebratióne clamántes:

Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO

Antífona de comunión Cf. SaI 77, 29-30

Comieron y se hartaron, así el Señor satisfizo su avidez; no los defraudó según su deseo.
Manducavérunt, et saturáti sunt nimis, et desidérium eórum áttulit eis Dóminus; non sunt fraudáti a desidério suo.
O bien: Jn 3,16
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Sic Deus diléxit mundum, ut Fílium suum Unigénitum daret, ut omnis qui credit in eum non péreat, sed hábeat vitam aetérnam.

Oración después de la comunión
Alimentados con las delicias del cielo, te pedimos, Señor, que procuremos siempre aquello que nos asegura la vida verdadera. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Caeléstibus, Dómine, pasti delíciis, quaesumus, ut semper éadem, per quae veráciter vívimus, appetámus. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 14 de febrero
F
iesta de los santos Cirilo, monje, y Metodio, obispo, hermanos nacidos en Tesalónica, que enviados a Moravia por el obispo Focio de Constantinopla para predicar la fe cristiana, allí crearon signos propios para traducir del griego a la lengua eslava los libros sagrados. En un posterior viaje a Roma, Cirilo, que antes se llamaba Constantino, enfermó, y habiendo profesado como monje, descansó en el Señor en este día. Metodio, constituido obispo de Sirmium por el papa Adriano II, evangelizó la región de Panonia, y en todas las dificultades que soportó fue siempre ayudado por los Pontífices Romanos; recibió finalmente el premio celestial por sus trabajos en Velherad, en Moravia, actual Chequia, el día seis de abril. (869 y 885)
2. En Roma, en la vía Flaminia, cerca del puente Milvio, san Valentín, mártir. (s. inc.)
3. En la ciudad de Spoleto, en la región italiana de Umbría, san Vital, mártir, santificado por la fe conservada y su imitación de Cristo. (s. inc.)
4. En Roma, en el cementerio de Pretextato, en la vía Apia, san Zenón, mártir. (s. inc.)
5. En Alejandría de Egipto, conmemoración de los santos mártires Basiano, Tonión, Proto y Lucio, que fueron arrojados al mar; Cirión, presbítero, Agatón, exorcista, y Moisés, que quemaron vivos; y Dionisio y Ammonio, que entraron en la gloria eterna tras ser decapitados. (s. inc.)
6. En Ravena, ciudad de la vía Flaminia romana, san Eleucadio, obispo. (s. III)
7. En el monte Scopa, en Bitinia, actual Turquía, san Auxencio, presbítero y archimandrita, que desde el lugar donde vivía defendió la fe de Calcedonia con la potente voz de sus virtudes. (s. V)
8*. Conmemoración de san Nostriano, obispo de Nápoles, en Italia. (c. 450)
9. En Sorrento, lugar de la región también italiana de Campania, san Antonino, abad, que al ser destruido su monasterio por los lombardos se refugió en la soledad. (c. 830)
10. En Córdoba, ciudad de España, san Juan Bautista de la Concepción García, presbítero de la Orden de la Santísima Trinidad, que, habiendo iniciado la renovación de su Orden, la culminó con gran esfuerzo en medio de dificultades y persecuciones. (1613)
11*. En Valencia, también en España, beato Vicente Vilar David, mártir, el cual, en la persecución contra la religión, acogió en su casa a sacerdotes y religiosos, y prefirió morir antes que renegar de su fe. (1937)

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