Ed. española 1979.
BENDICIÓN DE UNA ABADESA
BENDICIÓN DE UNA ABADESA
NORMAS GENERALES
1. La bendición de la abadesa tendrá lugar con la participación de una asamblea de religiosas y fieles, en domingo o en día de fiesta, a no ser que razones pastorales aconsejen otra cosa.
Se dice la misa correspondiente a la liturgia del día o la misa ritual para la bendición de un abad o una abadesa, según los casos.
2. El obispo del lugar en que se halla el monasterio es quien habitualmente celebra la bendición de la abadesa. Pero puede permitir, con justa causa, que la haga otro obispo o un abad.
3. La elegida, a quien asisten dos religiosas de su monasterio, ocupa un lugar en el presbiterio, fuera de la clausura, de modo que pueda acercarse fácilmente al obispo o al prelado que celebra la bendición, y que las religiosas y el pueblo puedan seguir y participar fácilmente en la celebración.
4. Además de todo lo necesario para la celebración de la misa, prepárese:
a) el Pontifical romano;
b) el libro de la Regla y el anillo, si éste se va a entregar;
c) el cáliz o los cálices de tamaño suficiente para administrar la comunión bajo las dos especies.
5. La bendición de la elegida hágase normalmente en la cátedra, pero, si es necesario para la participación de los fieles, prepárese una sede para el obispo o el prelado que celebra la bendición ante el altar o en otro lugar más conveniente; las sedes para la elegida y las religiosas asistentes colóquense en tal forma que las religiosas y fieles puedan seguir la acción litúrgica y verla con facilidad.
LITURGIA DE LA PALABRA
Antes de empezar la celebración, el prelado, con los ministros y el clero, se acerca a la puerta de la clausura. La elegida, con las dos religiosas asistentes, sale y ocupa su puesto en la procesión a la iglesia, inmediatamente delante del prelado.
Lecturas
Los ritos iniciales y la liturgia de la palabra se desarrollan según las normas comunes, teniendo en cuenta lo siguiente:
a) Las lecturas pueden tomarse, todas o en parte, de la misa del día o del Leccionario para la celebración de la bendición de un abad o una abadesa.
b) Si el prelado que celebra la bendición hace una exhortación dentro del rito, como aparece más adelante, se omite la homilía.
c) No se dice el Credo, aunque lo prescriban las rúbricas de la liturgia del dia.
d) La oración de los fieles está incluida en las letanias.
BENDICIÓN DE LA ABADESA
Después del evangelio, o terminada la homilía, se inicia la bendición de la abadesa El prelado que celebra la bendición, con la mitra puesta, se sienta en la sede preparada.
La elegida es acompañada por las religiosas asistentes hasta la sede del prelado, a quien hace una reverencia.
Petición de la bendición
Una de las religiosas asistentes se dirige al prelado con estas u otras palabras:
Reverendísimo Padre, está aquí presente la elegida por nuestro monasterio de N., de la orden N., de la diócesis de N., a quien, por encargo de la comunidad, presento para que te dignes bendecirla como abadesa de dicho monasterio.
El prelado le pregunta:
¿Sabéis si ha sido elegida legítimamente?
La religiosa le responde:
Lo sabemos, y de ello somos testigos.
El prelado dice:
Te damos gracias, Señor.
Homilía
Estando todos sentados, el prelado dirige una breve alocución a las religiosas, al pueblo y a la elegida.
Examen
Después de la alocución, el prelado pregunta a la elegida, de pie ante él, diciendo:
¿Quieres permanecer en tu santo propósito y guardar la Regla de san N., e instruir diligentemente a tus hermanas para que hagan lo mismo, animándolas al amor de Dios, a la vida según el Evangelio y a la caridad fraterna?
La elegida responde:
Sí, quiero.
El prelado:
¿Quieres mostrar siempre fidelidad, obediencia y acatamiento a las Iglesia, al romano pontifice y a sus sucesores?
La elegida:
Sí, quiero.
El prelado:
¿Quieres obedecer a tu Ordinario en el régimen del monasterio según la legislación canónica y las constituciones de la Congregación?
La elegida:
Sí, quiero.
El prelado:
¿Quieres enseñar a tus hermanas con tu propia vida, con el ejemplo y con hechos más que con palabras?
La elegida:
Sí, quiero.
El prelado:
¿Quieres despertar en tus hermanas la fidelidad a las tradiciones de la vida religiosa, y estimularlas a que contribuyan a la extensión del pueblo de Dios mediante la fecundidad apostólica de la vida contemplativa?
La elegida:
Sí, quiero.
El prelado:
El Señor te conceda cumplir cuanto acabas de prometer, te colme de todos los bienes y te guarde siempre y en todo lugar.
Todos dicen:
Amén.
Letanías de los santos
Luego, todos se levantan, el prelado, sin mitra y con las manos juntas, exhorta al pueblo, diciendo:
Oremos queridos hermanos y hermanas, para que nuestro Dios y Señor acompañe siempre con el don de su gracia a esta sierva suya N., que ha sido elegida para gobernar a sus hermanas.
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Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.
E. inmediatamente, el prelado se arrodilla ante su sede; también los demás se arrodillan.
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La elegida se arrodilla.
Los cantores comienzan las letanias, a las cuales se pueden añadir otros nombres de santos (por ejemplo: del patrono, del titular de la iglesia, del fundador, del patrono de quien recibe la bendición, etc.) o algunas invocaciones más adaptadas a las circunstancias.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros.
San Miguel, ruega por nosotros.
Santos ángeles de Dios, rogad por nosotros.
San Juan Bautista, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
Santos Pedro y Pablo, rogad por nosotros.
San Andrés, ruega por nosotros.
San Juan, ruega por nosotros.
Santa Maria Magdalena, ruega por nosotros.
San Esteban, ruega por nosotros.
San Ignacio de Antioquía, ruega por nosotros.
San Lorenzo, ruega por nosotros.
Santas Perpetua y Felicidad, rogad por nosotros.
Santa Inés, ruega por nosotros.
San Gregorio, ruega por nosotros.
San Agustín, ruega por nosotros.
San Atanasio, ruega por nosotros.
San Basilio, ruega por nosotros.
San Martin, ruega por nosotros.
San Antonio, ruega por nosotros.
San Benito, ruega por nosotros.
San Columbano, ruega por nosotros.
San Beda, ruega por nosotros.
San Romualdo, ruega por nosotros.
San Bruno, ruega por nosotros.
San Bernardo, ruega por nosotros.
San Francisco, ruega por nosotros.
Santo Domingo, ruega por nosotros,
Santa Escolástica, ruega por nosotros.
Santa Clara, ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús, ruega por nosotros.
Santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
Muéstrate propicio, líbranos, Señor.
De todo mal, líbranos, Señor.
De todo pecado, líbranos, Señor.
De la muerte eterna, líbranos, Señor.
Por tu encarnación, líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección, líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo, líbranos, Señor.
Nosotros, que somos pecadores, te rogamos, óyenos.
Para que gobiernes y conserves
a tu santa Iglesia, te rogamos, óyenos.
Para que asistas al papa
y a todos los miembros del clero
en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Para que concedas paz y concordia
a todos los pueblos de la tierra, te rogamos, óyenos.
Para que asocies más plenamente
a la obra de la redención
a cuantos profesan los consejos evangélicos, te rogamos, óyenos.
Para que conserves y aumentes
en todas las familias religiosas
el amor de Cristo
y el espíritu de sus fundadores, te rogamos, óyenos.
Para que nos fortalezcas y asistas
en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Para que bendigas y protejas a esta elegida
para ser abadesa de sus hermanas, te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos, óyenos.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
para ser abadesa de sus hermanas, te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos, óyenos.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
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Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Podéis levantaros.
Y todos se ponen de pie.
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La elegida se pone de pie.
Oración de bendición
La elegida se acerca al prelado y se arrodilla ante él. El prelado, con las manos extendidas, dice una de las siguientes oraciones:
I
Dios, Padre todopoderoso,
que enviaste a tu Hijo al mundo
para que fuera el servidor de los hombres
y, como pastor bueno,
diera su vida por las ovejas,
te suplicamos
que te dignes bendecir + y fortalecer
a esta hija tuya N.,
elegida para abadesa de este monasterio.
Concédele que, por una vida ejemplar,
sea realmente lo que de ella se espera.
Que entienda que es más importante
servir a los demás que mandar.
Inspírale, Señor,
para que actúe con toda solicitud
y pueda moderar y disponer todo,
de manera que todos caminen con alegría
por la vía de tus mandamientos,
actuando siempre en el amor de Cristo,
y en fraterna caridad.
Cólmala, Señor, de los dones de tu Espíritu,
para que despierte en sí misma
y promueva en las demás
la gloria de Dios y el servicio de la Iglesia.
Que nada anteponga a Cristo,
de manera que, cuando llegue el día supremo de su venida,
merezca alcanzar, junto con sus hermanas,
tu reino glorioso
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
O bien esta otra:
II
Atiende, Padre celestial,
las súplicas que te dirigimos,
por tu sierva N.,
que ha sido elegida para regir esta comunidad.
Mírala con misericordia
y concédele en abundancia tus dones.
Dirige sus pasos
por el camino de la salvación y de la paz,
y que siga siempre las huellas de tu Hijo,
para que merezca alcanzar los premios eternos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
O bien esta otra:
III
Señor, mira benigno a tu sierva N.,
elegida para dirigir esta comunidad;
dígnate bendecirla + y santificarla,
para que sus pensamientos y obras
sean gobernados por tu voluntad.
Que inculque en sus hermanas,
con palabra y ejemplo,
el amor de Dios y del prójimo;
a las vanidades del mundo presente,
esté atenta a las necesidades
espirituales y corporales de los hombres.
Que no cese de recomendar a sus hermanas
la oración constante y la lectura sagrada,
y que viva, junto con ellas, según el Evangelio,
para que todas lleguen a los goces celestiales.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
O bien esta otra:
IV
Dios, Padre todopoderoso,
+que enviaste a tu Hijo al mundo
para servir a los hombres
y dar la vida por ellos,
dígnate bendecir + y santificar
a esta sierva tuya N.,
elegida para abadesa de esta comunidad.
Que emplee principalmente su solicitud
en favor de las hermanas que le han sido confiadas;
para que, cuando aparezca el Señor, en el último día,
reciba de él la recompensa por su administración.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
* Entrega del libro de la Regla
Acabada la oración de bendición, el prelado, con la mitra puesta, se sienta La abadesa recién bendecida se acerca para recibir el libro de la Regla de manos del prelado, el cual dice:
Recibe la Regla, trasmitida por los santos Padres,
para que, apoyada en la gracia de Dios,
dentro de los límites de la fragilidad humana,
rijas y custodies a las hermanas
que Dios te ha confiado.
Entrega del anillo
No se hace entrega del anillo si la abadesa ya lo recibió en el día de su profesión y consagración.
Si la abadesa no ha recibido el anillo, el prelado puede colocarlo en el dedo anular de la mano derecha de la abadesa recién bendecida, diciendo:
Recibe este anillo, signo de fidelidad,
para que, con fortaleza de espíritu
y con amor fraterno,
guardes a esta comunidad.
Entonces, la abadesa saluda al prelado y regresa a su sede con sus dos asistentes.
Después de la misa, mientras se canta, si parece oportuno, el himno A ti, oh Dios, te alabamos ( Te Deum) u otro canto apropiado, el prelado conduce a la abadesa a la clausura.
A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre,
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tu rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tu te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un dia
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos
Lo que sigue se puede omitirse:
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.
Si el prelado es el Ordinario del lugar y tiene jurisdicción inmediata sobre las religiosas, conduce a la abadesa hasta su sede en el coro y la hace sentar, a no ser que ya hubiera realizado este signo de autoridad inmediatamente después de su elección.
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