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domingo, 10 de enero de 2021

Domingo 14 febrero 2021, VI Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo B.

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Monición de entrada
Año B

El Señor nos convoca para celebrar la eucaristía en este sexto domingo del tiempo ordinario. La liturgia de hoy nos presenta a Jesús, que cura a un enfermo de lepra. Es un signo del mal que aflige al hombre y lo aleja de Dios, del mundo, de sí mismo. El Señor ha cargado sobre sí el peso de nuestros males para ofrecerlos al Padre con el sacrificio de su propia vida. Dispongamos nuestros corazones para acoger al Señor, que en esta eucaristía pasa a nuestro lado y llena nuestros corazones con su gracia y su amor.

Acto penitencial
Todo como en el ordinario de la misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año B

– Tú, que acoges a todos, porque de todos te compadeces: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
– Tú, que no quieres que nadie se pierda, sino que todos conviertan: Cristo, ten piedad
R. Cristo, ten piedad.
– Tú, que extendiste tus brazos en la cruz para reconciliarnos a todos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del VI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B.

PRIMERA LECTURA Lev 13, 1-2. 44-46
El leproso vivirá solo y tendrá su morado fuera del campamento

Lectura del libro del Levítico.

El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
«Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca una llaga como de lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón, o ante uno de sus hijos sacerdotes.
Se trata de un leproso: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.
El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!”. Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 31, 1-2. 5. 11 (R.: cf. 7)
R.
Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
Tu es refúgium meum, gáudio salútis circúmdas me.

V. Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito
y en cuyo espíritu no hay engaño.
R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
Tu es refúgium meum, gáudio salútis circúmdas me.

V. Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
Tu es refúgium meum, gáudio salútis circúmdas me.

V. Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero.
R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
Tu es refúgium meum, gáudio salútis circúmdas me.

SEGUNDA LECTURA 1 Cor 10, 31-11, 1
Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
Ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios.
No deis motivo de escándalo ni a judíos, ni a griegos, ni a la Iglesia de Dios; como yo, que procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven.
Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Lc 7, 16
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. R.
Prophéta magnus surréxit in nobis, et Deus visitávit plebem suam.

EVANGELIO Mc 1, 40-45
La lepra se le quitó, y quedó limpio
Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
«Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
«Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:
«No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 11 de febrero de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos el Evangelio, según el relato de Marcos, nos presenta a Jesús que cura a los enfermos de todo tipo. En tal contexto se coloca bien la Jornada mundial del enfermo, que se celebra precisamente hoy, 11 de febrero, memoria de la Beata Virgen María de Lourdes. Por eso, con la mirada del corazón dirigida a la gruta de Massabielle, contemplamos a Jesús como verdadero médico de los cuerpos y de las almas, que Dios Padre ha mandado al mundo para curar a la humanidad, marcada por el pecado y por sus consecuencias.
La página del Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 40-45) nos presenta la curación de un hombre enfermo de lepra, patología que en el Antiguo Testamento se consideraba una grave impureza y que implicaba la marginación del leproso de la comunidad: vivían solos. Su condición era realmente penosa, porque la mentalidad de aquel tiempo lo hacía sentir impuro incluso delante de Dios, no solo delante de los hombres. Incluso delante de Dios. Por eso el leproso del Evangelio suplica a Jesús con estas palabras: «Si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1, 40).
Al oír eso, Jesús sintió compasión (Mc 1, 41). Es muy importante fijar la atención en esta resonancia interior de Jesús, como hicimos largamente durante el Jubileo de la Misericordia. No se entiende la obra de Cristo, no se entiende a Cristo mismo si no se entra en su corazón lleno de compasión y de misericordia. Es esta la que lo empuja a extender la mano hacia aquel hombre enfermo de lepra, a tocarlo y a decirle: «Quiero; queda limpio» (Mc 1, 41). El hecho más impactante es que Jesús toca al leproso, porque aquello estaba totalmente prohibido por la ley mosaica. Tocar a un leproso significaba contagiarse también dentro, en el espíritu, y, por lo tanto, quedar impuro. Pero en este caso, la influencia no va del leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la purificación. En esta curación nosotros admiramos, más allá de la compasión, la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni del contagio ni de las prescripciones, sino que se conmueve solo por la voluntad de liberar a aquel hombre de la maldición que lo oprime.
Hermanos y hermanas, ninguna enfermedad es causa de impureza: la enfermedad ciertamente involucra a toda la persona, pero de ningún modo afecta o le inhabilita para su relación con Dios. De hecho, una persona enferma puede permanecer aún más unida a Dios. En cambio, el pecado sí que te deja impuro. El egoísmo, la soberbia, la corrupción, esas son las enfermedades del corazón de las cuales es necesario purificarse, dirigiéndose a Jesús como se dirigía el leproso: «Si quieres, puedes limpiarme».
Y ahora, guardemos un momento de silencio y cada uno de nosotros –todos vosotros, yo, todos– puede pensar en su corazón, mirar dentro de sí y ver las propias impurezas, los propios pecados. Y cada uno de nosotros, en silencio, pero con la voz del corazón decir a Jesús: «Si quieres, puedes limpiarme». Hagámoslo todos en silencio.
«Si quieres, puedes limpiarme».
«Si quieres, puedes limpiarme».
Y cada vez que acudimos al sacramento de la reconciliación con el corazón arrepentido, el Señor nos repite también a nosotros: «Quiero, queda limpio». ¡Cuánta alegría hay en esto! Así, la lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial con Dios y quedamos reintegrados plenamente en la comunidad.
Por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre Inmaculada, pidamos al Señor, que ha llevado también la salud a los enfermos, que sane nuestras heridas interiores con su infinita misericordia, para que nos dé otra vez la esperanza y la paz del corazón.
ÁNGELUS. Domingo 15 de febrero de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos el evangelista san Marcos nos está relatando la acción de Jesús contra todo tipo de mal, en beneficio de los que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos, pecadores… Él se presenta como aquel que combate y vence el mal donde sea que lo encuentre. En el Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 40-45) esta lucha suya afronta un caso emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad contagiosa que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo de impureza: el leproso tenía que estar fuera de los centros habitados e indicar su presencia a los que pasaban. Era marginado por la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante.
El episodio de la curación del leproso tiene lugar en tres breves pasos: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús y las consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso suplica a Jesús "de rodillas" y le dice: "Si quieres, puedes limpiarme" (Mc 1, 40). Ante esta oración humilde y confiada, Jesús reacciona con una actitud profunda de su espíritu: la compasión. Y "compasión" es una palabra muy profunda: compasión significa "padecer-con-el otro". El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios por ese hombre, acercándose a él y tocándolo. Y este detalle es muy importante. Jesús "extendió la mano y lo tocó… la lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio" (Mc 1, 41-42). La misericordia de Dios supera toda barrera y la mano de Jesús tocó al leproso. Él no toma distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio de nuestro mal; y precisamente así nuestro mal se convierte en el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros nuestra humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y capaz de sanar. Esto sucede cada vez que recibimos con fe un Sacramento: el Señor Jesús nos "toca" y nos dona su gracia. En este caso pensemos especialmente en el Sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra del pecado.
Una vez más el Evangelio nos muestra lo que hace Dios ante nuestro mal: Dios no viene a "dar una lección" sobre el dolor; no viene tampoco a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a cargar sobre sí el peso de nuestra condición humana, a conducirla hasta sus últimas consecuencias, para liberarnos de modo radical y definitivo. Así Cristo combate los males y los sufrimientos del mundo: haciéndose cargo de ellos y venciéndolos con la fuerza de la misericordia de Dios.
A nosotros, hoy, el Evangelio de la curación del leproso nos dice que si queremos ser auténticos discípulos de Jesús estamos llamados a llegar a ser, unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso, superando todo tipo de marginación. Para ser "imitadores de Cristo" (cf. 1Co 11, 1) ante un pobre o un enfermo, no tenemos que tener miedo de mirarlo a los ojos y de acercarnos con ternura y compasión, y de tocarlo y abrazarlo. He pedido a menudo a las personas que ayudan a los demás que lo hagan mirándolos a los ojos, que no tengan miedo de tocarlos; que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación: también nosotros tenemos necesidad de ser acogidos por ellos. Un gesto de ternura, un gesto de compasión… Pero yo os pregunto: vosotros, ¿cuándo ayudáis a los demás, los miráis a los ojos? ¿Los acogéis sin miedo de tocarlos? ¿Los acogéis con ternura? Pensad en esto: ¿cómo ayudáis? A distancia, ¿o con ternura, con cercanía? Si el mal es contagioso, lo es también el bien. Por lo tanto, es necesario que el bien abunde en nosotros, cada vez más. Dejémonos contagiar por el bien y contagiemos el bien.
Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS. Domingo 12 de febrero de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
El domingo pasado vimos que Jesús, en su vida pública, curó a muchos enfermos, revelando que Dios quiere para el hombre la vida y la vida en plenitud. El evangelio de este domingo (Mc 1, 40-45) nos muestra a Jesús en contacto con la forma de enfermedad considerada en aquel tiempo como la más grave, tanto que volvía a la persona "impura" y la excluía de las relaciones sociales: hablamos de la lepra. Una legislación especial (cf. Lv 13-14) reservaba a los sacerdotes la tarea de declarar a la persona leprosa, es decir, impura; y también correspondía al sacerdote constatar la curación y readmitir al enfermo sanado a la vida normal.
Mientras Jesús estaba predicando por las aldeas de Galilea, un leproso se le acercó y le dijo: "Si quieres, puedes limpiarme". Jesús no evita el contacto con este hombre; más aún, impulsado por una íntima participación en su condición, extiende su mano y lo toca –superando la prohibición legal–, y le dice: "Quiero, queda limpio". En ese gesto y en esas palabras de Cristo está toda la historia de la salvación, está encarnada la voluntad de Dios de curarnos, de purificarnos del mal que nos desfigura y arruina nuestras relaciones. En aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso queda derribada toda barrera entre Dios y la impureza humana, entre lo sagrado y su opuesto, no para negar el mal y su fuerza negativa, sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que cualquier mal, incluso más que el más contagioso y horrible. Jesús tomó sobre sí nuestras enfermedades, se convirtió en "leproso" para que nosotros fuéramos purificados.
Un espléndido comentario existencial a este evangelio es la célebre experiencia de san Francisco de Asís, que resume al principio de su Testamento: "El Señor me dio de esta manera a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura del alma y del cuerpo; y después de esto permanecí un poco de tiempo, y salí del mundo" (Fuentes franciscanas, 110). En aquellos leprosos, que Francisco encontró cuando todavía estaba "en pecados" –como él dice–, Jesús estaba presente, y cuando Francisco se acercó a uno de ellos, y, venciendo la repugnancia que sentía, lo abrazó, Jesús lo curó de su lepra, es decir, de su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios. ¡Esta es la victoria de Cristo, que es nuestra curación profunda y nuestra resurrección a una vida nueva!
Queridos amigos, dirijámonos en oración a la Virgen María, a quien ayer celebramos recordando sus apariciones en Lourdes. A santa Bernardita la Virgen le dio un mensaje siempre actual: la llamada a la oración y a la penitencia. A través de su Madre es siempre Jesús quien sale a nuestro encuentro para liberarnos de toda enfermedad del cuerpo y del alma. ¡Dejémonos tocar y purificar por él, y seamos misericordiosos con nuestros hermanos!
ÁNGELUS. Domingo 15 de febrero de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
En estos domingos, el evangelista san Marcos ha ofrecido a nuestra reflexión una secuencia de varias curaciones milagrosas. Hoy nos presenta una muy singular, la de un leproso sanado (cf. Mc 1, 40-45), que se acercó a Jesús y, de rodillas, le suplicó: "Si quieres, puedes limpiarme". Él, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: "Quiero: queda limpio". Al instante se verificó la curación de aquel hombre, al que Jesús pidió que no revelara lo sucedido y se presentara a los sacerdotes para ofrecer el sacrificio prescrito por la ley de Moisés. Aquel leproso curado, en cambio, no logró guardar silencio; más aún, proclamó a todos lo que le había sucedido, de modo que, como refiere el evangelista, era cada vez mayor el número de enfermos que acudían a Jesús de todas partes, hasta el punto de obligarlo a quedarse fuera de las ciudades para que la gente no lo asediara.
Jesús le dijo al leproso: "Queda limpio". Según la antigua ley judía (cf. Lv 13-14), la lepra no sólo era considerada una enfermedad, sino la más grave forma de "impureza" ritual. Correspondía a los sacerdotes diagnosticarla y declarar impuro al enfermo, el cual debía ser alejado de la comunidad y estar fuera de los poblados, hasta su posible curación bien certificada. Por eso, la lepra constituía una suerte de muerte religiosa y civil, y su curación una especie de resurrección.
En la lepra se puede vislumbrar un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, capaz de alejarnos de Dios. En efecto, no es la enfermedad física de la lepra lo que nos separa de él, como preveían las antiguas normas, sino la culpa, el mal espiritual y moral. Por eso el salmista exclama: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado". Y después, dirigiéndose a Dios, añade: "Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: "Confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi pecado" (Sal 32, 1.5).
Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si no se confiesan humildemente, confiando en la misericordia divina, llegan incluso a producir la muerte del alma. Así pues, este milagro reviste un fuerte valor simbólico. Como había profetizado Isaías, Jesús es el Siervo del Señor que "cargó con nuestros sufrimientos y soportó nuestros dolores" (Is 53, 4). En su pasión llegó a ser como un leproso, hecho impuro por nuestros pecados, separado de Dios: todo esto lo hizo por amor, para obtenernos la reconciliación, el perdón y la salvación.
En el sacramento de la Penitencia Cristo crucificado y resucitado, mediante sus ministros, nos purifica con su misericordia infinita, nos restituye la comunión con el Padre celestial y con los hermanos, y nos da su amor, su alegría y su paz.
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a la Virgen María, a quien Dios preservó de toda mancha de pecado, para que nos ayude a evitar el pecado y a acudir con frecuencia al sacramento de la Confesión, el sacramento del perdón, cuyo valor e importancia para nuestra vida cristiana hoy debemos redescubrir aún más.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Sexto domingo del Tiempo Ordinario.
Vivir en Cristo reúne a todos los creyentes en Él
1474
El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra sólo. "La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística" (Pablo VI, Const. Ap "Indulgentiarum doctrina", 5).
La solidaridad humana
1939
El principio de solidaridad, enunciado también con el nombre de "amistad" o "caridad social", es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana (cf SRS 38-40; CA 10):
Un error, "hoy ampliamente extendido, es el olvido de esta ley de solidaridad humana y de caridad, dictada e impuesta tanto por la comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza racional en todos los hombres, cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca, como por el sacrificio de redención ofrecido por Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre del cielo, en favor de la humanidad pecadora" (Pío XII, enc. "Summi pontificatus").
1940 La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su salida negociada.
1941 Los problemas socio-económicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella.
1942 La virtud de la solidaridad va más allá de los bienes materiales. Difundiendo los bienes espirituales de la fe, la Iglesia ha favorecido a la vez el desarrollo de los bienes temporales, al cual con frecuencia ha abierto vías nuevas. Así se han verificado a lo largo de los siglos las palabras del Señor: "Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 33):
"Desde hace dos mil años vive y persevera en el alma de la Iglesia ese sentimiento que ha impulsado e impulsa todavía a las almas hasta el heroísmo caritativo de los monjes agricultores, de los libertadores de esclavos, de los que atienden enfermos, de los mensajeros de fe, de civilización, de ciencia, a todas las generaciones y a todos los pueblos con el fin de crear condiciones sociales capaces de hacer posible a todos una vida digna del hombre y del cristiano" (Pío XII, discurso de 1 Junio 1941).
El respeto de la salud
2288
La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común.
El cuidado de la salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad para lograr las condiciones de existencia que permiten crecer y llegar a la madurez: alimento y vestido, vivienda, cuidados sanitarios, enseñanza básica, empleo, asistencia social.
2289 La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas.
2290 La virtud de la templanza recomienda evitar toda clase de excesos, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables.
2291 El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. A excepción de los casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley moral.


Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año B

Oremos al Señor, nuestro Dios. Él es nuestro refugio.
- Por la Iglesia, para que, a pesar de las dificultades, siga anunciando el perdón de los pecados en la celebración del sacramento de la penitencia. Roguemos al Señor.
- Por los que tienen poder político, social o económico para que apoyen a quienes trabajan por un mundo más justo. Roguemos al Señor.
- Por los que se sienten marginados de la sociedad, despreciados por el color de su piel, por pertenecer a otra clase social, por su reputación moral, para que cuenten siempre con el amor incondicional de Dios, nuestro Padre. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que hacemos injustamente distinción de personas, que clasificamos y ponemos al margen, que rehusamos el trato y condenamos al aislamiento, para que seamos imitadores de Cristo y evitemos el escándalo de la división. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro, tú acoges a todos y no haces acepción de personas; escucha nuestras súplicas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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