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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

sábado, 1 de febrero de 2020

Rito de Dedicación de una iglesia en la cual ya se celebran habitualmente los sagrados misterios.

Ritual de la dedicación de iglesias y altares (3ª edición). 

DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA EN LA CUAL YA SE CELEBRAN HABITUALMENTE LOS SAGRADOS MISTERIOS

NORMAS GENERALES

Para que se perciba plenamente la fuerza de los símbolos y el sentido del rito, la inauguración de una nueva iglesia debe hacerse juntamente con su dedicación; por eso, como antes se dijo, se evitará, en lo posible, celebrar la misa en la nueva iglesia antes de dedicarla (cf. Introducción a la dedicación de una iglesia, núms. 8. 15. 17). Sin embargo, cuando se dedican iglesias en las cuales ya se acostumbra celebrar los sagrados misterios, se utilizará el rito que se propone a continuación.

Además, hay que distinguir aquellas iglesias recientemente construidas, en las cuales el motivo para dedicarlas aparece más claro, de aquellas otras que se han edificado hace ya largo tiempo. Para dedicar estas últimas se requiere:

a) Que el altar no esté aún dedicado, pues tanto la costumbre como el derecho litúrgico prohíben, con razón, dedicar una iglesia sin dedicar su altar, ya que esto último es la parte principal de todo el rito.

b) Que haya tenido lugar en el edificio algo nuevo o muy cambiado, sea en su construcción material (por ejemplo, una radical restauración), sea en su estatuto jurídico (por ejemplo, su elevación a iglesia parroquial).

Todo lo que se ha dicho en la Introducción a la dedicación de una iglesia vale también para este rito, a no ser que algo se vea claramente que es extraño a la realidad de las cosas que precisamente este rito tiene en cuenta, o que se prescriba de otra manera.

Este rito difiere del de la dedicación de una iglesia, sobre todo en lo siguiente:

a) Se omite el rito de abrir las puertas de la iglesia, puesto que la iglesia ya estaba abierta a los fieles. Por eso la entrada se hace en la forma sencilla. Pero, si se trata de dedicar una iglesia que estuvo cerrada por largo tiempo y que ahora se abre de nuevo para las celebraciones sagradas sí que se puede realizar este rito, que, en este caso, conserva su fuerza y su sentido.

b) El rito de entrega de la iglesia al obispo, según las circunstancias, se conservará, se omitirá o se adaptará a la condición de la iglesia que se va a dedicar (se conservará en la dedicación de una iglesia recién edificada; se omitirá en la dedicación de una iglesia antigua que no ha sido cambiada en su estructura material; se adaptará en la dedicación de una iglesia antigua, profundamente restaurada).

c) El rito de rociar con agua bendita los muros de la iglesia, que tiene una índole lustral, se omite.

d) Lo que es propio de la primera proclamación de la palabra de Dios se omite y, por lo mismo, la liturgia de la palabra se hace en la forma acostumbrada; en lugar de la primera lectura del libro de Nehemías (8, 2-4a. 5-6. 8-10), seguida del salmo responsorial 18 B, 8-9. 10. 15 (cf. p. 43), se elige otra lectura adecuada.

RITOS INICIALES

Entrada


Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía, pre­cedidos por el crucífero, y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.

Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar, se llevan en esa mis­ma procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.

Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada siguientes, con el sal­mo 121 (sin 
Gloria al Padre), u otro canto adecuado: 

Antífona de entrada Cf. Sal 67, 6-7. 36
R. Dios vive en su santa morada. 
Dios, el que hace habitar juntos en su casa, 
él mismo dará fuerza y poder a su pueblo [T. P. Aleluya].

O bien, con el salmo 121: Cf. Sal 121, 1
R. Llenos de alegría vamos a la casa del Señor [T. P. Aleluya].

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R.

Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R.

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R.

Cuando la procesión llega al presbiterio, se colocan las reliquias en un sitio adecuado en medio de antorchas. Los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros van a sus puestos. El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra. Luego, deja él báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con éstas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia de Dios.

El pueblo contesta: 
Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.

Entonces, si según las circunstancias (cf. Normas generales) se ha de entregar la iglesia al obispo, los delegados de quienes edificaron la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) hacen entrega del edificio al obispo, presentándole, según las circunstancias, o las escrituras de posesión del edificio, o las llaves, o el plano del edificio, o el libro que describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los delegados s e dirige brevemente al obispo y a la comunidad, para ilustrar, si es el caso, el significado de la arquitectura de la iglesia.

Bendición y aspersión del agua

Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo.

Los ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la cátedra. El obispo invita a todos a orar con estas u otras palabras parecidas:

Queridos hermanos, al dedicar a Dios nuestro Señor esta casa, supliquémosle que bendiga esta agua, creatura suya, con la cual seremos rociados en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo. Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que, dóciles al Espíritu Santo que hemos recibido, permanezcamos fieles en su Iglesia.

Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo continúa :
Dios, Padre nuestro, fuente de luz y de vida,
que tanto amas a los hombres
que no sólo los alimentas con solicitud paternal,
sino que los purificas del pecado con el rocío de la caridad
y los guías constantemente hacia Cristo, su Cabeza;
y así has querido, en tu designio misericordioso,
que los pecadores, al sumergirse en el baño bautismal,
mueran con Cristo y resuciten inocentes,
sean hechos miembros suyos y coherederos del premio eterno;
santifica con tu bendición + esta agua, creatura tuya,
para que, rociada, sobre nosotros,
sea señal del bautismo,
por el cual, lavados en Cristo,
llegamos a ser templos de tu Espíritu;
concédenos a nosotros
y a cuantos en esta iglesia celebrarán los divinos misterios
llegar a la celestial Jerusalén.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

El obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita al pueblo. Luego, si el altar es totalmente nuevo, lo rocía también. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes u otro canto adecuado:

Vi que manaba agua
del lado derecho del templo. Aleluya.
Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente
y cantarán: Aleluya, aleluya.

En tiempo de Cuaresma:
Cuando os haga ver mi santidad,
os reuniré de todos los países;
derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará de todas vuestras inmundicias
y os infundiré un espíritu nuevo.

Después de la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y, terminado el canto, dice de pie, con las manos juntas:
Dios, Padre de misericordia, 
con la gracia del Espíritu Santo,
purifique a quienes somos templo vivo para su gloria.
R. Amén.

Himno y colecta

Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo, salvo en los tiempos de Adviento y Cuaresma.

Terminado el himno, el obispo, con las manos juntas, dice:

Oremos.

Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo, con las manos extendidas, dice:
Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno,
derrama tu gracia sobre este lugar
y socorre a cuantos en él te invocan;
que el poder de tu palabra y de los sacramentos
fortalezcan aquí el corazón de todos los fieles.
Por nuestro Señor Jesucristo.
R. Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA

Todos se sientan y el obispo recibe la mitra. Luego, sigue la liturgia de la palabra: las lecturas se toman de los textos propuestos en el Leccionario para la celebración de la dedicación de una iglesia.

Para el evangelio no se llevan ciriales ni incienso.

Después del evangelio, el obispo hace la homilía, en la que explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito.

Terminada la homilía, se dice el 
Credo. En cambio, se omite la oración de los fíeles, ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos.

ORACIÓN DE DEDICACIÓN Y UNCIONES

Letanías de los santos

Después, el obispo invita al pueblo a orar, con estas u otras palabras parecidas:
Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, quien de los corazones de los fieles ha hecho para sí templos espirituales, y juntemos nuestras voces con la súplica fraterna de los santos.

Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.

E, inmediatamente, el obispo se arrodilla ante su sede; también los demás se arrodillan.

Entonces, se cantan las letanías de los santos, a las que todos responden. En ellas se añadirán, en sus sitios respectivos, las invocaciones del titular de la iglesia, del patrono del lugar y, si es del caso, de los santos cuyas reliquias se van a colocar. Se pueden añadir también otras peticiones conforme a la naturaleza especial del rito y a la con­dición de los fíeles.

Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
San Miguel, ruega por nosotros.
Santos Ángeles de Dios, rogad por nosotros.
San Juan Bautista, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
Santos Pedro y Pablo, rogad por nosotros.
San Andrés, ruega por nosotros.
Santiago, ruega por nosotros.
San Juan, ruega por nosotros.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros.
San Esteban, ruega por nosotros.
San Ignacio de Antioquía, ruega por nosotros.
San Lorenzo, ruega por nosotros.
Santas Perpetua y Felicidad, rogad por nosotros.
Santa Inés, ruega por nosotros.
San Gregorio,
 ruega por nosotros.
San Agustín,
 ruega por nosotros.
San Atanasio,
 ruega por nosotros.
San Basilio,
 ruega por nosotros.
San Martín,
 ruega por nosotros.
San Benito,
 ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo,
 rogad por nosotros.
San Francisco Javier,
 ruega por nosotros.
San Juan María Vianney,
 ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena,
 ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús,
 ruega por nosotros.
Santos y santas de Dios,
 rogad por nosotros.

Muéstrate propicio, líbranos, Señor.
De todo mal, líbranos, Señor.
De todo pecado, líbranos, Señor.
De la muerte eterna, líbranos, Señor.
Por tu encarnación, líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección, líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo, líbranos, Señor.

Nosotros que somos pecadores, te rogamos, óyenos.
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia, 
te rogamos, óyenos.
Para que asistas al Papa y a todos los miembros del clero en tu servicio santo, 
te rogamos, óyenos.
Para que concedas paz y concordia a todos los pueblos de la tierra, te rogamos, óyenos.
Para que nos fortalezcas y asistas en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Para que consagres esta iglesia, te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos, óyenos.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.

Acabadas las letanías, el obispo (si está arrodillado, se pone de pie), con las manos extendidas, dice:
Te pedimos, Señor, 
que, por la intercesión de la santa Virgen María 
y de todos los santos, 
aceptes nuestras súplicas, 
para que este lugar que va a ser dedicado a tu nombre 
sea casa de salvación y de gracia, 
donde el pueblo cristiano, 
reunido en la unidad, 
te adore con espíritu y verdad 
y se construya en el amor. 
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice: 
Podéis levantaros.

Y todos se ponen de pie.

El obispo vuelve a ponerse la mitra.

Si no se colocan las reliquias de los santos, el obispo dice en seguida la oración de dedicación, como se indica más adelante.

Colocación de las reliquias

Si se van a colocar debajo del altar algunas reliquias de mártires o de otros santos, el obispo va al altar. Un diácono o un presbítero lleva las reliquias al obispo, quien las coloca en el sepulcro preparado para recibirlas. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 14 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado: 

R. Santos de Dios, que habéis recibido un lugar bajo el altar,
interceded por nosotros ante el Señor Jesucristo.

O bien:
Los cuerpos de los santos fueron sepultados en paz
y su fama vive por generaciones. (T. P. Aleluya.)

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo? R.

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino.
El que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R.

El que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R.

Mientras tanto, un albañil cierra el sepulcro, y el obispo regresa a la cátedra.

Oración de dedicación

Hecho lo anterior, el obispo, de pie y sin mitra, junto a la cátedra o junto al altar, dice en voz alta:

Oh Dios, santificador y guía de tu Iglesia,
celebramos tu nombre con alabanzas jubilosas,
porque en este día tu pueblo quiere dedicarte, para siempre,
con rito solemne, esta casa de oración,
en la cual te honra con amor,
se instruye con tu palabra
y se alimenta con tus sacramentos.

Este edificio hace vislumbrar el misterio de la Iglesia,
a la que Cristo santificó con su sangre,
para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria,
como Virgen excelsa por la integridad de la fe,
y Madre fecunda por el poder del Espíritu.

Es la Iglesia santa, la viña elegida de Dios,
cuyos sarmientos llenan el mundo entero,
cuyos renuevos, adheridos al tronco,
son atraídos hacia lo alto, al reino de los cielos.

Es la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres,
el templo santo, construido con piedras vivas,
sobre el cimiento de los Apóstoles,
con Cristo Jesús como suprema piedra angular.

Es la Iglesia excelsa,
la Ciudad colocada sobre la cima de la montaña,
accesible a todos, y a todos patente,
en la cual brilla perenne la antorcha del Cordero
y resuena agradecido el cántico de los bienaventurados.

Te suplicamos, pues, Padre santo,
que te dignes impregnar con santificación celestial
esta iglesia y este altar,
para que sean siempre lugar santo
y una mesa siempre lista para el sacrificio de Cristo.

Que en este lugar el torrente de tu gracia
lave las manchas de los hombres,
para que tus hijos, Padre, muertos al pecado,
renazcan a la vida nueva.

Que tus fieles, reunidos junto a este altar,
celebren el memorial de la Pascua
y se fortalezcan con la palabra y el cuerpo de Cristo.

Que resuene aquí la alabanza jubilosa
que armoniza las voces de los ángeles y de los hombres,
y que suba hasta ti la plegaria por la salvación del mundo.

Que los pobres encuentren aquí misericordia,
los oprimidos alcancen la verdadera libertad,
y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos,
hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén celestial.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.

R. Amén.

Unción del altar y de los muros de la iglesia

Luego, el obispo se quita, si es necesario, la casulla y toma un gremial, va al altar con los diáconos y otros ministros, uno de los cuales lleva el recipiente con el crisma, y procede a la unción del altar y de los muros de la iglesia, tal como se describe más adelante.

Si el obispo quiere asociarse, en la unción de los muros, a algunos de los presbíteros que concelebran con él el rito sagrado, terminada la unción del altar, les entrega los recipientes con el sagrado crisma y procede con ellos a realizar las unciones.

El obispo puede encomendar también esta unción de los muros a los presbíteros para que la hagan ellos solos, en cuyo caso, después de la unción del altar, les hace entrega de los recipientes con el santo crisma.

El obispo, de pie ante el altar, dice en voz alta:
El Señor santifique con su poder 
este altar y esta casa que vamos a ungir, 
para que expresen con una señal visible 
el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Luego, vierte el crisma en el medio y en los cuatro ángulos del altar, y es aconsejable que unja también toda la mesa.

A continuación, unge los muros de la iglesia, signando con el santo crisma las doce o cuatro cruces adecuadamente distribuidas, con la ayuda, si se juzga oportuno, de dos o cuatro presbíteros.

Si ha encomendado la unción de los muros a los presbíteros, éstos, cuando el obispo ha terminado la unción del altar, ungen los muros de la iglesia, signando las cruces con el santo crisma.

Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 83 (sin
 Gloria al Padre), u otro canto adecuado:

R. Ésta es la morada de Dios con los hombres: 
acampará entre ellos; 
ellos serán su pueblo, 
y Dios estará con ellos y será su Dios. (T. P. Aleluya.)

O bien:
El templo del Señor es santo,
es campo de Dios,
es edificación de Dios.

¡Qué deseables son tus moradas,
Señor del universo!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo. R.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío. R.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichoso el que encuentra en ti su fuerza
y tiene tus caminos en su corazón. R.

Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana 
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver al Dios de los dioses en Sión. R.

Señor del universo, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, escudo nuestro,
mira el rostro de tu Ungido. R.

Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados. R.

Porque el Señor Dios es sol y escudo,
el Señor da la gracia y la gloria;
y no niega sus bienes
a los de conducta intachable. R.

¡Señor del universo, dichoso el hombre
que confía en ti! R.

Terminada la unción del altar y de los muros de la iglesia, el obispo regresa a la cátedra y se sienta. Los ministros le traen lo necesario para lavarse las manos. Luego, se quita el gremial y se pone la casulla. También los presbíteros se lavan las manos después de ungir los muros. 

Incensación del altar y de la iglesia

Después del rito de la unción, se coloca sobre el altar un brasero para quemar incienso o aromas, o, si se prefiere, se hace sobre el altar un montón de incienso mezclado con cerillas. El obispo echa incienso en el brasero o con un pequeño cirio que le entrega el ministro enciende el montón de incienso, diciendo:
Suba, Señor, nuestra oración 
como incienso en tu presencia 
y, así como esta casa se llena de suave olor, 
que en tu Iglesia se aspire el aroma de Cristo.

Entonces, el obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la cátedra, es incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la nave de la iglesia, inciensan al pueblo y los muros.

Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 137, 1-6 (sin
 Gloria al Padre), u otro canto adecuado: 

R. Llegó un ángel con un incensario de oro, 
y se puso junto al altar.

O bien:
Por manos del ángel subió a la presencia de Dios
el humo de los perfumes.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre. R.

Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R.

El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio. R.

Iluminación del altar y de la iglesia

Terminada la incensación, algunos ministros secan con toallas la mesa del altar y la tapan, si es necesario, con un lienzo impermeable; luego, cubren el altar con el mantel y lo adornan, según sea oportuno, con flores; colocan adecuadamente los candelabros con los cirios requeridos para la celebración de la misa y también, si es del caso, la cruz.

Después, el diácono se acerca al obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio encendido, diciendo en voz alta:
Brille en la Iglesia la luz de Cristo 
para que todos los hombres lleguen a la plenitud de la verdad.

Luego, el obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los cirios para la celebración de la eucaristía.

Entonces, se hace una iluminación festiva: se encienden todos los cirios, las candelas colocadas donde se han hecho las unciones y todas las lámparas de la iglesia, en señal de alegría.

Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el cántico de Tobías, 13, 10. 13-14ab. 14c-15. 17, u otro canto adecuado, de preferencia en honor de Cristo, luz del mundo:

R. Llega tu luz, Jerusalén, 
y la gloria del Señor amanece sobre ti; 
caminarán los pueblos a tu luz. Aleluya.

En tiempo de Cuaresma:
Jerusalén, ciudad santa, como una luz esplendente
iluminarás todas las regiones de la tierra.

Que todos alaben al Señor
y le den gracias en Jerusalén. R.

Una luz esplendente iluminará
a todas las regiones de la tierra.
Vendrán a ti de lejos muchos pueblos.
Y los habitantes del confín de la tierra
vendrán a visitar al Señor, tu Dios,
con ofrendas para el Rey del cielo. R.

Generaciones sin fin
cantarán vítores en tu recinto,
y el nombre de la elegida
durará para siempre.
Saldrás entonces con júbilo
al encuentro del pueblo justo,
porque todos se reunirán
para bendecir al Señor del mundo. R.

LITURGIA EUCARÍSTICA

Los diáconos y los ministros preparan el altar como de costumbre. Algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para la eucaristía. El obispo recibe los dones en la cátedra. Mientras se llevan éstos, conviene cantar la antífona siguiente u otro canto adecuado:

Señor Dios nuestro, con sincero corazón, te ofrezco todo esto, 
y veo, con alegría, a tu pueblo aquí reunido; 
Señor, Dios de Israel, consérvanos fieles a ti. (T. P. Aleluya.)

Cuando todo está preparado, el obispo va al altar, deja la mitra y lo besa.

La misa continúa como de costumbre, pero no se inciensan los dones ni el altar.

Se dice la plegaria eucarística I o la III.

En las plegarias eucarísticas se hace memoria de la dedicación de la iglesia, con las fórmulas que se hallan en el formulario de la misa ritual para la dedicación de una iglesia.

Cuando el obispo toma el cuerpo de Cristo, se empieza el canto para la comunión. Se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 127 (sin
 Gloria al Padre), u otro canto adecuado:

R. Mi casa será casa de oración, dice el Señor; 
en ella, quien pide recibe, 
quien busca encuentra, 
y al que llama se le abre. (T. P. Aleluya.)

O bien:
Como renuevos de olivo
alrededor de la mesa del Señor
están los hijos de la Iglesia. (T. P. Aleluya.)

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos. R.

Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien;
3 tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa. R.

Tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa:
Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor. R.

Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel! R.

Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, se continúa la misa como se indica más adelante.

Inauguración de la capilla del santísimo sacramento

Conviene hacer la inauguración de la capilla de la reserva de la santísima eucaristía de la siguiente manera: Después de la comunión, se deja sobre la mesa del altar el copón con el santísimo sacramento. El obispo va a la cátedra y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo dice la oración después de la comunión.

Después, el obispo vuelve al altar e inciensa, de rodillas, el santísimo sacramento y, tomando el velo humeral, recibe el copón en sus manos, cubiertas con dicho velo. Se ordena la procesión, en la cual, marchando todos detrás del crucífero, se lleva el santísimo sacramento con cirios e incienso por la nave de la iglesia a la capilla de la reserva.

Mientras tanto, se canta la antífona siguiente, con el salmo 147 (sin 
Gloria al Padre), u otro canto adecuado: 

R. Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina. R.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza. R.

Hace caer el hielo como migajas;
ante su helada, ¿quien resistirá?
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren las aguas. R.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R.

Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el obispo coloca el copón sobre el altar, o bien en el sagrario, dejando la puerta abierta, impone incienso e inciensa arrodillado el santísimo sacramento. Después de unos momentos de oración en silencio, el diácono pone el copón en el sagrario o bien cierra la puerta del mismo. Un ministro enciende la lámpara que arderá continuamente delante del santísimo sacramento.
Si la capilla de la reserva del santísimo sacramento puede ser vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte allí inmediatamente la bendición del fin de la misa. En caso contrario, la procesión regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la bendición desde el altar o desde la cátedra.

Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, terminada la comunión de los fieles, el obispo dice la oración después de la comunión.

Bendición final y despedida

El obispo torna la mitra y dice:
El Señor esté con vosotros.

El pueblo contesta: 
Y con tu espíritu.

Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Inclinaos para recibir la bendición.

Entonces, el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice diciendo:
Dios, Señor del cielo y de la tierra,
que os ha congregado hoy
para la dedicación de esta iglesia,
multiplique sobre vosotros las bendiciones del cielo.
R. Amén.

El obispo:
Él, que quiso reunir en su Hijo a todos los hijos dispersos,
haga de vosotros templo suyo y morada del Espíritu Santo.
R. Amén.

El obispo:
Para que así, felizmente purificados de toda mancha,
podáis tener en vosotros a Dios como huésped
y poseer, con todos los santos,
la herencia de la eterna dicha.
la heredad del reino eterno.
R. Amén.

El obispo toma el báculo y prosigue:
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre 
, Hijo , y Espíritu  Santo,
descienda sobre vosotros y permanezca siempre.
R. Amén.

El diácono: 
Podéis ir en paz.
Todos: 
Demos gracias a Dios.

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