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miércoles, 5 de febrero de 2020

Bendición del cáliz y la patena.

Misal Romano (3ª ed. Apéndice III)

Cfr. también Bendicional núms. 1186-1210.

RITO PARA BENDECIR EL CÁLIZ Y LA PATENA DENTRO DE LA MISA 

1. El cáliz y la patena, en los cuales se ofrecen, se consagran y se reciben el vino y el pan, por estar destinados de manera exclusiva y estable a la celebración de la eucaristía, llegan a ser «vasos sagrados».

2. El propósito de reservar estos vasos únicamente para la eucaristía se manifiesta ante la comunidad de los fieles mediante una bendición especial que es aconsejable hacer dentro de la misa.

3. Cualquier sacerdote puede bendecir el cáliz y la patena con tal que estén fabricados según las normas indicadas en los números 327-334 de la Ordenación general del Misas Romano.

4. Si se únicamente bendice el cáliz o la patena se adaptarán los textos.

5. Después de la lectura de la Palabra de Dios, el sacerdote dice la homilía, en la cual explica las lecturas bíblicas y el sentido de la bendición del cáliz y de la patena que se usan en la celebración de la Cena del Señor.

6. Terminada la oración de los fieles, los ministros, o los delegados de la comunidad que ofrece el cáliz y la patena, los colocan sobre el altar. Luego, el sacerdote se dirige al altar. Mientras tanto, se canta la antífona siguiente u otro canto adecuado:
Alzare la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

7. Terminado el canto, el sacerdote dice: 
Oremos.

Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el sacerdote dice: 
Sobre tu altar, Señor Dios,
colocamos, alegres, este cáliz y esta patena,
para celebrar el sacrificio de la nueva Alianza:
que el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
que en ellos se ofrecen y se reciben,
santifiquen estos vasos.
Concédenos, Señor Dios nuestro,
que, al celebrar el sacrificio de tu Hijo,
nos fortalezcamos con tus sacramentos
y seamos penetrados de tu Espíritu,
hasta que podamos gozar con tus santos
del banquete del reino celestial.
A ti la gloria y el honor, por siempre.

R. Bendito seas por siempre. Señor.

8. Luego, los ministros extienden el corporal sobre el altar. Algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para la eucaristía. El sacerdote coloca los dones sobre la patena y el cáliz recién bendecidos, y los presenta como de costumbre. 

Mientras tanto, se canta la antífona siguiente, con el salmo 115, u otro canto adecuado: 

R. Alzaré la copa de la salvación, 
y te ofreceré un sacrificio de alabanza [T. P. Aleluya].

V. Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!».
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos». R.

V. ¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R.

V. Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R.

V. Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor. R.

V. Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R.

9. Después de la oración Acepta, Señor, nuestro corazón contrito, conviene que el sacerdote inciense los dones y el altar.

10. Conviene que también los fieles reciban la sangre de Cristo del cáliz recién bendecido si las circunstancias lo permiten.


Ritual de la dedicación de iglesias y altares (3ª edición).

RITO DE BENDICIÓN DEL CÁLIZ Y LA PATENA FUERA DE LA MISA

Estando reunido el pueblo, el sacerdote, revestido de alba o sobrepelliz y con estola, se dirige a la sede. Mientras tanto se puede cantar la antífona siguiente con el salmo 115 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:

R. Alzaré la copa de la salvación, 
y te ofreceré un sacrificio de alabanza [T. P. Aleluya].

V. Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!».
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos». R.

V. ¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R.

V. Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R.

V. Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor. R.

V. Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R.

El sacerdote saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, que ofreció su cuerpo y sangre por nuestra salvación, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.

El pueblo contesta :
Y con tu espíritu.

O bien otras palabras adecuadas.

Luego, el sacerdote habla brevemente a los fieles para prepararlos a la celebración e ilustrar el sentido de la misma.

Después, se lee uno o varios textos de la sagrada Escritura, seleccionados de preferencia entre los propuestos en el Leccionario para la celebración de la bendición del cáliz y de la patena, intercalando un salmo responsorial apropiado, o un espacio de silencio.

Después de la lectura de la palabra de Dios, el sacerdote hace la homilía, en la cual explica las lecturas bíblicas y el sentido de la bendición del cáliz y de la patena que se usan en la celebración de la Cena del Señor.

Terminada la homilía, los ministros, o los delegados de la comunidad que ofrece el caliz y la patena, los colocan sobre el altar. Luego, el sacerdote se dirige al altar. Mientras tanto, se puede cantar la antífona siguiente u otro canto adecuado:
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. 

Entonces, el sacerdote dice:
Oremos.

Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el sacerdote dice: 
Dirige, Padre, tu mirada bondadosa
sobre estos hijos tuyos
que han colocado sobre tu altar, llenos de gozo,
este cáliz y esta patena;
santifica con tu bendición + estos recipientes,
ya que tu pueblo, con unánime consenso,
ha determinado destinarlos
a la celebración del sacrificio de la nueva alianza.
Haz también que nosotros,
que, al celebrar los sagrados misterios,
nos fortalecemos con tus sacramentos,
seamos penetrados de tu Espíritu,
hasta que podamos gozar con tus santos
del banquete del reino celestial.
A ti la gloria y el honor, Señor Dios nuestro.


Todos responden:
Bendito seas por siempre, Señor.

Después, se hace la oración de los fieles, en la forma acostumbrada en la celebra de la misa o bien en la forma que aquí se propone:
Invoquemos a Jesús, el Señor, que se entrega sin cesar a la Iglesia como de vida y copa de la salvación, y digámosle confiadamente:

R. Cristo, pan celestial, danos la vida eterna.

Esta respuesta puede repetirse después de cada petición o bien puede usarse como respuesta la segunda parte de cada una de las peticiones.

 Salvador nuestro, que sometiéndote a la voluntad del Padre, bebiste, por nuestra salvación, el cáliz de la pasión, concédenos que, uniéndonos al misterio de tu muerte, alcancemos el reino de los cielos.

 Sacerdote del Altísimo, que estás presente, aunque oculto, en el sacramento del altar, haz que los ojos de nuestra fe vean lo que se esconde a nuestra mirada corporal.

 Buen Pastor, que te das a los discípulos como comida y bebida, haz que, saciándonos de ti, en ti nos transformemos.

 Cordero de Dios, que mandaste a la Iglesia celebrar el misterio pascual con los signos del pan y el vino, haz que el memorial de tu muerte y resurrección sea para todos los creyentes fuente y culminación de toda su vida espiritual.

 Hijo de Dios, que con el pan de vida y la bebida de salvación sacias de modo admirable el hambre y sed de ti, haz que en el misterio de la eucaristía nos llenemos de caridad ha­cia ti y hacia todos los hombres.

Luego, el sacerdote puede introducir la oración dominical con estas palabras u otras semejantes:
Como culminación de nuestras peticiones, digamos ahora la oración de Cristo mismo, el cual, clavado en la cruz, fue mediador de nuestra salvación y, por su obediencia perfecta a la voluntad del Padre, fue maestro excelente de oración.

Todos recitan la oración dominical.

El sacerdote añade a continuación:
Señor Dios, 
que por la muerte y resurrección de tu Hijo 
redimiste a todos los hombres, 
conserva en nosotros la obra de tu amor, 
para que, venerando constantemente el misterio de Cristo, 
consigamos el fruto de nuestra salvación. 
Por Jesucristo nuestro Señor. 
R. Amén.

Finalmente, el sacerdote bendice al pueblo en la forma acostumbrada y lo despide, diciendo:
Podéis ir en paz.

Todos:
Demos gracias a Dios.

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