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domingo, 2 de febrero de 2020

Rito de la Dedicación de un Altar.

Ritual de la dedicación de iglesias y altares (3ª edición). 

DEDICACIÓN DE UN ALTAR

RITOS INICIALES

Entrada en la iglesia


Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía precedidos por el crucífero, y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia. 

Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar, se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.

Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada siguientes, con el salmo 42 (sin
Gloria al Padre), u otro canto adecuado: 

Antífona de entrada Sal 83, 10-11
Fíjate, oh, Dios, escudo nuestro, 
mira el rosto de tu Ungido. 
Vale más un día en tus atrios 
que mil en mi casa [T. P. Aleluya].

O bien: Cf. Sal 42, 4
Me acercaré al altar de Dios, 
al Dios que alegra mi juventud [T. P. Aleluya].

Hazme justicia, oh Dios,
defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame
del hombre traidor y malvado. R.

Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazas?,
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo? R.

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R.

Me acercaré al altar de Dios,
al Dios de mi alegría,
y te daré gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. R.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué gimes dentro de mí?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío». R.

Cuando la procesión llega al presbiterio, se colocan las reliquias en un sitio adecuado en medio de antorchas. Los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros van a sus puestos. El obispo, sin besar e! altar, va a la cátedra. Luego, deja él báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con éstas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia de Dios.

El pueblo contesta: 
Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.

Bendición y aspersión del agua

Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo.

Los ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la cátedra. El obispo invita a todos a orar con estas u otras palabras parecidas:

Llenos de alegría, queridos hermanos, nos hemos reunido para dedicar un nuevo altar con la celebración del sacrificio del Señor. Participemos con atención, oyendo con fe la palabra de Dios, acerquémonos con alegria a la mesa del Señor y levantemos nuestros corazones hacia la santa esperanza. Al congregarnos junto al mismo altar, nos acercamos a Cristo, piedra viva, en el cual crecemos para formar un templo santo. Pero antes dirijamos nuestras súplicas a Dios, para que se digne bendecir esta agua, creatura suya, con la cual seremos rociados, en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo, y con la cual será purificado este altar.
Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo continúa :
Dios, Padre nuestro, fuente de luz y de vida,
que tanto amas a los hombres
que no sólo los alimentas con solicitud paternal,
sino que los purificas del pecado con el rocío de la caridad
y los guías constantemente hacia Cristo, su Cabeza;
y así has querido, en tu designio misericordioso,
que los pecadores, al sumergirse en el baño bautismal,
mueran con Cristo y resuciten inocentes,
sean hechos miembros suyos y coherederos del premio eterno;
santifica con tu bendición + esta agua, creatura tuya,
para que, rociada, sobre nosotros,
sea señal del bautismo,
por el cual, lavados en Cristo,
llegamos a ser altar espiritual;
concédenos a nosotros
y a cuantos en este altar celebrarán los divinos misterios
llegar a la celestial Jerusalén.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

El obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita al pueblo, pasando por la nave de la iglesia: de regreso al presbiterio, rocía el altar. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes u otro canto adecuado:

Vi que manaba agua
del lado derecho del templo. Aleluya.
Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente
y cantarán: Aleluya, aleluya.

En tiempo de Cuaresma:
Cuando os haga ver mi santidad,
os reuniré de todos los países;
derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará de todas vuestras inmundicias
y os infundiré un espíritu nuevo.

Después de la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y, terminado el canto, dice de pie, con las manos juntas:
Dios, Padre de misericordia, 
a quien dedicamos este nuevo altar en la tierra,
perdone nuestros pecados,
y nos conceda ofrecerle eternamente, en su altar del cielo,
el sacrificio de alabanza.
R. Amén.

Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo, salvo en los tiempos de Adviento y Cuaresma.

Terminado el himno, el obispo, con las manos juntas, dice:
Oremos.

Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo, con las manos extendidas, dice:
Oración colecta
Oh, Dios, tú quisiste atraer todas las cosas
hacia tu Hijo levantado en el ara de la cruz;
llena con la gracia del cielo a tu Iglesia
que te dedica esta mesa de altar,
en torno a la que, generosamente, vas a alimentar a tus fieles,
y, por la efusión del Espíritu,
a convertirlos en pueblo a ti consagrado para siempre.

Por nuestro Señor Jesucristo.

LITURGIA DE LA PALABRA

En la liturgia de la palabra todo se hace como de costumbre. Las lecturas y el evangelio se toman, según las rúbricas, sea de los textos propuestos en el Leccionario para la celebración de la dedicación de un altar, sea de la misa del día.

Después del evangelio, el obispo hace la homilía, en la que explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito.

Terminada la homilía, se dice el 
Credo. En cambio, se omite la oración de los fíeles, ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos.

ORACIÓN DE DEDICACIÓN Y UNCIONES

Letanías de los santos

Después, el obispo invita al pueblo a orar, con estas u otras palabras parecidas:
Que nuestras plegarias, queridos hermanos, suban a Dios Padre todopoderoso, por Jesucristo, el único Mediador, al cual se hallan asociados todos los santos como partícipes de su pasión y comensales del banquete del reino celestial.

Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.

E, inmediatamente, el obispo se arrodilla ante su sede; también los demás se arrodillan.

Entonces, se cantan las letanías de los santos, a las que todos responden. En ellas se añadirán, en sus sitios respectivos, las invocaciones del titular de la iglesia, del patrono del lugar y, si es del caso, de los santos cuyas reliquias se van a colocar. Se pueden añadir también otras peticiones conforme a la naturaleza especial del rito y a la con­dición de los fíeles.

Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
San Miguel, ruega por nosotros.
Santos Ángeles de Dios, rogad por nosotros.
San Juan Bautista, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
Santos Pedro y Pablo, rogad por nosotros.
San Andrés, ruega por nosotros.
Santiago, ruega por nosotros.
San Juan, ruega por nosotros.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros.
San Esteban, ruega por nosotros.
San Ignacio de Antioquía, ruega por nosotros.
San Lorenzo, ruega por nosotros.
Santas Perpetua y Felicidad, rogad por nosotros.
Santa Inés, ruega por nosotros.
San Gregorio,
 ruega por nosotros.
San Agustín,
 ruega por nosotros.
San Atanasio,
 ruega por nosotros.
San Basilio,
 ruega por nosotros.
San Martín,
 ruega por nosotros.
San Benito,
 ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo,
 rogad por nosotros.
San Francisco Javier,
 ruega por nosotros.
San Juan María Vianney,
 ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena,
 ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús,
 ruega por nosotros.
Santos y santas de Dios,
 rogad por nosotros.

Muéstrate propicio, líbranos, Señor.
De todo mal, líbranos, Señor.
De todo pecado, líbranos, Señor.
De la muerte eterna, líbranos, Señor.
Por tu encarnación, líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección, líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo, líbranos, Señor.

Nosotros que somos pecadores, te rogamos, óyenos.
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia, 
te rogamos, óyenos.
Para que asistas al Papa y a todos los miembros del clero en tu servicio santo, 
te rogamos, óyenos.
Para que concedas paz y concordia a todos los pueblos de la tierra, te rogamos, óyenos.
Para que nos fortalezcas y asistas en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Para que consagres este altar, te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos, óyenos.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.

Acabadas las letanías, el obispo (si está arrodillado, se pone de pie), con las manos extendidas, dice:
Te pedimos, Señor, 
que, por la intercesión de la santa Virgen María 
y de todos los santos, 
aceptes nuestras súplicas, 
para que en este altar se realicen 
los grandes misterios de la salvación: 
que aquí tu pueblo te ofrezca el sacrificio de tu Hijo, 
te manifieste sus deseos y súplicas
y aumente su amor y su fe. 
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice: 
Podéis levantaros.

Y todos se ponen de pie.

El obispo vuelve a ponerse la mitra.

Si no se colocan las reliquias de los santos, el obispo dice en seguida la oración de dedicación, como se indica más adelante.

Colocación de las reliquias

Si se van a colocar debajo del altar algunas reliquias de mártires o de otros santos, el obispo va al altar. Un diácono o un presbítero lleva las reliquias al obispo, quien las coloca en el sepulcro preparado para recibirlas. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 14 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado: 

R. Santos de Dios, que habéis recibido un lugar bajo el altar,
interceded por nosotros ante el Señor Jesucristo.

O bien:
Los cuerpos de los santos fueron sepultados en paz
y su fama vive por generaciones. (T. P. Aleluya.)

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo? R.

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino.
El que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R.

El que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R.

Mientras tanto, un albañil cierra el sepulcro, y el obispo regresa a la cátedra.

Oración de dedicación

Hecho lo anterior, el obispo, de pie y sin mitra, junto al altar, dice en voz alta:

Te alabamos, Señor, te bendecimos,
porque en tu inefable designio de amor
determinaste que, superadas las diversas figuras
que en otro tiempo prefiguraban el altar definitivo,
fuese el mismo Cristo quien les diese cumplimiento.

Noé, segundo origen de la raza humana,
calmadas las aguas del diluvio,
construyó un altar y te ofreció un sacrificio
que tú, Padre, aceptaste como un calmante aroma,
renovando tu alianza de amor con los hombres.

Abraham, nuestro padre en la fe,
sometiéndose de corazón a tu mandato,
levantó un altar,
porque, en aras de tu voluntad,
no te negó a su hijo amado.

También Moisés, mediador de la Ley antigua,
erigió un altar y lo roció con la sangre del cordero,
como signo profético que anunciaba el ara de la cruz.

Todo ello Cristo, con su misterio pascual,
hizo que pasara de signo a realidad plena;
él, en efecto, sacerdote y víctima,
subió al árbol de la cruz
y se ofreció a ti, Padre, como oblación pura,
para borrar los pecados de todo el mundo
y establecer la nueva y eterna alianza.

Por eso, Señor, te rogamos
que derrames sobre este altar,
construido en el lugar de tu asamblea santa,
la plenitud de tu bendición celestial,
para que sea un ara dedicada para siempre al sacrificio de Cristo
y sea también la mesa del Señor,
donde tu pueblo se alimente en el convite sagrado.

Esta piedra, pulimentada por el trabajo humano,
sea para nosotros signo de Cristo,

Si el altar no es de piedra:
Este altar sea para nosotros signo de Cristo,

de cuyo lado, traspasado en la cruz,
brotó sangre y agua,
inicio de los sacramentos de la Iglesia.

Sea la mesa del banquete gozoso,
a la que acudamos llenos de alegría,
obedientes a la invitación de Cristo, tu Hijo;
y en ella, descargando en ti nuestras preocupaciones e inquietudes,
hallemos un renovado vigor para reemprender nuestro camino.

Sea el lugar de la íntima comunión y paz contigo,
donde, nutridos con el cuerpo y sangre de tu Hijo
e imbuidos de su Espíritu,
crezcamos siempre en tu amor.

Sea fuente de unidad y de concordia
para todos los que formamos tu Iglesia santa;
fuente a la que tus hijos acudan hermanados
para beber en ella el espíritu de mutua caridad.

Sea el centro de nuestra alabanza y acción de gracias,
hasta que lleguemos jubilosos a la mansión eterna,
donde te ofreceremos el sacrificio de la alabanza perenne,
unidos a Cristo, el sumo Sacerdote y altar vivo.

Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.

R. Amén.

Unción del altar

Luego, el obispo se quita, si es necesario, la casulla y toma un gremial, y va al altar con el diácono u otro ministro que lleva el recipiente con el crisma.

El obispo, de pie ante el altar, dice en voz alta:
El Señor santifique con su poder 
este altar que vamos a ungir, 
para que exprese con una señal visible 
el misterio de Cristo 
que se ofreció al Padre por la vida del mundo.

Luego, vierte el crisma en el medio y en los cuatro ángulos del altar, y es aconsejable que unja también toda la mesa.

Mientras se hace la unción, se canta una antífona, con un salmo, los cuales varían según el tiempo litúrgico.

Fuera de tiempo pascual:
Se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 44, 2-8 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:

R. Dios, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano. R.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente. R.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad, la mansedumbre y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas. R.

Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey. R.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso Dios, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros. R.

En el tiempo pascual:
Se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 117, 1. 16-18. 21-27 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:

R. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular. Aleluya.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa». R.

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte. R.

Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación. R.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R.

Este es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad. R.

Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor.
El Señor es Dios, él nos ilumina. R.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar. R.

Incensación del altar

Después del rito de la unción, se coloca sobre el altar un brasero para quemar incienso o aromas, o, si se prefiere, se hace sobre el altar un montón de incienso mezclado con cerillas. El obispo echa incienso en el brasero o con un pequeño cirio que le entrega el ministro enciende el montón de incienso, diciendo:
Suba, Señor, nuestra oración 
como incienso en tu presencia 
y, así como esta casa se llena de suave olor, 
que en tu Iglesia se aspire el aroma de Cristo.

Entonces, el obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la cátedra, es incensado y se sienta. Un ministro inciensa al pueblo.

Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 137, 1-6 (sin
 Gloria al Padre), u otro canto adecuado: 

R. Llegó un ángel con un incensario de oro, 
y se puso junto al altar.

O bien:
Por manos del ángel subió a la presencia de Dios
el humo de los perfumes.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre. R.

Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R.

El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio. R.

Revestimiento e iluminación del altar

Terminada la incensación, algunos ministros secan con toallas la mesa del altar y la tapan, si es necesario, con un lienzo impermeable; luego, cubren el altar con el mantel y lo adornan, según sea oportuno, con flores; colocan adecuadamente los candelabros con los cirios requeridos para la celebración de la misa y también, si es del caso, la cruz.

Después, el diácono se acerca al obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio encendido, diciendo en voz alta:

La luz de Cristo ilumine la mesa del altar
y que, con ella, brillen los comensales de la Cena del Señor.

Luego, el obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los cirios para la celebración de la eucaristía.

Entonces, se hace una iluminación festiva: se encienden todas las lámparas alrededor del altar, en señal de alegría.

Mientras tanto, se canta la antífona siguiente, u otro canto adecuado, en honor de Cristo, luz del mundo:

En ti, Señor, está la fuente viva,
y tu luz nos hace ver la luz.

LITURGIA EUCARÍSTICA

Los diáconos y los ministros preparan el altar como de costumbre. Algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para la eucaristía. El obispo recibe los dones en la cátedra. Mientras se llevan éstos, conviene cantar la antífona siguiente u otro canto adecuado:
Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar,
te acuerdas allí mismo de que tu hermano
tiene quejas contra ti,
deja allí tu ofrenda ante el altar
y vete primero a reconciliarte con tu hermano,
y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Aleluya

O bien:
Consagró Moisés un altar al Señor,
ofreció holocaustos sobre él
e inmoló víctimas;
ofreció un sacrificio vespertino de aroma agradable al Señor Dios,
en presencia de los hijos de Israel.

Cuando todo está preparado, el obispo va al altar, deja la mitra y lo besa.

La misa continúa como de costumbre, pero no se inciensan los dones ni el altar.

Se dice la plegaria eucarística I o la III.

Cuando el obispo toma el cuerpo de Cristo, se empieza el canto para la comunión. Se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 127 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:

R. Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.

O bien:
Como brotes de olivo 
alrededor de la mesa del Señor 
están los hijos de la Iglesia [T. P. Aleluya].

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos. R.

Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien;
tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa. R.

Tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa:
Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor. R.

Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel! R.

Bendición final y despedida

El obispo toma la mitra y dice:
El Señor esté con vosotros.

El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.

Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Inclinaos para recibir la bendición.

Entonces, el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice diciendo:
Dios, que os ha enriquecido con el sacerdocio real,
os conceda cumplir fielmente vuestros deberes
y participar dignamente del sacrificio de Cristo.
R. Amén.

El obispo:
El que os ha reunido en torno a un mismo altar
y os ha alimentado con un mismo pan,
os conceda tener un solo corazón y una sola alma.
R. Amén.

El obispo:
Y así, con el ejemplo de vuestro amor,
llevéis a Cristo
a aquellos a quienes se lo anunciáis.
R. Amén.

El obispo toma el báculo y prosigue:
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre
, Hijo , y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
R. Amén.

El diácono:
Podéis ir en paz.

Todos:
Demos gracias a Dios.

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