CAPÍTULO II
CORONACIÓN DE UNA IMAGEN DE SANTA MARÍA VIRGEN UNIDA A LA CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS
21. Si las rúbricas lo permiten, conviene celebrar las Vísperas de Santa María, Reina (día 22 de agosto) o las Vísperas que corresponden al título de la imagen que va a ser coronada.
Ritos iniciales
22. Las Vísperas comienzan del modo acostumbrado. Después del versículo Dios mío ven en mi auxilio y del Gloria al Padre, antes de que se cante el himno, el obispo, con una monición, si lo cree oportuno, se dirige a los fieles para prepararlos a la celebración y explicar el significado del rito. Puede hacerlo con estas palabras u otras semejantes:
Al declinar el día, nos hemos reunido aquí gozosamente para celebrar el sacrificio de la alabanza vespertina y para coronar solemnemente la imagen de la santísima Virgen, Madre de Dios (y la de su Hijo). Este rito, si nos fijamos en su sentido íntimo, será para nosotros una lección de aquella doctrina evangélica según la cual son los mayores en el reino de los cielos los que supieron ser los primeros en el servicio de los demás y en la caridad. El mismo Cristo, nuestro Señor, que no vino a ser servido sino a servir, cuando fue levantado sobre la tierra atrajo a todos hacia sí y desde el madero de la cruz inauguró su reino, fundado sobre el amor y la mansedumbre.
A su vez, la Virgen santa María, cuya gloria hoy proclamamos, fue aquí en la tierra la humilde esclava del Señor; consagrada totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, con él, y a él subordinada, sirvió al misterio de la redención; y, elevada a la gloria celestial, no ha dejado su tarea salvífica para con los hermanos de Cristo, sino que, solicita de su eterna salvación, desempeña siempre el servicio de dispensadora de la piedad y reina de amor.
A continuación, se canta el Himno.
Salmodia
23. Terminado el himno, sigue el canto o recitación de los salmos con sus antífonas.
Lectura de la Palabra de Dios
24. Concluida la salmodia, es conveniente hacer una lectura mis a, escogida entre las que se proponen en el Leccionario para las fiestas de santa María Virgen, con preferencia las del día 22 de agosto (Is 9, 1-3, 5-6).
25. A continuación, el obispo hace la homilía, en la que se explica la lectura bíblica y la función maternal y regia de santa María Virgen en el misterio de la Iglesia.
26. Después de la lectura o de la homilía, si parece no, durante un espacio de tiempo meditan todos en silencio la Palabra de Seguidamente se canta el responsorio breve:
V. Santa María, Reina del mundo entero, Reina con Cristo para siempre.
R. Santa María, Reina del mundo entero, Reina con Cristo para siempre.
V. Fue llevada al cielo.
R. Reina con Cristo para siempre.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Santa María, Reina del mundo entero, Reina con Cristo para siempre.
U otro canto semejante.
Acción de gracias e invocación
27. Terminando el canto, los ministros llevan al obispo las coronas (o la corona) con las que van a ser ceñidas las imágenes de Cristo y de su Madre. El obispo, quitada la mitra, se levanta y de pie junto a la sede, dice esta oración (si se va a coronar solamente la imagen de santa María Virgen, la frase la imagen de Cristo y de su Madre se sustituye por esta otra: la imagen de la Madre de tu Hijo, como se advierte en su lugar):
Bendito eres, Señor, Dios del cielo y de la tierra,
que con tu misericordia y tu justicia
dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes;
de este admirable designio de tu providencia
nos has dejado un ejemplo sublime
en el Verbo encarnado y en su Virgen Madre:
tu Hijo, que voluntariamente se rebajó
hasta la muerte de cruz,
resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha
como Rey de reyes y Señor de señores;
y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava,
fue elegida Madre del Redentor
y verdadera Madre de los que viven,
y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles,
reina gloriosamente con su Hijo,
intercediendo por todos los hombres
como abogada de la gracia y reina de misericordia.
hasta la muerte de cruz,
resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha
como Rey de reyes y Señor de señores;
y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava,
fue elegida Madre del Redentor
y verdadera Madre de los que viven,
y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles,
reina gloriosamente con su Hijo,
intercediendo por todos los hombres
como abogada de la gracia y reina de misericordia.
Mira, Señor, benignamente a estos tus siervos
que, al ceñir con una corona visible
la imagen de Cristo y de su Madre
(o: la imagen de la Madre de tu Hijo),
reconocen en tu Hijo al Rey del universo
e invocan como Reina a la Virgen María.
Haz que, siguiendo su ejemplo, te consagren su vida
y, cumpliendo la ley del amor,
se sirvan mutuamente con diligencia;
que se nieguen a sí mismos
y con entrega generosa ganen para ti a sus hermanos;
que, buscando la humildad en la tierra,
sean un día elevados a las alturas del cielo,
donde tú mismo pones sobre la cabeza de tus fieles
la corona de la vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Imposición de la corona
16. Terminada la oración, el obispo rocía con agua bendita las coronas (la corona) y, sin decir nada, la coloca sobre la imagen de santa María Virgen. Si la Virgen figura con el niño Jesús, primero se corona la imagen del Hijo y luego la de la Madre, como queda dicho arriba (cf. núm. 2).
Canto evangélico
29. Una vez impuesta la corona, se entona el cántico de la santísima Virgen María con la antifona siguiente:
Dichosa tú, Virgen María; que has creído lo que te ha dicho el Señor; reinas con Cristo para siempre. (T. P. Aleluya.)
O bien:
Bienaventurada Virgen María, tú eres la Reina de la misericordia, tú la esperanza del mundo, escúchanos, somos tus hijos que recurrimos a ti. (T. P. Aleluya.)
O bien:
Santa María, Madre y siempre Virgen, gloriosa Reina del mundo, intercede por nosotros ante el Señor. (T. P. Aleluya.)
O bien:
Bienaventurada Virgen María, tú eres la Reina de la misericordia, tú la esperanza del mundo, escúchanos, somos tus hijos que recurrimos a ti. (T. P. Aleluya.)
O bien:
Santa María, Madre y siempre Virgen, gloriosa Reina del mundo, intercede por nosotros ante el Señor. (T. P. Aleluya.)
MAGNÍFICAT Lc 1, 46-55
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Y, como de costumbre, se repite la antifona. Mientras se canta el cántico evangélico, el obispo, después de incensar el altar y la cruz, inciensa también la imagen de santa María Virgen.
Preces e intercesiones
30. Terminado el cántico, se hace la oración universal, con el formulario propuesto en el núm. 18 o con el siguiente:
V. Hermanos, a Cristo, Rey del universo, que es anterior a todo y en quien todo se mantiene, elevemos nuestra oración, diciendo:
R. Reina, Señor, en nuestros corazones.
- Cristo, nuestro Rey, que viniste al mundo para ser testigo de la verdad, que todos te reconozcan como Señor de mentes y corazones. R.
- Cristo, Príncipe de la paz, destruye los planes de guerra y suscita pensamientos de paz en el corazón de los hombres. R.
- Cristo, heredero de todo, congrega a tu heredad en la santa Iglesia, para que todos los pueblos sean coherederos de tu reino. R.
- Cristo, Juez eterno, cuando devuelvas a Dios Padre tu reino, colócanos a tu derecha y haz que heredemos el reino preparado para nosotros desde la creación del mundo. R.
- Cristo, Mediador entre Dios y los hombres, que hiciste a María reina de misericordia, por su intercesión concede salud a los enfermos, consuelo a los afligidos, perdón a los pecadores. R.
- Cristo, Salvador de los hombres, que coronaste a María como reina del cielo, haz que los difuntos vayan a gozar con los santos en tu reino eterno. R.
El obispo, a continuación, si lo juzga oportuno, introduce la oración del Señor con estas o semejantes palabras:
Y ahora todos juntos, como hijos amadísimos, gozosos por la gloria de la santísima Virgen María y seguros de su maternal intercesión, oremos de corazón a Dios Padre como el mismo Jesucristo nos enseñó:
Todos:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre,
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;
danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
líbranos del mal.
Luego el obispo añade la siguiente oración, a no ser que el Oficio del día requiera otra:
Dios todopoderoso,
que nos has dado como Madre y como Reina
a la Madre de tu Unigénito,
concédenos que, protegidos por su intercesión,
alcancemos la gloria de tus hijos
en el reino de los cielos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
31. El obispo bendice al pueblo del modo acostumbrado; el diácono lo despide. Para terminar, es oportuno cantar la antifona Dios te salve, Reina y Madre, o Salve, Reina de los cielos, o, en tiempo pascual, Reina del cielo, u otro canto apropiado en honor de santa María Virgen.
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