DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA
RITOS INICIALES
Entrada en la iglesia
La entrada en la iglesia que se va a dedicar se hace, teniendo en cuenta los tiempos y lugares, según una de las siguientes formas:
1.ª forma:
Procesión
La puerta de la iglesia estará cerrada. El pueblo se reúne en una iglesia vecina o en un sitio adecuado desde donde pueda dirigirse la procesión hacia la iglesia. En el mismo sitio se prepararán las reliquias de los mártires o santos, si es que hay que colocarlas bajo el altar.
El obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, van al sitio donde está reunido el pueblo. El obispo deja el báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:
La puerta de la iglesia estará cerrada. El pueblo se reúne en una iglesia vecina o en un sitio adecuado desde donde pueda dirigirse la procesión hacia la iglesia. En el mismo sitio se prepararán las reliquias de los mártires o santos, si es que hay que colocarlas bajo el altar.
El obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, van al sitio donde está reunido el pueblo. El obispo deja el báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia de Dios.
El pueblo contesta:
El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.
Luego, el obispo se dirige al pueblo con estas u otras palabras parecidas:
O bien otras palabras adecuadas.
Luego, el obispo se dirige al pueblo con estas u otras palabras parecidas:
Llenos de alegría, queridos hermanos, nos hemos reunido para dedicar una nueva iglesia, con la celebración del sacrificio del Señor. Participemos activamente, oigamos con fe la palabra de Dios, para que nuestra comunidad, renacida en la misma fuente bautismal y alimentada en la misma mesa, crezca para formar un templo espiritual y, reunida junto al mismo altar, aumente su amor cristiano.
Terminada la monición, el obispo recibe la mitra y el báculo y comienza la procesión hacia la iglesia. No se llevan cirios fuera de los que van junto a las reliquias de los santos. No se quema incienso, ni durante la procesión ni en la misa antes del rito de incensación del altar y de la iglesia. Delante irá el crucífero, al que siguen los ministros, luego los diáconos o los presbíteros que llevan las reliquias de los santos, rodeados por ministros o fieles con antorchas encendidas, los presbíteros concelebrantes, el obispo con dos diáconos detrás suyo y finalmente los fieles.
Al comenzar la procesión, se canta la antífona siguiente, con el salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
Terminada la monición, el obispo recibe la mitra y el báculo y comienza la procesión hacia la iglesia. No se llevan cirios fuera de los que van junto a las reliquias de los santos. No se quema incienso, ni durante la procesión ni en la misa antes del rito de incensación del altar y de la iglesia. Delante irá el crucífero, al que siguen los ministros, luego los diáconos o los presbíteros que llevan las reliquias de los santos, rodeados por ministros o fieles con antorchas encendidas, los presbíteros concelebrantes, el obispo con dos diáconos detrás suyo y finalmente los fieles.
Al comenzar la procesión, se canta la antífona siguiente, con el salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Llenos de alegría vamos a la casa del Señor [T. P. Aleluya].
Al llegar a la puerta de la iglesia, se detienen. Los delegados de quienes edificaron la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) hacen entrega del edificio al obispo, presentándole, según las circunstancias, o las escrituras de posesión del nuevo edificio, o las llaves, o el plano del edificio, o el libro que describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los delegados se dirige brevemente al obispo y a comunidad, para ilustrar, si es el caso, el significado de la arquitectura de la iglesia. Luego, el obispo pide al presbítero que habrá de gobernar pastoralmente la iglesia que abra las puertas de la iglesia.
Abierta la puerta, el obispo invita al pueblo a entrar en la iglesia, con estas u otras palabras parecidas:
Entrad por las puertas del Señor con acción de gracias, por sus atrios con himnos.
Entonces, detrás del crucífero, el obispo y los demás entran en la iglesia. Al entrar la procesión, se canta la antífona siguiente, con el salmo 23 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R.
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R.
Abierta la puerta, el obispo invita al pueblo a entrar en la iglesia, con estas u otras palabras parecidas:
Entrad por las puertas del Señor con acción de gracias, por sus atrios con himnos.
Entonces, detrás del crucífero, el obispo y los demás entran en la iglesia. Al entrar la procesión, se canta la antífona siguiente, con el salmo 23 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra; los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros van a sus puestos en el presbiterio. Las reliquias de los santos se colocan en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
2.ª forma:
Entrada solemne
Si no hay procesión, los fieles se congregan delante de la puerta de la iglesia que se va a dedicar. En ésta se habrán colocado antes, privadamente, las reliquias de los santos.
Precedidos por el crucífero, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, se acercan a la puerta de la iglesia, donde está reunido el pueblo. Conviene que la iglesia esté cerrada y que el obispo, los concelebrantes, los diáconos y ministros lleguen a ella desde fuera.
El obispo deja el báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia de Dios.
El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.
Luego, el obispo se dirige al pueblo con estas u otras palabras parecidas:
Llenos de alegría, queridos hermanos, nos hemos reunido para dedicar una nueva iglesia, con la celebración del sacrificio del Señor. Participemos activamente, oigamos con fe la palabra de Dios, para que nuestra comunidad, renacida en la misma fuente bautismal y alimentad en la misma mesa, crezca para formar un templo espiritual y, reunida junto al mismo altar, aumente su amor cristiano.
Terminada la monición, el obispo recibe la mitra y, si se juzga oportuno, se canta la antífona siguiente, con el salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Llenos de alegría vamos a la casa del Señor [T. P. Aleluya].
Entonces, los delegados de quienes edificaron la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) hacen entrega del edificio al obispo, presentándole, según las circunstancias, o las escrituras de posesión del nuevo edificio, o las llaves, o el plano del edificio, o el libro que describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los delegados se dirige brevemente al obispo y a la comunidad, para ilustrar, si es el caso, el significado de la arquitectura de la iglesia. Luego, si las puertas están cerradas, el obispo pide al presbítero que habrá de gobernar pastoralmente la iglesia que abra las puertas de la iglesia.
Entonces, el obispo recibe el báculo e invita al pueblo a entrar en la iglesia, con estas u otras palabras parecidas:
Entrad por las puertas del Señor con acción de gracias, por sus atrios con himnos.
Después, detrás del crucífero, el obispo y los demás entran en la iglesia. Al entrar la procesión, se canta la antífona siguiente, con el salmo 23 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra; los presbíteros concelebrantes, le diáconos y ministros van a sus puestos en el presbiterio. Las reliquias de los santos se colocan en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
3.ª forma:
Entrada sencilla
Si no se puede hacer entrada solemne, se hace la entrada sencilla.
Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía, precedidos por el crucífero, y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.
Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar, se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada siguientes, con el salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
Antífona de entrada Cf. Sal 67, 6-7. 36
O bien, con el salmo 121: Cf. Sal 121, 1
Cuando la procesión llega al presbiterio, se colocan las reliquias en un sitio adecuado, en medio de antorchas. Los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros van a sus puestos. El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra. Luego, deja el báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia de Dios.
El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.
Bendición y aspersión del agua
Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo, y para purificar el nuevo altar.
Los ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la cátedra. El obispo invita a todos a orar con estas u otras palabras parecidas:
Queridos hermanos, al dedicar a Dios nuestro Señor esta casa, supliquémosle que bendiga esta agua, creatura suya, con la cual seremos rociados, en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo, y con la cual se purificarán los muros y el nuevo altar. Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que, dóciles al Espíritu Santo que hemos recibido, permanezcamos fieles en su Iglesia.
Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo continúa:
Dios, Padre nuestro, fuente de luz y de vida,
que tanto amas a los hombres
que no sólo los alimentas con solicitud paternal,
sino que los purificas del pecado con el rocío de la caridad
y los guías constantemente hacia Cristo, su Cabeza;
y así has querido, en tu designio misericordioso,
que los pecadores, al sumergirse en el baño bautismal,
mueran con Cristo y resuciten inocentes,
sean hechos miembros suyos y coherederos del premio eterno;
santifica con tu bendición + esta agua, creatura tuya,
para que, rociada sobre nosotros y sobre los muros de esta iglesia
sea señal del bautismo,
por el cual, lavados en Cristo,
llegamos a ser templos de tu Espíritu;
concédenos a nosotros
y a cuantos en esta iglesia celebrarán los divinos misterios
llegar a la celestial Jerusalén.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
El obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita al pueblo y los muros de la iglesia, pasando por la nave de la misma; de regreso al presbiterio, rocía el altar. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes u otro canto adecuado:
Vi que manaba agua
del lado derecho del templo. Aleluya.
Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente
y cantarán: Aleluya, aleluya.
En tiempo de Cuaresma:
Cuando os haga ver mi santidad,
os reuniré de todos los países;
derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará de todas vuestras inmundicias
y os infundiré un espíritu nuevo.
Después de la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y, terminado el canto, dice, de pie, con las manos juntas:
Dios, Padre de misericordia,
esté presente en esta casa de oración
y, con la gracia del Espíritu Santo,
purifique a quienes somos templo vivo para su gloria.
R. Amén.
Himno y colecta
Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo, salvo en los tiempos de Adviento y Cuaresma.
Terminado el himno, el obispo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo, con las manos extendidas, dice:
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro? R.
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura con engaño.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. R.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso,
el Señor valeroso en la batalla. R.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo,
él es el Rey de la gloria. R.
El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra; los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros van a sus puestos en el presbiterio. Las reliquias de los santos se colocan en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
2.ª forma:
Entrada solemne
Si no hay procesión, los fieles se congregan delante de la puerta de la iglesia que se va a dedicar. En ésta se habrán colocado antes, privadamente, las reliquias de los santos.
Precedidos por el crucífero, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, se acercan a la puerta de la iglesia, donde está reunido el pueblo. Conviene que la iglesia esté cerrada y que el obispo, los concelebrantes, los diáconos y ministros lleguen a ella desde fuera.
El obispo deja el báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia de Dios.
El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.
Luego, el obispo se dirige al pueblo con estas u otras palabras parecidas:
Llenos de alegría, queridos hermanos, nos hemos reunido para dedicar una nueva iglesia, con la celebración del sacrificio del Señor. Participemos activamente, oigamos con fe la palabra de Dios, para que nuestra comunidad, renacida en la misma fuente bautismal y alimentad en la misma mesa, crezca para formar un templo espiritual y, reunida junto al mismo altar, aumente su amor cristiano.
Terminada la monición, el obispo recibe la mitra y, si se juzga oportuno, se canta la antífona siguiente, con el salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Llenos de alegría vamos a la casa del Señor [T. P. Aleluya].
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R.
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R.
Entonces, los delegados de quienes edificaron la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) hacen entrega del edificio al obispo, presentándole, según las circunstancias, o las escrituras de posesión del nuevo edificio, o las llaves, o el plano del edificio, o el libro que describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los delegados se dirige brevemente al obispo y a la comunidad, para ilustrar, si es el caso, el significado de la arquitectura de la iglesia. Luego, si las puertas están cerradas, el obispo pide al presbítero que habrá de gobernar pastoralmente la iglesia que abra las puertas de la iglesia.
Entonces, el obispo recibe el báculo e invita al pueblo a entrar en la iglesia, con estas u otras palabras parecidas:
Entrad por las puertas del Señor con acción de gracias, por sus atrios con himnos.
Después, detrás del crucífero, el obispo y los demás entran en la iglesia. Al entrar la procesión, se canta la antífona siguiente, con el salmo 23 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro? R.
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura con engaño.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. R.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso,
el Señor valeroso en la batalla. R.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo,
él es el Rey de la gloria. R.
El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra; los presbíteros concelebrantes, le diáconos y ministros van a sus puestos en el presbiterio. Las reliquias de los santos se colocan en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
3.ª forma:
Entrada sencilla
Si no se puede hacer entrada solemne, se hace la entrada sencilla.
Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía, precedidos por el crucífero, y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.
Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar, se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada siguientes, con el salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
Antífona de entrada Cf. Sal 67, 6-7. 36
R. Dios vive en su santa morada.
Dios, el que hace habitar juntos en su casa,
él mismo dará fuerza y poder
a su pueblo [T. P. Aleluya].
O bien, con el salmo 121: Cf. Sal 121, 1
R. Llenos de alegría vamos a la casa
del Señor [T. P. Aleluya].
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R.
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R.
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia de Dios.
El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.
Bendición y aspersión del agua
Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo, y para purificar el nuevo altar.
Los ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la cátedra. El obispo invita a todos a orar con estas u otras palabras parecidas:
Queridos hermanos, al dedicar a Dios nuestro Señor esta casa, supliquémosle que bendiga esta agua, creatura suya, con la cual seremos rociados, en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo, y con la cual se purificarán los muros y el nuevo altar. Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que, dóciles al Espíritu Santo que hemos recibido, permanezcamos fieles en su Iglesia.
Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo continúa:
Dios, Padre nuestro, fuente de luz y de vida,
que tanto amas a los hombres
que no sólo los alimentas con solicitud paternal,
sino que los purificas del pecado con el rocío de la caridad
y los guías constantemente hacia Cristo, su Cabeza;
y así has querido, en tu designio misericordioso,
que los pecadores, al sumergirse en el baño bautismal,
mueran con Cristo y resuciten inocentes,
sean hechos miembros suyos y coherederos del premio eterno;
santifica con tu bendición + esta agua, creatura tuya,
para que, rociada sobre nosotros y sobre los muros de esta iglesia
sea señal del bautismo,
por el cual, lavados en Cristo,
llegamos a ser templos de tu Espíritu;
concédenos a nosotros
y a cuantos en esta iglesia celebrarán los divinos misterios
llegar a la celestial Jerusalén.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
El obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita al pueblo y los muros de la iglesia, pasando por la nave de la misma; de regreso al presbiterio, rocía el altar. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes u otro canto adecuado:
Vi que manaba agua
del lado derecho del templo. Aleluya.
Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente
y cantarán: Aleluya, aleluya.
En tiempo de Cuaresma:
Cuando os haga ver mi santidad,
os reuniré de todos los países;
derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará de todas vuestras inmundicias
y os infundiré un espíritu nuevo.
Después de la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y, terminado el canto, dice, de pie, con las manos juntas:
Dios, Padre de misericordia,
esté presente en esta casa de oración
y, con la gracia del Espíritu Santo,
purifique a quienes somos templo vivo para su gloria.
R. Amén.
Himno y colecta
Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo, salvo en los tiempos de Adviento y Cuaresma.
Terminado el himno, el obispo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo, con las manos extendidas, dice:
Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno,
derrama tu gracia sobre este lugar
y socorre a cuantos en él te invocan;
que el poder de tu palabra y de los sacramentos
fortalezcan aquí el corazón de todos los fieles.
Por nuestro Señor Jesucristo.
R. Amén.derrama tu gracia sobre este lugar
y socorre a cuantos en él te invocan;
que el poder de tu palabra y de los sacramentos
fortalezcan aquí el corazón de todos los fieles.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LITURGIA DE LA PALABRA
Conviene celebrar la proclamación de la palabra de Dios de la siguiente manera: dos lectores, uno de los cuales lleva el leccionario de la misa, y un salmista se acercan al obispo. El obispo, de pie y con la mitra puesta, toma el leccionario, lo muestra al pueblo y dice:
Resuene siempre en esta casa la palabra de Dios,
para que conozcáis el misterio de Cristo
y se realice vuestra salvación dentro de la Iglesia.
R. Amén.
Luego, el obispo entrega el leccionario al primer lector. Y los lectores y el salmista se dirigen al ambón, llevando el leccionario a la vista de todos.
Las lecturas se disponen de la siguiente manera:
a) En primer lugar se proclama siempre la primera lectura del libro de Nehemías (8, 2-4a. 5-6. 8-10), seguida del canto del salmo responsorial (Sal 18 B, 8-9. 10. 15), con la respuesta:
R. Amén.
Luego, el obispo entrega el leccionario al primer lector. Y los lectores y el salmista se dirigen al ambón, llevando el leccionario a la vista de todos.
Las lecturas se disponen de la siguiente manera:
a) En primer lugar se proclama siempre la primera lectura del libro de Nehemías (8, 2-4a. 5-6. 8-10), seguida del canto del salmo responsorial (Sal 18 B, 8-9. 10. 15), con la respuesta:
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
b) La segunda lectura y el evangelio se toman de los textos propuestos en el leccionario para la celebración de la dedicación de una iglesia.
Para el evangelio no se llevan ciriales ni incienso.
Después del evangelio, el obispo hace la homilía, en la que explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito.
Terminada la homilía, se dice el Credo. En cambio, se omite la oración de los fieles ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos.
ORACIÓN DE DEDICACIÓN Y UNCIONES
Letanías de los santos
Después, el obispo invita al pueblo a orar, con estas u otras palabras parecidas:
Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, quien de los corazones de los fieles ha hecho para sí templos espirituales, y juntemos nuestras voces con la súplica fraterna de los santos.
Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.
b) La segunda lectura y el evangelio se toman de los textos propuestos en el leccionario para la celebración de la dedicación de una iglesia.
Para el evangelio no se llevan ciriales ni incienso.
Después del evangelio, el obispo hace la homilía, en la que explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito.
Terminada la homilía, se dice el Credo. En cambio, se omite la oración de los fieles ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos.
ORACIÓN DE DEDICACIÓN Y UNCIONES
Letanías de los santos
Después, el obispo invita al pueblo a orar, con estas u otras palabras parecidas:
Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, quien de los corazones de los fieles ha hecho para sí templos espirituales, y juntemos nuestras voces con la súplica fraterna de los santos.
Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.
E, inmediatamente, el obispo se arrodilla ante su sede; también los demás se arrodillan.
Entonces, se cantan las letanías de los santos, a las que todos responden. En ellas se añadirán, en sus sitios respectivos, las invocaciones del titular de la iglesia, del patrono del lugar y, si es del caso, de los santos cuyas reliquias se van a colocar. Se pueden añadir también otras peticiones conforme a la naturaleza especial del rito y a la condición de los fíeles.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
San Miguel, ruega por nosotros.
Santos Ángeles de Dios, rogad por nosotros.
San Juan Bautista, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
Santos Pedro y Pablo, rogad por nosotros.
San Andrés, ruega por nosotros.
Santiago, ruega por nosotros.
San Juan, ruega por nosotros.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros.
San Esteban, ruega por nosotros.
San Ignacio de Antioquía, ruega por nosotros.
San Lorenzo, ruega por nosotros.
Santas Perpetua y Felicidad, rogad por nosotros.
Santa Inés, ruega por nosotros.
San Gregorio, ruega por nosotros.
San Agustín, ruega por nosotros.
San Atanasio, ruega por nosotros.
San Basilio, ruega por nosotros.
San Martín, ruega por nosotros.
San Benito, ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo, rogad por nosotros.
San Francisco Javier, ruega por nosotros.
San Juan María Vianney, ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena, ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús, ruega por nosotros.
Santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
San Gregorio, ruega por nosotros.
San Agustín, ruega por nosotros.
San Atanasio, ruega por nosotros.
San Basilio, ruega por nosotros.
San Martín, ruega por nosotros.
San Benito, ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo, rogad por nosotros.
San Francisco Javier, ruega por nosotros.
San Juan María Vianney, ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena, ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús, ruega por nosotros.
Santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
Muéstrate propicio, líbranos, Señor.
De todo mal, líbranos, Señor.
De todo pecado, líbranos, Señor.
De la muerte eterna, líbranos, Señor.
Por tu encarnación, líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección, líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo, líbranos, Señor.
Nosotros que somos pecadores, te rogamos, óyenos.
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia, te rogamos, óyenos.
Para que asistas al Papa y a todos los miembros del clero en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia, te rogamos, óyenos.
Para que asistas al Papa y a todos los miembros del clero en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Para que concedas paz y concordia a todos los pueblos de la tierra, te rogamos, óyenos.
Para que nos fortalezcas y asistas en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Para que consagres esta iglesia, te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos, óyenos.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
Acabadas las letanías, el obispo (si está arrodillado, se pone de pie), con las manos extendidas, dice:
Te pedimos, Señor,
que, por la intercesión de la santa Virgen María
y de todos los santos,
aceptes nuestras súplicas,
para que este lugar que va a ser dedicado a tu nombre
sea casa de salvación y de gracia,
donde el pueblo cristiano,
reunido en la unidad,
te adore con espíritu y verdad
y se construya en el amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
R. Amén.
Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Podéis levantaros.
Y todos se ponen de pie.
El obispo vuelve a ponerse la mitra.
Si no se colocan las reliquias de los santos, el obispo dice en seguida la oración de dedicación, como se indica más adelante.
Y todos se ponen de pie.
El obispo vuelve a ponerse la mitra.
Si no se colocan las reliquias de los santos, el obispo dice en seguida la oración de dedicación, como se indica más adelante.
Colocación de las reliquias
Si se van a colocar debajo del altar algunas reliquias de mártires o de otros santos, el obispo va al altar. Un diácono o un presbítero lleva las reliquias al obispo, quien las coloca en el sepulcro preparado para recibirlas. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 14 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Santos de Dios, que habéis recibido un lugar bajo el altar,
interceded por nosotros ante el Señor Jesucristo.
interceded por nosotros ante el Señor Jesucristo.
O bien:
Los cuerpos de los santos fueron sepultados en paz
y su fama vive por generaciones. (T. P. Aleluya.)
Mientras tanto, un albañil cierra el sepulcro, y el obispo regresa a la cátedra.
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo? R.
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R.
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino.
El que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R.
El que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R.
Oración de dedicación
Hecho lo anterior, el obispo, de pie y sin mitra, junto a la cátedra o junto al altar, dice en voz alta:
Oh Dios, santificador y guía de tu Iglesia,
celebramos tu nombre con alabanzas jubilosas,
porque en este día tu pueblo quiere dedicarte, para siempre,
con rito solemne, esta casa de oración,
en la cual te honra con amor,
se instruye con tu palabra
y se alimenta con tus sacramentos.
Este edificio hace vislumbrar el misterio de la Iglesia,
a la que Cristo santificó con su sangre,
para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria,
como Virgen excelsa por la integridad de la fe,
y Madre fecunda por el poder del Espíritu.
Es la Iglesia santa, la viña elegida de Dios,
cuyos sarmientos llenan el mundo entero,
cuyos renuevos, adheridos al tronco,
son atraídos hacia lo alto, al reino de los cielos.
Es la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres,
el templo santo, construido con piedras vivas,
sobre el cimiento de los Apóstoles,
con Cristo Jesús como suprema piedra angular.
Es la Iglesia excelsa,
la Ciudad colocada sobre la cima de la montaña,
accesible a todos, y a todos patente,
en la cual brilla perenne la antorcha del Cordero
y resuena agradecido el cántico de los bienaventurados.
Te suplicamos, pues, Padre santo,
que te dignes impregnar con santificación celestial
esta iglesia y este altar,
para que sean siempre lugar santo
y una mesa siempre lista para el sacrificio de Cristo.
Que en este lugar el torrente de tu gracia
lave las manchas de los hombres,
para que tus hijos, Padre, muertos al pecado,
renazcan a la vida nueva.
Que tus fieles, reunidos junto a este altar,
celebren el memorial de la Pascua
y se fortalezcan con la palabra y el cuerpo de Cristo.
Que resuene aquí la alabanza jubilosa
que armoniza las voces de los ángeles y de los hombres,
y que suba hasta ti la plegaria por la salvación del mundo.
Que los pobres encuentren aquí misericordia,
los oprimidos alcancen la verdadera libertad,
y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos,
hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén celestial.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Unción del altar y de los muros de la iglesia
Luego, el obispo se quita, si es necesario, la casulla y toma un gremial, va al altar con los diáconos y otros ministros, uno de los cuales lleva el recipiente con el crisma, y procede a la unción del altar y de los muros de la iglesia, tal como se describe más adelante.
Si el obispo quiere asociarse, en la unción de los muros, a algunos de los presbíteros que concelebran con él el rito sagrado, terminada la unción del altar, les entrega los recipientes con el sagrado crisma y procede con ellos a realizar las unciones.
El obispo puede encomendar también esta unción de los muros a los presbíteros para que la hagan ellos solos, en cuyo caso, después de la unción del altar, les hace entrega de los recipientes con el santo crisma.
El obispo, de pie ante el altar, dice en voz alta:
El Señor santifique con su poder
Oh Dios, santificador y guía de tu Iglesia,
celebramos tu nombre con alabanzas jubilosas,
porque en este día tu pueblo quiere dedicarte, para siempre,
con rito solemne, esta casa de oración,
en la cual te honra con amor,
se instruye con tu palabra
y se alimenta con tus sacramentos.
Este edificio hace vislumbrar el misterio de la Iglesia,
a la que Cristo santificó con su sangre,
para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria,
como Virgen excelsa por la integridad de la fe,
y Madre fecunda por el poder del Espíritu.
Es la Iglesia santa, la viña elegida de Dios,
cuyos sarmientos llenan el mundo entero,
cuyos renuevos, adheridos al tronco,
son atraídos hacia lo alto, al reino de los cielos.
Es la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres,
el templo santo, construido con piedras vivas,
sobre el cimiento de los Apóstoles,
con Cristo Jesús como suprema piedra angular.
Es la Iglesia excelsa,
la Ciudad colocada sobre la cima de la montaña,
accesible a todos, y a todos patente,
en la cual brilla perenne la antorcha del Cordero
y resuena agradecido el cántico de los bienaventurados.
Te suplicamos, pues, Padre santo,
que te dignes impregnar con santificación celestial
esta iglesia y este altar,
para que sean siempre lugar santo
y una mesa siempre lista para el sacrificio de Cristo.
Que en este lugar el torrente de tu gracia
lave las manchas de los hombres,
para que tus hijos, Padre, muertos al pecado,
renazcan a la vida nueva.
Que tus fieles, reunidos junto a este altar,
celebren el memorial de la Pascua
y se fortalezcan con la palabra y el cuerpo de Cristo.
Que resuene aquí la alabanza jubilosa
que armoniza las voces de los ángeles y de los hombres,
y que suba hasta ti la plegaria por la salvación del mundo.
Que los pobres encuentren aquí misericordia,
los oprimidos alcancen la verdadera libertad,
y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos,
hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén celestial.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Unción del altar y de los muros de la iglesia
Luego, el obispo se quita, si es necesario, la casulla y toma un gremial, va al altar con los diáconos y otros ministros, uno de los cuales lleva el recipiente con el crisma, y procede a la unción del altar y de los muros de la iglesia, tal como se describe más adelante.
Si el obispo quiere asociarse, en la unción de los muros, a algunos de los presbíteros que concelebran con él el rito sagrado, terminada la unción del altar, les entrega los recipientes con el sagrado crisma y procede con ellos a realizar las unciones.
El obispo puede encomendar también esta unción de los muros a los presbíteros para que la hagan ellos solos, en cuyo caso, después de la unción del altar, les hace entrega de los recipientes con el santo crisma.
El obispo, de pie ante el altar, dice en voz alta:
El Señor santifique con su poder
este altar y esta casa que vamos a ungir,
para que expresen con una señal visible
el misterio de Cristo y de la Iglesia.
Luego, vierte el crisma en el medio y en los cuatro ángulos del altar, y es aconsejable que unja también toda la mesa.
A continuación, unge los muros de la iglesia, signando con el santo crisma las doce o cuatro cruces adecuadamente distribuidas, con la ayuda, si se juzga oportuno, de dos o cuatro presbíteros.
Si ha encomendado la unción de los muros a los presbíteros, éstos, cuando el obispo ha terminado la unción del altar, ungen los muros de la iglesia, signando las cruces con el santo crisma.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 83 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Ésta es la morada de Dios con los hombres:
Luego, vierte el crisma en el medio y en los cuatro ángulos del altar, y es aconsejable que unja también toda la mesa.
A continuación, unge los muros de la iglesia, signando con el santo crisma las doce o cuatro cruces adecuadamente distribuidas, con la ayuda, si se juzga oportuno, de dos o cuatro presbíteros.
Si ha encomendado la unción de los muros a los presbíteros, éstos, cuando el obispo ha terminado la unción del altar, ungen los muros de la iglesia, signando las cruces con el santo crisma.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 83 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Ésta es la morada de Dios con los hombres:
acampará entre ellos;
ellos serán su pueblo,
y Dios estará con ellos y será su Dios. (T. P. Aleluya.)
O bien:
O bien:
El templo del Señor es santo,
es campo de Dios,
es edificación de Dios.
Terminada la unción del altar y de los muros de la iglesia, el obispo regresa a la cátedra y se sienta. Los ministros le traen lo necesario para lavarse las manos. Luego, se quita el gremial y se pone la casulla. También los presbíteros se lavan las manos después de ungir los muros.
Incensación del altar y de la iglesia
Después del rito de la unción, se coloca sobre el altar un brasero para quemar incienso o aromas, o, si se prefiere, se hace sobre el altar un montón de incienso mezclado con cerillas. El obispo echa incienso en el brasero o con un pequeño cirio que le entrega el ministro enciende el montón de incienso, diciendo:
Suba, Señor, nuestra oración
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor del universo!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo. R.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío. R.
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichoso el que encuentra en ti su fuerza
y tiene tus caminos en su corazón. R.
Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver al Dios de los dioses en Sión. R.
Señor del universo, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, escudo nuestro,
mira el rostro de tu Ungido. R.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados. R.
Porque el Señor Dios es sol y escudo,
el Señor da la gracia y la gloria;
y no niega sus bienes
a los de conducta intachable. R.
¡Señor del universo, dichoso el hombre
que confía en ti! R.
Incensación del altar y de la iglesia
Después del rito de la unción, se coloca sobre el altar un brasero para quemar incienso o aromas, o, si se prefiere, se hace sobre el altar un montón de incienso mezclado con cerillas. El obispo echa incienso en el brasero o con un pequeño cirio que le entrega el ministro enciende el montón de incienso, diciendo:
Suba, Señor, nuestra oración
como incienso en tu presencia
y, así como esta casa se llena de suave olor,
que en tu Iglesia se aspire el aroma de Cristo.
Entonces, el obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la cátedra, es incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la nave de la iglesia, inciensan al pueblo y los muros.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 137, 1-6 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
Entonces, el obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la cátedra, es incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la nave de la iglesia, inciensan al pueblo y los muros.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 137, 1-6 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Llegó un ángel con un incensario de oro,
y se puso junto al altar.
O bien:
O bien:
Por manos del ángel subió a la presencia de Dios
el humo de los perfumes.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre. R.
Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R.
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio. R.
Iluminación del altar y de la iglesia
Terminada la incensación, algunos ministros secan con toallas la mesa del altar y la tapan, si es necesario, con un lienzo impermeable; luego, cubren el altar con el mantel y lo adornan, según sea oportuno, con flores; colocan adecuadamente los candelabros con los cirios requeridos para la celebración de la misa y también, si es del caso, la cruz.
Después, el diácono se acerca al obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio encendido, diciendo en voz alta:
Brille en la Iglesia la luz de Cristo
Iluminación del altar y de la iglesia
Terminada la incensación, algunos ministros secan con toallas la mesa del altar y la tapan, si es necesario, con un lienzo impermeable; luego, cubren el altar con el mantel y lo adornan, según sea oportuno, con flores; colocan adecuadamente los candelabros con los cirios requeridos para la celebración de la misa y también, si es del caso, la cruz.
Después, el diácono se acerca al obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio encendido, diciendo en voz alta:
Brille en la Iglesia la luz de Cristo
para que todos los hombres lleguen a la plenitud de la verdad.
Luego, el obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los cirios para la celebración de la eucaristía.
Entonces, se hace una iluminación festiva: se encienden todos los cirios, las candelas colocadas donde se han hecho las unciones y todas las lámparas de la iglesia, en señal de alegría.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el cántico de Tobías, 13, 10. 13-14ab. 14c-15. 17, u otro canto adecuado, de preferencia en honor de Cristo, luz del mundo:
R. Llega tu luz, Jerusalén,
Luego, el obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los cirios para la celebración de la eucaristía.
Entonces, se hace una iluminación festiva: se encienden todos los cirios, las candelas colocadas donde se han hecho las unciones y todas las lámparas de la iglesia, en señal de alegría.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el cántico de Tobías, 13, 10. 13-14ab. 14c-15. 17, u otro canto adecuado, de preferencia en honor de Cristo, luz del mundo:
R. Llega tu luz, Jerusalén,
y la gloria del Señor amanece sobre ti;
caminarán los pueblos a tu luz. Aleluya.
En tiempo de Cuaresma:
Jerusalén, ciudad santa, como una luz esplendente
iluminarás todas las regiones de la tierra.
Que todos alaben al Señor
y le den gracias en Jerusalén. R.
Una luz esplendente iluminará
a todas las regiones de la tierra.
Vendrán a ti de lejos muchos pueblos.
Y los habitantes del confín de la tierra
vendrán a visitar al Señor, tu Dios,
con ofrendas para el Rey del cielo. R.
Generaciones sin fin
Generaciones sin fin
cantarán vítores en tu recinto,
y el nombre de la elegida
durará para siempre.
Saldrás entonces con júbilo
al encuentro del pueblo justo,
porque todos se reunirán
para bendecir al Señor del mundo. R.
LITURGIA EUCARÍSTICA
Los diáconos y los ministros preparan el altar como de costumbre. Algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para la eucaristía. El obispo recibe los dones en la cátedra. Mientras se llevan éstos, conviene cantar la antífona siguiente u otro canto adecuado:
Señor Dios nuestro, con sincero corazón, te ofrezco todo esto,
LITURGIA EUCARÍSTICA
Los diáconos y los ministros preparan el altar como de costumbre. Algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para la eucaristía. El obispo recibe los dones en la cátedra. Mientras se llevan éstos, conviene cantar la antífona siguiente u otro canto adecuado:
Señor Dios nuestro, con sincero corazón, te ofrezco todo esto,
y veo, con alegría, a tu pueblo aquí reunido;
Señor, Dios de Israel, consérvanos fieles a ti. (T. P. Aleluya.)
Cuando todo está preparado, el obispo va al altar, deja la mitra y lo besa.
La misa continúa como de costumbre, pero no se inciensan los dones ni el altar.
Se dice la plegaria eucarística I o la III.
En las plegarias eucarísticas se hace memoria de la dedicación de la iglesia, con las fórmulas que se hallan en el formulario de la misa ritual para la dedicación de una iglesia.
Cuando el obispo toma el cuerpo de Cristo, se empieza el canto para la comunión. Se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 127 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Mi casa será casa de oración, dice el Señor;
Cuando todo está preparado, el obispo va al altar, deja la mitra y lo besa.
La misa continúa como de costumbre, pero no se inciensan los dones ni el altar.
Se dice la plegaria eucarística I o la III.
En las plegarias eucarísticas se hace memoria de la dedicación de la iglesia, con las fórmulas que se hallan en el formulario de la misa ritual para la dedicación de una iglesia.
Cuando el obispo toma el cuerpo de Cristo, se empieza el canto para la comunión. Se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 127 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Mi casa será casa de oración, dice el Señor;
en ella, quien pide recibe,
quien busca encuentra,
y al que llama se le abre. (T. P. Aleluya.)
O bien:
Como renuevos de olivo
O bien:
Como renuevos de olivo
alrededor de la mesa del Señor
están los hijos de la Iglesia. (T. P. Aleluya.)
Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, se continúa la misa como se indica más adelante.
Inauguración de la capilla del santísimo sacramento
Conviene hacer la inauguración de la capilla de la reserva de la santísima eucaristía de la siguiente manera: Después de la comunión, se deja sobre la mesa del altar el copón con el santísimo sacramento. El obispo va a la cátedra y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo dice la oración después de la comunión.
Después, el obispo vuelve al altar e inciensa, de rodillas, el santísimo sacramento y, tomando el velo humeral, recibe el copón en sus manos, cubiertas con dicho velo. Se ordena la procesión, en la cual, marchando todos detrás del crucífero, se lleva el santísimo sacramento con cirios e incienso por la nave de la iglesia a la capilla de la reserva.
Mientras tanto, se canta la antífona siguiente, con el salmo 147 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina. R.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza. R.
Hace caer el hielo como migajas;
ante su helada, ¿quien resistirá?
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren las aguas. R.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R.
Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el obispo coloca el copón sobre el altar, o bien en el sagrario, dejando la puerta abierta, impone incienso e inciensa arrodillado el santísimo sacramento. Después de unos momentos de oración en silencio, el diácono pone el copón en el sagrario o bien cierra la puerta del mismo. Un ministro enciende la lámpara que arderá continuamente delante del santísimo sacramento.
Si la capilla de la reserva del santísimo sacramento puede ser vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte allí inmediatamente la bendición del fin de la misa. En caso contrario, la procesión regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la bendición desde el altar o desde la cátedra.
Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, terminada la comunión de los fieles, el obispo dice la oración después de la comunión.
Bendición final y despedida
El obispo torna la mitra y dice:
El Señor esté con vosotros.
El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.
Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Inclinaos para recibir la bendición.
Entonces, el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice diciendo:
El diácono:
Podéis ir en paz.
Todos:
Demos gracias a Dios.
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos. R.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien;
tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa. R.
Tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa:
Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor. R.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel! R.
Inauguración de la capilla del santísimo sacramento
Conviene hacer la inauguración de la capilla de la reserva de la santísima eucaristía de la siguiente manera: Después de la comunión, se deja sobre la mesa del altar el copón con el santísimo sacramento. El obispo va a la cátedra y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo dice la oración después de la comunión.
Después, el obispo vuelve al altar e inciensa, de rodillas, el santísimo sacramento y, tomando el velo humeral, recibe el copón en sus manos, cubiertas con dicho velo. Se ordena la procesión, en la cual, marchando todos detrás del crucífero, se lleva el santísimo sacramento con cirios e incienso por la nave de la iglesia a la capilla de la reserva.
Mientras tanto, se canta la antífona siguiente, con el salmo 147 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina. R.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza. R.
Hace caer el hielo como migajas;
ante su helada, ¿quien resistirá?
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren las aguas. R.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R.
Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el obispo coloca el copón sobre el altar, o bien en el sagrario, dejando la puerta abierta, impone incienso e inciensa arrodillado el santísimo sacramento. Después de unos momentos de oración en silencio, el diácono pone el copón en el sagrario o bien cierra la puerta del mismo. Un ministro enciende la lámpara que arderá continuamente delante del santísimo sacramento.
Si la capilla de la reserva del santísimo sacramento puede ser vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte allí inmediatamente la bendición del fin de la misa. En caso contrario, la procesión regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la bendición desde el altar o desde la cátedra.
Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, terminada la comunión de los fieles, el obispo dice la oración después de la comunión.
Bendición final y despedida
El obispo torna la mitra y dice:
El Señor esté con vosotros.
El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.
Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Inclinaos para recibir la bendición.
Entonces, el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice diciendo:
Dios, Señor del cielo y de la
tierra,
que os ha congregado hoy
para la dedicación de esta iglesia,
multiplique sobre vosotros las bendiciones del cielo.
que os ha congregado hoy
para la dedicación de esta iglesia,
multiplique sobre vosotros las bendiciones del cielo.
R.
Amén.
El obispo:
Él, que quiso reunir en su Hijo a
todos los hijos dispersos,
haga de vosotros templo suyo y morada del Espíritu Santo.
haga de vosotros templo suyo y morada del Espíritu Santo.
R.
Amén.
El obispo:
Para que así, felizmente purificados de toda mancha,
podáis tener en vosotros a Dios como huésped
y poseer, con todos los santos,
la herencia de la eterna dicha.
la heredad del reino eterno.
Para que así, felizmente purificados de toda mancha,
podáis tener en vosotros a Dios como huésped
y poseer, con todos los santos,
la herencia de la eterna dicha.
la heredad del reino eterno.
R.
Amén.
El obispo toma el báculo y prosigue:
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre ✠, Hijo ✠, y Espíritu ✠ Santo,
descienda sobre vosotros y permanezca siempre.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre ✠, Hijo ✠, y Espíritu ✠ Santo,
descienda sobre vosotros y permanezca siempre.
R.
Amén.
Podéis ir en paz.
Todos:
Demos gracias a Dios.
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