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domingo, 19 de enero de 2020

Domingo 23 febrero 2020, VII Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo A.

TEXTOS MISA

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Monición de entrada
Año A
El Hijo de Dios ha venido al mundo para reconciliar a los hombres entre sí y con el Padre. Uno de los frutos de esa reconciliación es poder estar juntos, como nosotros aquí ahora, en presencia del Señor. El está siempre en el centro de la celebración y de la vida de la Iglesia para anunciar el amor compasivo de Dios hacia los hombres y para que vivamos el amor fraterno. Escuchemos la Palabra del Señor y vivamos como él, siendo templos del Espíritu.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año A
- Tú solo eres santo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú solo eres perfecto: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú solo eres misericordioso: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Domingo de la VII semana del Tiempo Ordinario, ciclo A (Lec. I A).

PRIMERA LECTURA Lev 19, 1-2. 17-18
Amarás a tu prójmo como a ti mismo
Lectura del libro del Levítico.

EL Señor habló así a Moisés:
«Di a la comunidad de los hijos de Israel:
“Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 102,1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13 (R.: 8a)
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

V. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

V. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

V. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

V. Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo temen.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Miserátor et miséricors Dóminus.

SEGUNDA LECTURA 1 Cor 3, 16-23
Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros.
Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio.
Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: «Él caza a los sabios en su astucia». Y también:
«El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos».
Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo Y Cristo de Dios.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya 1 Jn 2, 5
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Quien guarda la palabra de Cristo, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. R.
Qui servat verbum Christi, vere in hoc cáritas Dei perfécta est.

EVANGELIO Mt 5, 38-48
Amad a vuestros enemigos
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
Homilía, Domingo 19 de febrero de 2017.
Hoy hay un mensaje que diría único en las Lecturas. En la primera lectura está la Palabra del Señor que nos dice: «Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo» (Lv 19, 2). Dios Padre nos dice esto. Y el Evangelio termina con esa Palabra de Jesús: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mateo 5, 48). Lo mismo. Este es el programa de vida. Sed santos, porque Él es santo; sed perfectos, porque Él es perfecto.
Y vosotros podéis preguntarme: "Pero, padre, ¿cómo es el camino a la santidad, cuál es el camino para ser santos?". Jesús lo explica bien en el Evangelio: lo explica con cosas concretas.
Antes que nada: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente". Pues yo os digo: no resistáis al mal» (Mt 5, 38-39), es decir nada de venganza. Si yo tengo en el corazón el rencor por algo que alguien me ha hecho y quiero vengarme, esto me aleja del camino hacia la santidad. Nada de venganza. "¡Me la has hecho: me la pagarás!". ¿Esto es cristiano? No. "Me la pagarás" no entra en el lenguaje de un cristiano. Nada de venganza. Nada de rencor. "¡Pero ese me hace la vida imposible!…". "¡Esa vecina de allí habla mal de mí todos los días! También yo hablaré mal de ella…". No. ¿Qué dice el Señor? "Reza por ella" –"¿Pero por esa debo rezar yo?" –"Sí, reza por ella". Es el camino del perdón, del olvidar las ofensas. ¿Te dan una bofetada en la mejilla derecha? Ponle también la otra. Al mal se vence con el bien, el pecado se vence con esta generosidad, con esta fuerza. El rencor es feo. Todos sabemos que no es algo pequeño. Las grandes guerras, nosotros vemos en los telediarios, en los periódicos, esta masacre de gente, de niños… ¡cuánto odio!, pero es el mismo odio –¡es lo mismo!– que tú tienes en tu corazón por ese, por esa o por aquel pariente tuyo o por tu suegra o por ese otro, lo mismo. Esto es más grande, pero es lo mismo. El rencor, las ganas de vengarme: "¡Me la pagarás!", esto no es cristiano. "Sed santos como Dios es santo", "sed perfecto como perfecto es vuestro Padre", «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45). Es bueno. Dios da sus bienes a todos. "Pero si ese habla mal de mí, si ese me la ha liado gorda, si ese me ha ….". Perdonar.
En mi corazón. Este es el camino de la santidad; y esto aleja de las guerras. Si todos los hombres y las mujeres del mundo aprendieran esto, no habría guerras, no habría.
La guerra empieza aquí, en la amargura, en el rencor, en las ganas de venganza, de hacerla pagar. Pero eso destruye familias, destruye amistades, destruye barrios, destruye mucho, mucho. "¿Y qué debe hacer, padre, cuanto siento esto?". Lo dice Jesús, no lo digo yo: «Amad a vuestros enemigos» (Mt 5, 44). "¿Yo tengo que amar a ese?" –Sí –"No puedo" –Reza para que puedas–. «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen» (Mt 5, 44). "¿Rezar por los que me han hecho mal?" –Sí, para que cambie de vida, para que el Señor lo perdone. Esta es la magnanimidad de Dios, el Dios magnánimo, el Dios del corazón grande, que todo perdona, que es misericordioso. "Es verdad, padre, Dios es misericordioso". ¿Y tú? ¿Eres misericordioso, eres misericordiosa, con las personas que te han hecho mal? ¿O que no te quieren? Si Él es misericordioso, si Él es santo, si Él es perfecto, nosotros debemos ser misericordiosos, santos y perfectos como Él. Esta es la santidad. Un hombre y una mujer que hacen esto, merecen ser canonizados: se hacen santos. Así de simple es la vida cristiana. Yo os sugiero comenzar por lo poco. Todos tenemos enemigos; todos sabemos que ese o esa habla mal de mí, todos lo sabemos. Y todos sabemos que ese o esa me odia. Todos sabemos. Y comenzamos por lo poco. "Pero yo sé que ese me ha calumniado, ha dicho cosas feas de mí". Os sugiero: tómate un minuto, dirígete a Dios Padre: "Ese o esa es tu hijo, es tu hija: cambia su corazón. Bendícelo, bendícela". Esto se llama rezar por los que no nos quieren, por los enemigos. Se puede hacer con sencillez. Quizá el rencor permanece; quizá el rencor permanece en nosotros, pero nosotros estamos haciendo el esfuerzo de ir en el camino de este Dios que es así de bueno, misericordioso, santo y perfecto que hace salir su sol sobre malos y buenos: es para todos, es bueno para todos. Debemos ser buenos con todos. Y rezar por los que no son buenos, por todos.
¿Nosotros rezamos por esos que matan a los niños en la guerra? Es difícil, está muy lejos, pero tenemos que aprender a hacerlo. Para que se conviertan. ¿Nosotros rezamos por esas personas que están más cerca de nosotros y nos odian o nos hacen mal? ¡Eh, padre, es difícil! ¡Yo tendría ganas de apretarles el cuello!" – Reza. Reza para que el Señor cambie sus vidas. La oración es un antídoto contra el odio, contra las guerras, estas guerras que comienzan en casa, que empiezan en el barrio, que empiezan en las familias… Pensad solamente en las guerras en las familias por la herencia: cuántas familias se destruyen, se odian por la herencia. Rezar para que haya paz. Y si yo sé que alguien no me quiere bien, no me quiere, debo rezar especialmente por él. La oración es poderosa, la oración vence al mal, la oración lleva la paz.
El Evangelio, la Palabra de Dios hoy es sencilla. Este consejo: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo". Y después: «sed perfectos como perfecto es vuestro Padre». Y por eso, pedir la gracia de no permanecer en el rencor, la gracia de rezar por los enemigos, de rezar por la gente que no nos quiere, la gracia de la paz.
Os pido, por favor, haced esta experiencia: todos los días una oración. "Ah, este no me quiere, pero, Señor, te pido…". Uno al día. Así se vence, así iremos en este camino de la santidad y de la perfección. Así sea.
ÁNGELUS, Domingo 19 de febrero de 2017.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo (Mt 5, 38-48) –una de esas páginas que mejor expresan la "revolución" cristiana– Jesús muestra el camino de la verdadera justicia mediante la ley del amor que supera la de la venganza, es decir «ojo por ojo y diente por diente». Esta antigua regla imponía infligir a los trasgresores penas equivalentes a los daños causados: la muerte a quien había matado, la amputación a quien había herido a alguien, y así. Jesús no pide a sus discípulos sufrir el mal, es más, pide reaccionar, pero no con otro mal, sino con el bien. Solo así se rompe la cadena del mal: un mal lleva a otro mal, otro lleva a otro mal… Se rompe esta cadena de mal, y cambian realmente las cosas. De hecho el mal es un "vacío", un vacío de bien, y un vacío no se puede llenar con otro vacío, sino solo con un "lleno", es decir con el bien. La represalia no lleva nunca a la resolución de conflictos. "Tú me lo has hecho, yo te lo haré": esto nunca resuelve un conflicto, y tampoco es cristiano.
Para Jesús el rechazo de la violencia puede conllevar también la renuncia a un derecho legítimo; y da algunos ejemplos: poner la otra mejilla, ceder el propio vestido y el propio dinero, aceptar otros sacrificios (cf Mt 5, 39-42). Pero esta renuncia no quiere decir que las exigencias de la justicia sean ignoradas o contradichas; no, al contrario, el amor cristiano, que se manifiesta de forma especial en la misericordia, representa una realización superior de la justicia. Eso que Jesús nos quiere enseñar es la distinción que tenemos que hacer entre la justicia y la venganza. Distinguir entre justicia y venganza. La venganza nunca es justa. Se nos consiente pedir justicia; es nuestro deber practicar la justicia. Sin embargo se nos prohíbe vengarnos o fomentar de alguna manera la venganza, en cuanto expresión del odio y de la violencia. Jesús no quiere proponer una nueva ley civil, sino más bien el mandamiento del amor del prójimo, que implica también el amor por los enemigos: «Amad a vuestro enemigos y rogad por los que os persiguen» (Mt 5, 44). Y esto no es fácil. Esta palabra no debe ser entendida como aprobación del mal realizado por el enemigo, sino como invitación a una perspectiva superior, a una perspectiva magnánima, parecida a la del Padre celeste, el cual –dice Jesús– «que hace surgir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45). También el enemigo, de hecho, es una persona humana, creada como tal a imagen de Dios, si bien en el presente esta imagen se ve ofuscada por una conducta indigna.
Cuando hablamos de "enemigos" no tenemos que pensar en quién sabe qué personas diferentes y alejadas de nosotros; hablamos también de nosotros mismos, que podemos entrar en conflicto con nuestro prójimo, a veces con nuestros familiares. ¡Cuántas enemistadas en las familias, cuántas! Pensemos esto. Enemigos son también aquellos que hablan mal de nosotros, que nos calumnian y nos tratan injustamente. Y no es fácil digerir esto. A todos ellos estamos llamados a responder con el bien, que también tiene sus estrategias, inspiradas en el amor.
La Virgen María nos ayude a seguir a Jesús en este camino exigente, que realmente exalta la dignidad humana y nos hace vivir como hijos de nuestro Padre que está en los cielos. Nos ayude a practicar la paciencia, el diálogo, el perdón, y a ser así artesanos de comunión, artesanos de fraternidad en nuestra vida diaria, sobre todo en nuestra familia.
Homilía, Domingo 23 de febrero de 2014
"Que tu ayuda, Padre misericordioso, nos haga siempre atentos a la voz del Espíritu" (Colecta).
Esta oración del principio de la Misa indica una actitud fundamental: la escucha del Espíritu Santo, que vivifica la Iglesia y el alma. Con su fuerza creadora y renovadora, el Espíritu sostiene siempre la esperanza del Pueblo de Dios en camino a lo largo de la historia, y sostiene siempre, como Paráclito, el testimonio de los cristianos. En este momento, todos nosotros, junto con los nuevos cardenales, queremos escuchar la voz del Espíritu, que habla a través de las Escrituras que han sido proclamadas.
En la Primera Lectura ha resonado el llamamiento del Señor a su pueblo: "Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo" (Lv 19, 2). Y Jesús, en el Evangelio, replica: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48). Estas palabras nos interpelan a todos nosotros, discípulos del Señor; y hoy se dirigen especialmente a mí y a vosotros, queridos hermanos cardenales, sobre todo a los que ayer habéis entrado a formar parte del Colegio Cardenalicio. Imitar la santidad y la perfección de Dios puede parecer una meta inalcanzable. Sin embargo, la Primera Lectura y el Evangelio sugieren ejemplos concretos de cómo el comportamiento de Dios puede convertirse en la regla de nuestras acciones. Pero recordemos todos, recordemos que, sin el Espíritu Santo, nuestro esfuerzo sería vano. La santidad cristiana no es en primer término un logro nuestro, sino fruto de la docilidad -querida y cultivada- al Espíritu del Dios tres veces Santo.
El Levítico dice: "No odiarás de corazón a tu hermano... No te vengarás, ni guardarás rencor... sino que amarás a tu prójimo..." (Lv 19, 17-18). Estas actitudes nacen de la santidad de Dios. Nosotros, sin embargo, normalmente somos tan diferentes, tan egoístas y orgullosos...; pero la bondad y la belleza de Dios nos atraen, y el Espíritu Santo nos puede purificar, nos puede transformar, nos puede modelar día a día. Hacer este trabajo de conversión, conversión en el corazón, conversión que todos nosotros -especialmente vosotros cardenales y yo- debemos hacer. ¡Conversión!
También Jesús nos habla en el Evangelio de la santidad, y nos explica la nueva ley, la suya. Lo hace mediante algunas antítesis entre la justicia imperfecta de los escribas y los fariseos y la más alta justicia del Reino de Dios. La primera antítesis del pasaje de hoy se refiere a la venganza. "Habéis oído que se os dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Pues yo os digo: ...si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra" (Mt 5, 38-39). No sólo no se ha devolver al otro el mal que nos ha hecho, sino que debemos de esforzarnos por hacer el bien con largueza.
La segunda antítesis se refiere a los enemigos: "Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo". Yo, en cambio, os digo: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (vv. 43-44). A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las familias, en las comunidades y en el mundo. Queridos hermanos, Jesús no ha venido para enseñarnos los buenos modales, las formas de cortesía. Para esto no era necesario que bajara del cielo y muriera en la cruz. Cristo vino para salvarnos, para mostrarnos el camino, el único camino para salir de las arenas movedizas del pecado, y este camino de santidad es la misericordia, que Él ha tenido y tiene cada día con nosotros. Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Esto es lo que el Señor nos pide.
Queridos hermanos cardenales, el Señor Jesús y la Madre Iglesia nos piden testimoniar con mayor celo y ardor estas actitudes de santidad. Precisamente en este suplemento de entrega gratuita consiste la santidad de un cardenal. Por tanto, amemos a quienes nos contrarían; bendigamos a quien habla mal de nosotros; saludemos con una sonrisa al que tal vez no lo merece; no pretendamos hacernos valer, contrapongamos más bien la mansedumbre a la prepotencia; olvidemos las humillaciones recibidas. Dejémonos guiar siempre por el Espíritu de Cristo, que se sacrificó a sí mismo en la cruz, para que podamos ser "cauces" por los que fluye su caridad. Esta es la actitud, este debe ser el comportamiento de un cardenal. El cardenal -lo digo especialmente a vosotros- entra en la Iglesia de Roma, hermanos, no en una corte. Evitemos todos y ayudémonos unos a otros a evitar hábitos y comportamientos cortesanos: intrigas, habladurías, camarillas, favoritismos, preferencias. Que nuestro lenguaje sea el del Evangelio: "Sí, sí; no, no"; que nuestras actitudes sean las de las Bienaventuranzas, y nuestra senda la de la santidad. Pidamos nuevamente: "Que tu ayuda, Padre misericordioso, nos haga siempre atentos a la voz del Espíritu".
El Espíritu Santo nos habla hoy por las palabras de san Pablo: "Sois templo de Dios...; santo es el templo de Dios, que sois vosotros" (cf. 1Co 3, 16-17). En este templo, que somos nosotros, se celebra una liturgia existencial: la de la bondad, del perdón, del servicio; en una palabra, la liturgia del amor. Este templo nuestro resulta como profanado si descuidamos los deberes para con el prójimo. Cuando en nuestro corazón hay cabida para el más pequeño de nuestros hermanos, es el mismo Dios quien encuentra puesto. Cuando a ese hermano se le deja fuera, el que no es bien recibido es Dios mismo. Un corazón vacío de amor es como una iglesia desconsagrada, sustraída al servicio divino y destinada a otra cosa (...).

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 20 de febrero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
En este séptimo domingo del tiempo ordinario, las lecturas bíblicas nos hablan de la voluntad de Dios de hacer partícipes a los hombres de su vida: "Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo", se lee en el libro del Levítico (Lv 19, 1). Con estas palabras, y los preceptos que se siguen de ellas, el Señor invitaba al pueblo que se había elegido a ser fiel a la alianza con él caminando por sus senderos, y fundaba la legislación social sobre el mandamiento "amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19, 18). Y si escuchamos a Jesús, en quien Dios asumió un cuerpo mortal para hacerse cercano a cada hombre y revelar su amor infinito por nosotros, encontramos esa misma llamada, ese mismo objetivo audaz. En efecto, dice el Señor: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48). ¿Pero quién podría llegar a ser perfecto? Nuestra perfección es vivir como hijos de Dios cumpliendo concretamente su voluntad. San Cipriano escribía que "a la paternidad de Dios debe corresponder un comportamiento de hijos de Dios, para que Dios sea glorificado y alabado por la buena conducta del hombre" (De zelo et livore, 15: ccl 3a, 83).
¿Cómo podemos imitar a Jesús? Él dice: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial" (Mt 5, 44-45). Quien acoge al Señor en su propia vida y lo ama con todo su corazón es capaz de un nuevo comienzo. Logra cumplir la voluntad de Dios: realizar una nueva forma de vida animada por el amor y destinada a la eternidad. El apóstol san Pablo añade: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1Co 3, 16). Si de verdad somos conscientes de esta realidad, y nuestra vida es profundamente plasmada por ella, entonces nuestro testimonio es claro, elocuente y eficaz. Un autor medieval escribió: "Cuando todo el ser del hombre se ha mezclado, por decirlo así, con el amor de Dios, entonces el esplendor de su alma se refleja también en el aspecto exterior" (Juan Clímaco, Scala Paradisi, XXX: pg 88, 1157 B), en la totalidad de su vida. "Gran cosa es el amor –leemos en el libro de la Imitación de Cristo–, y bien sobremanera grande; él solo hace ligero todo lo pesado, y lleva con igualdad todo lo desigual. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido de ninguna cosa baja. Nace de Dios y sólo en Dios puede encontrar descanso" (III, v, 3).
Queridos amigos, pasado mañana, 22 de febrero, celebraremos la fiesta de la Cátedra de San Pedro. A él, el primero de los Apóstoles, Cristo confió la tarea de Maestro y de Pastor para la guía espiritual del pueblo de Dios, para que este pueda elevarse hasta el cielo. Exhorto, por tanto, a todos los pastores a "asimilar el "nuevo estilo de vida" que el Señor Jesús inauguró y que los Apóstoles hicieron suyo" (Carta de convocatoria del Año sacerdotal: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de junio de 2009, p. 8). Invoquemos a la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos enseñe a amarnos unos a otros y a acogernos como hermanos, hijos del Padre celestial.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Séptimo domingo del Tiempo Ordinario.
El amor hacia el prójimo es incompatible con el odio al enemigo
1933 Este deber se extiende a los que no piensan ni actúan como nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (cf Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.
2303 El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando el hombre le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave. "Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial… " (Mt 5, 44-45).
La prohibición de hacer mal al prójimo, con la excepción de la legítima defensa
2262 En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: "No matarás" (Mt 5, 21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla (cf Mt 5, 22 -26.38-39), amar a los enemigos (cf Mt 5, 44). El mismo no se defendió y dijo a Pedro que guardase la espada en la vaina (cf Mt 26, 52).
La legítima defensa
2263 La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. "La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor… solamente es querido el uno; el otro, no" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2 - 2, 64, 7).
2264 El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:
"Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia de forma mesurada, la acción sería lícita… y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada para evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2 - 2, 64, 7).
2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro. La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar perjuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso con el uso de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.
2266 A la exigencia de tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y de las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible debe contribuir a la enmienda del culpable.
2267 La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.
Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo "suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos" (Evangelium vitae, 56).
Oración y perdón de los enemigos
2842 … como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1Jn 3, 19 - 24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
"Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel" (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
La perfección del Padre celeste nos llama a la santidad
2012 "Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman… a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó" (Rm 8, 28  - 30).
2013 "Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). Todos son llamados a la santidad: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48):
"Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos" (LG 40).
2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama "mística", porque participa en el misterio de Cristo mediante los sacramentos - "los santos misterios" - y, en él, en el misterio de la Santa Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con él, aunque gracias especiales o signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para así manifestar el don gratuito hecho a todos.
2015 El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
"El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce" (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).
2016 Los hijos de nuestra madre la Santa Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf Cc. de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la "bienaventurada esperanza" de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la "Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo" (Ap 21, 2).
Nos convertimos en templo del Espíritu Santo por medio del Bautismo
1265 El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creación" (2Co 5, 17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4, 5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" ( 2P 1, 4), miembro de Cristo (cf 1Co 6, 15; 1Co 12, 27), coheredero con él (Rm 8, 17) y templo del Espíritu Santo (cf 1Co 6, 19).
Los santos son el templo del Espíritu Santo
2684 En la comunión de los santos, se han desarrollado diversas espiritualidades a lo largo de la historia de la Iglesia. El carisma personal de un testigo del amor de Dios hacia los hombres, por ejemplo el "espíritu" de Elías a Eliseo (cf 2R 2, 9) y a Juan Bautista (cf Lc 1, 17), ha podido transmitirse para que unos discípulos tengan parte en ese espíritu (cf PC 2). En la confluencia de corrientes litúrgicas y teológicas se encuentra también una espiritualidad que muestra cómo el espíritu de oración incultura la fe en un ámbito humano y en su historia. Las diversas espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad, reflejan la pura y única Luz del Espíritu Santo.
"El Espíritu es verdaderamente el lugar de los santos, y el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado su templo" (San Basilio, Spir. 26, 62).

Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año A
Oremos al Señor, nuestro Dios, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.
- Para que la Iglesia sea lugar de perdón y reconciliación y así aparezca a los ojos del mundo. Roguemos al Señor.
- Para que los pueblos y sus gobernantes, en la solución de los conflictos, no caigan en la tentación del «ojo por ojo, y diente por diente». Roguemos al Señor.
- Para que los menores que son víctimas de cualquier tipo de explotación y abuso logren liberarse y ver restaurada su dignidad como personas. Roguemos al Señor.
- Para que comprendamos las palabras difíciles de Cristo y las llevemos a la práctica. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, escúchanos; ten compasión de nosotros, que queremos comportarnos como hijos tuyos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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