ORDENACIÓN DE DIÁCONOS Y PRESBÍTEROS EN UNA ACCIÓN LITÚRGICA
FORMULARIO I
RITO DE LA ORDENACIÓN DE VARIOS DIÁCONOS Y DE LA ORDENACIÓN DE VARIOS PRESBÍTEROS
260. Estando todo dispuesto, se inicia la procesión por la iglesia hacia el altar según el modo acostumbrado. Los ordenandos de diácono preceden al diácono portador del libro de los Evangelios y a los demás diáconos, si los hay. Los ordenandos de presbítero siguen a los demás diáconos y preceden a los presbíteros concelebrantes. El Obispo avanza solo en último lugar, con sus dos diáconos asistentes ligeramente detrás de él. Llegados al altar, y hecha la debida reverencia, se dirigen todos a su respectivo lugar.
Mientras tanto, se entona la antífona de entrada con su salmo, u otro canto apropiado.
Mientras tanto, se entona la antífona de entrada con su salmo, u otro canto apropiado.
Antífona de entrada Cf. Jn 12, 26
El que quiera servirme, que me siga, dice el Señor;
y donde está yo, allí también estará mi servidor [T. P. Aleluya].
y donde está yo, allí también estará mi servidor [T. P. Aleluya].
Salmo 112
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre;
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
(Se repite la antifona)
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
Quién como el Señor, Dios nuestro?,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?
(Se repite la antifona)
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en su casa,
como madre feliz de hijos.
(Se repite la antifona)
Antífona de entrada Cf. Jn 12, 26
El que quiera servirme, que me siga, dice el Señor;
y donde está yo, allí también estará mi servidor [T. P. Aleluya].
y donde está yo, allí también estará mi servidor [T. P. Aleluya].
261. Los ritos iniciales y la liturgia de la palabra se realizan del modo acostumbrado, hasta el Evangelio, inclusive.
Oración colecta
que quisiste dar pastores a tu pueblo,
derrama sobre tu Iglesia
el espíritu de piedad y fortaleza,
que convierta a estos siervos tuyos
en dignos ministros de tu altar
y los haga testigos valientes y humildes de tu Evangelio.
Por nuestro Señor Jesucristo.
ORDENACIÓN
262. Comienza después la Ordenación. El Obispo se acerca, si es necesario, a la sede preparada para la Ordenación, y se hace la presentación de los candidatos.
Elección de los candidatos al diaconado
263. Los ordenandos de diácono son llamados por el diácono de la forma siguiente:
Acercaos los que vais a ser ordenados diáconos.
Acercaos los que vais a ser ordenados diáconos.
E inmediatamente los nombra individualmente; cada uno de los llamados dice:
Presente.
Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
264. Estando todos situados ante el Obispo, un presbítero designado por el Obispo dice:
Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes diáconos a estos hermanos nuestros.
El Obispo le pregunta:
¿Sabes si son dignos?
Según el parecer de quienes los presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados dignos.
El Obispo:
Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los diáconos.
Todos dicen:
Demos gracias a Dios.
O asienten a la elección de cualquier otra forma, según lo establecido en el número 11 de la Introducción general.
Elección de los candidatos al presbiterado
265. Los ordenandos de presbítero son llamados por el diácono de la forma siguiente:
Acercaos los que vais a ser ordenados presbíteros.
E inmediatamente los nombra individualmente, cada uno de los llamados dice:
Presente.
Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
266. Estando todos situados ante el Obispo, un presbítero designado por el Obispo dice:
Reverendisimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes presbiteros a estos hermanos nuestros.
El Obispo le pregunta:
¿Sabes si son dignos?
Y el responde:
Según el parecer de quienes los presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados dignos.
El Obispo:
Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los presbíteros.
Todos dicen:
Demos gracias a Dios.
O asienten a la elección de cualquier otra forma, según lo establecido en el número 11 de la Introducción general.
Homilía
267. Seguidamente, estando todos sentados, el Obispo hace la homilía, en la que partiendo del texto de las lecturas proclamadas en la liturgia de la palabra, habla al pueblo y a los elegidos sobre el ministerio de los diáconos y de los presbiteros, habida cuenta de la condición de los ordenandos, según se trate de elegidos casados y no casados, o solamente de elegidos no casados, o solamente de elegidos casados. Puede hacerlo con éstas o parecidas palabras:
Queridos hermanos:
Ahora que estos hijos nuestros, de los cuales muchos de vosotros sois familiares y amigos, van a ser ordenados diáconos y presbíteros, conviene considerar con atención a qué ministerio acceden en la Iglesia. Servirán a Cristo, supremo Maestro, Sacerdote y Pastor, por quien su cuerpo, esto es, la Iglesia, se va edificando sin cesar aquí en la tierra como pueblo de Dios y templo del Espíritu Santo. Unidos al sacerdocio de los Obispos, estos presbiteros y diáconos quedarán consagrados para anunciar el Evangelio, para santificar y apacentar el pueblo de Dios y celebrar el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor. Con el auxilio de Dios deben trabajar de tal modo que reconozcáis en ellos a los verdaderos discípulos de aquél que no vino para que le sirvieran, sino para servir.
En cuanto a vosotros, hijos queridos, que vais a ser ordenados diáconos, el Señor os dio ejemplo para que lo que él hizo, vosotros también lo hagáis.
En vuestra condición de diáconos, es decir, de servidores de Jesucristo, que se mostró servidor entre los discípulos, siguiendo gustosamente la voluntad de Dios, servid con amor y alegría tanto a Dios como a los hombres. Y como nadie puede servir a dos señores. tened presente que toda impureza o afán de dinero es servidumbre a los ídolos.
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Si son ordenados para el diaconado simultáneamente elegidos casados y no casados:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad, también vosotros debéis dar testimonio del bien, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría.
Quienes de entre vosotros vais a ejercer el ministerio observando el celibato, debéis tener presente que el celibato será para vosotros símbolo. y, al mismo tiempo, estimulo de vuestra caridad pastoral
y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un amor sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una total entrega, vuestra consagración a Cristo se renueva de modo más excelente. Por vuestro celibato, en efecto, os resultará más fácil consagraros, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres, y con mayor facilidad seréis ministros de la obra de regeneración sobrenatural.
Constituidos o no en el celibato, tendréis por raíz y cimiento la fe. Mostraos sin mancha e irreprochables ante Dios y ante los hombres. según conviene a ministros de Cristo y dispensadores de los santos misterios. No os dejéis arrancar la esperanza del Evangelio, al que debéis no sólo escuchar, sino además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, mostrad en vuestras obras la palabra que proclamáis, para que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios, y vosotros, en el ultimo día, podáis salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor».
Si son ordenados para el diaconado solamente elegidos no casados:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad, también vosotros debéis dar testimonio del bien, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría.
Ejerceréis vuestro ministerio observando el celibato: será para vosotros símbolo y, al mismo tiempo, estímulo de vuestra caridad pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un amor sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una total entrega, vuestra consagración a Cristo se renueva de modo más excelente. Por vuestro celibato, en efecto, os resultará más fácil consagraros, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres, y con mayor facilidad seréis ministros de la obra de regeneración sobrenatural.
Tendréis por raíz y cimiento la fe. Mostraos sin mancha e irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a ministros de Cristo y dispensadores de los santos misterios. No os dejéis
arrancar la esperanza del Evangelio, al que debéis no sólo escuchar, sino además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, mostrad en vuestras obras la palabra que proclamáis, para que el
pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios, y vosotros, en el último día, podáis salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa el banquete de tu Señor».
arrancar la esperanza del Evangelio, al que debéis no sólo escuchar, sino además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, mostrad en vuestras obras la palabra que proclamáis, para que el
pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios, y vosotros, en el último día, podáis salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa el banquete de tu Señor».
Si son ordenados para el diaconado solamente elegidos casados:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad, también vosotros debéis dar testimonio del bien, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría.
Tendréis por raíz y cimiento la fe. Mostraos sin mancha e irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a ministros de Cristo y dispensadores de los santos misterios. No os dejéis
arrancar la esperanza del Evangelio, al que debéis no sólo escuchar sino además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, mostrad en vuestras obras la palabra que proclamáis, para que pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios, y vosotros, en el último día, podáis salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor».
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A vosotros, queridos hijos, que vais a ser ordenados presbiteros, os incumbirá, en la parte que os corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Transmitid a todos la palabra de Dios que habéis recibido con alegría. Y al meditar en la ley del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis.
Que vuestra enseñanza sea alimento para el pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que con vuestra palabra y vuestro ejemplo se vaya edificando la casa, que es la Iglesia de Dios.
Os corresponderá también la función de santificar en Cristo. Por medio de vuestro ministerio, alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por vuestras manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta. Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar en una vida nueva.
Al introducir a los hombres en el pueblo de Dios por el Bautismo, al perdonar los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la Penitencia, al dar a los enfermos el alivio del óleo santo, al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la suplica no sólo por el pueblo de Dios, sino por el mundo entero, recordad que habéis sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios.
Realizad, pues, con alegría perenne en verdadera caridad el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando vuestro propio interés, sino el de Jesucristo.
Finalmente, al ejercer, en la parte que os corresponde, la función de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos al Obispo y bajo su dirección, esforzaos por reunir a los fieles en una sola familia, de forma que en la unidad del Espíritu Santo, por Cristo, podáis conducirlos al Padre. Tened siempre presente el ejemplo del buen Pastor, que no vino para que le sirvieran, sino para servir, y a buscar y salvar lo que estaba perdido.
Promesa de los elegidos diáconos
268. Después de la homilía, solamente se levantan los elegidos diáconos y se ponen de pie ante el Obispo, quien les interroga conjuntamente con estas palabras:
Queridos hijos: Antes de entrar en el Orden de los diáconos debéis manifestar ante el pueblo vuestra voluntad de recibir este ministerio.
¿Queréis consagraros al servicio de la Iglesia por la imposición de mis manos y la gracia del Espíritu Santo?
Los elegidos responden todos a la vez:
Si, quiero.
El Obispo:
¿Queréis desempeñar, con humildad y amor, el ministerio de diáconos como colaboradores del Orden sacerdotal y en bien del pueblo cristiano?
Los elegidos:
Si, quiero.
El Obispo:
¿Queréis vivir el misterio de la fe con alma limpia, como dice el Apóstol, y de palabra y obra proclamar esta fe, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia?
Los elegidos:
Si, quiero.
La siguiente interrogación ha de hacerse incluso a los religiosos profesos. Pero se omite si son ordenados solamente elegidos casados.
El Obispo:
Los que estáis preparados para abrazar el celibato: ¿Prometéis ante Dios y ante la Iglesia, como signo de vuestra consagración a Cristo, observar durante toda la vida el celibato por causa del Reino de los cielos y para servicio de Dios y de los hombres?
Los elegidos no casados responden:
Sí, lo prometo.
El Obispo:
(Y todos vosotros), ¿queréis conservar y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a vuestro género de vida y, fieles a este espíritu, celebrar la Liturgia de las Horas, según vuestra condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo mundo?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Queréis imitar siempre en vuestra vida el ejemplo de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre serviréis con vuestras manos?
Los elegidos:
Si, quiero, con la ayuda de Dios.
269. Seguidamente, cada uno de los elegidos se acerca al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre las manos del Obispo, a no ser que, según la Introducción general, número 11, se hubiere establecido otra cosa.
El Obispo interroga al elegido, diciendo, si es su Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido.
Prometo.
---------------------------------------------------------
Mas si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
Mas si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
El elegido:
Prometo.
···
Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu Superior legitimo?
Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu Superior legitimo?
El elegido:
Prometo.
---------------------------------------------------------
El Obispo concluye siempre:
Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.
El Obispo concluye siempre:
Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.
Y los elegidos vuelven a sus puestos y se sientan.
Promesa de los elegidos presbíteros
270. Después de la promesa de los elegidos diáconos, se levantan los elegidos presbíteros y se ponen de pie ante el Obispo, quien los interroga conjuntamente con estas palabras:
Queridos hijos: Antes de entrar en el Orden de los presbiteros debéis manifestar ante el pueblo vuestra voluntad de recibir este ministerio.
¿Estáis dispuestos a desempeñar siempre el ministerio sacerdotal con el grado de presbiteros, como buenos colaboradores del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor y dejándoos guiar por el Espíritu Santo?
Los elegidos responden todos a la vez:
Sí, estoy dispuesto.
El Obispo:
¿Realizaréis el ministerio de la palabra, preparando la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación y sabiduría?
Los elegidos:
Sí, lo haré.
El Obispo:
¿Estáis dispuestos a presidir con piedad y fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?
Los elegidos:
Si, estoy dispuesto.
El Obispo:
¿Estáis dispuestos a invocar la misericordia divina con nosotros, en favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?
Los elegidos:
Si, estoy dispuesto.
El Obispo:
¿Queréis uniros cada día más a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como victima santa, y con él consagraros a Dios, para la salvación de los hombres?
Los elegidos:
Sí quiero, con la gracia de Dios.
271. Seguidamente cada uno de los elegidos presbíteros se acerca al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre las manos del Obispo, a no ser que, según la Instrucción general, número 11, se hubiere establecido otra cosa.
El Obispo interroga al elegido, diciendo, si es su Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
270. Después de la promesa de los elegidos diáconos, se levantan los elegidos presbíteros y se ponen de pie ante el Obispo, quien los interroga conjuntamente con estas palabras:
Queridos hijos: Antes de entrar en el Orden de los presbiteros debéis manifestar ante el pueblo vuestra voluntad de recibir este ministerio.
¿Estáis dispuestos a desempeñar siempre el ministerio sacerdotal con el grado de presbiteros, como buenos colaboradores del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor y dejándoos guiar por el Espíritu Santo?
Los elegidos responden todos a la vez:
Sí, estoy dispuesto.
El Obispo:
¿Realizaréis el ministerio de la palabra, preparando la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación y sabiduría?
Los elegidos:
Sí, lo haré.
El Obispo:
¿Estáis dispuestos a presidir con piedad y fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?
Los elegidos:
Si, estoy dispuesto.
El Obispo:
¿Estáis dispuestos a invocar la misericordia divina con nosotros, en favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?
Los elegidos:
Si, estoy dispuesto.
El Obispo:
¿Queréis uniros cada día más a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como victima santa, y con él consagraros a Dios, para la salvación de los hombres?
Los elegidos:
Sí quiero, con la gracia de Dios.
271. Seguidamente cada uno de los elegidos presbíteros se acerca al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre las manos del Obispo, a no ser que, según la Instrucción general, número 11, se hubiere establecido otra cosa.
El Obispo interroga al elegido, diciendo, si es su Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido:
Prometo.
---------------------------------------------------------
Mas si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
Mas si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
El elegido:
Prometo.
···
Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
¿Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu Superior legítimo?
Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
¿Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu Superior legítimo?
El elegido:
Prometo.
---------------------------------------------------------
El Obispo concluye siempre:
Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.
El Obispo concluye siempre:
Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.
Suplica litánica
272. Seguidamente, todos se levantan. El Obispo, dejando la mitra, de pie, con las manos juntas y de cara al pueblo, hace la invitación:
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
para que derrame bondadosamente
la gracia de su bendición
sobre estos siervos suyos
que ha llamado
al Orden de los diáconos y al Orden de los presbíteros.
273. Entonces los elegidos se postran en tierra y se cantan las letanias, respondiendo todos. En los domingos y durante el Tiempo Pascual, se hace estando todos de pie, y en los demás días de rodillas, en cuyo caso el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.
En las letanias pueden añadirse, en su lugar respectivo, otros nombres de santos, por ejemplo, del patrono, del titular de la iglesia, del fundador, del patrono de quienes reciben la Ordenación, o algunas invocaciones más apropiadas a cada circunstancia.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
San Miguel, ruega por nosotros.
Santos Ángeles de Dios, rogad por nosotros.
San Juan Bautista, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
San Pedro, ruega por nosotros.
San Pablo, ruega por nosotros.
San Andrés, ruega por nosotros.
Santiago, ruega por nosotros.
San Juan, ruega por nosotros.
Santo Tomás, ruega por nosotros.
Santiago, ruega por nosotros.
San Felipe, ruega por nosotros.
San Bartolomé, ruega por nosotros.
San Mateo, ruega por nosotros.
San Simón, ruega por nosotros.
San Tadeo, ruega por nosotros.
San Matías, ruega por nosotros.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros.
San Esteban, ruega por nosotros.
San Ignacio de Antioquía, ruega por nosotros.
San Lorenzo, ruega por nosotros.
Santas Perpetua y Felicidad, rogad por nosotros.
Santa Inés, ruega por nosotros.
San Gregorio, ruega por nosotros.
San Agustín, ruega por nosotros.
San Atanasio, ruega por nosotros.
San Basilio, ruega por nosotros.
San Martín, ruega por nosotros.
San Benito, ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo, rogad por nosotros.
San Francisco Javier, ruega por nosotros.
San Juan María Vianney, ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena, ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús, ruega por nosotros.
Santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
San Gregorio, ruega por nosotros.
San Agustín, ruega por nosotros.
San Atanasio, ruega por nosotros.
San Basilio, ruega por nosotros.
San Martín, ruega por nosotros.
San Benito, ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo, rogad por nosotros.
San Francisco Javier, ruega por nosotros.
San Juan María Vianney, ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena, ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús, ruega por nosotros.
Santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
Muéstrate propicio, líbranos, Señor.
De todo mal, líbranos, Señor.
De todo pecado, líbranos, Señor.
De la muerte eterna, líbranos, Señor.
Por tu encarnación, líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección, líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo, líbranos, Señor.
Nosotros que somos pecadores, te rogamos, óyenos.
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia, te rogamos, óyenos.
Para que asistas al Papa y a todos los miembros del clero en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Para que bendigas a estos elegidos (este elegido), te rogamos, óyenos.Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia, te rogamos, óyenos.
Para que asistas al Papa y a todos los miembros del clero en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Para que bendigas y santifiques a estos elegidos (este elegido), te rogamos, óyenos.
Para que bendigas, santifiques y consagres a estos elegidos (este elegido), te rogamos, óyenos.
Para que concedas paz y concordia a todos los pueblos de la tierra, te rogamos, óyenos.
Para que tengas misericordia de todos los que sufren, te rogamos, óyenos.
Para que nos fortalezcas y asistas en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos, óyenos.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
274. Concluido el canto de las letanías el Obispo, en pie y con las manos extendidas, dice:
Señor Dios, escucha nuestras súplicas
y confirma con tu gracia
este ministerio que realizamos:
santifica con tu bendición a éstos
que juzgamos aptos
para el servicio de los santos misterios.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
El diácono, si el caso lo requiere, dice:
Podéis levantaros.
Y todos se levantan. Se retiran los elegidos para el Orden del presbiterado y se hace la Ordenación de los diáconos.
ORDENACIÓN DE DIÁCONOS
Imposición de manos y Plegaria de Ordenación diaconal
275. Cada uno de los elegidos para el Orden del diaconado se acerca al Obispo, que está de pie delante de la sede y con mitra, y se arrodilla ante él.
276. El Obispo impone en silencio las manos sobre la cabeza de cada uno de los elegidos.
277. Estando todos los elegidos arrodillados ante él, el Obispo, sin mitra, con las manos extendidas, dice la Plegaria de Ordenación:
Asístenos, Dios todopoderoso,
de quien procede toda gracia,
que estableces los ministerios
regulando sus órdenes;
inmutable en ti mismo, todo lo renuevas;
por Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro
-palabra, sabiduría y fuerza tuya-,
con providencia eterna todo lo proyectas
y concedes en cada momento cuanto conviene.
A tu Iglesia, cuerpo de Cristo,
enriquecida con dones celestes variados,
articulada con miembros distintos
y unificada en admirable estructura
por la acción del Espíritu Santo,
la haces crecer y dilatarse
como templo nuevo y grandioso.
Como un día elegiste a los levitas
para servir en el primitivo tabernáculo,
así ahora has establecido tres órdenes de ministros
encargados de tu servicio.
Así también, en los comienzos de la Iglesia,
los apóstoles de tu Hijo,
movidos por el Espíritu Santo,
eligieron, como auxiliares suyos en el ministerio cotidiano,
a siete varones acreditados ante el pueblo,
a quienes, orando e imponiéndoles las manos,
les confiaron el cuidado de los pobres,
a fin de poder ellos entregarse con mayor empeño
a la oración y a la predicación de la palabra.
Te suplicamos, Señor, que atiendas propicio
a éstos tus siervos,
a quienes consagramos humildemente
para el orden del diaconado
y el servicio de tu altar.
ENVÍA SOBRE ELLOS, SEÑOR, EL ESPÍRITU SANTO,
PARA QUE FORTALECIDOS
CON TU GRACIA DE LOS SIETE DONES,
DESEMPEÑEN CON FIDELIDAD EL MINISTERIO.
Que resplandezca en ellos
un estilo de vida evangélica, un amor sincero,
solicitud por pobres y enfermos,
una autoridad discreta,
una pureza sin tacha
y una observancia de sus obligaciones espirituales.
Que tus mandamientos, Señor,
se vean reflejados en sus costumbres,
y que el ejemplo de su vida
suscite la imitación del pueblo santo;
que, manifestando el testimonio de su buena conciencia,
perseveren firmes y constantes con Cristo,
de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo
que no vino a ser servido sino a servir,
merezcan reinar con él en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Entrega del libro de los Evangelios
278. Concluida la Plegaria de Ordenación. se sientan todos. El Obispo recibe la mitra. Los ordenados se levantan, y unos diáconos u otros ministros ponen a cada uno la estola al estilo diaconal y le visten la dalmática.
279. Mientras tanto, puede cantarse la antifona siguiente. con el salmo 83 (84) u otro canto apropiado de idénticas características que responda a la antífona, sobre todo cuando el salmo 83 (84) se hubiere utilizado como salmo responsorial en la Liturgia de la palabra.
Antífona
Dichosos los que habitan en tu casa, Señor. (T. P. Aleluya).
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.
Antífona
Dichosos los que habitan en tu casa, Señor. (T. P. Aleluya).
No se dice Gloria al Padre. Pero se interrumpe el salmo y se repite la antifona cuando todos los ordenados han recibido la dalmática.
280. Los ordenados, ya con sus vestiduras diaconales, se acercan al Obispo, quien entrega a cada uno, ante él arrodillado, el libro de los Evangelios, diciendo:
Recibe el Evangelio de Cristo,
del cual has sido constituido mensajero;
convierte en fe viva lo que lees,
y lo que has hecho fe viva enséñalo,
y cumple aquello que has enseñado.
281. Mientras tanto, puede cantarse la antifona siguiente con el salmo 116 (117), u otro canto apropiado de idénticas características que concuerde con la antifona.
Antífona
Proclamad el Evangelio
a toda la creación. (T. P. Aleluya.)
Salmo 116 (117)
Alabad al Señor todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.
(Se repite la antífona)
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
(Se repite la antífona)
No se dice Gloria al Padre.
Y se retiran, después, los diáconos ordenados a sus puestos.
ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS
ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS
Oración de súplica
282. Entonces se acercan los elegidos para el Orden del presbiterado. Todos se levantan. El Obispo, dejando la mitra, de pie, con las manos juntas y de cara al pueblo, dice:
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
para que derrame generosamente sus dones
sobre estos elegidos
para el ministerio de los presbíteros.
Y todos, durante un espacio de tiempo oran en silencio.
Imposición de manos y Plegaria de Ordenación presbiteral
283. Cada uno de los elegidos se acerca al Obispo, que está de pie delante de la sede y con mitra, y se arrodilla ante él.
284. El Obispo impone en silencio las manos sobre la cabeza de cada uno de los elegidos.
Después de la imposición de manos del Obispo, todos los presbiteros presentes, vestidos de estola, imponen igualmente en silencio las manos sobre cada uno de los elegidos.
Tras dicha imposición de manos, los presbiteros permanecen junto al Obispo hasta que se haya concluido la Plegaria de Ordenación, pero de modo que la ceremonia pueda ser bien vista por los fieles.
285. Estando todos los elegidos arrodillados ante él, el Obispo, sin mitra, con las manos extendidas, dice la Plegaria de Ordenación:
Asístenos, Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
autor de la dignidad humana
y dispensador de todo don y gracia;
por ti progresan tus criaturas
y por ti se consolidan todas las cosas.
Para formar el pueblo sacerdotal,
tu dispones con la fuerza del Espíritu Santo
en órdenes diversos a los ministros de tu Hijo Jesucristo.
Ya en la primera Alianza aumentaron los oficios,
instituidos con signos sagrados.
Cuando pusiste a Moisés y Aarón al frente de tu pueblo,
para gobernarlo y santificarlo,
les elegiste colaboradores,
subordinados en orden y dignidad,
que les acompañaran y secundaran.
Así, en el desierto,
diste parte del espíritu de Moisés,
comunicándolo a los setenta varones prudentes
con los cuales gobernó más fácilmente a tu pueblo.
Así también hiciste partícipes a los hijos de Aarón
de la abundante plenitud otorgada a su padre,
para que un numero suficiente de sacerdotes
ofreciera, según la ley, los sacrificios,
sombra de los bienes futuros.
Finalmente, cuando llego la plenitud de los tiempos
enviaste al mundo, Padre santo, a tu Hijo, Jesús,
Apóstol y Pontífice de la fe que profesamos.
Él, movido por el Espíritu Santo
se ofreció a ti como sacrificio sin mancha,
y habiendo consagrado a los apóstoles con la verdad,
los hizo participes de su misión;
a ellos, a su vez, les diste colaboradores
para anunciar y realizar por el mundo entero
la obra de la salvación.
283. Cada uno de los elegidos se acerca al Obispo, que está de pie delante de la sede y con mitra, y se arrodilla ante él.
284. El Obispo impone en silencio las manos sobre la cabeza de cada uno de los elegidos.
Después de la imposición de manos del Obispo, todos los presbiteros presentes, vestidos de estola, imponen igualmente en silencio las manos sobre cada uno de los elegidos.
Tras dicha imposición de manos, los presbiteros permanecen junto al Obispo hasta que se haya concluido la Plegaria de Ordenación, pero de modo que la ceremonia pueda ser bien vista por los fieles.
285. Estando todos los elegidos arrodillados ante él, el Obispo, sin mitra, con las manos extendidas, dice la Plegaria de Ordenación:
Asístenos, Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
autor de la dignidad humana
y dispensador de todo don y gracia;
por ti progresan tus criaturas
y por ti se consolidan todas las cosas.
Para formar el pueblo sacerdotal,
tu dispones con la fuerza del Espíritu Santo
en órdenes diversos a los ministros de tu Hijo Jesucristo.
Ya en la primera Alianza aumentaron los oficios,
instituidos con signos sagrados.
Cuando pusiste a Moisés y Aarón al frente de tu pueblo,
para gobernarlo y santificarlo,
les elegiste colaboradores,
subordinados en orden y dignidad,
que les acompañaran y secundaran.
Así, en el desierto,
diste parte del espíritu de Moisés,
comunicándolo a los setenta varones prudentes
con los cuales gobernó más fácilmente a tu pueblo.
Así también hiciste partícipes a los hijos de Aarón
de la abundante plenitud otorgada a su padre,
para que un numero suficiente de sacerdotes
ofreciera, según la ley, los sacrificios,
sombra de los bienes futuros.
Finalmente, cuando llego la plenitud de los tiempos
enviaste al mundo, Padre santo, a tu Hijo, Jesús,
Apóstol y Pontífice de la fe que profesamos.
Él, movido por el Espíritu Santo
se ofreció a ti como sacrificio sin mancha,
y habiendo consagrado a los apóstoles con la verdad,
los hizo participes de su misión;
a ellos, a su vez, les diste colaboradores
para anunciar y realizar por el mundo entero
la obra de la salvación.
También ahora, Señor, te pedimos nos concedas,
como ayuda a nuestra limitación, estos colaboradores
que necesitamos para ejercer el sacerdocio apostólico.
TE PEDIMOS PADRE TODOPODEROSO,
QUE CONFIERAS A ESTOS SIERVOS TUYOS
LA DIGNIDAD DEL PRESBITERADO;
RENUEVA EN SUS CORAZONES EL ESPÍRITU DE SANTIDAD
RECIBAN DE TI EL SEGUNDO GRADO
DEL MINISTERIO SACERDOTAL
Y SEAN, CON SU CONDUCTA, EJEMPLO DE VIDA.
Sean honrados colaboradores del orden de los Obispos.
para que por su predicación,
y con la gracia del Espíritu Santo,
la palabra del Evangelio
dé fruto en el corazón de los hombres
y llegue hasta los confines del orbe.
Sean con nosotros fieles dispensadores de tus misterios,
para que tu pueblo se renueve
con el baño del nuevo nacimiento,
y se alimente de tu altar;
para que los pecadores sean reconciliados
y sean confortados los enfermos.
Que en comunión con nosotros, Señor,
imploren tu misericordia
por el pueblo que se les confía
y en favor del mundo entero.
formarán un único pueblo tuyo
que alcanzará su plenitud en tu Reino.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Unción de las manos y entrega del pan y el vino
286. Concluida la Plegaria de Ordenación, se sientan todos. El Obispo recibe la mitra. Los ordenados se levantan. Los presbiteros presentes tornan a su puesto; pero algunos de ellos colocan a cada ordenado la estola al estilo presbiteral y le visten la casulla.
287. Seguidamente, el Obispo toma el gremial y, oportunamente informado el pueblo, unge con el sagrado crisma las palmas de las manos de cada ordenado, arrodillado ante él, diciendo:
Jesucristo, el Señor,
a quien el Padre ungió
con la fuerza del Espíritu Santo,
te auxilie para santificar al pueblo cristiano
y para ofrecer a Dios el sacrificio.
Después, Obispo y ordenados se lavan las manos.
288. Mientras los ordenados visten la estola y la casulla y el Obispo les unge las manos, se canta la antifona siguiente con el salmo 109 (110), u otro canto apropiado de idénticas características que concuerde con la antifona, sobre todo cuando el salmo 109 (110) se hubiere utilizado como salmo responsorial en la liturgia de la palabra.
Antífona
Cristo, el Señor, sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec,
Cristo, el Señor, sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec,
ofreció pan y vino. (T. P. Aleluya.)
Salmo 109 (110), 1-5. 7
Salmo 109 (110), 1-5. 7
Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies».
(Se repite la antífona)
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
(Se repite la antífona)
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré como rocío,
antes de la aurora».
(Se repite la antífona)
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».
Antífona
Cristo, el Señor, sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec,
Cristo, el Señor, sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec,
ofreció pan y vino. (T. P. Aleluya.)
No se dice Gloria al Padre. Pero se interrumpe el salmo y se repite la antífona cuando todos los ordenados hayan recibido la unción de las manos.
289. Seguidamente, los fieles llevan el pan sobre la patena y el cáliz, ya con el vino y el agua, para la celebración de la Misa. El diácono lo recibe y se lo entrega al Obispo, quien a su vez lo pone en manos de cada uno de los ordenados de presbítero, arrodillados ante él, diciendo:
Recibe la ofrenda del pueblo santo
para presentarla a Dios.
Considera lo que realizas
e imita lo que conmemoras,
y conforma tu vida
con el misterio de la cruz del Señor.
290. Finalmente, el Obispo besa a cada ordenado, primero a los presbíteros y después a los diáconos, diciendo:
La paz contigo.
El ordenado responde:
Y con tu espíritu.
De igual manera todos o al menos algunos presbiteros presentes pueden con su beso significar que los presbíteros recién ordenados han sido asociados a ellos en el sagrado Orden, y lo mismo pueden hacer todos o al menos algunos diáconos con respecto a los diáconos recién ordenados.
291. Mientras tanto, puede cantarse el responsorio:
R. Ya no os llamo siervos, sino mis amigos, porque habéis
conocido cuanto he hecho entre vosotros. (Aleluya.)
* Recibid el Espíritu Santo Defensor.
+ Él es el que os enviará el Padre. (Aleluya.)
V. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
* Recibid el Espíritu Santo Defensor.
R. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
+ Él es el que os enviará el Padre. (Aleluya.)
O la antífona siguiente con el salmo 99 (100), u otro canto apropiado de idénticas características que concuerde con la antífona, sobre todo cuando el salmo 99 (100) se hubiere utilizado como salmo responsorial en la liturgia de la palabra.
Antífona
Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando,
dice el Señor. (T. P. Aleluya.)
Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando,
dice el Señor. (T. P. Aleluya.)
Salmo 99 (100)
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.
(Se repite la antifona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antifona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antifona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades».
(Se repite la antifona)
Antífona
Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando,
dice el Señor. (T. P. Aleluya.)
No se dice Gloria al Padre. Pero se interrumpe el salmo y se repite la antifona, una vez que el Obispo y los presbiteros hayan besado a los ordenados.
292. Prosigue la Misa como de costumbre. Se dice o no el Símbolo de la fe, según las rúbricas; se omite la oración universal.
LITURGIA EUCARÍSTICA
139. La liturgia eucarística se concelebra como de costumbre; pero se omite la preparación del cáliz. Uno de los diáconos ordenados asiste al Obispo en el altar.
Oración sobre las ofrendas
Dios, Padre santo,
cuyo Hijo quiso lavar los pies de los discípulos
para darnos ejemplo,
recibe los dones de nuestro servicio
y haz que, al ofrecernos como oblación espiritual,
nos llenemos de espíritu de humildad y de amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
cuyo Hijo quiso lavar los pies de los discípulos
para darnos ejemplo,
recibe los dones de nuestro servicio
y haz que, al ofrecernos como oblación espiritual,
nos llenemos de espíritu de humildad y de amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Se puede decir el prefacio II de las ordenaciones.
CRISTO, FUENTE DE TODO MINISTERIO EN LA IGLESIA
Este prefacio se puede decir en la misa en la ordenación de diáconos.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que constituiste a tu único Hijo pontífice de la alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, que hubiese variedad de ministerios en la Iglesia.
Él no solo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo,
sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo,
para que, por la imposición de manos, participen de su sagrada misión.
Ellos preceden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos. Ellos, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor.
Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y con todos los santos, diciendo:
Santo, santo Santo…
294. En las plegarias eucarísticas, el Obispo o uno de los presbíteros concelebrantes hace mención de los presbíteros y diáconos recién ordenados.
I. Cuando se utiliza el Canon romano se dice Acepta, Señor, en tu bondad propio.
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus siervos
y de toda tu familia santa;
te la ofrecemos también por estos siervos tuyos
que te has dignado promover
a los órdenes del diaconado y del presbiterado;
conserva en ellos tus dones
para que fructifique lo que han recibido de tu bondad.
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén.]
esta ofrenda de tus siervos
y de toda tu familia santa;
te la ofrecemos también por estos siervos tuyos
que te has dignado promover
a los órdenes del diaconado y del presbiterado;
conserva en ellos tus dones
para que fructifique lo que han recibido de tu bondad.
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén.]
II. Cuando se utiliza la Plegaria eucarística II la mención se intercala en la intercesión Acuérdate, Señor.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida
por toda la tierra;
y con el papa N., con nuestro obispo N.,
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de estos siervos tuyos
que has constituido hoy diáconos o presbíteros de la Iglesia,
y de todos los pastores que cuidan de tu pueblo.
por toda la tierra;
y con el papa N., con nuestro obispo N.,
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de estos siervos tuyos
que has constituido hoy diáconos o presbíteros de la Iglesia,
y de todos los pastores que cuidan de tu pueblo.
Acuérdate también de nuestros hermanos
que durmieron en la esperanza de la resurrección...
que durmieron en la esperanza de la resurrección...
III. Cuando se utiliza la Plegaria eucarística III la mención se intercala en la intercesión Te pedimos, Padre, que esta Víctima.
Te pedimos, Padre,
que esta Víctima de reconciliación
traiga la paz y la salvación al mundo entero.
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra:
a tu servidor, el papa N.,
a nuestro obispo N.,
al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos,
a estos siervos tuyos que han sido ordenados hoy
diáconos o presbíteros de la Iglesia,
y a todo el pueblo redimido por ti.
que esta Víctima de reconciliación
traiga la paz y la salvación al mundo entero.
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra:
a tu servidor, el papa N.,
a nuestro obispo N.,
al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos,
a estos siervos tuyos que han sido ordenados hoy
diáconos o presbíteros de la Iglesia,
y a todo el pueblo redimido por ti.
Atiende los deseos y súplicas...
IV. Cuando no se utiliza el prefacio propio se puede emplear la Plegaria eucarística IV. La mención se intercala en la intercesión Y ahora, Señor, acuérdate.
Y ahora, Señor, acuérdate
de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio:
de tu servidor el papa N.,
de nuestro obispo N.,
De estos siervos tuyos que te has dignado elegir hoy
para el ministerio diaconal o presbiteral
a favor de tu pueblo,
de los demás presbíteros y diáconos;
acuérdate también de los oferentes y de los aquí reunidos,
de todo tu pueblo santo
y de aquellos que te buscan con sincero corazón.
de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio:
de tu servidor el papa N.,
de nuestro obispo N.,
De estos siervos tuyos que te has dignado elegir hoy
para el ministerio diaconal o presbiteral
a favor de tu pueblo,
de los demás presbíteros y diáconos;
acuérdate también de los oferentes y de los aquí reunidos,
de todo tu pueblo santo
y de aquellos que te buscan con sincero corazón.
Acuérdate también de los que murieron...
295. Los diáconos recién ordenados comulgan bajo ambas especies. El diácono que asiste al Obispo actúa como ministro del cáliz.
Antífona de la comunión Mt 20, 28
El Hijo del hombre no ha venido a ser servido
sino a servir
y dar su vida en rescate por muchos
[T. P. Aleluya].
sino a servir
y dar su vida en rescate por muchos
[T. P. Aleluya].
296. Los padres y familiares de los ordenados pueden comulgar bajo ambas especies.
298. Concluida la distribución de la comunión, puede cantarse un cántico de acción de gracias. Sigue al canto la oración después de la comunión.
Oración después de la comunión
Concede, Señor, a tus siervos,
nutridos con el alimento y la bebida del cielo,
que, para gloria tuya u salvación de los creyentes,
sean siempre fieles ministros del Evangelio,
de los sacramentos y de la caridad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
nutridos con el alimento y la bebida del cielo,
que, para gloria tuya u salvación de los creyentes,
sean siempre fieles ministros del Evangelio,
de los sacramentos y de la caridad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
RITO DE CONCLUSIÓN
299. En vez de la acostumbrada, puede darse la siguiente bendición. El diácono puede hacer la invitación:
Inclinaos para recibir la bendición.
O con otras palabras.
Bendición solemne al final de la misa
El obispo, con las manos extendidas sobre los presbíteros y diáconos recién ordenados y el pueblo, dice:
Dios que dirige y gobierna la Iglesia
os proteja siempre con su gracia
para que cumpláis fielmente vuestro ministerio.
os proteja siempre con su gracia
para que cumpláis fielmente vuestro ministerio.
R. Amén.
Él, que confió a los diáconos
el ministerio de predicar el Evangelio,
el de servir al altar y a los hombres,
os haga en el mundo sus testigos valientes
y ministros de la caridad.
el ministerio de predicar el Evangelio,
el de servir al altar y a los hombres,
os haga en el mundo sus testigos valientes
y ministros de la caridad.
R. Amén.
Y a vosotros, presbíteros, os haga verdaderos pastores
que distribuyan el pan vivo y la palabra de la vida,
para que los fieles crezcan en la unidad del cuerpo de Cristo.
que distribuyan el pan vivo y la palabra de la vida,
para que los fieles crezcan en la unidad del cuerpo de Cristo.
R. Amén.
Y bendice a todo el pueblo añadiendo:
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes,
os bendiga Dios todopoderoso,
Padre ✠, Hijo ✠, y Espíritu ✠ Santo.
os bendiga Dios todopoderoso,
Padre ✠, Hijo ✠, y Espíritu ✠ Santo.
R. Amén.
300. Dada la bendición y despedido el pueblo por el diácono, se vuelve procesionalmente a la sacristía al modo acostumbrado.
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