Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

domingo, 6 de diciembre de 2020

Domingo 10 enero 2021, Bautismo del Señor, fiesta, Lecturas ciclo B.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas de la fiesta del Bautismo del Señor, ciclo B (Lec. I B).


PRIMERA LECTURA Is 42, 1-4. 6-7
Mirad a mi siervo, en quien me complazco

Lectura del libro de Isaías.

Esto dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo;
mi elegido, en quien me complazco.
He puesto mi espíritu sobre él,
manifestará la justicia a las naciones.
No gritará, no clamará,
no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará,
la mecha vacilante no la apagará.
Manifestará la justicia con verdad.
No vacilará ni se quebrará,
hasta implantar la justicia en el país.
En su ley esperan las islas.
Yo, el Señor,
te he llamado en mi justicia,
te cogí de la mano, te formé
e hice de ti alianza de un pueblo
y luz de las naciones,
para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la cárcel,
de la prisión a los que habitan en tinieblas».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 28, 1b y 2. 3ac-4. 3b y 9c-10 (R.: 11b)
R.
El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Dóminus benedícet pópulo suo in pace.

V. Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Dóminus benedícet pópulo suo in pace.

V. La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica.
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Dóminus benedícet pópulo suo in pace.

V. El Dios de la gloria ha tronado.
En su templo un grito unánime: «¡Gloria!».
El Señor se sienta sobre las aguas del diluvio,
el Señor se sienta como rey eterno.
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Dóminus benedícet pópulo suo in pace.

SEGUNDA LECTURA Hch 10, 34-38
Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Cf. Mc 9, 7
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Se abrieron los cielos y se oyó la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». R.
Cæli apérti sunt et vox Patris intónuit: Hic est Fílius meus caríssimus; audíte illum.

1ª, 2ª Lecturas y Salmo alternativos para el presente año B:

PRIMERA LECTURA Is 55, 1-11
Acudid por agua; escuchadme y viviréis

Lectura del libro de Isaías.

Esto dice el Señor:
«Sedientos todos, acudid por agua;
venid, también los que no tenéis dinero:
comprad trigo y comed, venid y comprad,
sin dinero y de balde, vino y leche.
¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta
y el salario en lo que no da hartura?
Escuchadme atentos y comeréis bien,
saborearéis platos sustanciosos.
Inclinad vuestro oído, venid a mí:
escuchadme y viviréis.
Sellaré con vosotros una alianza perpetua,
las misericordias firmes hechas a David:
lo hice mi testigo para los pueblos,
guía y soberano de naciones.
Tú llamarás a un pueblo desconocido,
un pueblo que no te conocía correrá hacia ti;
porque el Señor tu Dios,
el Santo de Israel te glorifica.
Buscad al Señor mientras se deja encontrar,
invocadlo mientras está cerca.
Que el malvado abandone su camino,
y el malhechor sus planes;
que se convierta al Señor, y él tendrá piedad,
a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Porque mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son mis caminos
—oráculo del Señor—
Cuanto dista el cielo de la tierra,
así distan mis caminos de los vuestros,
y mis planes de vuestros planes.
Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que cumplirá mi deseo
y llevará a cabo mi encargo».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6 (R.: 3)
R.
Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Hauriétis aquas in gáudio de fóntibus salútis

V. «Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.
R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Hauriétis aquas in gáudio de fóntibus salútis

V. «Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso».
R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Hauriétis aquas in gáudio de fóntibus salútis

V. Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sion,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel.
R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Hauriétis aquas in gáudio de fóntibus salútis

SEGUNDA LECTURA 1 Jn 5, 1-9
El Espíritu, el agua y la sangre

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.

Queridos hermanos:
Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él.
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.
¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Este es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No solo en el agua, sino en el agua y en la sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y el testimonio de los tres es único. Si aceptamos el testimonio humano, mayor es el testimonio de Dios. Pues este es el testimonio de Dios, que ha dado testimonio acerca de su Hijo.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Siempre en el año B:

Aleluya Jn 1, 29
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Vio Juan a Jesús que venía hacia él, y exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». R.
Vidit Ioçannes Iesum veniéntem ad se et ait: «Ecce agnus Dei, qui tollit peccátum mundi».

EVANGELIO Mc 1, 7-11.
Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco
Lectura del santo Evangelio según San Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, proclamaba Juan:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo 7 de enero de 2018

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La celebración hoy del bautismo del Señor concluye el tiempo de Navidad y nos invita a pensar en nuestro bautismo. Jesús quiso recibir el bautismo predicado y administrado por Juan el Bautista en el Jordán. Era un bautismo de penitencia: los que se acercaban manifestaban el deseo de ser purificados de los pecados y, con la ayuda de Dios, se comprometían a comenzar una nueva vida.
Entendemos así la gran humildad de Jesús, el que no había pecado, poniéndose en fila con los penitentes, mezclado entre ellos para ser bautizado en las aguas del río. ¡Cuánta humildad tiene Jesús! Y al hacerlo, manifestó lo que hemos celebrado en Navidad: la disponibilidad de Jesús para sumergirse en el río de la humanidad, para asumir las deficiencias y debilidades de los hombres, para compartir su deseo de liberación y superación de todo lo que aleja de Dios y hace extraños a los hermanos. Al igual que en Belén, también en las orillas del Jordán, Dios cumple su promesa de hacerse cargo de la suerte del ser humano, y Jesús es el Signo tangible y definitivo. Él se hizo cargo de todos nosotros, se hace cargo de todos nosotros, en la vida, en los días.
El Evangelio de hoy subraya que Jesús, «no bien hubo salido del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él» (Mc 1,10). El Espíritu Santo, que había obrado desde el comienzo de la creación y había guiado a Moisés y al pueblo en el desierto, ahora desciende en plenitud sobre Jesús para darle la fortaleza de cumplir su misión en el mundo. El Espíritu es el artífice del bautismo de Jesús y también de nuestro bautismo. Él nos abre los ojos del corazón a la verdad, a toda la verdad. Empuja nuestra vida por el sendero de la caridad. Él es el don que el Padre ha dado a cada uno de nosotros el día de nuestro bautismo. Él, el Espíritu, nos transmite la ternura del perdón divino. Y siempre es Él, el Espíritu Santo, quien hace resonar la reveladora Palabra del Padre: «Tú eres mi Hijo» (v. 11).
La fiesta del bautismo de Jesús invita a cada cristiano a recordar su bautismo. No puedo preguntaros si os acordáis del día de vuestro bautismo, porque la mayoría de vosotros erais niños, como yo; nos bautizaron de niños. Pero os hago otra pregunta: ¿sabéis la fecha de vuestro bautismo? ¿Sabéis en qué día fuiste bautizado? Pensadlo todos. Y si no sabéis la fecha o la habéis olvidado, al volver a casa, preguntádselo a vuestra madre, a la abuela, al tío, a la tía, al abuelo, al padrino, o a la madrina: ¿en qué fecha? Y de esa fecha tenemos que acordarnos siempre, porque es una fecha de fiesta, es la fecha de nuestra santificación inicial, es la fecha en la que el Padre nos dio al Espíritu Santo que nos impulsa a caminar, es la fecha del gran perdón. No lo olvidéis: ¿cuál es mi fecha de bautismo?
Invoquemos la protección materna de María Santísima, para que todos los cristianos comprendan cada vez más el don del bautismo y se comprometan a vivirlo con coherencia, testimoniando el amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
Saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos de Italia y de diferentes países. Saludo en particular a los fieles de Corea del Sur y a los de Biella.
También este año, en la fiesta del Bautismo de Jesús, he tenido la alegría de bautizar a algunos niños, 34. Sobre ellos, y sobre todos los niños que han sido bautizados recientemente, invoco la protección maternal de la Madre de Dios para que, ayudados por el ejemplo de sus padres, padrinos y madrinas, crezcan como discípulos del Señor.
Os deseo a todos un buen domingo y un buen camino en el año que acaba de empezar, gracias a la luz que Jesús nos ha dado durante su Natividad.
No os olvidéis de los deberes para casa: ¿cuál es la fecha de mi bautismo? ¿En qué día fui bautizado o bautizada? ¿Entendido?
Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta pronto!
ÁNGELUS, Domingo 11 de enero de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye el tiempo de Navidad. El Evangelio describe lo que sucede a orillas del Jordán. En el momento en que Juan Bautista confiere el bautismo a Jesús, el cielo se abre. "Apenas salió del agua –dice san Marcos–, vio rasgarse los cielos" (Mc 1, 10). Vuelve a la memoria la dramática súplica del profeta Isaías: "¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!" (Is 63, 19). Esta invocación fue escuchada en el acontecimiento del Bautismo de Jesús. Y de este modo termina el tiempo de los "cielos cerrados", que indican la separación entre Dios y el hombre, consecuencia del pecado. El pecado nos aleja de Dios e interrumpe el vínculo entre la tierra y el cielo, determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestra vida. Los cielos abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la tierra dé su fruto (cf. Sal 85, 13). Así, la tierra se convirtió en la morada de Dios entre los hombres y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de encontrar al Hijo de Dios, experimentando, de este modo, todo el amor y la infinita misericordia. Lo podemos encontrar realmente presente en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Lo podemos reconocer en el rostro de nuestros hermanos, en especial en los pobres, enfermos, presos y refugiados: ellos son carne viva del Cristo que sufre e imagen visible del Dios invisible.
Con el Bautismo de Jesús no sólo se rasgan los cielos, sino que Dios habla nuevamente haciendo resonar su voz: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco" (Mc 1, 11). La voz del Padre proclama el misterio que se oculta en el Hombre bautizado por el Precursor.
Y luego la venida del Espíritu Santo, en forma de paloma: esto permite al Cristo, el Consagrado del Señor, inaugurar su misión, que es nuestra salvación. El Espíritu Santo: el gran olvidado en nuestras oraciones. Nosotros a menudo rezamos a Jesús; rezamos al Padre, especialmente en el "Padrenuestro"; pero no muy frecuentemente rezamos al Espíritu Santo, ¿es verdad? Es el olvidado. Y necesitamos pedir su ayuda, su fortaleza, su inspiración. El Espíritu Santo que animó totalmente la vida y el ministerio de Jesús, es el mismo Espíritu que hoy guía la vida cristiana, la existencia de un hombre y de una mujer que se dicen y quieren ser cristianos. Poner bajo la acción del Espíritu Santo nuestra vida de cristianos y la misión, que todos recibimos en virtud del Bautismo, significa volver a encontrar la valentía apostólica necesaria para superar fáciles comodidades mundanas. En cambio, un cristiano y una comunidad "sordos" a la voz del Espíritu Santo, que impulsa a llevar el Evangelio a los extremos confines de la tierra y de la sociedad, llegan a ser también un cristiano y una comunidad "mudos" que no hablan y no evangelizan.
Recordad esto: rezar con frecuencia al Espíritu Santo para que nos ayude, nos dé fuerza, nos dé la inspiración y nos haga ir adelante.
Que María, Madre de Dios y de la Iglesia, acompañe el camino de todos nosotros bautizados, nos ayude a crecer en el amor a Dios y en la alegría de servir al Evangelio, para dar así sentido pleno a nuestra vida.

Del Papa Benedicto XVI
Homilía. Fiesta del bautismo del Señor, Domingo 8 de enero de 2012

Queridos hermanos y hermanas:
Es siempre una alegría celebrar esta santa misa con los bautizos de los niños, en la fiesta del Bautismo del Señor. Os saludo a todos con afecto, queridos padres, padrinos y madrinas, y a todos vosotros, familiares y amigos. Habéis venido –lo habéis dicho en voz alta– para que vuestros hijos recién nacidos reciban el don de la gracia de Dios, la semilla de la vida eterna. Vosotros, los padres, lo habéis querido. Habéis pensado en el bautismo incluso antes de que vuestro niño o vuestra niña fuera dado a luz. Vuestra responsabilidad de padres cristianos os hizo pensar enseguida en el sacramento que marca la entrada en la vida divina, en la comunidad de la Iglesia. Podemos decir que esta ha sido vuestra primera elección educativa como testigos de la fe respecto a vuestros hijos: ¡la elección es fundamental!
La misión de los padres, ayudados por el padrino y la madrina, es educar al hijo o la hija. Educar es comprometedor; a veces es arduo para nuestras capacidades humanas, siempre limitadas. Pero educar se convierte en una maravillosa misión si se la realiza en colaboración con Dios, que es el primer y verdadero educador de cada ser humano.
En la primera lectura que hemos escuchado, tomada del libro del profeta Isaías, Dios se dirige a su pueblo precisamente como un educador. Advierte a los israelitas del peligro de buscar calmar su sed y su hambre en las fuentes equivocadas: "¿Por qué –dice– gastar dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura?" (Is 55, 2). Dios quiere darnos cosas buenas para beber y comer, cosas que nos beneficien; mientras que a veces nosotros usamos mal nuestros recursos, los usamos para cosas que no sirven o que, incluso, son nocivas. Dios quiere darnos sobre todo a sí mismo y su Palabra: sabe que, alejándonos de él, muy pronto nos encontraremos en dificultades, como el hijo pródigo de la parábola, y sobre todo perderemos nuestra dignidad humana. Y por esto nos asegura que él es misericordia infinita, que sus pensamientos y sus caminos no son como los nuestros –¡para suerte nuestra!– y que siempre podemos volver a él, a la casa del Padre. Nos asegura, además, que si acogemos su Palabra, esta traerá buenos frutos a nuestra vida, como la lluvia que riega la tierra (cf. Is 55, 10-11).
A esta palabra que el Señor nos ha dirigido mediante el profeta Isaías, hemos respondido con el estribillo del Salmo: "Sacaremos agua con gozo de las fuentes de la salvación". Como personas adultas, nos hemos comprometido a acudir a las fuentes buenas, por nuestro bien y el de aquellos que han sido confiados a nuestra responsabilidad, en especial vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas, por el bien de estos niños. ¿Y cuáles son "las fuentes de la salvación"? Son la Palabra de Dios y los sacramentos. Los adultos son los primeros que deben alimentarse de estas fuentes, para poder guiar a los más jóvenes en su crecimiento. Los padres deben dar mucho, pero para poder dar necesitan a su vez recibir; de lo contrario, se vacían, se secan. Los padres no son la fuente, como tampoco nosotros los sacerdotes somos la fuente: somos más bien como canales, a través de los cuales debe pasar la savia vital del amor de Dios. Si nos separamos de la fuente, seremos los primeros en resentirnos negativamente y ya no seremos capaces de educar a otros. Por esto nos hemos comprometido diciendo: "Sacaremos agua con gozo de las fuentes de la salvación".
Pasemos ahora a la segunda lectura y al Evangelio. Nos dicen que la primera y principal educación se da mediante el testimonio. El Evangelio nos habla de Juan el Bautista. Juan fue un gran educador de sus discípulos, porque los condujo al encuentro con Jesús, del cual dio testimonio. No se exaltó a sí mismo, no quiso tener a sus discípulos vinculados a sí mismo. Y sin embargo Juan era un gran profeta, y su fama era muy grande. Cuando llegó Jesús, retrocedió y lo señaló: "Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo... Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo" (Mc 1, 7-8). El verdadero educador no vincula a las personas a sí, no es posesivo. Quiere que su hijo, o su discípulo, aprenda a conocer la verdad, y entable con ella una relación personal. El educador cumple su deber a fondo, mantiene una presencia atenta y fiel; pero su objetivo es que el educando escuche la voz de la verdad que habla a su corazón y la siga en un camino personal.
Volvamos ahora al testimonio. En la segunda lectura, el apóstol san Juan escribe: "El Espíritu es quien da testimonio" (1Jn 5, 6). Se refiere al Espíritu Santo, al Espíritu de Dios, que da testimonio de Jesús, atestiguando que es el Cristo, el Hijo de Dios. Esto se ve también en la escena del bautismo en el río Jordán: el Espíritu Santo desciende sobre Jesús como una paloma para revelar que él es el Hijo Unigénito del Padre eterno (cf. Mc 1, 10). También en su Evangelio, san Juan subraya este aspecto, allí donde Jesús dice a los discípulos: "Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo" (Jn 15, 26-27). Para nosotros esto es confortante en el compromiso de educar en la fe, porque sabemos que no estamos solos y que nuestro testimonio está sostenido por el Espíritu Santo.
Es muy importante para vosotros, padres, y también para los padrinos y las madrinas, creer fuertemente en la presencia y en la acción del Espíritu Santo, invocarlo y acogerlo en vosotros, mediante la oración y los sacramentos. De hecho, es él quien ilumina la mente, caldea el corazón del educador para que sepa transmitir el conocimiento y el amor de Jesús. La oración es la primera condición para educar, porque orando nos ponemos en disposición de dejar a Dios la iniciativa, de confiarle los hijos, a los que conoce antes y mejor que nosotros, y sabe perfectamente cuál es su verdadero bien. Y, al mismo tiempo, cuando oramos nos ponemos a la escucha de las inspiraciones de Dios para hacer bien nuestra parte, que en cualquier caso nos corresponde y debemos realizar. Los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, nos permiten realizar la acción educativa en unión con Cristo, en comunión con él y renovados continuamente por su perdón. La oración y los sacramentos nos obtienen aquella luz de verdad gracias a la cual podemos ser al mismo tiempo suaves y fuertes, usar dulzura y firmeza, callar y hablar en el momento adecuado, reprender y corregir de modo justo.
Queridos amigos, invoquemos, por tanto, todos juntos al Espíritu Santo para que descienda en abundancia sobre estos niños, los consagre a imagen de Jesucristo y los acompañe siempre en el camino de su vida. Los confiamos a la guía materna de María santísima, para que crezcan en edad, sabiduría y gracia y se conviertan en verdaderos cristianos, testigos fieles y gozosos del amor de Dios. Amén.
ÁNGELUS, Domingo 11 de enero de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
En este domingo, que sigue a la solemnidad de la Epifanía, celebramos el Bautismo del Señor. Fue el primer acto de su vida pública, narrado en los cuatro evangelios. Al llegar a la edad de casi treinta años, Jesús dejó Nazaret, fue al río Jordán y, en medio de mucha gente, se hizo bautizar por Juan. El evangelista san Marcos escribe: "Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto"" (Mc 1, 10-11). En estas palabras: "Tú eres mi Hijo amado", se revela qué es la vida eterna: es la relación filial con Dios, tal como Jesús la vivió y nos la ha revelado y dado.
Esta mañana, según la tradición, en la capilla Sixtina administré el sacramento del Bautismo a trece recién nacidos. A los padres, a los padrinos y a las madrinas, el celebrante les pregunta habitualmente: "¿Qué pedís a la Iglesia de Dios para vuestros hijos?"; ante su respuesta: "El Bautismo", él añade: "Y el Bautismo, ¿qué os da?". "La vida eterna", responden. He aquí la realidad admirable: la persona humana, mediante el Bautismo, es introducida en la relación única y singular de Jesús con el Padre, de manera que las palabras que resonaron desde el cielo sobre el Hijo unigénito llegan a ser verdaderas para todo hombre y toda mujer que renace por el agua y por el Espíritu Santo: Tú eres mi hijo amado.
Queridos amigos, ¡qué grande es el don del Bautismo! Si nos diéramos plenamente cuenta de ello, nuestra vida se convertiría en un "gracias" continuo. ¡Qué alegría para los padres cristianos, que han visto nacer de su amor una nueva criatura, llevarla a la pila bautismal y verla renacer en el seno de la Iglesia a una vida que jamás tendrá fin! Don, alegría, pero también responsabilidad. En efecto, los padres, juntamente con los padrinos, deben educar a los hijos según el Evangelio. Esto me hace pensar en el tema del VI Encuentro mundial de las familias, que se celebrará en los próximos días en la ciudad de México: "La familia, formadora en los valores humanos y cristianos". Este gran meeting familiar, organizado por el Consejo pontificio para la familia, se desarrollará en tres momentos: primero, el Congreso teológico-pastoral, en el que se profundizará este tema, también mediante el intercambio de experiencias significativas; después, el momento de fiesta y de testimonio, que manifestará la belleza de encontrarse entre familias de todas las partes del mundo, unidas por la misma fe y el mismo compromiso; y por último, la solemne celebración eucarística, como acción de gracias al Señor por los dones del matrimonio, de la familia y de la vida. He encargado al cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que me represente, pero yo mismo seguiré con viva participación este extraordinario acontecimiento, acompañándolo con mi oración e interviniendo en videoconferencia. Desde ahora, queridos hermanos y hermanas, os invito a implorar para este importante encuentro mundial de las familias la abundancia de las gracias divinas. Hagámoslo, invocando la intercesión materna de la Virgen María, Reina de la familia.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Fiesta del Bautismo del Señor
131.
Con la Fiesta del Bautismo del Señor, prolongación de la Epifanía, concluye el tiempo de la Navidad y se inicia el Tiempo Ordinario. Mientras Juan bautiza a Jesús a orillas del Jordán sucede algo grandioso: los cielos se abren, se oye la voz del Padre y el Espíritu Santo desciende en forma visible sobre Jesús. Se trata de una manifestación del misterio de la Santísima Trinidad. Pero ¿por qué se produce esta visión en el momento en el que Jesús es bautizado? El homileta debe responder a esta pregunta.
132. La explicación está en la finalidad por la que Jesús va a Juan para que le bautice. Juan está predicando un bautismo de penitencia. Jesús recibe este signo de arrepentimiento junto a muchos otros que corren hacia Juan. En un primer momento, Juan intenta impedírselo pero Jesús insiste. Y esta insistencia manifiesta su intención: ser solidario con los pecadores. Quiere estar donde están ellos. Lo mismo expresa el apóstol Pablo, pero con un tipo de lenguaje diferente: «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar por nuestros pecados» (2 Co 5, 21).
133. Y es, justamente, en este momento de intensa solidaridad con los pecadores, cuando tiene lugar la grandiosa epifanía trinitaria. La voz del Padre tronó desde el cielo, anunciando: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto». Tenemos que comprender que lo que le agrada al Padre, reside en la voluntad del Hijo de ser solidario con los pecadores. De este modo se manifiesta como Hijo de este Padre, es decir, el Padre que «tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único» (Jn 3, 16). En aquel preciso instante, el Espíritu aparece como una paloma, desciende sobre el Hijo, imprimiendo una especie de aprobación y de autorización a toda la escena inesperada.
134. El Espíritu que ha plasmado esta escena preparándola a lo largo de los siglos de la Historia de Israel («que habló por los profetas», como profesamos en el Credo), está presente en el homileta y en sus oyentes: abre sus mentes a una comprensión todavía más profunda de lo sucedido. El mismo Espíritu acompañó a Jesús en cada instante de su existencia terrenal, caracterizando todas sus acciones para que fueran revelación del Padre. Por tanto, podemos escuchar el texto del profeta Isaías de este día como una prolongación de las palabras del Padre en el corazón de Jesús: «Tú eres mi Hijo, el amado». Su diálogo de amor continúa: «mi elegido, a quien prefiero. Sobre Él he puesto mi espíritu. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones».
135. En el salmo responsorial de esta fiesta se escuchan las palabras del Salmo 28: «La voz del Señor está sobre las aguas». La Iglesia canta este salmo como celebración de las palabras del Padre que tenemos el privilegio de escuchar y cuya escucha marca nuestra fiesta. «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto» - esta es la «voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica» (Sal 28, 3-4).
136. Después del Bautismo, el Espíritu conduce a Jesús al desierto para ser tentado por Satanás. Sucesivamente y conducido siempre por el Espíritu, Jesús va a Galilea donde proclama el Reino de Dios. Durante su maravillosa predicación, marcada por milagros prodigiosos, Jesús afirma en una ocasión: «Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!» (Lc 12, 50). Con estas palabras se refería a su próxima muerte en Jerusalén. De este modo comprendemos cómo el Bautismo de Jesús por parte de Juan Bautista no fue el definitivo sino una acción simbólica de lo que se habría cumplir en el Bautismo de su agonía y muerte en la Cruz. Porque es en la Cruz donde Jesús se revela a sí mismo, no en términos simbólicos, sino concretamente y en completa solidaridad con los pecadores. Es en la Cruz donde «Dios lo hizo expiar por nuestros pecados» (2Co 5, 21) y donde «nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito» (Ga 3, 13). Es allí donde desciende al caos de las aguas de ultratumba, y lava para siempre nuestros pecados. Pero por la Cruz y la Muerte, Jesús es también liberado de las aguas, llamado a la Resurrección por la voz del Padre que dice: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado. Yo seré para él un padre y el será para mí un hijo» (Hb 1, 5). Esta escena de muerte y resurrección es una obra de arte escrita y dirigida por el Espíritu. La voz del Señor sobre las grandes aguas de la muerte, con fuerza y poder, saca a su Hijo de la muerte. «La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica».
137. El Bautismo de Jesús es modelo también para el nuestro. En el Bautismo descendemos con Cristo a las aguas de la muerte, donde son lavados nuestros pecados. Y después de habernos sumergido con Él, con Él salimos de las aguas y oímos, fuerte y potente, la voz del Padre que, dirigida también a nosotros en lo profundo de nuestros corazones, pronuncia un nombre nuevo para cada uno de nosotros: «¡Amado! Mi predilecto». Sentimos este nombre como nuestro, no en virtud de las buenas obras que hemos realizado, sino porque Cristo, en su amor sin límites, ha deseado intensamente compartir con nosotros su relación con el Padre.
138. La Eucaristía celebrada en esta Fiesta propone de nuevo, en cierto modo, los mismos acontecimientos. El Espíritu desciende sobre los dones del pan y del vino ofrecido por los fieles. Las palabras de Jesús: «Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre», anuncian su intención de recibir el Bautismo de muerte para nuestra Salvación. Y la asamblea reza, el «Padre nuestro» junto con el Hijo, porque con Él siente dirigida a sí misma la voz del Padre que llama «amado» al Hijo.
139. En una ocasión, a lo largo de su ministerio, Jesús dijo: «el que cree en mí, como dice la Escritura: "De su seno brotarán manantiales de agua viva"». Aquellas aguas vivas han comenzado a brotar en nosotros con el Bautismo, y se transforman en un río siempre más caudaloso en cada celebración de la Eucaristía.

Monición al Credo
Se dice
Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.
Confesamos nuestra fe, recordando las intervenciones maravillosas de Dios en la historia de la salvación: la creación, la encarnación, la Pascua, la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia y la promesa de la vida eterna.

Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre, que en el bautismo nos reconoció como hijos amados suyos.
- Para que en nuestras parroquias se cuide cada vez más la iniciación cristiana en todas sus dimensiones de modo que de verdad conduzca a una vivencia de la fe en la comunidad de la Iglesia. Roguemos al Señor.
- Para que los padres cristianos, al presentar a sus hijos para el bautismo, sean conscientes de su responsabilidad de educarlos en la fe de la Iglesia. Roguemos al Señor.
- Para que cuantos se sienten oprimidos y habitan en las tinieblas abran las puertas a Cristo, luz de las naciones. Roguemos al Señor.
- Para que todos los bautizados en Cristo, amados y elegidos de Dios, ungidos por el Espíritu Santo, pasemos, como Cristo, haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, en la persona de tu Hijo amado nos has revelado a tu servidor, enviado tuyo al mundo para liberarnos e iluminarnos; escucha las súplicas de tus hijos. Por Jesucristo nuestro Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No publico comentarios anónimos.