Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Ceremonial de los Obispos. Tercera parte. La Liturgia de las Horas y las celebraciones de la Palabra de Dios, nn. 187-226.

CEREMONIAL DE LOS OBISPOS
(14-septiembre-1984; ed. española 28-junio-2019)


TERCERA PARTE
LA LITURGIA DE LAS HORAS Y LAS CELEBRACIONES DE LA PALABRA DE DIOS


LA LITURGIA DE LAS HORAS

PRAENOTANDA

187. El obispo, puesto que de modo eminente y visible representa a la persona de Cristo y es el gran sacerdote de su grey, debe sobresalir por su oración, entre los miembros de su Iglesia (1).

Se recomienda vivamente, por tanto, que, cuando sea posible, celebre la Liturgia de las Horas, especialmente las Laudes y las vísperas, con su presbiterio y los ministros, con participación plena y activa del pueblo, sobre todo en la iglesia catedral (2).

(1) Cf. Liturgia de las Horas, Ordenación general, n. 28.
(2) Cf. ibid., n. 254.

188. En las principales solemnidades, es conveniente que el obispo, reunido con el clero y el pueblo en la iglesia catedral, celebre las I Vísperas, o las Laudes, o las II Vísperas, según aconsejen las circunstancias del lugar, y respetando siempre la verdad de las Horas.

189. De igual modo, conviene que el obispo celebre en la iglesia-catedral el Oficio de lectura y las Laudes del Viernes Santo en la Pasión del Señor y del Sábado Santo, así como el Oficio de lectura en la noche de la Natividad del Señor.

190. Finalmente, enseñe a la grey que tiene encomendada, tanto con la palabra como con el ejemplo, la importancia de la Liturgia de las Horas, promoviendo su celebración comunitaria en parroquias, en comunidades y en las diversas reuniones, según las normas de la Ordenación general de la Liturgia de las Horas (3).

(3) Cf. ibid., n. 1, 5-19, 20-27, 30-32.

CAPÍTULO I
LA CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS EN LAS PRINCIPALES SOLEMNIDADES

191. Sobre la llegada del obispo a la iglesia, obsérvense las indicaciones dadas más arriba, en las normas generales, n. 79.

192. En la sacristía mayor y con la ayuda de los diáconos y otros ministros, que se habrán revestido con los ornamentos sagrados antes de su llegada, el obispo deja la capa o la muceta y, si es el caso, también el roquete, y se reviste con el amito, el alba, el cíngulo, la cruz pectoral, la estola y la capa pluvial. Después, recibe la mitra, que le da uno de los diáconos, y el báculo.

Mientras tanto, los presbíteros, en especial los canónigos, se revisten adecuadamente con la capa pluvial encima de la sobrepelliz o sobre el alba; los diáconos visten capa pluvial o dalmática.

193. Estando todo dispuesto, mientras suena el órgano o se realiza un canto, se hace la entrada en la iglesia con este orden:

- El acólito que lleva la cruz va en medio de otros dos acólitos que llevan ciriales con cirios encendidos.
- Los clérigos, de dos en dos.
- Los diáconos, si son varios, de dos en dos.
- Los presbíteros, de dos en dos.
- El obispo avanza solo, llevando la mitra y sosteniendo el báculo pastoral con la mano izquierda.
- Un poco detrás del obispo, los dos diáconos que lo asisten y que, si es necesario, le sostienen los extremos de la capa pluvial por cada lado.
- Por fin, los ministros del libro, la mitra y el báculo.

La procesión no se detiene si pasa por delante de la capilla del Santísimo Sacramento, ni se hace genuflexión (4).

(4) Cf. supra n. 71.

194. Conviene que la cruz que ha sido llevada en procesión se coloque alzada junto al altar, de modo que se convierta en la misma cruz del altar; en caso contrario, se retira; los ciriales se colocan junto al altar, o encima de la credencia, o en un lugar cercano dentro del presbiterio.

195. Al llegar al presbiterio, todos, de dos en dos, hacen una profunda reverencia al altar y se dirigen a sus lugares. Si se encuentra allí reservado el Santísimo Sacramento, hacen genuflexión.

196. Cuando el obispo llega ante el altar, entrega el báculo pastoral al ministro y, dejada la mitra, hace una profunda reverencia al altar, a una con los diáconos y los ministros que lo acompañan. Sube luego al altar y lo besa juntamente con los diáconos que lo asisten. Después, se dirige a la cátedra, donde en pie y signándose con la señal de la cruz, canta el versículo: «Dios mío, ven en mi auxilio». Todos responden: «Señor, date prisa en socorrerme». Se canta Gloria al Padre y, según las rúbricas, Aleluya.

197. Los cantores inician el himno que luego continúa el coro o el pueblo, conforme a las exigencias musicales del propio himno.

198. Tras el himno, el obispo se sienta y recibe, normalmente, la mitra; también se sientan todos. El cantor inicia las antífonas y los salmos. Durante la salmodia, pueden permanecer todos en pie, de acuerdo a los usos locales.

Cuando se utilizan oraciones sálmicas, se repite la antifona; después, el obispo, sin la mitra, se levanta y, estando todos en pie, dice: «Oremos»; y, tras orar todos en silencio unos momentos, dice la oración que le corresponde al salmo o al cántico.

199. Acabada la salmodia, el lector, de pie, hace la lectura en el ambón, sea larga o breve, que todos escuchan sentados.

200. Si es oportuno y el obispo quiere, tras recibir el báculo, puede añadir una breve homilía para explicar la lectura, estando sentado con la mitra en su cátedra o en otro lugar adecuado, donde todos puedan verlo y escucharlo.

201. Si es conveniente, tras la lectura o la homilía se puede guardar un momento de silencio.

202. Después, como respuesta a la Palabra de Dios, se canta el responsorio breve o el canto responsorial.

203. En la antífona del canto evangélico, el obispo pone incienso en el incensario. Cuando el coro comienza el cántico del Magníficat, el obispo, con mitra, se levanta; todos se levantan. El obispo se signa con la señal de la cruz desde la frente hasta el pecho y se dirige al altar; al llegar a este, con los ministros, hace la debida reverencia pero sin besarlo.

204. Mientras se realiza el cántico evangélico, se inciensan de la forma acostumbrada el altar, la cruz, al obispo y a los demás, como en la misa, tal como se ha dicho más arriba, nn. 89, 93, 96 y 121.

205.
Acabado el cántico y repetida la antifona, como de costumbre, se hacen las preces. El obispo, mientras un ministro le sostiene el libro, dice la monición y después, uno de los diáconos, desde el ambón o desde otro lugar adecuado, enuncia las intenciones, a las que el pueblo responde.

Todos cantan o dicen el Padrenuestro, precedido de una monición que dice el obispo, si parece oportuno.

Al final, el obispo canta o dice la oración conclusiva, con las manos extendidas. Todos responden: «Amén».

206. Luego, el obispo recibe la mitra y saluda al pueblo, diciendo: «El Señor esté con vosotros». Entonces, uno de los diáconos puede hacer la exhortación (con estas o similares palabras): «Inclinaos para recibir la bendición»; y el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice las invocaciones de la bendición solemne, utilizando una fórmula adecuada de entre las que propone el Misal Romano.

Tras decir las invocaciones, el obispo toma el báculo y dice: «La bendición de Dios todopoderoso...», haciendo la señal de la cruz sobre el pueblo.

El obispo también puede impartir la bendición utilizando las fórmulas que se indican más abajo, nn. 1120-1121.

207. Después, uno de los diáconos despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz»; todos responden: «Demos gracias a Dios».

208. Luego, el obispo se retira de la cátedra, llevando la mitra y el báculo, y, si es oportuno, besa el altar; también los presbíteros, y los que están en el presbiterio, saludan al altar. Todos vuelven procesionalmente a la sacristía mayor, en el mismo orden en que vinieron.

CAPÍTULO II
LA CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS EN SU FORMA SENCILLA

209. También cuando el obispo preside las Vísperas en fechas distintas a las principales solemnidades, o cuando la presencia de fieles y de clero es más reducida o cuando lo hace en alguna iglesia parroquial, conviene que asistan, al menos, algunos presbíteros revestidos adecuadamente con la sobrepelliz sobre la vestidura talar o con alba y capa pluvial; también dos diáconos, o al menos uno, revestidos con alba y dalmática; el obispo se reviste como se indica más arriba, n. 192, o al menos con estola y capa pluvial encima del alba.

Todo se realiza como se describe más arriba, nn. 191-208, con las debidas adaptaciones.

210. Pero cuando el obispo se encuentre en alguna parroquia u otra iglesia y la comunidad sea más reducida, puede presidir las Vísperas desde su sede, con hábito coral (5), y con la asistencia de algunos ministros.

(5) Cf. supra n. 63.

211. Si el obispo participa en la celebración de las Vísperas presididas por un presbítero, él mismo da la bendición antes de despedir al pueblo.

CAPÍTULO III
LAUDES

212. Las Laudes pueden celebrarse con el mismo rito que las Vísperas, excepto lo siguiente.

213. Si se inician con el Invitatorio, en lugar del versículo: «Dios mío, ven en mi auxilio», el obispo inicia las Laudes con el versículo: «Señor, ábreme los labios», a lo que se responde: «Y mi boca proclamará tu alabanza». Mientras se recita este versículo, todos se signan en la boca con la señal de la cruz. Después, estando todos de pie, se canta el salmo invitatorio, intercalando la antifona, como se describe en el libro de la Liturgia de las Horas.

Concluido el salmo invitatorio y repetida la antifona, como de costumbre, se canta el himno y sigue la celebración de las Laudes, tal y como se ha indicado para la celebración de las Vísperas.

212. Las laudes matutinas se pueden celebrar con el mismo rito de las Vísperas, excepto lo siguiente.

CAPÍTULO IV
EL OFICIO DE LECTURA

214. El obispo preside el oficio de lectura desde la cátedra, revestido con hábito coral. El mismo inicia el Oficio con el versículo: «Señor, ábreme los labios», o con: «Dios mío, ven en mi auxilio», según las rúbricas, El cantor entona los himnos, las antífonas y los salmos; el lector proclama las lecturas; al final, el obispo canta o dice la oración conclusiva y, si se despide al pueblo, da la bendición, como se describe más adelante, nn. 1120-1121.

215. Si se celebra una vigilia prolongada, el diácono, con alba, estola y dalmática, proclama solemnemente el Evangelio de la Resurrección, si es domingo; u otro evangelio los demás días; previamente, el diácono pide la bendición al obispo, acompañado por dos acólitos con cirios encendidos y el turiferario, con el incensario humeante, en el que el obispo ha puesto incienso y lo ha bendecido.

Si es oportuno, el obispo hace la homilía.

Tras el himno Te Deum, si se dice, el obispo canta o dice la oración conclusiva y, si hay despedida, imparte la bendición.

216. Siempre que la vigilia prolongada se celebre de modo más solemne y con asistencia del pueblo, el obispo, los presbíteros y los diáconos pueden revestirse como para las vísperas. Durante la salmodia, el obispo permanece sentado en la cátedra y con mitra; sin embargo, para escuchar el Evangelio, deja la mitra, se pone en pie y toma el báculo, que conserva también mientras se canta el himno Te Deum. El resto se hace como se ha dicho más arriba, n. 214.

217. En la noche de la Natividad del Señor, el Viernes de la Pasión del Señor y el Sábado Santo, si es posible, celébrese el Oficio de lectura con participación del pueblo y presidido por el obispo, con el rito descrito más arriba, nn. 214-216.

CAPÍTULO V
LAS HORAS TERCIA, SEXTA Y NONA

218. El obispo puede presidir Tercia, Sexta y Nona revestido con hábito coral (6), tanto en la catedral como en otro lugar, iniciando la Hora con el versículo: «Dios mío, ven en mi auxilio», y concluyéndola con la oración.

Durante la salmodia, todos pueden estar sentados o en pie, según la costumbre del lugar. Tras la salmodia, todos se sientan y el lector, en pie, desde un lugar apropiado, lee la lectura breve, a la que sigue el versículo que inicia; todos responden en pie. No se imparte la bendición. La Hora concluye con la aclamación: «Bendigamos al Señor», a la que todos responden: «Demos gracias a Dios».

(6) Cf. supra n. 63 .

CAPÍTULO VI
LAS COMPLETAS

219. Cuando el obispo preside Completas en la iglesia, se reviste de hábito coral (7), asistido por algunos ministros. Es él quien inicia la Hora, con el versículo «Dios mío, ven en mi auxilio».

Si se realiza examen de conciencia, se hace en silencio o dentro del acto penitencial.

Durante la salmodia todos están sentados o en pie, según la costumbre del lugar. Después de la salmodia, todos se sientan, y el lector, de pie, desde un lugar apropiado, lee la lectura breve, a la que sigue el responsorio: «A tus manos, Señor». Luego se dice la antifona del cántico evangélico Nunc dimittis. Al inicio del cántico, todos se ponen de pie y se signan con la señal de la cruz.

El obispo dice la oración conclusiva, después bendice a los participantes, diciendo: «El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila»

(7) Cf. supra n. 63 .

220. La Hora finaliza con la antifona a la bienaventurada Virgen María, sin oración.

CAPÍTULO VII
LAS CELEBRACIONES DE LA PALABRA DE DIOS

PRAENOTANDA

221. «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» (8) y aún más, cualquier celebración litúrgica se apoya y se sostiene en la Palabra de Dios (9). Procure, pues, el obispo que todos los fieles, con la adecuada preparación espiritual, adquieran la capacidad de escuchar y meditar sobre el misterio de Cristo que se nos ofrece en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.

(8) CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la divina revelación, Dei Verbum, n. 21.
(9) Cf. Misal Romano, Ordenación de las lecturas de la misa, Prenotanda, n. 3.

222. Por ello, las celebraciones sagradas de la Palabra de Dios resultan muy útiles en la vida de las personas y de las comunidades para fomentar el espíritu y la vida espiritual, para generar un más intenso aprecio a la Palabra de Dios y para que la celebración, tanto de la eucaristía como de los otros sacramentos, resulte más provechosa.

223. Conviene, por lo tanto, que en las celebraciones de la Palabra de Dios, sobre todo en las vigilias de las fiestas más solemnes, en algunas ferias de Adviento y de Cuaresma, y los domingos y días festivos se realicen este tipo de celebraciones, bajo la presidencia del obispo y, preferentemente, en la iglesia catedral.

DESCRIPCIÓN DE LA CELEBRACIÓN

224. Las celebraciones de la Palabra presenten una estructura similar a la liturgia de la Palabra de la misa.

225. El obispo, recibido como se describe más arriba, n. 79, en la sacristía mayor o en otro lugar adecuado, se reviste con el alba y sobre ella se pone la cruz pectoral, la estola y la capa pluvial del color apropiado, y recibe, del modo acostumbrado, la mitra y el báculo. Lo asisten dos diáconos, revestidos con sus vestiduras litúrgicas propias. En ausencia de diáconos, asisten al obispo dos presbíteros con alba, o con sobrepelliz sobre la vestidura talar.

226. Tras los ritos iniciales (canto, saludo y oración), se proclaman una o varias lecturas de la Sagrada Escritura, entre las que se intercalan cantos, salmos o momentos de silencio, que en la homilía son explicadas y aplicadas a los fieles congregados.

Después de la homilía, oportunamente, se guardan unos momentos de silencio para meditar la Palabra de Dios. Luego, la asamblea de los fieles ora con un solo corazón y una sola voz, utilizando una oración como letanía u otro modo adecuado para facilitar la participación. Al final se recita siempre la oración dominical.

El obispo, que preside la asamblea, concluye con la oración y bendice al pueblo, como se indica más adelante, nn. 1120-1121.

Luego, uno de los diáconos o ministros despide al pueblo, diciendo «Podéis ir en paz», a lo que todos responden: «Demos gracias a Dios».

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No publico comentarios anónimos.