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Año B
Hermanos: Una vez más nos reunimos en el nombre del Señor para escuchar su Palabra, orar juntos y participar del pan único y partido. El Señor Jesús no se cansa de ofrecernos gestos de amor para que podamos responder con gozo a su llamada. Él nos llama y nos envía al mundo para anunciar el reino a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Que esta eucaristía nos ayude a mostrarnos disponibles, con su gracia, a la misión que se nos confía.
Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año B
- Los elegidos en ti antes de la fundación del mundo te aclamamos: Señor ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Los destinados por medio de ti a ser hijos del Padre te suplicamos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Los redimidos del pecado por tu sangre te rogamos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.
LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XV Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B (Lec. I B).
PRIMERA LECTURA Am 7, 12-15
Ve, profetiza a mi pueblo
Lectura de la profecía de Amós.
En aquellos días, Amasías, sacerdote de Betel, dijo a Amós:
«Vidente: vete, huye al territorio de Judá. Allí podrás ganarte el pan, y allí profetizarás. Pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el santuario del rey y la casa del reino». Pero Amós respondió a Amasías:
«Yo no soy profeta ni hijo de profeta. Yo era un pastor y un cultivador de sicomoros. Pero el Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo: “Ve, profetiza a mi pueblo Israel”».
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Salmo responsorial Sal 84, 9abc y 10. 11-12. 13-14 (R.: 8)
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Osténde nobis, Dómine, misericórdiam tuam, et salutáre tuum da nobis.
V. Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está cerca de los que le temen,
y la gloria habitará en nuestra tierra.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Osténde nobis, Dómine, misericórdiam tuam, et salutáre tuum da nobis.
V. La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Osténde nobis, Dómine, misericórdiam tuam, et salutáre tuum da nobis.
V. El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
y sus pasos señalarán el camino.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Osténde nobis, Dómine, misericórdiam tuam, et salutáre tuum da nobis.
SEGUNDA LECTURA (forma larga) Ef 1, 3-14
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
En él, por su sangre, tenemos la redención,
el perdón de los pecados,
conforme a la riqueza de la gracia
que en su sabiduría y prudencia
ha derrochado sobre nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad:
el plan que había proyectado realizar por Cristo,
en la plenitud de los tiempos:
recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.
En él hemos heredado también los que ya estábamos destinados por decisión del que lo hace todo según su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria quienes antes esperábamos en el Mesías.
En él también vosotros, después de haber escuchado la palabra de la verdad —el evangelio de vuestra salvación—, creyendo en él habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido. Él es la prenda de nuestra herencia, mientras llega la redención del pueblo de su propiedad, para alabanza de su gloria.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SEGUNDA LECTURA (forma breve) Ef 1, 3-10
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
En él, por su sangre, tenemos la redención,
el perdón de los pecados,
conforme a la riqueza de la gracia
que en Su sabiduría y prudencia
ha derrochado sobre nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad:
el plan que había proyectado realizar por Cristo,
en la plenitud de los tiempos:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Cf. Ef 1, 17-18
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama. R.
Pater Dómini nostri Iesu Christi illúminet óculos cordis nostri, ut scíamus quæ sit spes vocatiónis nostræ.
EVANGELIO Mc 6, 7-13
Los fue enviando
╬ Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y decía:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos». Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 15 de julio de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Mc 6, 7-13) narra el momento en el que Jesús envía a los Doce en misión. Después de haberles llamado por su nombre uno por uno, «para que estuvieran con él» (Mc 3, 14) escuchando sus palabras y observando sus gestos de sanación, entonces les convoca de nuevo para «enviarlos de dos en dos» (Mc 6, 6, 7) a los pueblos a los que Él iba a ir. Son una especie de «prácticas» de lo que serán llamados a hacer después de la Resurrección del Señor con el poder del Espíritu Santo. El pasaje evangélico se detiene en el estilo del misionero, que podemos resumir en dos puntos: la misión tiene un centro; la misión tiene un rostro.
El discípulo misionero tiene antes que nada su centro de referencia, que es la persona de Jesús. La narración lo indica usando una serie de verbos que tienen Él por sujeto –«llama», «comenzó a mandarlos», «dándoles poder», «ordenó», «les dijo» (Mc 6, 7, 8, 10)–, así que el ir y el obrar de los Doce aparece como el irradiarse desde un centro, el reproponerse de la presencia y de la obra de Jesús en su acción misionera. Esto manifiesta cómo los apóstoles no tienen nada propio que anunciar, ni propias capacidades que demostrar, sino que hablan y actúan como «enviados», como mensajeros de Jesús.
Este episodio evangélico se refiere también a nosotros, y no solo a los sacerdotes, sino a todos los bautizados, llamados a testimoniar, en los distintos ambientes de vida, el Evangelio de Cristo. Y también para nosotros esta misión es auténtica solo a partir de su centro inmutable que es Jesús. No es una iniciativa de los fieles ni de los grupos y tampoco de las grades asociaciones, sino que es la misión de la Iglesia inseparablemente unida a su Señor. Ningún cristiano anuncia el Evangelio «por sí», sino solo enviado por la Iglesia que ha recibido el mandado de Cristo mismo. Es precisamente el bautismo lo que nos hace misioneros. Un bautizado que no siente la necesidad de anunciar el Evangelio, de anunciar a Jesús, no es un buen cristiano.
La segunda característica del estilo del misionero es, por así decir, un rostro, que consiste en la pobreza de medios. Su equipamiento responde a un criterio de sobriedad. Los Doce, de hecho, tienen la orden de «que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja» (Mc 6, 8). El Maestro les quiere libres y ligeros, sin apoyos y sin favores, seguros solo del amor de Él que les envía, fuerte solo por su palabra que van a anunciar. El bastón y las sandalias son la dotación de los peregrinos, porque tales son los mensajeros del reino de Dios, no gerentes omnipotentes, no funcionarios inamovibles, no divas de gira.
Pensemos, por ejemplo, en esta diócesis de la cual yo soy Obispo. Pensemos en algunos santos de esta diócesis de Roma: san Felipe Neri, san Benito José Labre, san Alejo, santa Ludovica Albertoni, santa Francisca Romana, san Gaspar del Búfalo y muchos otros. No eran funcionarios o empresarios, sino humildes trabajadores del reino. Tenían este rostro. Y a este «rostro» pertenece también la forma en la que es acogido el mensaje: puede, de hecho, suceder no ser escuchados o acogidos (cf. Mc 6, 11). También esto es pobreza: la experiencia del fracaso. La situación de Jesús, que fue rechazo y crucificado, prefigura el destino de su mensajero. Y solo si estamos unidos a Él, muerto y resucitado, conseguimos encontrar la valentía de la evangelización.
Que la Virgen María, primera discípula y misionera de la Palabra de Dios, nos ayude a llevar al mundo el mensaje del Evangelio en un júbilo humilde y radiante, más allá de todo rechazo, incomprensión o tribulación.
ÁNGELUS. Domingo 15 de julio de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Veo que me habéis perdonado el retraso. He celebrado la santa misa en Frascati y nos hemos alargado un poco, tal vez..., y por eso llego con retraso.
En el calendario litúrgico el 15 de julio es la memoria de san Buenaventura de Bagnoregio, franciscano, doctor de la Iglesia, sucesor de san Francisco de Asís en la guía de la Orden de los Frailes Menores. Escribió la primera biografía oficial del "Poverello" y al final de su vida fue también obispo de esta diócesis de Albano. En una carta suya, Buenaventura escribe: "Confieso ante Dios que la razón que me ha hecho amar más la vida del beato Francisco es que ésta se parece a los inicios y al crecimiento de la Iglesia" (Epistula de tribus quaestionibus, in Opere di San Bonaventura. Introducción general, Roma 1990, p. 29). Estas palabras nos remiten directamente al Evangelio de este domingo, que nos presenta el primer envío en misión de los doce apóstoles por parte de Jesús: "Llamó a los Doce –narra san Marcos– y los fue enviando de dos en dos... Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto" (Mc 6, 7-9). Francisco de Asís, después de su conversión, practicó a la letra este Evangelio, llegando a ser un testigo fidelísimo de Jesús; y asociado de modo singular al misterio de la Cruz, fue transformado en "otro Cristo", como lo presenta precisamente san Buenaventura. Toda la vida de san Buenaventura, igual que su teología, tienen como centro inspirador a Jesucristo. Esta centralidad de Cristo la encontramos en la segunda lectura de la misa de hoy (cf. Ef 1, 3-14), el célebre himno de la carta de san Pablo a los Efesios, que comienza así: "Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo". El apóstol muestra entonces cómo se ha realizado este proyecto de bendición en cuatro pasajes que empiezan todos con la misma expresión "en Él", referida a Jesucristo. "En Él" el Padre nos ha elegido antes de la creación del mundo; "en Él" hemos sido redimidos por su sangre; "en Él" hemos sido constituidos herederos, predestinados a ser "alabanza de su gloria"; "en Él" cuantos creen en el Evangelio reciben el sello del Espíritu Santo. Este himno paulino contiene la visión de la historia que san Buenaventura contribuyó a difundir en la Iglesia: toda la historia tiene como centro a Cristo, quien garantiza también novedad y renovación en cada época. En Jesús, Dios ha dicho y dado todo, pero dado que Él es un tesoro inagotable, el Espíritu Santo jamás termina de revelar y de actualizar su misterio. Por ello la obra de Cristo y de la Iglesia no retrocede nunca, sino que siempre progresa.
Queridos amigos: invoquemos a María Santísima, a quien mañana celebraremos como la Virgen del Carmen, para que nos ayude, como san Francisco y san Buenaventura, a responder generosamente a la llamada del Señor para anunciar su Evangelio de salvación con las palabras y ante todo con la vida.
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo B. Decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario.
Los discípulos comparten la misión curativa de Cristo
"Sanad a los enfermos… "
1506 Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf Mt 10, 38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6, 12 - 13).
1507 El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre… impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien"; Mc 16, 17 - 18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9, 34; Hch 14, 3). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva" (cf Mt 1, 21; Hch 4, 12).
1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1Co 12, 9. 28. 30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2Co 12, 9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: "completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).
1509 "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10, 8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn 6, 54. 58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa S. Pablo (cf 1Co 11, 30).
La Iglesia está llamada a proclamar y testimoniar
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo):
"Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí … y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual" (San Cirilo de Alejandría, Jo 12).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto será el objeto de la segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto será el objeto de la tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta parte del Catecismo).
Origen y amplitud de la misión de la Iglesia
La misión, exigencia de la catolicidad de la Iglesia
849 El mandato misionero. "La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser 'sacramento universal de salvación', por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres" (AG 1): "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20).
850 El origen la finalidad de la misión. El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de la Santísima Trinidad: "La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre" (AG 2). El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (cf Juan Pablo II, RMi 23).
851 El motivo de la misión. Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: "porque el amor de Cristo nos apremia… " (2Co 5, 14; cf AA 6; RMi 11). En efecto, "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2, 4). Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.
852 Los caminos de la misión. "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial" (RMi 21). Él es quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión. Ella "continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres… impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección" (AG 5). Es así como la "sangre de los mártires es semilla de cristianos" (Tertuliano, apol. 50).
853 Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el camino "de la conversión y la renovación" (LG 8; cf 15) y "por el estrecho sendero de Dios" (AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (cf RMi 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (LG 8).
854 Por su propia misión, "la Iglesia… avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios" (GS 40, 2). El esfuerzo misionero exige entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a los pueblos y a los grupos que aún no creen en Cristo (cf RMi 42-47), continúa con el establecimiento de comunidades cristianas, "signo de la presencia de Dios en el mundo" (AG 15), y en la fundación de Iglesias locales (cf RMi 48-49); se implica en un proceso de inculturación para así encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos (cf RMi 52-54), en este proceso no faltarán también los fracasos. "En cuanto se refiere a los hombres, grupos y pueblos, solamente de forma gradual los toca y los penetra y de este modo los incorpora a la plenitud católica" (AG 6).
855 La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo hacia la unidad de los cristianos (cf RMi 50). En efecto, "las divisiones entre los cristianos son un obstáculo para que la Iglesia lleve a cabo la plenitud de la catolicidad que le es propia en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión. Incluso se hace más difícil para la propia Iglesia expresar la plenitud de la catolicidad bajo todos los aspectos en la realidad misma de la vida" (UR 4).
856 La tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio (cf RMi 55). Los creyentes pueden sacar provecho para sí mismos de este diálogo aprendiendo a conocer mejor "cuanto de verdad y de gracia se encontraba ya entre las naciones, como por una casi secreta presencia de Dios" (AG 9). Si ellos anuncian la Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y elevar la verdad y el bien que Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos, y para purificarlos del error y del mal "para gloria de Dios, confusión del diablo y felicidad del hombre" (AG 9).
La vocación para la misión
1122 Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24, 47). "De todas las naciones haced discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental está implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es preparado por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra:
"El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la palabra de Dios vivo… necesita la predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que nace y se alimenta de la palabra" (PO 4).
1533 El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la iniciación cristiana. Fundamentan la vocación común de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo. Confieren las gracias necesarias para vivir según el Espíritu en esta vida de peregrinos en marcha hacia la patria.
El Espíritu Santo, la promesa y el sello de Dios
693 Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa(Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9. 14; Rm 15, 19; 1Co 6, 11; 1Co 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1P 4, 14).
698 El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con su sello (2Co 1, 22; Ef 1, 13; Ef 4, 30). Como la imagen del sello ["sphragis"] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.
706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32; Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda … para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14).
1107 El poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1, 14; 2Co 1, 22).
1296 Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (cf Jn 6, 27). El cristiano también está marcado con un sello: "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2Co 1, 22; cf Ef 1, 13; Ef 4, 30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la protección divina en la gran prueba escatológica (cf Ap 7, 2-3; Ap 9, 4; Ez 9, 4-6).
María, elegida antes de la creación del mundo
492 Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. El la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1, 4).
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Año B
Oremos a Dios Padre. En Cristo nos colma con toda clase de bendiciones.
- Para que la Iglesia, enviada por Cristo al mundo, pueda anunciar el Evangelio en todas partes con entera libertad. Roguemos al Señor.
- Para que los poderes de este mundo, que impiden y obstaculizan el anuncio del Evangelio, depongan su actitud de recelo. Roguemos al Señor.
- Para que las Iglesias perseguidas, reducidas al silencio, perseveren en
su fidelidad al Evangelio y no desfallezcan en las pruebas. Roguemos al
Señor.
- Para que nosotros, aquí reunidos, nos sintamos enviados, como los Doce, dondequiera que nos encontremos, para dar testimonio de nuestra fe. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro, atiende nuestras súplicas; que tu Palabra nos convierta, nos libere, nos cure. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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