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viernes, 11 de septiembre de 2020

San Juan Pablo II, Homilía en la misa "in cena Domini" (16-abril-1981).

MISA «IN CENA DOMINI»
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Basílica de San Juan de Letrán, Jueves Santo, 16 de abril de 1981

1. "Había llegado su hora" (Jn 13, 1).

He aquí que nos hemos reunido de nuevo, al atardecer, el día de Jueves Santo, para estar con Cristo cuando ha llegado su hora. El Evangelista dice que esto fue "antes de la fiesta de la Pascua" (Jn 13, 1), y llama a esa hora, que había llegado, como "la hora de pasar de este mundo al Padre" (Jn 13, 1).

Nos hemos reunido, pues, en esta venerable basílica, que es la catedral del Obispo de Roma, para estar con Jesús en esta hora de su "pasar", y para comenzar juntamente con El nuestro Triduum Paschale del año del Señor 1981.

2. ¡Abramos nuestros corazones, agudicemos el oído interior de la fe! Que nos hablen las voces y los acontecimientos cargados del más grande contenido. ¡Abramos nuestros corazones, agudicemos la vista interior de la fe. Que se desvele ante nosotros el misterio escondido antes de los siglos en el seno de la Santísima Trinidad, misterio que, en el tiempo establecido, se convirtió en el Cuerpo y en la Sangre del Hijo de Dios Encarnado, y vino a habitar entre nosotros bajo las especies del pan y del vino en la última Cena.

¡He aquí el gran misterio de la fe!

Esa "hora" que llegó —entonces y en este momento— es ante todo el cumplimiento de la profecía hecha al Pueblo de Dios de la Antigua Alianza: el hacer salir a los hijos de Israel fuera de la esclavitud de Egipto mediante la sangre del Cordero: "Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre" (Ex 12, 14).;

Precisamente entonces, cuando —según la recomendación del libro del Éxodo— Jesús juntamente con los Apóstoles comenzó a celebrar ese día, día de la liberación del Pueblo de Dios de la esclavitud mediante la sangre del Cordero, llegó su hora.

3. Y he aquí que, durante la cena, en la que se reunieron. El tomó el pan y, dando gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía". Y, después de haber cenado, tomó también el cáliz diciendo: "Este cáliz es la nueva Alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía". Así dicen estas palabras en la versión hecha por San Pablo en la primera Carta a los Corintios (11, 24-25).

Ha llegado, pues, la hora de Jesucristo, el Cordero de Dios. Se ha acercado el tiempo de la liberación del Pueblo de Dios mediante su Sangre. Mediante su Cuerpo y su Sangre. Es el tiempo de la Nueva Alianza.

4. Ha llegado la hora de su pasar.

Y esta hora perdura a lo largo de los siglos y de las generaciones. Escribe el Apóstol: "Por esto, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).

Si hoy recordamos de modo especial la hora de la última Cena, lo hacemos también porque esta hora dura incesantemente y colma todas las horas de la historia de la Iglesia y del mundo.

Desde que llegó, de una vez por todas, la hora de Cristo, Cordero de Dios, la hora de su pasar de este mundo al Padre, esa hora dura y colma todas las horas hasta el fin del mundo, porque Cristo "habiendo apiado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). Por lo tanto, en cada una de las horas de la historia se renueva y se realiza de nuevo su pasar de este mundo al Padre en sus miembros, que pasan en El, con El y por El, de este mundo al Padre.

La Eucaristía es el sacramento de nuestro pasar de este mundo al Padre.

5. Mediante la Eucaristía el hombre —el hombre que lleva en sí, en cierto sentido, a todo el mundo visible— pasa al Padre, que se ha revelado a Sí mismo en Jesucristo: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14, 9). Ese hombre lleva en sí al mundo y, en Cristo, lo restituye a Dios.

"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?" (Sal 115 [116], 12).

Para pasar mediante la Eucaristía, el hombre debe ser puro. Debe ser puro con esa pureza que le da Cristo: "Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo" (Jn 13, 8). Es necesario confesar antes la propia indignidad y aceptar la purificación que da Cristo, para tener después parte en su pasar de este mundo al Padre: para transformar juntamente con El al mundo y restituirlo al Padre.

6. El lavatorio de los pies, que repetiremos como rito litúrgico dentro de poco, significa esa disponibilidad. Es la disponibilidad de transformar el mundo y restituirlo al Padre. Se transforma al mundo —verdaderamente se transforma al mundo— mediante el amor. Jesús, que pasa de este mundo al Padre, deja a sus discípulos este mandamiento: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13, 34).

La disponibilidad a transformar el mundo mediante el amor se manifiesta en este lavatorio de los pies, que repetiremos aquí, tras pocos instantes, según el rito litúrgico. Efectivamente, Cristo en la última Cena, después de haber lavado los pies a los discípulos, dijo: "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13, 15).

Lavar los pies quiere decir servir. Sólo aquel que verdaderamente sirve, transforma verdaderamente al mundo para restituirlo al Padre.

7. Ha llegado, pues, su hora: la hora del Cordero de Dios. Por tanto, todo ha sido cumplido, para que pudiese realizarse el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre. Ha sido hecho puro, para que este Sacrificio pudiese permanecer en la historia del hombre, en la vida de la Iglesia, y para que pudiese transformar al mundo.

Nosotros, pues, reunidos en esta célebre catedral, deseamos hacer todo para comenzar el sagrado Triduum de la Pascua de Jesucristo, Cordero de Dios.

"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre... Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles" (Sal 115 [116J, 12-13. 15).

La muerte del Hijo no tiene precio.

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