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martes, 1 de septiembre de 2020

Miércoles 7 octubre 2020, Lecturas Miércoles XXVII semana del Tiempo Ordinario, año par.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Miércoles de la XXVII semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA Gál 2, 1-2. 7-14
Reconocieron la gracia que me ha sido otorgada

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas.

Hermanos:
Transcurridos catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. Subí por una revelación. Y les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles, aunque en privado, a los más cualificados, no fuera que caminara o hubiera caminado en vano.
Todo lo contrario, vieron que se me ha encomendado anunciar el Evangelio a los incircuncisos, lo mismo que a Pedro a los circuncisos, pues el mismo que capacita a Pedro para su misión entre los judíos, me capacita a mí para la mía entre los gentiles; además, reconociendo la gracia que me ha sido otorgada, Santiago, Cefas y Juan, considerados como columnas, nos dieron la mano en señal de comunión a Bernabé y a mí, de modo que nosotros nos dirigiéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos.
Solo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir.
Ahora bien, cuando llegó Cefas a Antioquía, tuve que encararme con él, porque era reprensible.
En efecto, antes de que llegaran algunos de parte de Santiago, comía con los gentiles; pero cuando llegaron aquellos, se fue retirando y apartando por miedo a los de la circuncisión.
Los demás judíos comenzaron a simular con él, hasta el punto de que incluso Bernabé se vio arrastrado a su simulación.
Pero cuando vi que no se comportaban correctamente, según la verdad del Evangelio, le dije a Pedro delante de todos: «Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como los judíos, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 116, 1. 2 (R.: Mc 16, 15)
R.
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Eúntes in mundum univérsum, prædicáte Evangélium.

V. Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.
R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Eúntes in mundum univérsum, prædicáte Evangélium.

V. Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Eúntes in mundum univérsum, prædicáte Evangélium.

Aleluya Rm 8, 15bc
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». R.
Accepístis spíritum adoptiónis filiórum, in eo clamámus: Abba, Pater.

EVANGELIO Lc 11, 1-4
Señor, enséñanos a orar
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Ángelus 24-julio-2016
Al apelativo «Padre» Jesús asocia dos peticiones: «sea santificado tu nombre, venga a nosotros tu reino» (Lc 11, 2). La oración de Jesús, y por lo tanto la oración cristiana, es antes que nada un dejar sitio a Dios, permitiendo que manifieste su santidad en nosotros y dejando avanzar su reino, a partir de la posibilidad de ejercer su señorío de amor en nuestra vida.
Otras tres súplicas completan esta oración que Jesús nos enseña, el «Padre Nuestro». Son tres peticiones que expresan nuestras necesidades fundamentales: el pan, el perdón y la ayuda ante las tentaciones (cf. Lc 11, 3-4). No se puede vivir sin pan, no se puede vivir sin perdón y no se puede vivir sin la ayuda de Dios ante las tentaciones. El pan que Jesús nos hace pedir es el necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, el justo, un pan que no se acumula y no se desperdicia, que no pesa en nuestra marcha. El perdón es, ante todo, aquello que nosotros mismos recibimos de Dios: sólo la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina, puede hacernos capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna. Si una persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá realizar un gesto de perdón o reconciliación. Se comienza desde el corazón, donde uno se siente pecador perdonado. La última petición, «no nos dejes caer en la tentación», expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y de la corrupción. Todos sabemos qué es una tentación.

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