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domingo, 13 de septiembre de 2020

Domingo 18 octubre 2020, XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo A.

TEXTOS MISA

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Monición de entrada
Año A

Dios está por encima de todo poder de este mundo y no hay más que un solo Señor, Jesucristo. Debemos a Dios todo cuanto somos y tenemos. Nosotros, sus hijos, hemos sido creados a su imagen. Por ello comenzamos la acción de gracias de este domingo con un espíritu de adoración y agradecimiento al único Dios verdadero.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año A

- Tú eres nuestro único Salvador: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú eres nuestro único Señor: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú eres nuestro único remunerador: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A (Lec. I A).

PRIMERA LECTURA Is 41, 1. 4-6
Yo he tomado de la mano a Ciro, para doblegar ante él los naciones

Lectura del libro de Isaías.

Esto dice el Señor a su Ungido, a Ciro:
«Yo lo he tomado de la mano,
para doblegar ante él las naciones
y desarmar a los reyes,
para abrir ante él las puertas,
para que los portales no se cierren.
Por mi siervo Jacob,
por mi escogido Israel,
te llamé por tu nombre,
te di un título de honor,
aunque no me conocías.
Yo soy el Señor y no hay otro;
fuera de mí no hay dios.
Te pongo el cinturón,
aunque no me conoces,
para que sepan de Oriente a Occidente
que no hay otro fuera de mí.
Yo soy el Señor y no hay otro».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 95, 1 y 3. 4-5. 7-8a. 9-10ac (R.: 7b)
R.
Aclamad la gloria y el poder del Señor.
Afférte Dómino glóriam et poténtiam.

V. Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
R. Aclamad la gloria y el poder del Señor.
Afférte Dómino glóriam et poténtiam.

V. Porque es grande el Señor,
y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles no son nada,
mientras que el Señor ha hecho el cielo.
R. Aclamad la gloria y el poder del Señor.
Afférte Dómino glóriam et poténtiam.

V. Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.
R. Aclamad la gloria y el poder del Señor.
Afférte Dómino glóriam et poténtiam.

V. Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente».
R. Aclamad la gloria y el poder del Señor.
Afférte Dómino glóriam et poténtiam.

SEGUNDA LECTURA 1 Tes 1, 1-5
Recordamos vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz.
En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones, pues sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor.
Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido, pues cuando os anuncié nuestro evangelio, no fue solo de palabra, sino también con la fuerza del Espíritu Santo y con plena convicción.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Flp 2, 15d. 16a
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Brilláis como lumbreras del mundo, manteniendo firme la palabra de la vida. R.
Lucétis sicut luminária in mundo, verbum vitæ continéntes.

EVANGELIO Mt 22, 15-21
Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios
Lectura del santo evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron:
«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas:
¿es lícito pagar impuesto al César o no?».
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:
«Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto».
Le presentaron un denario.
Él les preguntó:
«De quién son esta imagen y esta inscripción?».
Le respondieron:
«Del César».
Entonces les replicó:
«Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo 22 de octubre de 2017.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Mt 22, 15-21) nos presenta un nuevo cara a cara con Jesús y sus opositores. El tema afrontado es el del tributo al César: una cuestión «espinosa», acerca de la legalidad o no de pagar los impuestos al emperador de Roma, al que estaba sometida Palestina en el tiempo de Jesús. Las posiciones eran diversas. Por lo tanto, la pregunta que hicieron los fariseos: «¿Es lícito pagar tributo al César o no?» (Mt 22, 17) constituye una trampa para el Maestro. De hecho, según cómo hubiera respondido, podría haber sido acusado de estar a favor o en contra de Roma.
Pero Jesús, también en este caso, responde con calma y aprovecha la pregunta maliciosa para dar una enseñanza importante, elevándose por encima de la polémica y de las formaciones opuestas. Dice a los fariseos: «Mostradme la moneda del tributo». Estos le presentan el dinero y Jesús, observando la moneda, pregunta: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?». Los fariseos solo pueden responder: «De César». Entonces Jesús concluye: «Dad entonces al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (cf. Mt 22, 19-21). Por un lado, al insinuar devolver al emperador lo que le pertenece, Jesús declara que pagar el impuesto no es un acto de idolatría, sino un acto debido a la autoridad terrenal; por el otro –y es aquí donde Jesús da el «golpe maestro»– reclamando el primado de Dios, pide que se le rinda lo que le espera como Señor de la vida del hombre y de la historia.
La referencia a la imagen de César, incisa en la moneda, dice que es justo sentirse ciudadanos del Estado de pleno título –con derechos y deberes–; pero simbólicamente hace pensar en otra imagen que está impresa en cada hombre: la imagen de Dios. Él es el Señor de todo y nosotros, que hemos sido creados «a su imagen» le pertenecemos ante todo a Él. Jesús planteó, a partir de la pregunta hecha por los fariseos, una interrogación más radical y vital para cada uno de nosotros, una interrogación que podemos hacernos: ¿a quién pertenezco yo? ¿A la familia, a la ciudad, a los amigos, a la escuela, al trabajo, a la política, al Estado? Sí, claro. Pero antes que nada –nos recuerda Jesús– tú perteneces a Dios. Esta es la pertenencia fundamental. Es Él quien te ha dado todo lo que eres y tienes. Y por lo tanto, nuestra vida, día a día, podemos y debemos vivirla en el reconocimiento de nuestra pertenencia fundamental y en el reconocimiento de corazón hacia nuestro Padre, que crea a cada uno de nosotros de forma singular, irrepetible, pero siempre según la imagen de su Hijo amado, Jesús. Es un misterio admirable. El cristiano está llamado a comprometerse concretamente con las realidades humanas y sociales sin contraponer «Dios» y «César»; contraponer a Dios y al César sería una actitud fundamentalista. El cristiano está llamado a comprometerse concretamente en las realidades terrenales, pero iluminándolas con la luz que viene de Dios. El confiarse de forma prioritaria a Dios y la esperanza en Él no comportan una huida de la realidad, sino restituir laboriosamente a Dios aquello que le pertenece. Por eso el creyente mira a la realidad futura, la de Dios, para vivir la vida terrenal con plenitud y responder con coraje a sus desafíos.
Que la Virgen María nos ayude a vivir siempre en conformidad con la imagen de Dios que llevamos en nosotros, dentro, dando también nuestra contribución a la construcción de la ciudad terrenal.
HOMILÍA, Conclusión del Sínodo. Beatificación de Pablo VI
Domingo 19 de octubre de 2014
Acabamos de escuchar una de las frases más famosas de todo el Evangelio: "Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21).
Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha sucedido siempre.
Evidentemente, Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase: "Y [dar] a Dios lo que es de Dios". Lo cual quiere decir reconocer y creer firmemente -frente a cualquier tipo de poder- que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad perenne que hemos de redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos atenaza ante las sorpresas de Dios.
¡Él no tiene miedo de las novedades! Por eso, continuamente nos sorprende, mostrándonos y llevándonos por caminos imprevistos. Nos renueva, es decir, nos hace siempre "nuevos". Un cristiano que vive el Evangelio es "la novedad de Dios" en la Iglesia y en el mundo. Y a Dios le gusta mucho esta "novedad".
"Dar a Dios lo que es de Dios" significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz.
En eso reside nuestra verdadera fuerza, la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad, no es un alibi: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida -con los pies bien puestos en la tierra- y responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos.
Lo hemos visto en estos días durante el Sínodo extraordinario de los Obispos -"sínodo" quiere decir "caminar juntos"-. Y, de hecho, pastores y laicos de todas las partes del mundo han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias particulares para ayudar a las familias de hoy a seguir el camino del Evangelio, con la mirada fija en Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu Santo que guía y renueva sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse cargo de las heridas abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido.
Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han colaborado, con el Apóstol Pablo, "damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones" (1Ts 1, 2). Y que el Espíritu Santo que, en estos días intensos, nos ha concedido trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad, acompañe ahora, en las Iglesias de toda la tierra, el camino de preparación del Sínodo Ordinario de los Obispos del próximo mes de octubre de 2015. Hemos sembrado y seguiremos sembrando con paciencia y perseverancia, con la certeza de que es el Señor quien da el crecimiento (cf. 1Co 3, 6).
En este día de la beatificación del Papa Pablo VI, me vienen a la mente las palabras con que instituyó el Sínodo de los Obispos: "Después de haber observado atentamente los signos de los tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de apostolado a las múltiples necesidades de nuestro tiempo y a las nuevas condiciones de la sociedad" (Carta ap. Motu proprio Apostolica sollicitudo).
Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia.
El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura, anotaba en su diario personal: "Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva" (P. Macchi, Paolo VI nella sua parola, Brescia 2001, 120-121). En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de futuro -y quizás en solitario- el timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor.
Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la "sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de Cristo" (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 30 junio 1963: AAS 55 [1963], 620), amando a la Iglesia y guiando a la Iglesia para que sea "al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación" (Carta enc. Ecclesiam Suam, Prólogo).

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
a los miembros de la Conferencia Episcopal Italiana, 18-mayo-2006
(...) deseo compartir con vosotros la solicitud que os anima con respecto al bien de Italia. Como afirmé en la encíclica Deus caritas est (n. 28-29), la Iglesia es muy consciente de que "es propia de  la  estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios" (cf. Mt 22, 21), es decir, entre el Estado y la Iglesia, o sea, la autonomía de las realidades temporales, como subrayó el concilio Vaticano II en la Gaudium et spes.
La Iglesia no sólo reconoce y respeta esta distinción y autonomía, sino que también se alegra de ella, porque constituyen un gran progreso de la humanidad y una condición fundamental para su misma libertad y el cumplimiento de su misión universal de salvación entre todos los pueblos. Al mismo tiempo, y precisamente en virtud de esa misma misión de salvación, la Iglesia no puede faltar a su deber de purificar la razón mediante la propuesta de su doctrina social, argumentada "a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano", y de despertar las fuerzas morales y espirituales, abriendo la voluntad a las auténticas exigencias del bien.
Por su parte, una sana laicidad del Estado implica sin duda que las realidades temporales se rijan según sus normas propias, a las cuales, sin embargo, pertenecen también las instancias éticas que encuentran su fundamento en la esencia misma del hombre y, por tanto, remiten en definitiva al Creador. Por consiguiente, en las circunstancias actuales, recordando el valor que tienen para la vida, no sólo privada sino también y sobre todo pública, algunos principios éticos fundamentales, arraigados en la gran herencia cristiana de Europa, y en particular de Italia, no cometemos ninguna violación de la laicidad del Estado, sino que más bien contribuimos a garantizar y promover la dignidad de la persona y el bien común de la sociedad.
Amadísimos obispos italianos, tenemos la obligación de dar un claro testimonio sobre estos valores a todos nuestros hermanos en la humanidad:  con él no les imponemos cargas inútiles, sino que les ayudamos a avanzar por el camino de la vida y de la auténtica libertad. Os aseguro mi oración diaria por vosotros, por vuestras Iglesias y por toda la amada nación italiana, y os imparto con gran afecto la bendición apostólica a cada uno de vosotros, a vuestros sacerdotes y a cada familia italiana, especialmente a quienes más sufren y sienten con mayor fuerza la necesidad de la ayuda de Dios.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Vigésimo noveno domingo del Tiempo Ordinario.
La participación en la esfera social

Artículo 2 LA PARTICIPACIÓN EN LA VIDA SOCIAL
I. LA AUTORIDAD
1897 "Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país" (PT 46).
Se llama "autoridad" la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia.
1898 Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija (cf León XIII, enc. "Inmortale Dei"; enc. "Diuturnum illud"). Esta tiene su fundamento en la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad de la sociedad. Su misión consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien común de la sociedad.
1899 La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios: "Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación" (Rm 13, 1-2; cf 1P 2, 13-17).
1900 El deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.
La más antigua oración de la Iglesia por la autoridad política tiene como autor a S. Clemente Romano:
"Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberanía que tú les has entregado. Eres tú, Señor, rey celestial de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su consejo según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos, para que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has dado, te encuentren propicio" (S. Clemente Romano, Cor. 61, 1 - 2).
1901 Si la autoridad responde a un orden fijado por Dios, "la determinación del régimen y la designación de los gobernantes han de dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos" (GS 74, 3).
La diversidad de los regímenes políticos es moralmente admisible con tal que promuevan el bien legítimo de la comunidad que los adopta. Los regímenes cuya naturaleza es contraria a la ley natural, al orden público y a los derechos fundamentales de las personas, no pueden realizar el bien común de las naciones a las que se han impuesto.
1902 La autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral. No debe comportarse de manera despótica, sino actuar para el bien común como una "fuerza moral, que se basa en la libertad y en la conciencia de la tarea y obligaciones que ha recibido" (GS 74, 2).
"La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón; lo cual dice que recibe su vigor de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de violencia" (S. Tomás de Aquino, s. th. 1 - 2, 93, 3 ad 2).
1903 La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo considerado y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. "En semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa" (PT 51).
1904 "Es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo límite. Es este el principio del `Estado de derecho' en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres" (CA 44).
II. EL BIEN COMÚN
1905 Conforme a la naturaleza social del hombre, el bien de cada uno está necesariamente relacionado con el bien común. Este sólo puede ser definido con referencia a la persona humana:
"No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya justificados sino reuníos para buscar juntos lo que constituye el interés común" (Bernabé, ep. 4, 10).
1906 Por bien común, es preciso entender "el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección" (GS 26, 1; cf GS 74, 1). El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad. Comporta tres elementos esenciales:
1907 Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su vocación. En particular, el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el desarrollo de la vocación humana: "derecho a… actuar de acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad, también en materia religiosa" (GS 26, 2).
1908 En segundo lugar, el bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc. (cf. GS 26, 2).
1909 El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros, y fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva.
1910 Si toda comunidad humana posee un bien común que la configura en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política. Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las corporaciones intermedias.
1911 Las dependencias humanas se intensifican. Se extienden poco a poco a la tierra entera. La unidad de la familia humana que agrupa a seres que poseen una misma dignidad natural, implica un bien común universal. Este requiere una organización de la comunidad de naciones capaz de "proveer a las diferentes necesidades de los hombres, tanto en los campos de la vida social a los que pertenecen la alimentación, la sanidad, la educación… como no pocas situaciones particulares que pueden surgir en algunas partes, como son… socorrer en sus sufrimientos a los prófugos dispersos por todo el mundo o de ayudar a los emigrantes y a sus familias" (GS 84, 2)
1912 El bien común está siempre orientado hacia el progreso de las personas: "El orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas… y no al contrario" (GS 26, 3). Este orden tiene por base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado por el amor.
III. RESPONSABILIDAD Y PARTICIPACIÓN
1913 La participación es el compromiso voluntario y generoso de la persona en las tareas sociales. Es necesario que todos participen, cada uno según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien común. Este deber es inherente a la dignidad de la persona humana.
1914 La participación se realiza primero en la dedicación a campos cuya responsabilidad personal se asume: por la atención prestada a la educación de su familia, por la conciencia en su trabajo, el hombre participa en el bien de los otros y de la sociedad (cf CA 43).
1915 Los ciudadanos deben cuanto sea posible tomar parte activa en la vida pública. Las modalidades de esta participación pueden variar de un país a otro o de una cultura a otra. "Es de alabar la conducta de las naciones en las que la mayor parte posible de los ciudadanos participa con verdadera libertad en la vida pública" (GS 31, 3).
1916 La participación de todos en la promoción del bien común implica, como todo deber ético, una conversión, renovada sin cesar, de los miembros de la sociedad. El fraude y otros subterfugios mediante los cuales algunos escapan a la obligación de la ley y a las prescripciones del deber social deben ser firmemente condenados por incompatibles con las exigencias de la justicia. Es preciso ocuparse del desarrollo de instituciones que mejoran las condiciones de la vida humana (cf GS 30, 1).
1917 Corresponde a los que ejercen la autoridad reafirmar los valores que engendran confianza en los miembros del grupo y los estimulan a ponerse al servicio de sus semejantes. La participación comienza por la educación y la cultura. "Podemos pensar, con razón, que la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar" (GS 31, 3).
Los deberes de los ciudadanos
2238
Los que están sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores como representantes de Dios que los ha instituido ministros de sus dones (cf Rm 13, 1 - 2): "Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana… Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios" (1P 2, 13. 16). Su colaboración leal entraña el derecho, a veces el deber, de ejercer una justa reprobación de lo que les parece perjudicial para la dignidad de las personas o el bien de la comunidad.
2239 Deber de los ciudadanos es contribuir con la autoridad civil al bien de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política.
2240 La sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común exigen moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país:
"Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor" (Rm 13, 7).
"Los cristianos residen en su propia patria, pero como extranjeros domiciliados. Cumplen todos sus deberes de ciudadanos y soportan todas sus cargas como extranjeros… Obedecen a las leyes establecidas, y su manera de vivir está por encima de las leyes… Tan noble es el puesto que Dios les ha asignado, que no les está permitido desertar" (Epístola a Diogneto, 5, 5. 10; 6, 10).
El apóstol nos exhorta a ofrecer oraciones y acciones de gracias por los reyes y por todos los que ejercen la autoridad, "para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad" (1Tm 2, 2).
2241 Las naciones más prósperas tienen obligación de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no puede encontrar en su país de origen. Los poderes públicos deben velar para que se respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de quienes lo reciben.
Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas.
2242 El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21). "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5, 29):
"Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica" (GS 74, 5).
2243 La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: (1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; (2) después de haber agotado todos los otros recursos; (3) sin provocar desórdenes peores; (4) que haya esperanza fundada de éxito; (5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores.


Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año A

Oremos al Señor, nuestro Dios, de quien procede toda autoridad.
- Por la Iglesia, comunidad de creyentes en Cristo, para que, procurando su libertad e independencia de todo poder político y económico, sea signo de la justa libertad que Dios quiere para todos. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes de todas las naciones, para que, promoviendo una auténtica libertad religiosa, respeten la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio. Roguemos al Señor.
- Por las necesidades de todos los hombres, para que el Señor las remedie con su misericordia. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros, para que consciente y responsablemente prestemos la debida obediencia a las autoridades legítimas, en todo lo que esté ordenado con leyes justas. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, nuestras súplicas у concédenos el don de discernir lo que te agrada. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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