VIGILIA COMUNITARIA DE ORACIÓN POR EL DIFUNTO
Es muy aconsejable que, según las costumbres y posibilidades de cada lugar, los amigos y familiares del difunto se reúnan en la casa mortuoria, antes de la celebración de las exequias, para celebrar una vigilia de oración. Esta vigilia puede celebrarse también en la iglesia, pero nunca inmediatamente antes de la misa exequial, a fin de que la celebración no se alargue demasiado y no quede duplicada la Liturgia de la palabra. Esta vigilia de oración la preside el Obispo, un sacerdote o un diácono o, en su defecto, la dirige un laico. Esta vigilia sustituye el Oficio de lectura propio de la Liturgia de las Horas de difuntos.
I. RITOS INICIALES
1. Si el que preside es un ministro ordenado, saluda a los presentes, diciendo:
El Señor, que, por la resurrección de su Hijo, nos ha hecho nacer para una esperanza viva, esté con todos vosotros.
R. Y con tu espíritu.
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Si el que dirige la oración es un laico, en lugar de esta salutación, puede decir:
Bendigamos al Señor, que, por la resurrección de su Hijo, nos ha hecho nacer para una esperanza viva.
R. Amén.
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2. Luego, se inicia la celebración con las siguientes palabras u otras parecidas:
Hermanos: Si bien el dolor por la pérdida, aún tan reciente, de un ser querido llena de dolor nuestros corazones y ensombrece nuestros ojos, avivemos en nosotros la llama de la fe, para que la esperanza que Cristo ha hecho habitar en nuestros corazones conduzca ahora nuestra oración para encomendar a nuestro hermano (nuestra hermana) N en las manos del Señor, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo.
O bien:
Amados hermanos: El Señor, en su amorosa e inescrutable providencia, acaba de llamar de este mundo a nuestro hermano (nuestra hermana) N. Su partida nos ha llenado a todos de dolor y de consternación. Pero, en este momento triste, conviene que reafirmemos nuestra fe, que nos asegura que Dios no abandona nunca a sus hijos. Jesús nos invita a esta confianza cuando dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré». Con esta certeza, pidamos ahora al Señor que a nuestro hermano (nuestra hermana) le perdone sus faltas y le conceda una mansión de paz y bienestar entre sus santos. Y que a nosotros nos dé la firme esperanza de encontrarlo (encontrarla) nuevamente en su reino.
3. A continuación, se recita el salmo 129 u otro salmo apropiado del Apéndice I (pp. 1283-1311). El salmo se recita a dos coros o bien lo proclama un salmista, mientras los fieles pueden intercalar la siguiente antífona:
Ant. Mi alma espera en el Señor.
Salmo 129
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
Ant. Mi alma espera en el Señor.
4. Después, se añade la siguiente oración:
Oremos.
Escucha, Señor, la oración de tus fieles; desde el abismo de la muerte, nuestro hermano (nuestra hermana) N. espera tu redención copiosa; redímelo (redímela) de todos sus delitos y haz que en tu reino vea realizada toda su esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
2. LITURGIA DE LA PALABRA
5. A continuación, se lee la siguiente perícopa bíblica:
Dios creó al hombre para la inmortalidad
Lectura del libro de la Sabiduría 2, 1-5. 21-23; 3, 1-6.
Se dijeron los impíos, razonando equivocadamente:
«La vida es corta y triste,
y el trance final del hombre irremediable;
y no consta de nadie que haya regresado del abismo.
Nacimos casualmente
y luego pasaremos como quien no existió;
nuestro respiro es humo,
y el pensamiento, chispa del corazón que late;
cuando ésta se apague el cuerpo se volverá ceniza,
y el espíritu se desvanecerá como aire tenue.
Nuestro nombre caerá en el olvido con el tiempo,
y nadie se acordará de nuestras obras;
Pasará nuestra vida como rastro de nube,
se disipará como neblina
acosada por los rayos del sol
y abrumada por su calor.
Nuestra vida es paso de una sombra,
y nuestros fin, irreversible;
está aplicado el sello, no hay retorno».
Así discurren, y se engañan,
porque los ciega la maldad:
no conocen los secretos de Dios,
no esperan el premio de la virtud
ni valoran el galardón de una vida intachable.
Dios creó el hombre para la inmortalidad
y lo hizo a imagen de su propio ser.
La vida de los justos está en manos de Dios,
y no los tocará el tormento.
La gente insensata pensaba que morían,
consideraba su tránsito como una desgracia,
y su partida de entre nosotros como una destrucción;
pero ellos están en paz.
La gente pensaba que cumplían una pena,
pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad;
sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores,
porque Dios los puso a prueba
y los halló dignos de sí;
los probó como oro en crisol,
los recibió como sacrificio de holocausto.
Palabra de Dios.
6. En lugar de esta lectura bíblica, puede leerse alguna de las que se encuentran en el leccionario de difuntos (cf., en este mismo volumen, el Leccionario de las misas de difuntos, pp. 1193-1256).
Si parece oportuno, puede leerse más de un texto bíblico, siguiendo el esquema habitual de la Liturgia de la palabra, y añadirse una lectura patrística o eclesiástica.
Después de la lectura bíblica, el Obispo, el sacerdote o el diácono que presiden esta vigilia pueden dirigir a los presentes unas breves palabras de homilía.
7. Después de haber escuchado la palabra de Dios, o después de la homilía, si ésta ha tenido lugar, se puede invitar a los presentes a recitar juntos la profesión de fe:
Con la esperanza puesta en la resurrección y en la vida eterna que en Cristo nos ha sido prometida, profesemos ahora nuestra fe, luz de nuestra vida cristiana.
Creo en Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de santa María Virgen
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.
Amén.
3. PRECES FINALES
8. La vigilia termina con las siguientes preces u otras de las que figuran en el Apéndice I (pp. 1321-1354):
Oremos, hermanos, a Cristo, el Señor, esperanza de los que vivimos aún en este mundo, vida y resurrección de los que ya han muerto; llenos de confianza, digámosle:
R. Tú que eres la resurrección y la vida, escúchanos.
- Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, y no te acuerdes de los pecados de nuestro hermano (nuestra hermana) N.
- Por el honor de tu nombre, Señor, perdónale todas sus culpas y haz que viva eternamente feliz en tu presencia.
- Que habite en tu casa por días sin término y goce de tu presencia contemplando tu rostro.
- No rechaces a tu siervo (sierva) ni lo (la) olvides en el reino de la muerte, sino concédele gozar de tu dicha en el país de la vida.
- Sé tú, Señor, el apoyo y la salvación de cuantos a ti acudimos; sálvanos y bendícenos, porque somos tu pueblo y tu heredad.
El mismo Señor, que lloró junto al sepulcro de Lázaro y que, en su propia agonía, acudió conmovido al Padre, nos ayude a decir: Padre nuestro.
En lugar del Padrenuestro, la vigilia puede concluir con la siguiente oración:
Escucha, Señor, nuestras súplicas y ten misericordia de tu siervo (sierva) N., para que no sufra castigo por sus pecados, pues deseó cumplir tu voluntad; y, ya que la verdadera fe lo (la) unió aquí, en la tierra, el pueblo fiel, que tu bondad ahora lo (la) una al coro de los ángeles y elegidos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
V. Señor, dale el descanso eterno.
R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de santa María Virgen
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.
Amén.
3. PRECES FINALES
8. La vigilia termina con las siguientes preces u otras de las que figuran en el Apéndice I (pp. 1321-1354):
Oremos, hermanos, a Cristo, el Señor, esperanza de los que vivimos aún en este mundo, vida y resurrección de los que ya han muerto; llenos de confianza, digámosle:
R. Tú que eres la resurrección y la vida, escúchanos.
- Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, y no te acuerdes de los pecados de nuestro hermano (nuestra hermana) N.
- Por el honor de tu nombre, Señor, perdónale todas sus culpas y haz que viva eternamente feliz en tu presencia.
- Que habite en tu casa por días sin término y goce de tu presencia contemplando tu rostro.
- No rechaces a tu siervo (sierva) ni lo (la) olvides en el reino de la muerte, sino concédele gozar de tu dicha en el país de la vida.
- Sé tú, Señor, el apoyo y la salvación de cuantos a ti acudimos; sálvanos y bendícenos, porque somos tu pueblo y tu heredad.
El mismo Señor, que lloró junto al sepulcro de Lázaro y que, en su propia agonía, acudió conmovido al Padre, nos ayude a decir: Padre nuestro.
En lugar del Padrenuestro, la vigilia puede concluir con la siguiente oración:
Escucha, Señor, nuestras súplicas y ten misericordia de tu siervo (sierva) N., para que no sufra castigo por sus pecados, pues deseó cumplir tu voluntad; y, ya que la verdadera fe lo (la) unió aquí, en la tierra, el pueblo fiel, que tu bondad ahora lo (la) una al coro de los ángeles y elegidos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
V. Señor, dale el descanso eterno.
R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.
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