De la Ordenación General del Misal Romano
INTRODUCCIÓN
1. El Señor, cuando iba a celebrar la cena pascual con sus discípulos en la que instituyó el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, mandó preparar una sala grande, ya dispuesta (Lc 22, 12). La Iglesia se ha considerado siempre comprometida por este mandato, al ir estableciendo normas para la celebración de la Eucaristía relativas a la disposición de las personas, de los lugares, de los ritos y de los textos. Tanto las normas actuales, que han sido promulgadas basándose en la autoridad del Concilio Ecuménico Vaticano II, como el nuevo Misal que en adelante empleará la Iglesia de Rito romano para la celebración de la Misa, constituyen una nueva demostración de este interés de la Iglesia, de su fe y de su amor inalterable al sublime misterio eucarístico, y testifican su tradición continua y homogénea, a pesar de algunas innovaciones que han sido introducidas.
La Iglesia ha recibido del mismo Cristo, por tradición apostólica, la potestad de disponer todo lo necesario para la celebración de la Eucaristía. El actual Misal es fiel a esa tradición, y con la reforma impulsada por el Concilio Vaticano II.
Testimonio de fe inalterada
2. El Concilio Vaticano II ha vuelto a afirmar la naturaleza sacrificial de la Misa, solemnemente proclamada por el Concilio de Trento en consonancia con toda la tradición de la Iglesia[1]; suyas son estas significativas palabras acerca de la Misa: «Nuestro Salvador, en la última Cena, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección»[2].
Lo que enseña el Concilio, aparece continuamente en las fórmulas de la Misa. En efecto, la doctrina que el antiguo Sacramentario Leoniano expresaba en la fórmula: «Cada vez que se celebra el memorial de este sacrificio, se realiza la obra de nuestra redención»[3], aparece de modo claro y preciso en las Plegarias eucarísticas; en ellas, el sacerdote, a la vez que realiza la «anámnesis», se dirige a Dios en nombre de todo el pueblo, le da gracias y le ofrece el sacrificio vivo y santo, a saber: la oblación de la Iglesia y la Víctima por cuya inmolación el mismo Dios quiso devolvernos su amistad[4]; y pide que el Cuerpo y Sangre de Cristo sean sacrificio agradable al Padre y salvación para todo el mundo[5].
De este modo, en el nuevo Misal, la lex orandi de la Iglesia responde a su perenne lex credendi, la cual nos recuerda que, salvo el modo diverso de ofrecer, constituyen un mismo y único sacrificio el de la cruz y su renovación sacramental en la Misa, instituida por el Señor en la última Cena con el mandato conferido a los Apóstoles de celebrarla en su conmemoración; y que, consiguientemente, la Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza, de acción de gracias, propiciatorio y satisfactorio.
El carácter sacrificial de la Misa, enseñado por el último Concilio -en línea con una inalterable tradición de la Iglesia- se debe a su identidad con el sacrificio de la cruz, que el mismo Cristo mandó perpetuar a los Apóstoles como memorial eucarístico. El nuevo Misal tiene este único fundamento teológico, como no podía ser de otra manera.
3. El misterio admirable de la presencia real de Cristo bajo las especies eucarísticas, reafirmado por el Concilio Vaticano II [6] y otros documentos del Magisterio de la Iglesia [7] en el mismo sentido y con los mismos términos que el Concilio de Trento lo declaró materia de fe [8], se ve expresado también en la celebración de la Misa por las palabras de la consagración que hacen presente a Cristo por la transubstanciación, y, además, por los signos de suma reverencia y adoración que tienen lugar en la Liturgia eucarística. Tal es el motivo de impulsar al pueblo cristiano a que ofrezca especial tributo de adoración a este admirable Sacramento en el día del Jueves Santo y en la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
4. La naturaleza del sacerdocio ministerial, propia del Obispo y del presbítero, que in persona Christi ofrecen el sacrificio y presiden la asamblea del pueblo santo, queda esclarecida en la disposición del mismo rito por la preeminencia del lugar reservado al sacerdote y por la función que desempeña. El contenido de esta función se ve expresado con particular claridad y amplitud en el prefacio de la Misa crismal del Jueves Santo, día en que se conmemora la institución del sacerdocio. En dicho prefacio se declara la transmisión de la potestad sacerdotal por la imposición de las manos, enumerándose cada uno de los cometidos de esta potestad, que es continuación de la de Cristo, Sumo Pontífice del Nuevo Testamento.Testimonio de fe inalterada
2. El Concilio Vaticano II ha vuelto a afirmar la naturaleza sacrificial de la Misa, solemnemente proclamada por el Concilio de Trento en consonancia con toda la tradición de la Iglesia[1]; suyas son estas significativas palabras acerca de la Misa: «Nuestro Salvador, en la última Cena, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección»[2].
Lo que enseña el Concilio, aparece continuamente en las fórmulas de la Misa. En efecto, la doctrina que el antiguo Sacramentario Leoniano expresaba en la fórmula: «Cada vez que se celebra el memorial de este sacrificio, se realiza la obra de nuestra redención»[3], aparece de modo claro y preciso en las Plegarias eucarísticas; en ellas, el sacerdote, a la vez que realiza la «anámnesis», se dirige a Dios en nombre de todo el pueblo, le da gracias y le ofrece el sacrificio vivo y santo, a saber: la oblación de la Iglesia y la Víctima por cuya inmolación el mismo Dios quiso devolvernos su amistad[4]; y pide que el Cuerpo y Sangre de Cristo sean sacrificio agradable al Padre y salvación para todo el mundo[5].
De este modo, en el nuevo Misal, la lex orandi de la Iglesia responde a su perenne lex credendi, la cual nos recuerda que, salvo el modo diverso de ofrecer, constituyen un mismo y único sacrificio el de la cruz y su renovación sacramental en la Misa, instituida por el Señor en la última Cena con el mandato conferido a los Apóstoles de celebrarla en su conmemoración; y que, consiguientemente, la Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza, de acción de gracias, propiciatorio y satisfactorio.
3. El misterio admirable de la presencia real de Cristo bajo las especies eucarísticas, reafirmado por el Concilio Vaticano II [6] y otros documentos del Magisterio de la Iglesia [7] en el mismo sentido y con los mismos términos que el Concilio de Trento lo declaró materia de fe [8], se ve expresado también en la celebración de la Misa por las palabras de la consagración que hacen presente a Cristo por la transubstanciación, y, además, por los signos de suma reverencia y adoración que tienen lugar en la Liturgia eucarística. Tal es el motivo de impulsar al pueblo cristiano a que ofrezca especial tributo de adoración a este admirable Sacramento en el día del Jueves Santo y en la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
Lo que da sentido a todos los elementos de la Liturgia eucarística es de manera primordial la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y, por ello, la manifestación a que mueve la Iglesia a todos sus fieles es, en primer lugar, la adoración.
5. Pero hay algo distinto y muy digno de estima que se capta a partir de esta naturaleza del sacerdocio ministerial: es el sacerdocio real de los fieles, cuya ofrenda espiritual se consuma en la unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador, por el ministerio del Obispo y de los presbíteros [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 2.]. La celebración eucarística, en efecto, es acción de la Iglesia universal, y en ella habrá de realizar cada uno todo y sólo lo que de hecho le compete conforme al grado en que se encuentra situado dentro del pueblo de Dios. De aquí la necesidad de prestar una particular atención a determinados aspectos de la celebración que en el decurso de los siglos no han sido tenidos muy en cuenta. Se trata nada menos que del pueblo de Dios, adquirido por la Sangre de Cristo, congregado por el Señor, que lo alimenta con su palabra; pueblo que ha recibido el llamamiento de presentar a Dios todas las peticiones de la familia humana; pueblo que, en Cristo, da gracias por el misterio de la salvación ofreciendo su sacrificio; pueblo finalmente que por la Comunión de su Cuerpo y Sangre se consolida en la unidad. Y este pueblo, aunque sea santo por su origen, sin embargo, crece de continuo en santidad por la participación consciente, activa y fructuosa en el misterio eucarístico [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 11.].
Una tradición ininterrumpida
6. Al establecer las normas a seguir en la revisión del Ordinario de la Misa, el Concilio Vaticano II determinó, entre otras cosas, que algunos ritos «fueran restablecidos conforme a la primitiva norma de los santos Padres»[Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 50], haciendo uso de las mismas palabras empleadas por san Pío V en la Constitución Apostólica Quo primum al promulgar en 1570 el Misal Tridentino. El que ambos Misales Romanos convengan en las mismas palabras puede ayudar a comprender cómo, pese a mediar entre ellos una distancia de cuatro siglos, ambos recogen una misma tradición. Y si se analiza el contenido interior de esta tradición, se ve también con cuánto acierto el nuevo Misal completa al anterior.
7. En aquellos momentos difíciles, en que se ponía en crisis la fe católica acerca de la naturaleza sacrificial de la Misa, del sacerdocio ministerial y de la presencia real y permanente de Cristo bajo las especies eucarísticas, lo que san Pío V se propuso en primer término fue salvaguardar los últimos pasos de una tradición atacada sin verdadera razón, y, por este motivo, sólo se introdujeron pequeñísimos cambios en el rito sagrado. En realidad, el Misal promulgado en 1570 apenas se diferencia del primer Misal que apareció impreso en 1474, el cual, a su vez, reproduce fielmente el Misal de la época de Inocencio III. Se dio el caso, además, de que los códices de la Biblioteca Vaticana sirvieron para corregir algunas expresiones, pero esta investigación de «antiguos y probados autores» se redujo a los comentarios litúrgicos de la Edad Media.
El Misal de san Pio V tuvo muy pocas variaciones respecto al que se usaba dos siglos antes, motivado en gran parte por fidelidad a una tradición, atacada por la reforma protestante, que negaba la naturaleza sacrificial de la Misa.
8. Hoy, en cambio, la «norma de los santos Padres», que trataron de seguir aquellos que propusieron las enmiendas del Misal de san Pío V, se ha visto enriquecida con numerosísimos trabajos de investigación. Al Sacramentario llamado Gregoriano, editado por primera vez en 1571, han seguido los antiguos Sacramentarios Romanos y Ambrosianos, repetidas veces publicados en edición crítica, así como los antiguos libros litúrgicos de España y de las Galias, que han aportado muchísimas oraciones de gran belleza espiritual, ignoradas anteriormente.
Hoy, gracias al hallazgo de tantos documentos litúrgicos se conocen mejor las tradiciones de los primitivos siglos, anteriores a la constitución de los ritos de Oriente y de Occidente.
Además, con los progresivos estudios de los santos Padres, la teología del misterio eucarístico ha recibido nuevos esclarecimientos, provenientes de la doctrina de los más ilustres Padres de la antigüedad cristiana, como san Ireneo, san Ambrosio, san Cirilo de Jerusalén, san Juan Crisóstomo.
El Misal actual es fruto de un conocimiento más profundo de las fuentes litúrgicas antiguas y de los Padres que han salido a la luz después del siglo XVI.
9. Por tanto, la «norma de los santos Padres» pide algo más que la conservación del legado transmitido por nuestros inmediatos predecesores; exige abarcar y estudiar a fondo todo el pasado de la Iglesia y todas las formas de expresión que la fe única ha tenido en contextos humanos y culturales tan diferentes entre sí, como pueden ser los correspondientes a las regiones semíticas, griegas y latinas. Con esta perspectiva más amplia, hoy podemos ver cómo el Espíritu Santo suscita en el pueblo de Dios una fidelidad admirable en conservar inmutable el depósito de la fe en medio de tanta variedad de ritos y oraciones.
El Misal Romano actual es fruto de una tradición más amplia y más genuina, una fidelidad al depósito de la fe que se fundamenta en la la catolicidad -universalidad- de la Iglesia.
Acomodación a una situación nueva
10. El nuevo Misal, que testifica la "lex orandi" de la Iglesia Romana y conserva el depósito de la fe transmitido en los últimos Concilios, supone al mismo tiempo un paso importantísimo en la tradición litúrgica.
Es verdad que los Padres del Concilio Vaticano II reiteraron las afirmaciones dogmáticas del Concilio de Trento; pero tuvieron que hablar en un momento histórico muy distinto, y por ello hubieron de aportar planes y orientaciones pastorales totalmente imprevisibles hace cuatro siglos.
Hay una nueva visión pastoral, aportada por el Concilio Vaticano II, que subyace en el Misal vigente.
11. El Concilio de Trento ya había caído en la cuenta de la utilidad del gran caudal catequético de la Misa; pero no le fue posible descender a todas las consecuencias de orden práctico. De hecho, muchos deseaban, ya entonces, que se permitiera emplear la lengua del pueblo en la celebración eucarística. Pero el Concilio, teniendo en cuenta las circunstancias que concurrían en aquellos momentos, se creyó en la obligación de volver a inculcar la doctrina tradicional de la Iglesia, según la cual el sacrificio eucarístico es, ante todo, acción de Cristo mismo, y, por tanto, su eficacia intrínseca no se ve afectada por el modo de participar seguido por los fieles. En consecuencia, se expresó de modo firme y moderado con estas palabras: «Aunque la Misa contiene mucha materia de instrucción para el pueblo, sin embargo, no pareció conveniente a los Padres que, como norma general, se celebrase en lengua vulgar» [CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, Doctr. sobre el santo sacrificio de la Misa, cap. 8: DS 1749]. Condenó, además, al que juzgase «ser reprobable el rito de la Iglesia Romana por el cual la parte correspondiente al canon y las palabras de la consagración se pronuncian en voz baja; o que la Misa exige ser celebrada en lengua vulgar» [Ibidem, can. 9: DS 1759]. Y, no obstante, si por un motivo prohibía el uso de la lengua vernácula en la Misa, por otro, en cambio, mandaba que los pastores de almas procurasen suplirlo con la oportuna catequesis: «A fin de que las ovejas de Cristo no padezcan hambre..., manda el santo Sínodo a los pastores y a cuantos tienen cura de almas que frecuentemente en la celebración de la Misa, bien por sí, bien por medio de otros, hagan una exposición sobre algo de lo que en la Misa se lee, y, además, expliquen alguno de los misterios de este santísimo sacrificio, principalmente en los domingos y días festivos» [Ibidem, cap. 8: DS 1749].
11. El Concilio de Trento ya había caído en la cuenta de la utilidad del gran caudal catequético de la Misa; pero no le fue posible descender a todas las consecuencias de orden práctico. De hecho, muchos deseaban, ya entonces, que se permitiera emplear la lengua del pueblo en la celebración eucarística. Pero el Concilio, teniendo en cuenta las circunstancias que concurrían en aquellos momentos, se creyó en la obligación de volver a inculcar la doctrina tradicional de la Iglesia, según la cual el sacrificio eucarístico es, ante todo, acción de Cristo mismo, y, por tanto, su eficacia intrínseca no se ve afectada por el modo de participar seguido por los fieles. En consecuencia, se expresó de modo firme y moderado con estas palabras: «Aunque la Misa contiene mucha materia de instrucción para el pueblo, sin embargo, no pareció conveniente a los Padres que, como norma general, se celebrase en lengua vulgar» [CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, Doctr. sobre el santo sacrificio de la Misa, cap. 8: DS 1749]. Condenó, además, al que juzgase «ser reprobable el rito de la Iglesia Romana por el cual la parte correspondiente al canon y las palabras de la consagración se pronuncian en voz baja; o que la Misa exige ser celebrada en lengua vulgar» [Ibidem, can. 9: DS 1759]. Y, no obstante, si por un motivo prohibía el uso de la lengua vernácula en la Misa, por otro, en cambio, mandaba que los pastores de almas procurasen suplirlo con la oportuna catequesis: «A fin de que las ovejas de Cristo no padezcan hambre..., manda el santo Sínodo a los pastores y a cuantos tienen cura de almas que frecuentemente en la celebración de la Misa, bien por sí, bien por medio de otros, hagan una exposición sobre algo de lo que en la Misa se lee, y, además, expliquen alguno de los misterios de este santísimo sacrificio, principalmente en los domingos y días festivos» [Ibidem, cap. 8: DS 1749].
Ya el Concilio de Trento afirmaba el gran valor catequético para los fieles que comporta la celebración litúrgica.
12. El Concilio Vaticano II, congregado precisamente para adaptar la Iglesia a las necesidades que su cometido apostólico encuentra en estos tiempos, prestó una detenida atención carácter didáctico y pastoral de la sagrada Liturgia [Cf. CONC. ECUM. VAT. lI, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 33], lo mismo que el Concilio de Trento. Aunque ningún católico negaba la legitimidad y eficacia del sagrado rito celebrado en latín, no obstante, se encontró en condiciones de reconocer que «frecuentemente el empleo de la lengua vernácula puede ser de gran utilidad para el pueblo», y autorizó dicho empleo [lbidem, n. 36]. El interés con que en todas partes se acogió esta determinación fue muy grande, y así, bajo la dirección de los Obispos y de la misma Sede Apostólica, ha podido llegarse a que se realicen en lengua vernácula todas las celebraciones litúrgicas en las que el pueblo participa, con el consiguiente conocimiento mayor del misterio celebrado.
12. El Concilio Vaticano II, congregado precisamente para adaptar la Iglesia a las necesidades que su cometido apostólico encuentra en estos tiempos, prestó una detenida atención carácter didáctico y pastoral de la sagrada Liturgia [Cf. CONC. ECUM. VAT. lI, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 33], lo mismo que el Concilio de Trento. Aunque ningún católico negaba la legitimidad y eficacia del sagrado rito celebrado en latín, no obstante, se encontró en condiciones de reconocer que «frecuentemente el empleo de la lengua vernácula puede ser de gran utilidad para el pueblo», y autorizó dicho empleo [lbidem, n. 36]. El interés con que en todas partes se acogió esta determinación fue muy grande, y así, bajo la dirección de los Obispos y de la misma Sede Apostólica, ha podido llegarse a que se realicen en lengua vernácula todas las celebraciones litúrgicas en las que el pueblo participa, con el consiguiente conocimiento mayor del misterio celebrado.
La introducción de las lenguas vernáculas en la Liturgia ha permitido una mayor conocimiento y participación por parte del pueblo.
13. Aunque el uso de la lengua vernácula en la sagrada Liturgia es un instrumento de suma importancia para expresar más abiertamente la catequesis del misterio contenida en la celebración, el Concilio Vaticano II advirtió también que debían ponerse en práctica algunas prescripciones del Tridentino no en todas partes acatadas, como la homilía en los domingos y días festivos [Cf. CONC. ECUM. VAT. lI, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 52], y la posibilidad de intercalar moniciones entre los mismos ritos sagrados [Ibidem, n. 35, 3]. Con mayor interés aún, el Concilio Vaticano II, consecuente en presentar como «el modo más perfecto de participación aquél en que los fieles, después de la Comunión del sacerdote, reciben el Cuerpo del Señor consagrado en la misma Misa»[Ibidem, n. 55.], exhorta a llevar a la práctica otro deseo ya formulado por los Padres del Tridentino: que para participar de un modo más pleno «en la Misa no se contenten los fieles con comulgar espiritualmente, sino que reciban sacramentalmente la Comunión eucarística»[CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, Doctr. sobre el santo sacrificio de la Misa, cap. 6: DS 1747].
13. Aunque el uso de la lengua vernácula en la sagrada Liturgia es un instrumento de suma importancia para expresar más abiertamente la catequesis del misterio contenida en la celebración, el Concilio Vaticano II advirtió también que debían ponerse en práctica algunas prescripciones del Tridentino no en todas partes acatadas, como la homilía en los domingos y días festivos [Cf. CONC. ECUM. VAT. lI, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 52], y la posibilidad de intercalar moniciones entre los mismos ritos sagrados [Ibidem, n. 35, 3]. Con mayor interés aún, el Concilio Vaticano II, consecuente en presentar como «el modo más perfecto de participación aquél en que los fieles, después de la Comunión del sacerdote, reciben el Cuerpo del Señor consagrado en la misma Misa»[Ibidem, n. 55.], exhorta a llevar a la práctica otro deseo ya formulado por los Padres del Tridentino: que para participar de un modo más pleno «en la Misa no se contenten los fieles con comulgar espiritualmente, sino que reciban sacramentalmente la Comunión eucarística»[CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, Doctr. sobre el santo sacrificio de la Misa, cap. 6: DS 1747].
En orden a la mayor participación de los fieles el último Concilio lleva a cabo otras orientaciones del Concilio de Trento: la homilía en domingos y solemnidades, las moniciones durante la celebración, y la comunión dentro de la Misa.
14. Movido por el mismo espíritu y por el mismo interés pastoral del Tridentino, el Concilio Vaticano II pudo abordar desde un punto de vista distinto lo establecido por aquél acerca de la comunión bajo las dos especies. Al no haber hoy quien ponga en duda los principios doctrinales del valor pleno de la comunión eucarística recibida bajo la sola especie de pan, permitió en algunos casos la comunión bajo ambas especies, a saber, siempre que por esta más clara manifestación del signo sacramental los fieles tengan ocasión de captar mejor el misterio en el que participan [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 55].
14. Movido por el mismo espíritu y por el mismo interés pastoral del Tridentino, el Concilio Vaticano II pudo abordar desde un punto de vista distinto lo establecido por aquél acerca de la comunión bajo las dos especies. Al no haber hoy quien ponga en duda los principios doctrinales del valor pleno de la comunión eucarística recibida bajo la sola especie de pan, permitió en algunos casos la comunión bajo ambas especies, a saber, siempre que por esta más clara manifestación del signo sacramental los fieles tengan ocasión de captar mejor el misterio en el que participan [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 55].
La comunión bajo las dos especies expresa mejor el significado del misterio celebrado en la Eucaristía, siempre que no se pongan en duda los principios doctrinales del valor pleno de la comunión bajo una sola especie.
15. De esta manera, la Iglesia, que conservando «lo antiguo», es decir, el depósito de la tradición, permanece fiel a su misión de ser maestra de la verdad, cumple también con su deber de examinar y emplear prudentemente «lo nuevo» (cf. Mt 13, 52).
Así, una parte del nuevo Misal presenta unas oraciones de la Iglesia más abiertamente orientadas a las necesidades actuales; tales son, principalmente, las Misas rituales y por diversas necesidades, en las que oportunamente se combinan lo tradicional y lo nuevo. Mientras que algunas expresiones provenientes de la más antigua tradición de la Iglesia han permanecido intactas, como puede verse por el mismo Misal Romano, reeditado tantas veces, otras muchas expresiones han sido acomodadas a las actuales necesidades y circunstancias, y otras, en cambio, como las oraciones por la Iglesia, por los laicos, por la santificación del trabajo humano, por la comunidad de naciones, por algunas necesidades peculiares de nuestro tiempo, han sido elaboradas íntegramente, tomando ideas y hasta las mismas expresiones muchas veces de los recientes documentos conciliares.
Al hacer uso de los textos de una tradición antiquísima, teniendo también en cuenta la nueva situación del mundo, según hoy se presenta, se han podido cambiar ciertas expresiones, sin que aparezca como menosprecio a tan venerable tesoro, con el fin de acomodarlas al lenguaje teológico actual y a la presente disciplina de la Iglesia. Por ejemplo, han sido modificadas algunas de las relativas a la consideración y uso de los bienes terrenos y otras que se refieren a cierta forma de penitencia corporal, propias de otros tiempos.
Se ve, pues, cómo las normas litúrgicas del Concilio de Trento han sido en gran parte completadas y perfeccionadas por las del Vaticano II, que condujo a término los esfuerzos para conseguir un mayor acercamiento de los fieles a la Liturgia, esfuerzos realizados a lo largo de cuatro siglos, y sobre todo en los últimos tiempos, debido principalmente al interés por la Liturgia que suscitaron san Pío X y sus sucesores.
15. De esta manera, la Iglesia, que conservando «lo antiguo», es decir, el depósito de la tradición, permanece fiel a su misión de ser maestra de la verdad, cumple también con su deber de examinar y emplear prudentemente «lo nuevo» (cf. Mt 13, 52).
Así, una parte del nuevo Misal presenta unas oraciones de la Iglesia más abiertamente orientadas a las necesidades actuales; tales son, principalmente, las Misas rituales y por diversas necesidades, en las que oportunamente se combinan lo tradicional y lo nuevo. Mientras que algunas expresiones provenientes de la más antigua tradición de la Iglesia han permanecido intactas, como puede verse por el mismo Misal Romano, reeditado tantas veces, otras muchas expresiones han sido acomodadas a las actuales necesidades y circunstancias, y otras, en cambio, como las oraciones por la Iglesia, por los laicos, por la santificación del trabajo humano, por la comunidad de naciones, por algunas necesidades peculiares de nuestro tiempo, han sido elaboradas íntegramente, tomando ideas y hasta las mismas expresiones muchas veces de los recientes documentos conciliares.
Al hacer uso de los textos de una tradición antiquísima, teniendo también en cuenta la nueva situación del mundo, según hoy se presenta, se han podido cambiar ciertas expresiones, sin que aparezca como menosprecio a tan venerable tesoro, con el fin de acomodarlas al lenguaje teológico actual y a la presente disciplina de la Iglesia. Por ejemplo, han sido modificadas algunas de las relativas a la consideración y uso de los bienes terrenos y otras que se refieren a cierta forma de penitencia corporal, propias de otros tiempos.
Se ve, pues, cómo las normas litúrgicas del Concilio de Trento han sido en gran parte completadas y perfeccionadas por las del Vaticano II, que condujo a término los esfuerzos para conseguir un mayor acercamiento de los fieles a la Liturgia, esfuerzos realizados a lo largo de cuatro siglos, y sobre todo en los últimos tiempos, debido principalmente al interés por la Liturgia que suscitaron san Pío X y sus sucesores.
El Misal Romano vigente es fruto de la riqueza de la tradición litúrgica más antigua adaptada a las nuevas situaciones pastorales del mundo actual.
CAPÍTULO I
IMPORTANCIA Y DIGNIDAD DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
16. La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 41; Const. dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 11; Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, nn. 2, 5, 6; Decr. sobre el oficio pastoral de los Obispos, Christus Dominus, n. 30; Decr. sobre el Ecumenismo, Unitatis redintegratio, n. 15; S. CONGR. DE RITOS, Instrucción Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, nn. 3 e, 6: A.A.S. 59 (1967), pp. 542, 544-545], ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica al mundo en Cristo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n.10]. Además, de tal modo se recuerdan en ella los misterios de la Redención a lo largo del año, que, en cierto modo, se nos hacen presentes [Cf. ibidem, n. 102]. Todas las demás acciones sagradas y cualesquiera obras de la vida cristiana se relacionan con ella, proceden de ella y a ella se ordenan [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 10; Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 5].
CAPÍTULO I
IMPORTANCIA Y DIGNIDAD DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
16. La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 41; Const. dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 11; Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, nn. 2, 5, 6; Decr. sobre el oficio pastoral de los Obispos, Christus Dominus, n. 30; Decr. sobre el Ecumenismo, Unitatis redintegratio, n. 15; S. CONGR. DE RITOS, Instrucción Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, nn. 3 e, 6: A.A.S. 59 (1967), pp. 542, 544-545], ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica al mundo en Cristo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n.10]. Además, de tal modo se recuerdan en ella los misterios de la Redención a lo largo del año, que, en cierto modo, se nos hacen presentes [Cf. ibidem, n. 102]. Todas las demás acciones sagradas y cualesquiera obras de la vida cristiana se relacionan con ella, proceden de ella y a ella se ordenan [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 10; Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 5].
Se afirma aquí el valor central de la participación en la Misa para la vida de la Iglesia y de cada cristiano por ser la acción permanente, en la historia, del ejercicio del sacerdocio de Cristo y manifestación de su presencia entre los hombres.
17. Es, por tanto, de sumo interés que de tal modo se ordene la celebración de la Misa o Cena del Señor que ministros sagrados y fieles, participando cada uno según su condición, reciban de ella con más plenitud los frutos [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 14, 19, 26, 28, 30] para cuya consecución instituyó Cristo nuestro Señor el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre y confió este sacrificio, como un memorial de su pasión y resurrección, a la Iglesia, su amada Esposa [Cf. ibidem, n. 47].
17. Es, por tanto, de sumo interés que de tal modo se ordene la celebración de la Misa o Cena del Señor que ministros sagrados y fieles, participando cada uno según su condición, reciban de ella con más plenitud los frutos [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 14, 19, 26, 28, 30] para cuya consecución instituyó Cristo nuestro Señor el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre y confió este sacrificio, como un memorial de su pasión y resurrección, a la Iglesia, su amada Esposa [Cf. ibidem, n. 47].
La Ordenación General del Misal Romano tiene como finalidad ordenar todo lo relacionado con el sacrificio eucarístico de tal manera que todos los fieles puedan recibir con abundancia sus frutos.
18. Todo esto se podrá conseguir si, mirando a la naturaleza y demás circunstancias de cada asamblea litúrgica, toda la celebración se dispone de modo que favorezca la consciente, activa y plena participación de los fieles, es decir, esa participación de cuerpo y alma, ferviente de fe, esperanza y caridad, que es la que la Iglesia desea, la que reclama su misma naturaleza y a la que tiene derecho y deber, el pueblo cristiano, por fuerza del bautismo [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 14].
18. Todo esto se podrá conseguir si, mirando a la naturaleza y demás circunstancias de cada asamblea litúrgica, toda la celebración se dispone de modo que favorezca la consciente, activa y plena participación de los fieles, es decir, esa participación de cuerpo y alma, ferviente de fe, esperanza y caridad, que es la que la Iglesia desea, la que reclama su misma naturaleza y a la que tiene derecho y deber, el pueblo cristiano, por fuerza del bautismo [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 14].
El concepto de participación de los fieles querido por la Iglesia tiene su fundamento en el ejercicio de la tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
19. Aunque en algunas ocasiones no es posible la presencia y la activa participación de los fieles, cosas ambas que manifiestan mejor que ninguna otra la naturaleza eclesial de la acción litúrgica [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 41], sin embargo, la celebración eucarística no pierde por ello su eficacia y dignidad, ya que es un acto de Cristo y de la Iglesia, en la que el sacerdote cumple su principal ministerio y obra siempre por la salvación del pueblo.
Se le recomienda, por eso, que celebre el sacrificio eucarístico, incluso diariamente, en cuanto sea posible [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 13; Código de Derecho Canónico, can. 904].
Para el sacerdote, la celebración de la santa Misa prevalece sobre la asistencia de fieles.
20. Y, puesto que la celebración eucarística, como toda la Liturgia, se realiza por signos sensibles, con los que la fe se alimenta, se robustece y se expresa [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 59], se debe poner todo el esmero posible para que sean seleccionadas y ordenadas aquellas formas y elementos propuestos por la Iglesia que, según las circunstancias de personas y lugares, favorezcan más directamente la activa y plena participación de los fieles, y respondan mejor a su aprovechamiento espiritual.
19. Aunque en algunas ocasiones no es posible la presencia y la activa participación de los fieles, cosas ambas que manifiestan mejor que ninguna otra la naturaleza eclesial de la acción litúrgica [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 41], sin embargo, la celebración eucarística no pierde por ello su eficacia y dignidad, ya que es un acto de Cristo y de la Iglesia, en la que el sacerdote cumple su principal ministerio y obra siempre por la salvación del pueblo.
Se le recomienda, por eso, que celebre el sacrificio eucarístico, incluso diariamente, en cuanto sea posible [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 13; Código de Derecho Canónico, can. 904].
Para el sacerdote, la celebración de la santa Misa prevalece sobre la asistencia de fieles.
20. Y, puesto que la celebración eucarística, como toda la Liturgia, se realiza por signos sensibles, con los que la fe se alimenta, se robustece y se expresa [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 59], se debe poner todo el esmero posible para que sean seleccionadas y ordenadas aquellas formas y elementos propuestos por la Iglesia que, según las circunstancias de personas y lugares, favorezcan más directamente la activa y plena participación de los fieles, y respondan mejor a su aprovechamiento espiritual.
En la Misa, la participación y el aprovechamiento espiritual de los fieles es el criterio fundamental que ha de ordenar la selección de los distintos elementos de la celebración.
21. De ahí que esta Ordenación general mire, por un lado, a exponer las directrices generales, según las cuales quede bien ordenada la celebración de la Eucaristía, y, por otro, a proponer las normas a las que habrá de acomodarse cada una de las formas de celebración [Respecto a las celebraciones peculiares de la Misa obsérvese lo establecido: cf. Misas para grupos particulares: S. CONGR. PARA EL CULTO DIVINO, lnstr. Actio pastoralis, del 15 de mayo de 1969: A.A.S. 61 (1969), pp. 806-811; para Misas con niños: Directorio de Misas con niños, del 1 de noviembre de 1973: A.A.S. 66 (1974), pp. 30-46; para unir las Horas del Oficio con la Misa: Ordenación general de la Liturgia de las Horas, nn. 93-98; para unir algunas bendiciones y la coronación de una imagen de la Virgen María con la Misa: RITUAL ROMANO, Bendicional, edición típica 1984, Orientaciones generales, n. 28; Ritual de coronación de una imagen de la Virgen María, nn. 10 y 14].
La Ordenación General del Misal regula dos aspectos de la Misa: las directrices generales por las que se rige toda celebración, y las normas a las que ha de acomodarse cada una.
22. Es de suma importancia la celebración de la Eucaristía en la Iglesia particular. En efecto, el Obispo diocesano, en cuanto primer dispensador de los misterios de Dios, es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica en la Iglesia particular a él confiada [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decr. sobre el oficio pastoral de los Obispos, Christus Dominus, n. 15; cf. también Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 41]. El misterio de la Iglesia se pone de manifiesto en las celebraciones que se realizan, presididas por él, sobre todo en la celebración eucarística que él realiza con la participación del presbiterio, los diáconos y el pueblo. Por eso, estas celebraciones solemnes de la Eucaristía han de ser ejemplares para toda la diócesis.
A él le corresponde procurar que los presbíteros, los diáconos y los fieles laicos consigan siempre una inteligencia profunda del genuino sentido de los ritos y de los textos litúrgicos, y se vean de este modo atraídos hacia una consciente y fructuosa celebración de la Eucaristía. Para conseguir este mismo fin, cuide de incrementar la dignidad de esas celebraciones, a lo cual contribuye no poco la belleza del lugar sagrado, de la música y del arte.
21. De ahí que esta Ordenación general mire, por un lado, a exponer las directrices generales, según las cuales quede bien ordenada la celebración de la Eucaristía, y, por otro, a proponer las normas a las que habrá de acomodarse cada una de las formas de celebración [Respecto a las celebraciones peculiares de la Misa obsérvese lo establecido: cf. Misas para grupos particulares: S. CONGR. PARA EL CULTO DIVINO, lnstr. Actio pastoralis, del 15 de mayo de 1969: A.A.S. 61 (1969), pp. 806-811; para Misas con niños: Directorio de Misas con niños, del 1 de noviembre de 1973: A.A.S. 66 (1974), pp. 30-46; para unir las Horas del Oficio con la Misa: Ordenación general de la Liturgia de las Horas, nn. 93-98; para unir algunas bendiciones y la coronación de una imagen de la Virgen María con la Misa: RITUAL ROMANO, Bendicional, edición típica 1984, Orientaciones generales, n. 28; Ritual de coronación de una imagen de la Virgen María, nn. 10 y 14].
La Ordenación General del Misal regula dos aspectos de la Misa: las directrices generales por las que se rige toda celebración, y las normas a las que ha de acomodarse cada una.
22. Es de suma importancia la celebración de la Eucaristía en la Iglesia particular. En efecto, el Obispo diocesano, en cuanto primer dispensador de los misterios de Dios, es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica en la Iglesia particular a él confiada [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decr. sobre el oficio pastoral de los Obispos, Christus Dominus, n. 15; cf. también Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 41]. El misterio de la Iglesia se pone de manifiesto en las celebraciones que se realizan, presididas por él, sobre todo en la celebración eucarística que él realiza con la participación del presbiterio, los diáconos y el pueblo. Por eso, estas celebraciones solemnes de la Eucaristía han de ser ejemplares para toda la diócesis.
A él le corresponde procurar que los presbíteros, los diáconos y los fieles laicos consigan siempre una inteligencia profunda del genuino sentido de los ritos y de los textos litúrgicos, y se vean de este modo atraídos hacia una consciente y fructuosa celebración de la Eucaristía. Para conseguir este mismo fin, cuide de incrementar la dignidad de esas celebraciones, a lo cual contribuye no poco la belleza del lugar sagrado, de la música y del arte.
El Obispo diocesano es el moderador de toda la Liturgia en su diócesis. Es por tanto de suma importancia que las celebraciones presididas por él con participación del pueblo sean ejemplares y modelo del "ars celebrandi".
23. En esta Ordenación general y en el Ordinario de la Misa se exponen algunas acomodaciones y adaptaciones para que la celebración responda más plenamente a las prescripciones y al espíritu de la sagrada Liturgia, y aumente su eficacia pastoral.
24. Tales adaptaciones consisten, por lo general, en la elección de algunos ritos y textos, es decir, cantos, lecturas, oraciones, moniciones y gestos, que mejor respondan a las necesidades, preparación e idiosincrasia de los participantes y cuya aplicación corresponde al sacerdote celebrante. Recuerde, sin embargo, que él se halla al servicio de la sagrada Liturgia y no le es lícito añadir, quitar ni cambiar nada según su propio gusto en la celebración de la Misa [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 22].
25. Además, en el Misal se indican en su lugar algunas adaptaciones que competen, según la Constitución sobre la sagrada Liturgia, al Obispo diocesano o a la Conferencia de los Obispos [Cf. también CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia. Sacrosanctum Concilium, nn. 38, 40; PABLO VI , Const. Ap. Missale Romanum, supra.] (cf. nn. 387, 388-393).
26. Respecto a las variaciones y adaptaciones de más relieve, que sea preciso introducir para que la liturgia responda a las tradiciones e idiosincrasia de los pueblos y regiones, a tenor del artículo 40 de la Constitución de la Sagrada Liturgia, téngase en cuenta tanto lo que establece la Instrucción «Liturgia romana e inculturación» [CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Varietates legitimae, del 25 de enero de 1994: A.A.S. 87 (1995), pp. 288-314.], como lo expuesto más adelante (nn. 395-399).
23. En esta Ordenación general y en el Ordinario de la Misa se exponen algunas acomodaciones y adaptaciones para que la celebración responda más plenamente a las prescripciones y al espíritu de la sagrada Liturgia, y aumente su eficacia pastoral.
24. Tales adaptaciones consisten, por lo general, en la elección de algunos ritos y textos, es decir, cantos, lecturas, oraciones, moniciones y gestos, que mejor respondan a las necesidades, preparación e idiosincrasia de los participantes y cuya aplicación corresponde al sacerdote celebrante. Recuerde, sin embargo, que él se halla al servicio de la sagrada Liturgia y no le es lícito añadir, quitar ni cambiar nada según su propio gusto en la celebración de la Misa [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 22].
25. Además, en el Misal se indican en su lugar algunas adaptaciones que competen, según la Constitución sobre la sagrada Liturgia, al Obispo diocesano o a la Conferencia de los Obispos [Cf. también CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia. Sacrosanctum Concilium, nn. 38, 40; PABLO VI , Const. Ap. Missale Romanum, supra.] (cf. nn. 387, 388-393).
26. Respecto a las variaciones y adaptaciones de más relieve, que sea preciso introducir para que la liturgia responda a las tradiciones e idiosincrasia de los pueblos y regiones, a tenor del artículo 40 de la Constitución de la Sagrada Liturgia, téngase en cuenta tanto lo que establece la Instrucción «Liturgia romana e inculturación» [CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Varietates legitimae, del 25 de enero de 1994: A.A.S. 87 (1995), pp. 288-314.], como lo expuesto más adelante (nn. 395-399).
La celebración eucarística permite una serie de posibilidades distintas en cuanto elección de ritos y textos. Es el sacerdote celebrante el que debe seleccionar lo más adecuado en orden a la mejor participación de los fieles, dentro de lo establecido por la autoridad de la Iglesia sobre el ordenamiento de la Liturgia.
CAPÍTULO II. ESTRUCTURA DE LA MISA. SUS ELEMENTOS Y PARTES
I. ESTRUCTURA GENERAL DE LA MISA
27. En la Misa o Cena del Señor el pueblo de Dios es congregado, bajo la presidencia del sacerdote, que actúa en la persona de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 5; Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 33]. De ahí que sea eminentemente válida, cuando se habla de la asamblea local de la santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la cruz [Cf. CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, Doctr. sobre el santo sacrificio de la Misa, cap. 1: DS 1740; cf. PABLO VI, Solemne profesión de fe, del 30 de junio de 1968, n. 24: A.A.S. 60 (1968), p. 442], Cristo está realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra y ciertamente de una manera sustancial y permanente en las especies eucarísticas [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 7; PABLO VI, Carta Encíclica Mysterium Fidei, del 3 de sept. de 1965: A.A.S. 57 (1965), p. 764; S. CONG. DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 9: A.A.S. 59 (1967), p. 547].
II. DIVERSOS ELEMENTOS DE LA MISA
Lectura de la palabra de Dios y su explicación
29. Cuando se leen en la Iglesia las sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio. Por eso las lecturas de la palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia un elemento de la mayor importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración. Y aunque la palabra divina, en las lecturas de la Sagrada Escritura, va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos y está al alcance de su entendimiento, sin embargo, una mejor inteligencia y eficacia se ven favorecidas con una explicación viva, es decir, con la homilía, como parte que es de la acción litúrgica [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 7, 33, 52].
CAPÍTULO II. ESTRUCTURA DE LA MISA. SUS ELEMENTOS Y PARTES
I. ESTRUCTURA GENERAL DE LA MISA
27. En la Misa o Cena del Señor el pueblo de Dios es congregado, bajo la presidencia del sacerdote, que actúa en la persona de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 5; Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 33]. De ahí que sea eminentemente válida, cuando se habla de la asamblea local de la santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la cruz [Cf. CONC. ECUM. DE TRENTO, Sesión XXII, Doctr. sobre el santo sacrificio de la Misa, cap. 1: DS 1740; cf. PABLO VI, Solemne profesión de fe, del 30 de junio de 1968, n. 24: A.A.S. 60 (1968), p. 442], Cristo está realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra y ciertamente de una manera sustancial y permanente en las especies eucarísticas [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 7; PABLO VI, Carta Encíclica Mysterium Fidei, del 3 de sept. de 1965: A.A.S. 57 (1965), p. 764; S. CONG. DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 9: A.A.S. 59 (1967), p. 547].
En la Misa actúa siempre el "Christus totus". Es su presencia fundamental en el mundo.
28. La Misa podemos decir que consta de dos partes: la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 56; S. CONG. DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 3: A.A.S. 59 (1967), p. 542], ya que en la Misa se dispone la mesa, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran instrucción y alimento [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 48, 51; Const. dogm. sobre la Revelación divina, Dei Verbum, n. 21; Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 4]. Otros ritos abren y concluyen la celebración.
28. La Misa podemos decir que consta de dos partes: la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 56; S. CONG. DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 3: A.A.S. 59 (1967), p. 542], ya que en la Misa se dispone la mesa, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran instrucción y alimento [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 48, 51; Const. dogm. sobre la Revelación divina, Dei Verbum, n. 21; Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 4]. Otros ritos abren y concluyen la celebración.
La Misa es un sólo acto de culto con dos partes: liturgia de la palabra (lecturas) y liturgia eucarística (presentación de las ofrendas, plegaria eucarística y comunión), va precedida del rito de entrada y acaba con el rito de conclusión.
II. DIVERSOS ELEMENTOS DE LA MISA
Lectura de la palabra de Dios y su explicación
29. Cuando se leen en la Iglesia las sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio. Por eso las lecturas de la palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia un elemento de la mayor importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración. Y aunque la palabra divina, en las lecturas de la Sagrada Escritura, va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos y está al alcance de su entendimiento, sin embargo, una mejor inteligencia y eficacia se ven favorecidas con una explicación viva, es decir, con la homilía, como parte que es de la acción litúrgica [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 7, 33, 52].
La Liturgia de la Palabra hace presente a Dios, Cristo, Maestro, que enseña a su Pueblo y a todos los hombres. La homilía está íntimamente relacionada con la proclamación de la Palabra de Dios, a la que sirve, favoreciendo su mayor entendimiento.
Oraciones y otras partes que corresponden al sacerdote
30. Entre las atribuciones del sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria eucarística, que es el vértice de toda la celebración. Hay que añadir a ésta las oraciones, es decir, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración después de la Comunión. Estas oraciones las dirige a Dios el sacerdote que preside la asamblea actuando en la persona de Cristo, en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 33]. Con razón, pues, se denominan «oraciones presidenciales».
El sacerdote, actuando en la persona de Cristo Cabeza, preside la celebración eucarística y tiene como propias la Plegaria Eucarística -centro de la Liturgia eucarística- y las oraciones colecta -culmen del rito de entrada-, la oración sobre las ofrendas -culmen del rito del ofertorio-, y la de postcomunión, resumen del rito de la comunión.
31. Igualmente corresponde al sacerdote, en cuanto que ejerce el cargo de presidente de la asamblea reunida, decir algunas moniciones y fórmulas de introducción y conclusión previstas en el mismo rito. Donde las rúbricas lo establecen, al celebrante le es lícito adaptarlas hasta cierto punto para que se ajusten a la comprensión de los participantes; el sacerdote, sin embargo, procure guardar siempre el sentido de la monición que se propone en el Misal y expresarlo en pocas palabras. Compete asimismo al sacerdote que preside moderar la celebración de la palabra de Dios y dar la bendición final. También le está permitido introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras, tras el saludo inicial y antes del acto penitencial; en la liturgia de la palabra, antes de las lecturas; en la Plegaria eucarística, antes del prefacio, pero nunca dentro de la misma; igualmente, dar por concluida la entera acción sagrada, antes de la fórmula de despedida.
Oraciones y otras partes que corresponden al sacerdote
30. Entre las atribuciones del sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria eucarística, que es el vértice de toda la celebración. Hay que añadir a ésta las oraciones, es decir, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración después de la Comunión. Estas oraciones las dirige a Dios el sacerdote que preside la asamblea actuando en la persona de Cristo, en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 33]. Con razón, pues, se denominan «oraciones presidenciales».
El sacerdote, actuando en la persona de Cristo Cabeza, preside la celebración eucarística y tiene como propias la Plegaria Eucarística -centro de la Liturgia eucarística- y las oraciones colecta -culmen del rito de entrada-, la oración sobre las ofrendas -culmen del rito del ofertorio-, y la de postcomunión, resumen del rito de la comunión.
31. Igualmente corresponde al sacerdote, en cuanto que ejerce el cargo de presidente de la asamblea reunida, decir algunas moniciones y fórmulas de introducción y conclusión previstas en el mismo rito. Donde las rúbricas lo establecen, al celebrante le es lícito adaptarlas hasta cierto punto para que se ajusten a la comprensión de los participantes; el sacerdote, sin embargo, procure guardar siempre el sentido de la monición que se propone en el Misal y expresarlo en pocas palabras. Compete asimismo al sacerdote que preside moderar la celebración de la palabra de Dios y dar la bendición final. También le está permitido introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras, tras el saludo inicial y antes del acto penitencial; en la liturgia de la palabra, antes de las lecturas; en la Plegaria eucarística, antes del prefacio, pero nunca dentro de la misma; igualmente, dar por concluida la entera acción sagrada, antes de la fórmula de despedida.
Al sacerdote que preside la celebración le compete hacer breves moniciones: después del saludo inicial, antes de las lecturas, antes del prefacio, y antes de la despedida. Él modera la liturgia de la Palabra y, cuando conviene, predica la homilía.
32. La naturaleza de las intervenciones «presidenciales» exige que se pronuncien claramente y en voz alta, y que todos las escuchen atentamente [Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, n. 14: A.A.S. 59 (1967), p. 304]. Por consiguiente, mientras interviene el sacerdote, no se cante ni se rece otra cosa, y estén igualmente en silencio el órgano y cualquier otro instrumento musical.
33. El sacerdote no sólo pronuncia oraciones como presidente, en nombre de la Iglesia y de la comunidad reunida, sino que también algunas veces lo hace a título personal, para poder cumplir con su ministerio con mayor atención y piedad. Estas oraciones, que se proponen antes de la lectura del evangelio, en la preparación de los dones, y antes y después de la comunión del sacerdote, se dicen en secreto.
32. La naturaleza de las intervenciones «presidenciales» exige que se pronuncien claramente y en voz alta, y que todos las escuchen atentamente [Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, n. 14: A.A.S. 59 (1967), p. 304]. Por consiguiente, mientras interviene el sacerdote, no se cante ni se rece otra cosa, y estén igualmente en silencio el órgano y cualquier otro instrumento musical.
33. El sacerdote no sólo pronuncia oraciones como presidente, en nombre de la Iglesia y de la comunidad reunida, sino que también algunas veces lo hace a título personal, para poder cumplir con su ministerio con mayor atención y piedad. Estas oraciones, que se proponen antes de la lectura del evangelio, en la preparación de los dones, y antes y después de la comunión del sacerdote, se dicen en secreto.
Las oraciones y moniciones (si las hay) que corresponden sólo al sacerdote como celebrante principal que preside son: saludo y monición de entrada e invitación al acto penitencial, oración colecta, monición antes de las lecturas y homilía, monición introductoria y oración conclusiva de la oración de los fieles, oración sobre las ofrendas, monición antes de la plegaría eucarística y recitación de la plegaria eucarística, invitación al Padre nuestro, oración después de la comunión, monición de despedida y bendición final.
Estas intervenciones requieren en su pronunciación claridad y tono alto de voz, sin que nada (cantos, rezos, acciones, etc.) pueda distraer la atención de los fieles.
Hay otras oraciones prescritas para el sacerdote personalmente, que se dicen en secreto. Es decir, no las tienen que oír los fieles, es algo personal del sacerdote con Dios.
Otras fórmulas que se usan en la celebración
34. Puesto que la celebración de la Misa, por su propia naturaleza, tiene carácter «comunitario» [Cf. CONC. ECU M. VAT. II, Const sobre la sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, nn. 26-27; S. CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 3 d: A.A.S. 59 (1967), p. 542], tienen una gran fuerza los diálogos entre el sacerdote y los fieles congregados, y asimismo las aclamaciones [ Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 30]. Ya que no son solamente señales externas de una celebración común, sino que fomentan y realizan la comunión entre el sacerdote y el pueblo.
35. Las aclamaciones y respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a sus oraciones constituyen precisamente aquel grado de participación activa que, en cualquier forma de Misa, se exige de los fieles reunidos para que quede así expresada y fomentada la acción de toda la comunidad [Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, n. 16 a: A.A.S. 59 (1967), p. 305].
Otras fórmulas que se usan en la celebración
34. Puesto que la celebración de la Misa, por su propia naturaleza, tiene carácter «comunitario» [Cf. CONC. ECU M. VAT. II, Const sobre la sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, nn. 26-27; S. CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 3 d: A.A.S. 59 (1967), p. 542], tienen una gran fuerza los diálogos entre el sacerdote y los fieles congregados, y asimismo las aclamaciones [ Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 30]. Ya que no son solamente señales externas de una celebración común, sino que fomentan y realizan la comunión entre el sacerdote y el pueblo.
35. Las aclamaciones y respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a sus oraciones constituyen precisamente aquel grado de participación activa que, en cualquier forma de Misa, se exige de los fieles reunidos para que quede así expresada y fomentada la acción de toda la comunidad [Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, n. 16 a: A.A.S. 59 (1967), p. 305].
El carácter dialogado de muchas partes de la Misa expresan la comunión y son un signo de la participación activa de todos los fieles congregados en la celebración eucarística.
36. Otras partes que son muy útiles para manifestar y favorecer la activa participación de los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea convocada, son, sobre todo, el acto penitencial, la profesión de fe, la oración de los fieles y la Oración dominical.
37. Finalmente, en cuanto a otras fórmulas:
a) Algunas tienen por sí mismas el valor de rito o de acto; por ejemplo, el Gloria, el salmo responsorial, el Aleluya y el versículo antes del Evangelio, el Santo, la aclamación de la anámnesis, el canto después de la Comunión;
b) Otras, en cambio, simplemente acompañan a un rito, como los cantos de entrada, del ofertorio, de la fracción (Cordero de Dios) y de la Comunión.
36. Otras partes que son muy útiles para manifestar y favorecer la activa participación de los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea convocada, son, sobre todo, el acto penitencial, la profesión de fe, la oración de los fieles y la Oración dominical.
37. Finalmente, en cuanto a otras fórmulas:
a) Algunas tienen por sí mismas el valor de rito o de acto; por ejemplo, el Gloria, el salmo responsorial, el Aleluya y el versículo antes del Evangelio, el Santo, la aclamación de la anámnesis, el canto después de la Comunión;
b) Otras, en cambio, simplemente acompañan a un rito, como los cantos de entrada, del ofertorio, de la fracción (Cordero de Dios) y de la Comunión.
Se recogen en estos números la distinta importancia que tienen determinadas oraciones, ritos, aclamaciones o cantos respecto a la participación activa de los fieles: digamos que los fieles son los protagonistas principales en el acto penitencial, Credo (cuando se prescribe), oración de los fieles y Padre nuestro; son interpelados los fieles a cantar o aclamar en los ritos del Gloria (cuando está indicado), la respuesta al salmo responsorial, el Aleluya o en Cuaresma el verso (para preparar la proclamación del Evangelio), la aclamación después de la Consagración (como un acto de fe ante Cristo ya presente), y el canto después de la Comunión, que mueve a la unión íntima con Jesús. Por último, para favorecer la participación están los cantos de entrada, del ofertorio, el Cordero de Dios y el que acompaña a la comunión.
Modos de pronunciar los diversos textos
38. En los textos que han de pronunciar en voz alta y clara el sacerdote o el diácono o el lector o todos, la voz ha de corresponder a la índole del respectivo texto, según se trate de lectura, oración, monición, aclamación o canto; téngase también en cuenta la clase de celebración y la solemnidad de la asamblea. Y, naturalmente, de la índole de las diversas lenguas y caracteres de los pueblos.
En las rúbricas y normas que siguen, los vocablos «pronunciar» o «decir» deben entenderse lo mismo del canto que de los recitados, según los principios que acaban de enunciarse.
Modos de pronunciar los diversos textos
38. En los textos que han de pronunciar en voz alta y clara el sacerdote o el diácono o el lector o todos, la voz ha de corresponder a la índole del respectivo texto, según se trate de lectura, oración, monición, aclamación o canto; téngase también en cuenta la clase de celebración y la solemnidad de la asamblea. Y, naturalmente, de la índole de las diversas lenguas y caracteres de los pueblos.
En las rúbricas y normas que siguen, los vocablos «pronunciar» o «decir» deben entenderse lo mismo del canto que de los recitados, según los principios que acaban de enunciarse.
Hay distintos tonos de voz según se trate de unos textos litúrgicos o de otros, o cantos, etc. No es lo mismo recitar una oración que proclamar una lectura de la Palabra de Dios, entonar una aclamación o un canto, o hacer una monición.
39. Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando la venida de su Señor, que canten todos juntos con salmos, himnos y cánticos inspirados (cf. Col 3, 16). El canto es una señal de euforia del corazón (cf. Hch 2, 46). De ahí que san Agustín diga, con razón: «Cantar es propio de quien ama» [S. AGUSTÍN DE HIPONA, Sermón 336, 1: PL 38, 1472]; y viene de tiempos muy antiguos el famoso proverbio: «Quien bien canta, ora dos veces».
40. Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración de la Misa, siempre teniendo en cuenta el carácter de cada pueblo y las posibilidades de cada asamblea litúrgica; aunque no siempre sea necesario, por ejemplo en las misas feriales, usar el canto para todos los textos que de suyo se destinan a ser cantados, hay que procurar que de ningún modo falte el canto de los ministros y del pueblo en las celebraciones de los domingos y fiestas de precepto.
Al hacer la selección de lo que de hecho se va a cantar, se dará preferencia a las partes que tienen mayor importancia, sobre todo a aquellas que deben cantar el sacerdote, el diácono o el lector, con respuesta del pueblo; o el sacerdote y el pueblo al mismo tiempo [ Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, nn. 7, 16: A.A.S. 59 (1967), p. 302, 305].
39. Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando la venida de su Señor, que canten todos juntos con salmos, himnos y cánticos inspirados (cf. Col 3, 16). El canto es una señal de euforia del corazón (cf. Hch 2, 46). De ahí que san Agustín diga, con razón: «Cantar es propio de quien ama» [S. AGUSTÍN DE HIPONA, Sermón 336, 1: PL 38, 1472]; y viene de tiempos muy antiguos el famoso proverbio: «Quien bien canta, ora dos veces».
40. Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración de la Misa, siempre teniendo en cuenta el carácter de cada pueblo y las posibilidades de cada asamblea litúrgica; aunque no siempre sea necesario, por ejemplo en las misas feriales, usar el canto para todos los textos que de suyo se destinan a ser cantados, hay que procurar que de ningún modo falte el canto de los ministros y del pueblo en las celebraciones de los domingos y fiestas de precepto.
Al hacer la selección de lo que de hecho se va a cantar, se dará preferencia a las partes que tienen mayor importancia, sobre todo a aquellas que deben cantar el sacerdote, el diácono o el lector, con respuesta del pueblo; o el sacerdote y el pueblo al mismo tiempo [ Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, nn. 7, 16: A.A.S. 59 (1967), p. 302, 305].
El canto es un elemento importantísimo en la Liturgia, que perfecciona el "ars celebrandi" lo embellece y le da una especial solemnidad. Por eso es muy aconsejable que los domingos y solemnidades se preparen la partes de la Misa que se van a cantar, tanto por parte del celebrante, como del coro, de tal manera que puedan participar adecuadamente los fieles que asistan. Los días de diario el canto del Aleluya o verso antes del Evangelio, como de la aclamación después de la Consagración realzan los dos momentos más importantes de la celebración.
41. En igualdad de circunstancias, hay que darle el primer lugar al canto gregoriano, al que se le reserva un puesto de honor entre todos los demás como propio de la Liturgia romana. No se excluyen de ningún modo otros géneros de música sagrada, sobre todo la polifonía, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica y favorezcan la participación de todos los fieles [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 116; cf. también ibidem, n. 30].
Y, ya que es cada día más frecuente el encuentro de fieles de diversas nacionalidades, conviene que esos mismos fieles sepan cantar todos a una en latín algunas de las partes del Ordinario de la Misa, sobre todo el símbolo de la fe y la Oración dominical en sus melodías más fáciles [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 54; S. CONGR. DE RITOS, Inter Œcumenici, del 26 de septiembre de 1964, n. 59: A.A.S. 56 (1964), p. 891; Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, n. 47: A.A.S. 59 (1967), p. 314].
41. En igualdad de circunstancias, hay que darle el primer lugar al canto gregoriano, al que se le reserva un puesto de honor entre todos los demás como propio de la Liturgia romana. No se excluyen de ningún modo otros géneros de música sagrada, sobre todo la polifonía, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica y favorezcan la participación de todos los fieles [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 116; cf. también ibidem, n. 30].
Y, ya que es cada día más frecuente el encuentro de fieles de diversas nacionalidades, conviene que esos mismos fieles sepan cantar todos a una en latín algunas de las partes del Ordinario de la Misa, sobre todo el símbolo de la fe y la Oración dominical en sus melodías más fáciles [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 54; S. CONGR. DE RITOS, Inter Œcumenici, del 26 de septiembre de 1964, n. 59: A.A.S. 56 (1964), p. 891; Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, n. 47: A.A.S. 59 (1967), p. 314].
El canto gregoriano es -por excelencia- el canto más propio de la Liturgia romana, aunque no excluyente. De tal manera que se aconseja vivamente que los fieles lo conozcan al menos para cantar en latín algunas partes de la Misa como el Credo y el Pater noster.
Gestos y posturas corporales
42. El gesto y la postura corporal, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben contribuir a que toda la celebración resplandezca por su decoro y noble sencillez, de manera que pueda percibirse el verdadero y pleno significado de sus diversas partes y se favorezca la participación de todos [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 30 y 34; cf. también ibidem n. 21]. Habrá que tomar en consideración, por consiguiente, lo establecido por esta Ordenación general, cuanto proviene de la praxis secular del Rito romano y lo que aproveche al bien común espiritual del pueblo de Dios, más que al gusto o parecer privados. La postura corporal que han de observar todos los que toman parte en la celebración, es un signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para celebrar la sagrada Liturgia, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes.
Las posturas y gestos en la celebración son manifestaciones de decoro, sencillez y unidad. Se han de interpretar según lo establecido por la Ordenación General del Misal Romano, las rúbricas del Misal y la tradición del rito romano.
43. Los fieles estén de pie: desde el principio del canto de entrada, o mientras el sacerdote se acerca al altar, hasta el final de la oración colecta; al canto del Aleluya que precede al Evangelio; durante la proclamación del mismo Evangelio; durante la profesión de fe y la oración de los fieles; y también desde la invitación Orad hermanos que precede a la oración sobre las ofrendas hasta el final de la Misa, excepto en los momentos que luego se enumeran.
En cambio, estarán sentados durante las lecturas y el salmo responsorial que preceden al Evangelio; durante la homilía, y mientras se hace la preparación de los dones en el ofertorio; también, según la oportunidad, a lo largo del sagrado silencio que se observa después de la Comunión.
Estarán de rodillas durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra causa razonable. Y, los que no pueden arrodillarse en la consagración, harán una profunda inclinación mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella.
Corresponde, no obstante, a la Conferencia de los Obispos según la norma del derecho, adaptar los gestos y posturas descritos en el Ordinario de la Misa, según la índole y las razonables tradiciones de cada pueblo [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 40; CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Varietates legitimae, del 25 de enero de 1994: A.A.S. 87 (1995), p. 304]. Pero siempre se habrá de procurar que haya una correspondencia adecuada con el sentido e índole de cada parte de la celebración. Allí donde sea costumbre que el pueblo permanezca de rodillas desde que termina la aclamación del Santo hasta el final de la plegaria eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice: Éste es el Cordero de Dios, es loable que dicha costumbre se mantenga.
Para conseguir la uniformidad en los gestos y posturas dentro de una misma celebración, los fieles seguirán las moniciones que pronuncian el diácono o el ministro laico o el sacerdote, según lo dispuesto en el Misal.
Gestos y posturas corporales
42. El gesto y la postura corporal, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben contribuir a que toda la celebración resplandezca por su decoro y noble sencillez, de manera que pueda percibirse el verdadero y pleno significado de sus diversas partes y se favorezca la participación de todos [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 30 y 34; cf. también ibidem n. 21]. Habrá que tomar en consideración, por consiguiente, lo establecido por esta Ordenación general, cuanto proviene de la praxis secular del Rito romano y lo que aproveche al bien común espiritual del pueblo de Dios, más que al gusto o parecer privados. La postura corporal que han de observar todos los que toman parte en la celebración, es un signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para celebrar la sagrada Liturgia, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes.
Las posturas y gestos en la celebración son manifestaciones de decoro, sencillez y unidad. Se han de interpretar según lo establecido por la Ordenación General del Misal Romano, las rúbricas del Misal y la tradición del rito romano.
43. Los fieles estén de pie: desde el principio del canto de entrada, o mientras el sacerdote se acerca al altar, hasta el final de la oración colecta; al canto del Aleluya que precede al Evangelio; durante la proclamación del mismo Evangelio; durante la profesión de fe y la oración de los fieles; y también desde la invitación Orad hermanos que precede a la oración sobre las ofrendas hasta el final de la Misa, excepto en los momentos que luego se enumeran.
En cambio, estarán sentados durante las lecturas y el salmo responsorial que preceden al Evangelio; durante la homilía, y mientras se hace la preparación de los dones en el ofertorio; también, según la oportunidad, a lo largo del sagrado silencio que se observa después de la Comunión.
Estarán de rodillas durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra causa razonable. Y, los que no pueden arrodillarse en la consagración, harán una profunda inclinación mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella.
Corresponde, no obstante, a la Conferencia de los Obispos según la norma del derecho, adaptar los gestos y posturas descritos en el Ordinario de la Misa, según la índole y las razonables tradiciones de cada pueblo [Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 40; CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Varietates legitimae, del 25 de enero de 1994: A.A.S. 87 (1995), p. 304]. Pero siempre se habrá de procurar que haya una correspondencia adecuada con el sentido e índole de cada parte de la celebración. Allí donde sea costumbre que el pueblo permanezca de rodillas desde que termina la aclamación del Santo hasta el final de la plegaria eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice: Éste es el Cordero de Dios, es loable que dicha costumbre se mantenga.
Para conseguir la uniformidad en los gestos y posturas dentro de una misma celebración, los fieles seguirán las moniciones que pronuncian el diácono o el ministro laico o el sacerdote, según lo dispuesto en el Misal.
La postura general en la celebración de la Misa por parte de los fieles es estar de pie, que es la postura del orante. Sólo se cambia en la escucha de la palabra de Dios (lecturas y salmo, homilía) que se hace sentados, excepto el Evangelio (desde el Aleluya) que se escucha de pie; y en la adoración de la Eucaristía durante la Consagración, que se hace de rodillas.
44. Entre los gestos se comprenden también algunas acciones y procesiones en las que el sacerdote con el diácono y los ministros se acerca al altar; el diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva consigo al ambón el Evangeliario o Libro de los evangelios; los fieles llevan al altar los dones, y se acercan a la Comunión. Conviene que estas acciones y procesiones se realicen en forma decorosa, mientras se cantan los textos correspondientes, según las normas establecidas en cada caso.
El silencio
45. También, como parte de la celebración, ha de guardarse, a su tiempo, el silencio sagrado [Cf. CONO. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 30; S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, n. 17: A.A.S. 59 (1967), p. 305]. La naturaleza de este silencio depende del momento de la Misa en que se observa. Así, en el acto penitencial y después de la invitación a orar, los presentes se recojan en su interior; al terminar la lectura o la homilía, mediten brevemente sobre lo que han oído; y después de la Comunión, alaben a Dios en su corazón y oren.
Es laudable que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la iglesia, en la sacristía, y en los lugares más próximos, a fin de que todos puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas.
44. Entre los gestos se comprenden también algunas acciones y procesiones en las que el sacerdote con el diácono y los ministros se acerca al altar; el diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva consigo al ambón el Evangeliario o Libro de los evangelios; los fieles llevan al altar los dones, y se acercan a la Comunión. Conviene que estas acciones y procesiones se realicen en forma decorosa, mientras se cantan los textos correspondientes, según las normas establecidas en cada caso.
Las procesiones que tienen lugar durante la celebración eucarística deben hacerse de modo ordenado, con decoro y sobriedad, y que vayan acompañadas por los cantos más adecuados.
El silencio
45. También, como parte de la celebración, ha de guardarse, a su tiempo, el silencio sagrado [Cf. CONO. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 30; S. CONGR. DE RITOS, Instr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967, n. 17: A.A.S. 59 (1967), p. 305]. La naturaleza de este silencio depende del momento de la Misa en que se observa. Así, en el acto penitencial y después de la invitación a orar, los presentes se recojan en su interior; al terminar la lectura o la homilía, mediten brevemente sobre lo que han oído; y después de la Comunión, alaben a Dios en su corazón y oren.
Es laudable que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la iglesia, en la sacristía, y en los lugares más próximos, a fin de que todos puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas.
El silencio sagrado está previsto en la Liturgia como una necesidad de recogimiento e intimidad personal con Dios: antes de la celebración, como una preparación a la misma; en el acto penitencial, para facilitar la contrición y conversión; después del Evangelio o la homilía, para meditar brevemente la Palabra de Dios; después de la comunión, para fomentar la oración íntima y amorosa con Jesús. Al final de la Misa es muy recomendable para favorecer la acción de gracias.
III. LAS DIVERSAS PARTES DE LA MISA
A) Ritos iniciales
46. Los ritos que preceden a la liturgia de la palabra, es decir, el canto de entrada, el saludo, el acto penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria y la oración colecta, tienen el carácter de exordio, introducción y preparación. Su finalidad es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunión y se dispongan a oír como conviene la palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.
En algunas celebraciones que, según las normas de los libros litúrgicos, se unen con la Misa, han de omitirse los ritos iniciales o se realizan de un modo peculiar.
III. LAS DIVERSAS PARTES DE LA MISA
A) Ritos iniciales
46. Los ritos que preceden a la liturgia de la palabra, es decir, el canto de entrada, el saludo, el acto penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria y la oración colecta, tienen el carácter de exordio, introducción y preparación. Su finalidad es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunión y se dispongan a oír como conviene la palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.
En algunas celebraciones que, según las normas de los libros litúrgicos, se unen con la Misa, han de omitirse los ritos iniciales o se realizan de un modo peculiar.
Nos introducimos en la celebración de la Misa a través de los ritos iniciales que preparan a los fieles congregados para participar activamente en la escucha de la Palabra de Dios y en el sacrificio eucarístico. Estos ritos se omiten cuando esta preparación se hace en una celebración anterior, como, por ejemplo, el domingo de ramos con la conmemoración de la entrada de Jesús en Jerusalén, o cuando antecede la celebración de la Liturgia de las Horas. El rito de entrada se realiza de modo peculiar, por ejemplo, en la celebración del Bautismo, etc.
Canto de entrada
47. Reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono y los ministros, se comienza el canto de entrada. El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido e introducirles en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y acompañar la procesión del sacerdote y los ministros.
48. El canto de entrada lo entona la schola y el pueblo, o un cantor y el pueblo, o todo el pueblo, o solamente la schola. Pueden emplearse para este canto o la antífona con su salmo, como se encuentran en el Gradual romano o en el Gradual simple, u otro canto acomodado a la acción sagrada o a la índole del día o del tiempo litúrgico, con un texto aprobado por la Conferencia de los Obispos [Cf. JUAN PABLO II, Carta Ap. Dies Domini, del 31 de mayo de 1998, n. 50: A.A.S. 90 (1998), p. 745].
Si no hay canto de entrada, los fieles o algunos de ellos o un lector recitarán la antífona que aparece en el Misal. Si esto no es posible, la recitará al menos el mismo sacerdote, quien también puede adaptarla a modo de monición inicial (cfr. n. 31).
Canto de entrada
47. Reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono y los ministros, se comienza el canto de entrada. El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido e introducirles en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y acompañar la procesión del sacerdote y los ministros.
48. El canto de entrada lo entona la schola y el pueblo, o un cantor y el pueblo, o todo el pueblo, o solamente la schola. Pueden emplearse para este canto o la antífona con su salmo, como se encuentran en el Gradual romano o en el Gradual simple, u otro canto acomodado a la acción sagrada o a la índole del día o del tiempo litúrgico, con un texto aprobado por la Conferencia de los Obispos [Cf. JUAN PABLO II, Carta Ap. Dies Domini, del 31 de mayo de 1998, n. 50: A.A.S. 90 (1998), p. 745].
Si no hay canto de entrada, los fieles o algunos de ellos o un lector recitarán la antífona que aparece en el Misal. Si esto no es posible, la recitará al menos el mismo sacerdote, quien también puede adaptarla a modo de monición inicial (cfr. n. 31).
La celebración de la Misa se abre con el canto de entrada que tiene dos dimensiones la vertical de elevación a Dios y la horizontal de unidad de todos fieles congregados, con el contenido singular y concreto de la fiesta o tiempo litúrgico particular, propio de la celebración.
La iniciativa del canto corresponde al coro, el fiel o fieles responsable de este ministerio. El canto acompaña a la procesión de entrada hasta el momento en que el celebrante saluda al pueblo.
Si no hay canto -días laborables entre semana- se recita la antífona de entrada por parte de los fieles o el lector. En último término es el celebrante el que la recita, pudiéndolo hacer como monición después del saludo.
Lo mejor es la participación del pueblo es este rito, para lo que deben disponer de las partituras o textos convenientes.
Saludo al altar y al pueblo congregado
49. El sacerdote, el diácono y los ministros, cuando llegan al presbiterio, saludan al altar con una inclinación profunda.
El sacerdote y el diácono, después, besan el altar como signo de veneración; y el sacerdote, según los casos, inciensa la cruz y el altar.
50. Terminado el canto de entrada, el sacerdote, de pie junto a la sede, y toda la asamblea hacen la señal de la cruz; a continuación el sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada.
Terminado el saludo al pueblo, el sacerdote o el diácono o un ministro laico puede introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras.
La iniciativa del canto corresponde al coro, el fiel o fieles responsable de este ministerio. El canto acompaña a la procesión de entrada hasta el momento en que el celebrante saluda al pueblo.
Si no hay canto -días laborables entre semana- se recita la antífona de entrada por parte de los fieles o el lector. En último término es el celebrante el que la recita, pudiéndolo hacer como monición después del saludo.
Lo mejor es la participación del pueblo es este rito, para lo que deben disponer de las partituras o textos convenientes.
Saludo al altar y al pueblo congregado
49. El sacerdote, el diácono y los ministros, cuando llegan al presbiterio, saludan al altar con una inclinación profunda.
El sacerdote y el diácono, después, besan el altar como signo de veneración; y el sacerdote, según los casos, inciensa la cruz y el altar.
50. Terminado el canto de entrada, el sacerdote, de pie junto a la sede, y toda la asamblea hacen la señal de la cruz; a continuación el sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada.
Terminado el saludo al pueblo, el sacerdote o el diácono o un ministro laico puede introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras.
En el caso que el sagrario presida la iglesia se hace genuflexión al Santísimo Sacramento, en lugar de la veneración al altar, y luego se besa el altar y el celebrante se dirige a la sede, desde donde va a presidir los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, excepto si él tiene que proclamar el Evangelio.
Acto penitencial
51. Después el sacerdote invita al acto penitencial, que, tras una breve pausa de silencio, realiza toda la comunidad con la fórmula de la confesión general y se termina con la absolución del sacerdote, que no tiene la eficacia propia del sacramento de la Penitencia.
Los domingos, sobre todo en el tiempo pascual, en lugar del acto penitencial acostumbrado, puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del bautismo [Cf. infra, Apéndice, Rito de la Bendición y Aspersión del Agua].
Acto penitencial
51. Después el sacerdote invita al acto penitencial, que, tras una breve pausa de silencio, realiza toda la comunidad con la fórmula de la confesión general y se termina con la absolución del sacerdote, que no tiene la eficacia propia del sacramento de la Penitencia.
Los domingos, sobre todo en el tiempo pascual, en lugar del acto penitencial acostumbrado, puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del bautismo [Cf. infra, Apéndice, Rito de la Bendición y Aspersión del Agua].
El acto penitencial tiene como finalidad mover a la contrición y a la purificación del alma y así estar mejor dispuestos para participar activamente en la Misa y recibir sus abundantes frutos. Es evidente que con conciencia grave de pecado hay que acudir a la confesión sacramental. El rito penitencial más adecuado los domingos de Pascua es la bendición y aspersión del agua, que también puede hacerse cualquier domingo.
Señor, ten piedad
52. Después del acto penitencial, se dice el Señor, ten piedad, a no ser que éste haya formado ya parte del mismo acto penitencial. Siendo un canto con el que los fieles aclaman al Señor y piden su misericordia, regularmente habrán de hacerlo todos, es decir, tomarán parte en él el pueblo y la schola o un cantor.
Cada una de estas aclamaciones se repite, normalmente, dos veces, pero también cabe un mayor número de veces, según el genio de cada lengua o las exigencias del arte musical o de las circunstancias. Cuando se canta el Señor, ten piedad como parte del acto penitencial, a cada una de las aclamaciones se le antepone un «tropo».
Señor, ten piedad
52. Después del acto penitencial, se dice el Señor, ten piedad, a no ser que éste haya formado ya parte del mismo acto penitencial. Siendo un canto con el que los fieles aclaman al Señor y piden su misericordia, regularmente habrán de hacerlo todos, es decir, tomarán parte en él el pueblo y la schola o un cantor.
Cada una de estas aclamaciones se repite, normalmente, dos veces, pero también cabe un mayor número de veces, según el genio de cada lengua o las exigencias del arte musical o de las circunstancias. Cuando se canta el Señor, ten piedad como parte del acto penitencial, a cada una de las aclamaciones se le antepone un «tropo».
El canto del "Señor ten piedad" se puede hacer de dos maneras: dentro del acto penitencial o después de él. En el primer caso es la forma tercera del acto penitencial y a las invocaciones antecede unas palabras que mueven al arrepentimiento, con unos textos litúrgicos aprobados, que pueden variar según los tiempos litúrgicos. En el segundo caso las invocaciones se pueden repetir, dependiendo normalmente de la composición musical.
Gloria
53. El Gloria es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus súplicas. El texto de este himno no puede cambiarse por otro. Lo entona el sacerdote o, según los casos, el cantor o el coro, y lo cantan o todos juntos o el pueblo alternando con los cantores o sólo la schola. Si no se canta, al menos lo han de recitar todos, o juntos o a dos coros que se responden alternativamente.
Se canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones más solemnes.
Gloria
53. El Gloria es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus súplicas. El texto de este himno no puede cambiarse por otro. Lo entona el sacerdote o, según los casos, el cantor o el coro, y lo cantan o todos juntos o el pueblo alternando con los cantores o sólo la schola. Si no se canta, al menos lo han de recitar todos, o juntos o a dos coros que se responden alternativamente.
Se canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones más solemnes.
El Gloria se canta o recita cuando está prescrito y cuando una celebración reviste una especial solemnidad. No se puede sustituir por otro canto.
Oración colecta
54. A continuación, el sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un momento en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar «colecta», por medio de la cual se expresa la índole de la celebración. Siguiendo una antigua tradición de la Iglesia, la oración colecta suele dirigirse a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo [Cf. TERTULIANO, Adversus Marcionem, IV, 9: CCSL 1, p. 560; ORÍGENES, Disputatio cum Heracleida, n. 4, 24: SCh 67, p. 62; Statuta Concilii Hipponensis Breviata, 21: CCSL 149, p. 39] y se termina con la conclusión trinitaria, que es la más larga, del siguiente modo:
Si se dirige al Padre: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos;
Si se dirige al Padre, pero al fin de esta oración se menciona al Hijo: Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos;
Si se dirige al Hijo: Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.
El pueblo, para unirse a esta súplica, la hace suya con la aclamación: Amén.
En la Misa se dice siempre una única colecta.
Oración colecta
54. A continuación, el sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un momento en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar «colecta», por medio de la cual se expresa la índole de la celebración. Siguiendo una antigua tradición de la Iglesia, la oración colecta suele dirigirse a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo [Cf. TERTULIANO, Adversus Marcionem, IV, 9: CCSL 1, p. 560; ORÍGENES, Disputatio cum Heracleida, n. 4, 24: SCh 67, p. 62; Statuta Concilii Hipponensis Breviata, 21: CCSL 149, p. 39] y se termina con la conclusión trinitaria, que es la más larga, del siguiente modo:
Si se dirige al Padre: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos;
Si se dirige al Padre, pero al fin de esta oración se menciona al Hijo: Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos;
Si se dirige al Hijo: Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.
El pueblo, para unirse a esta súplica, la hace suya con la aclamación: Amén.
En la Misa se dice siempre una única colecta.
La oración colecta es la oración litúrgica propia del día, e indica lo que la Iglesia universal o local celebra. Siempre tiene un carácter trinitario. En la Misa sólo se puede rezar una oración colecta, aunque coincidan varias celebraciones en un mismo día, escogiendo la más apropiada. El silencio después de la invitación a orar tiene como finalidad favorecer en los fieles la presencia de Dios y demás disposiciones para la oración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No publico comentarios anónimos.