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miércoles, 4 de mayo de 2016

Ritual de Exequias (ed. renovada 1989). Presentación. Orientaciones doctrinales y pastorales del episcopado español.

Difuntos y Exequias

Ritual de Exequias

2ª edición renovada (1989)

COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA
PRESENTACIÓN

La muerte continúa siendo una dolorosa realidad, frente a la que no tienen respuesta ni los esfuerzos de la técnica ni el progreso de la ciencia. Sólo la Iglesia - y no por sí misma, sino en virtud de la luz que le viene de la revelación divina- es capaz de pronunciar una palabra de consuelo, anunciando la alegre noticia de la resurrección y restauración universal de la humanidad, iniciada ya en Cristo, el primogénito de los que han resucitado de entre los muertos (cf. Ap 1, 5).

Se comprende, pues, la importancia que tiene, para la auténtica "evangelización" del hombre, el que las celebraciones exequiales sean expresión clara de la fe de la Iglesia. Cuando los ritos de exequias se celebran con  la debida expresividad litúrgica, los cristianos practicantes encuentran consuelo en su dolor; e, incluso, aquellos otros bautizados que, posiblemente, se han ido alejando de la asidua y habitual participación en la plegaria de la fe hallarán, en más de una ocasión, motivos de reflexión y acicate para un saludable despertar espiritual.

La importancia que reviste la celebración de las exequias fue advertida por el Concilio Vaticano II. Por ello, y ante el hecho de que, con el correr del tiempo, se habían introducido en los rietos exequiales elementos queno respondían bien a la visión cristiana de lo que es el fin terreno del hombre, (1) el Concilio decretó que en el futuro, las exequias "debían expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana". (2) Así, en conformidad con esta determinación conciliar, la Sagrada Congregación para el Culto Divino promulgó un nuevo Ordo exsequiarum que debía sustituir al rito de las exequias que figuraba en el Ritual Romano de Paulo V. La Conferencia Episcipal Española, por su parte, promulgó, poco después, la correspondiente versión de este Ritual, que ha permitido mejorar nuestras celebraciones.

Pero hay que reconocer que no todo discurre aún como sería deseable. La experiencia de estos últimos años, en efecto, nos hace ver que se dan aún no pocas deficiencias en la celebración de las exequias, algunas de las cuales deben atribuirse incluso al mismo Ritual, sobre todo por su estructuración algún tanto complicada. Por ello, la Conferencia Episcopal Española promulga esta nueva edición del Ordo exsequiarum, con la que se hace más expresiva y, sobre todo, más fácil la celebración de las exequias.

Los diversos elementos del Ordo exsequiarum se han organizado y distribuido en esquemas completos, a la vez que se indican diferentes modos de celebración, según las posibilidades de cada comunidad; con ello, el libro resulta "más apropiado para el uso pastoral", (3) por cuanto el que preside las exequias no debe ir buscando cada parte celebrativa en un lugar distinto del Ritual. Además, teniendo presente que en los últimos años, sobre todo en las grandes ciudades, han desaparecido las procesiones de entierro, las tres estaciones de que consta habitualmente el rito exequial en España se han adaptado a las diversas posibilidades que se dan entre nosotros, sea en los pueblos rurales, donde las procesiones conservan toda su vigencia y significado, sea en las ciudades, donde por lo general las tres estaciones deben celebrarse en la misma iglesia: en el pórtico la primera y la tercera, en el interior del edificio la segunda.

Es de notar, también, que, ante la dificultad para que el pueblo cante en la celebración de las exequias, se ofrece también, en esquemas distintos, la celebración del entierro sin cantos, con algunos textos que suplan, por lo menos en parte, el contenido fundamental de los cantos de la celebración.

Por otra parte, de acuerdo con la directriz conciliar de que el rito exequial "exprese más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana", (4) en esta nueva edición, se han revalorizado especialmente la presencia en las exequias de los salmos 113 y 117, que son, sin duda, los textossálmicos mayores de la celebración de la muerte cristiana y los que dan a esta celebración su más claro sentido pascual. Estos dos salmos constituyeron, ya desde los orígenes, el nucleo de lacelebración exequial pero  dejaron de usarse, en casi todas partes, en los siglos XIII y XIV; aunque en España se conservaron, como los cantos típicos del entierro, por lo menos hasta el siglo XVI. Ahora, pues, con el relieve que el ritual restituye a estos dos salmos, por una parte, se cumplirá la recomendación de los Praenotanda del Ritual, que exorta a los pastores a que "procuren que sus comunidades comprendan los salmos que se proponen para la liturgia exequial, por lo menos algunos de ellos", (5) y, por otra, el Ritual se sitúa  en la línea de continuidad con una de las más expresivas tradiciones de nuestra Iglesia particular, más fiel en este detalle que muchas otras que perdieron, antes que nosotros, esta importante expresión del sentido pascual de la muerte. Como, por otra parte, estos dos salmos, en la mayoría de los entierros, no será posible cantarlos, han sido como parafraseados en una letanía, para que no falte su contenido ni enlas celebraciones más simples.

Con el deseo y la esperanza de que esta nueva edición, mejor estructurada y enriquecida además con numerosos textos que antes no existían, ayude a los sacerdotes y diáconos a ejercer mejor su ministerio de presidir las exequias y ofrezca al conjunto de los fieles una visión más clara de la victoria de Cristo sobre la muerte, tal como la celebra la Iglesia al despedir a sus difuntos, ofrecemos a nuestras comunidades este nuevo e importante instrumento de pastoral litúrgica.

Madrid, 29 de junio de 1989.
Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo.

MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN
Cardenal Arzobispo de Toledo
Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia

(1) Cf. Constitución Sacrosantum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 21.
(2) Ibid., núm. 81.
(3) Praenotanda, núm. 21, f.
(4) Constitución Sacrosantum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 81.
(5) Praenotanda, núm. 12.

ORIENTACIONES DOCTRINALES Y  PASTORALES DEL EPISCOPADO ESPAÑOL

I. LA MUERTE DEL CRISTIANO

1. La utilización pastoral del Ritual de exequias exige penetrar más y más en el genuino concepto cristiano de la muerte, sintetizado en estas palabras del Concilio Vaticano II: "El enigma de la condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte. Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, enseñadapor la divina Revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, que sobrepsa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe cristiana enseña que la misma muerte corporal será vencida cuando el Salvador, omnipotente y misericordioso, restituya al hombre la salvación perdida por su culpa. Dios llamó y llama al hombre para que, en una perpetua asociación de incorruptible vida divina, se adhiera a él con la total plenitud de su naturaleza. Y esa victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre de la muerte con su propia muerte" (1)

(1) CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, núm. 18.

La fe cristiana ante la muerte

2. La fe cristiana nada pretende enseñarnos acerca de la naturaleza biológica de la muerte ni sobre su esencia metafísica, sino que nos ilumina su sentido último, en la economía salvífica de Dios. La fe nos dice qué papel juega el fenómeno universal y enigmático de la muerte en el plan divino de la salvación que tiene trazado sobre todos loshombres

Los datos de la revelación

3. Dios no ha desvelado de golpe el significado de esa realidad tremenda que es la muerte y el misterio del más allá; lo ha hecho poco a poco, de un modo progresivo hasta llegar a la revelación definitiva -pero no por ello menos miesteriosa- en y por la muerte de Cristo. A esta evolución progresiva se debe que encontremos en algunas páginas del Antiguo Testamento expresiones que chocan con nuestra mentalidad cristiana. Pero a pesar de las sombras, el Antiguo Testamento está penetrado de una luminosa convicción de que el Dios vivo exterminará radicalmente la realidad de la muerte.

4. Las grandes líneas de la revelación de la Antigua Alianza convergen, trascendiéndose, en el Nuevo Testamento hacia el misterio de la muerte de Cristo. Todo lo que podamos decir como cristianos acerca de la muerte lo debemos referir siempre a la muerte de Cristo. En ella, advertimos una dimensión personal, ya que Cristo asumió libremente la muerte; una orientación comunitaria, puesto que él murió por nosotros, por todos los hombres; y una relación con la misma muerte, porque el triunfó totalmente sobre su poder.

5. La Resurrección es lo que da sentido final a la muerte de Cristo. A partir de la realidad del misterio pascual, la relación de los hombres con la muerte cambia de signo. Cristo vencedor ilumina a "los  que viven en sombra de muerte" (Lc 1, 79), y los libera "de la ley del pecado y de la muerte" (Rm 8, 2), y, cuando llegue el fin de los tiempos, su triunfo tendrá su consumación en la resurrección general de los muertos. Entonces la muerte será destruida para siempre.

La reflexión cristiana

6. Es verdad que en Cristo todos murieron (cf. Rm 6, 8), pero es necesario que esta muerte llegue a ser para cada uno una realidad efectiva. Ello se realiza en tres planos: el sacramental, el moral y el de la misma muerte física o corporal. En cada uno de estos niveles, la muerte es para el cristiano una participación en la misma muerte de Cristo, y de ella adquiere las mismas cualidades: aceptación libre y personal, fecundidad comunitaria, victoria final sobre el poderío negativo de la muerte.

7. La primera incorporación a la muerte de Cristo se realliza por la fe y su sello sacramental, que es el bautismo. Los demás sacramentos la actualizan de modo diverso, siendo la eucaristía el medio más poderoso de contacto entre nuestras existencias cristianas y la eficacia salvífica de la muerte de Cristo.

También la vida cotidiana, con el dolor, la  enferrmedad y las privaciones de todo orden, actualiza la unión con la muerte de Cristo, ya que el cristiano lleva en su cuerpo la mortalidad de Cristo (cf. 2Co 4, 10).

Y la muerte corporal realiza, de modo claro y palpable, lomismo que se había relizado ya "místicamente" por el bautismo, y "moralmente" por la mortificación y penitencia, convirtiéndose así en la visibilidad cuasi sacramental de la unión entre la muerte de Cristo y la del cristiano.

II. SENTIDO CRISTIANO DE LAS EXEQUIAS

8. Conviene que pastores y fieles penetren en el auténtico sentido de los ritos y plegarias -llamados "exequias"- que la Iglesia tiene previstos con ocasión de la muerte de un cristiano, desde el mismo momento de la expiración hasta que se depositan los restos mortales en el sepulcro. No son únicamente ritos de purificación del difunto, ni sólo oraciones de intercesión, ni mera expresión de condolencia y consuelo.

Hay que subrayar que la Iglesia, en las exequias de sus hijos, celebra el misterio pascual, para que quienes por el bautismo fueron incorporrados a Cristo, muerto y resucitado, pasen también con él a la vida eterna, primero con el alma, que tendrá que purificarse para entrar en el cielocon los santos y elegidos, después con el cuerpo, que deberá aguardar la bienaventurada esperanza del advenimiento de Cristo y la resurrección de los muertos.

Sentido pascual de las exequias

9. La esperanza cierta de la resurrección es uno  de los temas más subrayados de las exequias cristianas. Los textos de las lecturas bíblicas, de las antífonas y de las oraciones constantemente expresan la esperanza en la resurrección de los muertos. En el mismo rito de la inhumación o entierro late este significado profundo. La Iglesia deposita el cuerpo del difunto en las entrañas de la madre tierra, como el agricultor siembra la semilla en el surco, con la esperanza que un día renacerá con más fuerza, convertido en cuerpo transfigurado y glorioso (cf. 1Co 15, 42-49).

10. El rico simbolismo de la inhummación es lo que explica la resistencia de la Iglesia a admitir otro tipo de práctica con respecto a los cadáveres. Sin embargo, actualmente no se prohibe la cremación, con tal que no suponga desprecio del dogma de la resurrección de los muertos: también la incineración de los cadáveres puede compaginarse con la creencia en la resurrección y ser indicio de fe en el poder de Dios que es capaz de retornar las cenizas a la vida gloriosa.

11. Es necesario que los cristianos recuperen el sentido pascual de la celebración cristiana de la muerte y que, a través de las exequias, afirmen su fe y esperanza en la vida eterna y en la resurrección, pero sin olvidar o descuidar lo que de positivo hay en la mentalidad de los demás hombres con quienes conviven. De ese modo, se esforzarán por descubrir y valorar todo lo que de bueno hay en las costumbres funerarias de su propia región o comarca, y al mismo tiempo purificarlas de todo lo que es contrario al Evangelio, para que los ritos funerarios celebrados con motivo de la muerte de un cristiano muestren una auténtica fe pascual y un genuino espíritu evangélico.

Celebración litúrgica de la muerte

12. La celebración litúrgica de la muerte, que se inicia en los momentos inmediatamente anteriores a la expiración y durante la misma, por medio del Viático y de la recomendación del moribundo, se prolonga después a través de los ritos funerarios. Contiene una multitud de elementos que subrayan su carácter festivo y pascual: vestición y adorno -aunque sencillo- del cadáver, con una clara significación sacramental y escatológica; sustitución del llanto fúnebre por el canto esperanzador de los salmos; celebración de la Eucaristía; reunión de plegaria, en que se proclama la palabra de Dios y se ora comunitariamente, como expresión de la fe pascual.

Comunión entre vivos y difuntos

13. Los ritos funerarios expresan también los vínculos existentes entre todos los miembros de la Iglesia. Por eso, "La Iglesia de los peregrinos, desde los primeros tiempos del cristianismo, tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ofreció sufragios por ellos". (2) A lo largo de los siglos, dichos sufragios se han concretado de diverso modo: oraciones, obras de caridad, aplicación de indulgencias, ofrecimiento de la santa misa.

(2) CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. 50.

14. Hay varios aspectos que muestran hasta qué punto el cristiano no muere solo, sino que lo hace rodeado de la comunidad de creyentes, la cual, a su vez, se encarga de encomendarlo a la comunidad eclesial. Se pueden indicar entre los más importantes:

a) la presencia de la familia y, si es posible, de una comunidad cristiana más amplia, reunida para escuchar la palabra de Dios, celebrar el sacrificio eucarístico y tributar al difunto el último saludo de despedida;

b) la convocación de la Virgen y de los santos, que aparece tanto en las oraciones de recoomendación del moribundo como en las plegarias que acompañan los ritos mortuorios, y que pretende sensibilizar la realidad de que los miembros de la Iglesia celeste reciben en su compañía al que hasta ahora formaba parte de la comunidad terrena;

c) las procesiones funerarias, cuando pueden cómodamente realizarse, que, además de expresar la condición esencialmente nómada y peregrinante de la Iglesia, ponen de manifiesto el carácter de "paso" que tiene para el cristiano la muerte corporal;

d) la colocación honorífica del cadáver en la iglesia y la celebración de la Eucaristía ante los despojos mortales que expresan la conexión de la muerte del cristiano con la de Cristo y la espeanza de la resurrección del difunto a semejanza de la del Señor.

Oración por los difuntos

15. No se debe olvidar que uno de los objetivos principales de la liturgia funeral es el de elevar preces de intercesión por el difunto. Con ello, además de mostrar los vínculos estrechísimos que existenentre la comunidad terrena y el miembro difunto, se expresa la fe en la victoria de Cristo sobre la muerte y la esperanza de participar plenamente en ella. Pero, al mismo tiempo, se manifiesta la incertidumbre inherente a laa situación concreta del difunto ante Dios.

16. Mientras celebramos con fe la victoria pascual de Jesucristo, esperamos y pedimos -ya que todo los que es objeto de esperanza lo es también de oración- que el Señor perdone los pecados del difunto, lo purifique totalmente, lo haga participar de la eterna felicidad y lo resucite gloriosamente al fin de los tiempos. Y estamos seguros que nuestra oración es una ayuda eficaz para nuestros difuntos, en virtud de los méritos de Jesucristo, y no en virtud de la correspondencia matemática entre el "número" de sufragios y los beneficios obtenidos por los difuntos.

17. En las exequias de adultos se subraya el aspecto de intercesión. En las de párvulos, por el contrario, se pone de manifiesto la fe en la victoria de Cristo. En ambos caso, la plegaria también se dirige a pedir, para los parientes y allegados, el consuelo de la fe en medio de su dolor (cf. núm. 38).

Veneración cristiana del cuerpo

18. La Iglesia honra en las exequias el cuerpo del difunto, porque ha sido instrumento del Espíritu Santo y está llamado a la resurrección gloriosa (3). Los ritos exequiales pueden considerarse como expresión de la veneración cristiana por el cuerpo, El mismo cuerpo, que en la vida fue bañado por el agua del bautismo, ungido con el óleo santo, alimentado con el pan y el vino eucarístico, marcado con el signo de la salvación, protegido con la imposición de manos, una vez convertido en cadáver, continúa siendo objeto del cuidado solícito y amoroso de la madre Iglesia. Podemos, pues, hablar de los ritos funerarios como de unas "honras fúnebres" tributadas al difunto, pero no como vana ostentación ni en virtud de creencias supersticiosas, sino por razones específicamente cristianas: la concicción de que todo el hombre, alma y cuerpo formando una unidad vital, es objeto de la salvación.

(3) Cf. SAN AGUSTÍN, De curo pro mortuis gerenda: PL 40, 595.

19. Todas esas razones son también las que inclinan a los cristianos a tratar con sumo respeto los lugares donde descansan los restos mortales de sus hermanos difuntos. Los cementerios han sido siempres considerados como lugares sagrados, donde duermen los difuntos aguardando la resurrección. Por eso, hay que procurar que los cementerios sean bendecidos y, si se trata de cementerios comunes a cristianos, se bendigan por lo menos los sepulcros de los fieles; además, es conveniente que en los cementerios reine la mayor limpieza y orden y se observe una clima de oración y de silencio religioso, evitando, al mismo tiempo, toda ostentación de vanidad humana en los elementos externos y en las mismas inscripciones lapidarias (cf. núm. 27).

Enseñanza para los vivos

20. La iglesia, aprovechando el hecho de la muerte de uno de sus hijos, que crea entre los demás miembros de la comunidad una situación psicológica especialmente dispuesta a la captación, imparte una enseñanza viva y eficaz, que sirve también para reforzar los lazos de unión entre todos sus hijos. Así:

a) la palabra de Dios proclamada y explicada constituye la mejor lección cristiana acerca del significado de la muerte;

b) se ora además por los vivos, en especial por los más afectados o afligidos, y buena parte de la liturgia exequial está destinada a adoctrinar a los fieles e incluso a los no creyentes acerca del sentido de la muerte;

c) la misma presencia del cuerpo del difunto y una serie de textos litúrgicos dichos in persona defuncti manifiestan de modo indudable la vinculación con él.

III. FUNCIONES Y MINISTERIOS EN LAS EXEQUIAS

Función de la comunidad

21. La celebración de las exequias no es asunto sólo de los allegados del difunto, sino de toda la comunidad cristiana -hombres y mujeres-, la cual, de diversos modos, debe hacerse presente en las exequias de todos y cada uno de sus miembros, ya que "las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia" (4). Todos aquellos que asisten a las celebraciones exequiales deben realizar un esfuerzo de eficaz colaboración, tomando parte activa en los cantos y en las oraciones, de modo que aparezca con claridad la realidad de la comunidad eclesial que celebra el misterio pascual, expresa su fe y ora por el difunto.

(4) CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosantum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 26.

Responsabilidad de la jerarquía

22. Por razón de su ministerio, corresponde al Obispo y a los sacerdotes, en general, promover, estimular, orientar y coordinar las actividades de todos aquellos que, de una manera directa o indirecta, intervienen en la preparación y celebración de los ritos exequiales.

23. Compete de modo especial a los pastores la responsabilidad de dicha tarea, en cuyo desempeño deben tener en cuenta las exigencias de la pastoral de conjunto, coordinando debidamente la liturgia funeraria con toda la vida litúrgica parroquial y con los demás aspectos del ministerio pastoral. El sacerdote, movido por la caridad pastoral, ha de tener especialmente en cuenta su misión de consolador de afligidos y, no contentándose con una buena celebración ritual, ha de establecer contacto humano con los familiares del difunto -en tiempo y modos que parezcan más oportunos-, exortándolos a la esperanza y a la oración (cf. núm. 65).

24. Es de sumo interés que, en cada diócesis, oídos el Consejo del Presbiterio y el Consejo Pastoral, se elaboren unas normas que concreten y prolonguen las orientaciones pastorales que aquí se dan, adaptámdolas a la situación particular de cada diócesis. Especialmente interesa que los obispos, a nivel diocesano o de Conferencia regional, estudien el modo de concretar los puntos siguientes:

a) la determinación del tipo de exequias que normalmente hay que seguir, ya sea en los núcleos urbanos, ya en las zonas rurales;

b) señalar las características externas que deben revestir los entierros, habida cuenta de la sencillez religiosa con que deben celebrarse, y de la necesaria unificación de clases (cf. núm. 68).

25. Los Ordinarios del lugar, además de regular la pastoral litúrgica de las exequias en toda la diócesis, gozan de la facultad de permitir la celebración de la misa exequial en la misma casa mortuoria (5), autorizar laa celebración de las exequias de los niños muertos antes de recibir el bautismo (cf. núm. 38), así como determinar si hay lugar a la denegación de sepultura eclesiástica.

(5) Ello no significa que no se puedan celebrar otras misas por los grupos familiares reunidos para velar a un difunto, de acuerdo con las normas de la Instrucción sobre las misas para grupos particulares (15 de mayo de 1969), núm. 2. f.

Misión de los laicos

26. Los laicos tienen un papel de primer orden en las celebraciones exequiales. Además de la participación activa que les compete, como miembros del pueblo de Dios, deben prestarse al desempeño de los diversos ministerios litúrgicos necesarios para el recto desarrollo de la celebración.

En ausencia del sacerdote o del diácono, se aconseja que las oraciones propias de las estaciones en la casa mortuoria y en el cementerio sean dirigidas por laicos. También se autoriza a que alguno de los allegados del difunto, o en su nombre otra persona, dirija unas palabras de despedida a los asistentes en el momento que indica el Ritual, como parte integrante de la misma celebración.

27. La acción del laico debe influir también en la redacción de esquelas, inscripciones y recordatorios en estilo cristiano, en la conversión de los velatorios fúnebres en verdaderas reuniones de plegaria (cf. núm. 58); en la desaparición de cierto tipo de ornamentación fúnebre, más pagana que cristiana; en la transformación del espíritu de las empresas de servicios fúnebres; en la constitución de asociaciones piadosas dedicadas al fomento de genuino sentido de los entierros y a la ambientación cristiana de los cementerios (cf. núm. 19).

Papel del responsable inmediato

28. Las exequias deben ser presididas normalmente por un sacerdote. Excepto la celebración de la misa, pueden serlo por un diácono. En ningún caso las autoridades civiles o militares que asisten a ellas deben aparecer como presidentes de las mismas, aunque ocupen un lugar destacado entre llllos fieles (6) El presidente de la celebración exequial, sea sacerdote o diácono, es el responsable inmediato del adecuado desarrollo de la misma y, por ello, goza de amplias facultades en la elección de los ritos y textos concretos de la celebración.

Debe poner especial atención en la necesidad de adaptación, considerando no sólo las características personales del difunto y las circunstancias de su muerte, sino también el dolor de parientes y allegados y las necesidades de su vida cristiana. Procure tener en cuenta los deseos y sugerencias de la familia y de la misma comunidad cristiana, de modo que la celebración exequial sea en verdad fruto de la colaboración de todos y se favorezca la máxima participación.

(6) Cf. Nota de la Comisión Episcopal de Liturgia, en Pastoral Litúrgica, núms. 49-50, p. 51.

IV. LA CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS

A) Diversas formas del rito exequial

29. El rito de las exequias, tanto de adultos como de párvulos, debe de celebrarse habitualmente, tenida cuenta de las psibilidades de cada lugar, según uno de los ritos que figuran a continuación:

a) Forma típica: comprende tres estaciones: una en la casa mortuoria (o en la celda, si se trata de un monasterio); la segunda en la iglesia y la tercera en el cementerio.

b) Sin procesión al cementerio: comprende también tres estaciones: una en la casa mortuoria, otra en el interior de la iglesia y la tercera en el atrio o en la puerta de la iglesia.

c) Rito simplificado: como las anteriores, comprende también tres estaciones, pero todas ellas tienen lugar en la misma iglesia: junto a la puerta la primera y la tercera, y en el interior de la iglesia la segunda.

30. Cada uno de estos tres tipos de exequias se celebrará, siempre que sea posible, según el rito con canto. Pero, si la asamblea no es capaz de cantar los cantos exequiales propios, se usará el rito sin canto. En este caso, con todo, aunque fundamentalmente se use el rito sin canto, nada obsta a que se introduzcan en el interior de la celebración rezada algunos de los cantos de la celebración cantada o incluso otros cantos populares, con la condición de que éstos sean verdaderamente aptos para ambientar la celebración exequial.

31. Tanto el rito con canto como el rito sin canto puede incluir la celebración de la Eucaristía o limitarse únicamente a la de la palabra. En cada caso se procederá según los deseos de la familia y las posibilidades del día litúrgico  y de la comunidad concreta, como se dice en el número 39.

32. Para algunos casos o circunstancias especiales, están previstos ritos especiales y más adaptados, tal como se describe en los números 36 y 37.

Primer tipo

33. El primer tipo, en su modalidad completa (forma típica), comprende tres estaciones, la primera en la casa mortuoria, la segunda en el interior de la iglesia y la tercera en el cementerio, y dos procesiones intermedias. Este tipo de exequias, que es el más tradicional y expresivo, se celebrará siempre que sea factible, sobre todo en los monasterios que conservan el cementerio propio y en los pueblos rurales. En estos últimos, con todo, cuando se trata de casas de campo aisladas y muy distantes, puede seguirse el segundo tipo de exequias, aunque es recomendable que el párroco, antes de la celebración en la iglesia, acuda a la casa del difunto y allí rece las preces que figuran en el apéndice III de este Ritual.

Segundo tipo

34. El segundo tipo de exequias conserva la estación en la casa del difunto y la procesión de la casa mortuoria a la iglesia, pero omite la procesión al cementerio y la estación en el mismo. Este modo de celebración es posible y aconsejable en la mayoría de los pueblos rurales; la procesión desde la casa a la iglesia resulta fácil y expresiva, pues las casas de los fieles no suelen estar lejos de la iglesia; la procesión al cementerio, en cambio, resulta generalmente más difícil, pues éste acostumbra a estar distante de la población. En este tipo de exequias, el rito del último adios al cuerpo del difunto se hace en la misma iglesia y las últimas preces junto a la puerta de la misma.

Tercer tipo

35. El tercer tipo de exequias conserva las tres estaciones, pero e forma muy simplificada. La primera estación tiene lugar en el atrio o puerta de la iglesia, y en este lugar se hace un recibimiento simple y, en cuanto sea posible, afectuoso del cadáver y de sólo los allegados más íntimos del difunto, mientras el resto de los fieles están ya en el interior de la iglesia. La segunda estación se hace en el interior de la iglesia, y la tercera, parte también en el mismo interior de la iglesia (último adios al difunto), parte en el atrio o puerta de la iglesia (preces finales). Este tipo de exequias se usará en las grandes ciudades en las que no es posible una verdadera procesión por la calle. En este tipo de exequias, hay que velar para que no se pierda el sentido y la debida expresividad de las dos procesiones, la primera desde la puerta al interior de la iglesia, en la que se significa la acogida del difunto por parte de la Iglesia (el celebrante recibe el cadáver y a los familiares), y la segunda desde el interior de la iglesia al atrio, en la que se significa el acompañamiento de la comunidad al lugar donde el cuerpo del difunto esperará la resurrección futura.

Celebración de las exequias en casos extraordinarios

36. En algunos casos, se dan las circunstancias que dificultan, o incluso imposibilitan, la celebración de los ritos exequiales en cualquiera de sus formas habituales, incluso del tercer tipo simplificado. Para estos casos (por ejemplo en la celebración en los tanatorios, el entierro de una persona totalmente desconocida en cuyas exequias no participa ningún fiel, o las exequias de un difunto cuyo cuerpo se halla ya en el cementerio antes del inicio de la celebración exequial), el Libro VI de este Ritual propone las oportunas adaptaciones, a fin de que no quede comprometida la veracidad del rito litúrgico.

Rito breve de las exequias

37. En las exequias que tienen lugar en los tanatorios o funerarias de las grandes ciudades, cuando el elevado número de celebraciones exequiales dificulta la celebración del rito ordinario, puede usarse el rito breve que, para estos lugares, figura en el Ritual. Este rito consta también de tres partes, aunque muy simplificadas y breves: recibimiento del cadáver, breve proclamación de la palabra de Dios y último adios al difunto. En este rito breve debe cuidase sobre todo de dar el debido realce a la proclamación de la palabra de Dios, para la que se proponen textos breves y de fácil inteligencia, pues, en este tipo de celebración, la homilía ha de ser necesariamente muy breve, y a la aspersión del cadáver, recuerdo del bautismo. Este rito breve no se usará nunca en las parroquias.

Celebración de las exequias de los niños

38. Con respecto a la celebración de las exequias de los niños, hay que distinguir tres casos distintos: 1) el de los niños llegados al uso de razón, que según el Derecho vigente deben considerarse ya adultos (7) , y para cuyas exequias debe seguirse el rito de adultos, con las adaptaciones oportunas previstas en los formularios propios que figuran en los Libros II y III de este Ritual; 2) el de los párvulos no llegados al uso de razón, pero bautizados, para cuyas exequias se sseguirá el rito de párvulos, tal como está previsto en el capítulo I del Libro VII; y, finalmente, 3) el de los párvulos que no recibieron el bautismo, para cuyo caso podrá usarse, previo el consentimiento del Ordinario del lugar (8), el rito previsto en el capítulo II del Libro VII.

(7) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 852 parr. 1.
(8) Cf. Ibid., can. 1183 parr. 2.

Celebración de la Eucaristía en las exequias

39. En cada uno de los esquemas celebrativos, se prevé tanto la inclusión de la Eucaristía en el interior de las exequias como la celebración sin misa. La decisión de celebrar u omitir la misa en el interior del rito exequial se tomará siempre de acuerdo con la familia y teniendo en cuenta la categoría del día litúrgico y las posibilidades del ministro, según lo que se dice más abajo (núm. 43).

40. La celebración de la misa en el interior del rito exequial representa el signo más expresivo de las exequias cristianas, por cuanto conecta sacramentalmente la muertee del cristiano con el misterio pascual de Cristo. Con todo, la celebración eucarística no aparece nunca como elemento necesario e imprescindible. Incluso se dan casos -el de las exequias presididas por un diácono o por un sacerdote que ya ha celebrado más de una vez la misa y el de detrerminadas solemnidades que no admiten la misa exequial- en los que la celebración eucarística debe omitirse o posponerse necesariamente para otro momento.

41. La presencia de "personas que, con ocasión de los funerales, vienen a las celebraciones litúrgicas" y "que pueden no ser católicas o que son católicos que nunca o casi nunca participan en la Eucaristía, o que incluso parecen haber perdido la fe" (9), no debe ser nunca por sí sola motivo para privar a los fieles que lo piden del consuelo de la celebración ni al difunto del sufragio de la misa, que cobra una especial significatividad cuando es celebrada en el interior mismo del rito exequial. En estos casos, los sacerdotes deben actuar con la máxima caridad, recordando que "son ministros del Evangelio de Cristo para todos" (10), incluso para los más alejados.

(9) Ordenación general del Misal romano, núm. 341.
(10) Ibid., núm. 341.

42. Por otra parte, la norma conciliar de no hacer acepción de personas en las celebraciones litúrgicas (11) exige que se dé a todas las familias la misma posibilidad de escoger entre si desean o no la celebración eucarística en el interior de las exequias. En el caso de la misa no sea posible, porque el entierro coincide con unos de los domingos o solemnidades que excluyen la misa exequial o bien porque preside las exequias un diácono o un presbítero que ha celebrado ya la Eucaristía en otroa asamblea, se procurará ofrecer a las familias que lo deseen la celebración de la misa exequial en otra ocasión.

(11) CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosantum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 32.

B) Elementos dinámicos del rito

Estructura general

43. Lois diversos tipos de exequias tienen una misma estructura fundamental, compuesta de tres partes básicas: 1) rito de acogida del difunto; 2) celebración de la palabra (y de la Eucaristía); 3) último adios al cuerpo del difunto. Los ritos de acogida y de despedida pueden incluir una procesión solemne, en la que participa todo el pueblo, o limitarse a una pequeña procesión por el interior de la iglesia, en la que únicamente participan los ministros y algunos familiares. A estas partes básicas, se añaden a veces otros ritos secundarios, como la iluminación del cirio pascual, al iniciarse la liturgia de la palabra, o la bendición del sepulcro, al llegar al cementerio.

Rito de acogida

44. El rito de acogida tiene como finalidad recibir el cadáver y ofrecer a los allegados del difunto y (y a toda la asamblea) palabras de consuelo cristiano, que los preparen a la participación en la acción litúrgica. Cuando las exequias se inician en la casa del difunto, el rito de acogida consta de una salutación general a la asamblea y de una oración (entre estos dos elementos puede insertarse además la recitación sin canto de un salmo introductorio). Cuando las exequias se celebran íntegramente en la iglesia, el rito de acogida tiene lugar en la entrada de la iglesia, mientras la asamblea está ya en el interior de la misma, y las palabras de consuelo se dirigen únicamente a los allegados del difunto. En el rito de acogida no conviene hacer ya la aspersión del cadáver, a fin de que este significativo gesto logre todo su realce en el momento del último adios al difunto.

Procesión e introducción del cuerpo del difunto en la iglesia

45. El gesto de introducir el cadáver del difunto en la iglesia tiene un gran significado que conviene explicar a los fieles: recuerda las sucesivas entradas del difunto en la asamblea cristiana y también su acogida definitiva en la asamblea de los santos. Por eso, conviene dar siempre a este gesto su debido realce.

Cuando las exequias se inician en la casa del difunto (forma típica), la acogida se inicia en la casa mortuoria y prosigue durante la procesión hacia la iglesia; durante esta procesión, se canta el salmo 113, alusivo al tránsito de Israel hacia la tierra de promisión o, si la celebración es sin canto, se recita una letanía que alude también al paso de Israel de Egipto a la tierra de su libertad. Cuando las exequias se celebran íntegramente en la iglesia, la procesión se limita a la entrada del féretro, acompañado del celebrante y de algunos familiares, gesto que en la celebración cantada se acompaña con el canto del salmo 113 -que tiene función de canto de entrada en la misa-; si la celebración es sin canto, antes del inicio de la liturgia de la palabra se recita una letanía, inspirada en el salmo 113 y alusiva al tránsito pascual.

Introduciendo el cadáver en la iglesia, se coloca ante el altar según la orientación que habitualmente adoptaba el difunto en las asambleas litúrgicas, es decir, si se trata de un difunto laico, de cara al altar, si de un ministro ordenado, mirando al pueblo. Sobre el féretro es oportuno colocar el evangeliario, o la Biblia u otro signo cristiano. En cambio, no se debe colocar ninguna cruz, a no ser que desde la nave no se vea bien la cruz presidencial del presbiterio. Cerca del féretro es muy recomendable colocar el cirio pascual.

Iluminación del cirio pascual

46. Este rito -que es optativo- tiene como finalidad significar y subrayar la relación que se da entre la muerte del cristiano y la resurrección de Cristo, realidad que ilumina la muerte de los que en él creyeron. Colocado el cadáver ante el altar, y puesto junto a él el cirio pascual, el celebrante lo enciende pronunciando la fórmula que figura en el Ritual. El pueblo puede entonar en este momento ¡Oh luz gloriosa! u otro breve canto apropiado, alusivo a Cristo, luz de los creyentes.

Celebración de la palabra de Dios

47. La celebración de la palabra de Dios tiene por objeto asegurar a las exequias se carácter de expresión de la fe cristiana, proclamando el misterio pascual, alentando la esperanza de los que sufren ante la muerte, enseñando la piedada para con los difuntos y exhortando al testimonio de la vida cristiana.

Iluminado el cirio pascual -o, si este rito se suprime, colocado el cadáver en su lugar- y omitido el acto penitencial, la celebración de la palabra se inicia con la oración introductiva -que se puede escoger entre las que figuran en el Ritual o las de los formularios de la misa exequial del Misal- y se compone de dos otres lecturas bíblicas (si las exequias son sin misa, puede hacerse una sola lectura), del salmo responsorial (eventualmente del Aleluya), de la homilía y de la oración de los fieles.

Celebración de la Eucaristía

48. El objetivo primario de la celebración de la Eucaristía en las exequias es el de manifestar la vinculación de la muerte del cristiano con el misterio pascual de Jesucristo. Al mismo tiempo, la misa debe considerarse como el más excelente sufragio por el difunto, ya que la Iglesia, al ofrecer el sacrificio pascual, pide a Dios que el cristiano difunto, que fue alimentado por la Eucaristía, prenda de vida eterna, sea admitido en la plenitud pascual de la mesa del reino. Por ello, puede decirse que la celebración de la misa representa el punto culminante de los funerales cristianos y por ello se prevé como parte integrante de las exequias, aunque no imprescindible (cf. núms. 39-42).

Último adios al cuerpo del difunto

49. Este rito, que sigue a la celebración de la Eucaristía o de la palabra, representa como el adiós de la comunidad cristiana de la tierra a uno de sus miembros que, desde ahora, pasará a formar parte de la Iglesia del cielo. Si la asamblea acompaña al cadáver hasta el cementerio, el último adiós tiene lugar junto al sepulcro, después de la bendición de la tumba y antes de colocar el cuerpo en la sepultura. Si el pueblo no va al cementerio, el último adiós tiene lugar en el interior de la iglesia, después de la oración después de la comunión y omitida la bendición, si se ha celebrado la misa, o , si ésta no se celebra, una vez concluida la oración de los fieles; en ambos casos, el celebrante con sus ministros se coloca para este rito cerca del féretro.

Las partes fundamentales del último adiós son la monición del celebrante, la aspersión (e incensación) del cadáver, el canto de despedida del difunto (o las invocaciones del "adiós", si no hay canto), la oración final (y, si las exquias son sin canto, la proclamación de un fragmento del salmo pascual 117). Con respecto al último adiós, hay que subrayar, sobre todo, el gesto de la aspersión que manifiesta la relación de la muerte del cristiano con el bautismo, que ya en el inicio de su vida cristiana lo incorporó a la muerte y resurrección de Cristo: este rito se hará sLeccionario VIIIiempre -incluso en el rito breve, propio de los tanatorios- de forma expresiva, con agua abundante y dando el celebrante la vuelta completa al féretro mientraqs hace la aspersión.

Procesión al cementerio o despedida del féretro

50. Tanto la procesión al cementerio, en la forma típica, como la conducción del cadáver desde el interior de la iglesia al atrio de la misma, en los restantes tipos celebrativos, tienen por objeto expresar, con el canto y la proclamación del salmo 117, el deseo de que la muerte del cristiano sea asociada al triunfo pascual de Jesucristo. Para ello, en la forma típica con canto, durante la procesión al cementerio se recita una letanía de intercesión por el difunto, y el salmo 117 se proclama al llegar al cementerio, antes de la bendición del sepulcro (cf. núm. 49). Cuando la asamblea no va al cementerio, después del rito del últim o adiós, se canta (en el atrio de la iglesia) o se recita (antes de que el féretro sea conducido al atrio) una parte del salmo 117 y, mientras se saca el cuerpo del difunto de la iglesia, se canta -o uno de los mistros proclama- una antífona que expresa el deseo de que el difunto sea recibido en el reino de Dios.

Bendición del sepulcro

51. La bendición del sepulcro tiene como finalidad expresar la espera de parusía por paryte del difunto. En la forma típica, la bendición del sepulcro se hace al llegar la procesión al cementerio. En las otras formas de celebración, siempre que sea posible, se procurará que un sacerdote o diácono bendiga previamente el sepulcro antes de la celebración de las exequias, por lo menos cuando éste sea nuevo, sobre todo si el sepulcro está en un cementerio civil que no ha sido solemnemente bendecido. Si no resulta posible la bendición del sepulcro, procúrese, por lo menos, que alguno de los presentes recite sobre el mismo una de las oraciones que con esta finalidad figunran en el Apéndice III de este Ritual.

Alocución de un familiar del difunto

52. Si alguno de los familiares y allegados del difunto -o un representante de la familia- desea pronunciar unas palabras de despedida o gratitud, puede hacerlo como parte integrante del rito exequial, después del último adiós y antes del rito conclusivo. En este momento -no en la homilía, que debe ser siempre un comentario de los textos bíblicos o eucológicos- es lícito y puede ser oportuno hacer una breve biografía del difunto, excluido en todo caso el género literario del "elogio fúnebre", se puede aludir al testimonio cristiano de la vida del difunto, si éste constituye motivo de edificación y de acción de gracias a Dios.

Preces finales

53. Las exequias terminan con un rito conclusivo, que es diverso según que la asamblea haya ido al cementerio o el rito se concluya en el mismo atrio de la iglesia. Si los fieles han acompañado al difunto hasta el cementerio, la celebración concluye con unas preces tradicionales por los fieles difuntos en general o con la bendición de la asamblea. Si las exequias terminan en el atrio de la iglesia, terminado el canto o proclamación del salmo 117 y colocado el cuerpo del difunto en el carro mortuorio, el celebrante concluye el rito exequial con una fórmula que parafrasea el salmo 117, lo aplica al difunto y pide que los presentes crezcan en la esperanza. El rito exequial concluye siempre con la despedida de la asamblea, que se hace con la fórmula habitual.

C) Algunas normas especiales

Preces en la casa y en el cementerio

54. Cuando las exequias se celebran según el rito simplificado, es recomendable que, antes de salir el cadáver de la iglesia y al llegar al cementerio, un sacerdote o diácono o, en su ausencia, un laico recite las preces que figuran en el Apéndice III de este Ritual. De manera semejante, cuando la asamblea no acompaña el cadáver al cementerio, es oportuno que, junto al sepulcro un sacerdote, diácono o laico recite las preces que también figuran en el Apendice III.

Salmos y cantos

55. Es tradicional la importancia de los salmos en los funerales cristianos. Su uso obedece en primer lugar, al deseo de conferir a las exequias el ambiente de esperanza característico de las exequias cristianas. El Ritual, especialmente en el apartado I del Apéndice I, ofrece gran cantidad de salmos que pueden emplearse oportunamente en la celebración de las exequias, especialmente cuando las procesiones exequiales son largas. En los esquemas celebrativos, por otra parte se subraya el uso de los dos salmos pascuales típicos del entierro cristiano (113 y 117), salmos que de ordinario se usarán en todas las exequias. Pero no es suficiente esta presencia material de los salmos en la celebración, sino que es necesario además que los fieles conozcan, a través de una adecuada catequesis, el verdadero sentido, por lo menos de los dos salmos típicos de las exequias, y, en la medida de lo posible, lleguen también a poderlos cantar.

56. También hay que fomentar el uso de otros cantos adecuados, especialmente el de los cantos propios para el último adiós al cuerpo del difunto. Cuando el canto de los textos propios no sea posible, podrán usarse otros cantos, con tal de que estén penetrados de genuino espíritu bíblico y litúrgico y su texto sea verdaderamente apropiado a la celebración de las exequias (cf. núm. 30).

Liturgia de las Horas

57. Fuera de las solemnidades, los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, el miércoles de ceniza, la Semana Santa, la octava de Pascua y el día 2 de noviembra, las comunidades -sobre todo religiosas- que celebran las exequias de uno de sus miembros pueden recitar el oficio de difuntos -íntegramente o sólo alguna de sus Horas- en lugar del que corresponde al día (12). Esta misma posibilidad la pueden usar también los obligados al Oficio divino que recitan la Liturgia de las Horas individualmente. En Laudes y en Visperas -sobre todo si se recitan ante el cadáver, es oportuno seguir las variantes que se indican para estos oficios en el Libro I, capítulo V, de este Ritual.

(12) Cf. Ordenación general de la Liturgia de las Horas, núm. 245.

Vigilia comunitaria de oración

58. La celebración de la Liturgia de las Horas exequial puede ser sustituida por una vigilia o celebración de la palabra más adaptada a las posibilidades de la comunidad, sobre todo en la celebración debe participar el pueblo (13). Esta vigilia, en ausencia del sacerdote o diácono, puede dirigirla un laico. Para esta vigilia puede usarse el formulario del Libro I, capítulo IV.

(13) Cf. Ibid., núm. 71.

Oración en la capilla ardiente

59. Para facilitar la oración de los familiares y amigos que acuden a visitar al difunto, conviene disponer en la capilla ardiente el ritual, el agua bendecida (y una estola para los presbíteros y diáconos), Para esta oración puede usarse los formularios del Libro I, capítulo III.

Traslado del difunto a la iglesia antes de las exequias

60. En los monasterios y otras comunidades donde existe la costumbre de llevar el cadáver del difunto a la iglesia después del fallecimiento y antesw de que se celebre la liturgia exequial propiamente dicha, se usará el rito descrito en el Libro I, capítulo VI. En este caso el inicio de las exequias se adaptará convenientemente, tal como se describe en dicho lugar del Ritual.

Concelebración

61. Cuando varios sacerdotes participan en las exequias de un familiar o amigo, es recomendable que todos concelebren la Eucaristía, pues cada uno de los miembros de la Iglesia debe participar siempre en las celebraciones "según la diversidad de órdenes y funciones (14)y hacer "todo y sólo lo que le corresponde por la naturaleza de la acción litúrgica" (15) en la que participa.

(14) CONCILIO VATICANO II, Constiución Sacrosantum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 26.
(15) Ibid., núm. 26.

62. Con todo, hay que poner especial atención en que la concelebración no se convierta nunca en pretexto para una nueva "clase" de funerales. La concelebración eucarística no es un modo de solemnizar el funeral ni de darle importancia, sino la expresión de la unidad del ministerio de los obispos y presbíteros presentes. Por ello, nunca se invitará a sacerdotes "para que concelebren", sino que se admitirán siempre a la concelebración a los sacerdotes presentes en las exequias por motivo de parentesco o amistad con el difunto o sus familiares.

D) Utilización del Ritual

63. El presente Ritual está dispuesto de tal modo que cada uno de los tipos de exequias, con sus modalidades respectivas, se presenta completo, con todos sus textos eucológicos. En los Apéndices figuran, además, una serie de formularios facultativos o complementarios y diversos esquemas que pueden orientar la celebración de las exequias.

64. Para el recto uso de los formularios, téngase en cuenta los siguiente:

a) Los textos que en el interior de cada formulario celebrativo tienen una determinada función (monicion inicial, por ejemplo, u oración para antes de la liturgia de la palabra) aparecensiempre precedidos del mismo número en todos los formularios; así resuta fácil sustituir o intercambiar, en el interior del formulario escogido, un determinado texto por otro que figura en un formulario distinto y se juzga más adaptado a la celebración concreta.

b) Algunos elementos que son especialmente significativos (los salmos 113 y 117, por ejemplo) figuran en todos los formularios del mismo tipo, pues son ellos los que dan su rostro propio a la celebración exequial; otros elementos, en cambio, más secundarios (la oración inicial, por ejemplo, o el canto del último adiós) varían de un formulkario celebrativo a otro.

c) Algunos textos o elementos del rito no se imponen de modo obligatorio, sino que pueden usarse o suprimirse según la circunstancias (la incensación del cadáver, por ejemplo, o la iluminación del cirio pascual). Cuando se trata de textos, estos aparecen siempre entre dos líneas para que fácilmente se vea su posible omisión.

d) En diversos momentos del rito, se prevén en el mismo Ritual diversas moniciones: éstas no deben necesariamente usarse tal como están escritas, sino que pueden adaptarse según las circunstancias concretas, aunque siempre hay que evitar las moniciones demasiado largas o excesivamente explicativas.

e) Los textos celebrativos de los distintos formularios pueden sustituirse por otros tomados del repertorio facultativo del Apéndice.

f) Para subrayar la importancia y dignidad de la palabra de Dios, se procurará proclamar las lecturas bíblicas del Leccionario propñio de las misas rituales (16), que estará oportunamente colocado en el ambón; no obstante, en el Ritual figuran también las lecturas, sobre todo en vista a las celebraciones que se realizan fuera de la iglesia habitual.

(16) Leccionario VIII (misas rituales).

V. LA LITURGIA DE DIFUNTOS EN LA PASTORAL

Liturgia de difuntos y cuidado de enfermos y moribundos

65. Conviene que todo lo referente a la liturgia de difuntos guarde una adecuada relación con las demás actividades litúrgicas de la comunidad cristiana y con el conjunto de la acción pastoral, con el fin de no exagerar la atención que se le debe ni de minimizar su importancia real.

La celebración exequial se inserta, en primer lugar, en un conjunto de acciones pastorales y litúrgicas que tienen como finalidad el cuidado espiritual de los enfermos y moribundos. Sólo se podrá celebrar con sentido la muerte de un cristiano, cuando la comunidad haya dado pruebas de haber sabido crear las condiciones necesarias para el nacimiento y desarrollo de la vida cristiana, haya asistido espiritualmente a sus miembros enfermos y se haya hecho presente junto al moribundo en los momentos cruciales de la expiración. Es, sobre todo, el responsable de la comunidad quien debe asegurar la vinculación entre la litugia funeral y el cuidado pastoral de enfermos y moribundos.

Oración general por los difuntos

66. La oración por los difuntos no se limita a los momentos del funeral y del entierro. Forma parte de la preocupación general de la Iglesia, intercediendo ante Dios por todos los cristianos "que durmieron en la esperanza de la resurrección" y aún por los que, sin ser cristianos, "han muerto en su misericordia" (17).

Siempre que se celebra la Eucaristía, se hace memoria de los difuntos (y en las plegaria eucarísticas I, II y III pueden recordarse explícitamente, los nombres de difuntos concretos); además, también en la oración universal de los fieles se puede interceder por ellos.

Las preces de las celebraciones de la palabra de Dios y de las Vísperas contienen siempre una intención de plegaria por los difuntos.

Es laudable costumbre de los cristianos terminar sus oraciones privadas o familiares con una petición especial Por el eterno descanso de todos los fieles difuntos.

Todos los años dedica la Iglesia la fecha del 2 de noviembre a la Conmemoración de todos los fieles difuntos, con Misa y Oficio propios y con diversos ejercicios piadosos.

(17) Plegaria eucarística II.

Elementos evangelizadores y catequéticos

67. Los funerales cristianos, además de ser celebración de un misterio, contienen importantes elementos catequéticos, sobre todo a través de las lecturas bíblicas y de la predicación homilética. Procures los responsables armonizar las exhortaciones, dadas con motivo de las exequias, con la predicación y la catequesis generales sobre el sentido cristiano de la muerte, impartidas en otras ocasiones. Tengan también especial consideración a los que, con ocasión de las exequias, asisten a las celebraciones litúrgicas o escuchan el Evangelio, ya sean acatólicos, ya católicos que nunca o casi nunca participan en el misterio eucarístico, y aun parece que han perdido la fe. Los responsables de la celebración litúrgica son ministros del Evangelio de Cristo para todos (18).

Pero no intenten aprovechar demasiado unilateralmente las celebraciones exequiales para evangelizar a los asistentes, ni mucho menos para hacer propaganda de la Iglesia o lanzar invectivas contra los remisos o marginados. En todo caso, la predicación de la fe y la exhortación a la esperanza debe hacerse de tal modo que, al ofrecerles el amor santo de la madre Iglesia y el consuelo de la fe cristiana, alivien, sí, a los presentes, pero no hieran su justo dolor.

(18) Cf. Ordenación general del Misal romano, núm. 341.

Supresión de clases

68. Siguiendo el espíritu y la letra de la Constitución conciliar (19), en la celebración exequial, fuera de la distinción que deriva de la función litúrgica y del Orden sagrado y exceptuando los honores debidos a las autoridades civiles, a tenor de las leyes litúrgicas, no se hará acepción ninguna de personas o de clases sociales ni en las ceremonias ni en el ornato externo.

Se debe realizar un esfuerzo progresivo de desvinculación entre las celebraciones exequiales y las prestaciones económicas de los fieles, y se debe educar a los cristianos para que, en todos los elementos externos que no dependen directamente de la liturgia, tiendan hacia la veracidad y la sencillex propias del espíritu evangélico y de la fe pascual.

(19) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosantum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 32.

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