Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

domingo, 15 de mayo de 2016

EXEQUIAS CON MISA por un padre o madre difunto, celebradas íntegramente en la iglesia.

Difuntos y Exequias

RITO SIMPLIFICADO DE LAS EXEQUIAS 

FORMULARIO COMÚN II


1. Recibimiento del difunto en el atrio de la iglesia

El ministro, junto a la puerta de la iglesia, saluda a los familiares del difunto con las siguientes palabras u otras parecidas:
Queridos familiares [y amigos]: En este momento de dolor en que os ha sumido la muerte de N., con quien habéis convivido largos años y a quien tanto amabais, la Iglesia os recibe y quiere reanimar y fortalecer vuestra esperanza. Confiad en Dios, que él os ayudará; esperad en él, y os allanará el camino.

A continuación, se introduce el cadáver en la iglesia y se pone ante el altar, colo­cando, si es posible, junto a él el cirio pascual. Situados los familiares del difunto en sus lugares, el ministro saluda a la asamblea, diciendo:

V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.

Luego se dirige a los fieles reunidos en la iglesia con las siguientes palabras u otras parecidas:
Hermanos: Nos encontramos reunidos para decir adiós a un (una) [jovenpadre (madre) de familia, N. De una manera especial, queremos estar hoy al lado de su esposa (esposo) e hijos para acompañarlos en su dolor. Pero, a la vez, queremos que estos momentos sean una afirmación de esperanza. De esperanza en el amor de Dios que nunca abandona a sus hijos, a pesar de las pruebas de la vida. De esperanza, también, en el amor de este padre (esta madre), santificado por el sacramento del matrimonio, que no quedará sin fruto. Como Cristo, todo el que ama y se sacrifica por los demás se convierte en fuente de vida inagotable.
Es lo que vamos a tener presente al escuchar la Palabra de Dios [y celebrar el sacrificio eucarístico en favor de nuestro hermano (nuestra hermana)].
[Pero, antes, reconozcamos en silencio nuestra condición de pecadores y pidamos perdón al Señor.]

El que preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente fórmula:
Junto al cuerpo, ahora sin vida,
de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, Claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Luego, se reza la siguiente letanía por el difunto:

Tú, que liberaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que abriste el mar Rojo ante los israelitas
que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que diste a tu pueblo
posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que quisiste que tu Hijo
llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que por la muerte de Jesús
iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que en la resurrección de Jesucristo
has inaugurado la vida nueva de los que han muerto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que en la ascensión de Jesucristo
has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

En lugar de las letanías precedentes, puede leerse también el salmo 113 (p. 19), en el que el pueblo puede ir intercalando la antífona Dichosos los que mueren en el Señor.
Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.

Salmo 113, 1-8. 25-26

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.


2.- Misa exequial o liturgia de la Palabra

Terminadas las letanías, o el salmo 113, y, si se celebra la misa, omitido el acto penitencial y el Señor, ten piedad, se dice la oración colecta:

Oremos.
Oh, Dios,
siempre dispuesto a la misericordia y al perdón,
escucha nuestras súplicas por tu siervo (sierva) N.;
a quien has llamado hoy a tu presencia,
y, porque en ti creyó y esperó,
condúcelo (condúcela) a la patria verdadera
para que goce contigo de las alegrías eternas.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

O bien:

Oremos.
No seas severo en tu juicio, Señor,
con este siervo tuyo (esta sierva tuya),
que acaba de salir de este mundo,
pues ningún hombre es inocente frente a ti,
si tú mismo no perdonas sus culpas;
te pedimos, pues, que escuches las súplicas de tu Iglesia
y le concedas un lugar entre tus santos y elegidos,
pues en esta vida ya estuvo marcado (marcada)
con el sello de la Santa Trinidad.
Él, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

La celebración prosigue, como habitualmente, con la liturgia de la Palabra.

LITURGIA DE LA PALABRA (opción 1)
Monición
Vivir para los demás es una forma de dar la vida por amor. Dar la vida es encontrarla (1ª lect.). En nuestro dolor, acudamos a Cristo (Ev.). y levantemos nuestra mirada hacia él (salmo).

PRIMERA LECTURA
Leccionario V, pág. 503.
XV   1 Jn 3, 14-16
En esto hemos conocido el amor
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.

Queridos hermanos:
Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte.
El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva permanentemente en sí vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial
II   Sal 24, 6 y 7cd. 17-18. 20-21 (R.: 1b; 3a)

R. A ti, Señor, levanto mi alma.
O bien:
R. Los que esperan en ti, Señor, no quedan defraudados.

V. Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mi con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.

V. Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados. R.

V. Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti. R.

Aleluya o versículo antes del Evangelio
  Cf. Mt 11, 25
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque has revelado los misterios del reino a los pequeños. R.

EVANGELIO
Leccionario V, pág. 507
II   Mt 11, 25-30
Venid a mi todos los que estáis cansados
+ Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Palabra del Señor.

LITURGIA DE LA PALABRA (opción 2)
Monición
La muerte de un padre (una madre), especialmente cuando es joven, produce una sensación de abandono y de angustia, simi­lares a las que experimentó el mismo Jesús en la cruz (Ev.). Sin embargo, la esperanza cristiana no defrauda, porque el amor puesto por Dios en el corazón del padre (de la madre) subsistirá y seguirá siendo fuente de vida para sus hijos (1ª lect.). Estos han de confiar en el Señor (salmo).

PRIMERA LECTURA
Leccionario V, pág. 490.
I   Rom 5, 5-11
Justificados por su sangre, seremos por él salvados del castigo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos:
La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados del castigo!
Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvados por su vida!
Y no solo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial
X   Sal 142, 1b-2. 5-6. 7ab y 8ab. 10 (R.: 1b)

R. Señor, escucha mi oración.

V. Señor, escucha mi oración;
tu, que eres fiel, atiende a mi suplica;
tu, que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti. R.

V. Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca. R.

V. Escúchame en seguida, Señor,
que me falta el aliento.
En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti. R.

V. Enséñame a cumplir tu ley,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana. R.

Aleluya o versículo antes del Evangelio

IX   Cf. 2 Tim 2, 11-12a
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Si morimos con Cristo, también viviremos con él;
si perseveramos, también reinaremos con él. R.

EVANGELIO
Leccionario V, págs. 510-511.
V (forma larga)   Mc 15, 33-39; 16, 1-6
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Lectura del santo Evangelio según san Marcos

Al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente:
«Eloí Eloí, lemá sabaqtaní» (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por que me has abandonado?»).
Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
—Mira, llama a Elías».
Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
«Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».
Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo habla expirado, dijo:
«Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:
«¿Quien nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?».
Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron».

Palabra del Señor.

5. Después de la homilía, se hace, como habitualmente la oración universal, con el siguiente formulario u otro parecido:

Oración de los fieles

Celebrante:
Con la confianza puesta en el amor de Dios, oremos por N. y por todos los que sufren esta pérdida.

Lector:
Pidamos por nuestro hermano (nuestra hermana) N.: para que la semilla de su vida rota [en plena juventud] florezca mul­tiplicada en el amor de los suyos. Roguemos al Señor.
Oremos por sus familiares: para que superen la tristeza y afronten la vida con esperanza. Roguemos al Señor.
Pidamos también por esta comunidad [parroquial]: para que, en situaciones como esta, estemos cerca de los que sufren. Roguemos al Señor.
Oremos por todos los matrimonios cristianos y por sus hi­jos: para que colaboren generosamente a hacer de la sociedad una familia humana. Roguemos al Señor.
Pidamos por todos los difuntos: para que el Padre de las misericordias los admita en su morada del cielo. Roguemos al Señor.

Celebrante:
Escucha nuestras súplicas, Señor,
y recibe en tus brazos
a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que amó y sirvió a su familia
imitando tu generosidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén

La misa prosigue como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.

Oración sobre las ofrendas
Mira, Señor, con bondad las ofrendas que te presentamos por tu siervo N., y recíbelo en la gloria con tu Hijo Jesucristo, al que nos unimos por la celebración del memorial de su amor. Por Jesucristo nuestro Señor.

PREFACIO V DE DIFUNTOS
Nuestra resurrección por medio de la victoria de Cristo
En verdad es justo darte gracias y deber nuestro glorificarte, Padre santo.
Porque si el morir se debe al hombre, el ser llamados a la vida con Cristo es obra gratuita de tu amor, ya que, habiendo muerto por el pecado, hemos sido redimidos por la victoria de tu Hijo.
Por eso, como los ángeles te cantan en el cielo, así nosotros te proclamamos en la tierra, diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA III.

Antífona de la comunión Flp 3, 20-21
Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa.

Oración después de la comunión
Te pedimos, Dios todopoderoso, que nuestro hermano N., por cuya salvación hemos celebrado el misterio pascual, pueda llegar a la mansión de la luz y de la paz. Por Jesucristo nuestro Señor.

3.- Último adiós al cuerpo del difunto

Dicha la oración después de la comunión y omitida la bendición, se procede al rito del último adiós al cuerpo del difunto. El que preside, colocado cerca del féretro, se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras parecidas:
Al llegar el momento de la despedida, digamos adiós a los restos mortales de este padre (esta madre[joven] N., que vais a introducir en la tierra, como el grano de trigo destinado a dar fruto.
Encomendémoslo (encomendémosla) , una vez más, al amor del Padre, con la confianza que le dará una felicidad infinitamente mayor, y hará que un día él (ella) y su familia se vuelvan a encontrar en el reino eterno.
Nuestro canto y nuestra oración, al tiempo que honramos el cuerpo de este padre (esta madre), vayan acompañados también del firme propósito de dedicarnos a los demás y de ayudarnos mutuamente.

Todos oran unos momentos en silencio. Luego, el que preside continúa, diciendo:
Vamos ahora a rociar el cuerpo sin vida de nuestro hermano (nuestra hermana) con agua bendecida. Así, en este momento en que nos disponemos a sepultar su cuerpo, evocaremos el bautismo, por el que, al inicio de su vida, se incorporó ya simbólicamente a la muerte y a la resurrección de Cristo. Porque, de la misma forma que Cristo no quedó definitivamente en el sepulcro, así creemos que nuestro hermano (nuestra hermana), a semejanza de Jesús, resucitará a la vida. Que al rociar, pues, este cuerpo con agua, semejante a la del bautismo, se acreciente nuestra esperanza de que la resurrección, simbolizada cuando este cuerpo salió del agua bautismal, se convertirá un día en realidad visible en este cuerpo hoy sin vida.

Después, el que preside da la vuelta al féretro aspergiéndolo con agua bendita; 
Mientras tanto uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones, a las que el pueblo responde: Señor, ten piedad, o bien: Kýrie, eléison.

Invocaciones
Que el Señor te acoja en el reino de la luz y de la paz.
R. Señor, ten piedad. (Kýrie, eléison).
Que él mismo sea tu premio y tu gloria.
R. Señor, ten piedad. (Kýrie, eléison).
Que junto a él vivas por los siglos de los siglos.
R. Señor, ten piedad. (Kýrie, eléison).

Después, el que preside añade la siguiente oración. Si se han hecho las invocaciones se omite la invitación Oremos.
[Oremos.]
Te pedimos, Señor, que tu siervo (sierva) N.,
que ha muerto ya para este mundo,
viva ahora para ti
y que tu amor misericordioso borre los pecados
que cometió por fragilidad humana.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto y agradecer a los presentes su participación en las exequias.

Después, se recita el salmo 117, en el que se puede ir intercalando la antífona No he de morir, viviré.

Ant. No he de morir, viviré, por los siglos de los siglos.
Salmo 117, 1-20
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,
y me escuchó poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
"La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa".

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Mientras se saca el cuerpo de la iglesia, se repite la antífona No he de morir, viviré.
Ant. No he de morir, viviré, por los siglos de los siglos.

Colocado el cuerpo en el coche fúnebre, el que preside añade:
Que el Señor abra las puertas de la salvación
a nuestro hermano (nuestra hermana),
para que, terminado el duro combate
de su vida mortal,
entre como vencedor (vencedora)
por las puertas de los justos
y en sus tiendas entone cantos de
victoria por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Y a todos nosotros nos dé la certeza 
de que no está muerto (muerta), sino que duerme, 
de que no ha perdido la vida, sino que reposa, 
porque ha sido llamado (llamada
a la vida eterna por los siglos de los siglos.
R. Amén.

El que preside termina la celebración, diciendo:
V. Señor, + dale el descanso eterno.
R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.
V. Descanse en paz.
R. Amén.
V. Su alma y las almas de todos los fieles difuntos, 
por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
Se concluye el rito con la fórmula habitual de despedida.
V. Podéis ir en paz.


R. Demos gracias a Dios.

1 comentario:

No publico comentarios anónimos.