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miércoles, 22 de julio de 2020

San Juan Pablo II, Homilía en la santa Misa Crismal, Jueves Santo (3-abril-1980).

MISA CRISMAL CON LOS SACERDOTES RESIDENTES EN ROMA
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro, Jueves Santo 3 de abril de 1980

Queridos hermanos:

Venimos hoy a la basílica de San Pedro y se encuentra así en torno a este altar la totalidad de nuestra comunidad sacerdotal: el presbyterium de la Iglesia de Roma.

Venimos, conscientes de la importancia del día, que nos une a los sacerdotes de todo el mundo, de todo el globo terrestre. En este mismo día —Jueves Santo— igual que nosotros, se unen en torno a sus obispos en todo el mundo las comunidades de sacerdotes, los presbíteros de todas las Iglesias, para anunciar —celebrando juntos la Eucaristía— lo que también nosotros, hoy, queremos anunciar. Y lo anunciamos no sólo con las palabras, sino también con todo nuestro ser, ya que, por la gracia de Dios, somos sacerdotes de Cristo con todo nuestro ser. Y lo anunciamos con la liturgia —esta única y excepcional liturgia del Jueves Santo— que acoge en sí nuestro ser humano y sacerdotal, para proclamar, mediante él, los inescrutables misterios de Dios.

2. El Jueves Santo es, ante todo, el día de Jesucristo. Es el primero de sus tres Días Santos: Triduum Sacrum.

Todos estos días constituyen, en cierto sentido, un conjunto indivisible, son, por decirlo así, el día de nuestra redención, el día de la Pascua, esto es, del Paso.

El día de Jesucristo, es decir, del Ungido —de Aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y con la gracia, y ha enviado al mundo.

"El espíritu del Señor, Yavé, está sobre mí, pues Yavé me ha ungido, me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad a los cautivos y la liberación a los encarcelados. Para publicar el año de gracia de Yavé" (Is 61; 1-2a).

He aquí que viene de nuevo Cristo —el Ungido de Dios Eterno— para promulgar todavía un "nuevo" año de gracia. Efectivamente, la gracia es sobre todo El mismo en el misterio de su Pascua, esto es, del Paso.

Su día —primero de esos tres, que constituyen el único día de la Pascua— comenzará en el atardecer del Jueves Santo, cuando El se pondrá a la mesa con los Apóstoles para la cena prescrita por el rito de la Antigua Alianza.

Nosotros nos reunimos ya ahora, en la mañana del Jueves Santo, para estar desde la mañana con El, Cristo-Ungido, en este excepcional, único día.

3. Es el día de Jesucristo, "el testigo fiel, el primogénito de los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra" (Ap 1, 5).

En el atardecer de este día El comenzará a dar el último testimonio de Aquel que lo ha enviado, del Padre.

Comenzará a dar el testimonio de un amor y de un sufrimiento tales, que ningún otro corazón humano está en disposición de comprender profundamente.

Comenzará a dar el testimonio de Santidad Eterna, que se manifestó al mundo el día de la creación.

Comenzará a dar el testimonio de la Alianza, que Dios Santísimo hizo con el hombre desde el principio, y que, aun cuando haya sido rota en el corazón del primer hombre y luego innumerables veces por los pecados de los demás hombres, no ha cesado, en espera de este día y de esta hora de Cristo, "testigo fiel".

Comenzará, pues, Cristo —el testigo fiel— a dar el testimonio de la Santidad de Dios en esa Alianza con el hombre, que deberá ser instituida definitivamente a precio del sacrificio, que comenzará el Jueves Santo —esta tarde—de modo incruento, y se realizará mediante su Sangre y su Muerte en el calvario.

Venimos hoy a confesar nuestra fidelidad y nuestro amor, nuestra indignidad y nuestro abandono en "Aquel que nos ama, y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes de Dios, su Padre..." (Ap 1, 5-6).

Efectivamente, El se anonadará a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte —para poder imprimir en las almas de los hombres, y en cierto sentido en el corazón de todo lo creado, la nueva semejanza con Dios, mediante su único sacerdocio: para hacer de todos nosotros "un reino de sacerdotes"— y de este modo dar testimonio de la dignidad del hombre y de la dignidad de todo lo creado, según el designio eterno de Dios.

"He aquí que viene". Viene el "testigo fiel", para llenar con su sacerdocio los corazones de los hombres y, al mismo tiempo, todo lo creado desde el principio hasta el fin: "Yo soy el Alfa y la Omega".

4. El día de hoy —el día de Jesucristo— Jueves Santo, es nuestro día particular. Es la fiesta de los sacerdotes.

En este día venirnos con toda nuestra comunidad, para dar gracias a Cristo por el sacerdocio,
— que El ha grabado en el corazón del hombre, señor de lo creado,
— que El ha grabado de modo particular en nuestros corazones.

Efectivamente, nos ha invitado a la Ultima Cena, y hoy nos invita de nuevo. Nos ha invitado en la persona de los Doce, que estuvieron con El aquella tarde. Ante ellos tomó el pan, lo partió, lo dio y dijo: "Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros".

Y después tornó el cáliz llen de vino, lo dio a sus discípulos y dijo: "Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres".

Y al final añadió: "Haced esto en conmemoración mía".

Somos, pues, los sacerdotes de su Sacerdocio. Somos sacerdotes de este sacrificio, que El ofreció con su Cuerpo y con su Sangre sobre la cruz y bajo las especies de pan y vino en la Ultima Cena.

Somos también los sacerdotes "para los hombres", a fin de que todos, mediante el sacrificio que realizamos en virtud de su potencia, nos convirtamos en "un reino de sacerdotes", y ofrezcamos sacrificios espirituales en unión con su sacrificio, el de la cruz y el del Cenáculo.

Finalmente, somos sacerdotes para siempre.

Por lo cual nuestro lugar está hoy junto a El: junto a Cristo, y nuestros labios y corazones quieren renovar el voto de la fidelidad a Aquel que es el "testigo fiel" de nuestro sacerdocio ante el Padre.

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