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martes, 21 de julio de 2020

San Juan Pablo II, Homilía en la santa Misa en el Pontificio Colegio Norteamericano (22-febrero-1980).

SANTA MISA EN EL PONTIFICIO COLEGIO NORTEAMERICANO DE ROMA
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Viernes 22 de febrero de 1980

1. "Tú eres el Mesías", respondió Simón Pedro, "el Hijo de Dios , vivo" (Mt 16, 16).

Estas palabras de fe personal y divina inspiración, señalan el comienzo de la misión. de Pedro en la historia del Pueblo de Dios. Estas palabras señalan también el comienzo de una nueva era en la historia de la salvación. Desde el momento en que estas palabras fueron pronunciadas en Cesárea de Filipo, la historia del Pueblo de Dios quedó ligada al hombre que las había pronunciado: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra. edificaré yo mi Iglesia" (Mt 16, 18).

Estás palabras tienen para mí un significado especial. Son expresión de lo que constituye el corazón de mi misión como Sucesor de Pedro al final del siglo XX. Jesucristo es el centro del universo y de la historia. Sólo El es el Redentor de cada ser humano. En la inescrutable providencia de Dios yo he sido elegido para continuar la misión de Pedro y para repetir con similar convicción: "Tú eres el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Nada en mi ministerio ni en mi vida puede anteponerse a esta misión: proclamar a Cristo a todas las naciones, hablar de su maravillosa bondad, narrar su poder salvador y asegurar a cada hombre o mujer que aquel que crea en Cristo no morirá, sino que tendrá vida eterna (cf. Jn 3, 16).

Mis hermanos e hijos en Cristo: Las palabras de Pedro en Cesárea de Filipo también poseen un significado especial para vosotros. También vuestra vida ha de estar enraizada en Cristo y construida sobre El (cf. Col 2, 7). Pues, a causa de Cristo, gracias a Cristo y por Cristo, vosotros deseáis servir al Pueblo de Dios como sacerdotes. Por tanto, vuestro. conocimiento de Cristo y vuestro amor por El, debe crecer y profundizarse continuamente. Vosotros habréis de ser hombres de sólida fe, que por medio de la Eucaristía, la Liturgia de las Horas y la oración personal diaria, mantengan una vibrante amistad con Jesús, con Jesús que dijo a sus discípulos: "Ya no os llamo siervos..., sino que os digo amigos" (Jn 15, 15). Y de este modo en todo tiempo y lugar, vuestros primeros pensamientos han de dirigirse a El, que es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

2. La fiesta de la Cátedra de San Pedro coincide, por una feliz casualidad, con la fecha de nacimiento de George Washington, vuestro primer Presidente. En cierto modo estos dos acontecimientos indican el motivo de mi venida hoy aquí. Es deseo mío, como Obispo de Roma, visitar los diversos Colegios de la ciudad; sin embargo, he venido al Colegio Norteamericano en particular, como prolongación de mi reciente visita a los Estados Unidos. Esta tarde vosotros representáis para mí la Iglesia que está en los Estados Unidos: vosotros mis hermanos obispos, y vosotros que constituís la comunidad que está en Roma, conocida como Colegio Norteamericano, en la colina del Janículo y en Vía "dell'Umiltá". En todos vosotros y a través de vosotros saludo una vez más al pueblo de América.

En esta ocasión quisiera hablar de lo que yo considero elementos de extrema importancia en la preparación sacerdotal, y repetir algunos puntos que, respecto a esto, acentué en mi visita a vuestro país.

3. El primer lugar en la vida del seminario ha de ocuparlo la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es el centro de todo estudio teológico. Es el principal instrumento para el desarrollo de la doctrina cristiana y es la fuente perpetua de vida espiritual (cf. Constitución Apostólica Missale Romanum, 3 de abril de 1969). Hablando a los seminaristas de América dije: "La formación intelectual del sacerdote, que es, tan vital para los tiempos en que vivimos, abarca algunas ciencias humanas, así como las diferentes ciencias sagradas. Todas ellas ocupan un lugar importante en vuestra preparación para el sacerdocio. Pero la faceta prioritaria en los seminarios de hoy ha de ser la enseñanza de la Palabra de Dios en toda su pureza y su integridad, con todo lo que ella exige y en todo su poder" (Discurso en el seminario de San Carlos, Filadelfia; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de Octubre de 1979, pág. 9).

Albergo la esperanza de que en vuestra reverencia por la Palabra de Dios seréis como María; como María, cuya respuesta a la Palabra de Dios fuel "Fiat": "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38); como María, "que creyó que se cumpliría lo que se le había dicho de parte del Señor" (Lc 1, 45); como María, que atesoraba aquellas cosas que se decían de su Hijo y las meditaba en su corazón (cf. Lc 2, 19). Que vosotros atesoréis la Palabra de Dios siempre y la meditéis cada día en vuestro corazón, para que vuestra vida entera se convierta en una proclamación de Cristo, la Palabra hecha carne (cf. Jn 1, 14).

4. La proclamación de la Palabra de Dios alcanza su culmen en la celebración de la Eucaristía: Ciertamente todos vuestros esfuerzos personales y todas las actividades de la comunidad del seminario, están ligados al Sacrificio Eucarístico y dirigidos hacia él: "Y es que en la Santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo" (Presbyterorum ordinis, 5), Por tanto os exhorto vivamente a hacer de la Misa el centro real de vuestra vida cada día, y os recomiendo que dediquéis regularmente un tiempo a la plegaria ante el Santísimo Sacramento adorando a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

5. Igualmente la vida del seminario ha de caracterizarse por una atmósfera de recogimiento, que os permita a cada uno de vosotros adquirir hábitos duraderos de estudio y oración, y desarrollar interiormente las actitudes de abnegación, generosidad y obediencia alegre; actitudes que tan necesarias son en un sacerdote. Pues un sacerdote está llamado verdaderamente a revestir de Cristo su corazón y su mente (cf. Flp 2, 5), a imitar al Hijo que "aprendió por sus padecimientos la obediencia" (Heb 5, 8), y a decir con Jesús: "no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 5; 30). Una sólida disciplina en el seminario, cuando se pone en práctica de un modo adecuado, crea esa atmósfera de recogimiento que os ayuda a prepararos para una vida de conversión continua y servicio generoso. De modo particular os ayudará, como ya dije en Filadelfia, "a ratificar día a día en vuestros corazones la obediencia que debéis a Cristo y a su Iglesia"

6. Hoy hace diez años que mi amado predecesor Pablo VI visitó el Colegio Norteamericano. En aquella ocasión habló del valor especial de la formación sacerdotal en Roma. "Vuestra estancia aquí en Roma", dijo, "no es accidental ni carece de importancia. No se trata de una pura coincidencia... Se trata de algo premeditado con vistas vuestra formación espiritual, vuestra preparición para el ministerio sacerdotal, para un servicio futuro a la Iglesia y a vuestros conciudadanos".

Si alguna vez os preguntáis por que los obispos americanos han construido y mantenido este Colegio en Roma, o por qué los fieles católicos de los Estados Unidos han prestado ayuda financiera y se han sacrificado ellos mismos a lo largo de más de un siglo para proporcionaros a vosotros y a otros muchos la oportunidad de prepararos pan el sacerdocio en Roma, la respuesta se halla en las palabras de Pedro en Cesárea de Filipo; está ligada al misterio de la misión de Pedro en la Iglesia universal. La universalidad y la rica diversidad de la Iglesia se aprecia aquí es Roma más claramente que en ningún otro lugar. Aquí la tradición apostólica de la Iglesia como una realidad viva y no solamente como una reliquia del pasado se convierte en algo consciente en vuestra visión de fe. Y aquí en Roma os encontráis con el Sucesor d Pedro, que se esfuerza por testimoniar la fidelidad a Cristo confirmando a todos sus hermanos en la fe.

7. Quisiera aprovechar esta ocasión también para dirigir un especial salud al cardenal Baum, que recientemente ha llegado a Roma para hacerse cargo de la gravosa tarea de dirigir la Sagrada Congregación para la Educación Católica. Entre sus diversas responsabilidades estará la de promover un auténtico resurgir de la vida de los seminarios en Roma y en todo el mundo. Ninguna otra responsabilidad suya es más importante que ésta. Esta misma convicción mía reflejan las siguientes palabras que escribí a los obispos de la Iglesia en mi Carta del Jueves Santo el año pasado: "La plena revitalización de la vida de los seminarios en toda la Iglesia será la mejor prueba de la efectiva renovación, hacia la cual el Concilio ha orientado a la Iglesia".

8. Queridos hermanos e hijos en Cristo, vosotros ocupáis un lugar especial en mis pensamientos y oraciones y os miro con confianza, pues veo vuestra juventud y vuestra sinceridad, vuestra fortaleza y vuestro deseo de servir. Veo vuestra alegría y vuestro amor a Cristo y a su pueblo. Todo esto me confiere la esperanza de que la auténtica renovación de la Iglesia, comenzada por el Concilio Vaticano II, será efectivamente llevada a su término. Sí, vuestras vidas constituyen una gran promesa para el futuro de la Iglesia, para el futuro de la evangelización del mundo con tal que vosotros permanezcáis fieles: fieles a la Palabra de Dios, fieles a la Eucaristía, fieles a la oración y el estudio, y fieles al Señor, que ha comenzado en vosotros la obra buena, y que la llevará a término (cf. Flp 1, 6).

Queridos hermanos e hijos: Alabemos juntos su nombre y proclamemos de palabra y con obras, hoy y siempre, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

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