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viernes, 12 de junio de 2020

Viernes 17 julio 2020, Lecturas Viernes XV semana del Tiempo Ordinario, año par.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Viernes de la XV semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA Is 38, 1-6. 21-22. 7-8
He escuchado tu plegaria y visto tus lágrimas

Lectura del libro de Isaías.

En aquellos días, el rey Ezequías enfermó mortalmente. El profeta Isaías, hijo de Amós, vino a decirle:
«Esto dice el Señor: “Pon orden en tu casa, porque vas a morir y no vivirás».
Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor:
«¡Ah, Señor!, recuerda que he caminado ante ti con sinceridad y corazón íntegro; que he hecho lo que era recto a tus ojos».
Y el rey se deshizo en lágrimas.
Le llegó a Isaías una palabra del Señor en estos términos:
«Ve y di a Ezequías: “Esto dice el Señor, el Dios de tu padre David: He escuchado tu plegaria y visto tus lágrimas. Añadiré otros quince años a tu vida y te libraré, a ti y a esta ciudad, de la mano del rey de Asiria y extenderé mi protección sobre esta ciudad”».
Isaías dijo:
«Que traigan un emplasto de higos y lo apliquen a la llaga para que se cure».
Ezequías dijo:
«¿Cuál es la prueba de que podré subir a la casa del Señor?».
Respondió Isaías:
«La señal que el Señor te envía de que cumplirá lo prometido será esta:
Haré retroceder diez gradas la sombra en la escalera de Ajaz, que se había alargado por efecto del sol».
Y el sol retrocedió las diez gradas que había avanzado sobre la escalera.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Is 38, 10. 11. 12abcd. 16Bcd (R.: cf. 17b)
R.
Tú, Señor, detuviste mi alma para que no pereciese.
Tu, Dómine, eruísti ánimam meam ut non períret.

V. Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años».
R. Tú, Señor, detuviste mi alma para que no pereciese.
Tu, Dómine, eruísti ánimam meam ut non períret.

V. Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo».
R. Tú, Señor, detuviste mi alma para que no pereciese.
Tu, Dómine, eruísti ánimam meam ut non períret.

V. Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama.
R. Tú, Señor, detuviste mi alma para que no pereciese.
Tu, Dómine, eruísti ánimam meam ut non períret.

V. ¡Señor, en ti espera mi corazón!,
que se reanime mi espíritu.
Me has curado, me has hecho revivir.
R. Tú, Señor, detuviste mi alma para que no pereciese.
Tu, Dómine, eruísti ánimam meam ut non períret.

Aleluya Jn 10, 27
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mis ovejas escuchan mi voz -dice el Señor-, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.
Oves meae vocem meam áudiunt dicit Dóminus; et ego cognósco esa, et sequúntur me.

EVANGELIO Mt 12, 1-8
El Hijo del hombre es señor del sábado
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, atravesó Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas.
Los fariseos, al verlo, le dijeron:
«Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado».
Les replicó:
«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes.
¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa?
Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo.
Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificio”, no condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

San Hilario, in Matthaeum, 12
Los fariseos, que se creían dueños de las llaves del reino de los cielos, arguyen a los discípulos de haber obrado mal. El Señor sólo les habla de una profecía, para un tiempo lejano. Y, para demostrar que este hecho encierra la ciencia del porvenir añade: " Y si supiéseis qué es: misericordia quiero, y no sacrificio". Porque no consiste la obra de nuestra salvación en el sacrificio, sino en la misericordia. Cesando la ley, nos salva la bondad de Dios. Si ellos hubieran comprendido su beneficio, jamás hubieran condenado a los inocentes (esto es, a los apóstoles) a quienes acusaban por animadversión de haber infringido la ley. Cesando la antigüedad de los sacrificios, la nueva ley de la misericordia les hubiera favorecido a todos mediante los Apóstoles.

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