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lunes, 30 de septiembre de 2019

Lunes 4 noviembre 2019, Lecturas Lunes XXXI semana del Tiempo Ordinario, año impar.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Lunes de la XXXI semana del Tiempo Ordinario, año impar (Lec. III-impar).

PRIMERA LECTURA Rom 11, 29-36
Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos:
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Así como vosotros, en otro tiempo, desobedecisteis a Dios, pero ahora habéis obtenido misericordia por la desobediencia de ellos, así también estos han desobedecido ahora con ocasión de la misericordia que se os ha otorgado a vosotros, para que también ellos alcancen ahora misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.
¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero?
O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa?
Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 68, 30-31. 33-34. 36-37
R. Señor, que me escuche tu gran bondad.
In multitúdine misericórdiæ tuæ exáudi me, Dómine.

V. Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
R. Señor, que me escuche tu gran bondad.
In multitúdine misericórdiæ tuæ exáudi me, Dómine.

V. Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
R. Señor, que me escuche tu gran bondad.
In multitúdine misericórdiæ tuæ exáudi me, Dómine.

V. Dios salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará
los que aman su nombre vivirán en ella.
R. Señor, que me escuche tu gran bondad.
In multitúdine misericórdiæ tuæ exáudi me, Dómine.

Aleluya Jn 8, 31b-32
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Si permanecéis en mi palabra —dice el Señor— seréis de verdad discípulos míos, y conoceréis la verdad. R.
Si manséritis in sermóne meo, vere discípuli mei éritis, et cognoscétis veritátem, dicit Dóminus.

EVANGELIO Lc 14, 12-14
No invites a tus amigos, sino a pobres y lisiados
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a uno a de los principales fariseos que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía en santa Marta 5 de noviembre de 2018
El cristiano debe seguir el ejemplo del Hijo de Dios, cultivando la gratuidad: hacer el bien sin preocuparse si los demás hacen lo mismo; sembrar unanimidad, abandonando rivalidad o vanagloria. Construir la paz con pequeños gestos quiere decir allanar un camino de concordia en todo el mundo.
Cuando leemos las noticias de las guerras, pensamos en las noticias del hambre de los niños en Yemen, fruto de la guerra: es lejano, pobres niños… pero, ¿por qué no tienen qué comer? Pues la misma guerra se hace en nuestra casa, en nuestras instituciones con esa rivalidad: ¡ahí comienza la guerra! Y la paz debe hacerse allí: en la familia, en la parroquia, en las instituciones, en el puesto de trabajo, buscando siempre la unanimidad y la concordia y no el propio interés.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Papa Francisco, Encuentro con el clero, los religiosos y los seminaristas en Palermo (15-septiembre-2018).

VISITA PASTORAL DEL PAPA FRANCISCO A LAS DIÓCESIS DE PIAZZA ARMERINA Y DE PALERMO (CON OCASIÓN DEL 25 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL BEATO PINO PUGLISI)
ENCUENTRO CON EL CLERO, LOS RELIGIOSOS Y LOS SEMINARISTAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Catedral de Palermo, Sábado, 15 de septiembre de 2018

¡Buenas tardes!

Esta mañana hemos celebrado juntos la memoria del Beato Pino Puglisi; ahora quiero compartir con vosotros tres aspectos basilares de su sacerdocio, que pueden ayudar a nuestro sacerdocio, nuestro «sí» total a Dios y a los hermanos. Son tres verbos simples, y por ello, fieles a la figura de don Pino, que fue un sacerdotes sencillo, un cura auténtico. Y, como sacerdote, un consagrado a Dios, porque también las hermanas pueden participar de esto.

El primer verbo es celebrar. También hoy, como en el centro de cada Misa, hemos pronunciado las palabras de la Institución: «Tomad y comed todos: esto es mi cuerpo que se ofrece en sacrificio por vosotros». Estas palabras no deben quedar sobre el altar, deben calar en la vida: son nuestro programa de vida cotidiano. No debemos solo decirlas in persona Christi, tenemos que vivirlas en primera persona. Tomad y comed, este es mi cuerpo que se ofrece: lo decimos a los hermanos, junto a Jesús. Las palabras de la Institución delinean así nuestra identidad sacerdotal, nos recuerdan que el sacerdote es un hombre del don, del don de sí mismo, cada día, sin vacaciones y sin descanso. Porque la nuestra, queridos sacerdotes, no es una profesión sino una donación, no un trabajo, que puede servir incluso para hacer carrera, sino una misión. Y así, también la vida consagrada. Cada día podemos hacer el examen de conciencia también sólo con estas palabras —tomad y comed: este es mi cuerpo que se ofrece por vosotros— y preguntarnos: «¿Hoy di la vida por amor al Señor, me he “dejado comer” por los hermanos?», Don Pino vivió así: el epílogo de su vida fue la lógica consecuencia de la Misa que celebraba cada día.

Hay una segunda fórmula sacramental fundamental en la vida del sacerdote: «Yo te absuelvo de tus pecados». Aquí está la alegría de donar el perdón de Dios. Pero aquí el cura, hombre del don, se descubre como hombre del perdón. También todos los cristianos, debemos ser hombres y mujeres de perdón. Los sacerdotes de un modo especial en el sacramento de la Reconciliación. En efecto, las palabras de la Reconciliación no dicen sólo lo que sucede cuando actuamos in persona Christi, sino que nos indican también cómo actuar según Cristo. Yo te absuelvo: el sacerdote hombre del perdón, está llamado a encarnar estas palabras. Es el hombre del perdón. Y análogamente, las religiosas son mujeres de perdón. Cuántas veces en las comunidades religiosas no existe el perdón, están las habladurías, están lo celos... No. Hombre del perdón, el sacerdote, en la Confesión, pero todos los consagrados, hombres y mujeres del perdón. El sacerdote no guarda rencores, no hace pesar lo que no ha recibido, no devuelve mal por mal. El sacerdote es portador de la paz de Jesús: benévolo, misericordioso, capaz de perdonar a los demás como Dios les perdona por medio suyo (cf. Efesios 4, 32). Lleva la concordia donde existe división, armonía donde hay litigio, serenidad donde hay animosidad. Pero si el sacerdote es un chismoso, en vez de llevar concordia, traerá la división, la guerra, traerá cosas que harán que el sacerdote acabe dividido en su interior y con el obispo. El sacerdote es ministro de reconciliación a tiemplo pleno: administra «el perdón y la paz» no sólo en el confesonario, sino en cualquier lugar. Pidamos a Dios ser portadores sanos de Evangelio, capaces de perdonar de corazón, de amar a los enemigos. Pensemos en tantos sacerdotes y tantas comunidades, donde se odian como enemigos, por la competición, los celos, los arribistas... no es cristiano. Me decía una vez un obispo: «Yo a algunas comunidades religiosas y a algunos sacerdotes los bautizaría otra vez para hacerlos cristianos». Porque se comportan como paganos. Y el Señor nos pide ser hombres y mujeres de perdón, capaces de perdonar de corazón, de amar a los enemigos y rezar por quienes nos hacen el mal (cf. Mateo 18, 35; 5, 44). Esto de rezar por los que nos hacen el mal parece una cosa de museo... No, hoy tenemos que hacerlo, ¡hoy! La fuerza de vosotros sacerdotes, de vuestro sacerdocio, la fuerza de vosotras, religiosas, de vuestra vida consagrada, está aquí: rezar por quien hace el mal, como Jesús. El gimnasio donde entrenarse a ser hombre del perdón es el seminario antes y el sacerdocio después. Para los consagrados es la comunidad. Todos sabemos que no es fácil perdonarnos entre nosotros: «¿Me la hiciste? ¡Me la pagarás!». Pero no solo en la mafia, también en nuestras comunidades y en nuestros presbiterios, es así. En el presbiterio y en la comunidad se debe alimentar el deseo de unión, según Dios; no de dividir según el diablo; él es el gran acusador, el que acusa para dividir, ¡divide todo! Ahí en el presbiterio y en la comunidad, se debe aceptar a los hermanos y a las hermanas, ahí el Señor llama cada día para trabajar, para superar las divergencias. Y esto es parte constitutiva del ser sacerdotes y consagrados. No es un accidente, pertenece a la sustancia. Meter cizaña, provocar divisiones, criticar, chismorrear no son «pecadillos que todos cometen», no: es negar nuestra identidad de sacerdotes, hombres del perdón, y de consagrados, hombres de comunión. Siempre se debe distinguir el error de quien lo comete, siempre se deben amar y esperar al hermano y a la hermana. Pensemos en Don Pino, que era disponible hacia todos y a todos atendía con corazón abierto, también a los malhechores.

Sacerdote hombre del don y del perdón, he aquí cómo conjugar en la vida el verbo celebrar. Tú puedes celebrar la Misa cada día y después ser un hombre de división, de habladurías, de celos, también un «criminal» porque matas al hermano con la lengua. Y estas no son palabras mías, esto lo dice el apóstol Santiago. Leed la carta de Santiago. También las comunidades religiosas pueden asistir a misa todos los días, ir a comulgar pero con el odio en el corazón hacia el hermano y hacia la hermana. El sacerdote es un hombre de Dios 24 horas al día, no un hombre sagrado cuando se viste con los ornamentos. Que la liturgia sea para vosotros vida, no se quede en rito. Por esto, es fundamental rezar a Él de quien hablamos, adorar el Pan que consagramos, y hacerlo cada día. Oración, Palabra, Pan; el padre Pino Puglisi, llamado «3P», nos ayude a recordar estas tres «P» esenciales para cada sacerdote todos los días, esenciales para todos los consagrados y consagradas todos los días: Oración (preghiera), Palabra, Pan.

Hombre del perdón, sacerdote que da el perdón, es decir, hombre de misericordia y esto especialmente en el confesonario, en el sacramento de la Reconciliación. Es muy feo cuando en Confesión el sacerdote comienza a excavar, a excavar en el alma del otro: «Y cómo fue, y cómo haces...». Esto es un hombre que enferma. Tu estás ahí para perdonar en nombre del único Padre que perdona, no para medir hasta dónde puedo, hasta dónde no puedo... Creo que sobre este punto de la Confesión debemos convertirnos tanto: recibir a los penitentes con misericordia, sin excavar en el alma, sin hacer de la confesión una investigación detectivesca para indagar. Perdón, corazón grande, misericordia. El otro día un Cardenal muy severo, diría también conservador —porque hoy se dice: este es conservador, este es abierto— un Cardenal así me decía: «Si uno va al Padre, porque yo estoy ahí en el nombre de Jesús y del Padre Eterno, y dice: Perdóname, perdóname, hice esto, esto, esto...; y yo siento que según las reglas no debería perdonar, pero ¿qué padre no otorga el perdón al hijo que le pide con lágrimas y desesperación?». Después, una vez perdonado, se le aconsejará: «Deberás hacer esto...»; o bien, «Debo hacer esto, y lo haré por ti».

Cuando el hijo pródigo llegó con el discurso preparado ante el padre y le comenzó a decir: «Padre, he pecado...», el padre lo abrazó, no le dejó hablar, le dio inmediatamente el perdón. Y cuando el otro hijo no quería entrar, el padre salió para darle también a él la confianza del perdón, de filiación. Esto para mí es muy importante para curar nuestra Iglesia, tan herida que parece un hospital de campo.

Por último, también sobre el celebrar, quisiera decir una cosa sobre la piedad popular, muy difundida en estas tierras. Un Obispo me decía que en su diócesis no sé cuántas cofradías existen y me decía: «Yo voy siempre con ellos, no les dejo solos, les acompaño». Es un tesoro que hay que apreciar y custodiado, porque tiene en sí una fuerza evangelizadora (cf. Evangelii gaudium, 122-126), pero siempre el protagonista debe ser el Espíritu Santo. Os pido, por tanto, que vigiléis atentamente, para que la religiosidad popular no sea instrumentalizada por la presencia mafiosa, porque entonces, en vez de ser un medio de afectuosa adoración, se convierte en vehículo de corrupta ostentación. Lo hemos visto en los periódicos, cuando la Virgen se detiene y hace la inclinación ante la casa del jefe-mafioso; no, esto no se debe hacer, no se debe hacer de ningún modo.

Cuidad la piedad popular, ayudad, estad presentes. Un Obispo italiano me dijo esto: «La piedad popular es el sistema inmunitario de la Iglesia», es el sistema inmunitario de la Iglesia. Cuando la Iglesia comienza a hacerse demasiado ideológica, demasiado gnóstica o muy pelagiana, la piedad popular la corrige, la defiende.

Os propongo un segundo verbo: acompañar. Acompañar es la clave del ser pastores hoy en día. Se necesitan ministros que encarnen la cercanía del Buen Pastor, de sacerdotes que sean iconos vivientes de cercanía. Esta palabra hay que subrayarla: «cercanía», porque es lo que hizo Dios. Primero lo hizo con su pueblo. Sobre esto también les reprendía, en el Deuteronomio —pensad bien— les dice: «Decidme, habéis visto antes un pueblo que tenga a los dioses tan cercanos como tú tienes a tu Dios cerca de ti?». Esta cercanía, esta proximidad de Dios en el Antiguo Testamento, se hizo carne, se hizo uno de nosotros en Jesucristo. Dios se hizo cercano abajándose, vaciándose, así dice Pablo. Proximidad, es necesario retomar esta palabra. Pobres de bienes y de proclamaciones, ricos de relaciones y de comprensión. Pensemos ahora en Don Puglisi quien, más que hablar de los jóvenes, hablaba con los jóvenes. Estar con ellos, seguirlos, hacer surgir junto a ellos las preguntas más auténticas y las respuestas más hermosas. Es una misión que nace de la paciencia, de la escucha acogedora, del tener un corazón de padre, corazón de madre, para las religiosas, y jamás un corazón de padrón. El arzobispo nos ha hablado del apostolado «del oído», la paciencia de escuchar. La pastoral se hace así, con paciencia y dedicación, por Cristo y a tiempo completo.

Don Pino arrancaba del malestar simplemente siendo un sacerdote con corazón de pastor. Aprendamos de él a rechazar toda espiritualidad desencarnada y a ensuciarnos las manos con los problemas de la gente. A mí me huele mal esa espiritualidad que te lleva a estar con los ojos en blanco, cerrados o abiertos, pero siempre ahí... Esto no es católico. Salgamos al encuentro de las personas con la sencillez de quien les quiere amar con Jesús en el corazón, sin proyectos faraónicos, sin cabalgar las modas del momento. A nuestra edad, hemos visto tantos proyectos faraónicos... ¿Qué han hecho? ¡Nada! Los proyectos pastorales, los planes pastorales son necesarios, pero como medios, un medio para ayudar a la cercanía, la predicación del Evangelio, pero por sí solos no sirven. El camino del encuentro, de la escucha, del compartir es el camino de la Iglesia. Crecer juntos en parroquia, seguir los recorridos de los jóvenes en la escuela, acompañar de cerca las vocaciones, las familias, los enfermos; crear lugares de encuentro donde rezar, reflexionar, jugar, pasar el tiempo en modo sano y aprender a ser buenos cristianos y honestos ciudadanos. Esta es la pastoral que genera, y que regenera al sacerdote mismo, a la religiosa misma.

Una cosa quiero decir especialmente a las Religiosas: Vuestra misión es grande, porque la Iglesia es madre y su modo de acompañar siempre debe tener un trato materno. Vosotras religiosas, pensad que sois el icono de la Iglesia. Vuestra maternidad hace tanto bien, mucho bien. Una vez —esto lo he contado muchas veces, lo digo brevemente— había, donde trabajaba mi papá, tantos inmigrantes de la posguerra española, comunistas, socialistas... todos anticlericales. Uno de ellos se enfermó y fue curado durante 30 días en casa, porque venía la hermana a curarlo de una enfermedad muy fea, muy difícil de curar. Los primeros días le dijo todas las palabrotas que conocía, y la hermana, en silencio, lo curaba. Terminada la historia, ese hombre se reconcilió. Y una vez, saliendo del trabajo junto con otros, pasaban por ahí dos hermanas y los otros comenzaron a decir palabrotas y él le dio un puñetazo a uno de ellos, tirándole al suelo y le dijo: «¡Meteos con Dios y con los sacerdotes, pero a la Virgen y a las hermanas no las toquéis!». Vosotros sois la puerta, porque sois madres, y la Iglesia es madre. La ternura de una madre, la paciencia de una madre... Por favor, no desvirtuéis vuestro carisma de mujeres y el carisma de consagradas. Es importante que os involucréis en la pastoral para revelar el rostro de la Iglesia madre. Es importante que los obispos os llamen en los consejos, en los diversos consejos pastorales, porque siempre es importante la voz de la mujer, la voz de la consagrada, es importante. Y quisiera agradecer a las contemplativas quienes, con la oración y con el don total de la vida, son el corazón de la Iglesia madre y palpitan en el Cuerpo de Cristo el amor que todo lo une.

Celebrar, acompañar, y ahora el último verbo, que en realidad es la primera cosa que hay que hacer: testimoniar. Esto tiene que ver con todos nosotros y en particular vale para la vida religiosa, que es de por sí misma testimonio y profecía del Señor en el mundo. En el apartamento donde vivía el Padre Pino, resalta una sencillez genuina. Es el signo elocuente de una vida consagrada al Señor, que no busca consolaciones y gloria del mundo. La gente busca esto en el sacerdote y en los consagrados, busca el testimonio. La gente no se escandaliza cuando ve que el sacerdote «resbala», es un pecador, se arrepiente y sigue adelante... El escándalo de la gente es cuando ve sacerdotes mundanos con el espíritu del mundo. El escándalo de la gente está cuando encuentra en el sacerdote un funcionario, no un pastor. Y esto metéoslo bien en la cabeza y en el corazón: pastores sí, funcionario, no. La vida habla más que las palabras. El testimonio contagia. Ante Don Pino pidamos la gracia de vivir el Evangelio como él: a la luz del sol, inmerso en su gente, rico solo de amor de Dios. Se pueden tener tantas discusiones sobre la relación Iglesia-mundo, y Evangelio-historia, pero no sirve si el Evangelio no pasa primero por la propia vida. Y el Evangelio nos pide, hoy más que nunca, esto: servir en la sencillez, en el testimonio. Esto significa ser ministros: no desempeñar funciones, sino servir alegres, sin depender de las cosas que pasan y sin atarse a los poderes del mundo. Así, libres para testimoniar, se manifiesta que la Iglesia es sacramento de salvación, es decir, signo que indica e instrumento que ofrece la salvación al mundo.

La Iglesia no está por encima del mundo —esto es clericalismo— la Iglesia está dentro del mundo, para hacerlo fermentar, como levadura en la pasta.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, hay que desterrar toda forma de clericalismo. Es una de las perversiones más difíciles de quitar hoy en día, el clericalismo: que no tengan ciudadanía en vosotros actitudes altaneras, arrogantes o prepotentes. Para ser testigos creíbles hay que recordar que antes que ser sacerdotes somos siempre diáconos; antes de ser ministros sagrados somos hermanos de todos, servidores. ¿Qué diríais a un obispo que me cuenta que algunos de sus sacerdotes no quieren ir a un pueblito cercano para celebrar una misa de difuntos si antes no le llega el donativo? ¿Qué le diríais a ese obispo? Y existen. Hermanos y hermanas, existen. Recemos por estos hermanos, funcionarios. También el afán de hacer carrera y el «familismo» son enemigos que hay que expulsar, porque su lógica es la del poder, y el sacerdote no es un hombre de poder, sino de servicio. La hermana no es una mujer de poder, sino de servicio. Testimoniar, también, quiere decir huir de toda doblez, esa hipocresía, que tanto está ligada al clericalismo; huir de la doblez de vida, en el seminario, en la vida religiosa, en el sacerdocio. No se puede vivir una doble moral: una para el pueblo de Dios y otra dentro de casa. No, el testigo es uno solo. El testigo de Jesús le pertenece a Él para siempre. Y por amor a Él emprende una cotidiana batalla contra sus vicios y contra toda mundanidad alienante.

En fin, testigo es aquel que sin tantos rodeos, sino con la sonrisa y la serenidad confiada, sabe consolar y alentar, porque revela con naturalidad la presencia de Jesús resucitado y vivo. Os deseo a vosotros sacerdotes, consagrados y consagradas, seminaristas, ser testigos de esperanza, como Don Pino bien dijo una vez: «A quien está desorientado, el testigo de la esperanza le indica no qué cosa es la esperanza, sino quién es la esperanza. La esperanza es Cristo, y se indica lógicamente a través de una vida propia orientada hacia Cristo» (Discurso en el Congreso del movimiento «Presencia del Evangelio», 1991). No con las palabras.

Os agradezco y os bendigo, perdonadme si he sido un poco fuerte, pero es que a mí me gusta hablar así. Os deseo la alegría de celebrar, acompañar y testimoniar el gran don que Dios ha depositado en nuestros corazones. Gracias y rezar por mí.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Jueves 31 octubre 2019, Jueves de la XXX semana del Tiempo Ordinario, feria (o misa para pedir caridad).

SOBRE LITURGIA

Concilio Vaticano II
CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA "LUMEN GENTIUM"

21 de noviembre de 1964.
CAPÍTULO III. CONSTITUCIÓN JERÁRQUICA DE LA IGLESIA, Y PARTICULARMENTE EL EPISCOPADO

21. En la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en medio de los fieles. Porque, sentado a la diestra del Padre, no está ausente la congregación de sus pontífices [53], sino que, principalmente a través de su servicio eximio, predica la palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes, y por medio de su oficio paternal (cf.1 Co 4,15) va congregando nuevos miembros a su Cuerpo con regeneración sobrenatural; finalmente, por medio de su sabiduría y prudencia dirige y ordena al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad. Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1 Co 4,1), a quienes está encomendado el testimonio del Evangelio de la gracia de Dios (cf. Rm 15,16; Hch 20,24) y la gloriosa administración del Espíritu y de la justicia (cf. 2 Co 3,8-9).

Para realizar estos oficios tan excelsos, los Apóstoles fueron enriquecidos por Cristo con una efusión especial del Espíritu Santo, que descendió sobre ellos (cf. Hch 1,8; 2,4; Jn 20,22-23), y ellos, a su vez, por la imposición de las manos, transmitieron a sus colaboradores este don espiritual (cf. 1 Tm 4,14; 2 Tm 1,6-7), que ha llegado hasta nosotros en la consagración episcopal [54]. Enseña, pues, este santo Sínodo que en la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del orden, llamada, en la práctica litúrgica de la Iglesia y en la enseñanza de los Santos Padres, sumo sacerdocio, cumbre del ministerio sagrado [55]. La consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también los oficios de enseñar y de regir, los cuales, sin embargo, por su misma naturaleza, no pueden ejercerse sino en comunión jerárquica con la Cabeza y los miembros del Colegio. Pues según la Tradición, que se manifiesta especialmente en los ritos litúrgicos y en el uso de la Iglesia tanto de Oriente como de Occidente, es cosa clara que por la imposición de las manos y las palabras de la consagración se confiere [56] la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado carácter [57], de tal manera que los Obispos, de modo visible y eminente, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúan en lugar suyo [58]. Pertenece a los Obispos incorporar, por medio del sacramento del orden, nuevos elegidos al Cuerpo episcopal.

22. Así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás Apóstoles forman un solo Colegio apostólico, de igual manera se unen entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles. Ya la más antigua disciplina, según la cual los Obispos esparcidos por todo el orbe comunicaban entre sí y con el Obispo de Roma en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz [59], y también los concilios convocados [60] para decidir en común las cosas más importantes [61], sometiendo la resolución al parecer de muchos [62], manifiestan la naturaleza y la forma colegial del orden episcopal, confirmada manifiestamente por los concilios ecuménicos celebrados a lo largo de los siglos. Esto mismo está indicado por la costumbre, introducida de antiguo, de llamar a varios Obispos para tomar parte en la elevación del nuevo elegido al ministerio del sumo sacerdocio. Uno es constituido miembro del Cuerpo episcopal en virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio.

El Colegio o Cuerpo de los Obispos, por su parte, no tiene autoridad, a no ser que se considere en comunión con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza del mismo, quedando totalmente a salvo el poder primacial de éste sobre todos, tanto pastores como fieles. Porque el Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente. En cambio, el Cuerpo episcopal, que sucede al Colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el régimen pastoral, más aún, en el que perdura continuamente el Cuerpo apostólico, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal [63], si bien no puede ejercer dicha potestad sin el consentimiento del Romano Pontífice. El Señor estableció solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt 16,18-19) y le constituyó Pastor de toda su grey (cf. Jn 21, 15 ss); pero el oficio de atar y desatar dado e Pedro (cf. Mt 16,19) consta que fue dado también al Colegio de los Apóstoles unido a su Cabeza (cf. Mt 18, 18; 28,16-20) [64]. Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en cuanto agrupado bajo una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo. Dentro de este Colegio los Obispos, respetando fielmente el primado y preeminencia de su Cabeza, gozan de potestad propia para bien de sus propios fieles, incluso para bien de toda la Iglesia porque el Espíritu Santo consolida sin cesar su estructura orgánica y su concordia. La potestad suprema sobre la Iglesia universal que posee este Colegio se ejercita de modo solemne en el concilio ecuménico. No hay concilio ecuménico si no es aprobado o, al menos, aceptado como tal por el sucesor de Pedro. Y es prerrogativa del Romano Pontífice convocar estos concilios ecuménicos, presidirlos y confirmarlos [65]. Esta misma potestad colegial puede ser ejercida por los Obispos dispersos por el mundo a una con el Papa, con tal que la Cabeza del Colegio los llame a una acción colegial o, por lo menos, apruebe la acción unida de éstos o la acepte libremente, para que sea un verdadero acto colegial.

[53] Cf. San León M., Serm. 5, 3: PL 54, 154.
[54] Conc. Trid., ses. 23, c. 3, cita 2 Tm, 1, 6-7, para demostrar que el orden es verdadero sacramento: Denz., 959 (1766).
[55] En la Trad. Apost., 3, ed. Botte, Sources Chrét., pp. 27-30, al obispo se le atribuye "el primado del sacerdocio". Cf. Sacramentarium Leonianum, ed. C. Mohlberg, Sacramentarium Veronense (Romae 1955) p. 119: "para el ministerio del sumo sacerdocio... Completa en tus sacerdotes la cima del misterio"...: Idem, Liber Sacramentorum Romanae Ecclesiae (Romae 1960) pp. 121-122: "Confiéreles, Señor, la cátedra episcopal para regir tu iglesia y a todo el pueblo". Cf. PL 78, 224.
[56] Cf. Trad. Apost., 2, ed. Botte, p. 27.
[57] Conc. Trid., ses. 23, c. 4, enseña que el sacramento del orden imprime carácter indeleble: Denz. 960 (1767). Cf. Juan XXIII, aloc. Iubilate Deo, 8 mayo 1960: AAS 52 (1960) 446. Pablo VI, homilía en Bas. Vaticana, 20 octubre 1963: AAS 55 (1963) 1014.
[58] San Cipriano, Epist. 63, 14 (PL 4, 386; Hartel, III B, p. 713): "el sacerdote hace las veces de Cristo". San J. Crisóstomo, In 2 Tim. hom., 2, 4 (PG 62, 612): "el sacerdote es símbolo de Cristo". San Ambrosio, In Ps. 38, 25-26: PL 14, 1051-52; CSEL, 64, 203-204. Ambrosiaster, In 1 Tim. 5, 19: PL 17, 479C e In Eph., 4, 11-12: col. 387C. Teodoro Mops., Hom. Catech. XV, 21 y 24; ed. Tonneau, p. 497 y 503. Hesiquio Hieros., In Lev. 2, 9, 23: PG 93, 894B.
[59] Cf. Eusebio, Hist. Eccl. V, 24, 10: GCS II, 1, p. 495; ed. Bardy. Sources Chrét. II, p. 69. Dionisio, en Eusebio, ibid., VII, 5, 2: GCS II, 2, p. 638s; Bardy, II, pp. 168 s.
[60] Cf. sobre los Concilios antiguos, Eusebio, Hist. Eccl. V, 23-24: GCS II, 1, p. 488 ss.; Bardy, II, p. 66ss, et passim. Conc. Niceno, can., 5; Conc. Oec. Decr., p. 7.
[61] Tertuliano, De ieiun., 13: PL 2, 972B; CSEL 20, p.292, lín. 13-16.
[62] San Cipriano, Epist., 56, 3; Hartel, III B, p. 649; Bayard, p. 154.
[63] Cf. Relatio oficial de Zinelli, en el Conc. Vat. I: Mansi, 52, 1.109C.
[64] Cf. Conc. Vat. I, esquema de la const. dogm. II, De Ecclesia Christi, c. 4: Mansi, 53, 310. Cf. Relatio Kleutgen de schemate reformato: Mansi, 53, 321 B-322 B y la declaración de Zinelli: Mansi, 52, 1110A. cfr. también San León M., Serm. 4, 3: PL 54, 151A.
[65] Cf. Cod. Iur. Can. can. 222 y 227.


CALENDARIO

31 JUEVES. Hasta la hora nona:
JUEVES DE LA XXX SEMANA DEL T. ORDINARIO, feria

Misa
de feria (verde).
MISAL: cualquier formulario permitido (véase pág. 68, n. 5), Pf. común.
LECC.: vol. III-impar.
- Rom 8, 31b-39.
Ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo.
- Sal 108. R. Sálvame, Señor, según tu misericordia.
- Lc 13, 31-35. No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.

Liturgia de las Horas: oficio de feria.

Martirologio: elogs. del 1 de noviembre, pág. 643.
CALENDARIOS: Segovia, Mallorca y Jesuitas: San Alonso Rodríguez, religioso (MO).
OFM Cap.: San Ángel de Acri, presbítero (ML).
Cartujos: Vigilia de Todos los Santos (misa propia).
Madrid: Aniversario de la ordenación episcopal del cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo, emérito (1976).

31 JUEVES. Después de la hora nona:
Misa
vespertina de la solemnidad de Todos los Santos (blanco).
Liturgia de las Horas: I Vísp. del oficio de la solemnidad, Comp. Dom. I.

TEXTOS MISA

Misa de la feria: del XXX Domingo del T. Ordinario (o de otro Domingo del T. Ordinario).

Misa para pedir caridad:
Para pedir caridad

Antífona de entrada Cf. Ez 36, 26-28
Dice el Señor: «Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne y os infundiré mi espíritu. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios».
Dicit Dóminus: Auferam cor lapídeum de carne vestra, et dabo vobis cor cárneum, et spíritum meum ponam in médio vestri: et éritis mihi in pópulum, et ego ero vobis in Deum.

Monición de entrada
Donde hay caridad y amor, ahí está Dios. En la misa de hoy, pedimos al Señor que nos conceda crecer en el don de la caridad. La caridad es un don y una tarea esencial en la vida cristiana, como la fe y la esperanza. Dicho de otro modo, sin caridad no hay ni celebración, ni vida cristiana. Por eso, pedir la caridad es pedir que el Espíritu Santo nos transforme interiormente en hombres nuevos, en verdaderos discípulos de Cristo.

Oración colecta
Te rogamos, Señor, que inflames nuestros corazones con el Espíritu de tu amor, para que busquemos siempre lo digno y agradable a tu majestad y podamos amarte sinceramente en los hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Corda nostra, quaesumus, Dómine, tuae Spíritu caritátis inflámma, ut tuae digna semper ac plácita maiestáti cogitáre et te in frátribus sincére dilígere valeámus. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Jueves de la XXX semana deL Tiempo Ordinario, año impar (Lec. III-impar).

PRIMERA LECTURA Rom 8, 31b-39
Ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito:
«Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza».
Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 108, 21-22. 26-27. 30-31 (R.: 26b)
R. Sálvame, Señor, según tu misericordia.
Salvum me fac, Dómine, secúndum misericórdiam tuam.

V. Señor, Dueño mío,
trátame conforme a tu nombre,
líbrame por tu bondadoso amor.
Porque yo soy humilde y pobre,
y mi corazón ha sido traspasado.
R. Sálvame, Señor, según tu misericordia.
Salvum me fac, Dómine, secúndum misericórdiam tuam.

V. ¡Ayúdame, Señor, Dios mío;
sálvame según tu misericordia!
Sepan que tu mano hizo esto,
que tú, Señor, lo hiciste.
R. Sálvame, Señor, según tu misericordia.
Salvum me fac, Dómine, secúndum misericórdiam tuam.

V. Daré gracias al Señor a boca llena,
y en medio de la muchedumbre lo alabaré,
porque él se pone a la derecha del pobre,
para salvar su vida de los que lo condenan.
R. Sálvame, Señor, según tu misericordia.
Salvum me fac, Dómine, secúndum misericórdiam tuam.

Aleluya Cf. Lc 19, 38; 2, 14
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bendito el rey que viene en nombre del Señor; paz en el cielo y gloria en las alturas. R.
Benedíctus qui venit rex in nómine Dómini, pax in cælo et glória in excélsis.

EVANGELIO Lc 13, 31-35
No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel día, se acercaron unos fariseos a decir a Jesús:
«Sal y marcha de aquí, porque Herodes quiere matarte».
Jesús les dijo:
«Id y decid a ese zorro: “Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada. Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén”.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!
Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido.
Mirad, vuestra casa va a ser abandonada. Os digo que no me veréis hasta el día en que digáis:
“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía en santa Marta 27-octubre-2016
Hoy también ante las calamidades, las guerras que se hacen para adorar al dios dinero, ante tantos inocentes asesinados por las bombas que tiran los adoradores del ídolo dinero, también hoy el Padre llora, también hoy dice: Jerusalén, Jerusalén, hijitos míos, ¿qué estáis haciendo? Y lo dice a las víctimas -¡pobrecillas!- y también a los traficantes de armas y a todos los que venden la vida de la gente. Nos vendrá bien pensar que nuestro Padre Dios se hizo hombre para poder llorar, y nos hará bien pensar que nuestro Padre Dios llora hoy: llora por esta humanidad que no acaba de entender la paz que Él nos ofrece, la paz del amor.

Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario IX
Suba nuestra oración a Dios Padre todopoderoso, que quiere iluminar y salvar a todos los hombres.
- Por nuestro santo padre el papa N y por todos los obispos, para que guíen fielmente al pueblo de Dios. Roguemos al Señor.
- Por los que rigen los destinos de los pueblos: para que protejan la libertad de los ciudadanos y gobiernen con rectitud y justicia. Roguemos al Señor.
- Por los hambrientos y los enfermos, por los emigrantes y los que no tienen trabajo, por todos los que sufren: para que sean aliviados en su necesidad. Roguemos al Señor.
- Por los que estamos aquí reunidos: para que vivamos en amor fraterno y formemos una comunidad de fe, esperanza y amor en el seno de la Iglesia. Roguemos al Señor.
Escucha, Dios todopoderoso, las súplicas de tu pueblo; y concédenos lo que te pedimos, confiados en tu bondad. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Santifica por tu bondad, Señor, nuestros dones y, al aceptar la ofrenda del sacrificio espiritual, concédenos llevar tu amor a todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Propítius, Dómine, quaesumus, haec dona sanctífica, et, hóstiae spiritális oblatióne suscépta, concéde, ut caritátem tuam ad omnes possímus exténdere. Per Christum.


Antífona de la comunión 1 Cor 13, 13
Quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
Nunc autem manent fides, spes, cáritas, tria haec: maior autem horum est cáritas.

Oración después de la comunión
Te pedimos, Señor, que llenes con la gracia del Espíritu Santo a cuantos has saciado con el único pan del cielo, y los fortalezcas generosamente con la dulzura de una caridad perfecta. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Quos uno pane caelésti satiásti, quaesumus, Dómine, ut Sancti Spíritus grátia perfúndas, et abundánter refícias perféctae dulcédine caritátis. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del día 1 de noviembre
S
olemnidad de Todos los Santos que están con Cristo en la gloria. En el gozo único de esta festividad, la Iglesia Santa, que todavía peregrina en la tierra, celebra la memoria de aquellos cuya compañía alegra los cielos, para recibir el estímulo de su ejemplo, la alegría de su patrocinio y, un día, la corona del triunfo en la visión eterna de la divina Majestad.
2. En Tarracina, en la costa del Lacio, san Cesáreo, mártir (s. inc.).
3. En Dijón, en la Galia Lugdunense, san Benigno, venerado como presbítero y mártir (s. inc.).
4. En Arvernia (hoy Clermont-Ferrand), de Aquitania, san Austremonio, obispo, que, según la tradición, predicó en esta ciudad la palabra de la salvación.
5. En Persia, los santos mártires Juan, obispo, y Jacobo, presbítero, que fueron encarcelados durante el reinado de Sapor II y al cabo de un año consumaron su lucha muertos a espada (344).
6. En París, en la Galia Lugdunense, san Marcelo, obispo (s. IV).
7*. En la ciudad de Bourges, en Aquitania, san Rómulo, presbítero y abad (s. V).
8. En Tívoli, en el Lacio, san Severino, monje (c. s. VI).
9. En Milán, de la Lombardía, san Magno, obispo (s. VI).
10. En Bayeux, en la Galia Lugdunense, san Vigor, obispo, discípulo de san Vedasto (c. 538).
11. En Anjou, en Neustria, san Licinio, obispo, a quien el papa san Gregorio I Magno encomendó los monjes que se dirigían a Inglaterra (c. 606).
12. En Larchant, ciudad del Gatinais Aquitano, san Maturino, presbítero (c. s. VII).
13. En el territorio de Théouranne, en Flandes, san Audomaro, que, siendo discípulo de san Eustasio, abad de Luxeuil, fue elegido obispo de los Marinos y renovó allí la fe cristiana (c. 670).
14*. En Borgo Santo Sepolcro, la de Umbría, beato Rainiero Aretino, de la Orden de los Hermanos Menores, que brilló por su humildad, pobreza y paciencia (1304).
15*. En Lisboa, de Portugal, beato Nonio Alvarez Pereira, que primero fue puesto al frente de la defensa del reino y más tarde recibido entre los hermanos oblatos en la Orden Carmelitana, donde llevó una vida pobre y escondida en Cristo (1431).
16*. En Shimabara, del Japón, beatos Pedro Pablo Navarro, presbítero, Dionisio Fujishima y Pedro Onizuka Sandayu, religiosos de la Compañía de Jesús, y Clemente Kyuemon, mártires, que, en odio a la fe, fueron sometidos al tormento del fuego (1622).
17. En la ciudad de Hai Duong, en Tonquín, santos mártires Jerónimo Hermosilla y Valentían Barrio Ochoa, obispos, y Pedro Almató Ribeira, presbíteros de la Orden de Predicadores, que fueron decapitados por orden del emperador Tu Duc (1861).
18*. En Munich, de Baviera, en Alemania, beato Ruperto Mayer, presbítero de la Compañía de Jesús, que fue celosísimo maestro de los fieles, ayuda para los pobres y obreros y predicador de la palabra de Dios. Sufrió persecución bajo el nefasto régimen nazi, siendo deportado primero a un campo de concentración y, después, recluido en un monasterio totalmente incomunicado con sus fieles (1945)
19*. En la ciudad de Mukacevo, en Ucrania, beato Teodoro Jorge Romzsa, obispo y mártir, que, por mantener su fidelidad infatigable a la Iglesia en tiempo de persecución de la fe, mereció alcanzar la palma gloriosa (1947).
20. En la ciudad de Ávila, en Castilla, muerte de san Pedro del Barco, presbítero, que vivió retirado en la soledad junto al río Tormes. Su memoria se celebra el día doce de agosto (1155).

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Misa ritual en la Ordenación de varios presbíteros.


Misal Romano (tercera edición). Misas Rituales

IV. EN LA CELEBRACIÓN DE LAS SAGRADAS ÓRDENES

2. En la ordenación de los presbíteros

Esta misa ritual puede utilizares, con color blanco o festivo, excepto en las solemnidades, en los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, en los días dentro de la octava de Pascua y en las fiestas de los apóstoles. En estos días se celebra la misa del día.

A
En la ordenación de varios presbíteros

Antífona de entrada Jer 4, 18
Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia [T. P. Aleluya].
Dabo vobis pastóres iuxta cor meum, et pascent vos sciéntia et doctrína (T. P. allelúia).

Se dice Gloria.

Oración colecta
Señor Dios nuestro, que para regir a tu pueblo has querido servirte del ministerio de los sacerdotes, concede a estos diáconos de tu Iglesia que han sido elegidos para el ministerio presbiteral perseverar al servicio de tu voluntad para que, en su ministerio y en su vida, puedan buscar tu gloria en Cristo. Él, que vive y reina contigo.
Dómine Deus noster, qui in regéndo pópulo tuo ministério úteris sacerdótum, tríbue his diáconis Ecclésiae tuae, quos hódie ad presbyterátus munus elígere dignáris, perseverántem in tua voluntáte famulátum, ut ministério atque vita tuam váleant in Christo glóriam procuráre. Qui tecum.

Se dice Credo, si lo exigen las rúbricas; se omite la oración universal.

Oración sobre las ofrendas
Oh, Dios, tú has querido que tus sacerdotes sean ministros del santo altar y del pueblo, concede en tu bondad, por la eficacia de este sacrificio, que el ministerio de tus siervos te sea siempre grato y dé, en tu Iglesia, frutos que siempre permanezcan. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Deus, qui sacerdótes tuos sacris altáribus tuóque pópulo ministráre voluísti, per huius sacrifícii virtútem concéde propítius, ut famulórum tuórum servítium tibi iúgiter pláceat, et fructum qui semper máneat in Ecclésia tua váleat afférre. Per Christum.

Se puede decir el prefacio I de las ordenaciones.
EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL MINISTERIO DE LOS SACERDOTES
Este prefacio se dice en la misa crismal y en la misa de la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote.
Se puede decir también en la misa de la ordenación de obispos y presbíteros.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que constituiste a tu Unigénito pontífice de la alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.
Él no solo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión.
Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, preceden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos.
Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte testimonio constante de fidelidad y amor.
Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y con todos los santos, diciendo:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: Qui Unigénitum tuum Sancti Spíritus unctióne novi et aetérni testaménti constituísti Pontíficem, et ineffábili dignátus es dispositióne sancíre, ut únicum eius sacerdótium in Ecclésia servarétur.
Ipse enim non solum regáli sacerdótio pópulum acquisitiónis exórnat, sed étiam fratérna hómines éligit bonitáte, ut sacri sui ministérii fiant mánuum impositióne partícipes. Qui sacrifícium rénovent, eius nómine, redemptiónis humánae, tuis apparántes fíliis paschále convívium, et plebem tuam sanctam caritáte praevéniant, verbo nútriant, refíciant sacraméntis. Qui, vitam pro te fratrúmque salúte tradéntes, ad ipsíus Christi nitántur imáginem conformári, et constánter tibi fidem amorémque testéntur.
Unde et nos, Dómine, cum Angelis et Sanctis univérsis tibi confitémur, in exsultatióne dicéntes:
R. Santo, santo Santo…

En las plegarias eucarísticas se hace mención de los presbíteros recién ordenados.

I. Cuando se utiliza el Canon romano se dice Acepta, Señor, en tu bondad propio.
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa; te la ofrecemos también por estos siervos tuyos a quien te has dignado promover al orden presbiteral; conserva en ellos tus dones para que fructifique lo que han recibido de tu bondad. [Por Cristo, nuestro Señor. Amén.]
Hanc ígitur oblatiónem servitútis nostrae, sed et cunctae famíliae tuae, quam tibi offérimus étiam pro his fámulis tuis, quos ad presbyterátus Ordinem promovére dignátus es, quaesumus, Dómine, ut placátus accípias, et propítius in eis tua dona custódias, ut, quod divíno múnere consecúti sunt, divínis efféctibus exsequántur. (Per Christum Dóminum nostrum. Amen.)

II. Cuando se utiliza la Plegaria eucarística II la mención se intercala en la intercesión Acuérdate, Señor.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y con el papa N., con nuestro obispo N., llévala a su perfección por la caridad. Acuérdate también de estos siervos tuyos que has constituido hoy presbíteros de la Iglesia, y de todos los pastores que cuidan de tu pueblo.
Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección...
Recordáre, Dómine, Ecclésiae tuae toto orbe diffúsae, ut eam in caritáte perfícias una cum Papa nostro N. et Epíscopo nostro N. Recordáre quoque istórum famulórum tuórum, quos hódie presbyteros Ecclésiae providére voluísti, et univérsi cleri.
Meménto étiam fratrum nostrórum...

III. Cuando se utiliza la Plegaria eucarística III la mención se intercala en la intercesión Te pedimos, Padre, que esta Víctima.
Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el papa N., a nuestro obispo N., al orden episcopal, a estos siervos tuyos que han sido ordenados hoy presbíteros de la Iglesia, a los demás presbíteros, a los diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti.
Atiende los deseos y súplicas...
Ecclésiam tuam, peregrinántem in terra, in fide et caritáte firmáre dignéris cum fámulo tuo Papa nostro N. et Epíscopo nostro N., cum episcopáli Ordine et his fámulis tuis, qui hódie presbyteri Ecclésiae ordináti sunt, et univérso clero, et omni pópulo acquisitiónis tuae.
Votis huius famíliae...

IV. Cuando no se utiliza el prefacio propio se puede emplear la Plegaria eucarística IV. La mención se intercala en la intercesión Y ahora, Señor, acuérdate.
Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio: de tu servidor el papa N., de nuestro obispo N., del orden episcopal, de estos siervos tuyos que te has dignado elegir hoy para el ministerio presbiteral en favor de tu pueblo, de los demás presbíteros y diáconos; acuérdate también de los oferentes y de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón.
Acuérdate también de los que murieron...
Nunc ergo, Dómine, ómnium recordáre, pro quibus tibi hanc oblatiónem offérimus: in primis fámuli tui, Papae nostri N., Epíscopi nostri N., et Episcopórum Ordinis univérsi, et istórum famulórum tuórum, quos hódie ad pópuli tui servítium presbyterále elígere dignátus es, sed et totíus cleri; recordáre quoque offeréntium, et circumstántium, et cuncti pópuli tui, et ómnium, qui te quaerunt corde sincéro. 
Meménto étiam illórum...

Antífona de la comunión Cf. Mc 16, 15; Mt 28, 20
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio; yo estoy con vosotros todos los días, dice el Señor [T. P. Aleluya].
Eúntes in mundum univérsum, praedicáte Evangélium: ego vobíscum sum ómnibus diébus, dicit Dóminus (T. P. Allelúia).

Oración después de la comunión
Te pedimos, Señor, que el sacrificio santo que te hemos ofrecido y recibido en comunión llene de vida a tus sacerdotes y a todos tus siervos, para que, unidos a ti por un amor constante, puedan servir dignamente a tu majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Sacerdótes tuos, Dómine, et omnes fámulos tuos vivíficet divína, quam obtúlimus et súmpsimus, hóstia, ut, perpétua tibi caritáte coniúncti, digne famulári tuae mereántur maiestáti. Per Christum.

Bendición solemne al final de la misa
El obispo, con las manos extendidas sobre los presbíteros recién ordenados y el pueblo, dice:
Dios, que dirige y gobierna la Iglesia, os proteja siempre con su gracia para que cumpláis fielmente el ministerio presbiteral.
Deus, Ecclésiae institútor et rector, sua vos constánter tueátur grátia, ut presbytérii múnera fidéli ánimo persolvátis.
R. Amén.
Que él os haga servidores y testigos en el mundo, de la verdad y del amor divino, y ministros fieles de la reconciliación.
Ipse divínae vos fáciat caritátis et veritátis in mundo servos et testes, atque reconciliatiónis minístros fidéles.
R. Amén.
Y que os haga pastores verdaderos que distribuyan a los fieles la palabra de la vida y el pan vivo, para que crezcan en la unidad del cuerpo de Cristo.
Et vos fáciat veros pastóres, qui fidélibus tríbuant panem vivum et verbum vitae, ut magis crescant in unitáte córporis Christi.
R. Amén.
Y bendice a todo el pueblo añadiendo:
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre , Hijo , y Espíritu Santo.
Et vos omnes, qui hic simul adéstis, benedícat omnípotens Deus, Pater, + et Fílius, + et Spíritus + Sanctus.
R. Amén.

martes, 24 de septiembre de 2019

Papa Francisco, Discurso a sacerdotes y miembros de la curia de la archidiócesis de Valencia (21-septiembre-2018).

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SACERDOTES Y MIEMBROS DE LA CURIA DE LA ARCHIDIÓCESIS DE VALENCIA

Viernes, 21 de septiembre de 2018

Queridos hermanos:

Primero les pido disculpas por la espera, pero se atrasa la primera, después se atrasa la segunda, la tercera… y la factura la paga la última. Me encuentro con alegría entre ustedes, accediendo a la petición del Cardenal Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo de Valencia, para recibir en una audiencia a su equipo de gobierno y presentarme la iniciativa del Convictorio Sacerdotal de los sacerdotes recién ordenados. Los saludo con afecto y de modo especial a los sacerdotes aquí presentes.

Valencia es tierra de santos y celebra este año el jubileo por uno de ellos, san Vicente Ferrer, que trabajó y se empeñó con todas sus fuerzas por la unidad en la comunidad eclesial. Este santo propone a los sacerdotes tres medios fundamentales para conservar la amistad y la unión con Jesucristo: primero es la oración, como alimento de todo sacerdote; segundo, la obediencia a la vocación de la predicación del Evangelio a toda criatura [1]; y el tercero, la libertad en Cristo, para poder así beber el cáliz del Señor en cualquier circunstancia (cf. Mt 20,22) [2]. Oración, obediencia a la vocación de la predicación y libertad en Cristo. De algún modo, la Iglesia en Valencia, al conservar la reliquia del santo cáliz en su catedral, se hace testigo y portadora de la verdad de la salvación.

El sacerdote es hombre de oración, es el que trata a Dios de tú a tú, mendigando a sus pies por su vida y por la de su pueblo. Un sacerdote sin vida de oración no llega muy lejos; está ya derrotado y su ministerio se resiente, yendo a la deriva. El pueblo fiel tiene buen olfato y percibe si su pastor reza y tiene trato con el Señor. Se dan cuenta. Rezar es la primera tarea para el obispo y para el sacerdote. La primera. De esta relación de amistad con Dios se recibe la fuerza y la luz necesaria para afrontar cualquier apostolado y misión, pues el que ha sido llamado se va identificando con los sentimientos del Señor y así sus palabras y hechos rezuman ese sabor tan puro que da el amor de Dios [3]. Es lo que en lenguaje clásico decimos: “este habla con unción”; eso viene de la vida en oración.

San Vicente Ferrer nos propone una sencilla oración: «Señor, perdóname. Tengo tal defecto o pecado, ayúdame» [4], Cortita pero qué linda. Una petición sincera y real, que se hace en silencio, y que tiene un sentido comunitario. La vida interior del sacerdote repercute en toda la Iglesia, empezando por sus fieles. Necesitamos la gracia para seguir en el camino y para recorrerlo con todos los que nos han sido encomendados. El sacerdote, al igual que el obispo, va delante de su pueblo, pero también en medio de su pueblo y detrás; allá donde se le necesita, y siempre con la oración. Esta pastoral del movimiento en medio del rebaño. En medio del pueblo, marca el rumbo, va para atrás para buscar los rezagados y cuidar, se mete en el medio para tener el olfato del pueblo; y eso con la oración, con el espíritu de oración. Necesitamos tener presente en nuestra vida a aquellos que nos enseñaron a rezar: a nuestros abuelos, a nuestros padres, a aquel sacerdote o religiosa, al catequista… Ellos nos precedieron y nos transmitieron el amor al Señor; ahora nosotros tenemos que hacer lo mismo. Yo recuerdo una oración que me enseñó mi abuela; yo tendría dos años o tres años, más no tenía; y me llevó a su mesita de luz y ahí tenia escrito un versito. “Me tenés que rezar esto todos los días, así te vas a acordar de que la vida tiene un fin”. Yo no entendía mucho, pero el verso lo tengo grabado desde los tres años: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, piensa que te has de morir y que no sabes cuándo”. Y me ayudó. Era un poco tétrica la cosa, pero me ayudó.

El segundo aspecto es la obediencia para predicar el evangelio a toda criatura. O sea, si el primero es rezar el segundo es la Palabra, anunciar. Y ser obedientes. El Señor nos llama al sacerdocio para ser sus testigos ante el mundo, para transmitir la alegría del Evangelio a todos los hombres; esta es la razón de nuestro existir. No somos propietarios de la Buena Noticia, ni “empresarios” de lo divino, sino custodios y dispensadores de lo que Dios nos confía a través de su Iglesia. Esto supone una gran responsabilidad, pues conlleva preparación y actualización de lo aprendido y asumido. No puede quedar en el baúl de los recuerdos, necesita revivir de nuevo la llamada del Señor que nos cautivó y nos hizo dejar todo por él. A veces nos olvidamos, a veces la rutina, las dificultades de la vida nos hacen demasiado funcionales. Es necesario el estudio y también confrontarse con otros sacerdotes para hacer frente a los momentos que estamos viviendo y a las realidades que nos cuestionan. No se olviden que la espiritualidad de la congregación religiosa que fundó san Pedro es la “diocesaneidad”, con tres relaciones claves: con el obispo, con el pueblo y entre ustedes. El presbiterio es como la cacerola donde se hace la paella; ahí es donde se cocina la amistad sacerdotal, las peleas sacerdotales, que tienen que existir, pero en público, no por detrás, como varones; y ahí se elabora la amistad.

Ustedes ahora lo realizan a través de la iniciativa del Convictorio Sacerdotal y con otros encuentros; la formación permanente es una realidad que tiene que profundizarse y tomar cuerpo en el presbiterio. O sea, me ordené, adiós, no… La formación sigue hasta el último día. Siempre encomiendo a los obispos que estén presentes, que sean accesibles a sus sacerdotes y los escuchen, pues ellos son sus inmediatos colaboradores, y junto a ellos, a los demás miembros de la Iglesia, porque la barca de la Iglesia no es de uno, ni de unos pocos, sino de todos los bautizados —Lumen gentium—. El santo pueblo fiel de Dios, cuánto necesita también del entusiasmo de los jóvenes y de la sabiduría de los ancianos para ir mar adentro. Y esto es un poco coyuntural, pero aprovecho para pasar el aviso. Procuren lograr dialogo entre los jóvenes y los viejos, porque los del medio están ahí, con esta cultura tan relativista que por ahí han perdido las raíces. Las raíces la tienen los viejos. Que los chicos sepan que no pueden ir adelante sin raíces y que los viejos sepan que tienen esperanza. Es el dialogo. Al principio parece que cuesta, después se entusiasman; y hasta diría que son capaces de hablar el mismo lenguaje. Procuren hacerlo; acuérdense de Joel, la gran promesa de Joel: «Los ancianos soñarán y los jóvenes profetizarán». Cuando un joven va a hablar con un viejo lo hace soñar, porque ve que hay vida adelante, y cuando escucha el joven al viejo empieza a profetizar, es decir, a llevar adelante el Evangelio.

Por último, el sacerdote es libre en cuanto está unido a Cristo, y de él obtiene la fuerza para salir al encuentro de los demás. San Vicente tiene una bonita imagen de la Iglesia en salida: «Si el sol estuviese quieto en un lugar, no daría calor al mundo: una parte se quemaría, y la otra estaría fría; […] tengan cuidado, no se lo impida el afán de comodidad». [5] Dice él. Estamos llamados a salir a dar testimonio, a llevar a todos la ternura de Dios, también en el despacho y en las tareas de curia, sí; pero con actitud de salida, de ir al encuentro del hermano. Aquel secretario de curia que —en un momento de crisis de la Iglesia con la sociedad viene una ola de apostasía, vienen a apostatar varios—, el obispo le encargó que los atendiera. Entonces, siéntate… ¿De dónde vienes? ¿Cuántos chicos tienes? ¿Un café? Y más de la mitad dice: lo voy a repensar… Calor humano que recibía la gente, no solo el trámite.

En este momento, deseo agradeceros todo lo que hacen en esa Archidiócesis en favor de los más necesitados, en particular por la generosidad y grandeza de corazón en la acogida a los inmigrantes. Yo saltaba de alegría cuando vi cómo recibieron ese barco… Todos ellos encuentran en ustedes una mano amiga y un lugar donde poder experimentar la cercanía y el amor. Gracias por este ejemplo y testimonio que dan, muchas veces con escasez de medios y de ayudas, pero siempre con el mayor de los precios, que no es el reconocimiento de los poderosos ni de la opinión pública, sino la sonrisa de gratitud en el rostro de tantas personas a las que les han devuelto la esperanza.

Sigan llevando la presencia de Dios a tantas personas que la necesitan; este es uno de los desafíos del sacerdote hoy. Sean libres de toda mundanidad; por favor, no se metan a mundanos, que les queda mal, que la hacemos mal. Entonces preferible ser buenos curas y malos mundanos y perder todo. La mundanidad se nos mete dentro, nos enreda, nos aleja de Dios y de los hermanos, haciéndonos esclavos; con el carrierismo… y, ¿por qué a este lo hicieron párroco de esto y de aquello? Y ¿por qué a mí no? Podemos preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras verdaderas riquezas? ¿Dónde tenemos puesto el corazón? ¿Cómo buscamos colmar nuestro vacío interior? Cuando estaba en Buenos Aires y visitaba las parroquias, en las visitas pastorales, le preguntaba siempre al cura: Y ¿cómo te vas a dormir, vos? “Llego molido la mayoría de las veces y como dos bocados ahí, y me voy a la cama con la televisión…”. ¿Y el tabernáculo para cuándo? No por favor. Terminen el día con el Señor; empiecen el día con el Señor. Y la televisión en la pieza, mejor que no. Ténganla en el lugar de estar. Hagan lo que quieran: un consejo nada más. No es dogma de fe. Respondan en su interior y pongan los medios para que siempre se reconozcan pobres de Cristo, necesitados de su misericordia, para dar testimonio ante el mundo de Jesús, que por nosotros se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza.

Que la Virgen María, Madre de los Desamparados, los cuide y los sostenga siempre, para que no dejen de volcar en los demás el don que han recibido. Aquello de Pablo: No “vanifiques”, no hagas vano el don que has recibido y de testimoniarlo con alegría y generosidad. Gracias por la paciencia.

[1] Cf. Sermón en la conmemoración de san Pablo Apóstol, 7-10.
[2] Cf. Sermón en la fiesta de san Bartolomé, 10.
[3] Cf. Tratado de la vida espiritual, 13.
[4] Sermón en la fiesta de san Bartolomé, 5.
[5] Sermón en la fiesta de san Bartolomé, 10.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Domingo 27 octubre 2019, XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo C.

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Monición de entrada
Año C
Nos ha convocado el Señor para la celebración de la eucaristía en el día del Señor y el día de la Iglesia. Una vez más llega hasta nosotros el mensaje de su infinita misericordia. El conoce lo que hay en el interior de nuestro corazón y, ante nuestra sincera actitud de humildad y nuestra sincera petición de perdón, renueva siempre su propuesta de amor y misericordia para con todos nosotros.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año C
- Tú, que estás cerca de los atribulados: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, que salvas a los abatidos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que nos libras de nuestras angustias: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XXX Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.

PRIMERA LECTURA Eclo 35, 12-14. 16-18
La oración del humilde atraviesa las nubes
Lectura del libro del Eclesiástico.

El Señor es juez,
y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre,
sino que escucha la oración del oprimido.
No desdeña la súplica del huérfano,
ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento.
Quien sirve de buena gana, es bien aceptado,
y su plegaria sube hasta las nubes.
La oración del humilde atraviesa las nubes,
y no se detiene hasta que alcanza su destino.
No desiste hasta que el Altísimo lo atiende,
juzga a los justos y les hace justicia.
El Señor no tardará.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 33, 2-3. 17-18. 19 y 23 (R.: 7ab)
R. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
Pauper clamávit, et Dóminus exaudívit eum.

V. Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
R. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
Pauper clamávit, et Dóminus exaudívit eum.

V. El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias.
R. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
Pauper clamávit, et Dóminus exaudívit eum.

V. El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.
R. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
Pauper clamávit, et Dóminus exaudívit eum.

SEGUNDA LECTURA 2 Tim 4, 6-8. 16-18
Me está reservada la corona de la justicia
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta!
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya 2 Co 5, 19ac
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. R.
Deus erat in Christo mundum reconcílians sibi, et pósuit in nobis verbum reconciliatiónis.

EVANGELIO Lc 18, 9-14
El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo, no
Lectura del santo Evangelio según San Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

PAPA FRANCISCO
Audiencia general, Miércoles, 3 de enero de 2018.
El acto penitencial.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Retomando las catequesis sobre la celebración eucarística, consideramos hoy, en nuestro contexto de los ritos de introducción, el acto penitencial. En su sobriedad, esto favorece la actitud con la que disponerse a celebrar dignamente los santos misterios, o sea, reconociendo delante de Dios y de los hermanos nuestros pecados, reconociendo que somos pecadores. La invitación del sacerdote, de hecho, está dirigida a toda la comunidad en oración, porque todos somos pecadores. ¿Qué puede donar el Señor a quien tiene ya el corazón lleno de sí, del propio éxito? Nada, porque el presuntuoso es incapaz de recibir perdón, lleno como está de su presunta justicia. Pensemos en la parábola del fariseo y del publicano, donde solamente el segundo –el publicano– vuelve a casa justificado, es decir perdonado (cf. Lc 18, 9-14). Quien es consciente de las propias miserias y baja los ojos con humildad, siente posarse sobre sí la mirada misericordiosa de Dios. Sabemos por experiencia que solo quien sabe reconocer los errores y pedir perdón recibe la comprensión y el perdón de los otros. Escuchar en silencio la voz de la conciencia permite reconocer que nuestros pensamientos son distantes de los pensamientos divinos, que nuestras palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas, guiadas por elecciones contrarias al Evangelio. Por eso, al principio de la misa, realizamos comunitariamente el acto penitencial mediante una fórmula de confesión general, pronunciada en primera persona del singular. Cada uno confiesa a Dios y a los hermanos «que ha pecado en pensamiento, palabras, obra y omisión». Sí, también en omisión, o sea, que he dejado de hacer el bien que habría podido hacer. A menudo nos sentimos buenos porque –decimos– «no he hecho mal a nadie». En realidad, no basta con hacer el mal al prójimo, es necesario elegir hacer el bien aprovechando las ocasiones para dar buen testimonio de que somos discípulos de Jesús. Está bien subrayar que confesamos tanto a Dios como a los hermanos ser pecadores: esto nos ayuda a comprender la dimensión del pecado que, mientras nos separa de Dios, nos divide también de nuestros hermanos, y viceversa. El pecado corta: corta la relación con Dios y corta la relación con los hermanos, la relación en la familia, en la sociedad, en la comunidad: El pecado corta siempre, separa, divide.
Las palabras que decimos con la boca están acompañadas del gesto de golpearse el pecho, reconociendo que he pecado precisamente por mi culpa, y no por la de otros. Sucede a menudo que, por miedo o vergüenza, señalamos con el dedo para acusar a otros. Cuesta admitir ser culpables, pero nos hace bien confesarlo con sinceridad. Confesar los propios pecados. Yo recuerdo una anécdota, que contaba un viejo misionero, de una mujer que fue a confesarse y empezó a decir los errores del marido; después pasó a contar los errores de la suegra y después los pecados de los vecinos. En un momento dado, el confesor dijo: «Pero, señora, dígame, ¿ha terminado? – Muy bien: usted ha terminado con los pecados de los demás. Ahora empiece a decir los suyos». ¡Decir los propios pecados!
Después de la confesión del pecado, suplicamos a la beata Virgen María, los ángeles y los santos que recen por nosotros ante el Señor. También en esto es valiosa la comunión de los santos: es decir, la intercesión de estos «amigos y modelos de vida» (Prefacio del 1 de noviembre) nos sostiene en el camino hacia la plena comunión con Dios, cuando el pecado será definitivamente anulado.
Además del «Yo confieso», se puede hacer el acto penitencial con otras fórmulas, por ejemplo: «Piedad de nosotros, Señor / Contra ti hemos pecado. / Muéstranos Señor, tu misericordia. / Y dónanos tu salvación» (cf. Sal 123, 3; Sal 85, 8; Jr 14, 20). Especialmente el domingo se puede realizar la bendición y la aspersión del agua en memoria del Bautismo (cf. OGMR, 51), que cancela todos los pecados. También es posible, como parte del acto penitencial, cantar el Kyrie eléison: con una antigua expresión griega, aclamamos al Señor –Kyrios– e imploramos su misericordia (ibid., 52).
La Sagrada escritura nos ofrece luminosos ejemplos de figuras «penitentes» que, volviendo a sí mismos después de haber cometido el pecado, encuentran la valentía de quitar la máscara y abrirse a la gracia que renueva el corazón. Pensemos en el rey David y a las palabras que se le atribuyen en el Salmo. «Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito» (Sal 51, 3). Pensemos en el hijo pródigo que vuelve donde su padre; o en la invocación del publicano: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lc 18, 13). Pensemos también en san Pedro, en Zaqueo, en la mujer samaritana. Medirse con la fragilidad de la arcilla de la que estamos hechos es una experiencia que nos fortalece: mientras que nos hace hacer cuentas con nuestra debilidad, nos abre el corazón a invocar la misericordia divina que transforma y convierte. Y esto es lo que hacemos en el acto penitencial al principio de la misa.
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo 23 de octubre de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!
La segunda lectura de la liturgia de hoy nos presenta la exhortación de san Pablo a Timoteo, su colaborador e hijo predilecto, en la que vuelve a pensar sobre su propia existencia de apóstol totalmente consagrada a la misión (cf 2 Tm 4, 6-8. 16-18). Viendo ya cercano el final de su camino terrenal, la describe en referencia a tres estaciones: el presente, el pasado, el futuro.
Al presente hace referencia con la metáfora del sacrificio: «porque estoy a punto de ser derramado en libación» (v. 6). Por lo que se refiere al pasado, Pablo indica su vida, transcurrida con las imágenes de la «buena batalla» y de la «carrera» de un hombre que fue coherente con sus propios compromisos y sus propias responsabilidades (cf v. 7); como consecuencia, confió en el reconocimiento futuro por parte de Dios, que es «juez justo». Pero la misión de Pablo resultó eficaz, justa y fiel solamente gracias a la cercanía y a la fuerza del Señor, que hizo de él un anunciador del Evangelio a todos los pueblos. He aquí su expresión: «el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles» (v. 17).
En este relato autobiográfico de san Pablo se refleja la Iglesia, especialmente hoy, Jornada mundial misionera, cuyo tema es «Iglesia misionera, testimonio de misericordia». En Pablo la comunidad cristiana encuentra su modelo, en la convicción de que es la presencia del Señor la que hace eficaz el trabajo apostólico y la obra de evangelización. La experiencia del Apóstol de los gentiles nos recuerda que debemos comprometernos con las actividades pastorales y misioneras, por una parte, como si el resultado dependiera de nuestros esfuerzos, con el espíritu de sacrificio del atleta que no se detiene ni siquiera ante las derrotas; pero sin embargo, sabiendo que el verdadero éxito de nuestra misión es un don de la Gracia: es el Espíritu Santo quien hace eficaz la misión de la Iglesia en el mundo.
¡Hoy es tiempo de misión y es tiempo de valor! valor para reforzar los pasos titubeantes, de retomar el gusto de gastarse por el Evangelio, de retomar la confianza en la fuerza que la misión trae consigo. Es tiempo de valor, aunque tener valor no significa tener garantía de éxito. Se nos ha pedido valor para luchar, no necesariamente para vencer; para anunciar, no necesariamente para convertir. Se nos pide valor para ser alternativos al mundo, pero sin volvernos polémicos o agresivos jamás. Se nos pide valor para abrirnos a todos, pero sin disminuir lo absoluto y único de Cristo, único salvador de todos. Se nos pide valor para resistir a la incredulidad sin volvernos arrogantes. Se nos pide también el valor del publicano del Evangelio de hoy, que con humildad no se atrevía ni si quiera a levantar los ojos hacia el cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «oh Dios, ten piedad de mí pecador». ¡Hoy es tiempo de valor! ¡Hoy se necesita valor!
Que la Virgen María, modelo de la Iglesia «en salida» y dócil ante el Espíritu Santo, nos ayude a todos a ser, en virtud de nuestro bautismo, discípulos misioneros para llevar el mensaje de la salvación a la entera familia humana.

AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 1 de junio de 2016.
Cómo se debe rezar para obtener misericordia.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado hemos escuchado la parábola del juez y la viuda, sobre la necesidad de rezar con perseverancia. Hoy, con otra parábola, Jesús quiere enseñarnos cuál es la actitud correcta para rezar e invocar la misericordia del Padre; cómo se debe rezar; la actitud correcta para orar. Es la parábola del fariseo y del publicano (cf. Lc 18, 9-14).
Ambos protagonistas suben al templo para rezar, pero actúan de formas muy distintas, obteniendo resultados opuestos. El fariseo reza «de pie» (Lc 18, 11), y usa muchas palabras. Su oración es, sí, una oración de acción de gracias dirigida a Dios, pero en realidad es una exhibición de sus propios méritos, con sentido de superioridad hacia los «demás hombres», a los que califica como «ladrones, injustos, adúlteros», como, por ejemplo, –y señala al otro que estaba allí– «este publicano» (Lc 18, 11). Pero precisamente aquí está el problema: ese fariseo reza a Dios, pero en realidad se mira a sí mismo. ¡Reza a sí mismo! En lugar de tener ante sus ojos al Señor, tiene un espejo. Encontrándose incluso en el templo, no siente la necesidad de postrarse ante la majestad de Dios; está de pie, se siente seguro, casi como si fuese él el dueño del templo. Él enumera las buenas obras realizadas: es irreprensible, observante de la Ley más de lo debido, ayuna «dos veces por semana» y paga el «diezmo» de todo lo que posee. En definitiva, más que rezar, el fariseo se complace de la propia observancia de los preceptos. Pero sus actitudes y sus palabras están lejos del modo de obrar y de hablar de Dios, que ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores. Al contrario, ese fariseo desprecia a los pecadores, incluso cuando señala al otro que está allí. O sea, el fariseo, que se considera justo, descuida el mandamiento más importante: el amor a Dios y al prójimo.
No es suficiente, por lo tanto, preguntarnos cuánto rezamos, debemos preguntarnos también cómo rezamos, o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar los pensamientos, los sentimientos, y extirpar arrogancia e hipocresía. Pero, pregunto: ¿se puede rezar con arrogancia? No. ¿Se puede rezar con hipocresía? No. Solamente debemos orar poniéndonos ante Dios así como somos. No como el fariseo que rezaba con arrogancia e hipocresía. Estamos todos atrapados por las prisas del ritmo cotidiano, a menudo dejándonos llevar por sensaciones, aturdidos, confusos. Es necesario aprender a encontrar de nuevo el camino hacia nuestro corazón, recuperar el valor de la intimidad y del silencio, porque es allí donde Dios nos encuentra y nos habla. Sólo a partir de allí podemos, a su vez, encontrarnos con los demás y hablar con ellos. El fariseo se puso en camino hacia el templo, está seguro de sí, pero no se da cuenta de haber extraviado el camino de su corazón.
El publicano en cambio –el otro– se presenta en el templo con espíritu humilde y arrepentido: «manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho» (Lc 18, 13). Su oración es muy breve, no es tan larga como la del fariseo: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!». Nada más. ¡Hermosa oración! En efecto, los recaudadores de impuestos –llamados precisamente, «publicanos»– eran considerados personas impuras, sometidas a los dominadores extranjeros, eran mal vistos por la gente y en general se los asociaba con los «pecadores». La parábola enseña que se es justo o pecador no por pertenencia social, sino por el modo de relacionarse con Dios y por el modo de relacionarse con los hermanos. Los gestos de penitencia y las pocas y sencillas palabras del publicano testimonian su consciencia acerca de su mísera condición. Su oración es esencial Se comporta como alguien humilde, seguro sólo de ser un pecador necesitado de piedad. Si el fariseo no pedía nada porque ya lo tenía todo, el publicano sólo puede mendigar la misericordia de Dios. Y esto es hermoso: mendigar la misericordia de Dios. Presentándose «con las manos vacías», con el corazón desnudo y reconociéndose pecador, el publicano muestra a todos nosotros la condición necesaria para recibir el perdón del Señor. Al final, precisamente él, así despreciado, se convierte en imagen del verdadero creyente.
Jesús concluye la parábola con una sentencia: «Os digo que este –o sea el publicano – bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 18, 14). De estos dos, ¿quién es el corrupto? El fariseo. El fariseo es precisamente la imagen del corrupto que finge rezar, pero sólo logra pavonearse ante un espejo. Es un corrupto y simula estar rezando. Así, en la vida quien se cree justo y juzga a los demás y los desprecia, es un corrupto y un hipócrita. La soberbia compromete toda acción buena, vacía la oración, aleja de Dios y de los demás. Si Dios prefiere la humildad no es para degradarnos: la humildad es más bien la condición necesaria para ser levantados de nuevo por Él, y experimentar así la misericordia que viene a colmar nuestros vacíos. Si la oración del soberbio no llega al corazón de Dios, la humildad del mísero lo abre de par en par. Dios tiene una debilidad: la debilidad por los humildes. Ante un corazón humilde, Dios abre totalmente su corazón. Es esta la humildad que la Virgen María expresa en el cántico del Magníficat: «Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. […] su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen» (Lc 1, 48.50). Que nos ayude ella, nuestra Madre, a rezar con corazón humilde. Y nosotros, repetimos tres veces, esa bonita oración: «Oh Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador».


Papa Benedicto XVI
Homilía Misa conclusiva del Sínodo de Oriente Medio
Basílica Vaticana, Domingo 24 de octubre de 2010
Venerados hermanos; ilustres señores y señoras; queridos hermanos y hermanas:
(...) Esta mañana hemos dejado el aula del Sínodo y hemos venido "al templo para orar"; por esto, nos atañe directamente la parábola del fariseo y el publicano que Jesús relata y el evangelista san Lucas nos refiere (cf. Lc 18, 9-14). Como el fariseo, también nosotros podríamos tener la tentación de recordar a Dios nuestros méritos, tal vez pensando en el trabajo de estos días. Pero, para subir al cielo, la oración debe brotar de un corazón humilde, pobre. Por tanto, también nosotros, al concluir este acontecimiento eclesial, deseamos ante todo dar gracias a Dios, no por nuestros méritos, sino por el don que él nos ha hecho. Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos que todo viene de él y que sólo con su gracia se realizará lo que el Espíritu Santo nos ha dicho. Sólo así podremos "volver a casa" verdaderamente enriquecidos, más justos y más capaces de caminar por las sendas del Señor.
La primera lectura y el salmo responsorial insisten en el tema de la oración, subrayando que es tanto más poderosa en el corazón de Dios cuanto mayor es la situación de necesidad y aflicción de quien la reza. "La oración del pobre atraviesa las nubes" afirma el Sirácida (Si 35, 17); y el salmista añade: "El Señor está cerca de los que tienen el corazón roto, salva a los espíritus hundidos" (Sal 34, 19). Tenemos presentes a tantos hermanos y hermanas que viven en Oriente Medio y que se encuentran en situaciones difíciles, a veces muy duras, tanto por los problemas materiales como por el desaliento, el estado de tensión y, a veces, de miedo. La Palabra de Dios hoy nos ofrece también una luz de esperanza consoladora, donde presenta la oración, personificada, que "no desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia" (Si 35, 18). También este vínculo entre oración y justicia nos hace pensar en tantas situaciones en el mundo, especialmente en Oriente Medio. El grito del pobre y del oprimido encuentra eco inmediato en Dios, que quiere intervenir para abrir una vía de salida, para restituir un futuro de libertad, un horizonte de esperanza.
Esta confianza en el Dios cercano, que libera a sus amigos, es la que testimonia el apóstol san Pablo en la epístola de hoy, tomada de la segunda carta a Timoteo. Al ver ya cercano el final de su vida terrena, san Pablo hace un balance: "He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe" (2Tm 4, 7). Para cada uno de nosotros, queridos hermanos en el episcopado, este es un modelo que hay que imitar: que la Bondad divina nos conceda hacer nuestro un balance análogo. "Pero el Señor, –prosigue san Pablo– me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles" (2Tm 4, 17). Es una palabra que resuena con especial fuerza en este domingo en que celebramos la Jornada mundial de las misiones. Comunión con Jesús crucificado y resucitado, testimonio de su amor. La experiencia del Apóstol es paradigmática para todo cristiano, especialmente para nosotros, los pastores. Hemos compartido un momento fuerte de comunión eclesial. Ahora nos separamos para volver cada uno a su misión, pero sabemos que permanecemos unidos, permanecemos en su amor (...).

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo C. Trigésimo domingo del Tiempo Ordinario.
La humildad es el fundamento de la oración
588 Jesús escandalizó a los fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan familiarmente como con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; Lc 11, 37; Lc 14, 1). Contra algunos de los "que se tenían por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9; cf. Jn 7, 49; Jn 9, 34), Jesús afirmó: "No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5, 32). Fue más lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal (cf. Jn 8, 33-36), los que pretenden no tener necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9, 40–41).
2559 "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 1-4) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).
2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!".
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: "ten compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-1 Jn 2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1Jn 3, 22). Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.
Jesús satisface la oración de la fe
2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!".
San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).
La adoración, la disposición del hombre que se reconoce criatura delante del Señor
2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 24, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
La oración de perdón es el primer motivo de la oración de petición
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: "ten compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1Jn 1, 7 - 1Jn 2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1Jn 3, 22). Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.

San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios 249-255
Cada uno de vosotros, si quiere, puede encontrar el propio cauce, para este coloquio con Dios. No me gusta hablar de métodos ni de fórmulas, porque nunca he sido amigo de encorsetar a nadie: he procurado animar a todos a acercarse al Señor, respetando a cada alma tal como es, con sus propias características. Pedidle que meta sus designios en nuestra vida: no sólo en la cabeza, sino en la entraña del corazón y en toda nuestra actividad externa. Os aseguro que de este modo os ahorraréis gran parte de los disgustos y de las penas del egoísmo, y os sentiréis con fuerza para extender el bien a vuestro alrededor. ¡Cuántas contrariedades desaparecen, cuando interiormente nos colocamos bien próximos a ese Dios nuestro, que nunca abandona! Se renueva, con distintos matices, ese amor de Jesús por los suyos, por los enfermos, por los tullidos, que pregunta: ¿qué te pasa? Me pasa... Y, enseguida, luz o, al menos, aceptación y paz.
Al invitarte a esas confidencias con el Maestro me refiero especialmente a tus dificultades personales, porque la mayoría de los obstáculos para nuestra felicidad nacen de una soberbia más o menos oculta. Nos juzgamos de un valor excepcional, con cualidades extraordinarias; y, cuando los demás no lo estiman así, nos sentimos humillados. Es una buena ocasión para acudir a la oración y para rectificar, con la certeza de que nunca es tarde para cambiar la ruta. Pero es muy conveniente iniciar ese cambio de rumbo cuanto antes.
En la oración la soberbia, con la ayuda de la gracia, puede transformarse en humildad. Y brota la verdadera alegría en el alma, aun cuando notemos todavía el barro en las alas, el lodo de la pobre miseria, que se está secando. Después, con la mortificación, caerá ese barro y podremos volar muy alto, porque nos será favorable el viento de la misericordia de Dios.
250 Mirad que el Señor suspira por conducirnos a pasos maravillosos, divinos y humanos, que se traducen en una abnegación feliz, de alegría con dolor, de olvido de sí mismo. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo [Mt 16, 24]. Un consejo que hemos escuchado todos. Hemos de decidirnos a seguirlo de verdad: que el Señor pueda servirse de nosotros para que, metidos en todas las encrucijadas del mundo -estando nosotros metidos en Dios-, seamos sal, levadura, luz. Tú, en Dios, para iluminar, para dar sabor, para acrecentar, para fermentar.
Pero no me olvides que no creamos nosotros esa luz: únicamente la reflejamos. No somos nosotros los que salvamos las almas, empujándolas a obrar el bien: somos tan sólo un instrumento, más o menos digno, para los designios salvadores de Dios. Si alguna vez pensásemos que el bien que hacemos es obra nuestra, volvería la soberbia, aún más retorcida; la sal perdería el sabor, la levadura se pudriría, la luz se convertiría en tinieblas.
Un personaje más
251 Cuando, en estos treinta años de sacerdocio, he insistido tenazmente en la necesidad de la oración, en la posibilidad de convertir la existencia en un clamor incesante, algunas personas me han preguntado: pero, ¿es posible conducirse siempre así? Lo es. Esa unión con Nuestro Señor no nos aparta del mundo, no nos transforma en seres extraños, ajenos al discurrir de los tiempos.
Si Dios nos ha creado, si nos ha redimido, si nos ama hasta el punto de entregar por nosotros a su Hijo unigénito [Cfr. Jn 3, 16] , si nos espera -¡cada día!- como esperaba aquel padre de la parábola a su hijo pródigo [Cfr. Lc 15, 11-32], ¿cómo no va a desear que lo tratemos amorosamente? Extraño sería no hablar con Dios, apartarse de El, olvidarle, desenvolverse en actividades ajenas a esos toques ininterrumpidos de la gracia.
252 Además, querría que os fijarais en que nadie escapa al mimetismo. Los hombres, hasta inconscientemente, se mueven en un continuo afán de imitarse unos a otros. Y nosotros, ¿abandonaremos la invitación de imitar a Jesús? Cada individuo se esfuerza, poco a poco, por identificarse con lo que le atrae, con el modelo que ha escogido para su propio talante. Según el ideal que cada uno se forja, así resulta su modo de proceder. Nuestro Maestro es Cristo: el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad Beatísima. Imitando a Cristo, alcanzamos la maravillosa posibilidad de participar en esa corriente de amor, que es el misterio del Dios Uno y Trino.
Si en ocasiones no os sentís con fuerza para seguir las huellas de Jesucristo, cambiad palabras de amistad con los que le conocieron de cerca mientras permaneció en esta tierra nuestra. Con María, en primer lugar, que lo trajo para nosotros. Con los Apóstoles. Varios gentiles se llegaron a Felipe, natural de Betsaida, en Galilea, y le hicieron esta súplica: deseamos ver a Jesús. Felipe fue y lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe juntos se lo dijeron a Jesús [Jn 12, 20-22]. ¿No es cierto que esto nos anima? Aquellos extranjeros no se atreven a presentarse al Maestro, y buscan un buen intercesor.
253 ¿Piensas que tus pecados son muchos, que el Señor no podrá oírte? No es así, porque tiene entrañas de misericordia. Si, a pesar de esta maravillosa verdad, percibes tu miseria, muéstrate como el publicano [Cfr. Lc 18, 13]: ¡Señor, aquí estoy, tú verás! Y observad lo que nos cuenta San Mateo, cuando a Jesús le ponen delante a un paralítico. Aquel enfermo no comenta nada: sólo está allí, en la presencia de Dios. Y Cristo, removido por esa contrición, por ese dolor del que sabe que nada merece, no tarda en reaccionar con su misericordia habitual: ten confianza, que perdonados te son tus pecados [Mt 9, 2].
Yo te aconsejo que, en tu oración, intervengas en los pasajes del Evangelio, como un personaje más. Primero te imaginas la escena o el misterio, que te servirá para recogerte y meditar. Después aplicas el entendimiento, para considerar aquel rasgo de la vida del Maestro: su Corazón enternecido, su humildad, su pureza, su cumplimiento de la Voluntad del Padre. Luego cuéntale lo que a ti en estas cosas te suele suceder, lo que te pasa, lo que te está ocurriendo. Permanece atento, porque quizá El querrá indicarte algo: y surgirán esas mociones interiores, ese caer en la cuenta, esas reconvenciones.
254 Para dar cauce a la oración, acostumbro -quizá pueda ayudar también a alguno de vosotros- a materializar hasta lo más espiritual. Nuestro Señor utilizaba ese procedimiento. Le gustaba enseñar con parábolas, sacadas del ambiente que le rodeaba: del pastor y de las ovejas, de la vid y de los sarmientos, de barcas y de redes, de la semilla que el sembrador arroja a voleo...
En nuestra alma ha caído la Palabra de Dios. ¿Qué clase de tierra le hemos preparado? ¿Abundan las piedras? ¿Está colmada de espinos? ¿Es quizá un lugar demasiado pisado por andares meramente humanos, pequeños, sin brío? Señor, que mi parcela sea tierra buena, fértil, expuesta generosamente a la lluvia y al sol; que arraigue tu siembra; que produzca espigas granadas, trigo bueno.
Yo soy la vid y vosotros los sarmientos [Jn 15, 5]. Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abarrotados de fruto, listo ya para la vendimia. Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente [Cfr. Sal 104, 15], aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad. Porque sin Mí no podéis hacer nada [Jn 15, 5].
El tesoro. Imaginad el gozo inmenso del afortunado que lo encuentra. Se terminaron las estrecheces, las angustias. Vende todo lo que posee y compra aquel campo. Todo su corazón late allí: donde esconde su riqueza [Cfr. Mt 6, 21]. Nuestro tesoro es Cristo; no nos debe importar echar por la borda todo lo que sea estorbo, para poder seguirle. Y la barca, sin ese lastre inútil, navegará derechamente hasta el puerto seguro del Amor de Dios.
255 Hay mil maneras de orar, os digo de nuevo. Los hijos de Dios no necesitan un método, cuadriculado y artificial, para dirigirse a su Padre. El amor es inventivo, industrioso; si amamos, sabremos descubrir caminos personales, íntimos, que nos lleven a este diálogo continuo con el Señor.
Quiera Dios que, todo lo que hemos contemplado hoy, no atraviese por encima de nuestra alma como una tormenta de verano: cuatro gotas, luego el sol, y la sequía de nuevo. Esta agua de Dios tiene que remansarse, llegar a las raíces y dar fruto de virtudes. Así irán transcurriendo nuestros años -días de trabajo y de oración-, en la presencia del Padre. Si flaqueamos, acudiremos al amor de Santa María, Maestra de oración; y a San José, Padre y Señor Nuestro, a quien veneramos tanto, que es quien más íntimamente ha tratado en este mundo a la Madre de Dios y -después de Santa María- a su Hijo Divino. Y ellos presentarán nuestra debilidad a Jesús, para que El la convierta en fortaleza.

Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año C
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha. Oremos con toda confianza.
- Por la Iglesia santa, para que, por el diálogo y la caridad fraterna desaparezcan las tensiones y malentendidos que en su seno se puedan producir. Roguemos al Señor.
- Por todos los que trabajan por mejorar las condiciones de vida de los más necesitados, para que descubran en su esfuerzo la acción de Dios, que no es parcial contra el pobre. Roguemos al Señor.
- Por lo que se creen justos, para que, libres de su orgullo, reconozcan su pecado. Roguemos al Señor.
- Por nosotros aquí reunidos, para que no caigamos en la tentación de sentirnos seguros de nosotros mismos y de despreciar a los que no piensan ni se comportan como nosotros. Roguemos al Señor.
ESCUCHA, Señor, nuestras súplicas y ten compasión de nosotros, pecadores. Por Jesucristo, nuestro Señor.