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martes, 30 de noviembre de 2021

Martes 4 enero 2022, Martes, feria del Tiempo de Navidad, antes de Epifanía.

SOBRE LITURGIA

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL II CONGRESO CONTINENTAL LATINOAMERICANO DE VOCACIONES

[CARTAGO, 31 DE ENERO-5 DE FEBRERO DE 2001] 
21-ENERO-2011

Queridos hermanos en el Episcopado,
amados presbíteros,
religiosas, religiosos y fieles laicos


Próximamente se cumplirán 17 años del Primer Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones, convocado por la Santa Sede, en estrecha colaboración con el Consejo Episcopal Latinoamericano y la Confederación Latinoamericana de Religiosos. Aquel evento significó una importante ocasión para relanzar en todo el Continente la pastoral vocacional. El presente Congreso, que os disponéis a celebrar en la ciudad de Cartago, en Costa Rica, es una iniciativa de los Obispos responsables de la pastoral vocacional de América Latina y el Caribe, con la que se pretende seguir el camino ya iniciado, en el contexto de ese gran impulso misionero promovido por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Aparecida (Documento conclusivo, 548). La gran tarea de la evangelización requiere un número cada vez mayor de personas que respondan generosamente al llamado de Dios y se entreguen de por vida a la causa del Evangelio. Una acción misionera más incisiva trae como fruto precioso, junto al fortalecimiento de la vida cristiana en general, el aumento de las vocaciones de especial consagración. De alguna manera, la abundancia de vocaciones es un signo elocuente de vitalidad eclesial, así como de la fuerte vivencia de la fe por parte de todos los miembros del Pueblo de Dios.

La Iglesia, en lo más íntimo de su ser, tiene una dimensión vocacional, implícita ya en su significado etimológico: «asamblea convocada» por Dios. La vida cristiana participa también de esta misma dimensión vocacional que caracteriza a la Iglesia. En el alma de cada cristiano resuena siempre de nuevo aquel «sígueme» de Jesús a los apóstoles, que cambió para siempre sus vidas (cf. Mt 4, 19).

En este segundo Congreso, que tiene por lema: «Maestro, en tu Palabra echaré las redes» (Lc 5, 5), los distintos agentes de pastoral vocacional de la Iglesia en América Latina y el Caribe se han reunido con el objetivo de fortalecer la pastoral vocacional, para que los bautizados asuman su llamado de ser discípulos y misioneros de Cristo, en las circunstancias actuales de esas amadas tierras. A este respecto, el Concilio Vaticano II afirma que: «toda la comunidad cristiana tiene el deber de fomentar las vocaciones, y debe procurarlo, ante todo, con una vida plenamente cristiana» (Optatam totius, 2). La pastoral vocacional ha de estar plenamente insertada en el conjunto de la pastoral general, y con una presencia capilar en todos los ámbitos pastorales concretos (Cf. V Conferencia General, Aparecida, Documento conclusivo, 314). La experiencia nos enseña que, allí donde hay una buena planificación y una práctica constante de la pastoral vocacional, las vocaciones no faltan. Dios es generoso, e igualmente generoso debería ser el empeño pastoral vocacional en todas las Iglesias particulares.

Entre los muchos aspectos que se podrían considerar para el cultivo de las vocaciones, quisiera destacar la importancia del cuidado de la vida espiritual. La vocación no es fruto de ningún proyecto humano o de una hábil estrategia organizativa. En su realidad más honda, es un don de Dios, una iniciativa misteriosa e inefable del Señor, que entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza de su amor, y suscitando consiguientemente una entrega total y definitiva a ese amor divino (cf. Jn 15, 9.16). Hay que tener siempre presente la primacía de la vida del espíritu como base de toda programación pastoral. Es necesario ofrecer a las jóvenes generaciones la posibilidad de abrir sus corazones a una realidad más grande: a Cristo, el único que puede dar sentido y plenitud a sus vidas. Necesitamos vencer nuestra autosuficiencia e ir con humildad al Señor, suplicándole que siga llamando a muchos. Pero al mismo tiempo, el fortalecimiento de nuestra vida espiritual nos ha de llevar a una identificación cada vez mayor con la voluntad de Dios, y a ofrecer un testimonio más limpio y transparente de fe, esperanza y caridad.

Ciertamente, el testimonio personal y comunitario de una vida de amistad e intimidad con Cristo, de total y gozosa entrega a Dios, ocupa un lugar de primer orden en la labor de promoción vocacional. El testimonio fiel y alegre de la propia vocación ha sido y es un medio privilegiado para despertar en tantos jóvenes el deseo de ir tras los pasos de Cristo. Y, junto a eso, la valentía de proponerles con delicadeza y respeto la posibilidad de que Dios los llame también a ellos. Con frecuencia, la vocación divina se abre paso a través de una palabra humana, o gracias a un ambiente en el que se experimenta una fe viva. Hoy, como siempre, los jóvenes «son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle» (Discurso en la sesión inaugural de la V Conferencia General, Aparecida, 13 mayo 2007). El mundo tiene necesidad de Dios, y por eso siempre tendrá necesidad de personas que vivan para él y que lo anuncien a los demás (cf. Carta a los seminaristas, 18 octubre 2010).

La preocupación por las vocaciones ocupa un lugar privilegiado en mi corazón y en mis oraciones. Les animo, pues, queridos hermanos y hermanas, a que se consagren con todas sus fuerzas y talentos a esta apasionante y urgente tarea, que el Señor sabrá recompensar con creces. Imploro sobre los organizadores y participantes en ese Congreso la intercesión de la Virgen María, verdadero modelo de respuesta generosa a la iniciativa de Dios, al mismo tiempo que les imparto una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 21 de enero de 2011

BENEDICTO PP. XVI

CALENDARIO

MARTES, FERIA DEL TIEMPO DE NAVIDAD

Misa 
de feria (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. Nav.
LECC.: vol. II.
- 1 Jn 3, 7-10. 
No puede pecar, porque ha nacido de Dios.
- Sal 97. R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
- Jn 1, 35-42. Hemos encontrado al Mesías.

Liturgia de las Horas: oficio de feria-4 de enero.

Martirologio: elogs. del 5 de enero, pág. 94.
CALENDARIOS: Misioneras Eucarísticas de Nazaret: San Manuel González, obispo (S). Huelva y Palencia: (MO). Málaga y Sevilla: (ML).
RR. Angélicas: Santa Genoveva Torres Morales, religiosa (S). Segorbe-Castellón: (MO). Zaragoza: (MO).
Dominicos: Santa Zadislava de Lemberk (MO).
Paúles e Hijas de la Caridad: Santa Isabel Ana Bayley Setón, religiosa (MO).
OFM Conv. y TOR: Santa Ángela de Foligno, religiosa (ML).

TEXTOS MISA

Martes, feria del tiempo de Navidad, antes de Epifanía

Antífona de entrada Sal 117, 26-27
Bendito el que viene en el nombre del Señor: el Señor es Dios, él nos ilumina.
Benedíctus qui venit in nómine Dómini: Deus Dóminus et illúxit nobis.

Oración colecta
Antes de la solemnidad de Epifanía

Oh, Dios, que, por el feliz alumbramiento de la santa Virgen, has hecho que, en tu Hijo,
la humanidad no quedara sometida a la condena, concede a quienes hemos recibido el ser criaturas nuevas, vernos libres del influjo del antiguo pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.

Deus, qui, per beátum sacrae Vírginis partum, Fílii tui carnem humánis fecísti praeiudíciis non tenéri, praesta, quaesumus, ut, huius creatúrae novitáte suscépti, vetustátis antíquae contágiis exuámur. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del 4 de enero, feria de Navidad (Lec. II).

PRIMERA LECTURA 1 Jn 3, 7-10
No puede pecar, porque ha nacido de Dios

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.

Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo.
Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo.
Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios.
En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 97, 1bcde. 7-8. 9 (R.: 3cd)
R. 
Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Vidérunt omnes términi terræ salutáre Dei nostri.

V. Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Vidérunt omnes términi terræ salutáre Dei nostri.

V. Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos,
aclamen los montes.
R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Vidérunt omnes términi terræ salutáre Dei nostri.

V. Al Señor, que llega
para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.
R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Vidérunt omnes términi terræ salutáre Dei nostri.

Aleluya Heb 1, 1-2
R. 
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. En muchas ocasiones habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. R.
Multifárie olim Deus loquens pátribus in prophétis, novíssime diébus istis locútus est nobis in Fílio.

EVANGELIO Jn 1, 35-42
Hemos encontrado al Mesías
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
«Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
«¿Qué buscáis?».
Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?».
Él les dijo:
«Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Del Papa Francisco, Homilía 23- noviembre-2013
Los dos discípulos encuentran al Maestro y permanecen con Él. Tras haberle encontrado, advierten inmediatamente algo nuevo en su corazón: la exigencia de transmitir su alegría también a los demás, a fin de que también ellos lo puedan encontrar. Andrés, en efecto, encuentra a su hermano Simón y lo conduce a Jesús. ¡Cuánto bien nos hace contemplar esta escena! Nos recuerda que Dios no nos ha creado para estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para encontrarle a Él y para abrirnos al encuentro con los demás. Dios, el primero, viene hacia cada uno de nosotros; y esto es maravilloso. Él viene a nuestro encuentro. En la Biblia Dios aparece siempre como Aquél que toma la iniciativa del encuentro con el hombre: es Él quien busca al hombre, y generalmente le busca precisamente mientras el hombre atraviesa la experiencia amarga y trágica de traicionar a Dios y de huir de Él. Dios no espera a buscarle: le busca inmediatamente. Nuestro Padre es un buscador paciente. Él nos precede y nos espera siempre. No se cansa de esperarnos, no se aleja de nosotros, sino que tiene la paciencia de esperar el momento favorable del encuentro con cada uno de nosotros. Y cuando tiene lugar el encuentro, nunca es un encuentro apresurado, porque Dios desea permanecer largo rato con nosotros para sostenernos, para consolarnos, para donarnos su alegría. Dios se apresura para encontrarnos, pero nunca tiene prisa para dejarnos. Permanece con nosotros. Como nosotros le anhelamos y le deseamos, así también Él tiene deseo de estar con nosotros, porque nosotros pertenecemos a Él, somos "propiedad" suya, somos sus creaturas. También Él, podemos decir, tiene sed de nosotros, de encontrarnos. Nuestro Dios está sediento de nosotros. Éste es el corazón de Dios.

Oración de los fieles
Oremos al Señor.
- Por la Iglesia, para que, como Juan, sepa indicar a Cristo a los hombres de nuestro tiempo. Roguemos al Señor.
- Por la justicia, la paz y la prosperidad de todo el mundo, para que el don que recibimos en el tiempo se convierta en premio de eternidad. Roguemos al Señor.
- Por los que sufren, para que encuentren consuelo en el misterio del nacimiento de Cristo. Roguemos al Señor.
- Por las familias de nuestra comunidad para que aprendan a recibir a Cristo, acogiéndolo en los pobres. Roguemos al Señor.
Muéstranos, Señor, tu bondad, tu misericordia y tu fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor

Oración sobre las ofrendas
Recibe, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que cuanto creemos por la fe lo alcancemos por el sacramento celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Múnera, quaesumus, Dómine, tuae plebis propitiátus assúme, ut, quae fídei pietáte profiténtur, sacraméntis caeléstibus apprehéndant. Per Christum.

PREFACIO II NAVIDAD
LA RESTAURACIÓN DEL UNIVERSO EN LA ENCARNACIÓN
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor.
Porque en el misterio santo que hoy celebramos, el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el Eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para reconstruir todo el universo al asumir en sí todo lo caído, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre descarriado.
Por eso, te alabamos con todos los ángeles, aclamándote llenos de alegría:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Qui, in huius venerándi festivitáte mystérii, invisíbilis in suis, visíbilis in nostris appáruit, et ante témpora génitus esse copit in témpore; ut, in se érigens cuncta deiécta, in íntegrum restitúeret univérsa, et hóminem pérditum ad caeléstia regna revocáret.
Unde et nos, cum ómnibus Angelis te laudámus, iucúnda celebratióne clamántes:

Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA III.

Antífona de comunión Cf. Ef 2, 4; Rm 8, 3

Dios, por el gran amor con que nos amó, envió a su Hijo en semejanza de carne de pecado.
Propter nímiam caritátem suam, qua diléxit nos Deus, Fílium suum misit in similitúdinem carnis peccáti.

Oración después de la comunión
Oh, Dios, que llegas hasta nosotros al participar en tu sacramento, realiza en nuestros corazones el efecto de su poder, para que, al recibirlo, nos haga dignos del don que nos haces. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Deus, qui nos sacraménti tui participatióne contíngis, virtútis eius efféctus in nostris córdibus operáre, ut suscipiéndo múneri tuo per ipsum munus aptémur. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 5 de enero
1. En Alejandría de Egipto, santa Sinclética, virgen, de quien se cuenta que llevó vida eremítica. (s. IV)
2. En Cartago, en la actual Túnez, san Deogracias, obispo, que redimió a muchos cautivos apresados por los vándalos, ofreciéndoles cobijo en dos grandes basílicas dotadas de camas y esteras. (457/458)
3. En Roma, conmemoración de santa Emiliana, virgen, tía paterna del papa san Gregorio Magno, que falleció piadosamente poco después que su hermana Tarsila. (s. VI)
4*. En la Bretaña Menor, hoy Francia, san Convoión, abad, fundador en Roten el monasterio de San Salvador, donde, bajo su dirección y siguiendo la Regla de san Benito, floreció un elevado número de monjes, pero destruido el cenobio por los normandos, fundó una nueva casa en Saint-Maixent-de-Plélan, en la que falleció ya octogenario. (868)
5. En Londres, en Inglaterra, san Eduardo, llamado "el Confesor", que, siendo rey de los ingleses, fue muy amado por su eximia caridad, trabajando incansablemente por mantener la paz en sus estados y la comunión con la Sede Romana. (1066)
6*. Cerca de Valkenburg, en la región de Limburg, en la Holanda actual, san Gerlaco, eremita, que se distinguió por el servicio a los indigentes. (1165)
7*. En Todi, en la región de Umbría, en la actual Italia, beato Rogerio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, discípulo de san Francisco y ferviente imitador suyo. (1237)
8*. En Angers, ciudad de Francia, beatos Francisco Peltier, Jacobo Ledoyen y Pedro Tressier, presbíteros y mártires, quienes, por mantenerse fieles a su sacerdocio, fueron decaptados durante la Revolución Francesa. (1794)
9. En la ciudad de Filadelfia, del estado de Pensilvania, en los Estados Unidos de Norteamérica, san Juan Nepomuceno Neumann, obispo, de la Congregación del Santísimo Redentor, que se distinguió por su solicitud a favor de los inmigrantes pobres, ayudándoles con sus consejos y su caridad, así como por la educación cristiana de los niños. (1860)
10*. En Génova, ciudad de Italia, beata María Repetto, virgen, de las Hermanas de Nuestra Señora del Refugio en el Monte Calvario, que vivió escondida del mundo y se esforzó por ayudar a los afligidos y dar esperanza de salvación eterna a los que dudaban. (1890)
11*. En Dublín, ciudad de Irlanda, san Carlos de San Andrés (Juan Andrés) Houben, presbítero de la Congregación de la Pasión de Jesucristo, admirable ministro del sacramento de la Penitencia. (1893) Canonizado 3-junio-2007.
12*. En Jazlowice, en Ucrania, beata Marcelina Darowska, la cual, muertos su esposo y su primogénito, se consagró a Dios. Preocupada por la dignidad de la familia, fundó la Congregación de Hermanas de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, para la educación de las jóvenes. (1911)
13*. En Spoleto, en Italia, beato Pedro Bonilli, presbítero, fundador de la Congregación de Hermanas de la Sagrada Familia, para atender y educar a la niñas pobres y huérfanas. (1935)
14. En Zaragoza, en España, santa Genoveva Torres Morales, virgen, que desde joven experimentó las contrariedades de la vida y soportó la enfermedad que le aquejaba. Fundó el Instituto de Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles, para ayudar a las mujeres. (1956)

Papa Francisco, Discurso a la Confederación Unión Apostólica del Clero (16-noviembre-2017).

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA INTERNACIONAL DE LA CONFEDERACIÓN UNIÓN APOSTÓLICA DEL CLERO

Sala del Consistorio, Jueves, 16 de noviembre de 2017

¡Queridos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas!

«¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos» (Sal 133, 1). Estos versículos del salmo van muy bien después de las palabras de Mons. Magrin, presidente apasionado de la Confederación Internacional de la Unión Apostólica del Clero. Es verdaderamente un placer conocer y sentir la fraternidad que nace entre nosotros, llamados a servir al Evangelio según el ejemplo de Cristo, el Buen Pastor. Mi saludo cordial a cada uno de vosotros, haciéndolo extensivo a los representantes de la Unión Apostólica de los Laicos.

En esta asamblea estáis reflexionando sobre el ministerio ordenado “en, para y con la comunidad diocesana”. En continuidad con los encuentros anteriores, tenéis la intención de enfocar el papel de los pastores en la Iglesia particular; y en esta relectura la clave hermenéutica es la espiritualidad diocesana que es espiritualidad de comunión a la manera de la comunión trinitaria. Mons. Magrin ha subrayado esa palabra, “diocesanidad”: es una palabra clave. Efectivamente, el misterio de la comunión trinitaria es el alto modelo de referencia de la comunión eclesial. San Juan Pablo II , en la carta apostólica Novo millennio ineunte, ha recordado que «el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza» es el siguiente: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión» (n 43). Esto implica, antes que nada, «promover una espiritualidad de la comunión», que se convierta en un «principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano» (ibíd.). Y hoy necesitamos tanta comunión, en la Iglesia y en el mundo.

Nos convertimos en expertos de espiritualidad de comunión ante todo a través de la conversión a Cristo, de la apertura dócil a la acción de su Espíritu y de la acogida de los hermanos. Como todos sabemos, la fecundidad del apostolado depende no solo de la actividad y de los esfuerzos organizativos, aunque sean necesarios, sino en primer lugar de la acción divina. Hoy, como en el pasado, los santos son los evangelizadores más eficaces, y todos los bautizados están llamados a aspirar a la medida más grande de la vida cristiana, es decir, a la santidad. Con mayor motivo, esto concierne a los ministros ordenados. Pienso en la mundanidad, en la tentación de la mundanidad espiritual, muchas veces oculta en la rigidez: una llama a la otra, son "hermanastras", una llama a la otra. El Día Mundial de Oración por la Santificación del Clero, que se celebra cada año en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, es una ocasión propicia para implorar del Señor el don de ministros fervorosos y santos para su Iglesia. Para alcanzar este ideal de santidad, cada ministro ordenado debe seguir el ejemplo del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. ¿Y dónde ir a buscar esta caridad pastoral, si no en el corazón de Cristo? En él, el Padre celestial nos ha colmado de infinitos tesoros de misericordia, ternura y amor: aquí siempre podemos encontrar la energía espiritual indispensable para irradiar en el mundo su amor y su alegría. Y a Cristo también nos guía todos los días la relación filial con nuestra Madre, María Santísima, especialmente en la contemplación de los misterios del Rosario.

Estrechamente unido con el camino de la espiritualidad está el compromiso en la acción pastoral al servicio del pueblo de Dios, hoy visible en la realidad de la Iglesia local. Los pastores están llamados a ser "servidores fieles y sabios" que imitan al Señor, se ciñen el cíngulo del servicio y se inclinan sobre las vivencias de sus comunidades, para comprender la historia y vivir las alegrías y las tristezas, las expectativas y las esperanzas del rebaño que les ha sido confiado. El Concilio Vaticano II ha enseñado que la manera en que los ministros ordenados alcanzan la santidad «ejerciendo sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo su triple función» (Decreto Presbyterorum Ordinis, 13); «de hecho, se ordenan a la perfección de la vida por las mismas acciones sagradas que realizan cada día, como por todo su ministerio» (Ibíd., 12).

Con razón subrayáis que los ministros ordenados adquieren un estilo pastoral adecuado también cultivando las mutuas relaciones fraternas y participando en el camino pastoral de su Iglesia diocesana, en sus citas, en sus proyectos e iniciativas que traducen operativamente las líneas programáticas. Una Iglesia particular tiene un rostro, ritmos y decisiones concretas; hay que servirla con dedicación día tras días diariamente, atestiguando la sintonía y la unidad que se vive y se desarrolla con el obispo. El camino pastoral de la comunidad local tiene como punto de referencia imprescindible el plan pastoral de la diócesis, que se debe anteponer a los programas de asociaciones, movimientos y de cualquier grupo en particular. Y esta unidad pastoral, alrededor del obispo, hará la unidad en la Iglesia. Y es muy triste cuando en un presbiterio encontramos que esta unidad no existe, que es aparente. Y allí dominan los chismes, los chismes destruyen la diócesis, destruyen la unidad de los sacerdotes, entre ellos y con el obispo. Hermanos y hermanas, os pido por favor: siempre vemos cosas malas en los demás, siempre ―porque las cataratas no vienen a ese ojo―, no , los ojos están listos para ver las cosas feas, pero os pido por favor que no escuchéis los chismes. Si veo cosas malas, rezo o, como hermano, hablo. No hago el “terrorista” porque los chismes son terrorismo. Chismorrear es como tirar una bomba: destruyo al otro y me voy tranquilo. Por favor, nada de chismes, son la polilla que se come el tejido de la Iglesia, de la Iglesia diocesana, de la unidad de todos nosotros.

La dedicación a la Iglesia particular se expresa siempre con un horizonte más grande que nos hace conscientes de la vida de toda la Iglesia. La comunión y la misión son dinámicas correlativas. Nos convertimos en ministros para servir a la propia Iglesia particular, en docilidad al Espíritu Santo y al propio obispo y en colaboración con otros sacerdotes, pero con la conciencia de ser parte de la Iglesia universal, que cruza las fronteras de la propia diócesis y del propio país. Si la misionalidad es una propiedad esencial de la Iglesia, lo es sobre todo para quien, ordenado, está llamado a ejercer el ministerio en una comunidad por su naturaleza misionera, y a ser educador de mundialidad ¡no de mundanidad, de mundialidad! La misión, de hecho, no es una elección individual, debida a la generosidad individual o quizás a desilusiones pastorales, sino una elección de la Iglesia particular la que se convierte en protagonista en la comunicación del Evangelio a todas las gentes.

Queridos hermanos sacerdotes, rezo por cada uno de vosotros, y por vuestro ministerio y por el servicio de la Unión Apostólica del Clero. Y también rezo por vosotros, queridos hermanos y hermanas. Que mi bendición os acompañe. Y os pido por favor que no os olvidéis de rezar por mí, porque yo también necesito oraciones.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Lunes 3 enero 2022, Lunes, Feria del Tiempo de Navidad, antes de Epifanía, o Santísimo Nombre de Jesús, memoria libre.

SOBRE LITURGIA

REZO DE VÍSPERAS PARA LA INAUGURACIÓN DEL AÑO ACADÉMICO DE LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica Vaticana, Altar de la Cátedra. Viernes 4 de noviembre de 2011

Venerados hermanos,
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra celebrar estas Vísperas con vosotros, que formáis la gran comunidad de las universidades pontificias romanas. Saludo al cardenal Zenon Grocholewski, agradeciéndole las amables palabras que me ha dirigido y sobre todo el servicio que presta como prefecto de la Congregación para la educación católica, ayudado por el secretario y los demás colaboradores. A ellos, y a todos los rectores, a los profesores y a los estudiantes dirijo mi más cordial saludo.

Hace setenta años el venerable Pío XII, con el motu proprio «Cum nobis» (cf. AAS 33 [1941] 479-481) instituyó la Obra pontificia para las vocaciones sacerdotales, con la finalidad de promover las vocaciones presbiterales, difundir el conocimiento de la dignidad y de la necesidad del ministerio ordenado y estimular la oración de los fieles para obtener del Señor numerosos y dignos sacerdotes. Con ocasión de dicho aniversario, esta tarde quiero proponeros algunas reflexiones precisamente sobre el ministerio sacerdotal. El motu proprio «Cum nobis» representó el inicio de un vasto movimiento de iniciativas de oración y de actividades pastorales. Fue una respuesta clara y generosa al llamamiento del Señor: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 37-38). Después de la puesta en marcha de la Obra pontificia, se desarrollaron otras por doquier. Entre ellas quiero recordar el «Serra International», fundado por algunos empresarios de Estados Unidos, que toma su título del padre Junípero Serra, fraile franciscano español, con el fin de estimular y sostener las vocaciones al sacerdocio y asistir económicamente a los seminaristas. A los miembros del Serra, que recuerdan el 60° aniversario del reconocimiento de la Santa Sede, dirijo un cordial saludo. La Obra pontificia para las vocaciones sacerdotales fue instituida en la memoria litúrgica de san Carlos Borromeo, venerado protector de los seminarios. A él le pedimos también en esta celebración que interceda por el despertar, la buena formación y el crecimiento de las vocaciones al presbiterado.

También la Palabra de Dios que hemos escuchado en el pasaje de la Primera Carta de san Pedro invita a meditar en la misión de los pastores en la comunidad cristiana. Ya desde los albores de la Iglesia fue evidente el relieve otorgado a los guías de las primeras comunidades, establecidos por los Apóstoles para el anuncio de la Palabra de Dios a través de la predicación y para celebrar el sacrificio de Cristo, la Eucaristía. San Pedro dirige un apasionado llamamiento: «A los presbíteros entre vosotros, yo presbítero con ellos, testigo de la pasión de Cristo y partícipe de la gloria que se va a revelar, os exhorto» (1 P 5, 1). San Pedro hace este llamamiento en virtud de su relación personal con Cristo, que culminó en los dramáticos sucesos de la pasión y en la experiencia del encuentro con él, resucitado de entre los muertos. San Pedro, además, insiste en la solidaridad recíproca de los pastores en el ministerio, subrayando el hecho de que tanto él como ellos pertenecen al único orden apostólico. En efecto, dice que es «presbítero con ellos». El término griego es sumpresbyteros. Apacentar el rebaño de Cristo es su vocación y tarea común y los une de un modo particular entre sí, por estar unidos a Cristo con un vínculo especial. De hecho, el Señor Jesús en varias ocasiones se comparó a sí mismo con un pastor solícito, atento a cada una de sus ovejas. Dijo de sí mismo: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10, 11). Y santo Tomás de Aquino comenta: «Aunque todos los jefes de la Iglesia sean pastores, sin embargo dice que él lo es de un modo singular: “Yo soy el buen pastor”, con el fin de introducir con dulzura la virtud de la caridad. De hecho, sólo se puede ser buen pastor siendo uno con Cristo y sus miembros mediante la caridad. La caridad es el primer deber del buen pastor». Así dice santo Tomás de Aquino en su Comentario al Evangelio de san Juan (Exposición sobre Juan, cap. 10, lect. 3).

Es grande la visión que el apóstol san Pedro tiene de la llamada al ministerio de guía de la comunidad, concebida en continuidad con la singular elección que recibieron los Doce. La vocación apostólica vive gracias a la relación personal con Cristo, alimentada con la oración asidua y animada por el celo de comunicar el mensaje recibido y la misma experiencia de fe de los Apóstoles. Jesús llamó a los Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar su mensaje (cf. Mc 3, 14). Para que haya una creciente consonancia con Cristo en la vida del sacerdote, se requieren algunas condiciones. Quiero subrayar tres, que emergen de la lectura que hemos escuchado: la aspiración a colaborar con Jesús en la difusión del reino de Dios, la gratuidad del compromiso pastoral y la actitud de servicio.

En la llamada al ministerio sacerdotal está ante todo el encuentro con Jesús y el ser atraídos, conquistados por sus palabras, por sus gestos, por su misma persona. Es haber distinguido su voz entre las numerosas voces, respondiendo como san Pedro: «Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69). Es como haber sido alcanzados por la irradiación de bien y de amor que emana de él, sentirse implicados y partícipes con él hasta el punto de desear permanecer con él como los dos discípulos de Emaús —«quédate con nosotros porque atardece» (Lc 24, 29)— y de llevar al mundo el anuncio del Evangelio. Dios Padre envió al Hijo eterno al mundo para realizar su plan de salvación. Jesucristo constituyó a la Iglesia para que se extendieran en el tiempo los efectos benéficos de la redención. La vocación de los sacerdotes tiene su raíz en esta acción del Padre, realizada en Cristo, a través del Espíritu Santo. Así, el ministro del Evangelio es aquel que se deja conquistar por Cristo, que sabe «permanecer» con él, que entra en sintonía, en íntima amistad con él, para que todo se cumpla «como Dios quiere» (1 P 5, 2), según su voluntad de amor, con gran libertad interior y con profunda alegría del corazón.

En segundo lugar, estamos llamados a ser administradores de los Misterios de Dios «no por sórdida ganancia, sino con entrega generosa» (ib.), dice san Pedro en la lectura de estas Vísperas. Nunca hay que olvidar que se entra en el sacerdocio a través del Sacramento, de la ordenación, y esto significa precisamente abrirse a la acción de Dios eligiendo cada día entregarse por él y por los hermanos, según el dicho evangélico: «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10, 8). La llamada del Señor al ministerio no es fruto de méritos particulares; es un don que es preciso acoger y al que se debe corresponder dedicándose no a un proyecto propio, sino al de Dios, de modo generoso y desinteresado, para que él disponga de nosotros según su voluntad, aunque esta pudiera no corresponder a nuestros deseos de autorrealización. Amar junto a Aquel que nos amó primero y se entregó totalmente a sí mismo. Es estar dispuestos a dejarse implicar en su acto de amor pleno y total al Padre y a todos hombres consumado en el Calvario. No debemos olvidar nunca —como sacerdotes— que la única elevación legítima hacia el ministerio de pastor no es la del éxito, sino la de la cruz.

En esta lógica, ser sacerdotes quiere decir ser servidores también con una vida ejemplar: «Sed modelos del rebaño» es la invitación del apóstol san Pedro (1 Pt 5, 3). Los presbíteros son dispensadores de los medios de salvación, de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la Penitencia; no disponen de ellos a su arbitrio, sino que son sus humildes servidores para el bien del pueblo de Dios. Así pues, es una vida marcada profundamente por este servicio: por el atento cuidado del rebaño, por la celebración fiel de la liturgia y por la generosa solicitud hacia todos los hermanos, especialmente hacia los más pobres y necesitados. Al vivir esta «caridad pastoral» siguiendo el ejemplo de Cristo y con Cristo, en cualquier lugar donde el Señor lo llama, todo sacerdote podrá realizarse plenamente y realizar su vocación.

Queridos hermanos y hermanas, os he propuesto algunas reflexiones sobre el ministerio sacerdotal. Pero también las personas consagradas y los laicos —pienso de modo particular en las numerosas religiosas y laicas que estudian en las universidades eclesiásticas de Roma, así como en los que prestan su servicio como profesores o como personal en dichos ateneos—, podrán encontrar elementos útiles para vivir más intensamente el tiempo que pasan en la ciudad eterna. De hecho, para todos es importante aprender cada vez más a «permanecer» con el Señor, cada día, en el encuentro personal con él para dejarse fascinar y conquistar por su amor y ser anunciadores de su Evangelio; es importante tratar de seguir en la vida, con generosidad, no un proyecto propio, sino el que Dios tiene para cada uno, conformando la propia voluntad a la del Señor; es importante prepararse, también a través de un estudio serio y comprometido, a servir al pueblo de Dios en las tareas que se les confíen.

Queridos amigos, vivid bien, en íntima comunión con el Señor, este tiempo de formación: es un don precioso que Dios os brinda, especialmente aquí en Roma, donde se respira de modo muy singular la catolicidad de la Iglesia. Que san Carlos Borromeo obtenga la gracia de la fidelidad a todos los que frecuentan las facultades eclesiásticas romanas. Que el Señor conceda a todos, por intercesión de la Virgen María, Sedes Sapientiae, un provechoso año académico. Amén.

CALENDARIO

3 LUNES, FERIA DEL TIEMPO DE NAVIDAD o SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS, memoria libre

Misa de feria o de la memoria (blanco).
MISAL: para la feria ants. y oracs. props. / para la memoria ants. y oracs. props.; Pf. Nav.
LECC.: vol. II.
- 1 Jn 2, 29 — 3, 6. Todo el que permanece en él no peca.
- Sal 97. R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
- Jn 1, 29-34. Este es el Cordero de Dios.
o bien:
cf. vol. IV.

Liturgia de las Horas: oficio de feria-3 de enero o de la memoria.

Martirologio: elogs. del 4 de enero, pág. 92.
CALENDARIOS: Jesuitas: Santísimo Nombre de Jesús (S). Cartujos: (F). Familia Franciscana: (MO). Agustinos: (ML).
Teatinos: San José María Tomasi, presbítero (F).
Granada, Jaca y Zaragoza: Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia (MO).
Canónigos Regulares de Letrán: Beato Alano de Solminihac, obispo (MO).
Agustinos: San Fulgencio (ML).
Carmelitas: San Ciriaco Elías Chavara, presbítero (ML).
Dominicos: Beata Estefana Quinzani, virgen (ML).

TEXTOS MISA

Lunes, feria del tiempo de Navidad, antes de Epifanía

Antífona de entrada
Nos ha amanecido un día sagrado: venid, naciones, adorad al Señor, porque una gran luz ha bajado a la tierra.
Dies sanctificátus illúxit nobis: veníte, gentes, et adoráte Dóminum, quia descéndit lux magna super terram.

Oración colecta
Antes de la solemnidad de Epifanía:

Concede, Señor, a tu pueblo perseverancia y firmeza en la fe, y a cuantos confiesan que tu Unigénito, eterno contigo en tu gloria, nació de Madre Virgen en la realidad de nuestro cuerpo, líbralos de los males de esta vida y hazles alcanzar las alegrías eternas. Por nuestro Señor Jesucristo.
Da, quaesumus, Dómine, pópulo tuo inviolábilem fídei firmitátem, ut, qui Unigénitum tuum in tua tecum glória sempitérnum in veritáte nostri córporis natum de Matre Vírgine confiténtur, et a praeséntibus liberéntur advérsis, et mansúris gáudiis inserántur. Per Dóminum.

En la memoria:
3 de enero
Santísimo Nombre de Jesús

Antífona de entrada Flp 2, 10-11
Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.
In nómine Iesu omne genu flectátur, caeléstium, terréstrium et infernórum; et omnis língua confiteátur quia Dóminus Iesus Christus in glória est Dei Patris.

Monición de entrada
Conmemoramos en esta celebración el santísimo Nombre de Jesús, ante el cual toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo, para gloria de la Divina Majestad.

Oración colecta
Oh Dios que cimentaste en la encarnación de tu Verbo la salvación del género humano, concede a tu pueblo la misericordia que implora, para que todos sepan que no ha de ser invocado otro nombre que el de tu Unigénito. Él, que vive y reina contigo.
Deus, qui salútem humáni géneris in Verbi tui incarnatióne fundásti, da pópulis tuis misericórdiam quam depóscunt, ut sciant omnes non esse, quam Unigéniti tui, nomen áliud invócandum. Qui tecum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del 3 de enero, feria de Navidad (Lec. II).

PRIMERA LECTURA 1 Jn 2, 29-3, 6
Todo el que permanece en él no peca
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.

Queridos hermanos:
Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él.
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
Todo el que comete pecado quebranta también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley.
Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado.
Todo el que permanece en él no peca. Todo el que peca no lo ha visto ni conocido.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 97,1bcde. 3Cd 4. 5-6 (R.: 3cd)
R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Vidérunt omnes términi terræ salutáre Dei nostri.

V. Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Vidérunt omnes términi terræ salutáre Dei nostri.

V. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.
R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Vidérunt omnes términi terræ salutáre Dei nostri.

V. Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Vidérunt omnes términi terræ salutáre Dei nostri.

Aleluya Jn 1, 14a. 12b
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios. R.
Verbum caro factum est, et habitávit in nobis. Quotquot recepérunt eum, dedit eis potestátem fílios Dei fíeri.

EVANGELIO Jn 1, 29-34
Éste es el Cordero de Dios
 Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

El día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Del Papa Francisco, Ángelus 19-enero-2014
El verbo que se traduce con "quita" significa literalmente "aliviar", "tomar sobre sí". Jesús vino al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargando sobre sí las culpas de la humanidad. ¿De qué modo? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado si no es con el amor que impulsa al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene los rasgos del Siervo del Señor, que "soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores" (Is 53, 4), hasta morir en la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el río de nuestro pecado, para purificarnos.

En la memoria:
LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas propias de la memoria del santísimo Nombre de Jesús (Lec. IV).

PRIMERA LECTURA Fil 2, 1-11
Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.

Hermanos:
Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
El cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 8, 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 2a)
R. ¡Señor, Dios nuestro qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Dómine, Dóminus noster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!

V. Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado.
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para mirar por él?
R. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Dómine, Dóminus noster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!

V. Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies.
R. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Dómine, Dóminus noster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!

V. Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.
R. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Dómine, Dóminus noster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!

Aleluya Mt 1, 21
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. R.
Pariet autem filium et vocabis nomen eius Iesum.

EVANGELIO Lc 2, 21-24
Le dieron el nombre de Jesús
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a Ti, Señor.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Palabra del Señor.
R. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Del Papa Benedicto XVI, Ángelus 1-enero-2010
Hoy la liturgia nos recuerda que, ocho días después del nacimiento del Niño, ella y su esposo José lo hicieron circuncidar, según la ley de Moisés, y le pusieron por nombre Jesús, como había sido llamado por el ángel (cf. Lc 2, 21). Este nombre, que significa "Dios salva", es el cumplimiento de la revelación de Dios. Jesús es el rostro de Dios, es la bendición para todos los hombres y para todos los pueblos, es la paz para el mundo. ¡Gracias, Madre santa, que has dado a luz al Salvador, el Príncipe de la paz!

Oración de los fieles
Oremos al Señor
- Para que la Iglesia sepa expresar el misterio de Cristo en el lenguaje adecuado a los hombres de nuestro tiempo. Roguemos al Señor.
- Para que la Navidad empuje a los gobernantes de las naciones a buscar la concordia y la paz. Roguemos al Señor.
- Para que todos los que sufren en el cuerpo o en el espíritu sientan la cercanía del «Dios-con-nosotros». Roguemos al Señor.
- Para que, como Juan Bautista, nosotros también seamos precursores de Cristo para los demás. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, nuestras oraciones, y haz que la tierra entera pueda contemplar tus maravillas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Acepta, Señor, nuestras ofrendas en las que vas a realizar un admirable intercambio, para que, al ofrecerte lo que tú nos diste, merezcamos recibirte a ti mismo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Súscipe, Dómine, múnera nostra, quibus exercéntur commércia gloriósa, ut, offeréntes quae dedísti, teípsum mereámur accípere. Per Christum.

PREFACIO I DE NAVIDAD
CRISTO, LUZ DEL MUNDO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque, gracias al misterio del Verbo hecho carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que, conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible.
Por eso, con los ángeles y arcángeles, tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Quia per incarnáti Verbi mystérium nova mentis nostrae óculis lux tuae claritátis infúlsit: ut, dum visibíliter Deum cognóscimus, per hunc in invisibílium amórem rapiámur.
Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia caeléstis exércitus, hymnum glóriae tuae cánimus, sine fine dicéntes:

Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA II.

Antífona de comunión Jn 1, 14

Hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Vídimus glóriam eius, glóriam quasi Unigéniti a Patre, plenum grátiae et veritátis.

Oración después de la comunión
Concédenos, Dios todopoderoso, que, por la eficacia de estos santos misterios, se fortalezca constantemente nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Da, quaesumus, omnípotens Deus, ut, mysteriórum virtúte sanctórum, iúgiter vita nostra firmétur. Per Christum.

En la memoria:
Oración sobre las ofrendas
Al presentar, Señor, los dones de tu generosidad, te rogamos que, así como a Cristo, obediente hasta la muerte, le otorgaste el Nombre que nos salva, nos concedas también la fuerza de su protección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Largitátis tuae múnera deferéntes, quaesumus, Dómine, ut sicut Christo usque ad mortem obodiénti salutíferum nomen dedísti, ita nobis eius virtúte muníri concéde. Per Christum.

PREFACIO II NAVIDAD
LA RESTAURACIÓN DEL UNIVERSO EN LA ENCARNACIÓN
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor.
Porque en el misterio santo que hoy celebramos, el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el Eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para reconstruir todo el universo al asumir en sí todo lo caído, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre descarriado.
Por eso, te alabamos con todos los ángeles, aclamándote llenos de alegría:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Qui, in huius venerándi festivitáte mystérii, invisíbilis in suis, visíbilis in nostris appáruit, et ante témpora génitus esse copit in témpore; ut, in se érigens cuncta deiécta, in íntegrum restitúeret univérsa, et hóminem pérditum ad caeléstia regna revocáret.
Unde et nos, cum ómnibus Angelis te laudámus, iucúnda celebratióne clamántes:
Santo, Santo, Santo…


Antífona de la comunión Sal 8, 2
Señor, Dueño nuestro, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra.
Dómine, Dóminus noster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!

Oración después de la comunión
Señor, la Víctima recibida que hemos ofrecido a tu majestad en honor del Nombre de Cristo infunda en nosotros tu gracia abundante, para alegrarnos también porque nuestros nombres están escritos en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Hóstia sumpta, Dómine, quam Christi nomen honorántes tuae obtúlimus maiestáti, grátiam tuam, quaesumus, nobis infúndat ubérrime, ut et nostra in caelis esse scripta nómina gaudeámus. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del día 4 de enero

1. En Mesia, en el territorio comprendido entre las actuales en Rumania y Bulgaria, santos Hermes y Cayo, mártires, que sufrieron el martiro en los lugares de Arcer y Vidin, respectivamente. (s. IV)
2. En Dijon, en Borgoña, hoy Francia, san Gregorio, que después de haber regido la región de Autun fue ordenado obispo de Langres. (539/540)
3*. En la localidad de Uses, en la Galia Narbonense, de nuevo la actual Francia, san Ferreol, obispo, autor de una Regla para monjes, que, enviado al exilio por envidia, al regresar al cabo de tres años junto a su grey se le recibió con alegría, como un verdadero hombre de Dios. (581)
4*. En Meaux, en Neustria, igualmente en la Francia de hoy, san Rigomerio, obispo(s. VI)
5. En la ciudad de Reims, también en Neustria, san Rigoberto, obispo, que, expulsado de su sede por Carlos Martel, en contra de lo dispuesto por los cánones, llevó una vida humilde. (743)
6*. En Brouay-sur-l’Escaut, ciudad de Artois, nuevamente en Neustria, santa Faraildis, viuda, quien, obligada a casarse con un hombre violento, abrazó hasta la ancianidad una vida de oración y austeridad. (740/750)
7*. En Foligno, en la región italiana de Umbría, santa Ángela, la cual, después de la muerte de su esposo y de sus hijos, siguió las huellas de san Francisco, entregándose totalmente a Dios, y escribió un libro, en donde cuenta las experiencias de su vida mística. (1309) Canonizada 2013
8*. En Santa Cruz de Val d'Arno, en Etruria, actualmente región de Toscana, en Italia, beata Cristiana (Oringa) Menabuoi, virgen, que fundó un monasterio bajo la Regla de san Agustín. (1310)
9*. En Durham, ciudad de Inglaterra, beato Tomás Plumtree, presbítero y mártir, que en tiempo de la reina Isabel I fue condenado a muerte por su fidelidad a la Iglesia católica y, llevado ante el patíbulo, prefirió ser colgado antes que vivir en la apostasía. (1570)
10. En la ciudad de Emmitsburg, del estado de Maryland, en los Estados Unidos de Norteamérica, santa Isabel Ana Seton, quien, al quedar viuda, abrazó la fe católica y trabajó denodadamente para fundar la Congregación de Hermanas de la Caridad de San José, con el fin de educar a las jóvenes y atender la infancia sin recursos. (1821)
11*. En Madrid, capital de España, san Manuel González García, obispo sucesivamente de Málaga y de Palencia, que fue un pastor eximio según el corazón del Señor. Promovió el culto a la Sagrada Eucaristía y fundó la Congregación de Hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret. (1940) Canonizado 2016.

Papa Francisco, Discurso al Pontificio Colegio Ucraniano de San Josafat de Roma (9-noviembre-2017).

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO UCRANIANO DE SAN JOSAFAT DE ROMA

Sala Clementina, Jueves, 9 de noviembre de 2017

Queridos hermanos y hermanas: ¡Sea alabado Jesucristo! [en ucraniano]

Saludo al cardenal Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, y a Su Excelencia Mons. Vasil', Secretario, que es antiguo alumno del Colegio. Agradezco de todo corazón al Rector sus palabras introductorias.

Nuestro encuentro tiene lugar 85 años después de la construcción de la sede de vuestro Colegio en la colina del Janículo, por voluntad del Papa Pío XI. Él se hizo promotor de una iniciativa que manifestaba la solicitud peculiar y concreta de los sucesores del apóstol Pedro por los fieles de la Iglesia procedentes de zonas de sufrimiento o persecución y que, de este modo, podían sentirse aquí en Roma como hijos amados que viven en una casa y crecen en ella, preparándose para la misión apostólica como diáconos y sacerdotes. En los años de su pontificado, Pío XI tuvo que hacer frente a muchos desafíos trascendentales, pero siempre levantó su voz firme a la hora de defender la fe, la libertad de la Iglesia y la dignidad trascendente de cada ser humano. Condenó con claridad, en sus discursos y cartas, las ideologías ateas e inhumanas que ensangrentaron el siglo XX. Sacó así a la luz sus contradicciones indicando a la Iglesia la vía maestra del Evangelio puesto en práctica también en la búsqueda de la justicia social, una dimensión imprescindible del rescate plenamente humano de los pueblos y de las naciones. Como futuros sacerdotes, os invito a estudiar la Doctrina social de la Iglesia, para madurar en el discernimiento y en el juicio de las realidades sociales en las que estaréis llamados a trabajar.

También en nuestros días el mundo está herido por guerras y violencia. En particular, en vuestra amada nación ucraniana, de la que venís y a la que regresaréis después de completar vuestros estudios en Roma, se experimenta el drama de la guerra, que genera grandes sufrimientos, especialmente en las áreas afectadas, aún más vulnerables por el crudo invierno que se avecina. Y es fuerte el deseo de justicia y de paz, que anulen cualquier forma de abuso de poder, de corrupción social o política, realidades de las que son siempre los pobres quienes pagan el precio. Dios sostenga y aliente a los que se esfuerzan por crear una sociedad cada vez más justa y solidaria. Y que los apoyen activamente el compromiso concreto de las Iglesias, de los creyentes y de todas las personas de buena voluntad.

Para vosotros, seminaristas y sacerdotes de la Iglesia greco-católica ucraniana, estos desafíos pueden parecer fuera de vuestro alcance; pero recordad las palabras del apóstol Juan: «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno [...] y la palabra de Dios permanece en vosotros» (1Jn 2,13.14). Amando y anunciando la Palabra, os convertiréis en verdaderos pastores de las comunidades que os serán confiadas y ella será la lámpara que ilumine vuestro corazón y vuestro hogar, sea que os preparéis para el sacerdocio célibe o al uxorado, según la tradición de vuestra Iglesia.

Desde la colina del Janículo, podéis disfrutar de una hermosa vista panorámica de Roma, y ​​quizás hace unos días, después de una tormenta, hayáis contemplado el espectáculo del arco iris cuando el sol rasgaba las nubes más espesas. Así, os invito a que haya en vuestro corazón horizontes cada vez más amplios, para que quepa el mundo entero, donde muchos hijos e hijas de Ucrania se han esparcido a lo largo de los siglos. Amad y defended vuestras tradiciones, pero evitad cualquier forma de sectarismo. Y mantened siempre, en vuestra patria y en el extranjero, el sueño de la alianza de Dios con la humanidad, los puentes que, como el arco de luz sobre las nubes, reconcilian el cielo y la tierra y piden a los hombres, aquí en la tierra, que aprendan a amarse y a respetarse, abandonando las armas, las guerras y todo tipo de abuso.

Si camináis así y enseñáis a otros a hacer lo mismo, sobre todo en el diálogo ecuménico que es fundamental, estoy seguro de que desde la patria celestial os sonreirán y os sostendrán todos los obispos y sacerdotes ―algunos formados en vuestro Colegio― que han dado sus vidas o han sufrido persecución por su fidelidad a Cristo y a la Sede Apostólica. Y, sobre todo se alegrará la Santísima Madre de Dios, María, tan venerada en vuestro santuario nacional de Zarvanytsya . Ella quiere que los sacerdotes de su Hijo sean como antorchas encendidas en la noche de la vigilia en el Santuario, recordando a todos, especialmente a los pobres y a los que sufren, y también a aquellos que hacen el mal y siembran la violencia y la destrucción, que «el pueblo que andaba a oscuras vio una luz intensa. Sobre los que vivían en tierra de sombras, brilló una luz» (Is 9, 1). Yo también tengo y venero un pequeño icono ucraniano de la Virgen de la Ternura, regalo de vuestro arzobispo mayor, cuando estábamos juntos en Buenos Aires. Y cuando me quedé aquí pedí que me lo trajeran. La rezo todos los días. Os acompaño con mi bendición, invocando la paz y la armonía ecuménica para Ucrania. Y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. ¡Que tengáis un buen camino

Y no quisiera terminar sin recordar a una persona que me hizo mucho bien cuando estaba en la última clase de primaria, en el año 1949. ¡La mayor parte de vosotros todavía no había nacido! Es el padre Stefano Chnil, después consagrado obispo a escondidas, aquí en Roma, por el entonces arzobispo mayor. Él celebraba la misa allí, no había una comunidad ucraniana cerca y tenía a algunos que lo ayudaban. Yo aprendí a ayudar a la misa de rito ucraniano de él. Me enseñó todo. Dos veces por semana me tocaba a mí ayudarle. Me hizo mucho bien porque aquel hombre hablaba de las persecuciones, de los sufrimientos, de las ideologías que perseguían a los cristianos. Además, me enseñó a abrirme a una liturgia diferente, que siempre conservo en el corazón por su belleza. Shevchuk cuando yo estaba en Buenos Aires me había pedido testimonios para abrir el proceso de canonización de este obispo ordenado a escondidas. Quería recordarlo hoy porque es justo dar gracias ante vosotros por el bien que me hizo. Gracias.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Domingo 2 enero 2022, Domingo Segundo después de Navidad.

SOBRE LITURGIA

VISITA PASTORAL A ANCONA
SANTA MISA PARA LA CLAUSURA DEL XXV CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL ITALIANO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Astillero de Ancona. Domingo 11 de septiembre de 2011

Queridísimos hermanos y hermanas:

Hace seis años, el primer viaje apostólico en Italia de mi pontificado me llevó a Bari, con ocasión del 24° Congreso eucarístico nacional. Hoy he venido a clausurar solemnemente el 25°, aquí en Ancona. Doy gracias al Señor por estos intensos momentos eclesiales que refuerzan nuestro amor a la Eucaristía y nos ven reunidos en torno a la Eucaristía. Bari y Ancona, dos ciudades que se asoman al mar Adriático; dos ciudades ricas de historia y de vida cristiana; dos ciudades abiertas a Oriente, a su cultura y su espiritualidad; dos ciudades que los temas de los Congresos eucarísticos han contribuido a acercar: en Bari hemos hecho memoria de cómo «sin el Domingo no podemos vivir»; hoy, nuestro reencuentro se caracteriza por la «Eucaristía para la vida cotidiana».

Antes de ofreceros alguna reflexión, quiero agradecer vuestra coral participación: en vosotros abrazo espiritualmente a toda la Iglesia que está en Italia. Dirijo un saludo agradecido al presidente de la Conferencia episcopal, cardenal Angelo Bagnasco, por las cordiales palabras que me ha dirigido también en nombre de todos vosotros; a mi legado para este Congreso, cardenal Giovanni Battista Re; al arzobispo de Ancona-Ósimo, monseñor Edoardo Menichelli, a los obispos de la provincia eclesiástica de Las Marcas y a los que han acudido numerosos de cada parte del país. Junto con ellos, saludo a los sacerdotes, los diáconos, los consagrados y las consagradas, y a los fieles laicos, entre los cuales veo muchas familias y muchos jóvenes. Mi agradecimiento va también a las autoridades civiles y militares y a cuantos, de diversas maneras, han contribuido al buen éxito de este acontecimiento.

«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» (Jn 6, 60). Ante el discurso de Jesús sobre el pan de vida, en la Sinagoga de Cafarnaún, la reacción de los discípulos, muchos de los cuales abandonaron a Jesús, no está muy lejos de nuestras resistencias ante el don total que él hace de sí. Porque acoger verdaderamente este don quiere decir perderse a sí mismo, dejarse fascinar y transformar, hasta vivir de él, como nos ha recordado el apóstol san Pablo en la segunda lectura: «Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor» (Rm 14, 8).

«Este modo de hablar es duro»; es duro porque con frecuencia confundimos la libertad con la ausencia de vínculos, con la convicción de poder actuar por nuestra cuenta, sin Dios, a quien se ve como un límite para la libertad. Y esto es una ilusión que no tarda en convertirse en desilusión, generando inquietud y miedo, y llevando, paradójicamente, a añorar las cadenas del pasado: «Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto», decían los israelitas en el desierto (Ex 16, 3), como hemos escuchado. En realidad, sólo en la apertura a Dios, en la acogida de su don, llegamos a ser verdaderamente libres, libres de la esclavitud del pecado que desfigura el rostro del hombre, y capaces de servir al verdadero bien de los hermanos.

«Este modo de hablar es duro»; es duro porque el hombre cae con frecuencia en la ilusión de poder «transformar las piedras en pan». Después de haber dejado a un lado a Dios, o haberlo tolerado como una elección privada que no debe interferir con la vida pública, ciertas ideologías han buscado organizar la sociedad con la fuerza del poder y de la economía. La historia nos demuestra, dramáticamente, cómo el objetivo de asegurar a todos desarrollo, bienestar material y paz prescindiendo de Dios y de su revelación concluyó dando a los hombres piedras en lugar de pan. El pan, queridos hermanos y hermanas, es «fruto del trabajo del hombre», y en esta verdad se encierra toda la responsabilidad confiada a nuestras manos y nuestro ingenio; pero el pan es también, y ante todo, «fruto de la tierra», que recibe de lo alto sol y lluvia: es don que se ha de pedir, quitándonos toda soberbia y nos hace invocar con la confianza de los humildes: «Padre (...), danos hoy nuestro pan de cada día» (Mt 6, 11).

El hombre es incapaz de darse la vida a sí mismo, él se comprende sólo a partir de Dios: es la relación con él lo que da consistencia a nuestra humanidad y lo que hace buena y justa nuestra vida. En el Padrenuestro pedimos que sea santificado su nombre, que venga su reino, que se cumpla su voluntad. Es ante todo el primado de Dios lo que debemos recuperar en nuestro mundo y en nuestra vida, porque es este primado lo que nos permite reencontrar la verdad de lo que somos; y en el conocimiento y seguimiento de la voluntad de Dios donde encontramos nuestro verdadero bien. Dar tiempo y espacio a Dios, para que sea el centro vital de nuestra existencia.

¿De dónde partir, como de la fuente, para recuperar y reafirmar el primado de Dios? De la Eucaristía: aquí Dios se hace tan cercano que se convierte en nuestro alimento, aquí él se hace fuerza en el camino con frecuencia difícil, aquí se hace presencia amiga que transforma. Ya la Ley dada por medio de Moisés se consideraba como «pan del cielo», gracias al cual Israel se convierte en el pueblo de Dios; pero en Jesús, la palabra última y definitiva de Dios, se hace carne, viene a nuestro encuentro como Persona. Él, Palabra eterna, es el verdadero maná, es el pan de la vida (cf. Jn 6, 32-35); y realizar las obras de Dios es creer en él (cf. Jn 6, 28-29). En la última Cena Jesús resume toda su existencia en un gesto que se inscribe en la gran bendición pascual a Dios, gesto que él, como hijo, vive en acción de gracias al Padre por su inmenso amor. Jesús parte el pan y lo comparte, pero con una profundidad nueva, porque él se dona a sí mismo. Toma el cáliz y lo comparte para que todos pueden beber de él, pero con este gesto él dona la «nueva alianza en su sangre», se dona a sí mismo. Jesús anticipa el acto de amor supremo, en obediencia a la voluntad del Padre: el sacrificio de la cruz. Se le quitará la vida en la cruz, pero él ya ahora la entrega por sí mismo. Así, la muerte de Cristo no se reduce a una ejecución violenta, sino que él la transforma en un libre acto de amor, en un acto de autodonación, que atraviesa victoriosamente la muerte misma y reafirma la bondad de la creación salida de las manos de Dios, humillada por el pecado y, al final, redimida. Este inmenso don es accesible a nosotros en el Sacramento de la Eucaristía: Dios se dona a nosotros, para abrir nuestra existencia a él, para involucrarla en el misterio de amor de la cruz, para hacerla partícipe del misterio eterno del cual provenimos y para anticipar la nueva condición de la vida plena en Dios, en cuya espera vivimos.

¿Pero qué comporta para nuestra vida cotidiana este partir de la Eucaristía a fin de reafirmar el primado de Dios? La comunión eucarística, queridos amigos, nos arranca de nuestro individualismo, nos comunica el espíritu de Cristo muerto y resucitado, nos conforma a él; nos une íntimamente a los hermanos en el misterio de comunión que es la Iglesia, donde el único Pan hace de muchos un solo cuerpo (cf. 1 Co 10, 17), realizando la oración de la comunidad cristiana de los orígenes que nos presenta el libro de la Didaché: «Como este fragmento estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino» (ix, 4). La Eucaristía sostiene y transforma toda la vida cotidiana. Como recordé en mi primera encíclica, «en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros», por lo cual «una Eucaristía que no comporte un ejercicio concreto del amor es fragmentaria en sí misma» (Deus caritas est, 14).

La historia bimilenaria de la Iglesia está constelada de santos y santas, cuya existencia es signo elocuente de cómo precisamente desde la comunión con el Señor, desde la Eucaristía nace una nueva e intensa asunción de responsabilidades a todos los niveles de la vida comunitaria; nace, por lo tanto, un desarrollo social positivo, que sitúa en el centro a la persona, especialmente a la persona pobre, enferma o necesitada. Nutrirse de Cristo es el camino para no permanecer ajenos o indiferentes ante la suerte de los hermanos, sino entrar en la misma lógica de amor y de donación del sacrificio de la cruz. Quien sabe arrodillarse ante la Eucaristía, quien recibe el cuerpo del Señor no puede no estar atento, en el entramado ordinario de los días, a las situaciones indignas del hombre, y sabe inclinarse en primera persona hacia el necesitado, sabe partir el propio pan con el hambriento, compartir el agua con el sediento, vestir a quien está desnudo, visitar al enfermo y al preso (cf. Mt 25, 34-36). En cada persona sabrá ver al mismo Señor que no ha dudado en darse a sí mismo por nosotros y por nuestra salvación. Una espiritualidad eucarística, entonces, es un auténtico antídoto ante el individualismo y el egoísmo que a menudo caracterizan la vida cotidiana, lleva al redescubrimiento de la gratuidad, de la centralidad de las relaciones, a partir de la familia, con particular atención en aliviar las heridas de aquellas desintegradas. Una espiritualidad eucarística es el alma de una comunidad eclesial que supera divisiones y contraposiciones y valora la diversidad de carismas y ministerios poniéndolos al servicio de la unidad de la Iglesia, de su vitalidad y de su misión. Una espiritualidad eucarística es el camino para restituir dignidad a las jornadas del hombre y, por lo tanto, a su trabajo, en la búsqueda de conciliación de los tiempos dedicados a la fiesta y a la familia y en el compromiso por superar la incertidumbre de la precariedad y el problema del paro. Una espiritualidad eucarística nos ayudará también a acercarnos a las diversas formas de fragilidad humana, conscientes de que ello no ofusca el valor de la persona, pero requiere cercanía, acogida y ayuda. Del Pan de la vida sacará vigor una renovada capacidad educativa, atenta a testimoniar los valores fundamentales de la existencia, del saber, del patrimonio espiritual y cultural; su vitalidad nos hará habitar en la ciudad de los hombres con la disponibilidad a entregarnos en el horizonte del bien común para la construcción de una sociedad más equitativa y fraterna.

Queridos amigos, volvamos de esta tierra de Las Marcas con la fuerza de la Eucaristía en una constante ósmosis entre el misterio que celebramos y los ámbitos de nuestra vida cotidiana. No hay nada auténticamente humano que no encuentre en la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud: que la vida cotidiana se convierta en lugar de culto espiritual, para vivir en todas las circunstancias el primado de Dios, en relación con Cristo y como donación al Padre (cf. Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 71). Sí, «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4): nosotros vivimos de la obediencia a esta palabra, que es pan vivo, hasta entregarnos, como Pedro, con la inteligencia del amor: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69).

Como la Virgen María, seamos también nosotros «regazo» disponible que done a Jesús al hombre de nuestro tiempo, despertando el deseo profundo de aquella salvación que sólo viene de él. Buen camino, con Cristo Pan de vida, a toda la Iglesia que está en Italia. Amén.

CALENDARIO

+ DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD

Misa 
del Domingo (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. Nav.
LECC.: vol. I (B).
- Eclo 24, 1-2. 8-12. 
La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido.
- Sal 147. R. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
- Ef 1, 3-6. 15-18. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos.
- Jn 1, 1-18. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

Dios está cerca de nosotros. Dios no nos salva desde lejos sino que se hace nuestro compañero de camino. Tampoco nos salva sacándonos de nuestro propio entorno vital. Nos salva en este mundo y en nuestra historia. Las tres lecturas convergen hacia un único anuncio: Dios está cerca de nosotros. La sabiduría desde el principio habitó en medio del pueblo de Dios (1 Lect.). La Palabra de Dios, la Sabiduría, plantó su tienda entre nosotros (Ev.). Dios nos ha hecho sus hijos adoptivos para alabanza de la gloria de su gracia (2 Lect.).

* Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum.

Martirologio: elogs. del 4 de enero, pág. 92.
CALENDARIOS: Jesuitas: Santísimo Nombre de Jesús (S).

TEXTOS MISA

DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD


Antífona de entrada Sb 18, 14-15
Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, Señor, se lanzó desde el cielo, desde el trono real.
Dum médium siléntium tenérent ómnia, et nox in suo cursu médium iter habéret, omnípotens sermo tuus, Dómine, de caelis a regálibus sédibus venit.

Monición de entrada
Hoy, segundo domingo después de Navidad, seguimos conmemorando el nacimiento de Cristo. Con aquella su primera venida en carne moral dio comienzo este nuevo tiempo, que perdurará hasta que él vuelva.

Monición al Gloria
Se dice
 Gloria. Puede introducirse con la siguiente monición.
Nos asociamos al coro de los ángeles en la noche de la Navidad del Señor, con nuestra alabanza y nuestra súplica.

Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, esplendor de los que en ti creen, dígnate, propicio, llenar de tu gloria el mundo y que el resplandor de tu luz se manifieste a todos los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, fidélium splendor animárum, dignáre mundum glória tua implére benígnus, et cunctis pópulis appáre per tui lúminis claritátem. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas propias del Domingo II después de Navidad (Lec. I ABC).

PRIMERA LECTURA Eclo 24, 1-2. 8-12
La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido.

Lectura del libro del Eclesiástico.

La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo.
En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloría ante el Poderoso.
«El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel”.
Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca más dejaré de existir.
Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sion.
En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder.
Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20 (R.: Jn 1, 14)
R. 
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Verbum caro factum est, et habitávit in nobis.
O bien: Aleluya.

V. Glorifica al Señor Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sion.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
R. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Verbum caro factum est, et habitávit in nobis.

V. Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz.
R. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Verbum caro factum est, et habitávit in nobis.

V. Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
R. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Verbum caro factum est, et habitávit in nobis.

SEGUNDA LECTURA Ef 1, 3-6. 15-18
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios.

Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Cf. 1 Tm 3, 16
R. 
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Gloria a ti, Cristo, proclamado en las naciones; gloria a ti, Cristo, creído en el mundo. R.
Glória tibi, Christe, prædicáto géntibus; gloria tibi Christe, crédito in mundo.

EVANGELIO (forma larga) Jn 1, 1-18
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros
 Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

EVANGELIO (forma breve) Jn 1, 1-5. 9-14
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros
 Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo, 3 de enero de 2021
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo después de Navidad, la Palabra de Dios no nos presenta un episodio de la vida de Jesús, sino que nos habla de Él antes de que naciera. Nos retrotrae para revelar algo sobre Jesús antes de que viniera entre nosotros. Lo hace sobre todo en el prólogo del Evangelio de Juan, que comienza: «En el principio era el Verbo» (Jn 1,1). En el principio: son las primeras palabras de la Biblia, las mismas con las que comienza el relato de la creación: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1,1). Hoy el Evangelio dice que Aquel que hemos contemplado en su Natividad, como niño, Jesús, existía antes: antes del comienzo de las cosas, antes del universo, antes de todo. Él está antes del espacio y el tiempo. «En Él estaba la vida"» (Jn 1,4) antes de que apareciera la vida.
San Juan lo llama Verbo es decir, Palabra. ¿Qué quiere decirnos? La Palabra sirve para comunicar: no se habla solo, se habla con alguien. Siempre se habla con alguien. Cuando vemos por la calle gente que habla sola, decimos: “A esta persona le pasa algo”. No: nosotros hablamos siempre con alguien. Así pues, el hecho de que Jesús sea desde el principio la Palabra significa que desde el principio Dios se quiere comunicar con nosotros, quiere hablarnos. El Hijo unigénito del Padre (cf. v. 14) quiere decirnos la belleza de ser hijos de Dios; es «la luz verdadera» (v. 9) y quiere alejarnos de las tinieblas del mal; es «la vida» (v. 4) que conoce nuestras vidas y quiere decirnos que las ama desde siempre. Nos ama a todos. Este es el mensaje maravilloso de hoy: Jesús es la Palabra, la Palabra eterna de Dios, que desde siempre piensa en nosotros y desea comunicar con nosotros.
Y para hacerlo, fue más allá de las palabras. En efecto, el núcleo del Evangelio de hoy nos dice que la Palabra «se hizo carne y habitó entre nosotros» (v. 14). Se hizo carne: ¿por qué San Juan usa esta expresión, “carne”? ¿No podría haber dicho, de una manera más elegante, que se hizo hombre? No, usa la palabra carne porque indica nuestra condición humana en toda su debilidad, en toda su fragilidad. Nos dice que Dios se hizo fragilidad para tocar de cerca nuestras fragilidades. Por lo tanto, desde el momento en que el Señor se hizo carne, nada en nuestra vida le es ajeno. No hay nada que Él desdeñe; podemos compartir todo con Él, todo. Querido hermano, querida hermana, Dios se hizo carne para decirnos, decirte que te ama precisamente allí, que nos ama precisamente allí, en nuestras fragilidades, en tus fragilidades; precisamente allí donde nosotros más nos avergonzamos, donde más te avergüenzas. Es audaz: la decisión de Dios es audaz: se hizo carne precisamente allí, donde nosotros tantas veces nos avergonzamos; entra en nuestra vergüenza para hacerse hermano nuestro, para compartir el camino de la vida.
Se hizo carne y no se volvió atrás. No asumió nuestra humanidad como un vestido, que se pone y se quita. No, nunca se separó de nuestra carne. Y jamás se separará de ella: ahora y por siempre está en el cielo con su cuerpo de carne humana. Se unió para siempre a nuestra humanidad; podríamos decir que la “desposó”. A mí me gusta pensar que cuando el Señor le reza al Padre por nosotros, no le habla solamente: le enseña las heridas de la carne, le enseña las llagas que ha sufrido por nosotros. Y este es Jesús: con su carne es el intercesor, quiso llevar también las señales del sufrimiento. Jesús, con su carne, está ante el Padre. El Evangelio dice, en efecto, que vino a habitar entre nosotros. No vino de visita y luego se fue, vino a habitar con nosotros, a estar con nosotros. ¿Qué desea entonces de nosotros? Desea una gran intimidad. Quiere que compartamos con Él alegrías y penas, deseos y temores, esperanzas y tristezas, personas y situaciones. Hagámoslo con confianza, abrámosle nuestro corazón, contémosle todo. Detengámonos en silencio ante el belén para saborear la ternura de Dios que se hizo cercano, que se hizo carne. Y sin miedo, invitémosle a nuestra casa, a nuestra familia, y también —cada uno las conoce bien— invitémosle a nuestras fragilidades. Invitémosle a que vea nuestras llagas. Vendrá y la vida cambiará.
La Santa Madre de Dios, en quien el Verbo se hizo carne, nos ayude a acoger a Jesús, que llama a la puerta del corazón para vivir con nosotros.

ÁNGELUS. Plaza de San Pedro, Domingo, 5 de enero de 2020
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo de la Navidad, las lecturas bíblicas nos ayudan a alargar la mirada, para tomar una conciencia plena del significado del nacimiento de Jesús.
El comienzo del Evangelio de San Juan nos muestra una impactante novedad: el Verbo eterno, el Hijo de Dios, «se hizo carne» (v. 14). No sólo vino a vivir entre la gente, sino que se convirtió en uno del pueblo, ¡uno de nosotros! Después de este acontecimiento, para dirigir nuestras vidas, ya no tenemos sólo una ley, una institución, sino una Persona, una Persona divina, Jesús, que guía nuestras vidas, nos hace ir por el camino porque Él lo hizo antes.
San Pablo bendice a Dios por su plan de amor realizado en Jesucristo (cf. Efesios 1, 3-6; 15-18). En este plan, cada uno de nosotros encuentra su vocación fundamental. ¿Y cuál es? Esto es lo que dice Pablo: estamos predestinados a ser hijos de Dios por medio de Jesucristo. El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos a nosotros, hombres, hijos de Dios. Por eso el Hijo eterno se hizo carne: para introducirnos en su relación filial con el Padre.
Así pues, hermanos y hermanas, mientras continuamos contemplando el admirable signo del belén, la liturgia de hoy nos dice que el Evangelio de Cristo no es una fábula, ni un mito, ni un cuento moralizante, no. El Evangelio de Cristo es la plena revelación del plan de Dios, el plan de Dios para el hombre y el mundo. Es un mensaje a la vez sencillo y grandioso, que nos lleva a preguntarnos: ¿qué plan concreto tiene el Señor para mí, actualizando aún hoy su nacimiento entre nosotros?
Es el apóstol Pablo quien nos sugiere la respuesta: «[Dios] nos ha elegido [...] para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (v. 4). Este es el significado de la Navidad. Si el Señor sigue viniendo entre nosotros, si sigue dándonos el don de su Palabra, es para que cada uno de nosotros pueda responder a esta llamada: ser santos en el amor. La santidad pertenece a Dios, es comunión con Él, transparencia de su infinita bondad. La santidad es guardar el don que Dios nos ha dado. Simplemente esto: guardar la gratuidad. En esto consiste ser santo. Por tanto, quien acepta la santidad en sí mismo como un don de gracia, no puede dejar de traducirla en acciones concretas en la vida cotidiana. Este don, esta gracia que Dios me ha dado, la traduzco en una acción concreta en la vida cotidiana, en el encuentro con los demás. Esta caridad, esta misericordia hacia el prójimo, reflejo del amor de Dios, al mismo tiempo purifica nuestro corazón y nos dispone al perdón, haciéndonos “inmaculados” día tras día. Pero inmaculados no en el sentido de que yo elimino una mancha: inmaculados en el sentido de que Dios entra en nosotros, el don, la gratuidad de Dios entra en nosotros y nosotros lo guardamos y lo damos a los demás.
Que la Virgen María nos ayude a acoger con alegría y gratitud el diseño divino de amor realizado en Jesucristo.
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo, 3 de enero 2016
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de hoy, segundo domingo después de Navidad, nos presenta el prólogo del Evangelio de Juan, en el cual se proclama que «el Verbo —o sea la palabra creadora de Dios— se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Esa Palabra, que mora en el cielo, es decir, en la dimensión de Dios, ha venido sobre la tierra para que podamos conocer y escuchar y tocar con la mano el amor del Padre. La Palabra de Dios es su Hijo Unigénito, hecho hombre, lleno de amor y de fidelidad (cfr Jn 1, 14), es el mismo Jesús.
El evangelista no esconde lo dramático de la Encarnación del Hijo de Dios, haciendo hincapié que al don del amor de Dios se contrapone la no aceptación por parte de los hombres. La Palabra es la luz, y a pesar de ello los hombres han preferido las tinieblas; la Palabra vino entre los suyos pero ellos no la han aceptado (cfr vv. 9-10). Le han cerrado la puerta en la cara al Hijo de Dios. Es el misterio del mal que amenaza nuestra vida y que requiere por nuestra parte vigilancia y atención para que no prevalezca. El libro del Génesis dice una bella frase que nos hace comprender esto: dice que el mal “el pecado acecha a la puerta” (cfr 4,7). ¡Ay de nosotros si lo dejamos entrar!; sería él entonces quien no hiciese a cerrar nuestra puerta a los demás. Estamos en cambio llamados a abrir enteramente la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para volvernos así sus hijos.
En el día de Navidad ya fue proclamado este solemne inicio del Evangelio de Juan; hoy nos es propuesto nuevamente. Es la invitación de la santa Madre Iglesia a acoger esta Palabra de salvación, este misterio de luz. Si le damos la bienvenida, si aceptamos a Jesús, creceremos en el conocimiento y en el amor del Señor, vamos a aprender a ser misericordiosos como Él.
Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos realmente que el Evangelio se convierta cada vez más carne en nuestra vida. Acercarse al Evangelio, meditarlo, encarnarlo en la vida diaria es la mejor manera para conocer a Jesús y llevarlo a los demás. Ésta es la vocación y la alegría de todo bautizado: dar y dar a Jesús a los demás, pero para hacerlo debemos conocerlo y tenerlo dentro de nosotros, como Señor de nuestra vida. Él nos protege del mal, del demonio, que siempre está agazapado delante de nuestra puerta, delante de nuestro corazón, porque quiere entrar.
Con un renovado impulso de abandono filial, nos confiamos una vez más a la protección de María: su dulce imagen de madre de Jesús y madre nuestra, la contemplamos estos días en el pesebre.

ÁNGELUS, Domingo 4 de enero de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡Un hermoso domingo nos regala el nuevo año! ¡Hermoso día!
Dice san Juan en el Evangelio que leímos hoy: "En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió... El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre" (Jn 1, 4-5.9). Los hombres hablan mucho de la luz, pero a menudo prefieren la tranquilidad engañadora de la oscuridad. Nosotros hablamos mucho de la paz, pero con frecuencia recurrimos a la guerra o elegimos el silencio cómplice, o bien no hacemos nada en concreto para construir la paz. En efecto, dice san Juan que "vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 11); porque "este es el juicio: que la luz –Jesús– vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras" (Jn 3, 19-20). Así dice san Juan en el Evangelio. El corazón del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la luz revela sus obras malvadas. Quien obra el mal, odia la luz. Quien obra el mal, odia la paz.
Hace unos días hemos iniciado el año nuevo en el nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada mundial de la paz sobre el tema "No esclavos, sino hermanos". Mi deseo es que se supere la explotación del hombre por parte del hombre. Esta explotación es una plaga social que mortifica las relaciones interpersonales e impide una vida de comunión caracterizada por el respeto, la justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tienen hambre y sed de paz; por lo tanto, es necesario y urgente construir la paz.
La paz no es sólo ausencia de guerra, sino una condición general en la cual la persona humana está en armonía consigo misma, en armonía con la naturaleza y en armonía con los demás. Esto es la paz. Sin embargo, hacer callar las armas y apagar los focos de guerra sigue siendo la condición inevitable para dar comienzo a un camino que conduce a alcanzar la paz en sus diferentes aspectos. Pienso en los conflictos que aún ensangrientan demasiadas zonas del planeta, en las tensiones en las familias y en las comunidades –¡en cuántas familias, en cuántas comunidades, incluso parroquiales, existe la guerra!–, así como en los contrastes encendidos en nuestras ciudades y en nuestros países entre grupos de diversas extracciones culturales, étnicas y religiosas. Tenemos que convencernos, no obstante toda apariencia contraria, que la concordia es siempre posible, a todo nivel y en toda situación. No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz. No hay futuro sin paz.
Dios, en el Antiguo Testamento, hizo una promesa. El profeta Isaías decía: "De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra" (Is 2, 4). ¡Es hermoso! La paz está anunciada, como don especial de Dios, en el nacimiento del Redentor: "En la tierra paz a los hombres de buena voluntad" (Lc 2, 14). Ese don requiere ser implorado incesantemente en la oración. Recordemos, aquí en la plaza, ese cartel: "En la base de la paz está la oración". Este don se debe implorar y se debe acoger cada día con empeño, en las situaciones en las que nos encontramos. En los albores de este nuevo año, estamos todos llamados a volver a encender en el corazón un impulso de esperanza, que debe traducirse en obras de paz concretas. "¿Tú no te llevas bien con esta persona? ¡Haz las paces!"; "¿En tu casa? ¡Haz las paces!"; "¿En tu comunidad? ¡Haz las paces!"; "¿En tu trabajo? ¡Haz las paces!". Obras de paz, de reconciliación y de fraternidad. Cada uno de nosotros debe realizar gestos de fraternidad hacia el prójimo, especialmente con quienes son probados por tensiones familiares o por altercados de diversos tipos. Estos pequeños gestos tienen mucho valor: pueden ser semillas que dan esperanza, pueden abrir caminos y perspectivas de paz.
Invoquemos ahora a María, Reina de la Paz. Ella, durante su vida terrena, conoció no pocas dificultades, relacionadas con la fatiga cotidiana de la existencia. Pero no perdió nunca la paz del corazón, fruto del abandono confiado a la misericordia de Dios. A María, nuestra Madre de ternura, le pedimos que indique al mundo entero la senda segura del amor y de la paz.
ÁNGELUS, Domingo 5 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este domingo nos vuelve a proponer, en el Prólogo del Evangelio de san Juan, el significado más profundo del Nacimiento de Jesús. Él es la Palabra de Dios que se hizo hombre y puso su "tienda", su morada entre los hombres. Escribe el evangelista: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). En estas palabras, que no dejan de asombrarnos, está todo el cristianismo. Dios se hizo mortal, frágil como nosotros, compartió nuestra condición humana, excepto en el pecado, pero cargó sobre sí mismo los nuestros, como si fuesen propios. Entró en nuestra historia, llegó a ser plenamente Dios-con-nosotros. El nacimiento de Jesús, entonces, nos muestra que Dios quiso unirse a cada hombre y a cada mujer, a cada uno de nosotros, para comunicarnos su vida y su alegría.
Así Dios es Dios con nosotros, Dios que nos ama, Dios que camina con nosotros. Éste es el mensaje de Navidad: el Verbo se hizo carne. De este modo la Navidad nos revela el amor inmenso de Dios por la humanidad. De aquí se deriva también el entusiasmo, nuestra esperanza de cristianos, que en nuestra pobreza sabemos que somos amados, visitados y acompañados por Dios; y miramos al mundo y a la historia como el lugar donde caminar juntos con Él y entre nosotros, hacia los cielos nuevos y la tierra nueva. Con el nacimiento de Jesús nació una promesa nueva, nació un mundo nuevo, pero también un mundo que puede ser siempre renovado. Dios siempre está presente para suscitar hombres nuevos, para purificar el mundo del pecado que lo envejece, del pecado que lo corrompe. En lo que la historia humana y la historia personal de cada uno de nosotros pueda estar marcada por dificultades y debilidades, la fe en la Encarnación nos dice que Dios es solidario con el hombre y con su historia. Esta proximidad de Dios al hombre, a cada hombre, a cada uno de nosotros, es un don que no se acaba jamás. ¡Él está con nosotros! ¡Él es Dios con nosotros! Y esta cercanía no termina jamás. He aquí el gozoso anuncio de la Navidad: la luz divina, que inundó el corazón de la Virgen María y de san José, y guio los pasos de los pastores y de los magos, brilla también hoy para nosotros.
En el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios hay también un aspecto vinculado con la libertad humana, con la libertad de cada uno de nosotros. En efecto, el Verbo de Dios pone su tienda entre nosotros, pecadores y necesitados de misericordia. Y todos nosotros deberíamos apresurarnos a recibir la gracia que Él nos ofrece. En cambio, continúa el Evangelio de san Juan, "los suyos no lo recibieron" (v. 11). Incluso nosotros muchas veces lo rechazamos, preferimos permanecer en la cerrazón de nuestros errores y en la angustia de nuestros pecados. Pero Jesús no desiste y no deja de ofrecerse a sí mismo y ofrecer su gracia que nos salva. Jesús es paciente, Jesús sabe esperar, nos espera siempre. Ésto es un mensaje de esperanza, un mensaje de salvación, antiguo y siempre nuevo. Y nosotros estamos llamados a testimoniar con alegría este mensaje del Evangelio de la vida, del Evangelio de la luz, de la esperanza y del amor. Porque el mensaje de Jesús es éste: vida, luz, esperanza y amor.
Que María, Madre de Dios y nuestra Madre de ternura, nos sostenga siempre, para que permanezcamos fieles a la vocación cristiana y podamos realizar los deseos de justicia y de paz que llevamos en nosotros al incio de este nuevo año.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 2 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Os renuevo a todos mis mejores deseos para el año nuevo y doy las gracias a cuantos me han enviado mensajes de cercanía espiritual. La liturgia de este domingo vuelve a proponer el Prólogo del Evangelio de san Juan, proclamado solemnemente en el día de Navidad. Este admirable texto expresa, en forma de himno, el misterio de la Encarnación, que predicaron los testigos oculares, los Apóstoles, especialmente san Juan, cuya fiesta, no por casualidad, se celebra el 27 de diciembre. Afirma san Cromacio de Aquileya que "Juan era el más joven de todos los discípulos del Señor; el más joven por edad, pero ya anciano por la fe" (Sermo II, 1 De Sancto Iohanne Evangelista: CCL 9a, 101). Cuando leemos: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1, 1), el Evangelista –al que tradicionalmente se compara con un águila– se eleva por encima de la historia humana escrutando las profundidades de Dios; pero muy pronto, siguiendo a su Maestro, vuelve a la dimensión terrena diciendo: "Y el Verbo se hizo carne" (Jn 1, 14). El Verbo es "una realidad viva: un Dios que... se comunica haciéndose él mismo hombre" (J. Ratzinger, Teologia della liturgia, LEV 2010, p. 618). En efecto, atestigua Juan, "puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria" (Jn 1, 14). "Se rebajó hasta asumir la humildad de nuestra condición –comenta san León Magno– sin que disminuyera su majestad" (Tractatus XXI, 2: CCL 138, 86-87). Leemos también en el Prólogo: "De su plenitud hemos recibido todos, gracia por gracia" (Jn 1, 16). "¿Cuál es la primera gracia que hemos recibido? –se pregunta san Agustín, y responde– Es la fe". La segunda gracia, añade en seguida, es "la vida eterna" (Tractatus in Ioh. III, 8.9: ccl 36, 24.25).
(...) Queridos hermanos, os invito a ser fuertes en el amor y a contemplar con humildad el Misterio de la Navidad, que continúa hablando al corazón y se convierte en escuela de vida familiar y fraterna. La mirada maternal de la Virgen María, la amorosa protección de san José y la dulce presencia del Niño Jesús son una imagen nítida de lo que ha de ser cada una de las familias cristianas, auténticos santuarios de fidelidad, respeto y comprensión, en los que también se transmite la fe, se fortalece la esperanza y se enardece la caridad. Aliento a todos a vivir con renovado entusiasmo la vocación cristiana en el seno del hogar, como genuinos servidores del amor que acoge, acompaña y defiende la vida. Haced de vuestras casas un verdadero semillero de virtudes y un espacio sereno y luminoso de confianza, en el que, guiados por la gracia de Dios, se pueda sabiamente discernir la llamada del Señor, que sigue invitando a su seguimiento. Con estos sentimientos, encomiendo fervientemente a la Sagrada Familia de Nazaret los propósitos y frutos de ese encuentro, para que sean cada vez más las familias en las que reine la alegría, la entrega mutua y la generosidad. Que Dios os bendiga siempre.
Pidamos a la Virgen María, a quien el Señor encomendó como Madre al "discípulo al que él amaba", la fuerza de comportarnos como hijos "nacidos de Dios" (cf. Jn 1, 13), acogiéndonos unos a otros y manifestando así el amor fraterno.
ÁNGELUS, Domingo 4 de enero de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia nos propone volver a meditar en el mismo Evangelio proclamado en el día de Navidad, es decir, el Prólogo de san Juan. Después del bullicio de los días pasados con el afán de comprar regalos, la Iglesia nos invita a contemplar de nuevo el misterio del Nacimiento de Cristo para comprender mejor su profundo significado y su importancia para nuestra vida. Se trata de un texto admirable que ofrece una síntesis vertiginosa de toda la fe cristiana.
Comienza por lo alto: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1, 1); he aquí la novedad inaudita y humanamente inconcebible: "El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14 a). No es una figura retórica, sino una experiencia vivida. La refiere san Juan, testigo ocular: "Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14 b). No es la palabra erudita de un rabino o de un doctor de la ley, sino el testimonio apasionado de un humilde pescador que, atraído en su juventud por Jesús de Nazaret, en los tres años de vida común con él y con los demás Apóstoles, experimentó su amor -hasta el punto de definirse a sí mismo "el discípulo al que Jesús amaba"-, lo vio morir en la cruz y aparecerse resucitado, y junto con los demás recibió su Espíritu. De toda esta experiencia, meditada en su corazón, san Juan sacó una certeza íntima: Jesús es la Sabiduría de Dios encarnada, es su Palabra eterna, que se hizo hombre mortal.
Para un verdadero israelita, que conoce las Sagradas Escrituras, esto no es una contradicción; al contrario, es el cumplimiento de toda la antigua Alianza: en Jesucristo llega a su plenitud el misterio de un Dios que habla a los hombres como a amigos, que se revela a Moisés en la Ley, a los sabios y a los profetas. Conociendo a Jesús, estando con él, escuchando su predicación y viendo los signos que realizaba, los discípulos reconocieron que en él se cumplían todas las Escrituras. Como afirmará después un autor cristiano: "Toda la divina Escritura constituye un único libro y este libro único es Cristo, habla de Cristo y encuentra en Cristo su cumplimiento" (Hugo de San Víctor, De arca Noe, 2, 8).
Cada hombre y cada mujer necesita encontrar un sentido profundo para su propia existencia. Y para esto no bastan los libros, ni siquiera las Sagradas Escrituras. El Niño de Belén nos revela y nos comunica el verdadero "rostro" de Dios, bueno y fiel, que nos ama y no nos abandona ni siquiera en la muerte. "A Dios nadie lo ha visto jamás -concluye el Prólogo de san Juan-: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1, 18).
La primera que abrió el corazón y contempló "al Verbo que se hizo carne" fue María, la Madre de Jesús. Una humilde muchacha de Galilea se convirtió así en la "sede de la Sabiduría". Al igual que el apóstol san Juan, cada uno de nosotros está invitado a "acogerla en su casa" (cf. Jn 19, 27), para conocer profundamente a Jesús y experimentar el amor fiel e inagotable. Este es mi deseo para cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas, al inicio de este año nuevo.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo C. Segundo domingo después de Navidad.
El prólogo del Evangelio de Juan
151 
Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en aquel que él ha enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1, 11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9, 7). El Señor mismo dice a sus discípulos: "Creed en Dios, creed también en mí" (Jn 14, 1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1, 18). Porque "ha visto al Padre" (Jn 6, 46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11, 27).
241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1, 1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1, 15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1, 3).
291 "En el principio existía el Verbo… y el Verbo era Dios… Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido hecho" (Jn 1, 1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra… todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de vida" (Símbolo de Nicea-Constantinopla), "el Espíritu Creador" ("Veni, Creator Spiritus"), la "Fuente de todo bien" (Liturgia bizantina, tropario de vísperas de Pentecostés).
423 Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha "salido de Dios" (Jn 13, 3), "bajó del cielo" (Jn 3, 13; Jn 6, 33), "ha venido en carne" (1 Jn 4, 2), porque "la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad… Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia" (Jn 1, 14. 16).
445 Después de su Resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: "Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 4; cf. Hch 13, 33). Los apóstoles podrán confesar "Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad "(Jn 1, 14).
456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre".
457 El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).
458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí … "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
460 El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (2P 1, 4): "Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (S. Ireneo, haer. , 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (S. Atanasio, Inc. , 54, 3). "Unigenitus Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo" ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos participantes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás de A., opusc 57 in festo Corp. Chr., 1).
461 Volviendo a tomar la frase de San Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por S. Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación:
"Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 5-8; cf. LH, cántico de vísperas del sábado).
462 La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:
"Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo … a hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Hb 10, 5-7, citando Sal 40, 7-9 LXX).
463 La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: "Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran misterio de la piedad": "El ha sido manifestado en la carne" (1Tm 3, 16).
504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque El es el Nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1 Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1, 18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).
505 Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será eso?" (Lc 1, 34; cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace "de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios" (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios (cf. 2Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente en la maternidad virginal de María.
526 "Hacerse niño" con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3, 7), "nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable intercambio":
"O admirabile commercium! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad" (LH, antífona de la octava de Navidad).
1216 "Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu es iluminado… " (S. Justino, Apol. 1, 61, 12). Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9), el bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb 10, 32), se convierte en "hijo de la luz" (1Ts 5, 5), y en "luz" él mismo (Ef 5, 8):
"El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios… lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios" (S. Gregorio Nacianceno, Or. 40, 3–4).
2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó toda entera. "Lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14), él es la "luz del mundo" (Jn 8, 12), la Verdad (cf Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12, 46). El discípulo de Jesús, "permanece en su palabra", para conocer "la verdad que hace libre" (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir del "Espíritu de verdad" (Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf Jn 14, 26) y que conduce "a la verdad completa" (Jn 16, 13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la Verdad: "Sea vuestro lenguaje: `sí, sí'; `no, no'" (Mt 5, 37).
2787 Cuando decimos Padre "nuestro", reconocemos ante todo que todas sus promesas de amor anunciadas por los Profetas se han cumplido en la nueva y eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser "su Pueblo" y El es desde ahora en adelante "nuestro Dios". Esta relación nueva es una pertenencia mutua dada gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os 2, 21-22; Os 6, 1-6) tenemos que responder "a la gracia y a la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo (Jn 1, 17).
Cristo, Sabiduría de Dios
272 
La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es "poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 2, 14-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre "desplegó el vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes" (Ef 1, 19-22).
295 Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría (cf. Sb 9, 9). Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad: "Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía fue creado" (Ap 4, 11). "¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría" (Sal 104, 24 "Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras" (Sal 145, 9).
299 Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11, 20). Creada en y por el Verbo eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1, 15), la creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1, 26), llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación (cf. Sal 19, 2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42, 3). Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad ("Y vio Dios que era bueno… muy bueno": Gn 1, 4. 10. 12. 18. 21. 31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material (cf. DS 286; 455-463; 800; 1333; 3002).
474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8, 31; Mc 9, 31; Mc 10, 33-34; Mc 14, 18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13, 32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).
721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1-Pr 9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia como el trono de la "Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtud de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
"Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana" (Sal 143, 10)
"Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios… Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rm 8, 14. 17).
Dios nos da la Sabiduría
158 
"La fe trata de comprender" (S. Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (Ef 1, 18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones" (DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43, 7, 9), "creo para comprender y comprendo para creer mejor".
283 La cuestión sobre los orígenes del mundo y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas que han enriquecido magníficamente nuestros conocimientos sobre la edad y las dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la aparición del hombre. Estos descubrimientos nos invitan a admirar más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus obras y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e investigadores. Con Salomón, estos pueden decir: "Fue él quien me concedió el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la estructura del mundo y las propiedades de los elementos… porque la que todo lo hizo, la Sabiduría, me lo enseñó" (Sb 7, 17-21).
1303 Por este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
- nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rm 8, 15). ;
- nos une más firmemente a Cristo;
- aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
- hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG 11);
- nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG 11, 12):
"Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu" (S. Ambrosio, Myst. 7, 42).
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtud de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
"Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana" (Sal 143, 10)
"Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios… Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rm 8, 14. 17).
2500 La práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de la belleza moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual. La verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión racional del conocimiento de la realidad creada e increada, es necesaria al hombre dotado de inteligencia, pero la verdad puede también encontrar también otras formas de expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que entraña de indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones del alma, el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en palabras de verdad, Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que percibe tanto el niño como el hombre de ciencia, "pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13, 5), "pues fue el Autor mismo de la belleza quien las creó" (Sb 13, 3).
"La sabiduría es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad (Sb 7, 25-26). La sabiduría es más bella que el sol, supera a todas las constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la sabiduría no prevalece la maldad (Sb 7, 29-30). Yo me constituí en el amante de su belleza" (Sb 8, 2).


Monición al Credo
Se dice
 Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.
Confesamos nuestra fe, recordando las intervenciones maravillosas de Dios en la historia de la salvación: la creación, la encarnación, la Pascua, la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia y la promesa de la vida eterna.

Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre, que nos ha predestinado para ser hijos suyos en Jesucristo.
- Por la Iglesia, para que sepa comunicar al que es la Palabra, en lenguaje asequible, al hombre de nuestro tiempo. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes de todo el mundo, para que ejerzan su tarea desde la verdad y la honradez. Roguemos al Señor.
- Por los que no conocen a Jesucristo, para que llegue a ellos la luz del Evangelio. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, llamados a dar testimonio de la luz de Cristo, para que sepamos hacerlo de modo que Cristo sea creído en el mundo. Roguemos al Señor
Dios, Padre nuestro, tú te has dado a conocer al mundo por medio de Jesucristo, tu Hijo, tu Palabra, que entró en diálogo con nosotros atiende nuestras súplicas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Santifica, Señor, estas ofrendas por el nacimiento de tu Unigénito, en el que se nos muestra el camino de la verdad y se nos promete la vida del reino celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Obláta, Dómine, múnera Unigéniti tui nativitáte sanctífica, qua nobis et via osténditur veritátis, et regni caeléstis vita promíttitur. Per Christum.

PREFACIO III DE NAVIDAD
EL INTERCAMBIO REALIZADO EN LA ENCARNACIÓN DEL VERBO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor.
Por él, hoy resplandece el maravilloso intercambio de nuestra redención: porque al asumir tu Verbo nuestra debilidad, no sólo asume dignidad eterna nuestra naturaleza humana, sino que esta unión admirable nos hace a nosotros eternos.
Por eso, unidos a los coros angélicos, te alabamos proclamando llenos de alegría:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Per quem hódie commércium nostrae reparatiónis effúlsit, quia, dum nostra fragílitas a tuo Verbo suscípitur, humána mortálitas non solum in perpétuum transit honórem, sed nos quoque, mirándo consórtio, reddit aetérnos.
Et ídeo, choris angélicis sociáti, te laudámus in gáudio confiténtes:

Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA III.

Antífona de la comunión Jn 1, 12

A cuantos lo recibieron les dio poder de ser hijos de Dios.
Omnibus qui recepérunt eum, dedit eis potestátem fílios Dei fíeri.

Oración después de la comunión
Humildemente te pedimos, Señor y Dios nuestro, que la eficacia de este sacramento nos purifique de nuestros pecados y dé cumplimiento a nuestros mejores deseos. Por Jesucristo nuestro Señor.
Dómine Deus noster, supplíciter te rogámus, ut, huius operatióne mystérii, vítia nostra purgéntur, et iusta desidéria compleántur. Per Christum.

Se puede usar la fórmula de la bendición solemne. Natividad del Señor
Dios, bondad infinita, que disipó las tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo y con su nacimiento glorioso iluminó esta noche santa (este día santo) aleje de vosotros las tinieblas del pecado y alumbre vuestros corazones con la luz de la gracia.
Deus infinítae bonitátis, qui incarnatióne Fílii sui mundi ténebras effugávit, et eius gloriósa nativitáte hanc noctem (diem) sacratíssimam irradiávit, effúget a vobis ténebras vitiórum, et irrádiet corda vestra luce virtútum.
R. Amén.
Quien encomendó al ángel anunciar a los pastores la gran alegría del nacimiento del Salvador os llene de gozo y os haga también a vosotros mensajeros del Evangelio.
Quique eius salutíferae nativitátis gáudium magnum pastóribus ab Angelo vóluit nuntiári, ipse mentes vestras suo gáudio ímpleat, et vos Evangélii sui núntios effíciat.
R. Amén.
Quien por la encarnación de su Hijo reconcilió lo humano y lo divino os conceda la paz a vosotros, amados de Dios, y un día os admita entre los miembros de la Iglesia del cielo.
Et, qui per eius incarnatiónem terréna caeléstibus sociávit, dono vos suae pacis et bonae répleat voluntátis, et vos fáciat Ecclésiae consórtes esse caeléstis.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Fílii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.

MARTIROLOGIO

Elogios del día 3 de enero
E
l santísimo Nombre de Jesús
, a cuyo solo nombre toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo, para gloria de la Divina Majestad.
2. En Roma, en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, san Antero, papa, que tuvo un breve pontificado después del papa mártir san Ponciano. (236)
3. En Nicomedia, de la provincia romana de Bitinia, actualmente Turquía, santos Teopempo y Teonas, quienes sufrieron el martirio en la persecución llevada a cabo bajo Diocleciano. (c. 304)
4. En Cesarea de Capadocia, igualmente en la actual Turquía, san Gordio, mártir, al que san Basilio consideró émulo, como centurión que era, del que estuvo junto a la Cruz, por cuanto confesó a Jesús, Hijo de Dios, durante la persecución desencadenada bajo Diocleciano. (304)
5. En Padua, en la región actualmente italiana de Venecia, conmemoración de san Daniel, diácono y mártir(c. 304)
6. En Parios, en el Helesponto, hoy Turquía, san Teógeno, mártir, quien, al negarse a formar parte de la milicia a causa de su fe cristiana, en tiempo del emperador Licinio fue martirizado en la cárcel y finalmente arrojado al mar. (320)
7. En Vienne, en la Galia Lugdunense, actual Francia, san Florencio, obispo, que participó en el concilio celebrado en Valence. (d. 377)
8. En París, en la Galia, de nuevo Francia actualmente, santa Genoveva, virgen de Nanterre, que a los quince años, aconsejada por el obispo Germán de Auxerre, tomó el velo de las vírgenes. Animó a los habitantes de la ciudad, amedrentados por las incursiones de los hunos, y ayudó a sus conciudadanos en tiempo de hambre. (c. 500)
9*. En Lentini, lugar de Sicilia, en Italia, san Luciano, obispo. (s. X)
10*. En el monasterio de Mannanam, en Kerala, estado de la India, san Ciriaco Elías Chevara, presbítero, fundador de la Congregación de Hermanos Carmelitas de María Inmaculada. (1871) Canonizado 2014