XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.
Monición de entrada
Año A
El Señor nos llama el domingo a participar en la eucaristía. En su presencia nos reconocemos pecadores y anhelamos el perdón de Dios, al mismo tiempo que necesitamos recibirlo del hermano. La eucaristía nos invita a percibir el fruto de la misericordia de Dios para ser misericordiosos como el Padre.
Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año A
- Tú, que eres rico en clemencia: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, que no nos tratas como merecen nuestros pecados: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que nos colmas de gracia y de ternura: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.
LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A (Lec. I A).
PRIMERA LECTURA Eclo 27, 33 – 28, 9
Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados
Lectura del libro del Eclesiástico.
Rencor e ira también son detestables,
el pecador los posee.
El vengativo sufrirá la venganza del Señor,
que llevará cuenta exacta de sus pecados.
Perdona la ofensa a tu prójimo
y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados.
Si un ser humano alimenta la ira contra otro,
¿cómo puede esperar la curación del Señor?
Si no se compadece de su semejante,
¿cómo pide perdón por sus propios pecados?
Si él, simple mortal, guarda rencor,
¿quién perdonará sus pecados?
Piensa en tu final y deja de odiar,
acuérdate de la corrupción y de la muerte
y sé fiel a los mandamientos.
Acuérdate de los mandamientos
y no guardes rencor a tu prójimo;
acuérdate de la alianza del Altísimo
y pasa por alto la ofensa.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Salmo responsorial Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12 (R.: 8)
R. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ.
V. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
R. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ.
V. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te coima de gracia y de ternura.
R. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ.
V. No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
R. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ.
V. Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
R. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ.
SEGUNDA LECTURA Rom 14, 7-9
Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor.
Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Jn 13, 34
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Os doy un mandamiento nuevo —dice el Señor—: que os améis unos a otros, como yo os he amado. R.
Mandátum novum do vobis, dicit Dóminus, ut diligátis ínvicem, sicut diléxi vos.
EVANGELIO Mt 18, 21-35
No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
╬ Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿no debías tener tú también compasión de un compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo 17 de septiembre de 2017.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje del Evangelio de este domingo (cf. Mt 18, 21-35) nos ofrece una enseñanza sobre el perdón, que no niega el mal inmediatamente sino que reconoce que el ser humano, creado a imagen de Dios, siempre es más grande que el mal que comete. San Pedro pregunta a Jesús «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?, ¿Hasta siete veces?» (Mt 18, 21). A Pedro le parece ya el máximo perdonar siete veces a una misma persona; y tal vez a nosotros nos parece ya mucho hacerlo dos veces. Pero Jesús responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 22), es decir, siempre: tú debes perdonar siempre. Y lo confirma contando la parábola del rey misericordioso y del siervo despiadado, en la que muestra la incoherencia de aquel que primero ha sido perdonado y después se niega a perdonar.
El rey de la parábola es un hombre generoso que, preso de la compasión, perdona una deuda enorme –«diez mil talentos»: enorme– a un siervo que lo suplica. Pero aquel mismo siervo, en cuanto encuentra a otro siervo como él que le debe cien dinares –es decir, mucho menos–, se comporta de un modo despiadado, mandándolo a la cárcel. El comportamiento incoherente de este siervo es también el nuestro cuando negamos el perdón a nuestros hermanos. Mientras el rey de la parábola es la imagen de Dios que nos ama de un amor tan lleno de misericordia para acogernos y amarnos y perdonarnos continuamente.
Desde nuestro bautismo Dios nos ha perdonado, perdonándonos una deuda insoluta: el pecado original. Pero, aquella es la primera vez. Después, con una misericordia sin límites, Él nos perdona todos los pecados en cuanto mostramos incluso solo una pequeña señal de arrepentimiento. Dios es así: misericordioso. Cuando estamos tentados de cerrar nuestro corazón a quien nos ha ofendido y nos pide perdón, recordemos las palabras del Padre celestial al siervo despiadado: «siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No deberías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?» (Mt 18, 32-33). Cualquiera que haya experimentado la alegría, la paz y la libertad interior que viene al ser perdonado puede abrirse a la posibilidad de perdonar a su vez.
En la oración del Padre Nuestro Jesús ha querido alojar la misma enseñanza de esta parábola. Ha puesto en relación directa el perdón que pedimos a Dios con el perdón que debemos conceder a nuestros hermanos: «y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6, 12). El perdón de Dios es la seña de su desbordante amor por cada uno de nosotros; es el amor que nos deja libres de alejarnos, como el hijo pródigo, pero que espera cada día nuestro retorno; es el amor audaz del pastor por la oveja perdida; es la ternura que acoge a cada pecador que llama a su puerta. El Padre celestial –nuestro Padre– está lleno, está lleno de amor que quiere ofrecernos, pero no puede hacerlo si cerramos nuestro corazón al amor por los otros.
La Virgen María nos ayuda a ser cada vez más conscientes de la gratuidad y de la grandeza del perdón recibido de Dios, para convertirnos en misericordiosos como Él, Padre bueno, pausado en la ira y grande en el amor.
El misterio del perdón
Martes 21 de marzo de 2017
Todas las lecturas de hoy nos hablan del perdón. Y el perdón es un misterio difícil de entender. Con la Palabra de hoy, la Iglesia nos hace entrar en ese misterio del perdón, que es la gran obra de misericordia de Dios.
Y el primer paso es la vergüenza de nuestros pecados, una gracia que no podemos obtener solos. Es capaz de sentirla el pueblo de Dios triste y humillado por sus culpas (...); mientras que el protagonista del Evangelio de hoy (Mt 18, 21-35) no logra hacerlo. Se trata del siervo a quien el dueño le perdona todo a pesar de sus grandes deudas, pero que a su vez luego es incapaz de perdonar a sus deudores. No ha comprendido el misterio del perdón. Si yo os pregunto: ¿Todos vosotros sois pecadores? -Sí, padre, todos. ¿Y qué hacéis para obtener el perdón de los pecados? -Nos confesamos. ¿Y cómo vas a confesarte? -Pues voy, digo mis pecados, el cura me perdona, me pone tres Avemarías de penitencia y me voy en paz. ¡Pues no lo has entendido! Tú solo has ido al confesionario como el que va a realizar una operación bancaria, a hacer una gestión administrativa. No has ido allí avergonzado por lo que has hecho. Has visto unas manchas en tu conciencia, pero te has equivocado porque has creído que el confesionario es una tintorería para quitar las manchas. Has sido incapaz de avergonzarte de tus pecados.
Vergüenza pues, pero también conciencia del perdón. El perdón recibido de Dios, la maravilla que ha hecho en tu corazón, debe poder entrar en la conciencia; de lo contario, sales, te encuentras a un amigo o una amiga, y empiezas a criticar a otro, y sigues pecando. Solo puedo perdonar si me siento perdonado. Si no tienes conciencia de ser perdonado, nunca podrás perdonar, nunca. Siempre tenemos la tentación de querer pedir cuentas a los demás. Pero el perdón es total. Y solo se puede hacer cuando siento mi pecado, me arrepiento, me da vergüenza y pido perdón a Dios y me siento perdonado por el Padre, y así puedo perdonar. Si no, no se puede perdonar, somos incapaces. Por eso, el perdón es un misterio.
El siervo, protagonista del Evangelio, tiene la sensación de “haberlo logrado”, de haber sido astuto; en cambio, no ha entendido la generosidad del dueño. Y cuántas veces, saliendo del confesionario sentimos eso, sentimos que “lo hemos conseguido”. Eso no es recibir el perdón, sino la hipocresía de robar un perdón, un falso perdón. Pidamos hoy al Señor la gracia de comprender ese “setenta veces siete”. Pidamos la gracia de la vergüenza ante Dios. ¡Es una gran gracia! Avergonzarse de los propios pecados y así recibir el perdón y la gracia de la generosidad de darlo a los demás, porque si el Señor me ha perdonado tanto, ¿quién soy yo para no perdonar?
La ecuación del perdón
Martes 1 de marzo de 2016
La misericordia es el «eje» de la liturgia del martes 1 de marzo. Es la «palabra más repetida» y en ella se centró la reflexión del Papa Francisco durante la misa celebrada en Santa Marta.
También en el pasaje del Evangelio de Mateo (Mt 18, 21-25) se afronta el mismo tema. Aquí el protagonista es Pedro, quien «había escuchado muchas veces al Señor hablar del perdón, de la misericordia». El apóstol, evidentemente, en su sencillez -«no había cursado muchos estudios, no tenía títulos: era un pescador»- no había comprendido plenamente el significado de esas palabras. Por ello «se acercó a Jesús y le dijo: "Pero, dime, Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Te parece que hasta siete veces?"». Siete veces: tal vez le pareció haber sido incluso «generoso». Pero «Jesús lo detiene y dice: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete"».
Para explicarse mejor, Jesús relata la parábola del rey «que quiso ajustar cuentas con sus siervos». A este, se lee en la Escritura, le fue presentado «uno que le debía diez mil talentos», una cantidad enorme para la cual, «según la ley de esos tiempos», se hubiese visto obligado a vender «todo, también la esposa, los hijos y los campos». Ante esta situación, dijo el Papa retomando el relato evangélico, el deudor «comenzó a llorar, a pedir misericordia, perdón», hasta que «su señor tuvo "compasión"».
«Compasión», explicó el Pontífice, es otra palabra que se aproxima fácilmente al concepto de misericordia. Cuando en los Evangelios se habla de Jesús y cuando se describe su encuentro con un enfermo, se lee, en efecto, que Él «tuvo "compasión" de él».
La parábola continúa con el propietario que «dejó marchar» al siervo «le perdonó la deuda». Se trataba de «una deuda grande». El siervo, en cambio, al encontrarse «con uno de sus compañeros, que tenía una pequeña deuda con él, quería mandarlo a la cárcel». Ese hombre, explicó el Papa, «no había comprendido lo que su rey había hecho con él» y así se «comportó de forma egoísta». Como conclusión del relato, el rey llama al siervo al cual había perdonado la deuda y lo mandó a la cárcel porque no había sido «generoso». Es decir, no había hecho «con su compañero lo que Dios había hecho con él».
Para sacar una enseñanza válida para todos, Francisco recordó la frase del Padrenuestro que dice: «Perdona nuestras ofensas así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y afirmó que se trata de «una ecuación», o sea: «Si tú no eres capaz de perdonar, ¿cómo podrá perdonarte Dios?». El Señor, añadió el Papa, «quiere perdonarte, pero no podrá hacerlo si tú tienes el corazón cerrado, y la misericordia no puede entrar». Alguien podría objetar: «Padre, yo perdono, pero no puedo olvidar el mal que me ha hecho…». La respuesta es: «Pide al Señor que te ayude a olvidar». En todo caso, añadió el Pontífice, si es verdad que «se puede perdonar, pero olvidar no siempre se logra», seguramente no se puede aceptar la actitud del «"perdonar" y "me la pagarás"». Es necesario, en cambio, «perdonar como perdona Dios», quien «perdona al máximo».
Concluyendo su meditación el Papa se centró en nuestras dificultades de cada día: «No es fácil perdonar; no es fácil» reconoció, y recordó cómo en muchas familias hay «hermanos que pelean por la herencia de los padres y no se saludan nunca más en la vida; muchas parejas pelean y crece, crece el odio, y esa familia acaba destruida». Estas personas «no son capaces de perdonar. Y este es el mal».
Que la Cuaresma, fue el deseo de Francisco, «nos prepare el corazón para recibir el perdón de Dios. Pero recibirlo y luego hacer lo mismo con los demás: perdonar de corazón». Es decir, tener una actitud que nos lleve a decir: «Tal vez no me saludas nunca, pero en mi corazón yo te he perdonado».
Es esta la mejor forma, concluyó, para acercarnos «a esta cosa tan grande, de Dios, que es la misericordia». En efecto, «perdonando abrimos nuestro corazón para que la misericordia de Dios entre y nos perdone a nosotros». Y todos tenemos motivos para pedir el perdón de Dios: «Perdonemos y seremos perdonados».
Puerta abierta
Martes 10 de marzo de 2015
"Pedir perdón no es un simple pedir disculpas". No es fácil, así como "no es fácil recibir el perdón de Dios: no porque Él no quiera dárnoslo, sino porque nosotros cerramos la puerta no perdonando" a los demás. (...)
El pasaje del evangelio de san Mateo (Mt 18, 21-35) llevó al Papa Francisco a afrontar la otra cara del perdón: del perdón que se pide a Dios al perdón que se ofrece a los hermanos. Pedro plantea una pregunta a Jesús: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?". En el Evangelio "no son muchos los momentos en los que una persona pide perdón", explicó el Papa, recordando algunos de estos episodios. Está, por ejemplo, "la pecadora que llora sobre los pies de Jesús, lava los pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos": en ese caso, dijo el Pontífice, "la mujer había pecado mucho, había amado mucho y pide perdón". Luego se podría recordar el episodio en el que Pedro, "tras la pesca milagrosa, dice a Jesús: "Aléjate de mí, que soy un pecador"": allí él "se da cuenta de que no se había equivocado, que había otra cosa dentro de él". También, se puede volver a pensar en el momento en el que "Pedro llora, la noche del Jueves santo, cuando Jesús lo mira".
En todo caso, son "pocos los momentos en los que se pide perdón". Pero en el pasaje propuesto por la liturgia Pedro pregunta al Señor cuál debe ser la medida de nuestro perdón: "¿Sólo siete veces?". Jesús responde al apóstol "con un juego de palabras que significa "siempre": setenta veces siete, es decir, tú debes perdonar siempre". Aquí, subrayó el Papa Francisco, se habla de "perdonar", no simplemente de pedir disculpas por un error: perdonar "a quien me ha ofendido, a quien me hizo mal, a quien con su maldad hirió mi vida, mi corazón".
He aquí entonces la pregunta para cada uno de nosotros: "¿Cuál es la medida de mi perdón?". La respuesta puede venir de la parábola relatada por Jesús, la del hombre "a quien se le perdonó mucho, mucho, mucho, mucho dinero, mucho, millones", y que luego, bien "contento" con su perdón, salió y "encontró a un compañero que tal vez tenía una deuda de 5 euros y lo mandó a la cárcel". El ejemplo es claro: "Si yo no soy capaz de perdonar, no soy capaz de pedir perdón". Por ello "Jesús nos enseña a rezar así al Padre: "Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden"".
¿Qué significa en concreto? El Papa Francisco respondió imaginando el diálogo con un penitente: "Pero, padre, yo me confieso, voy a confesarme... -¿Y qué haces primero de confesarte? -Pienso en las cosas que hice mal. -Está bien. -Luego pido perdón al Señor y prometo no volver hacerlo... -Bien. ¿Y luego vas al sacerdote?". Pero antes "te falta una cosa: ¿has perdonado a los que te han hecho mal?". Si la oración que se nos ha sugerido es: "Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los demás", sabemos que "el perdón que Dios te dará" requiere "el perdón que tú das a los demás".
Como conclusión, el Papa Francisco resumió así la meditación: ante todo, "pedir perdón no es un simple pedir disculpas" sino que "es ser consciente del pecado, de la idolatría que construí, de las muchas idolatrías"; en segundo lugar, "Dios siempre perdona, siempre", pero pide que también yo perdone, porque "si yo no perdono", en cierto sentido es como si cerrase "la puerta al perdón de Dios". Una puerta, en cambio, que debemos mantener abierta: dejemos entrar el perdón de Dios a fin de que podamos perdonar a los demás.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Vigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario.
Dios es amor
218 A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt 4, 37; Dt 7, 8; Dt 10, 15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf. Is 43, 1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf. Os 2).
219 El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (Os 11, 1). Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49, 14-15). Dios ama a su Pueblo más que un esposo a su amada (Is 62, 4-5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16).
220 El amor de Dios es "eterno" (Is 54, 8). "Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará" (Is 54, 10). "Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti" (Jr 31, 3).
221 Pero S. Juan irá todavía más lejos al afirmar: "Dios es Amor" (1Jn 4, 8. 16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1Co 2, 7-16; Ef 3, 9-12); él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.
Dios manifiesta su gloria por medio de su bondad
294 La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1, 5-6): "Porque la gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios" (S. Ireneo, haer. 4, 20, 7). El fin último de la creación es que Dios, "Creador de todos los seres, se hace por fin `todo en todas las cosas' (1Co 15, 28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad" (AG 2).
“Perdónanos nuestras ofensas”
2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, - "perdona nuestras ofensas" - podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es "para la remisión de los pecados". Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: "como".
Perdona nuestras ofensas
2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una "confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).
2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; Mt 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo es posible para Dios" (Mt 19, 26).
… como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1Jn 3, 19 - 24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
"Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel" (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Año A
Oremos a Dios Padre, que no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.
- Para que la Iglesia sea lugar de reconciliación, y así se manifieste al mundo el perdón de Dios. Roguemos al Señor.
- Para que todos los pueblos se reconcilien, sobre la base de la justicia, el respeto, la paciencia y el amor. Roguemos al Señor.
- Para que aquellos que se sienten justamente ofendidos sean capaces de perdonar y olvidar. Roguemos al Señor.
-Para que imitemos a Dios, siempre dispuesto al perdón, perdonándonos nuestras mutuas ofensas. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro, compasivo y misericordioso, escúchanos; que podamos decir con verdad como el criado de la parábola: «Ten paciencia con nosotros»; perdónanos, como también nosotros perdonamos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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