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jueves, 3 de noviembre de 2016

Rito para reconciliar a varios penitentes con Confesión y Absolución individual.

Ritual de la Penitencia (2 de diciembre de 1973)

Capítulo II. RITO PARA RECONCILIAR A VARIOS PENITENTES CON CONFESIÓN Y ABSOLUCIÓN INDIVIDUAL

Canto

105. Una vez reunidos los fieles, y mientras el sacerdote entra, si parece opor­tuno, se entona algún salmo, antífona u otro canto adaptado a las circunstan­cias, por ejemplo:

Respóndenos, Señor, con la bondad de tu gracia; por tu gran compasión, vuélvete hacia nosotros.
Sal 68, 17

O bien:
Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

Hb 4, 16


Saludo

106. Terminado el canto, el sacerdote saluda a los asistentes, diciendo:

La gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Jesucristo, nuestro Salvador,
estén con todos vosotros.

R. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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O bien:

107. La gracia y la paz de Dios Padre,
y de Jesucristo, que nos amó
y nos limpió de nuestros pecados con su sangre,
esté con todos vosotros.

R. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

108. La gracia, la misericordia y la paz
de Dios Padre y de Jesucristo su Hijo,
en la verdad y en la caridad,
esté con vosotros.

R. Amén.

109. Hermanos: Que Dios abra vuestro corazón a su ley
y os conceda la paz;
que escuche vuestras oraciones
y quedéis reconciliados con él.

R. Amén.

110. La gracia y la paz de Dios Padre,
y de Jesucristo, el Señor,
que se entregó a sí mismo a la muerte
por nuestros pecados,
esté con vosotros.

R. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Se pueden utilizar, además, las fórmulas de saludo de la Misa.
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Después, el sacerdote, u otro ministro, hacen una monición a los asistentes sobre la importancia y el orden de esta celebración.


Oración

111. El sacerdote invita a todos a la oración, con estas o parecidas palabras:

Oremos, hermanos, para que Dios, que nos llama a la conversión, nos conceda la gracia de una verdadera y fructuosa penitencia.

Todos oran en silencio durante algunos momentos. Luego, el sacerdote rec­ita la siguiente plegaria:

Escucha, Señor, nuestras súplicas humildes
y perdona los pecados de quienes nos confesamos culpables
para que así podamos recibir tu perdón y tu paz.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.
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O bien:

112. Envía tu Espíritu, Señor, sobre nosotros,
para que nos purifique con las lágrimas de la penitencia
y nos disponga a ser ofrenda agradable para ti.
Con la fuerza de su poder, mereceremos alabar tu gloria
y tu misericordia en todo lugar.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

113. Te rogamos, Señor, que nos absuelvas
de todos nuestros pecados,
para que, obtenido el perdón de nuestras culpas,
te sirvamos con un espíritu libre.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

114. Señor, Dios nuestro,
que no te dejas vencer por nuestras ofensas,
sino que te aplacas con nuestro arrepentimiento.
Mira a tus siervos, que ante ti se confiesan pecadores
y, al celebrar ahora el sacramento de tu misericordia,
concédenos que, corregidas nuestras vidas,
podamos gozar de las alegrías eternas.

R. Amén.

115. Dios omnipotente y misericordioso,
que nos has reunido en nombre de tu Hijo
para alcanzar misericordia
y encontrar gracia que nos auxilie.
Abre nuestros ojos para que descubramos el mal que he­mos hecho;
mueve nuestro corazón,
para que, con sinceridad, nos convirtamos a ti;
que tu amor reúna de nuevo a quienes dividió y dispersó el pecado;
que tu fuerza sane y robustezca
a quienes debilitó su fragilidad;
que el Espíritu vuelva de nuevo a la vida
a quienes venció la muerte;
para que, restaurado tu amor en nosotros,
resplandezca en nuestra vida la imagen de tu Hijo,
y así, con la claridad de esa imagen,
resplandeciente en toda la Iglesia,
puedan todos los hombres reconocer
que fuiste tú, quien enviaste a Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro.

R. Amén.

116. Padre de toda misericordia y Dios de todo consuelo:
que no te complaces en la muerte del pecador
sino en que se convierta,
auxilia a tu pueblo para que vuelva a ti y viva.
Ayúdanos a escuchar tu palabra,
confesar nuestros pecados
y darte gracias por el perdón que nos otorgas.
Haz que, realizando la verdad en el amor,
hagamos crecer todas las cosas en Cristo tu Hijo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.

R. Amén.
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Liturgia de la Palabra

117. Comienza ahora la celebración de la Palabra. Si hay varias lecturas, pue­de intercalarse entre ellas un salmo, un canto apropiado o un momento de si­lencio, para conseguir así que la Palabra de Dios sea mejor comprendida por cada uno, y se le preste una mayor adhesión. Si hubiese solamente una lectura, conviene que se tome del Evangelio.

I

La plenitud de la ley es el amor

118. PRIMERA LECTURA
Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón
Lectura del libro del Deuteronomio. 5, 1-3. 6 -7. 11-12. 16-21a;  6, 4-6

En aquellos días, Moisés convocó a los israelitas y les dijo:
«Escucha, Israel, los mandatos y decretos que hoy os predi­co, para que los aprendáis, los guardéis y los pongáis por obra.
El Señor nuestro Dios hizo alianza con nosotros en el Horeb:
No hizo esa alianza con nuestros padres, sino con nosotros, con los que estamos vivos hoy, aquí.
El Señor dijo:
“Yo soy el Señor tu Dios:
Yo te saqué de Egipto, de la esclavitud.
No tendrás otros dioses frente a mí.
No pronunciarás el nombre del Señor tu Dios en falso, por­que no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.
Guarda el día del sábado, santificándolo: como el Señor tu Dios te ha mandado.
Honra a tu padre y a tu madre: Así se prolongarán tus días y te irá bien en la tierra que el Señor tu Dios le va a dar.
No matarás.
Ni cometerás adulterio.
Ni robarás.
Ni darás testimonio falso contra tu prójimo.
Ni pretenderás la mujer de tu prójimo.
Ni codiciarás su casa, ni sus tierras, ni su esclavo, ni su es­clava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él”.
Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno.
Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria».

Palabra de Dios.

119. CANTO RESPONSORIAL Bar 1, 15-22
R. Escucha, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

Confesamos que el Señor, nuestro Dios, es justo,
y a nosotros nos abruma hoy
la vergüenza:
a los judíos y vecinos de Jerusalén,
a nuestros reyes y gobernantes,
a nuestros sacerdotes y profetas
y a nuestros antepasados. R.

Porque pecamos contra el Señor
no haciéndole caso,
desobedecimos al Señor, nuestro Dios,
no siguiendo los mandatos
que el Señor nos había dado. R.

Desde el día en que el Señor sacó
a nuestros padres de Egipto hasta hoy,
no hemos hecho caso al Señor, nuestro Dios,
hemos rehusado obedecerle. R.

Por eso, nos han perseguido ahora
las desgracias y la maldición
con que el Señor conminó a Moisés, su siervo,
cuando sacó a nuestros padres de Egipto
para darnos una tierra que mana leche y miel. R.

No obedecimos al Señor, nuestro Dios, que nos hablaba
por medio de sus enviados, los profetas;
todos seguimos nuestros malos deseos
sirviendo a dioses ajenos
y haciendo lo que el Señor, nuestro Dios, reprueba. R.

120. SEGUNDA LECTURA
Caminad en el amor, como Cristo nos amó
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios. 5, 1-14

Hermanos:
Sed imitadores de Dios, como hijos queridos,
y vivid en el amor
como Cristo os amó
y se entregó por nosotros
como oblación y víctima de suave olor.
Por otra parte,
de inmoralidad, indecencia o afán de dinero,
ni hablar;
por algo sois un pueblo santo.
Y nada de chabacanerías, estupideces o frases de doble
sentido; todo eso está fuera de sitio.
Lo vuestro es alabar a Dios.
Meteos bien esto en la cabeza:
nadie que se da a la inmoralidad,
a la indecencia o al afán de dinero
—que es una idolatría—
tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios.
Que nadie os engañe con argumentos especiosos;
estas cosas son las que atraen el castigo de Dios
sobre los rebeldes.
No tengáis parte con ellos;
porque antes sí erais tinieblas,
pero ahora, como cristianos, sois luz.
Vivid como gente hecha a la luz.
En otro tiempo erais tinieblas,
ahora sois luz en el Señor.
Caminad como hijos de la luz,
—toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz
buscando lo que agrada al Señor,
sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas,
sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas
que ellos hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto,
y todo lo descubierto es luz.
Por eso dice:
«Despierta, tú que duermes,
levántate de entre los muertos
y Cristo será tu luz».

Palabra de Dios.

121. VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Jn 8, 12b
Yo soy la luz del mundo —dice el Señor—; el que me sigue tendrá la luz ele la villa.

122. EVANGELIO
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas
Lectura del santo Evangelio según san Mateo. 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los pro­fetas».

Palabra del Señor.

O bien:
Os doy un mandamiento nuevo
Lectura del santo Evangelio según san Juan. 13, 34-35; 15, 10-13

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros;
como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor;
lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Palabra del Señor.

II

Renovad vuestra mentalidad

123. PRIMERA LECTURA
Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien
Lectura del profeta Isaías. 1, 10-18

Oíd la palabra del Señor,
príncipes de Sodoma,
escucha la palabra de nuestro Dios,
pueblo de Gomorra:
«¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios?
—dice el Señor—.
Estoy harto de holocaustos de carneros,
de grasa de cebones;
la sangre de toros, corderos y chivos
no me agrada.
¿Por qué entráis a visitarme?
¿Quién pide algo de vuestras manos
cuando pisáis mis atrios?
No me traigáis más dones vacíos,
más incienso execrable.
Novilunios, sábados, asambleas,
no los aguanto.
Vuestras solemnidades y fiestas
las detesto;se me han vuelto una carga
que no soporto más.
Cuando extendéis las manos,
cierro los ojos;
aunque multipliquéis las plegarias,
no os escucharé.
Vuestras manos están llenas de sangre.
Lavaos, purificaos,
apartad de mi vista vuestras malas acciones.
Cesad de obrar mal,
aprended a obrar bien;
buscad la justicia,
enderezad al oprimido;
defended al huérfano,
proteged a la viuda.
Entonces, venid y litigaremos
—dice el Señor—.
Aunque vuestros pecados sean como púrpura,
blanquearán como nieve;
aunque sean rojos como escarlata,
quedarán como lana».

Palabra de Dios.

124. SALMO RESPONSORIAL Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19
R. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso;
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R.

Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R.

125. SEGUNDA LECTURA
Renovad vuestra mentalidad
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios. 4, 23-32

Hermanos: Aprendisteis a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.
Por tanto, dejad la mentira, hable cada uno con verdad a su prójimo, porque como miembro dependemos unos de otros. Indignaos, pero sin llegar a pecar; que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo; y no dejéis resquicio al diablo.
El ladrón que no robe más, que trabaje dura y honrada­ mente con sus propias manos, para poder compartir con el necesitado. Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen.
No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final.
Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonán­doos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.

Palabra de Dios.

126. VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Mt 11,28
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré, dice el Señor.

127. EVANGELIO
Dichosos los pobres en el espíritu
Lectura del santo Evangelio según san Mateo. 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
«Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os ca­lumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y con­tentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor.


Homilía

128. Sigue la homilía que, partiendo del texto de las lecturas, debe conducir a los penitentes al examen de conciencia y a la renovación de vida.


Examen de conciencia

129. Es conveniente que se guarde un tiempo de silencio para examinar la conciencia y suscitar la verdadera contrición de los pecados. El sacerdote o el diácono u otro ministro, pueden ayudar a los fieles con breves pensamientos o algunas preces litánicas, teniendo siempre en cuenta su mentalidad, su edad, etc.

En determinadas circunstancias, puede utilizarse alguno de los formularios propuestos en el Apéndice.


Rito de reconciliación

CONFESIÓN GENERAL DE LOS PECADOS

130. A invitación del diácono o de otro ministro, los asistentes se arrodillan o inclinan, y recitan la confesión general (por ejemplo, Yo pecador). Luego, de pie, si se juzga oportuno se hace alguna oración litánica o se entona un cántico. Al final, se acaba con la oración dominical, que nunca deberá omitirse.

I

131. El diácono o el ministro:

Hermanos: confesad vuestros pecados
y orad unos por otros, para que os salvéis.

Todos juntos dicen:

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen,
a los Ángeles, a los Santos
y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor.

El diácono o el ministro:

Pidamos humildemente a Dios misericordioso,
que purifica los corazones
de quienes se confiesan pecadores
y libra de las ataduras del mal
a quienes se acusan de sus pecados,
que conceda el perdón a los culpables
y cure sus heridas.

— Que nos concedas la gracia de una verdadera penitencia.
R. Te rogamos, óyenos.

— Que nos concedas el perdón y borres las deudas de nues­tros antiguos pecados.
R. Te rogamos, óyenos.

— Que quienes nos hemos apartado de la santidad de la Iglesia, consigamos el perdón de nuestras culpas y volva­mos limpios a ella.
R. Te rogamos, óyenos.

— Que a quienes con el pecado hemos manchado nuestro bautismo, nos devuelvas a su primitiva blancura.
R. Te rogamos, óyenos.

— Que, al acercarnos de nuevo a tu altar santo, seamos trans­formados por la esperanza de la vida eterna.
R. Te rogamos, óyenos.

— Que permanezcamos, de aquí en adelante, con entrega sincera, fieles a tus sacramentos, y mostremos siempre nuestra adhesión a ti.
R. Te rogamos, óyenos.

— Que, renovados en la caridad, seamos testigos de tu amor en el mundo.
R. Te rogamos, óyenos.

— Que perseveremos fieles a tus mandamientos y lleguemos a la vida eterna.
R. Te rogamos, óyenos.

El diácono o el ministro:

Con las mismas palabras que Cristo nos enseñó,
pidamos a Dios Padre que perdone nuestros pecados
y nos libre de todo mal.

Todos juntos prosiguen:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

El sacerdote concluye, diciendo:

Escucha, Señor, a tus siervos,
que se reconocen pecadores;
y haz que, liberados por tu Iglesia de toda culpa,
merezcan darte gracias con un corazón renovado.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos responden:
Amén.

II

132. El diácono o el ministro:

Recordando, hermanos, la bondad de Dios,
nuestro Padre,
confesemos nuestros pecados,
para alcanzar así misericordia.

Todos juntos dicen:

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos
y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

El diácono o el ministro:

Pidamos humildemente a Cristo, nuestro salvador y abo­gado ante el Padre, que perdone nuestros pecados y nos limpie de toda iniquidad.

—Tú, que has sido enviado a anunciar la salvación a los po­bres y a sanar los corazones afligidos.
R. Ten compasión de este pecador.
(o bien: Señor, ten piedad).

—Tú, que viniste a llamar no a los justos, sino a los peca­dores.
R. Ten compasión de este pecador.
(o bien: Señor, ten piedad).

—Tú, que perdonaste mucho a quien amó mucho.
R. Ten compasión de este pecador.
(o bien: Señor, ten piedad).

—Tú, que no rehusaste convivir entre publicanos y pecadores.
R. Ten compasión de este pecador.
(o bien: Señor, ten piedad).

—Tú, que pusiste sobre tus hombros la oveja perdida y la llevaste al redil.
R. Ten compasión de este pecador.
(o bien: Señor, ten piedad).

—Tú, que no condenaste a la mujer adúltera, sino que le concediste ir en paz.
R. Ten compasión de este pecador.
(o bien: Señor, ten piedad).

—Tú, que llamaste a la conversión y a una vida nueva a Za­queo, el publicano.
R. Ten compasión de este pecador.
(o bien: Señor, ten piedad).

—Tú, que prometiste el paraíso al ladrón arrepentido.
R. Ten compasión de este pecador.
(o bien: Señor, ten piedad).

Tú, que estás sentado a la derecha del Padre, para interce­der por nosotros.
R. Ten compasión de este pecador.
(o bien: Señor, ten piedad).

El diácono o el ministro:

Ahora, como el mismo Cristo nos mandó,
oremos todos juntos al Padre
para que, perdonándonos las ofensas unos a otros,
nos perdone él nuestros pecados.

Todos juntos dicen:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

El sacerdote concluye, diciendo:

Oh Dios, que has dispuesto los auxilios que necesita nues­tra debilidad:
concédenos recibir con alegría y mantener con una vida santa los frutos de tu perdón.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos:
Amén.

Otros textos ad libitum, nn. 273-274.


Confesión y absolución individual

133. A continuación, los fieles se acercan a los sacerdotes que se hallan en lugares adecuados y confiesan sus pecados, de los que son absueltos cada pe­nitente individualmente, una vez impuesta y aceptada la correspondiente satis­facción. Tras la confesión y, si se juzga oportuno, después de una conveniente exhortación, omitido todo lo que suele hacerse en la reconciliación de un solo penitente, el sacerdote, extendiendo ambas manos, o al menos la derecha, sobre la cabeza del penitente, da la absolución, diciendo:

Dios, Padre misericordioso,
que reconcilió consigo al mundo
por la muerte y la resurrección de su Hijo
y derramó el Espíritu Santo
para la remisión de los pecados,
te conceda, por el ministerio de la Iglesia,
el perdón y la paz.
Y YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS
EN EL NOMBRE DEL PADRE, Y DEL HIJO,
Y DEL ESPÍRITU SANTO.

El penitente responde:
Amén.


Acción de gracias por la misericordia de Dios

134. Una vez concluidas las confesiones de los penitentes, el sacerdote que preside la celebración, teniendo junto a sí a los otros sacerdotes, invita a la ac­ción de gracias y a la práctica de las buenas obras, con las que se manifiesta la gracia de la penitencia, tanto en la vida de cada uno como en la de la comuni­dad. Es conveniente que todos juntos canten algún salmo o him no apropiado, o bien que se haga una oración litánica, para proclamar el poder y la misericordia de Dios. Por ejemplo, el Magníficat o el salmo 135, 1-9. 13-14. 16. 25-26.

135. Magníficat (Lc 1, 46-55)

R. Acuérdate, Señor, de tu misericordia.

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel su siervo,
acordándose de la misericordia,
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

136. Salmo 135, 1-9. 13-14. 16. 25-26.

R. Te damos gracias, Señor.

Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia. R.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.
Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia. R.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.
Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia. R.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.
El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia, R.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.
Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia. R.

Y condujo por medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.
Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia. R.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia. R.

Otros textos ad libitum, mi. 275-287.


Oración final de acción de gracias

137. Después del canto de alabanza o la plegaria litánica, el sacerdote conclu­ye la oración comunitaria, diciendo:

Dios omnipotente y misericordioso,
que admirablemente creaste al hombre
y más admirablemente aún lo redimiste;
que no abandonas al pecador,
sino que lo acompañas con amor paternal.
Tú enviaste tu Hijo al mundo
para destruir con su pasión el pecado y la muerte
y para devolvernos, con su resurrección,
la vida y la alegría.
Tú has derramado el Espíritu Santo en nuestros corazones
para hacernos herederos e hijos tuyos.
Tú nos renuevas constantemente con los
sacramentos de salvación
para liberarnos de la servidumbre del pecado
y transformarnos, de día en día,
en una imagen cada vez más perfecta de tu Hijo amado.
Te damos gracias
por las maravillas de tu misericordia
y te alabamos con toda la Iglesia
cantando para ti un cántico nuevo
con nuestros labios, nuestro corazón y nuestras obras.
A ti la gloria por Cristo en el Espíritu Santo,
ahora y por siempre.

Todos:
Amén.

O bien:

Padre Santo,
tú nos has renovado a imagen de tu Hijo;
concédenos tu misericordia,
para que seamos testigos de tu amor en el mundo.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos:
Amén.
________________________________________________

O bien:

138. En verdad es justo y necesario
darte gracias siempre y en todo lugar,
Dios todopoderoso y eterno,
que corriges con justicia y perdonas con clemencia.
Pero siempre te muestras misericordioso,
porque, cuando castigas, lo haces para que
no perezcamos eternamente
y, cuando perdonas, nos das ocasión para corregirnos.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

139. Oh Dios, autor y dueño de toda luz,
que has amado tanto a este mundo,
que entregaste a tu Hijo Unigénito para nuestra salvación.
En su cruz hemos sido redimidos,
por su pasión, salvados,
con su muerte, vivificados,
en su resurrección, glorificados.
Por él te suplicamos
que te hagas presente en medio de esta familia tuya.
Concédenos sentir el temor de tu piedad
y haz que tengamos fe en el corazón,
justicia en las obras, piedad en la conducta,
verdad en los labios y disciplina en las costumbres,
para que merezcamos conseguir el premio de la inmortalidad.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

140. Señor Jesucristo, generoso para el perdón,
que quisiste aceptar la debilidad de la carne,
para que nosotros siguiéramos tu ejemplo de humildad
y fuésemos fuertes en la prueba:
haz que conservemos siempre los bienes que
hemos recibido de ti,
y que, por la penitencia, nos levantemos cada vez
que caemos en el pecado.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

141. Oh Dios, que nos concedes tu gracia,
para que, de la impiedad y de la miseria,
lleguemos a la justicia y a la felicidad:
llénanos de tu fuerza y de tus dones;
y ya que tenemos la justificación de la fe,
que no nos falte la fortaleza de la perseverancia.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

142. Señor y Padre nuestro,
tú has perdonado nuestros pecados y nos has dado tu paz;
haz que nos perdonemos siempre unos a otros,
y que trabajemos todos juntos por la paz del mundo.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.
___________________________________________________


Rito de conclusión

143. El sacerdote bendice a todos, diciendo:

El Señor dirija vuestros corazones en la caridad de Dios y en la espera de Cristo.
R. Amén.

Celebrante:
Para que podáis caminar con una vida nueva y agradar a Dios en todas las cosas.
R. Amén.

Celebrante:
Y que os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Es­píritu Santo.
R. Amén.
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O bien:

144. El sacerdote bendice a todos, diciendo:

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.

145. El sacerdote bendice a todos, diciendo:

El Padre, nos bendiga, pues nos engendró para la vida eterna.
R. Amén.

Celebrante:
El Hijo, nos conceda la salvación, pues murió y resucitó por nosotros.
R. Amén.

Celebrante:
El Espíritu Santo, nos santifique, pues fue derramado en nuestros corazones, y nos llevó por un camino recto.
R. Amén.

146. El sacerdote bendice a todos, diciendo:

El Padre, nos bendiga, pues nos llamó a ser sus hijos adoptivos.
R. Amén.

Celebrante:
El Hijo, nos auxilie, pues nos recibió como hermanos.
R. Amén.

Celebrante:
El Espíritu Santo, nos fortalezca, pues hizo de nosotros su templo.
R. Amén.
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147. Después, el diácono, u otro ministro, o el mismo sacerdote, despide a la asamblea, diciendo:

El Señor ha perdonado vuestros pecados.
Podéis ir en paz.

R. Demos gracias a Dios.

Puede utilizarse cualquier otra fórmula conveniente.

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