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martes, 7 de mayo de 2019

EXEQUIAS de un Obispo.

Ritual de Exequias. Extracto (2017)

CAPÍTULO III. TEXTOS PROPIOS PARA LA CELEBRACIÓN DE DETERMINADAS EXEQUIAS

EN LAS EXEQUIAS DEL OBISPO DIOCESANO (RESIDENCIAL O EMÉRITO)

Todo se hace como en las exequias de los demás fieles, pero adaptando oportunamente las moniciones, añadiendo la palabra obispo en las oraciones que lo requieran y teniendo presente las variaciones siguientes:

1. Estación en la casa episcopal o en la capilla ardiente

El que preside la celebración saluda a los presentes, diciendo:
V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu

Luego, inicia la celebración con las siguientes palabras u otras parecidas:

Queridos familiares y amigos: En este momento de dolor en que nos ha sumido la muerte de N., obispo, con quien hemos convivido largos años y a quien tanto amábamos, la Iglesia nos recibe y quiere reanimar y fortalecer nuestra esperanza. Confiemos en Dios, que él nos ayudará; esperemos en él, y nos allanará el camino.

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1 bis. A continuación, puede recitarse, sin canto, el salmo siguiente:

Ant. Mi alma espera en el Señor.

Salmo 129

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Ant. Mi alma espera en el Señor.

Si las exequias empiezan en la casa episcopal o en la capilla ardiente, en esta primera estación puede usarse la siguiente oración propia:

A. En las exequias del obispo residencial o emérito.
Oremos.
Oh, Dios,
que prometiste recompensar al siervo fiel y solícito
puesto al frente de tu familia,
escucha nuestras súplicas
y abre las puertas de tu reino a nuestro obispo N.,
que acaba de salir de este mundo:
que lo reciban los ángeles y los santos
y goce eternamente en tu reino,
rodeado de aquellos a quienes él cuidó
y lo precedieron en las moradas eternas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

B. En las exequias de un obispo que no fue el pastor propio.
Oremos.
Señor, con piedad,
las plegarias que te dirigimos
por tu siervo el obispo N.,
a quien encomendaste la misión
de apacentar a tus fieles;
y haz que quien representó a tu Hijo
en la asamblea de tu pueblo
sea ahora reconocido por el Pastor supremo
y se alegre eternamente en la asamblea de los santos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

A continuación, se organiza la procesión hacia la iglesia. Durante ella, conviene no omitir munca el canto del salmo 113, en el que se puede ir intercalando la antífona Dichosos los que mueren en el Señor.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.

Salmo 113, 1-8. 25-26

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Se repite el canto de la antífona: Dichosos los que mueren en el Señor.

Al llegar la procesión a la iglesia, se entona el canto de entrada de la misa u otro canto parecido.

Réquiem* aetérnam dóna éis, Dómine:
et lux perpétua lúceat éis.
Te décet hýmnus, Déus, in Síon,
et tíbi reddétur vótum in Ierúsalem:*
exáudi oratiónem méam,
ad te ómnis cáro véniet.
Réquiem.
Repetitur Réquiem, usque ad Psalmum.

O bien:

Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.
Ya no habrá ni muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor,
porque el primer mundo ha pasado.
1. Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
2. Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

2. Estación en la iglesia

Al llegar la procesión a la iglesia, se coloca el cadáver del obispo de espaldas al altar y de cara al pueblo; luego, se enciende el cirio pascual con el mismo rito que se usa para los demás fieles,  diciendo la siguiente fórmula:

Junto al cuerpo, ahora sin vida,
de nuestro hermano N., obispo,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, Claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

A continuación, pueden colocarse sobre el féretro la casulla, la mitra, el báculo pastoral y el evangeliario, mientras el celebrante dice las fórmulas siguientes:

A. En las exequias del obispo residencial o emérito.

Mientras se coloca la casulla y la mitra:
Mira, Señor, con misericordia, a tu siervo N.,
nuestro obispo,
que, mientras nos presidía (presidía esta comunidad)
en tu nombre,
llevaba esta vestidura y este ornamento de fiesta;
y concédele que ahora,
revestido de gloria en tu presencia,
te celebre con tus santos eternamente.

Mientras se coloca su báculo pastoral:
Que nuestro obispo (el obispo de esta Iglesia),
que, al cuidar de la grey del Señor,
llevaba este báculo, signo de pastor,
sea reconocido ahora por Cristo, el supremo Pastor,
y reciba de él el premio de sus trabajos pastorales
y la corona perenne de la gloria.

Mientras se coloca el evangeliario:
Que nuestro obispo (el obispo de esta Iglesia),
que consagró su vida
a anunciar el Evangelio de Cristo,
goce ahora contemplando, cara a cara,
aquella misma verdad
que, ya cuando vivía
en la luz limitada de este mundo,
vislumbró en la Palabra de Dios
y predicó a sus hermanos.

B. En las exequias de un obispo que no fue el pastor propio.

Mientras se coloca la casulla y la mitra:
Mira, Señor, con misericordia, a tu siervo N.,
que, mientras presidía en tu nombre
la asamblea de los fieles,
llevaba esta vestidura y este ornamento de fiesta;
y concédele que ahora,
revestido de gloria en tu presencia,
te celebre con tus santos eternamente.

Mientras se coloca su báculo:
Que este siervo tuyo, el obispo N.,
que, al presidir la grey de Jesucristo,
llevaba este báculo, signo de pastor,
sea reconocido ahora por Cristo, el supremo Pastor,
y reciba de él el premio de sus trabajos
y la corona perenne de la gloria.

Mientras se coloca el evangeliario:
Que tu siervo, Señor, el obispo N.,
que tuvo en este mundo la misión
de anunciar el Evangelio de Cristo,
goce ahora contemplando, cara a cara,
aquella misma verdad
que, ya cuando vivía
en la luz limitada de este mundo,
vislumbró en la Palabra de Dios
y predicó a sus hermanos.

3. Misa exequial

Monición introductoria:
Hermanos: Nos hemos reunido en torno al altar para celebrar el misterio pascual de Jesucristo, que se cumple en nuestro hermano N., obispo, cuyo cuerpo acompañamos con veneración y respeto. Un día fue recibido en la familia de los hijos de Dios por el bautismo, quedando para siempre incorporado a Cristo. Otro día, por medio del sacramento del Orden, fue hecho signo e instrumento de Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia. Desde entonces, sus manos, sus labios y su corazón han estado consagrados al ministerio episcopal [en esta Diócesis de N.].
Nuestra presencia aquí quiere ser expresión de gratitud al Señor por el don de la vida sacerdotal de su siervo, y súplica confiada de que participará en el banquete celeste el que tantas veces presidió la Eucaristía en la tierra.
[Al comenzar estos sagrados misterios, reconozcamos humildemente que somos pecadores].

Oración colecta

A. En las exequias del obispo residencial o emérito.
Oremos.
Oh, Dios,
que pusiste al frente de esta familia tuya
a nuestro hermano N.,
para que, representando a Jesucristo,
presidiera la asamblea de tu pueblo,
y prometiste recompensar al siervo fiel y solícito,
escucha nuestras plegarias
y haz que el que fue pastor de nuestra (esta) Iglesia
pase ahora al banquete festivo de su Señor.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

O bien:
Oremos.
Te pedimos, Dios todopoderoso,
por el alma de tu siervo N., obispo,
a quien encomendaste el cuidado de tu familia,
para que entre en los gozos eternos de su Señor,
acompañado del abundante fruto de su trabajo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

B. En las exequias de un obispo que no fue el pastor propio.
Oremos.
Oh, Dios,
que al conceder la dignidad episcopal
a tu siervo N., obispo (cardenal),
quisiste contarlo entre los sucesores de los apóstoles,
te pedimos
que también sea asociado eternamente a su compañía.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA
Monición
La vida de los obispos debe ser una entrega a Cristo y a la salvación de los hombres. Cada día se va consumiendo como holocausto en unión con el sacrificio de Cristo (1ª lect. A.T.). Se va forjando así una identificación tal con el Señor, que nada podrá romperla (1ª lect. N.T.). La misma muerte se hace también ofrenda para la vida eterna de los que un día estuvieron confiados a los cuidados del pastor (Ev.).

PRIMERA LECTURA
Leccionario V, págs. 472-473.
III (forma larga)   Sab 3, 1-9
Los aceptó como sacrificio de holocausto
Lectura del libro de la Sabiduría.

La vida de los justos está en manos de Dios,
y ningún el tormento los alcanzará.
Los insensatos pensaban que habían muerto,
y consideraban su tránsito como una desgracia,
y su salida entre nosotros una ruina,
pero ellos están en paz.
Aunque la gente pensaba que cumplían una pena,
su esperanza estaba llena de inmortalidad.
Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes,
porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él.
Los probó como oro en crisol
y los aceptó como sacrificio de holocausto.
En el día del juicio resplandecerán
y se propagarán como chispas en un rastrojo.
Gobernarán naciones, someterán pueblos
y el Señor reinará sobre ellos eternamente.
Los que confían en él comprenderán la verdad
y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado,
porque la gracia y la misericordia son para sus devotos
y la protección para sus elegidos.

Palabra de Dios.

O bien:
PRIMERA LECTURA
Leccionario V, pág. 495.
V   Rom 8, 31b-35. 37-39

Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede
por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?
Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Palabra de Dios.

O bien, en Tiempo Pascual:
Leccionario V, pag. 478.
(forma larga)   Hch 10, 34-43
Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial
Leccionario V, pág. 482
Sal 22, 1-3. 4. 5. 6 (R.: 1)
R. El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. R.

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tu vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.

Preparas una mesa ante mi,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin termino. R.

Aleluya o versículo antes del Evangelio
Leccionario V, pág. 504.
VI   Jn 6, 51
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo —dice el Señor—;
el que coma de este pan vivirá para siempre. R.

EVANGELIO
Leccionario V, pág. 524.
XVI (forma larga)   Jn 12, 23-28
Si el grano de trigo muere, da mucho fruto
+ Lectura del santo Evangelio según san Juan.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.
En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿que diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».
Entonces vino una voz del cielo:
«Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».

Palabra del Señor.

Oración universal
Celebrante:
Hermanos: Oremos a Dios, Padre misericordioso, que nos reúne para celebrar la muerte y resurrección de su Hijo, para que conceda la felicidad de su reino a nuestro hermano N., a quien en el bautismo llamó a la vida eterna y en el sacramento del orden puso al servicio de su pueblo.

Lector:
Por nuestro hermano N., obispo, elegido para hacer las veces de Cristo en medio de la comunidad cristiana, para que sea contado entre los servidores fieles y reciba el premio de sus trabajos. Roguemos al Señor.
Por el que fue ordenado para ofrecer sobre el altar el sacrificio de Cristo uniendo a él la oblación de los fieles, para que participe para siempre en el banquete celeste y en la alabanza de los bienaventurados. Roguemos al Señor.
Por la Iglesia santa de Dios, para que no se vea privada de los ministros necesarios del Evangelio y de los sacramentos. Roguemos al Señor.
[ Por esta comunidad de N., que conoció la dedicación pastoral de nuestro hermano N., para que guarde con amor su memoria y persevere siempre en la fe. Roguemos al Señor.]
Por todos nosotros, para que a imagen de Cristo, Buen Pastor, demos día a día la vida por nuestros hermanos. Roguemos al Señor.

Celebrante:
Oh, Dios, que quisiste dar pastores a tu pueblo,
al elevar nuestras oraciones
en favor de nuestro hermano N., obispo,
te pedimos que le concedas el premio prometido
a tus servidores fieles y solícitos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

La misa prosigue como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.

Oración sobre las ofrendas
A. En las exequias del obispo residencial o emérito.
Señor, imploramos humildemente tu inagotable clemencia, para que este sacrificio sirva ahora de perdón a tu siervo N., obispo, que lo ofreció a tu divina majestad durante su vida mortal por la salvación de los fieles. Por Jesucristo, nuestro Señor.
B. En las exequias de un obispo que no fue el pastor propio.
Recibe, Señor, las ofrendas que te presentamos por el alma de tu siervo N., obispo (cardenal), para que asocies a la asamblea de tus santos en el reino de los cielos a quien encomendaste en la tierra la dignidad de pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO I DE DIFUNTOS
La esperanza de la resurrección en Cristo
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
En él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque la vida de tus fieles, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo.
Por eso, con los ángeles y arcángeles, tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
R. Santo, Santo, Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA III.

Antífona de la comunión Flp 3, 20-21
Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa.

Oración después de la comunión
A. En las exequias del obispo residencial o emérito.
Señor, la implorada clemencia de tu misericordia sea provechosa al alma de tu siervo N., obispo, para que alcance, por este sacrificio, la unión eterna con Cristo, en quien esperó y a quien predicó. Por Jesucristo, nuestro Señor.
B. En las exequias de un obispo que no fue el pastor propio.
Dios omnipotente y misericordioso, te pedimos que, purificado por este sacrificio, tu siervo N., obispo (cardenal), a quien concediste representar a Cristo en la tierra, se siente con él en los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

3. ÚLTIMO ADIÓS AL CUERPO DEL DIFUNTO

6. Dicha la oración después de la comunión y omitida la bendición, se procede al rito del último adiós al cuerpo del difunto. El que preside, colocado cerca del féretro, se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras parecidas:

Antes de entregar a la tierra, de donde fue formado, el cuerpo de nuestro hermano N., obispo de esta Iglesia N. (diócesis), despidámonos de él con un último gesto de respeto y de veneración.
Hecho templo vivo de Dios por el bautismo, participó después en el sacerdocio de Jesucristo por el sacramento del orden. Sus manos fueron entonces ungidas para bendecir y perdonar. Sus labios destinados a predicar el Evangelio, y su corazón a acoger paternalmente a todos los hombres.
Este último adiós está marcado, pues, por la gratitud y el reconocimiento hacia una vida sacerdotal gastada en el servicio a Dios y a la Iglesia.
Que nuestra oración encomiende a N. en las manos del Padre celestial, con la intercesión de María, la Madre del Señor y de los Santos pastores.

Todos oran unos momentos en silencio. Luego, el que preside continúa, diciendo:

El agua que vamos a derramar sobre el cuerpo de este hermano nuestro nos recuerda de que en el bautismo fue hecho miembro del cuerpo de Jesucristo, que murió y fue sepultado, pero que con su gloriosa resurrección venció la muerte.

8. Después, el que preside da la vuelta al féretro aspergiéndolo con agua bendita; mientras tanto se canta la primera parte del responsorio Subvenite u otro canto de despedida del difunto.

Responsorio (1ª parte)
Subveníte, Sáncti Déi,
occúrrite, Ángeli Dómini:
Suscipiéntes ánimam éius:+
Offeréntes éam in conspéctu Altíssimi.
V. Suscípiat te Chrístus, qui vocávit te:
et in sínum Ábrahae Ángeli dedúcant te:* 
Suscipiénte ánimam éius:+
Offeréntes éam in conspéctu Altíssimi.

O bien:

Canto de despedida (1ª parte)
1. Tú fuiste sepultado por el bautismo en la muerte de Jesús;
que la muerte de Jesús te conduzca hacia el Padre.
R. Y te encontraremos en la casa del Padre.
2. Tú fuiste injertado en la vida de Jesús;
que la vida de Jesús te conduzca hacia el Padre.

Luego el que preside añade:
Ahora vamos a perfumar este cuerpo con incienso; este gesto nos recordará que el cuerpo de nuestro hermano fue templo del Espíritu y que en su iniciación cristiana no sólo fue vinculado a la muerte del Señor, sino que también, al ser ungido con el óleo perfumado de la confirmación y del sacramento del orden, se significó que, como Cristo, era destinado a la resurrección y a recibir del Padre el beso de su amor: En la persona de Cristo, el Padre hizo que nuestro hermano se sentara con él en el cielo.

A continuación, pone incienso en el turíbulo, lo bendice y da una segunda vuelta al féretro con el incienso; mientras tanto se canta la segunda parte del responsorio Subvenite o del canto de despedida del difunto:

Responsorio (2ª parte)
Subveníte, Sáncti Déi,
occúrrite, Ángeli Dómini:
Suscipiéntes ánimam éius:+
Offeréntes éam in conspéctu Altíssimi.
V. Réquiem aetérnam dóna éi, Dómine:
et lux perpétua lúceat éi.
Suscipiéntes ánimam éius:+
Offeréntes éam in conspéctu Altíssimi.

O bien:

Canto de despedida (2ª parte)
3. Tú fuiste marcado por el Espíritu de Jesús;
que el Espíritu de Jesús te conduzca hacia el Padre.
R. Y te encontraremos en la casa del Padre.
4. Tú fuiste alimentado con el cuerpo de Jesús;
que el cuerpo de Jesús te conduzca hacia el Padre.

O bien:

Canto de despedida
Te colocamos en los brazos de Dios, nuestro Padre;
confiados en su amor nos despedimos de ti.
V. Que el Señor que te alimentó con su carne, resucite tu cuerpo;
que revestido de gloria, vivas siempre con él.

Si no hay canto, mientras el celebrante hace la incensación, uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones, a las que el pueblo responde: Señor, ten piedad, o bien: Kýrie, eléison.

Invocaciones
Que el Padre, que te invitó a comer la carne inmaculada de su Hijo, te admita ahora en la mesa de su reino.
R. Señor, ten piedad. (Kýrie, eléison.)
Que Cristo, vid verdadera en quien fuiste injertado por el bautismo, te haga participa ahora de su vida gloriosa.
R. Señor, ten piedad. (Kýrie, eléison.)
Que el Espiritu de Dios, con cuyo fuego ardiente fuiste madurado, revista tu cuerpo de inmortalidad.
R. Señor, ten piedad. (Kýrie, eléison.)

9. Después, el que preside añade la siguiente oración:

Oremos.
Señor Jesucristo, redentor del género humano, te pedimos que des entrada en tu paraíso a nuestro hermano N., obispo, que acaba de cerrar sus ojos a la luz de este mundo y los ha abierto para contemplarte a ti, Luz verdadera; líbralo, Señor, de la oscuridad de la muerte y haz que contigo goce en el festín de las bodas eternas; que se alegre en tu reino, su verdadera patria, donde no hay tristeza ni muerte, donde todo es vida y alegría sin fin, y contemple tu rostro glorioso por los siglos de los siglos.
R. Amén.

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9 bis. En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto y agradecer a los presentes su participación en las exequias.
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10. Después se saca el cuerpo hasta la puerta de la iglesia, mientras se canta la siguiente antífona:

Ant. In paradísum* dedúcant te Ángeli:
in túo advéntu suscípiant te Mártires,
et perdúcant te in civitátem sánctam Ierúsalem.

O bien:

Ant. Al paraíso te lleven los ángeles,
a tu llegada te reciban los mártires

y te introduzcan en la ciudad santa de Jerusalén.

11. Llegados a la puerta de la iglesia, mientras se coloca el cuerpo del difunto en el carro mortuorio, se canta el salmo 117, en el que se puede ir intercalando la antífona Esta es la puerta del Señor.

Ant. Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella.

Salmo 117, 1-20

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,
y me escuchó poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señ-or está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchas: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
"La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa".

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
- Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Si no se canta la antífona y el salmo, se recita el salmo 117, intercalando la antífona Esta es la puerta del Señor, que se recita mientras se saca el cuerpo de la iglesia.

12. Terminado el canto o la recitación del salmo, colocado el cuerpo en el carro mortuorio, el que preside añade:

Que el Señor abra las puertas del triunfo a nuestro hermano, para que terminado el duro combate de su vida mortal, entre como vencedor por las puertas de los justos y en sus tiendas entone cantos de victoria por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Y a todos nosotros nos dé la certeza de que no está muerto, sino que duerme, de que no ha perdido la vida, sino que reposa, porque ha sido llamado a la vida eterna pñor los siglos de los siglos.
R. Amén.

13. El que preside termina la celebración, diciendo:

V. Señor, + dale el descanso eterno.
R. Y brille sobre él la luz eterna.
V. Descanse en paz.
R. Amén.
V. Su alma y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
V. Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.

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