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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

martes, 9 de noviembre de 2021

Papa Francisco, Discurso en el encuentro de oración con el clero, religiosos y seminaristas (29-abril-2017).

VIAJE APOSTÓLICO DEL PAPA A EGIPTO (28-29 DE ABRIL DE 2017)
ENCUENTRO DE ORACIÓN CON EL CLERO, LOS RELIGIOSOS, LAS RELIGIOSAS Y LOS SEMINARISTAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Seminario Patriarcal de Maadi, El Cairo, Sábado 29 de abril de 2017

Beatitudes,
queridos hermanos y hermanas:

Al Salamò Alaikum! (La paz esté con vosotros).

«Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Cristo ha vencido para siempre la muerte. Gocemos y alegrémonos en él».

Me siento muy feliz de estar con vosotros en este lugar donde se forman los sacerdotes, y que simboliza el corazón de la Iglesia Católica en Egipto. Con alegría saludo en vosotros, sacerdotes, consagrados y consagradas de la pequeña grey católica de Egipto, a la «levadura» que Dios prepara para esta bendita Tierra, para que, junto con nuestros hermanos ortodoxos, crezca en ella su Reino (cf. Mt 13,13).

Deseo, en primer lugar, daros las gracias por vuestro testimonio y por todo el bien que hacéis cada día, trabajando en medio de numerosos retos y, a menudo, con pocos consuelos. Deseo también animaros. No tengáis miedo al peso de cada día, al peso de las circunstancias difíciles por las que algunos de vosotros tenéis que atravesar. Nosotros veneramos la Santa Cruz, que es signo e instrumento de nuestra salvación. Quien huye de la Cruz, escapa de la resurrección. «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino» (Lc 12,32).

Se trata, por tanto, de creer, de dar testimonio de la verdad, de sembrar y cultivar sin esperar ver la cosecha. De hecho, nosotros cosechamos los frutos que han sembrado muchos otros hermanos, consagrados y no consagrados, que han trabajado generosamente en la viña del Señor. Vuestra historia está llena de ellos.

En medio de tantos motivos para desanimarse, de numerosos profetas de destrucción y de condena, de tantas voces negativas y desesperadas, sed una fuerza positiva, sed la luz y la sal de esta sociedad, la locomotora que empuja el tren hacia adelante, llevándolo hacia la meta, sed sembradores de esperanza, constructores de puentes y artífices de diálogo y de concordia.

Todo esto será posible si la persona consagrada no cede a las tentaciones que encuentra cada día en su camino. Me gustaría destacar algunas significativas. Vosotros conocéis estas tentaciones, porque ya los primeros monjes de Egipto las describieron muy bien.

1- La tentación de dejarse arrastrar y no guiar. El Buen Pastor tiene el deber de guiar a su grey (cf. Jn 10,3-4), de conducirla hacia verdes prados y a las fuentes de agua (cf. Sal 23). No puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo: «Pero, ¿qué puedo hacer yo?». Está siempre lleno de iniciativas y creatividad, como una fuente que sigue brotando incluso cuando está seca. Sabe dar siempre una caricia de consuelo, aun cuando su corazón está roto. Saber ser padre cuando los hijos lo tratan con gratitud, pero sobre todo cuando no son agradecidos (cf. Lc 15,11-32). Nuestra fidelidad al Señor no puede depender nunca de la gratitud humana: «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4.6.18).

2- La tentación de quejarse continuamente. Es fácil culpar siempre a los demás: por las carencias de los superiores, las condiciones eclesiásticas o sociales, por las pocas posibilidades. Sin embargo, el consagrado es aquel que con la unción del Espíritu Santo transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa. Quien anda siempre quejándose en realidad no quiere trabajar. Por eso el Señor, dirigiéndose a los pastores, dice: «fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» (Hb 12,12; cf. Is 35,3).

3- La tentación de la murmuración y de la envidia. Y esta es fea. El peligro es grave cuando el consagrado, en lugar de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos y hermanas, se deja dominar por la envidia y se convierte en uno que hiere a los demás con la murmuración. Cuando, en lugar de esforzarse en crecer, se pone a destruir a los que están creciendo, y cuando en lugar de seguir los buenos ejemplos, los juzga y les quita su valor. La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo: «Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir» (Mc 3,24-25). De hecho ―no lo olvidéis―, «por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sb 2,24). Y la murmuración es el instrumento y el arma.

4- La tentación de compararse con los demás. La riqueza se encuentra en la diversidad y en la unicidad de cada uno de nosotros. Compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento, compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza. Quien tiende siempre a compararse con los demás termina paralizado. Aprendamos de los santos Pedro y Pablo a vivir la diversidad de caracteres, carismas y opiniones en la escucha y docilidad al Espíritu Santo.

5- La tentación del «faraonismo» ―¡estamos en Egipto!―, es decir, de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás. Es la tentación de sentirse por encima de los demás y de someterlos por vanagloria, de tener la presunción de dejarse servir en lugar de servir. Es una tentación común que aparece desde el comienzo entre los discípulos, los cuales —dice el Evangelio— «por el camino habían discutido quién era el más importante» (Mc 9,34). El antídoto a este veneno es: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).

6- La tentación del individualismo. Como dice el conocido dicho egipcio: «Después de mí, el diluvio». Es la tentación de los egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de pensar en los demás, piensan sólo en sí mismos, sin experimentar ningún tipo de vergüenza, más bien al contrario, se justifican. La Iglesia es la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación de un miembro está vinculada a la santidad de todos (cf. 1Co 12,12-27; Lumen gentium, 7). El individualista es, en cambio, motivo de escándalo y de conflicto.

7- La tentación del caminar sin rumbo y sin meta. El consagrado pierde su identidad y acaba por no ser «ni carne ni pescado». Vive con el corazón dividido entre Dios y la mundanidad. Olvida su primer amor (cf. Ap 2,4). En realidad, el consagrado, si no tiene una clara y sólida identidad, camina sin rumbo y, en lugar de guiar a los demás, los dispersa. Vuestra identidad como hijos de la Iglesia es la de ser coptos —es decir, arraigados en vuestras nobles y antiguas raíces— y ser católicos —es decir, parte de la Iglesia una y universal—: como un árbol que cuanto más enraizado está en la tierra, más alto crece hacia el cielo.

Queridos consagrados, hacer frente a estas tentaciones no es fácil, pero es posible si estamos injertados en Jesús: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4). Cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos. Así el consagrado conservará la maravilla, la pasión del primer encuentro, la atracción y la gratitud en su vida con Dios y en su misión. La calidad de nuestra consagración depende de cómo sea nuestra vida espiritual.

Egipto ha contribuido a enriquecer a la Iglesia con el inestimable tesoro de la vida monástica. Os exhorto, por tanto, a sacar provecho del ejemplo de san Pablo el eremita, de san Antonio Abad, de los santos Padres del desierto y de los numerosos monjes que con su vida y ejemplo han abierto las puertas del cielo a muchos hermanos y hermanas; de este modo, también vosotros seréis sal y luz, es decir, motivo de salvación para vosotros mismos y para todos los demás, creyentes y no creyentes y, especialmente, para los últimos, los necesitados, los abandonados y los descartados.

Que la Sagrada Familia os proteja y os bendiga a todos, a vuestro País y a todos sus habitantes. Desde el fondo de mi corazón deseo a cada uno de vosotros lo mejor, y a través de vosotros saludo a los fieles que Dios ha confiado a vuestro cuidado. Que el Señor os conceda los frutos de su Espíritu Santo: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5,22-23).

Os tendré siempre presentes en mi corazón y en mis oraciones. Ánimo y adelante, guiados por el Espíritu Santo. «Este es el día en que actúo el Señor, sea nuestra alegría». Y por favor, no olvidéis de rezar por mí.

lunes, 8 de noviembre de 2021

Papa Francisco, Discurso al Pontificio Colegio Español de San José, Roma (1-abril-2017).

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL PONTIFICIO COLEGIO ESPAÑOL DE SAN JOSÉ, ROMA

Sala Clementina, Sábado 1 de abril de 2017

Queridos hermanos y hermanas:

Quiero hacer llegar mi saludo a toda la comunidad del Pontificio Colegio Español de San José y agradecer al Señor Cardenal Ricardo Blázquez Pérez las amables palabras que, como co-patrono del Colegio, me ha dirigido en nombre de todos, en esta conmemoración. Doy gracias a Dios por la hermosa obra que instituyó el beato Manuel Domingo y Sol, fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Sagrado Corazón de Jesús, y por la labor de los mismos durante todos estos años.

Esta Institución nació con la vocación de ser un referente para la formación del clero. Formarse supone ser capaces de acercarse con humildad al Señor y preguntarle: ¿Cuál es tu voluntad? ¿Qué quieres de mí? Sabemos la respuesta, pero tal vez nos haga bien recordarla, y para ello les propongo las tres palabras del Shemá con las que Jesús respondió al Levita: «amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» (Mc 12,30).

Amar de todo corazón, significa hacerlo sin reservas, sin dobleces, sin intereses espurios, sin buscarse a sí mismo en el éxito personal o en la carrera. La caridad pastoral supone salir al encuentro del otro, comprendiéndolo, aceptándolo y perdonándolo de todo corazón. Eso es caridad pastoral. Pero solos no es posible crecer en esa caridad. Por eso el Señor nos llamó para ser una comunidad, de modo que esa caridad congregue a todos los sacerdotes con un especial vínculo en el ministerio y la fraternidad. Para ello se necesita la ayuda del Espíritu Santo pero también el combate espiritual personal (cf. Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, 87). Esto no pasó de moda, sigue siendo tan actual como en los primeros tiempos de la Iglesia. Se trata de un desafío permanente para superar el individualismo, vivir la diversidad como un don, buscando la unidad del presbiterio, que es signo de la presencia de Dios en la vida de la comunidad. Presbiterio que no mantiene la unidad, de hecho, echa a Dios de su testimonio. No es testimonio de la presencia de Dios. Lo manda afuera. De ese modo, reunidos en nombre del Señor, especialmente cuando celebran la Eucaristía, manifiestan incluso sacramentalmente que él es el amor de su corazón.

Segundo: amar con toda el alma. Es estar dispuestos a ofrecer la vida. Esta actitud debe persistir en el tiempo, y abarcar todo nuestro ser. Así lo proponía el Fundador del Colegio: «[Señor] te ofrezco y pongo a tu disposición mi cuerpo, mi alma, mi memoria, entendimiento, voluntad, mi salud y hasta mi vida» (Escritos III, vol. 6, doc. 111, p. 1). Por lo tanto, la formación de un sacerdote no puede ser únicamente académica, aunque esta sea muy importante y necesaria, sino que ha de ser un proceso integral, que abarque todas las facetas de la vida. La formación ha de servirles para crecer y, al mismo tiempo, para acercarse a Dios y a los hermanos. Por favor, no se conformen con conseguir un título, sino sean discípulos a tiempo completo para «anunciar el mensaje evangélico de modo creíble y comprensible al hombre de hoy» (Ratio, 116). A este punto, es importante crecer en el hábito del discernimiento, que les permita valorar cada instante y moción, incluso lo que parece opuesto y contradictorio, y cribar lo que viene del Espíritu; una gracia que debemos pedir de rodillas. Sólo desde esta base, a través de las múltiples tareas en el ejercicio del ministerio, podrán formar a los demás en ese discernimiento que lleva a la Resurrección y la Vida, y les permite dar una respuesta consciente y generosa a Dios y a los hermanos (cf. Encuentro con los sacerdotes y consagrados - Milán, 25 marzo 2017). Yo decía que la formación de un sacerdote no puede ser únicamente académica y conformarse con esto solo. De ahí nacen todas las ideologías que apestan a la Iglesia, de un signo o de otro, del academicismo clerical. Son cuatro columnas que tienen que tener la formación: formación académica, formación espiritual, formación comunitaria y formación apostólica. Y las cuatro se tienen que interactuar. Si falta una de ellas, ya empieza a renquear la formación y termina paralítico el cura. Así que, por favor, las cuatro juntas e interactuándose.

Finalmente, la tercera respuesta de Jesús, amar con todas las fuerzas, nos recuerda que allí donde está nuestro tesoro está nuestro corazón (cf. Mt 6,21), y que es en nuestras pequeñas cosas, seguridades y afectos, donde nos jugamos el ser capaces de decir que sí al Señor o darle la espalda como el joven rico. No se pueden contentar con tener una vida ordenada y cómoda, que les permita vivir sin preocupaciones, sin sentir la exigencia de cultivar un espíritu de pobreza radicado en el Corazón de Cristo que, siendo rico, se ha hecho pobre por nuestro amor (cf. 2 Co 8,9) o, como dice el texto, para enriquecernos a nosotros. Se nos pide adquirir la auténtica libertad de hijos de Dios, en una adecuada relación con el mundo y con los bienes terrenos, según el ejemplo de los Apóstoles, a los que Jesús invita a confiar en la Providencia y a seguirlo sin lastres ni ataduras (cf. Lc 9,57-62; Mc 10,17-22). No se olviden de esto: el diablo siempre entra por el bolsillo, siempre. Además, es bueno aprender a dar gracias por lo que tenemos, renunciando generosa y voluntariamente a lo superfluo, para estar más cerca de los pobres y de los débiles. El beato Domingo y Sol decía que para socorrer la necesidad se debía estar dispuestos a «vender la camisa». Yo no les pediré tanto: curas descamisados no, simplemente que sean testigos de Jesús, a través de la sencillez y la austeridad de vida, para llegar a ser promotores creíbles de una verdadera justicia social (cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 30). Y, por favor –y esto como hermano, como padre, como amigo– por favor, huyan del carrerismo eclesiástico: es una peste. Huyan de eso.

Queridos superiores, colegiales y exalumnos de este Colegio Español de San José: confiemos al santo Patriarca, Protector de la Iglesia, sus preocupaciones y proyectos, que él los acompañe, junto a María Santísima, invocada por la tradición del Colegio como Madre Clementísima, para que puedan crecer en sabiduría y gracia, y ser discípulos amados del Buen Pastor. Que Dios los bendiga.

domingo, 7 de noviembre de 2021

Domingo 12 diciembre 2021, III Domingo de Adviento, Lecturas ciclo C.

LITURGIA DE LA PALABRA

Lecturas del III Domingo de Adviento, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA Sof 3, 14-18a
El Señor exulta y se alegra contigo

Lectura de la profecía de Sofonías.

Alégrate, hija de Sión, grita de gozo, Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén.
El Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo.
El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno.
Aquel día se dirá a Jerusalén: «¡No temas! ¡Sión, no desfallezcas!».
El Señor, tu Dios, está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y se goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Is 12, 2-3. 4bcde. 5-6 (R.: 6)
R. 
Gritad jubilosos, porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
Exsúlta et lauda, quia magnus in médio tui Sanctus Isræl.

V. «Él es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.
R. Gritad jubilosos, porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
Exsúlta et lauda, quia magnus in médio tui Sanctus Isræl.


V. «Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso».
R. Gritad jubilosos, porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
Exsúlta et lauda, quia magnus in médio tui Sanctus Isræl.

V. Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
R. Gritad jubilosos, porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
Exsúlta et lauda, quia magnus in médio tui Sanctus Isræl.

SEGUNDA LECTURA Flp 4, 4-7
El Señor está cerca

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.

Hermanos:
Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos.
Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Cf. Is 61, 1 (Lc 4, 18ac)
R.
 Aleluya, aleluya, aleluya.
V. El Espíritu del Señor está sobre mí: me ha enviado a evangelizar a los pobres. R.
Spíritus Dómini super me: evangelizáre paupéribus misit me.

EVANGELIO Lc 3, 10-18
Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
«Entonces, ¿qué debemos hacer?».
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?».
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido.»
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer?».
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba en expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS. Plaza de San Pedro. Domingo, 16 de diciembre de 2018

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este tercer domingo de Adviento, la liturgia nos invita a la alegría. Escuchad bien: a la alegría. El profeta Sofonías le dirige a la pequeña porción del pueblo de Israel estas palabras: «Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel» (3, 14). Gritar de gozo, exultar, alegrarse: es esta la invitación de este domingo. Los habitantes de la ciudad santa están llamados a gozar porque el Señor ha revocado su condena (cf. v. 15). Dios ha perdonado, no ha querido castigar. Por consiguiente, para el pueblo ya no hay motivo de tristeza, ya no hay motivo para desalentarse, sino que todo lleva a un agradecimiento gozoso hacia Dios, que quiere siempre rescatar y salvar a los que ama. Y el amor del Señor hacia su pueblo es incesante, comparable a la ternura del padre hacia los hijos, del esposo hacia la esposa, como dice también Sofonías: «Él exulta de gozo por tí te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo» (v. 17). Este es —así se llama— el domingo de gozo: el tercer domingo de Adviento, antes de Navidad.
Este llamamiento del profeta es particularmente apropiado mientras nos preparamos para la Navidad porque se aplica a Jesús, el Emanuel, el Dios-con-nosotros: su presencia es la fuente de la alegría. De hecho, Sofonías proclama: «Rey de Israel, está en medio de ti»; y poco después repite: «El Señor, tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!» (vv. 15.17). Este mensaje encuentra su pleno significado en el momento de la anunciación a María, narrada por el evangelista Lucas. Las palabras que le dirige el ángel Gabriel a la Virgen son como un eco de las del profeta. Y ¿qué dice el arcángel Gabriel? «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). «Alégrate», dice a la Virgen. En una aldea perdida de Galilea, en el corazón de una joven mujer desconocida para el mundo, Dios enciende la chispa de la felicidad para todo el mundo. Y hoy el mismo anuncio va dirigido a la Iglesia, llamada a acoger el Evangelio para que se convierta en carne, vida concreta. Dice a la Iglesia, a todos nosotros: «Alégrate, pequeña comunidad cristiana, pobre y humilde aunque hermosa a mis ojos porque deseas ardientemente mi Reino, tienes sed de justicia, tejes con paciencia tramas de paz, no sigues a los poderosos de turno, sino que permaneces fielmente al lado de los pobres. Y así no tienes miedo de nada sino que tu corazón está en el gozo». Si nosotros vivimos así, en la presencia del Señor, nuestro corazón siempre estará en la alegría. La alegría «de alto nivel», cuando está, es plena, y la alegría humilde de todos los días, es decir, la paz. La paz es la alegría más pequeña, pero es alegría. También san Pablo hoy nos exhorta a no angustiarnos, a no desesperarnos por nada, sino a presentarle a Dios, en toda circunstancia, nuestras peticiones, nuestras necesidades, nuestras preocupaciones, «mediante la oración y la súplica» (Filipenses 4, 6). Ser conscientes que en medio de las dificultades podemos siempre dirigirnos al Señor, y que Él no rechaza jamás nuestras invocaciones, es un gran motivo de alegría. Ninguna preocupación, ningún miedo podrá jamás quitarnos la serenidad que viene no de las cosas humanas, de las consolaciones humanas, no, la serenidad que viene de Dios, del saber que Dios guía amorosamente nuestra vida, y lo hace siempre. También en medio de los problemas y de los sufrimientos, esta certeza alimenta la esperanza y el valor. Pero para acoger la invitación del Señor a la alegría, es necesario ser personas dispuestas a cuestionarnos. ¿Qué significa esto? Precisamente como aquellos que, después de haber escuchado la predicación de Juan Bautista, le preguntan: tú predicas así, y nosotros, «¿qué debemos hacer?» (Lucas 3, 10. Yo ¿qué debo hacer? Esta pregunta es el primer paso para la conversión que estamos invitados a realizar en este tiempo de Adviento. Cada uno de nosotros se pregunte: ¿qué debo hacer? Una cosa pequeña, pero «¿qué debo hacer?». Y la Virgen María, quien es nuestra madre, nos ayude a abrir nuestro corazón a Dios al Dios-que-viene, para que Él inunde de alegría toda nuestra vida.
Homilía y apertura de la puerta santa de san Juan de Letrán. Jubileo extraordinario de la misericordia. III Domingo de Adviento, 13 de diciembre de 2015
La invitación del profeta dirigida a la antigua ciudad de Jerusalén, hoy también está dirigida a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros: «¡Alégrate? grita!» (So 3, 14). El motivo de la alegría se expresa con palabras que infunden esperanza, y permiten mirar al futuro con serenidad. El Señor ha abolido toda condena y ha decidido vivir entre nosotros.
Este tercer domingo de Adviento atrae nuestra mirada hacia la Navidad ya próxima. No podemos dejarnos llevar por el cansancio; no está permitida ninguna forma de tristeza, a pesar de tener motivos por las muchas preocupaciones y por las múltiples formas de violencia que hieren nuestra humanidad. Sin embargo, la venida del Señor debe llenar nuestro corazón de alegría. El profeta, que lleva escrito en su propio nombre –Sofonías– el contenido de su anuncio, abre nuestro corazón a la confianza: «Dios protege» a su pueblo. En un contexto histórico de grandes abusos y violencias, por obra sobre todo de hombres de poder, Dios hace saber que Él mismo reinará sobre su pueblo, que no lo dejará más a merced de la arrogancia de sus gobernantes, y que lo liberará de toda angustia.  Hoy se nos pide que «no desfallezcamos» (cf. So 3, 16) a causa de la duda, la impaciencia o el sufrimiento.
El apóstol Pablo retoma con fuerza la enseñanza del profeta Sofonías y lo repite: «El Señor está cerca» (Flp 4, 5). Por esto debemos alegrarnos siempre, y con nuestra afabilidad debemos dar a todos testimonio de la cercanía y el cuidado que Dios tiene por cada persona.
Hemos abierto la Puerta santa, aquí y en todas las catedrales del mundo. También este sencillo signo es una invitación a la alegría. Inicia el tiempo del gran perdón. Es el Jubileo de la Misericordia. Es el momento de redescubrir la presencia de Dios y su ternura de padre. Dios no ama la rigidez. Él es Padre, es tierno. Todo lo hace con ternura de Padre. Seamos también nosotros como la multitud que interrogaba a Juan: «¿Qué tenemos que hacer?» (Lc 3, 10). La respuesta del Bautista no se hace esperar. Él invita a actuar con justicia y a estar atentos a las necesidades de quienes se encuentran en estado precario. Lo que Juan exige de sus interlocutores, es cuanto se puede reflejar en la ley. A nosotros, en cambio, se nos pide un compromiso más radical. Delante a la Puerta Santa que estamos llamados a atravesar, se nos pide ser instrumentos de misericordia, conscientes de que seremos juzgados sobre esto. Quién ha sido bautizado sabe que tiene un mayor compromiso. La fe en Cristo nos lleva a un camino que dura toda la vida: el de ser misericordiosos como el Padre. La alegría de atravesar la Puerta de la Misericordia se une al compromiso de acoger y testimoniar un amor que va más allá de la justicia, un amor que no conoce confines. Y somos responsables de este infinito amor, a pesar de nuestras contradicciones.
Recemos por nosotros y por todos los que atravesarán la Puerta de la Misericordia, para que podamos comprender y acoger el infinito amor de nuestro Padre celestial, quien recrea, transforma y reforma la vida.
ÁNGELUS, III Domingo de Adviento, 13 de diciembre de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy hay una pregunta que se repite tres veces: «¿Qué cosa tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Se la dirigen a Juan el Bautista tres categorías de personas: primero, la multitud en general; segundo, los publicanos, es decir los cobradores de impuestos; y tercero, algunos soldados. Cada uno de estos grupos pregunta al profeta qué debe hacer para realizar la conversión que él está predicando. A la pregunta de la multitud Juan responde que compartan los bienes de primera necesidad. Al primer grupo, a la multitud, le dice que compartan los bienes de primera necesidad, y dice así: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo» (Lc 3, 11). Después, al segundo grupo, al de los cobradores de los impuestos les dice que no exijan nada más que la suma debida (cf. Lc 3, 13). ¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos. Es claro el Bautista. Y al tercer grupo, a los soldados les pide no extorsionar a nadie y de contentarse con su salario (cf. Lc 3, 14). Son las respuestas a las tres preguntas de estos grupos. Tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se manifiesta en compromisos concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su predicación: el camino del amor real en favor del prójimo.
De estas advertencias de Juan el Bautista entendemos cuáles eran las tendencias generales de quien en esa época tenía el poder, bajo las formas más diversas. Las cosas no han cambiado tanto. No obstante, ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni tan siquiera los publicanos considerados pecadores por definición: tampoco ellos están excluidos de la salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de salvarse. Él está –se puede decir– ansioso por usar misericordia, usarla hacia todos, acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y el perdón.
Esta pregunta –¿qué tenemos que hacer?– la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite, con las palabras de Juan, que es preciso convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y tomar el camino de la justicia, la solidaridad, la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana. ¡Convertíos! Es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a descubrir nuevamente una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor experimenta la alegría. El profeta Sofonías nos dice hoy: «Alégrate hija de Sión», dirigido a Jerusalén (So 3, 14); y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos filipenses: «Alegraos siempre en el Señor» (Fil 4, 4). Hoy se necesita valentía para hablar de alegría, ¡se necesita sobre todo fe! El mundo se ve acosado por muchos problemas, el futuro gravado por incógnitas y temores. Y sin embargo el cristiano es una persona alegre, y su alegría no es algo superficial y efímero, sino profunda y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza que «el Señor está cerca» (Flp 4, 5). Está cerca con su ternura, su misericordia, su perdón y su amor. Que la Virgen María nos ayude a fortalecer nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, al Dios de la misericordia, que siempre quiere habitar entre sus hijos. Y que nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, III Domingo de Adviento "Gaudete", 16 de diciembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo de Adviento muestra nuevamente la figura de Juan Bautista, y lo presentan mientras habla a la gente que acude a él, al río Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: "¿Qué tenemos que hacer?" (Lc 3, 10.12.14). Estos diálogos son muy interesantes y se revelan de gran actualidad.
La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice: "El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo" (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. "El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa", porque "siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo" (Enc. Deus caritas est, 28).
Vemos luego la segunda respuesta, que se dirige a algunos "publicanos", o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: "No robar" (cf. Ex 20, 15).
La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto tentada de abusar de él. A los soldados Juan dice: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga" (v. 14). También aquí la conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.
Considerando en su conjunto estos diálogos, impresiona la gran concreción de las palabras de Juan: puesto que Dios nos juzgará según nuestras obras, es ahí, justamente en el comportamiento, donde hay que demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo las cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta. Roguemos pues al Señor, por intercesión de María Santísima, para que nos ayude a prepararnos a la Navidad llevando buenos frutos de conversión (cf. Lc 3, 8).

DIRECTORIO HOMILÉTICO
90. 
El homileta debería asegurarse que el pueblo cristiano, como componente de la preparación a la doble venida del Señor, escuche las invitaciones constantes de Juan al arrepentimiento, manifestadas de modo particular en los Evangelios del II y III domingo de Adviento. Pero no oímos la voz de Juan sólo en los pasajes del Evangelio; las voces de todos los profetas de Israel se concentran en la suya. «Él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo» (Mt 11, 14). Se podría también decir, al respecto de todas las primeras lecturas en los ciclos de estos domingos, que él es Isaías, Baruc y Sofonías. Todos los oráculos proféticos proclamados en la asamblea litúrgica de este tiempo son para la Iglesia un eco de la voz de Juan que prepara, aquí y ahora, el camino al Señor. Estamos preparados para la Venida del Hijo del Hombre en la gloria y majestad del último día. Estamos preparados para la Fiesta de la Navidad de este año.
94. El Leccionario del tiempo de Adviento es, de hecho, un conjunto de textos del Antiguo Testamento que convencen y que, de modo misterioso, encuentran su cumplimiento en la Venida del Hijo de Dios en la carne. Como siempre, el homileta puede recurrir a la poesía de los profetas para describir a los cristianos aquellos misterios en los que ellos mismos son introducidos a través de las Celebraciones Litúrgicas. Cristo viene continuamente y las dimensiones de su venida son múltiples. Ha venido. Volverá de nuevo en gloria. Viene en Navidad. Viene ya ahora, en cada Eucaristía celebrada a lo largo del Adviento. A todas estas dimensiones se les puede aplicar la fuerza poética de los profetas: «Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará» (Is 35, 4; III domingo A). «No temas Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva» (So 3, 16-17; III domingo C). «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen» (Is 40, 1-2; II domingo B).
95. No sorprende, entonces, que el espíritu de espera ansiosa crezca durante las semanas de Adviento; que en el III domingo, los celebrantes se endosan vestiduras de un gozoso rosa claro, y que este domingo toma el nombre de los primeros versos de la antífona de entrada que, desde hace siglos, se canta en este día, con las palabras extraídas de la carta de san Pablo a los Filipenses: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca».
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo C. Tercer domingo de Adviento.
El gozo.
30 
"Se alegre el corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105, 3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf. 1, 1, 1).
163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1Co 13, 12), "tal cual es" (1Jn 3, 2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna:
Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir. 15, 36; cf. S. Tomás de A., s. th. 2-2, 4, 1).
301 Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (Sb 11, 24-26).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25):
"Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna" (San Basilio, Spir. 15, 36).
1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión:
"La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; haci a él corremos; una vez llegados, en él reposamos" (S. Agustín, ep. Jo. 10, 4).
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad" (Ga 5, 22-23, vulg.).
2015 El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
"El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce" (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).
2362 "Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud" (GS 49, 2). La sexualidad es fuente de alegría y de placer:
"El Creador… estableció que en esta función (de generación) los esposos experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación" (Pío XII, discurso 29 Octubre 1951).
Juan prepara el camino al Mesías
523
 San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf. Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22; Lc 16, 16); desde el seno de su madre (cf. Lc 1, 41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).
524 Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30).
535 El comienzo (cf. Lc 3, 23) de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán (cf. Hch 1, 22). Juan proclamaba "un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores, publicanos y soldados (cf. Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos (cf. Mt 3, 7) y prostitutas (cf. Mt 21, 32) viene a hacerse bautizar por él. "Entonces aparece Jesús". El Bautista duda. Jesús insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es "mi Hijo amado" (Mt 3, 13-17). Es la manifestación ("Epifanía") de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.
Jesús, el Salvador
JESÚS

430 Jesús quiere decir en hebreo: "Dios salva". En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31). Ya que "¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?"(Mc 2, 7), es él quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho hombre "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). En Jesús, Dios recapitula así toda la historia de la salvación en favor de los hombres.
431 En la historia de la salvación, Dios no se ha contentado con librar a Israel de "la casa de servidumbre" (Dt 5, 6) haciéndole salir de Egipto. El lo salva además de su pecado. Puesto que el pecado es siempre una ofensa hecha a Dios (cf. Sal 51, 6), sólo el es quien puede absolverlo (cf. Sal 51, 12). Por eso es por lo que Israel tomando cada vez más conciencia de la universalidad del pecado, ya no podrá buscar la salvación más que en la invocación del Nombre de Dios Redentor (cf. Sal 79, 9).
432 El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo (cf. Hch 5, 41; 3 Jn 7) hecho hombre para la redención universal y definitiva de los pecados. El es el Nombre divino, el único que trae la salvación (cf. Jn 3, 18 ; Hch 2, 21 y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación (cf. Rm 10, 6-13) de tal forma que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12; cf. Hch 9, 14; St 2, 7).
433 El Nombre de Dios Salvador era invocado una sola vez al año por el sumo sacerdote para la expiación de los pecados de Israel, cuando había asperjado el propiciatorio del Santo de los Santos con la sangre del sacrificio (cf. Lv 16, 15-16; Si 50, 20; Hb 9, 7). El propiciatorio era el lugar de la presencia de Dios (cf. Ex 25, 22; Lv 16, 2; Nm 7, 89; Hb 9, 5). Cuando San Pablo dice de Jesús que "Dios lo exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre" (Rm 3, 25) significa que en su humanidad "estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2Co 5, 19).
434 La Resurrección de Jesús glorifica el nombre de Dios Salvador (cf. Jn 12, 28) porque de ahora en adelante, el Nombre de Jesús es el que manifiesta en plenitud el poder soberano del "Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 9). Los espíritus malignos temen su Nombre (cf. Hch 16, 16-18; Hch 19, 13-16) y en su nombre los discípulos de Jesús hacen milagros (cf. Mc 16, 17) porque todo lo que piden al Padre en su Nombre, él se lo concede (Jn 15, 16).
435 El Nombre de Jesús está en el corazón de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban con la fórmula "Per Dominum Nostrum Jesum Christum… " ("Por Nuestro Señor Jesucristo… "). El "Avemaría" culmina en "y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". La oración del corazón, en uso en oriente, llamada "oración a Jesús" dice: "Jesucristo, Hijo de Dios, Señor ten piedad de mí, pecador". Numerosos cristianos mueren, como Santa Juana de Arco, teniendo en sus labios una única palabra: "Jesús".


Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año C

Oremos al Señor, nuestro Dios. Él está cerca de los que lo invocan.
- Por la Iglesia, precursora de Cristo como Juan Bautista, para que sepa hacer atrayente para todos el mensaje cristiano. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes, para que procuren sin descanso la justicia y la paz. Roguemos al Señor.
- Por los enfermos y todos los que sufren, para que no teman y reconozcan junto a ellos a quien los ama de verdad. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que recibimos la Buena Noticia, para que llevemos a todos la alegría y la esperanza, compartiendo nuestra vida y nuestras cosas con los demás. Roguemos al Señor.
En ti confiamos, Señor, escúchanos: tú eres nuestra salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Papa Francisco, Discurso en el encuentro con los sacerdotes y consagrados en Milán, Italia (25-marzo-2017).

VISITA PASTORAL DEL PAPA A MILÁN
ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES Y LOS CONSAGRADOS
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Solemnidad de la Anunciación del Señor, Catedral de Milán, Sábado 25 de marzo de 2017

Pregunta 1 - Don Gabriele Gioia, presbítero

Muchas de las energías y del tiempo de los sacerdotes son absorbidas para continuar las formas tradicionales de ministerio, pero sentimos los desafíos de la secularización y la irrelevancia de la fe dentro de la evolución de una sociedad milanesa, que es cada vez más plural, multiétnica, multirreligiosa y multicultural. También nosotros, a veces, nos sentimos como Pedro y los apóstoles, que después de haber trabajado duramente no habían pescado nada. Le preguntamos: ¿Qué purificaciones y qué opciones prioritarias estamos llamados a cumplir para no perder la alegría de evangelizar, de ser pueblo de Dios que testimonia su amor por cada ser humano? Santidad le queremos y rezamos por usted.

Papa Francisco:

Gracias. Gracias.

Me han enviado vuestras tres preguntas. Siempre se hace así. Por lo general, respondo improvisando, pero esta vez pensé, en un día con un horario tan ocupado, que era mejor escribir algo en respuesta.

He escuchado tu pregunta, don Gabriele. La había leído antes, pero mientras hablabas, me vinieron a la mente dos cosas. Una “pescar peces”. Tu sabes que la evangelización no siempre es sinónimo de “pescar peces”: es ir, remar mar adentro, dar testimonio... y luego el Señor, Él “pesca” los peces. Cuándo, cómo y dónde, no sabemos. Y esto es muy importante. Y también partir de este hecho, que nosotros somos instrumentos, herramientas inútiles. Otra cosa que has dicho, esa preocupación que has expresado, es la preocupación de todos vosotros: no perder la alegría de evangelizar. Porque evangelizar es una alegría. El gran Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi —que es el mayor documento pastoral del período post-conciliar, y que todavía es actual hoy— habló de esta alegría: la alegría de la Iglesia es evangelizar. Y hay que pedir la gracia de no perderla. Él [Pablo VI] nos dice, casi al final [del documento]: Mantengamos esta alegría de evangelizar; no como evangelizadores tristes, aburridos, no es esto; un evangelista triste es aquel que no está convencido de que Jesús es alegría, de que Jesús te trae alegría, y cuando te llama te cambia la vida y te da alegría, y te envía con alegría, incluso en la cruz, pero con alegría, para evangelizar. Gracias por señalar estas cosas, Gabriel.

Y ahora, las cosas que he estado pensando acerca de esta cuestión, en casa, para decir cosas más pensadas

a. Una de las primeras cosas que me vienen a la mente es la palabra reto, que tu has usado, “tantos retos” has dicho. Cada época histórica, desde los primeros tiempos del cristianismo, ha sido sometida continuamente a múltiples retos. Retos dentro de la comunidad eclesial y, al mismo tiempo en la relación con la sociedad en la que la fe estaba tomando forma. Recordemos el episodio de Pedro en la casa de Cornelio en Cesarea (Hch 10,24 a 35), o la disputa en Antioquía y luego en Jerusalén sobre si circuncidar o no a los gentiles (Hch 15.1 a 6) etc... Por lo tanto no hay que temer los retos, que quede claro. No debemos temer los retos. Cuantas veces escuchamos quejas: “Ah, en esta época hay tantos retos y estamos tristes”. No. No hay que tener miedo. Los retos hay que agarrarlos como al toro, por los cuernos. No hay que temerlos. Y es bueno que los haya. Es bueno porque nos hacen crecer. Son el signo de una fe viva, de una comunidad viva que busca a su Señor y tiene abiertos los ojos y el corazón . Más bien habría que temer una fe sin retos, una fe que se cree completa, toda completa: no necesito nada más; ya está todo hecho. Esta fe está tan aguada que no sirve. De esto tenemos que tener miedo. Y se cree completa, como si todo hubiera sido dicho y realizado. Los retos nos ayudan a lograr que nuestra fe no se vuelva ideológica. Siempre existe el peligro de las ideologías, siempre. Las ideologías crecen, germinan y crecen cuando uno cree que tiene la fe completa, y se vuelve ideología. Los retos nos salvan de un pensamiento cerrado y definido y nos abren a una comprensión más amplia del dato revelado. Según lo indicado por la Constitución dogmática Dei Verbum: “La Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios (n. 8)”. Y en esto los retos nos ayudan a abrirnos al misterio revelado. Esta es la primera respuesta a lo que me has dicho.

b. En segundo lugar. Tú has hablado de una sociedad “multi” —multicultural, multirreligiosa y multiétnica—. Creo que la Iglesia, a lo largo de toda su historia, muchas veces —sin que seamos conscientes de ello— tiene mucho que enseñarnos y ayudarnos de cara a una cultura de la diversidad. Tenemos que aprender. El Espíritu Santo es el maestro de la diversidad. Miremos a nuestras diócesis, a nuestros sacerdotes, a nuestras comunidades. Miremos a las congregaciones religiosas. Tantos carismas, tantas formas de realizar la experiencia creyente. La Iglesia es Una en una experiencia multifacética. Es Una, sí. Pero en una experiencia multifacética. Aunque sea Una es multifacética. El Evangelio es uno en su forma cuádruple. El Evangelio es uno, pero son cuatro y son diferentes, pero esa diferencia es una riqueza. El Evangelio en su forma cuádruple. Esto aporta a nuestras comunidades una riqueza que manifiesta la acción del Espíritu. La tradición eclesial tiene mucha experiencia de cómo “manejar” la multiplicidad dentro de su historia y de su vida. Hemos visto y vemos de todo: hemos visto y vemos una gran riqueza y muchos horrores y errores. Y aquí tenemos una buena clave que nos ayuda a leer el mundo contemporáneo. Sin condenarlo y sin santificarlo. Reconociendo los aspectos luminosos y los aspectos oscuros. Como también ayudándonos a discernir los excesos de uniformidad o de relativismo: dos tendencias que tratan de borrar la unidad de las diferencias, la interdependencia. La Iglesia es Una en las diferencias. Es Una, y esas diferencias nos unen en esa unidad. ¿Pero quien hace las diferencias? El Espíritu Santo: El es el Maestro de las diferencias. Y ¿Quién hace la unidad? El Espíritu Santo: El es también el Maestro de la unidad: Ese gran Artista, ese gran Maestro de la unidad en las diferencias es el Espíritu Santo. Y esto tenemos que entenderlo muy bien. Y hablaré de ello más adelante, a propósito del discernimiento: discernir cuando es el Espíritu el que hace las diferencias y la unidad y cuando no es el Espíritu el que hace una diferencia o una división ¿Cuántas veces hemos confundido la unidad con la uniformidad? Y no es lo mismo. O ¿cuántas veces hemos confundido pluralidad con pluralismo? Y no es lo mismo. La uniformidad y el pluralismo no son del espíritu bueno: no vienen del Espíritu Santo. La pluralidad y la unidad, en cambio, proceden del Espíritu Santo. En ambos casos, lo que se intenta es reducir la tensión y eliminar el conflicto o la ambivalencia a la que estamos sometidos como seres humanos. Tratar de eliminar uno de los polos de tensión es eliminar la forma en que Dios ha querido revelarse en la humanidad de su Hijo. Todo lo que no asuma el drama humano puede ser una teoría muy clara y distinguida, pero no coherente con la revelación y por lo tanto ideológica. La fe para ser cristiana y no ilusoria debe configurarse dentro de los procesos humanos, sin estar limitada a ellos. También esta es una hermosa tensión. Es la tarea bella y exigente que nos ha dejado nuestro Señor, “el ya y todavía no” de la salvación. Y esto es muy importante: unidad en las diferencias. Esta es una tensión, pero es una tensión que siempre nos hace crecer en la Iglesia.

c. En tercer lugar. Hay una elección que como pastores no podemos eludir: formar al discernimiento. Discernimiento de estas cosas que parecen opuestas o que son opuestas para saber cuando una tensión, una oposición viene del Espíritu Santo y cuando viene del Maligno. Y, por eso, formar al discernimiento. Como creo haber entendido de la pregunta, la diversidad ofrece un escenario muy complicado. La cultura de la abundancia a la que estamos sometidos ofrece un horizonte de muchas posibilidades, presentándolas todas como válidas y buenas. Nuestros jóvenes están expuestos a un zapping constante. Pueden navegar en dos o tres pantallas abiertas simultáneamente, pueden interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Nos guste o no, es el mundo en el que se insertan y es nuestro deber como pastores ayudarles a atravesar este mundo. Por eso creo que sea bueno enseñarles a discernir, para que tengan las herramientas y los elementos que les ayuden a recorrer el camino de la vida sin que se extinga el Espíritu Santo que está dentro de ellos. En un mundo sin posibilidades de elección, o con menos posibilidades, tal vez las cosas parecerían más claras, no sé. Pero hoy en día nuestros fieles —y nosotros mismos— estamos expuestos a esta realidad, y por lo tanto estoy convencido de que como comunidad eclesial debemos incrementar el habitus del discernimiento. Y este es un reto, y requiere la gracia del discernimiento, para intentar aprender y tener el hábito del discernimiento. Esta gracia, desde los pequeños hasta los adultos, todos. De pequeños, es fácil que el papá y la mamá nos digan lo que debemos hacer, y eso está bien —hoy no creo que sea tan fácil; en mis tiempos sí, pero hoy no lo sé, pero de todas formas, es más fácil—. Pero a medida que crecemos, en medio de una multitud de voces donde aparentemente todas tienen razón, el discernimiento de lo que nos lleva a la Resurrección, a la Vida y no a una cultura de la muerte, es crucial. Por eso reitero tanto esta necesidad. Es una herramienta catequética y también para la vida. En la catequesis, en la guía espiritual, en las homilías tenemos que enseñar a nuestro pueblo, enseñar a los jóvenes, enseñar a los niños, enseñar a los adultos el discernimiento. Y enseñarles a pedir la gracia del discernimiento.

De esto habla esa parte de la Exhortación Evangelii gaudium titulada “La misión que se encarna en los límites humanos” [40-45] .Y este es el tercer punto al que he contestado. Son pequeñas cosas que quizás serán de ayuda en vuestra reflexión sobre las preguntas y después en el diálogo entre vosotros. Te lo agradezco mucho.

Pregunta 2 - Roberto Crespi, diácono permanente

Santidad, buenos días. Soy Roberto, diácono permanente. El diaconado entró en nuestro clero en 1990 y hoy somos 143; no es una cifra grande, pero es significativa. Somos hombres que viven plenamente su vocación al matrimonio o al celibato, pero viven también plenamente el mundo del trabajo y de la profesión y aportamos así al clero el mundo de la familia y del trabajo, llevamos la dimensión de la belleza y de la experiencia, pero también de la fatiga y alguna vez de las heridas. Le preguntamos entonces, como diáconos permanentes, ¿cuál es nuestra parte para que podamos ayudar a delinear ese rostro de la Iglesia que es humilde, que es desinteresada, que es bienaventurada, que sentimos que está en su corazón y de la que habla a menudo? Gracias por su atención y le aseguro nuestra oración junto con la de nuestras esposas y la de nuestras familias.

Papa Francisco:

Gracias. Vosotros, los diáconos, tenéis mucho que dar, mucho que dar. Pensemos en el valor de discernimiento. Dentro del presbiterio, podéis ser una voz autorizada para mostrar la tensión que existe entre el deber y el querer, las tensiones que se experimentan en la vida familiar —¡tenéis suegras, por poner un ejemplo!—, así como las bendiciones que se viven dentro de la vida familiar.

Pero hay que tener cuidado para no ver a los diáconos como medio sacerdotes y medio laicos. Es un peligro. Al final no están ni aquí ni allí. No, no se debe hacer, es un peligro. Verlos así hace daño y les hace daño. Esta manera de considerarlos debilita el poder del carisma propio del diaconado. Quiero insistir en esto: el carisma propio del diaconado. Y este carisma está en la vida de la Iglesia. Tampoco es buena la imagen del diácono como una especie de intermediario entre los fieles y los pastores. Ni a mitad de camino entre los curas y los laicos, ni a mitad de camino entre los pastores y los fieles. Y hay dos tentaciones. Hay el peligro del clericalismo: el diácono que es demasiado clerical. No, no, esto está mal. A veces veo que alguno cuando ayuda en la liturgia parece querer tomar el lugar del sacerdote. El clericalismo, cuidado con el clericalismo. Y la otra tentación, el funcionalismo: es una ayuda que tiene el sacerdote para esto o lo otro... es un chico para realizar algunas tareas y no para otras cosas... No. Tenéis un carisma claro en la Iglesia y tenéis que construirlo.

El diaconado es una vocación específica, es una vocación familiar que llama al servicio. Me gusta mucho cuando [en los Hechos de los Apóstoles] los primeros cristianos helenistas van donde los apóstoles para quejarse de que sus viudas y sus huérfanos no estaban bien atendidos, e hicieron aquella reunión, aquel “sínodo” entre los apóstoles y los discípulos, y se “inventaron” los diáconos para servir. Y esto es muy interesante para nosotros como obispos, pues todos aquellos eran obispos, aquellos que “hicieron” a los diáconos. ¿Y qué nos dice? Que los diáconos sean servidores. Después se dieron cuenta de que, en ese caso, era para ayudar a las viudas y huérfanos; pero servir. Y a nosotros, los obispos: la oración y el anuncio de la Palabra; y esto nos demuestra cual es el carisma más importante de un obispo: la oración. ¿Cuál es la tarea de un obispo, la primera tarea? La oración. La segunda tarea: anunciar la Palabra. Pero se puede ver claramente la diferencia. Y vosotros [diáconos]: el servicio. Esta palabra es la clave para la comprensión de vuestro carisma. El servicio como uno de los dones característicos del pueblo de Dios El diácono es — por así decirlo— el custodio del servicio en la Iglesia. Cada palabra debe calibrarse muy bien. Vosotros sois los custodios del servicio en la Iglesia: el servicio de la Palabra, el servicio del altar, el servicio a los pobres. Es vuestra misión, la misión del diácono y ​​su contribución consisten en esto: en recordarnos que la fe, en sus diversas expresiones —la liturgia comunitaria, la oración personal, las diferentes formas de caridad— y en sus diversos estados de vida —laico, clerical, familiar— tienen una dimensión esencial de servicio. El servicio a Dios y a los hermanos. ¡Y cuánto camino hay que recorrer en este sentido! ¡Sois los custodios del servicio en la Iglesia!

En ello radica el valor de los carismas en la Iglesia, que son un recuerdo y un don para ayudar a todo el pueblo de Dios a no perder la perspectiva ni las riquezas de la acción de Dios. Vosotros no sois medio curas y medio laicos — esto sería “funcionalizar” el diaconado —, sois sacramento de servicio a Dios y a los hermanos. Y de esta palabra, “servicio”, se deriva todo el desarrollo de vuestro trabajo, de vuestra vocación, del vuestro ser en la Iglesia. Una vocación que al igual que todas las vocaciones no es solamente individual, sino que se vive en la familia y con la familia; dentro del Pueblo de Dios y con el pueblo de Dios

Sintetizando:

— No hay servicio del altar, no hay liturgia que no se abra al servicio de los pobres, y no hay servicio a los pobres que no conduzca a la liturgia.

— No hay vocación eclesial que no sea familiar.

Esto nos ayuda a revalorizar al diaconado como vocación eclesial.

Por último, hoy parece que todo tenga que “servirnos”, como el fin de todo fuera el individuo: la oración “me sirve”, la comunidad “me sirve”, la caridad “me sirve”. Es un dato de nuestra cultura. Vosotros sois el don que el Espíritu nos da para ver que el camino justo va al contrario: en la oración sirvo, en la comunidad sirvo, con la solidaridad sirvo a Dios y al prójimo. Y que Dios os conceda la gracia de crecer en este carisma de custodiar el servicio en la Iglesia. Gracias por lo que hacéis.

Pregunta 3 - Madre M. Paola Paganoni, OSC

Santidad, soy la Madre Paola de las Ursulinas y estoy aquí en nombre de toda la vida consagrada presente en la Iglesia milanesa pero también de toda Lombardía. Le damos las gracias por su presencia, pero sobre todo por el testimonio de vida que nos da. Desde santa Marcelina, hermana de Ambrosio, hasta nuestros días la vida consagrada en la Iglesia milanesa ha sido presencia viva y significativa con formas antiguas —y las ha visto aquí— y con formas nuevas. Queremos preguntarle, Padre, cómo ser, para el hombre de hoy, testigos de profecía, como usted dice: custodios de la maravilla, y testimoniar con nuestra pobre vida, pero una vida que sea obediente, virgen, pobre y fraternal. Y luego, dadas nuestras pocas— parecemos muchas, pero la edad es elevada— dadas nuestras pocas fuerzas, para el futuro ¿qué periferias existenciales, que ámbitos elegir, a cuáles dar prioridad, teniendo conciencia de nuestra minoría –minoría en la sociedad y minoría en la Iglesia? Gracias. Le aseguramos nuestro recuerdo cotidiano.

Papa Francisco.

Gracias. Me gusta, me gusta la palabra “minoría”. Es cierto que es el carisma de los franciscanos, pero todos tenemos que ser “menores” es una actitud espiritual, la minoridad, que es el sello de los cristianos. Me gusta que haya utilizado esa palabra. Y voy a empezar con esta última palabra: minoría, la minoría. Por lo general — pero no digo que sea su caso — es una palabra que se acompaña de un sentimiento: “Parecemos muchas, pero somos mayores, somos pocas...”. Y, ¿cuál es el sentimiento que está debajo? La resignación. Mal sentimiento. Sin darnos cuenta, cada vez que pensamos o constatamos que somos pocos, o en muchos casos ancianos, experimentamos el peso, la fragilidad más que el esplendor, nuestro espíritu comienza a erosionarse por la resignación. Y la resignación lleva a la pereza... Os recomiendo, si tenéis tiempo, que leáis lo que los Padres del desierto dicen sobre la pereza: es algo muy actual hoy. Creo que aquí nace la primera acción a la que debemos prestar atención: pocos sí, minoría sí, ancianos, sí, ¡resignados no! Son hilos muy finos que se ven sólo delante del Señor examinando nuestro interior. El cardenal, cuando habló, dijo dos palabras que me impresionaron mucho. Hablando de la misericordia dijo que la misericordia “restaura y da la paz.” Un buen remedio contra la resignación es esta misericordia que restaura y da la paz. Cuando caigamos en la resignación y nos alejemos de la misericordia, vayamos inmediatamente donde alguno, donde alguna, donde el Señor a pedir misericordia, para que nos restaure y nos de la paz.

Cuando la resignación se apodera de nosotros, vivimos con el imaginario de un pasado glorioso que, lejos de despertar el carisma inicial, nos envuelve cada vez más en una espiral de pesadez existencial. Todo se vuelve más pesado y difícil de levantar. Y aquí, esto es algo que yo no había escrito pero que digo ahora, es un poco feo decirlo, pero lo siento, sucede, y lo voy a decir. Empiezan a ser pesadas las estructuras, vacías, no sabemos cómo hacer y pensamos en vender las estructuras para conseguir dinero, el dinero para la vejez... Empieza a ser pesado el dinero que tenemos en el banco... Y la pobreza, ¿dónde está? Pero el Señor es bueno, y cuando una congregación religiosa no sigue el camino del voto de pobreza, por lo general envía un mal ecónomo o ecónoma que destruye todo. ¡Y esto es una gracia! [Risas, aplausos] Estaba diciendo que todo se vuelve pesado y difícil de levantar. Y la tentación siempre está en buscar certezas humanas. He hablado del dinero, que es una de las seguridades humanas que tenemos más cerca. Por eso, es bueno para todos nosotros volver a los orígenes, ir en peregrinación a los orígenes, una memoria que nos salva de cualquier imaginación gloriosa, pero irreal del pasado.

“La mirada creyente es capaz de reconocer —dice la Evangelii gaudium— la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña (n. 84)”.

Nuestros padres y madres fundadoras no pensaron nunca en ser una multitud o una gran mayoría. Nuestros fundadores se sintieron movidos por el Espíritu Santo en un momento concreto de la historia a ser presencia gozosa del Evangelio para los hermanos; a renovar y edificar la Iglesia como levadura en la masa, como sal y luz del mondo. Estoy pensando, tengo clara la frase de uno de los fundadores, pero muchos han dicho lo mismo: “Tened miedo de la multitud” Que no vengan muchos, por miedo a no formarlos bien, el miedo de no dar el carisma ... Uno la llamaba la “turba multa”. No. Ellos pensaban simplemente en llevar adelante el Evangelio, el carisma.

Creo que una de las razones que nos impiden o nos privan de la alegría estriba en este aspecto. Nuestras congregaciones no nacieron para ser la masa, sino un poco de sal y un poco de levadura, que habría contribuido a que creciera la masa; para que el pueblo de Dios tuviera ese “condimento” que le faltaba. Durante muchos años hemos tenido la tentación de creer, y tantos hemos crecido con la idea de que las familias religiosas debían poseer espacios más que iniciar procesos. Y esta es una tentación. Tenemos que iniciar procesos, no poseer espacios. Yo tengo miedo de las estadísticas, porque nos engañan tantas veces. Nos dicen la verdad de una parte, pero después se cede el paso a la ilusión y nos llevan al engaño. Poseer espacios, más que iniciar procesos: estábamos tentados de esto porque pensábamos que ,como éramos muchos, el conflicto podría prevalecer sobre la unidad; que las ideas (o nuestra incapacidad de cambiar) eran más importantes que la realidad; o que la parte (nuestra pequeña parte o visión del mundo) era superior al todo eclesial (cf. ibid., 222-237) . Es una tentación. Nunca he visto a un pizzaiolo que para hacer la pizza toma medio kilo de levadura y 100 gramos de harina, no. Al contrario. Poca levadura para que suba la harina.

Hoy la realidad nos interpela, la realidad de hoy nos invita a ser de nuevo un poco de levadura, un poco de sal. Ayer por la noche, L'Osservatore Romano, que sale por la noche pero con la fecha de hoy, publicó la despedida de las dos últimas Hermanitas de Jesús de Afganistán, entre los musulmanes, porque no había más [hermanas] y ahora, como eran ancianas, han tenido que volver. Hablaban afgano. Las querían todos: musulmanes, católicos, cristianos ... ¿Por qué? Porque eran testigos. ¿Por qué? Porque estaban consagradas a Dios. Padre de todos. Y pensé, dije al Señor, mientras lo leía —buscadlo hoy en L'Osservatore Romano, que nos hará pensar en su pregunta—: “Pero Jesús, ¿por qué dejas a esta gente así?”. Y me vino a la memoria el pueblo coreano, que tenía al principio 3 o 4 misioneros chinos —al principio— y durante dos siglos, el mensaje lo llevaban solamente los laicos. Los caminos del Señor son como Él quiere que sean. Pero nos hará bien hacer un acto de fe: ¡Es Él quien lleva la historia! Es verdad. Hagamos todo para crecer, para ser fuertes... pero nada de resignación. Iniciar procesos. Hoy la realidad nos interpela —repito— la realidad que nos invita a ser de nuevo un poco de levadura, un poco de sal. ¿Se puede pensar en una comida con mucha sal? Nadie la comería, nadie podría digerirla. Hoy, la realidad —por muchos factores que no podemos pararnos ahora a analizar— nos llama a iniciar procesos más que a poseer espacios, a luchar por la unidad más que a apegarnos a los conflictos del pasado, a escuchar la realidad, a abrirnos a la “masa”, al santo pueblo fiel de Dios, al todo eclesial. Abrirse al todo eclesial.

Una minoría bendecida, que está invitada nuevamente a subir, a subir en línea con lo que el Espíritu Santo ha inspirado en los corazones de vuestros fundadores, y en el corazón de vosotras mismas. Es lo que hace falta hoy.

Paso a una última cosa. No me atrevería a deciros a que periferias existenciales debe dirigirse la misión, porque normalmente el Espíritu ha inspirado carismas para las periferias, para ir a los lugares, a los rincones, por lo general, abandonados. No creo que el Papa os pueda decir: Ocupaos de esta o de aquella. Lo que el Papa puede deciros es esto: sois pocas, sois pocos, los que seáis, id a las periferias, id a las fronteras a encontraros con el Señor, a renovar la misión de los orígenes, a la Galilea del primer encuentro, ¡volved a la Galilea del primer encuentro! Y esto nos hará bien a todos, nos hará crecer, nos hará multitud. Me viene ahora a la mente la confusión que sintió nuestro Padre Abraham: Le hicieron mirar al cielo: “Cuenta las estrellas —pero no podía—. Así será tu descendencia”. ¡Contar las estrellas!. Y luego: “Tu único hijo” —el único, el otro se había ido ya, pero éste tenía la promesa— “llévalo al monte y ofrécemelo en sacrificio”. De la multitud de estrellas, a sacrificar a su hijo, la lógica de Dios no se entiende. Se obedece, solamente. Y este es el camino que debéis seguir. Elegid las periferias, despertad procesos, encended la esperanza apagada y minada por una sociedad que se ha vuelto insensible al dolor de los demás. En nuestra fragilidad como congregaciones podemos hacernos más atentos a las tantas fragilidades que nos rodean y transformarlas en espacio de bendición. Llegará el momento en que el Señor os dirá: “Párate, hay una cabra allí. No sacrifiques a tu único hijo”. Id y llevad la “unción” de Cristo, id. No os estoy echando. Solamente digo: id y llevad la misión de Cristo, vuestro carisma.

Y no olvidemos que “cuando se pone a Jesús en medio de su pueblo, este encuentra la alegría. Y sí, sólo eso podrá devolvernos la alegría y la esperanza, sólo eso nos salvará de vivir en una actitud de supervivencia. Por favor, no, eso es resignación. Sólo eso hará fecunda nuestra vida y mantendrá vivo nuestro corazón. Poniendo a Jesús en donde tiene que estar: en medio de su pueblo” (Homilía en la santa misa de la Presentación del Señor, XXI J.M. de la vida consagrada, 2 de febrero de 2017). Y esta es vuestra tarea. Gracias, madre. Gracias.

Y ahora recemos juntos. Os daré la bendición y os pido, por favor, que recéis por mí porque necesito que me sostengan las oraciones del Pueblo de Dios, de los consagrados y de los sacerdotes. Muchas gracias.

Oremos

sábado, 6 de noviembre de 2021

Sábado 11 diciembre 2021, san Dámaso, papa, memoria libre.

TEXTOS MISA

En la memoria:
11 de diciembre
San Dámaso I, papa

Oración colecta propia. El resto de la feria de Adviento.

Monición de entrada
Recordamos en esta celebración a san Dámaso I, papa, de origen español. nacido hacia el año 305. Su memoria perdura en la Iglesia por su magisterio en defensa de la fe contra cismas y herejías, por los epitafios que compuso para venerar los sepulcros de los mártires de Roma y, sobre todo, por su decisión de traducir al latín las Sagradas Escrituras y las oraciones de la liturgia, de modo que fueran más comprensibles para el pueblo, que ya no comprendía el griego. La traduccion de la Sagrada Escritura se la confió a su gran amigo y experto, san Jerónimo. Murió el año 384.

Oración colecta
Concédenos, Señor, celebrar siempre los méritos de tus mártires, a quienes el papa san Dámaso, profesó devoción y amor. Por nuestro Señor Jesucristo.
Praesta, quaesumus, Dómine, ut mártyrum tuórum iúgiter mérita celebrémus, quorum éxstitit beátus Dámasus papa cultor et amátor. Per Dóminum.

Papa Francisco, Discurso al XXVIII curso sobre fuero interno organizado por la Penitenciaría Apostólica (17-marzo-2017).

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL XXVIII CURSO SOBRE EL FUERO INTERNO ORGANIZADO POR LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA

Sala Pablo VI, Viernes 17 de marzo de 2017

Queridos hermanos:

Estoy feliz de encontrarme con con vosotros, en esta primera audiencia después del Jubileo de la Misericordia, con ocasión del curso anual sobre el Foro Interno. Dirijo un cordial saludo al cardenal Penitenciario mayor, y le doy las gracias por sus corteses palabras. Saludo al Regente, a los Prelados, a los oficiales y al personal de la Penitenciaría, a los colegas de los penitenciarios ordinarios y extraordinarios de las Basílicas Papales in Urbe, y a todos vosotros participantes en este curso.

En realidad, os lo confieso, este de la Penitenciaría es el tipo de tribunal ¡que me gusta de verdad! porque es un “tribunal de la misericordia”, al cual se dirige para obtener ¡esa indispensable medicina para nuestra alma que es la Misericordia divina!

Vuestro curso sobre el foro interno, que contribuye a la formación de buenos confesores, es lo más útil e incluso diría necesario en nuestros días. Cierto, no se convierte en buenos confesores gracias a un curso, no: la de la confesión es una “larga escuela”, que dura toda la vida. Pero ¿Quién es el “buen confesor”? ¿Cómo se convierte en un buenos confesores?

Querría indicar, al respecto, tres aspectos:

1. Un “buen confesor” es, ante todo, un verdadero amigo de Jesús Buen Pastor. Sin esta amistad, será muy difícil madurar esa paternidad, tan necesaria en el ministerio de la reconciliación. Ser amigos de Jesús significa ante todo cultivar la oración. Tanto una oración personal con el Señor, pidiendo incesantemente el don de la caridad pastoral; como una oración específica para el ejercicio de la tarea de confesores y por los fieles, hermanos y hermanas que se acercan a nosotros en busca de la misericordia de Dios.

Un ministerio de la reconciliación “envuelto de oración” será reflejo creíble de la misericordia de Dios y evitará esas asperezas e incomprensiones que, de vez en cuando, se podrían generar incluso en el encuentro sacramental. Un confesor que reza sabe bien que es él mismo el primer pecador y el primer perdonado. No se puede perdonar en el sacramento sin la conciencia de haber sido perdonado antes. Y entonces la oración es la primera garantía para evitar toda actitud de dureza, que inútilmente juzga al pecador y no el pecado.

En la oración es necesario implorar el don de un corazón herido, capaz de comprender las heridas de los demás y de sanarlas con el óleo de la misericordia, lo que el buen samaritano derramó sobre las llagas de ese desafortunado, por el cual nadie había tenido piedad (cf. Lucas 10, 34).

En la oración debemos pedir el precioso don de la humildad, para que aparezca siempre claramente que el perdón es don gratuito y sobrenatural de Dios, del cual nosotros somos simples, aunque necesarios, administradores, por voluntad misma de Jesús; y Él se complacerá ciertamente si hacemos largo uso de su misericordia.

En la oración, además, invocamos siempre al Espíritu Santo, que es el Espíritu de discernimiento y de compasión. El Espíritu permite empatizar con los sufrimientos de las hermanas y los hermanos que se acercan al confesionario y de acompañarlos con prudente y maduro discernimiento y con verdadera compasión por los sufrimientos, causados por la pobreza del pecado.

2. El buen confesor es, en segundo lugar, un hombre del Espíritu, un hombre del discernimiento. ¡Cuánto mal viene de la falta de discernimiento! ¡Cuánto mal viene a las almas por un actuar que no echa raíces en la escucha humilde del Espíritu Santo y de la voluntad de Dios!. El confesor no hace su propia voluntad y no enseña una doctrina propia. Él es llamado a hacer siempre y solo la voluntad de Dios, en plena comunión con la Iglesia, de la cual es ministro, es decir, siervo.

El discernimiento permite distinguir siempre, para no confundir, y para no generalizar. El discernimiento educa la mirada y el corazón, permitiendo esa delicadeza de alma tan necesaria ante quien abre el sagrario de la propia conciencia para recibir luz, paz y misericordia.

El discernimiento es necesario también porque, quien se acerca al confesionario, puede provenir de las más disparatadas situaciones; podría tener también trastornos espirituales, cuya naturaleza debe ser sometida al atento discernimiento, teniendo en cuenta todas las circunstancias existenciales, eclesiales, naturales y sobrenaturales. Allí donde el confesor se diese cuenta de la presencia de auténticos y verdaderos trastornos espirituales —que pueden ser incluso en gran parte psíquicos, y eso debe ser verificado a través de una sana colaboración con las ciencias humanas—, no deberá dudar en referirlo a quienes, en la diócesis, están encargados de este delicado y necesario ministerio, es decir los exorcistas. Pero estos deben ser elegidos con mucho cuidado y prudencia.

3. Por último, el confesionario es también un auténtico y verdadero lugar de evangelización. No hay, efectivamente, evangelización más auténtica que el encuentro con el Dios de la misericordia, con el Dios que es Misericordia. Encontrar la misericordia significa encontrar el verdadero rostro de Dios, así como el Señor Jesús nos lo ha revelado.

El confesionario es entonces lugar de evangelización y por tanto de formación. Durante el breve diálogo que entabla con el penitente, el confesor está llamado a discernir qué cosa es más útil y qué cosa es, incluso, necesaria para el camino espiritual de ese hermano o de esa hermana; de vez en cuando será necesario volver a anunciar las más elementales verdades de fe, el núcleo incandescente, el kerigma, sin el cual la misma experiencia del amor de Dios y de su misericordia permanecería como muda; algunas veces se intentará indicar los fundamentos de la vida moral, siempre en relación con la verdad, el bien y la voluntad del Señor. Se trata de una obra de preparado e inteligente discernimiento, que puede hacer mucho bien a los fieles.

El confesor, efectivamente, está llamado cotidianamente a dirigirse a “las periferias del mal y del pecado” —¡esta es una fea periferia!— y su obra representa una auténtica prioridad pastoral. Confesar es prioridad pastoral. Por favor, que no haya esos carteles: “se confiesa solo el lunes, miércoles de tal hora a tal hora”. Se confiesa cada vez que te lo piden. Y si tú estás ahí [en el confesionario] rezando, estás con el confesionario abierto, que es el corazón de Dios abierto.

Queridos hermanos, os bendigo y os deseo que seáis buenos confesores: sumidos en la relación con Cristo, capaces de discernimiento en el Espíritu Santo y preparados para acoger la ocasión de evangelizar.

Rezad siempre por los hermanos y hermanas que se acercan al sacramento del perdón. Y, por favor, rezad también por mí.

Y no querría finalizar sin una cosa que me vino a la mente cuando el cardenal Prefecto ha hablado. Él ha hablado de las llaves y de la Virgen, y me ha gustado, y diré una cosa... dos cosas. A mí me ha hecho mucho bien cuando, de joven, leía el libro de san Alfonso María de Liguori sobre la Virgen: «Las glorias de María». Siempre, al final de cada capítulo, había un milagro de la Virgen, con el cual ella entraba en medio de la vida y arreglaba las cosas. Y la segunda cosa. Sobre la Virgen hay una leyenda, una tradición que me han contado que existe en el sur de Italia: la Virgen de las mandarinas. Es una tierra donde hay muchas mandarinas ¿No es verdad? Y dicen que sea la patrona de los ladrones [ríe, ríen]. Dicen que los ladrones van a rezar allí. Y la leyenda —así cuentan— es que los ladrones que rezan a la Virgen de las mandarinas, cuando mueren, está la fila delante de Pedro que tiene las llaves, y abre y deja pasar uno, después abre y deja pasar otro; y la Virgen, cuando ve a uno de estos, les hace una señal para que se escondan; y luego, cuando han pasado todos, Pedro cierra y llega la noche y la Virgen desde la ventana le llama y le deja entrar por la ventana. Es una narración popular, pero es muy bonita: perdonar con la Mamá al lado; perdonar con la Madre. Porque esta mujer, este hombre que viene al confesionario, tiene una Madre en el Cielo que le abrirá la puerta y le ayudará en el momento de entrar en el Cielo. Siempre la Virgen, porque la Virgen nos ayuda también a nosotros en el ejercicio de la misericordia. Doy las gracias al cardenal por estas dos señales: las llaves y la Virgen. Muchas gracias.

viernes, 5 de noviembre de 2021

Papa Francisco, Discurso en un curso sobre el proceso matrimonial (25 febrero-2017).

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO SOBRE EL PROCESO MATRIMONIAL

Sala Clementina, Sábado 25 de febrero de 2017

Queridos hermanos:

Estoy feliz de encontraros al final del curso de formación para los párrocos, promovido por la Rota Romana, sobre el nuevo proceso matrimonial. Doy gracias al decano y al pro decano por su compromiso a favor de estos cursos formativos. Cuanto ha sido discutido y promovido en el Sínodo de los Obispos sobre el tema “Matrimonio y familia”, ha sido implementado e integrado de forma orgánica en la exhortación apostólica Amoris laetitia y traducido en oportunas normas jurídicas contenidas en dos procedimientos específicos: el motu proprio Mitis Iudex y el motu proprio Misericors Jesus. Es bueno que vosotros párrocos, a través de estas iniciativas de estudio, podáis profundizar tal material, porque sois sobre todo vosotros los que lo aplicáis concretamente en el contacto cotidiano con las familias.

En la mayor parte de los casos sois los primeros interlocutores de los jóvenes que desean formar una nueva familia y casarse por el sacramento del matrimonio. Y también se dirigen a vosotros esos cónyuges que, a causa de serios problemas en su relación, se encuentran en crisis, necesitan reavivar la fe y redescubrir la gracia del sacramento; y en ciertos casos piden indicaciones para iniciar un proceso de nulidad. Nadie mejor que vosotros conoce y está en contacto con la realidad del tejido social en el territorio, experimentando la complejidad variada: uniones celebradas en Cristo, uniones de hecho, uniones civiles, uniones fracasadas, familias y jóvenes felices e infelices. De cada persona y de cada situación vosotros estáis llamados a ser compañeros de viaje para testimoniar y sostener.

En primer lugar que sea vuestro primor testimoniar la gracia del sacramento del matrimonio y el bien primordial de la familia, célula vital de la Iglesia y de la sociedad, mediante la proclamación de que el matrimonio entre un hombre y una mujer es un signo de la unión esponsal entre Cristo y la Iglesia. Tal testimonio lo realizáis concretamente cuando preparáis a los novios al matrimonio, haciéndoles conscientes del significado profundo del paso que van a realizar, y cuando acompañáis con cercanía a las parejas jóvenes, ayudándolas a vivir en las luces y en las sombras, en los momentos de alegría y en los de cansancio, la fuerza divina y la belleza de su matrimonio. Pero yo me pregunto cuántos de estos jóvenes que vienen a los cursos prematrimoniales entienden qué significa “matrimonio”, el signo de la unión de Cristo y de la Iglesia. “Sí, sí” —dicen que sí, pero ¿entienden esto?— ¿Tienen fe en esto? Estoy convencido de que se necesita un verdadero catecumenado para el sacramento del matrimonio, y no hacer la preparación con dos o tres reuniones y después ir adelante.

No dejéis de recordar siempre a los esposos cristianos que en el sacramento del matrimonio Dios, por así decir, se refleja en ellos, imprimiendo su imagen y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio, de hecho, es icono de Dios, creado para nosotros por Él, que es comunión perfecta de las tres Personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Que el amor de Dios Uno y Trino y el amor entre Cristo y la Iglesia su esposa sean el centro de la catequesis y de la evangelización matrimonial: que a través de encuentros personales o comunitarios, programados o espontáneos, no os canséis de demostrar a todos, especialmente a los esposos, este “misterio grande” (cf. Efesios 5, 32).

Mientras ofrecéis este testimonio, sea vuestra tarea también sostener a los que se han dado cuenta del hecho de que la unión no es un verdadero matrimonio sacramental y quieren salir de esta situación. En esta delicada y necesaria obra hacedlo de tal forma que vuestros fieles os reconozcan no tanto como expertos de actos burocráticos o de normas jurídicas, sino como hermanos que se ponen en una actitud de escucha y de comprensión.

Al mismo tiempo, haceros cercanos, con el estilo propio del Evangelio, en el encuentro y en la acogida de esos jóvenes que prefieren vivir juntos sin casarse. Estos, en el plano espiritual y moral, están entre los pobres y los pequeños, hacia los cuales la Iglesia, tras las huellas de su Maestro y Señor, quiere ser madre que no abandona sino que se acerca y cuida. También estas personas son amadas por el corazón de Cristo. Tened hacia ellos una mirada de ternura y de compasión. Este cuidado de los últimos, precisamente porque emana del Evangelio, es parte esencial de vuestra obra de promoción y defensa del sacramento del matrimonio. La parroquia es, de hecho, lugar por antonomasia de la salus animarum. Así enseñaba el beato Pablo VI: «La parroquia […] es la presencia de Cristo en la plenitud de su función salvadora […] es la casa del Evangelio, la casa de la verdad, la escuela de Nuestro Señor» (Discurso en la parroquia de la Gran Madre de Dios en Roma, 8 de marzo de 1964: Enseñanzas II [1964], 1077).

Queridos hermanos, hablando recientemente a la Rota Romana aconsejé realizar un verdadero catecumenado de los futuros esposos, que incluya todas las etapas del camino sacramental: los tiempos de la preparación al matrimonio, de su celebración y de los años inmediatamente sucesivos. A vosotros párrocos, indispensables colaboradores de los obispos, se os confía especialmente tal catecumenado. Os animo a realizarlo a pesar de las dificultades que podáis encontrar. Y creo que la dificultad más grande sea pensar o vivir el matrimonio como un hecho social —“nosotros debemos hacer este hecho social”— y no como un verdadero sacramento, que requiere una preparación larga, larga.

Os doy las gracias por vuestro compromiso a favor del anuncio del Evangelio de la familia. El Espíritu Santo os ayude a ser ministros de paz y de consolación en medio del santo pueblo fiel de Dios, especialmente hacia las personas más frágiles y necesitadas de vuestra cuidado pastoral. Mientras os pido que recéis por mí, de corazón os bendigo a cada uno de vosotros y vuestras comunidades parroquiales. Gracias.

jueves, 4 de noviembre de 2021

Jueves 9 diciembre 2021, Jueves de la II semana de Adviento, feria.

TEXTOS MISA

Jueves de la II semana de Adviento

Antífona de entrada Cf. Sal 118, 151-152
Tú, Señor, estás cerca y todos tus caminos son verdaderos; hace tiempo comprendí tus preceptos, porque tú eres eterno.
Prope es tu, Dómine, et omnes viae tuae véritas; inítio cognóvi de testimóniis tuis, quia in aetérnum tu es.

Oración colecta
Señor, aviva nuestros corazones para que preparemos los caminos a tu Unigénito, y, por su venida, merezcamos servirte con un corazón puro. Por nuestro Señor Jesucristo.
Excita, Dómine, corda nostra ad praeparándas Unigéniti tui vias, ut, per eius advéntum, purificátis tibi méntibus servíre mereámur. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Jueves de la II semana de Adviento, feria (Lec. II).

PRIMERA LECTURA Is 41, 13-20
Yo soy tu libertador, el Santo de Israel

Lectura del libro de Isaías.

Yo, el Señor, tu Dios, te tomo por la diestra y te digo:
«No temas, yo mismo te auxilio».
No temas, gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio -oráculo del Señor-, tu libertador es el Santo de Israel.
Mira, te convierto en trillo nuevo, aguzado, de doble filo: trillarás los montes hasta molerlos; reducirás a paja las colinas; los aventarás, y el viento se los llevará, el vendaval los dispersará.
Pero tú te alegrarás en el Señor, te gloriarás en el Santo de Israel.
Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la encuentran; su lengua está reseca por la sed.
Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.
Haré brotar ríos en cumbres desoladas, en medio de los valles, manantiales; transformaré el desierto en marisma y el yermo en fuentes de agua.
Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos, y olivares; plantaré en la estepa cipreses, junto con olmos y alerces, para que vean y sepan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor

Salmo responsorial Sal 144,1bc y 9. 10-11. 12-13ab (R.: 8)
R. 
El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ.

V. Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
R. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ.

V. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que té bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
R. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ.

V. Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
R. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ.

Aleluya Cf. Is 45, 8
R. 
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Cielos, destilad desde lo alto al Justo, las nubes lo derramen, se abra la tierra y brote el Salvador. R.
Roráte, cæli, désuper, et nubes pluant iustum; aperiátur terra, et gérminet Salvatórem.

EVANGELIO Mt 11, 11-15
No ha nacido uno más grande que Juan el Bautista
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo.
El que tenga oídos, que oiga».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Ángelus 15-diciembre-2019
Pensemos: toda su vida Juan esperó al Mesías; su estilo de vida, su cuerpo mismo, está moldeado por esta espera. Por eso también Jesús lo alaba con estas palabras: «no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista» (Mt 11, 11). Sin embargo, él también tuvo que convertirse a Jesús. Como Juan, también nosotros estamos llamados a reconocer el rostro que Dios eligió asumir en Jesucristo, humilde y misericordioso.

Oración de los fieles
Oremos al Padre, por mediación de Jesucristo, nuestro Sacerdote y Salvador.
- Para que toda la Iglesia trabaje para hacer presente en nuestro mundo el reino de Dios. Roguemos al Señor.
- Para que todos los hombres sepan reconocer los signos de la venida y presencia de Cristo entre nosotros. Roguemos al Señor.
- Para que los pobres y los necesitados confíen en la providencia del Padre, que no los abandona. Roguemos al Señor.
- Para que cada uno de nosotros experimente la seguridad en Dios Padre que nos dice: «No temas, yo mismo te auxilio». Roguemos al Señor.
Que todos vean y reconozcan, Señor, lo que ha hecho tu mano por nosotros. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
Acepta, Señor, este pan y este vino, escogidos de entre los bienes que hemos recibido de ti, y concédenos que esta eucaristía, que nos permites celebrar ahora en nuestra vida mortal, sea para nosotros prenda de salvación eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
Súscipe, quaesumus, Dómine, múnera, quae de tuis offérimus colláta benefíciis, et, quod nostrae devotióni concédis éffici temporáli, tuae nobis fiat praemium redemptiónis aetérnae. Per Christum.

PREFACIO III DE ADVIENTO
CRISTO, SEÑOR Y JUEZ DE LA HISTORIA
En verdad es justo darte gracias, es nuestro deber cantar en tu honor himnos de bendicion y de alabanza, Padre todopoderoso, principio y fin de todo lo creado.
Tú nos has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá, revestido de poder y de gloria, sobre las nubes del cielo.
En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva.
El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino.
Por eso, mientras aguardamos su última venida, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…


PLEGARIA EUCARÍSTICA II

Antífona de la comunión Tit 2, 12-13

Llevemos ya desde una vida honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios.
Iuste et pie vivámus in hoc saeculo, exspectántes beátam spem et advéntum glóriae magni Dei.

Oración después de la comunión
Señor, que fructifique en nosotros la celebración de estos sacramentos, con los que tú nos enseñas, ya en nuestra vida mortal, a descubrir el valor de los bienes eternos y a poner en ellos nuestro corazón. Por Jesucristo nuestro Señor.
Prosint nobis, quaesumus, Dómine, frequentáta mystéria, quibus nos, inter praetereúntia ambulántes, iam nunc instítuis amáre caeléstia et inhaerére mansúris. Per Christum.