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domingo, 30 de junio de 2019

Domingo 4 agosto 2019, XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo C.

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Monición de entrada
Año C
En el día del Señor Resucitado nos encontramos reunidos en la casa del Señor para celebrar la eucaristía. Cristo está en medio de nosotros y nos llama a poner siempre nuestro corazón en las cosas de Dios para que nuestra vida sea expresión y testimonio de la verdadera ríqueza y de la vida nueva que solo él puede dar. Dispongámonos a esta celebración para participar activa y piadosamente.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año C
- Jesús, rico en misericordia: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Jesús, hecho pobre para enriquecernos a todos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Jesús, herencia de los elegidos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición de la aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA Ecl 1, 2; 2, 21-23
¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?
Lectura del libro del Eclesiastés.

¡Vanidad de vanidades!, —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia.
Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?
De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17 (R.: 1bc)
R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Dómine, refúgium factus es nobis, a generatióne in generatiónem.

V. Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;
una vela nocturna.
R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Dómine, refúgium factus es nobis, a generatióne in generatiónem.

V. Si tú los retiras
son como un sueño,

como hierba que se renueva
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Dómine, refúgium factus es nobis, a generatióne in generatiónem.

V. Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando?
Ten compasión de tus siervos.
R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Dómine, refúgium factus es nobis, a generatióne in generatiónem.

V. Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos.
R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Dómine, refúgium factus es nobis, a generatióne in generatiónem.

SEGUNDA LECTURA Col 3, 1-5. 9-11
Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.

Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Mt 5, 3
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. R.
Beáti páuperes spíritu, quoniam ipsórum est regnum cælórum.

EVANGELIO Lc 12, 13-21
¿De quién será lo que has preparado?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?».
Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.
Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
Homilía en santa Marta, Lunes 23 de octubre de 2017
La idolatría del dinero
El Evangelio de hoy (Lc 12, 13-21) propone la parábola del hombre rico y cuyo dinero es su dios, y nos lleva a pensar en lo vano que es apoyarse en los bienes terrenos, cuando el verdadero tesoro es el trato con el Señor.
Ante la abundancia de su cosecha, ese hombre no se detiene: piensa en ampliar sus almacenes y, en su fantasía, en alargar su vida. O sea, le lleva a adquirir más bienes, hasta la náusea, no conociendo saciedad alguna. Entra en ese movimiento del consumismo exasperado.
Cuando el hombre se vuelve esclavo del dinero es Dios quien pone límite a ese apegamiento al dinero. Y no es una fábula que Jesús inventa: es la realidad. ¡Es la realidad de hoy! La realidad de hoy. Tantos hombres que viven para adorar al dinero, para hacer del dinero su propio dios. Tantas personas que solo viven por eso, y la vida no tiene sentido. Así será el que amasa riquezas para sí -dice el Señor- y no es rico ante Dios.
Recuerdo un episodio sucedido hace años en otra diócesis, cuando un rico empresario, aun sabiendo que estaba gravemente enfermo, compró obstinadamente una villa sin pensar que en breve tendría que presentarse ante Dios. Y hoy también existen esas personas hambrientas de dinero y de bienes terrenos, gente que tiene muchísimo, ante niños famélicos que no tienen medicinas, que no tienen educación, que están abandonados: se trata de una idolatría que mata, que hace sacrificios humanos.
Esa idolatría hace morir de hambre a mucha gente. Pensemos solo en un caso: en los 200 mil niños rohingya de los campos de prófugos. Allí hay 800 mil personas, y 200 mil son niños. Apenas tienen para comer, desnutridos, sin medicinas. También hoy pasa esto. No es algo que el Señor dice de aquellos tiempos: no. ¡Hoy! Y nuestra oración debe ser fuerte: Señor, por favor, toca el corazón de esas personas que adoran al dios dinero. Y toca también mi corazón para que yo no caiga en eso, para que yo sepa ver.
Otra consecuencia es la guerra, también la familiar. Todos sabemos los que pasa cuando está en juego una herencia: las familias se dividen y acaban odiándose. El Señor subraya con suavidad, al final: …y no es rico ante Dios. Ese es el único camino: la riqueza, pero en Dios. Y no es un desprecio al dinero, no. Es la avaricia, como dice Él: la codicia, vivir apegados al dios dinero.
Por todo eso, nuestra oración debe ser fuerte, buscando en Dios el sólido fundamento de nuestra existencia.
Homilía en santa Marta, Lunes 19 de octubre de 2015
Cuánto y cómo
La codicia es una idolatría que se debe combatir con la capacidad de compartir, de donar y de donarse a los demás. El tema espinoso de la relación del hombre con la riqueza ocupó el centro de la meditación del Papa Francisco durante la misa que celebró en Santa Marta el lunes 19 de octubre por la mañana.
Partiendo del pasaje evangélico de san Lucas (Lc 12, 13-21) que habla del hombre rico preocupado por acumular las ganancias de sus cosechas, el Pontífice destacó cómo Jesús insiste contra el apego a las riquezas y no contra las riquezas en sí mismas: Dios, en efecto, es rico -Él mismo se presenta como rico en misericordia, rico de muchos dones-, pero lo que Jesús condena es precisamente el apego a las riquezas. Por lo demás, lo dice claramente, es muy difícil que un rico, es decir un hombre apegado a las riquezas, entre en el reino de los cielos.
Un concepto, continuó el Papa, que se recuerda de un modo aún más fuerte: No podéis servir a dos señores. En este caso Jesús, destacó el Papa Francisco, no pone en contraposición a Dios y al diablo, sino a Dios y las riquezas, porque lo opuesto de servir a Dios es servir a las riquezas, trabajar para las riquezas, para tener más, para estar seguros. ¿Qué sucede en este caso? Que las riquezas se convierten en una seguridad y la religión en una especie de agencia de seguros: “Yo me aseguro con Dios aquí y me aseguro con las riquezas allí”. Pero Jesús es claro: Esto no puede ser.
Al respecto el Pontífice se refirió también al pasaje evangélico del joven bueno que conmovió a Jesús, el joven rico que se marchó triste porque no quería dejarlo todo para darlo a los pobres. El apego a las riquezas es una idolatría, comentó el Papa. Estamos, en efecto, ante dos dioses: Dios, el Dios vivo, el Dios viviente, y este dios de oro, en quien pongo mi seguridad. Y esto no es posible.
También el pasaje evangélico propuesto por la liturgia lleva a esto: dos hermanos que pelean por la herencia. Una circunstancia que experimentamos también hoy: pensemos, dijo el Papa Francisco, en cuántas familias conocemos que han peleado, que no se saludan y se odian por una herencia. Sucede que lo más importante no es el amor de la familia, el amor de los hijos, de los hermanos, de los padres, no: es el dinero. Y esto destruye. Todos, dijo con seguridad el Papa, conocemos al menos a una familia dividida de este modo.
Pero la codicia está también en la raíz de las guerras: sí, hay un ideal, pero detrás está el dinero: el dinero de los traficantes de armas, el dinero de los que sacan provecho de la guerra. Y Jesús es claro: Guardaos de toda clase de codicia: es peligroso. La codicia, en efecto, nos da esta seguridad que no es verdadera y hace, sí, que reces -tú puedes rezar, ir a la iglesia- pero también que tengas el corazón apegado, y al final se acaba mal.
Volviendo al ejemplo evangélico, el Pontífice trazó el perfil del hombre del que se habla: Se ve que era bueno, era un buen empresario. Su campo había dado una cosecha abundante, estaba siempre lleno de riquezas. Pero en lugar de pensar en compartirlas con sus empleados y sus familias, pensaba en el modo de acumularlas. Y buscaba acumular cada vez más. Así la sed de apego a las riquezas no acaba nunca. Si tienes el corazón apegado a la riqueza -cuando tienes muchos bienes-, cada vez quieres más. Y este es el dios de la persona que está apegada a las riquezas.
Por ello, explicó el Papa Francisco, Jesús invita a estar atentos y mantenerse alejados de todo tipo de codicia. Y, no por casualidad, cuando nos explica el camino de la salvación, las bienaventuranzas, la primera es la pobreza de espíritu, es decir “no os apeguéis a las riquezas”: bienaventurados los pobres de espíritu, los que no están apegados a los bienes. Tal vez tienen riquezas -dijo el Papa- pero para el servicio de los demás, para compartir, para ayudar a mucha gente a seguir adelante.
Alguno, añadió, podría preguntar: Pero, padre, ¿cómo se hace? ¿Cuál es la señal de que yo no cometo este pecado de idolatría, de estar apegado o apegada a las riquezas?. La respuesta es sencilla, y se encuentra también en el Evangelio: desde los primeros días de la Iglesia existe un signo: dad limosna. Pero no es suficiente. En efecto, si yo doy algo a los que pasan necesidad es un buen signo, pero también debo preguntarme: ¿Cuánto doy? ¿Doy lo que me sobra?. En ese caso no es un buen signo. Es decir, tengo que darme cuenta si al donar me privo de algo que tal vez es necesario para mí. En esa circunstancia mi gesto significa que es más grande el amor a Dios que el apego a las riquezas.
Así, pues, sintetizó el Papa Francisco, la primera pregunta: “¿Doy?”; la segunda: ¿Cuánto doy?; la tercera: ¿Cómo doy?, ¿procedo como Jesús donando con la caricia del amor o como quien paga un impuesto?. Y entrando aún más en detalles preguntó: Cuando ayudas a una persona, ¿la miras a los ojos? ¿le tocas la mano?. No hay que olvidar, dijo el Pontífice, que a quien tenemos delante es la carne de Cristo, es tu hermano, tu hermana. Y tú en ese momento eres como el Padre que no deja faltar el alimento a los pájaros del cielo.
Por ello, concluyó, pidamos al Señor la gracia de estar libres de esta idolatría, del apego a las riquezas; pidámosle la gracia de mirarlo a Él, rico en amor y rico en generosidad, en misericordia; y también la gracia de ayudar a los demás con la práctica de la limosna, pero como lo hace Él. Alguien podría decir: Pero, padre, Él no se privó de nada.... En realidad, fue su respuesta, Jesucristo, al ser igual a Dios, se privó de esto, se abajó, se anonadó.
Homilía en santa Marta, Lunes 21 de octubre de 2013
El dinero sirve pero la codicia mata
El dinero sirve para realizar muchas obras buenas, para hacer progresar a la humanidad, pero cuando se transforma en la única razón de vida, destruye al hombre y sus vínculos con el mundo exterior. Es ésta la enseñanza que el Papa Francisco sacó del pasaje litúrgico del Evangelio de Lucas (Lc 12, 13-21) durante la misa celebrada el lunes 21 de octubre.
Al inicio de su homilía el Santo Padre recordó la figura del hombre que pide a Jesús que intime a su propio hermano para que reparta con él la herencia. Para el Pontífice, de hecho, el Señor nos habla a través de este personaje "de nuestra relación con las riquezas y con el dinero". Un tema que no es sólo de hace dos mil años, sino que se representa todavía hoy, todos los días. "Cuántas familias destruidas -comentó- hemos visto por problemas de dinero: ¡hermano contra hermano; padre contra hijos!". Porque la primera consecuencia del apego al dinero es la destrucción del individuo y de quien le está cerca. "Cuando una persona está apegada al dinero -explicó el Obispo de Roma- se destruye a sí misma, destruye a la familia".
Cierto, el dinero no hay que demonizarlo en sentido absoluto. "El dinero -precisó el Papa Francisco- sirve para llevar adelante muchas cosas buenas, muchos trabajos, para desarrollar la humanidad". Lo que hay que condenar, en cambio, es su uso distorsionado. Al respecto el Pontífice repitió las mismas palabras pronunciadas por Jesús en la parábola del "hombre rico" contenida en el Evangelio: "El que atesora para sí, no es rico ante Dios". De aquí la advertencia: "Guardaos de toda clase de codicia". Es ésta en efecto "la que hace daño en relación con el dinero"; es la tensión constante a tener cada vez más que "lleva a la idolatría" del dinero y acaba con destruir "la relación con los demás". Porque la codicia hace enfermar al hombre, conduciéndole al interior de un círculo vicioso en el que cada pensamiento está "en función del dinero".
Por lo demás, la característica más peligrosa de la codicia es precisamente la de ser "un instrumento de idolatría; porque va por el camino contrario" del trazado por Dios para los hombres. Y al respecto el Santo Padre citó a san Pablo, quien recuerda "que Jesucristo, que era rico, se hizo pobre para enriquecernos a nosotros". Así que hay un "camino de Dios", el "de la humildad, abajarse para servir", y un recorrido que va en la dirección opuesta, adonde conduce la codicia y la idolatría: "Tú que eres un pobre hombre, te haces dios por la vanidad".
Por este motivo -añadió el Pontífice- "Jesús dice cosas tan duras y fuertes contra el apego al dinero": por ejemplo, cuando recuerda "que no se puede servir a dos señores: o a Dios o al dinero"; o cuando exhorta "a no preocuparnos, porque el Señor sabe de qué tenemos necesidad"; o también cuando "nos lleva al abandono confiado hacia el Padre, que hace florecer los lirios del campo y da de comer a los pájaros del cielo".
La actitud en clara antítesis a esta confianza en la misericordia divina es precisamente la del protagonista de la parábola evangélica, quien no conseguía pensar en otra cosa más que en la abundancia del trigo recogido en los campos y en los bienes acumulados. Interrogándose sobre qué hacer con ello -explicó el Papa Francisco-, "podía decir: daré esto a otro para ayudarle". En cambio "la codicia le llevó a decir: construiré otros graneros y los llenaré. Cada vez más". Un comportamiento que, según el Papa, cela la ambición de alcanzar una especie de divinidad, "casi una divinidad idolátrica", como testimonian los pensamientos mismos del hombre: "Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente".
Pero es precisamente entonces cuando Dios le reconduce a su realidad de criatura, poniéndole en guardia con la frase: "Necio, esta noche te van a reclamar el alma". Porque -observó el Obispo de Roma- "este camino contrario al camino de Dios es una necedad, lleva lejos de la vida. Destruye toda fraternidad humana". Mientras que el Señor nos muestra el verdadero camino. Que "no es el camino de la pobreza por la pobreza"; al contrario, "es el camino de la pobreza como instrumento, para que Dios sea Dios, para que Él sea el único Señor, no el ídolo de oro". En efecto, "todos los bienes que tenemos, el Señor nos los da para hacer marchar adelante el mundo, para que vaya adelante la humanidad, para ayudar a los demás".
De ahí el deseo de que "permanezca hoy en nuestro corazón la palabra del Señor", con su invitación a mantenerse lejos de la codicia, porque, "aunque uno esté en la abundancia, su vida no depende de lo que posee".
ÁNGELUS, Domingo 4 de agosto de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
El domingo pasado me encontraba en Río de Janeiro. Se concluía la santa misa y la Jornada mundial de la juventud. Pienso que debemos todos juntos dar gracias al Señor por el gran don que este acontecimiento fue para Brasil, para América Latina y para todo el mundo. Fue una nueva etapa en la peregrinación de los jóvenes con la Cruz de Cristo por los continentes. No debemos olvidar nunca que las Jornadas mundiales de la juventud no son "fuegos artificiales", momentos de entusiasmo fines en sí mismos; son etapas de un largo camino, iniciado en 1985, por iniciativa del Papa Juan Pablo II. Él confió a los jóvenes la Cruz y dijo: ¡Id, y yo iré con vosotros! Y así fue. Esta peregrinación de los jóvenes continuó con el Papa Benedicto, y gracias a Dios también yo pude vivir esta maravillosa etapa en Brasil. Recordemos siempre: los jóvenes no siguen al Papa, siguen a Jesucristo, cargando su Cruz. El Papa los guía y los acompaña en este camino de fe y de esperanza. Agradezco por ello a todos los jóvenes que participaron, incluso a costa de sacrificios. Doy gracias al Señor también por los demás encuentros que mantuve con los Pastores y el pueblo de ese gran país que es Brasil, así como con las autoridades y los voluntarios. Que el Señor recompense a todos aquellos que trabajaron por esta gran fiesta de la fe. Quiero destacar también mi agradecimiento, muchas gracias a los brasileños. Buena gente la de Brasil, ¡un pueblo de gran corazón! No olvido su calurosa acogida, sus saludos, sus miradas, tanta alegría. Un pueblo generoso; pido al Señor que lo bendiga abundantemente.
Desearía pediros que recéis conmigo a fin de que los jóvenes que participaron en la Jornada mundial de la juventud puedan traducir esta experiencia en su camino cotidiano, en los comportamientos de todos los días; y que puedan traducirlos también en las opciones importantes de vida, respondiendo a la llamada personal del Señor. Hoy en la liturgia resuena la palabra provocadora de Qoèlet: "¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!" (Qo 1, 2). Los jóvenes son particularmente sensibles al vacío de significado y de valores que a menudo les rodea. Y lamentablemente pagan las consecuencias. En cambio, el encuentro con Jesús vivo, en su gran familia que es la Iglesia, colma el corazón de alegría, porque lo llena de vida auténtica, de un bien profundo, que no pasa y no se marchita: lo hemos visto en los rostros de los jóvenes en Río. Pero esta experiencia debe afrontar la vanidad cotidiana, el veneno del vacío que se insinúa en nuestras sociedades basadas en la ganancia y en el tener, que engañan a los jóvenes con el consumismo. El Evangelio de este domingo nos alerta precisamente de la absurdidad de fundar la propia felicidad en el tener. El rico dice a sí mismo: Alma mía, tienes a disposición muchos bienes... descansa, come, bebe y diviértete. Pero Dios le dice: Necio, esta noche te van a reclamar la vida. Y lo que has acumulado, ¿de quién será? (cf. Lc 12, 19-20).
Queridos hermanos y hermanas, la verdadera riqueza es el amor de Dios compartido con los hermanos. Ese amor que viene de Dios y que hace que lo compartamos entre nosotros y nos ayudemos. Quien experimenta esto no teme la muerte, y recibe la paz del corazón. Confiemos esta intención, la intención de recibir el amor de Dios y compartirlo con los hermanos, a la intercesión de la Virgen María.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Palacio apostólico de Castelgandolfo, Domingo 1 de agosto de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
Estos días se celebra la memoria litúrgica de algunos santos. Ayer recordamos a san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Vivió en el siglo XVI; se convirtió leyendo la vida de Jesús y de los santos durante una larga hospitalización causada por una herida de batalla. Se quedó tan impresionado con aquellas páginas que decidió seguir al Señor. Hoy recordamos a san Alfonso María de Ligorio, fundador de los Redentoristas; vivió en el siglo XVIII y fue proclamado patrono de los confesores por el venerable Pío XII. Tuvo la conciencia de que Dios quiere que todos sean santos, cada uno según su propio estado, naturalmente. Esta semana la liturgia nos propone además a san Eusebio, primer obispo del Piamonte, valiente defensor de la divinidad de Cristo; y, finalmente, la figura de san Juan María Vianney, el cura de Ars, quien guió con su ejemplo el Año sacerdotal recién concluido y a cuya intercesión confío de nuevo a todos los pastores de la Iglesia. Empeño común de estos santos fue salvar a las almas y servir a la Iglesia con sus respectivos carismas, contribuyendo a renovarla y a enriquecerla. Estos hombres adquirieron "un corazón sabio" (Sal 89, 12) acumulando lo que no se corrompe y desechando cuanto irremediablemente es voluble en el tiempo: el poder, la riqueza y los placeres efímeros. Al elegir a Dios, poseyeron todo lo necesario, pregustando desde la vida terrena la eternidad (cf. Qo 1, 1-5)
En el Evangelio de este domingo, la enseñanza de Jesús se refiere precisamente a la verdadera sabiduría y está introducida por la petición de uno entre la multitud: "Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia" (Lc 12, 13). Jesús, respondiendo, pone en guardia a quienes le oyen sobre la avidez de los bienes terrenos con la parábola del rico necio, quien, habiendo acumulado para él una abundante cosecha, deja de trabajar, consume sus bienes divirtiéndose y se hace la ilusión hasta de poder alejar la muerte. "Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?"" (Lc 12, 20). El hombre necio, en la Biblia, es aquel que no quiere darse cuenta, desde la experiencia de las cosas visibles, de que nada dura para siempre, sino que todo pasa: la juventud y la fuerza física, las comodidades y los cargos de poder. Hacer que la propia vida dependa de realidades tan pasajeras es, por lo tanto, necedad. El hombre que confía en el Señor, en cambio, no teme las adversidades de la vida, ni siquiera la realidad ineludible de la muerte: es el hombre que ha adquirido "un corazón sabio", como los santos.
Al dirigir nuestra oración a María santísima, deseo recordar otras fiestas significativas: mañana se podrá ganar la indulgencia de la Porciúncula o "el Perdón de Asís", que obtuvo san Francisco en 1216 del Papa Honorio III; el jueves 5 de agosto, conmemorando la Dedicación de la Basílica de Santa María La Mayor, honraremos a la Madre de Dios, aclamada con este título en el concilio de Éfeso del año 431; y el próximo viernes, aniversario de la muerte del Papa Pablo VI, celebraremos la fiesta de la Transfiguración del Señor. La fecha del 6 de agosto, considerada el culmen de la luz estival, se eligió para significar que el esplendor del Rostro de Cristo ilumina el mundo entero.
Deseo expresar viva satisfacción por la entrada en vigor, precisamente hoy, de la Convención sobre la prohibición de las bombas de racimo que provocan daños inaceptables a los civiles. Mi primer pensamiento se dirige a las numerosas víctimas que han sufrido y siguen sufriendo graves daños físicos y morales, hasta la pérdida de la vida, a causa de estos insidiosos artefactos cuya permanencia en el terreno con frecuencia obstaculiza largamente la reanudación de las actividades diarias de comunidades enteras. Con la entrada en vigor de la nueva Convención, a cuya adhesión exhorto a todos los Estados, la comunidad internacional ha demostrado sabiduría, prudencia y capacidad para perseguir un resultado significativo en el campo del desarme y del derecho humanitario internacional. Mi deseo y aliento es que se continúe cada vez con mayor vigor en este camino, para la defensa de la dignidad y de la vida humana, para la promoción del desarrollo humano integral, para el establecimiento de un orden internacional pacífico y para la realización del bien común de todas las personas y de todos los pueblos.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo C. Decimoctavo domingo del Tiempo Ordinario.
La esperanza en los cielos nuevos y la tierra nueva
661 Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver al Padre": Cristo (cf. Jn 16, 28). "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión).
1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
"La Iglesia … sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo… cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo" (LG 48)
1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10).
1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4; cf. Ap 21, 27).
1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:
"Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios … en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción … Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo" (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).
1048 "Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres"(GS 39, 1).
1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).
1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna:
"La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna" (San Cirilo de Jerusalén, catech. Ill. 18, 29).
1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf Mt 10, 22; cf Cc de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:
"Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin" (S. Teresa de Jesús, excl. 15, 3).
El desorden de las concupiscencias
2535 El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no tenemos. Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y pertenece, o es debido a otro.
2536 El décimo mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de lo pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales:
"Cuando la Ley nos dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo del avaro no se satisface con su suerte" (Si 14, 9)" (Catec. R. 3, 37)
2537 No se quebranta este mandamiento deseando obtener cosas que pertenecen al prójimo siempre que sea por justos medios. La catequesis tradicional señala con realismo "quiénes son los que más deben luchar contra sus codicias pecaminosas" y a los que, por tanto, es preciso "exhortar más a observar este precepto":
"Los comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las mercancías, que ven con tristeza que no son los únicos en comprar y vender, pues de lo contrario podrían vender más caro y comprar a precio más bajo; los que desean que sus semejantes estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles… Los médicos, que desean tener enfermos; los abogados que anhelan causas y procesos importantes y numerosos… " (Cat. R. 3, 37).
2538 El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera (cf 2S 12, 1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4, 3-7; 1 R 21, 1-29). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2, 24).
"Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros… Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo… Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos devoramos como lo harían las fieras" (S. Juan Crisóstomo, hom. in 2Co, 28, 3-4).
2539 La envidia es un pecado capital. Designa la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea indebidamente. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal:
San Agustín veía en la envidia el "pecado diabólico por excelencia" (ctech. 4, 8). "De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad" (s. Gregorio Magno, mor. 31, 45).
2540 La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad:
"¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado - se dirá - porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros" (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom. 7, 3).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (Lc 6, 24). "El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los Cielos" (S. Agustín, serm. Dom. 1, 1). El abandono en la Providencia del Padre del Cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
2728 Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos "muchos bienes" (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad, herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, alergia a la gratuidad de la oración… La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.

Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año C
Oremos al Señor, nuestro Dios, rico para todos los que lo invocan.
- Por la Iglesia, para que se muestre desprendida y así pueda decir a todos dónde está la verdadera riqueza. Roguemos al Señor.
- Por los responsables de la economía, para que sepan crear riqueza y distribuirla justamente. Roguemos al Señor.
- Por los que corren peligro de acumular riquezas para sí, como el rico de la parábola, para que comprendan que su vida no depende de sus bienes. Roguemos al Señor.
- Por nosotros mismos, para que no caigamos en la tentación de la codicia, sepamos valorar los bienes terrenos con criterios evangélicos y aspiremos a los bienes de arriba. Roguemos al Señor.
SEÑOR, Dios nuestro, que la riqueza de tu misericordia llene el vacío de nuestras vidas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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