X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. |
DOMINICA X PER ANNUM
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Antífona de entrada Sal 26, 1-2 El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Ellos, mis enemigos y adversarios, tropiezan y caen. |
Antiphona ad introitum Cf.
Ps 26, 1-2
Dóminus illuminátio mea, et salus mea, quem
timébo? Dóminus defénsor vitae meae, a quo trepidábo? Qui
tríbulant me inimíci mei, ipsi infirmáti sunt.
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Se dice Gloria. | Dícitur Gloria in excelsis. |
Oración colecta
Oh, Dios, fuente de todo bien, escucha a los que
te invocamos, para que, inspirados por ti, consideremos lo que es
justo y lo cumplamos según tu voluntad. Por nuestro Señor
Jesucristo.
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Collecta
Deus, a quo bona cuncta procédunt, tuis largíre
supplícibus, ut cogitémus, te inspiránte, quae recta sunt, et,
te gubernánte, éadem faciámus. Per Dóminum.
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LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del X
Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B (Lec. I B).
PRIMERA
LECTURA
Gén
39-15
Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer
Lectura del libro del Génesis.
Cuando Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«¿Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú
entre todo el ganado y todas las fieras del campo;
te arrastrarás sobre el vientre
y comerás polvo toda tu vida;
pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia;
esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer
Lectura del libro del Génesis.
Cuando Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«¿Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú
entre todo el ganado y todas las fieras del campo;
te arrastrarás sobre el vientre
y comerás polvo toda tu vida;
pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia;
esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
Palabra
de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Salmo
responsorial Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-7ab. 7cd-8 (R.: 7cd)
R.
Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. | Apud Dóminum misericórdia, et copiósa apud eum redémptio. |
Señor, escucha mi Voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.
Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. | Apud Dóminum misericórdia, et copiósa apud eum redémptio. |
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes temor. R.
Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. | Apud Dóminum misericórdia, et copiósa apud eum redémptio. |
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R.
Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. | Apud Dóminum misericórdia, et copiósa apud eum redémptio. |
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.
Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. | Apud Dóminum misericórdia, et copiósa apud eum redémptio. |
SEGUNDA LECTURA 2 Cor 4, 13 — 5, 1
Creemos y por eso hablamos
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
Hermanos:
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día.
Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
Porque sabemos que si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Jn12, 31b-32
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera —dice el Señor—.Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. R. | Nunc princeps huius mundi eiciétur foras, dicit Dóminus; et ego, si exaltátus fúero a terra, ómnia traham ad meípsum. |
EVANGELIO Mc 3, 20-35
Satanás está perdido
╬ Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Del Papa Francisco
Homilía en Santa Marta, 11 de abril de 2014
Seguramente el diablo
“El diablo existe también en el siglo XXI y debemos aprender del Evangelio cómo luchar” contra él para no caer en la trampa. Para hacerlo no hay que ser “ingenuos”, por ello se deben conocer sus estrategias para las tentaciones, que siempre tienen “tres características”: comienzan despacio, luego crecen por contagio y al final encuentran la forma para justificarse. El Papa alertó acerca del considerar que hablar del diablo hoy sea cosa “de antiguos” y en esto centró su meditación.
El Pontífice habló expresamente de “lucha”. Por lo demás, explicó, también “la vida de Jesús fue una lucha: Él vino para vencer el mal, para vencer al príncipe de este mundo, para vencer al demonio”. Jesús luchó con el demonio que lo tentó muchas veces y “sintió en su vida las tentaciones y también las persecuciones”. Así “también nosotros cristianos que queremos seguir a Jesús, y que por medio del Bautismo estamos precisamente en la senda de Jesús, debemos conocer bien esta verdad: también nosotros somos tentados, también nosotros somos objeto del ataque del demonio”. Esto sucede “porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere que seamos discípulos de Jesús”.
Pero, se preguntó el Papa, “¿cómo hace el espíritu del mal para alejarnos del camino de Jesús con su tentación?”. La respuesta a este interrogante es decisiva. “La tentación del demonio -explicó el Pontífice- tiene tres características y nosotros debemos conocerlas para no caer en las trampas”. Ante todo “la tentación comienza levemente pero crece, siempre crece”. Luego “contagia a otro”: se “transmite a otro, trata de ser comunitaria”. Y “al final, para tranquilizar el alma, se justifica”. De este modo las características de la tentación se expresan en tres palabras: “crece, se contagia y se justifica”.
Pero si “se rechaza la tentación”, luego “crece y vuelve más fuerte”. Jesús lo dice en el Evangelio de Lucas y advierte que “cuando se rechaza al demonio, da vueltas y busca algunos compañeros y vuelve con esta banda”. Y he aquí que “la tentación es más fuerte, crece. Pero crece incluso involucrando a otros”. Es precisamente eso lo que sucedió con Jesús, como relata el pasaje evangélico de Juan (Jn 10, 31-42) propuesto por la liturgia. “El demonio involucra a estos enemigos de Jesús que, a este punto, hablan con Él con las piedras en las manos”, listos para matarlo.
La tercera característica de la tentación del demonio es que “al final se justifica”. El Papa Francisco, al respecto, recordó la reacción del pueblo cuando Jesús volvió “por primera vez a su casa en Nazaret” y fue a la sinagoga. Primero todos quedaron asombrados por sus palabras, luego, inmediatamente, la tentación: “¿Pero no es éste el hijo de José, el carpintero, y de María? ¿Con qué autoridad habla si nunca fue a la universidad y jamás estudió?”. De este modo buscaron justificar su propósito de “matarlo en ese momento, lanzarlo desde el monte”.
También en el pasaje de Juan los interlocutores de Jesús querían matarlo, tanto que “tenían las piedras en las manos y discutían con Él”. Así, “la tentación implicó a todos en contra de Jesús”; y todos “se justificaban” por esto. Para el Papa Francisco “el punto más alto, más fuerte de la justificación es el del sacerdote” que dice: “Pero acabemos con Él de una vez, vosotros no entendéis nada. ¿No sabéis que es mejor que un hombre muera por el pueblo? Debe morir para salvar al pueblo”. Y todos los demás le daban la razón: es “la justificación total”.
También nosotros “cuando somos tentados, vamos por este mismo camino. Tenemos una tentación que crece y contagia a otro”. Basta pensar en las habladurías: si tenemos “un poco de envidia”, no la mantenemos dentro sino que la compartimos. Y es así que la crítica “trata de crecer y contagia a otro y a otro...”. Precisamente “este es el mecanismo de las habladurías y todos nosotros hemos sido tentados de criticar”, reconoció el Papa, confesando: “¡También yo he sido tentado de criticar! Es una tentación cotidiana”, que “comienza así, suavemente, como el hilo de agua”.
He aquí por qué, afirmó una vez más el Papa, se debe estar “atentos cuando en nuestro corazón sintamos algo que acabará por destruir a las personas, destruir la fama, destruir nuestra vida, llevándonos a la mundanidad, al pecado”. Se debe estar “atentos porque si no detenemos a tiempo ese hilo de agua, cuando crece y contagia llega a ser una marea tal que llevará a justificarnos del mal”.
“Todos somos tentados porque la ley de nuestra vida espiritual, de nuestra vida cristiana, es una lucha”. Y lo es en consecuencia del hecho que “el príncipe de este mundo no quiere nuestra santidad, no quiere que sigamos a Cristo”.
Del Papa Benedicto
Catequesis sobre el pecado original en San Pablo, 3 de diciembre de 2008
El mal no es intrínseco al hombre, Cristo ha triunfado sobre él
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy nos detendremos en las relaciones entre Adán y Cristo, delineadas por san Pablo en la conocida página de la Carta a los Romanos (5,12-21), en la que le entrega a la Iglesia las líneas esenciales de la doctrina sobre el pecado original. En verdad, ya en la primera Carta a los Corintios, tratando de la fe en la resurrección, Pablo había introducido la relación entre el primer padre y Cristo: “Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo... Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida” (1 Cor15,22.45). Con Romanos 5,12-21 la confrontación entre Cristo y Adán se hace más articulada e iluminadora: Pablo recorre la historia de la salvación desde Adán a la Ley y de ésta a Cristo. En el centro de la escena se encuentran tanto Adán, con las consecuencias del pecado sobre la humanidad, como Jesús y la gracia que, mediante él, ha sido derramada abundantemente sobre la humanidad. La repetición del “cuanto más” respecto a Cristo subraya cómo el don recibido en Él sobrepasa totalmente al pecado de Adán y a las consecuencias de éste en la humanidad, tanto que Pablo puede llegar a la conclusión: “Pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Por tanto, la confrontación que Pablo traza entre Adán y Cristo ilumina la inferioridad del primer hombre respecto a la superioridad del segundo.
Por otro lado, para poner en evidencia el inconmensurable don de la gracia, en Cristo, Pablo insiste en el pecado de Adán: se diría que si no hubiera sido para demostrar la centralidad de la gracia, él no se habría entretenido en hablar del pecado que “a causa de un solo hombre entró en el mundo y, con el pecado, la muerte” (Rm 5,12). Si en la fe de la Iglesia ha madurado la conciencia del dogma del pecado original, es porque éste está ligado inseparablemente con otro dogma, el de la salvación y la libertad en Cristo. Como consecuencia, nunca deberíamos hablar sobre el pecado de Adán y de la humanidad separándolo del contexto de la salvación, es decir, sin comprenderlo en el horizonte de la justificación en Cristo.
Pero como hombres de hoy, debemos preguntarnos: ¿qué es el pecado original? ¿Qué enseñan Pablo y la Iglesia? ¿Es sostenible hoy aún esta doctrina? Muchos piensan que, a la luz de la historia de la evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado, que después se difundiría en toda la historia de la humanidad. Y, en consecuencia, también la cuestión de la Redención y del Redentor perdería su fundamento. Por tanto: ¿existe el pecado original o no? Para poder responder debemos distinguir dos aspectos de la doctrina sobre el pecado original. Existe un aspecto empírico, es decir, una realidad concreta, visible, diría yo, tangible para todos. Es un aspecto misterioso, que afecta al fundamento ontológico de este hecho. El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro ser. Por una parte el hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere realizar. Pero, al mismo tiempo, siente también otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le apetece aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo. San Pablo en su Carta a los Romanos ha expresado esta contradicción en nuestro ser con estas palabras: “querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (7, 18-19). Esta contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre en torno a nosotros la superioridad de esta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Cada día lo vemos: es un hecho.
Como consecuencia de este poder del mal en nuestras almas, se ha desarrollado en la historia un río sucio, que envenena la geografía de la historia humana. El gran pensador francés Blaise Pascal habló de una “segunda naturaleza”, que se superpone a nuestra naturaleza original, buena. Esta “segunda naturaleza” presenta el mal como normal para el hombre. Así también la típica expresión: “es humano” tiene un doble significado. “Es humano” puede querer decir: este hombre es bueno, realmente actúa como debería actuar un hombre. Pero “es humano” puede también querer decir lo contrario: el mal es normal, es humano. El mal parece haberse convertido en una segunda naturaleza. Esta contradicción del ser humano, de nuestra historia, debe provocar, y provoca también hoy, el deseo de redención. En realidad, el deseo de que el mundo cambie y la promesa de que se creará un mundo de justicia, de paz y de bien, está presente en todas partes: en la política, por ejemplo, todos hablan de la necesidad de cambiar el mundo, de crear un mundo más justo. Y precisamente esto es expresión del deseo de que haya una liberación de la contradicción que experimentamos en nosotros mismos.
Por tanto el hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia humana es innegable. La cuestión es: ¿cómo se explica este mal? En la historia del pensamiento, prescindiendo de la fe cristiana, existe un modelo principal de explicación, con variaciones diversas. Este modelo dice: el ser mismo es contradictorio, lleva en sí tanto el bien como el mal. En la antigüedad esta idea implicaba la opinión de que existían dos principios igualmente originarios: un principio bueno y un principio malo. Este dualismo sería insuperable: los dos principios están al mismo nivel, y por ello existirá siempre, desde el origen del ser, esta contradicción. La contradicción de nuestro ser, por tanto, reflejaría solo la contrariedad de los dos principios divinos, por así decirlo. En la versión evolucionista, atea, del mundo, vuelve de nuevo una visión semejante. Aunque, en esta concepción, la visión del ser es monista, se supone que el ser como tal desde el principio lleva en sí el bien y el mal. El ser mismo no es simplemente bueno, sino abierto al bien y al mal. El mal es tan originario como el bien. Y la historia humana repetiría solamente el modelo ya presente en toda la evolución precedente. Lo que los cristianos llaman pecado original sería en realidad sólo el carácter mixto del ser, una mezcla de bien y mal que, según esta teoría, pertenecería a la misma materia del ser. Es una visión en el fondo desesperada: si es así, el mal es invencible. Al final solo cuenta el propio interés. Y todo progreso habría que pagarlo necesariamente con un río de mal, y quien quisiera servir al progreso debería aceptar pagar este precio. La política, en el fondo, se basa sobre estas premisas: y vemos los efectos de ellas. Este pensamiento moderno, al final, sólo puede traer tristeza y cinismo.
Y así preguntamos de nuevo: ¿qué dice la fe, atestiguada por san Pablo? Como primer punto, ésta confirma el hecho de la competición entre ambas naturalezas, el hecho de este mal cuya sombra pesa sobre toda la creación. Hemos escuchado el capítulo 7 de la Carta a los Romanos, pero podríamos añadir el capítulo 8. El mal existe, sencillamente. Como explicación, en contraste con los dualismos y los monismos que hemos considerado brevemente y encontrado desoladores, la fe nos dice: existen dos misterios de luz y un misterio de noche, que, sin embargo, está rodeado de los misterios de la luz. El primer misterio de la luz es éste: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. Y por ello también el ser no es una mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por ello es bueno existir, es bueno vivir. Éste es el alegre anuncio de la fe: sólo hay una fuente buena, el Creador. Y por esto vivir es un bien, es algo bueno ser un hombre, una mujer, es buena la vida. Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del mismo ser, no es igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una libertad abusada.
¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece oscuro. El mal no es lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece misterioso. Se le representa con grandes imágenes, como hace el capítulo 3 del Génesis, con aquella visión de los dos árboles, de la serpiente, del hombre pecador. Una gran imagen que nos hace adivinar, pero que no puede explicar lo que es en sí mismo ilógico. Podemos adivinar, no explicar; ni siquiera podemos narrarlo como un hecho junto a otro, porque es una realidad más profunda. Queda como un misterio oscuro, de noche. Pero se le añade inmediatamente un misterio de luz. El mal viene de una fuente subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Y por eso, el mal puede ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es curable. Las visiones dualistas, también el monismo del evolucionismo, no pueden decir que el hombre sea curable; pero si el mal procede solo de una fuente subordinada, es cierto que el hombre puede curarse. Y el libro de la Sabiduría dice: “las criaturas del mundo son saludables” (1, 14). Y finalmente, el último punto, el hombre no sólo se puede curar, está curado de hecho. Dios ha introducido la curación. Ha entrado personalmente en la historia. A la permanente fuente del mal ha opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y resucitado, nuevo Adán, opone al río sucio del mal un río de luz. Y este río está presente en la historia: vemos a los santos, los grandes santos pero también los santos humildes, los simples fieles. Vemos que el río de luz que procede de Cristo está presente, es fuerte.
Hermanos y hermanas, es tiempo de Adviento. En el lenguaje de la Iglesia la palabra Adviento tiene dos significados: presencia y espera. Presencia: la luz está presente, Cristo es el nuevo Adán, está con nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos del corazón para verla y para introducirnos en el río de la luz. Sobre todo, estar agradecidos al hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia como nueva fuente de bien. Pero Adviento quiere decir también espera. La noche oscura del mal es aún fuerte. Y por ello rezamos en Adviento con el antiguo pueblo de Dios: “Rorate caeli desuper”. Y oramos con insistencia: ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, da fuerza al bien en el mundo y ayúdanos a ser portadores de tu luz, operadores de la paz, testigos de la verdad. ¡Ven Señor Jesús!
De Hablar con Dios (Francisco Fernández Carvajal)
LAS RAÍCES DEL MAL
– La naturaleza humana en estado de justicia y santidad original.
– Solidaridad de todos los hombres en Adán. Transmisión del pecado original y de sus consecuencias. La lucha contra el pecado.
– Orientar de nuevo a Dios las realidades humanas.
I. Puso Dios al hombre en la cima de la Creación, para que dominase sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven en ella (1). Por eso le dotó de inteligencia y de voluntad, de modo que libremente diera a su Creador una gloria mucho más excelente que la ofrecida por el resto de las criaturas. Pero, llevado de su amor, Dios decretó además elevar al hombre para que tomara parte en su vida divina (2) y conociese de algún modo sus íntimos misterios, que superan absolutamente todas las exigencias naturales. Para este fin, Dios le revistió gratuitamente de la gracia santificante (3) y de las virtudes y dones sobrenaturales, constituyéndole en santidad y justicia y dándole capacidad para obrar sobrenaturalmente (4). Mediante la gracia, el alma se transforma, de modo que, sin dejar de ser humana, se diviniza: como el hierro cuando se mete en el fuego, que se vuelve incandescente, transformándose en algo parecido al fuego mismo; aunque éste es un ejemplo imperfecto, pues la gracia realiza una transformación mucho más profunda que la que produce el fuego en el hierro.
Dios enriqueció además la naturaleza de Adán con los dones, también gratuitos, de la inmunidad de la muerte, de la concupiscencia y de la ignorancia, llamados dones preternaturales. Esta rectitud de la naturaleza humana en el estado de justicia original provenía de la sujeción perfecta, libre, de la voluntad del hombre a su Creador. El hombre, fortalecido con estos dones, no podía engañarse al conocer y era inmune a todo error. El cuerpo mismo gozaba de la inmortalidad, "no por virtud propia, sino por una fuerza sobrenatural impresa en el alma que preservaba el cuerpo de la corrupción mientras estuviese unido a Dios" (5). En Adán, Dios contempla a todo el género humano. El don de justicia y de la santidad originales "había sido dado al hombre, no como a persona singular, sino como principio general de toda la naturaleza humana, de modo que después de él se propagara mediante la generación a todos los hombres posteriores" (6). Todos hubiéramos nacido en amistad con Dios, y embellecidos alma y cuerpo con las perfecciones otorgadas por el Señor. Y llegado el momento, habría confirmado a cada uno en la gracia, arrebatándolo de la tierra sin dolor y sin pasar por el trance de la muerte, para hacerle gozar de su eterna felicidad en el Cielo.
Así derramó Dios su bondad sobre el primer hombre, y éste era el plan divino. Y para realizarlo, quiso Dios que el hombre cooperara libremente con la gracia, de modo semejante a como nos pide ahora a nosotros, durante este rato de oración, la correspondencia a tantas gracias que recibimos. Aquí en la tierra hemos de ganarnos el Cielo, para toda la eternidad.
II. "La presencia de la justicia original y de la perfección en el hombre, creado a imagen de Dios, que conocemos por la Revelación, no excluía que este hombre, en cuanto criatura dotada de libertad, fuera sometido desde el principio, como los demás seres espirituales, a la prueba de la libertad" (7). Puso Dios una sola condición al hombre: de todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres ciertamente morirás (8). Conocemos por la Sagrada Escritura la triste transgresión de este mandato, y hoy leemos en la Primera lectura de la Misa (9) el estado en que quedó el hombre. El diablo mismo, bajo la figura de serpiente, incitó a la primera mujer a desobedecer el mandato divino: tomó de su fruto y comió, y dio también de él a su marido, que también comió 10. Inmediatamente se rompió la sujeción al Creador y la armonía que había en sus potencias se desintegró, perdió la santidad y la justicia original, el don de la inmortalidad, y cayó "en el cautiverio de aquel que tiene el imperio de la muerte (Hebr 2, 14), es decir, del diablo; y toda la persona de Adán por aquella ofensa de prevaricación fue mudada en peor, según el cuerpo y el alma" (11). Fue expulsado del paraíso y, aunque la naturaleza humana quedó íntegra en su propio ser, encuentra desde entonces graves obstáculos para realizar el bien, porque siente también la inclinación al mal. El pecado original, personalmente cometido por nuestros primeros padres en el comienzo de la historia, se propaga por generación a cada hombre que viene a este mundo. Es una verdad de fe declarada en ocasiones diversas por la Iglesia (12).
La realidad del pecado original y el conflicto que crea en la intimidad de cada hombre es un dato comprobable. La fe explica su origen, y todos experimentamos sus consecuencias. "Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener su origen en su santo Creador" (13). Sin la gracia, la criatura humana se percibe impotente para recuperar su propia dignidad.
Pablo VI enseña que el hombre nace en pecado, con una naturaleza caída, sin el don de la gracia del que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte. Además, "el pecado original se transmite juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación", y "se halla como propio en cada uno" (14).
Se da una misteriosa solidaridad de todos los hombres en Adán, de modo que "todos se pueden considerar como un solo hombre, en cuanto todos convienen en una misma naturaleza recibida del primer padre" (15). La solidaridad de la gracia que unía a todos los hombres en Adán antes de la desobediencia original, se transformó en solidaridad en el pecado. "Por esto, de la misma manera que se hubiera transmitido a los descendientes la justicia original, se ha transmitido en cambio el desorden" (16).
El espectáculo que el mal presenta en el mundo y en nosotros, las tendencias y los instintos del cuerpo que no andan sujetos a la razón, nos convencen de la profunda verdad contenida en la Revelación y nos mueven a luchar contra el pecado, único mal verdadero y raíz de todos los males que existen en el mundo. "¡Cuánta miseria! ¡Cuántas ofensas! Las mías, las tuyas, las de la humanidad entera...
"Et in peccatis concepit me mater mea! (Sal 50, 7). Nací, como todos los hombres, manchado con la culpa de nuestros primeros padres. Después..., mis pecados personales: rebeldías pensadas, deseadas, cometidas...
"Para purificarnos de esa podredumbre, Jesús quiso humillarse y tomar la forma de siervo (cfr. Flp 2, 7), encarnándose en las entrañas sin mancilla de Nuestra Señora, su Madre, y Madre tuya y mía. Pasó treinta años de oscuridad, trabajando como uno de tantos, junto a José. Predicó. Hizo milagros... Y nosotros le pagamos con una Cruz.
"¿Necesitas más motivos para la contrición?" (17).
III. Dios expulsó a nuestros primeros padres del paraíso (18), indicando así que los hombres vendrían al mundo en un estado de separación de Dios: en lugar de los dones sobrenaturales, Adán y Eva transmitieron el pecado. Perdieron la herencia que después habrían de dejar a sus descendientes; ya entre los primeros hijos de Adán y Eva se dejaron sentir enseguida las consecuencias del pecado: Caín mata por envidia a Abel. Del mismo modo, todos los males, personales y sociales, tienen su origen en el primer pecado del hombre. Aunque el Bautismo perdona totalmente la culpa y la pena del pecado original y de los pecados personales que pudieran haberse cometido antes de recibirlo, sin embargo no libra de los defectos del pecado: el hombre sigue sujeto al error, a la concupiscencia y a la muerte.
El pecado original fue un pecado de soberbia (19). Y cada uno de nosotros caemos también en la misma tentación de orgullo cuando buscamos ocupar en la sociedad, en la vida privada, en todo, el lugar de Dios: seréis como dioses (20); son las mismas palabras que oye el hombre en medio del desorden de sus sentidos y potencias. Como en los principios, busca también ahora -en muchas ocasiones- la autonomía que le convierta en árbitro del bien y del mal, y se olvida de su mayor bien, que consiste en el amor y sumisión a su Creador. Es en Él donde recupera la paz, la armonía de sus instintos y sentidos, y todos los demás bienes.
Nuestro apostolado en medio del mundo nos moverá a situar a cada hombre y a sus obras (el ordenamiento jurídico, el trabajo, la enseñanza...) en el legítimo lugar que les corresponde con relación a su Creador. Cuando Dios está presente en un pueblo, en una sociedad, la convivencia se torna más humana. No existe solución alguna para los conflictos que asolan el mundo, para una mayor justicia social, que no pase antes por un acercamiento a Dios, por una conversión del corazón. El mal está en la raíz -en el corazón del hombre-, y es ahí donde es necesario curarle. La doctrina sobre el pecado original operante hoy en el hombre y en la sociedad, es un punto fundamental en la catequesis y en toda formación que no conviene olvidar.
Ante un mundo que, en ocasiones, parece profundamente desquiciado, no podemos cruzarnos de brazos como el que nada puede ante una situación que le supera. No es necesario que intervengamos en las grandes decisiones, que quizá no nos competen, pero sí hemos de hacerlo en esos campos que Dios ha puesto a nuestro alcance para que les demos una orientación cristiana.
Nuestra Madre Santa María, que "fue preservada inmune de toda mancha de la culpa del pecado original en el primer instante de su concepción inmaculada por singular gracia y privilegio" (21) de Dios, nos enseñará a ir a la raíz de los males que nos aquejan, fortaleciendo ante todo, en cada situación, la amistad con Dios.
(1) Gn 1, 26.
(2) Cfr. CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 2.
(3) Cfr. PIO XII, Enc. Humani generis, 12 - VIII - 1950.
(4) Cfr. CONC. DE TRENTO, Ses. V, can. 1.
(5) santo TOMAS, Suma Teológica, 1, q. 97, a. 1.
(6) IDEM, De malo, q. 4, a. 1.
(7) JUAN PABLO II, Alocución 3 - IX - 1986.
(8) Primera lectura de la Misa. Gn 2, 17.
(9) Gn 3, 9 - 15.
(10) Gn 3, 6.
(11) CONC. DE TRENTO, Ses. V, can. 1.
(12) Cfr. CONC. DE ORANGE, can. 2.
(13) CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 13.
(14) PABLO VI, Credo del Pueblo de Dios, 16.
(15) santo TOMAS, Suma Teológica, 1 - 2, q. 81, a. 1.
(16) Ibídem, 1 - 2, q. 81, a. 2.
(17) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Vía Crucis,4, 2.
(18) Gn 3, 23.
(19) Cfr. santo TOMAS, o. c. , 2 - 2, q. 163, a. 1.
(20) Gn 3, 5.
(21) PIO IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 - XII - 1854.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de
la Iglesia Católica
Ciclo B. Décimo domingo del Tiempo
Ordinario.
El Proto-evangelio
410 Tras la caída, el hombre no
fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3, 9) y
le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el
levantamiento de su caída (cf. Gn 3, 15). Este pasaje del Génesis
ha sido llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio
del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la
Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.
411 La tradición cristiana ve
en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1Co 15,
21-22. 45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz"
(Flp 2, 8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán (cf.
Rm 5, 19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la
Iglesia ven en la mujer anunciada en el "protoevangelio" la
madre de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la
que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria
sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha
de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y, durante toda su vida
terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase
de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573).
412 Pero, ¿por qué Dios no
impidió que el primer hombre pecara? S. León Magno responde: "La
gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos
quitó la envidia del demonio" (serm. 73, 4). Y S. Tomás de
Aquino: "Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido
destinada a un fin más alto después de pecado. Dios, en efecto,
permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De
ahí las palabras de S. Pablo: `Donde abundó el pecado, sobreabundó
la gracia' (Rm 5, 20). Y el canto del Exultet: `¡Oh feliz
culpa que mereció tal y tan grande Redentor!'" (s. th. 3, 1, 3,
ad 3).
El hombre en el Paraíso
374 El primer hombre fue no
solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con
su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a
él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la
gloria de la nueva creación en Cristo.
375 La Iglesia, interpretando de
manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del
Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros
padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado "de sant
idad y de justicia original" (Cc. de Trento: DS 1511). Esta
gracia de la santidad original era una "participación de la
vida divina" (LG 2).
376 Por la irradiación de esta
gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban
fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre
no debía ni morir (cf. Gn 2, 17; Gn 3, 19) ni sufrir (cf. Gn 3, 16).
La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el
hombre y la mujer, y, por último, la armonía entre la primera
pareja y toda la creación constituía el estado llamado "justicia
original".
377 El "dominio" del
mundo que Dios había concedido al hombre desde el comienzo, se
realizaba ante todo dentro del hombre mismo como dominio de sí. El
hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de
la triple concupiscencia (cf. 1Jn 2, 16), que lo somete a los
placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a
la afirmación de sí contra los imperativos de la razón.
378 Signo de la familiaridad con
Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín (cf. Gn 2, 8).
Vive allí "para cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2,
15): el trabajo no le es penoso (cf. Gn 3, 17-19), sino que es la
colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el
perfeccionamiento de la creación visible.
379 Toda esta armonía de la
justicia original, prevista para el hombre por designio de Dios, se
perderá por el pecado de nuestros primeros padres.
La caída
385 Dios es infinitamente bueno
y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la
experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza - que
aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas - , y
sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal?
"Quaerebam unde malum et non erat exitus" ("Buscaba el
origen del mal y no encontraba solución") dice S. Agustín
(conf. 7, 7. 11), y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará
salida en su conversión al Dios vivo. Porque "el misterio de la
iniquidad" (2Ts 2, 7) sólo se esclarece a la luz del "Misterio
de la piedad" (1Tm 3, 16). La revelación del amor divino en
Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la
sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5, 20). Debemos, por tanto,
examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra
fe en el que es su único Vencedor (cf. Lc 11, 21 - 22; Jn 16,
11; 1Jn 3, 8).
I DONDE ABUNDO EL PECADO,
SOBREABUNDO LA GRACIA »
La realidad del pecado
386 El pecado está presente en la
historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta
oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el
pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del
hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no
es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a
Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la
historia.
387 La realidad del pecado, y
más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece
a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos
da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la
tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento,
como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria
de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento
del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un
abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que
puedan amarle y amarse mutuamente.
El pecado original - una verdad
esencial de la fe
388 Con el desarrollo de la
Revelación se va iluminando también la realidad del pecado. Aunque
el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la
condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el
Génesis, no podía alcanzar el significado último de esta historia
que sólo se manifiesta a la luz de la Muerte y de la Resurrección
de Jesucristo (cf. Rm 5, 12-21). Es preciso conocer a Cristo como
fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El
Espíritu - Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino
"a convencer al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16, 8)
revelando al que es su Redentor.
389 La doctrina del pecado
original es, por así decirlo, "el reverso" de la Buena
Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos
necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias
a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. 1Co 2, 16)
sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original
sin atentar contra el Misterio de Cristo.
Para leer el relato de la caída
390 El relato de la caída (Gn
3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un
acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la
historia del hombre (cf. GS 13, 1). La Revelación nos da la certeza
de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado
original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Cc. de
Trento: DS 1513; Pío XII: DS 3897; Pablo VI, discurso 11 Julio
1966).
II. LA CAIDA DE LOS ANGELES
391 Tras la elección
desobediente de nuestros primeros padr es se halla una voz seductora,
opuesta a Dios (cf. Gn 3, 1-5) que, por envidia, los hace caer en la
muerte (cf. Sb 2, 24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven
en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8, 44;
Ap 12, 9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado
por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura
creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali" ("El
diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una
naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos")
(Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 800).
392 La Escritura habla de un
pecado de estos ángeles (2P 2, 4). Esta "caída" consiste
en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron
radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo
de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros
padres: "Seréis como dioses" (Gn 3, 5). El diablo es
"pecador desde el principio" (1Jn 3, 8), "padre de la
mentira" (Jn 8, 44).
393 Es el carácter irrevocable
de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina
lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No
hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay
arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (S. Juan
Damasceno, f. o. 2, 4: PG 94, 877C).
394 La Escritura atestigua la
influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida desde
el principio" (Jn 8, 44) y que incluso intentó apartarlo de la
misión recibida del Padre (cf. Mt 4, 1-11). "El Hijo de Dios se
manifestó para deshacer las obras del diablo" (1Jn 3, 8). La
más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción
mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.
395 Sin embargo, el poder de
Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el
hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir
la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo
por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción
cause graves daños - de naturaleza espiritual e indirectamente
incluso de naturaleza física - en cada hombre y en la sociedad, esta
acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y
dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios
permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros
sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que
le aman" (Rm 8, 28)
III. EL PECADO ORIGINAL
La prueba de la libertad
396 Dios creó al hombre a su
imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre
no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a
Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer
del árbol del conocimiento del bien y del mal, "porque el día
que comieres de él, morirás" (Gn 2, 17). "El árbol del
conocimiento del bien y del mal" evoca simbólicamente el límite
infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer
libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador,
está sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que
regulan el uso de la libertad.
El primer pecado del hombre
397 El hombre, tentado por el
diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf.
Gn 3, 1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento
de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,
19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una
falta de confianza en su bondad.
398 En este pecado, el hombre se
prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios:
hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su
estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre,
constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser
plenamente "divinizado" por Dios en la gloria. Por la
seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf. Gn 3, 5),
pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (S. Máximo
Confesor, ambig.).
399 La Escritura muestra las
consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva
pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,
23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3, 9-10) de quien han concebido
una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn
3, 5).
400 La armonía en la que se
encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda
destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre
el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3, 7); la unión entre el hombre y la
mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3, 11-13); sus relaciones
estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3, 16). La
armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para
el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3, 17. 19). A causa del hombre,
la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción"
(Rm 8, 21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para
el caso de desobediencia (cf. Gn 2, 17), se realizará: el hombre
"volverá al polvo del que fue formado" (Gn 3, 19). La
muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5, 12).
401 Desde este primer pecado,
una verdadera invasión de pec ado inunda el mundo: el fratricidio
cometido por Caín en Abel (cf. Gn 4, 3-15); la corrupción
universal, a raíz del pecado (cf. Gn 6, 5. 12; Rm 1, 18-32); en la
historia de Israel, el pecado se manifiesta frecuentemente, sobre
todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y como transgresión
de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo, entre
los cristianos, el pecado se manifiesta, entre los cristianos, de
múltiples maneras (cf. 1Co 1-6; Ap 2 -3). La Escritura y la
Tradición de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la
universalidad del pecado en la historia del hombre:
Lo que la revelación divina nos enseña
coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su
corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos
males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose
con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además
el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo,
toda su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros
hombres y con todas las cosas creadas (GS 13, 1).
Consecuencias del pecado de Adán
para la humanidad
402 Todos los hombres están
implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma: "Por la
desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores"
(Rm 5, 19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el
mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron… " (Rm 5, 12). A la
universalidad del pecado y de la muerte, el Apóstol opone la
universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno
solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la
obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una
justificación que da la vida" (Rm 5, 18).
403 Siguiendo a S. Pablo, la
Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los
hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles
sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha
transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es
"muerte del alma" (Cc. de Trento: DS 1512). Por esta
certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de
los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal
(Cc. de Trento: DS 1514).
404 ¿Cómo el pecado de Adán
vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género
humano es en Adán "sicut unum corpus unius hominis"
("Como el cuerpo único de un único hombre") (S. Tomás de
A., mal. 4, 1). Por esta "unidad del género humano", todos
los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están
implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del
pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente.
Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad
y la justicia originales no para él solo sino para toda la
naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un
pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que
transmitirán en un estado caído (cf. Cc. de Trento: DS 1511-12). Es
un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad,
es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la
santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es
llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado
"contraído", "no cometido", un estado y no un
acto.
405 Aunque propio de cada uno
(cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún
descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la
privación de la santidad y de la justicia originales, pero la
naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus
propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y
al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al
mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la
vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el
hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada
e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate
espiritual.
406 La doctrina de la Iglesia
sobre la transmisión del pecado original fue precisada sobre todo en
el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de S.
Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a
la Reforma protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía, por
la fuerza natural de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la
gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la
influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros
reformadores protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre
estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de
los orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con
la tendencia al mal ("concupiscentia"), que sería
insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido
del dato revelado respecto al pecado original en el II Concilio de
Orange en el año 529 (cf. DS 371-72) y en el Concilio de Trento, en
el año 1546 (cf. DS 1510–1516).
Un duro combate…
407 La doctrina sobre el pecado
original - vinculada a la de la Redención de Cristo - proporciona
una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y
de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el
diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste
permanezca libre. El pecado original entraña "la servidumbre
bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del
diablo" (Cc. de Trento: DS 1511, cf. Hb 2, 14). Ignorar que el
hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a
graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la
acción social (cf. CA 25) y de las costumbres.
408 Las consecuencias del pecado
original y de todos los pecados personales de los hombres confieren
al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser
designada con la expresión de S. Juan: "el pecado del mundo"
(Jn 1, 29). Mediante esta expresión se significa también la
influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones
comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados
de los hombres (cf. RP 16).
409 Esta situación dramática
del mundo que "todo entero yace en poder del maligno" (1Jn
5, 19; cf. 1P 5, 8), hace de la vida del hombre un combate:
"A través de toda la historia del
hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las
tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta
el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el
hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin
grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de
lograr la unidad en sí mismo" (GS 37, 2).
Cristo, el exorcista
517 Toda la vida de Cristo es
Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la
sangre de la cruz (cf. Ef 1, 7; Col 1, 13-14; 1P 1, 18-19), pero este
misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su
Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza
(cf. 2Co 8, 9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión
mediante su sometimiento (cf. Lc 2, 51); en su palabra que purifica a
sus oyentes (cf. Jn 15, 3); en sus curaciones y en sus exorcismos,
por las cuales "él tomó nuestras flaquezas y cargó con
nuestras enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su
Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25).
550 La venida del Reino de Dios
es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si
por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a
vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús
liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26 - 39).
Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este
mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente
establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus"
("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla
Regis").
Se dice Credo. |
Dicitur Credo.
|
Oración de los fieles 214. Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. - Por la Iglesia santa, extendida por todo el mundo: para que obtenga la plenitud del amor de Dios y sea fiel a la misión que Cristo le ha encomendado. Roguemos al Señor. - Por nuestra patria y por todas las naciones: para que crezca en ellas la concordia, la justicia, la libertad y la paz. Roguemos al Señor. - Por los que sufren y padecen: para que el Señor venga en su socorro, los saque de la prueba y los confirme en la esperanza. Roguemos al Señor. - Por los que estamos aquí reunidos en el Señor: para que sepamos amarnos mutuamente y tengamos un solo corazón. Roguemos al Señor. Escucha, Dios de misericordia, las oraciones de tu Iglesia: líbrala de todo mal y protégela de todo peligro, a fin de que pueda servirte con entera libertad. Por Jes nuestro Señor. |
|
Oración sobre las ofrendas
Mira complacido, Señor, nuestro humilde servicio,
para que esta ofrenda sea grata a tus ojos y nos haga crecer en el
amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
|
Super oblata
Réspice, Dómine, quaesumus, nostram propítius
servitútem, ut quod offérimus sit tibi munus accéptum, et
nostrae caritátis augméntum. Per Christum.
|
PLEGARIA EUCARÍSTICA IV. | |
Antífona de comunión Sal 17, 3 Señor, mi roca, mi alcazar, mi libertador. Dios mío, peña mía. O bien: 1 Jn 4, 16 Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. |
Antiphona ad communionem Ps
17, 3
Dóminus firmaméntum meum, et refúgium meum,
et liberátor meus. Deus meus adiútor meus.
Vel: 1 Jn 4, 16
Deus cáritas est, et qui manet in caritáte in
Deo manet et Deus in eo.
|
Oración después de la comunión
Que tu acción medicinal, Señor, nos libere,
misericordiosamente, de nuestra maldad y nos conduzca hacia lo que
es justo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
|
Post communionem
Tua nos, Dómine, medicinális operátio, et a
nostris perversitátibus cleménter expédiat, et ad ea quae sunt
recta perdúcat. Per Christum.
|
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