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domingo, 19 de marzo de 2017

Ceremonial de los Obispos. Sexta parte. Los Sacramentales, nn. 667-1128.

CEREMONIAL DE LOS OBISPOS
(14-septiembre-1984; ed. española 28-junio-2019)

SEXTA PARTE
LOS SACRAMENTALES

CAPÍTULO I
LA BENDICIÓN DEL ABAD

PRÆNOTANDA

667.
El abad, que en el monasterio hace las veces de Cristo, ha de mostrarse como padre, maestro y modelo de vida cristiana y monástica. Por ello, no debe enseñar, disponer u ordenar nada que no sea conforme a las enseñanzas del Señor. Ha de manifestar su bondad y santidad con obras más que con palabras, puestas siempre las miras en servir más que en imponer. Dirija la comunidad en el seguimiento de Cristo con toda moderación y firmeza, de modo que los monjes de su monasterio destaquen, tanto en la oración como en el servicio fraterno, por su forma de vida evangélica (1).

(1) Cf. Regla de San Benito, caps. 2 y 64.

668. Normalmente, la bendición del abad es celebrada por el obispo del lugar donde se encuentra el monasterio. De esta manera, el obispo toma parte en los momentos culminantes de la vida monástica. De la misma forma que los monasterios animan con el ejemplo, el trabajo y la oración la vida de la Iglesia particular, debe igualmente el obispo considerarlos como una parte relevante de su ministerio, si bien no deberá interferir en el régimen interno del monasterio (2).

(2) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la bendición de un abad (Madrid, 1978), Normas generales.

669. Con causa justa y con el consentimiento del obispo del lugar, el elegido puede recibir la bendición de otro obispo o de otro abad (3).

(3) Cf. ibid.

670. La bendición abacial se hace únicamente para aquellos abades que, tras la elección canónica, ejercen el gobierno de una comunidad.

621. Es muy conveniente que la bendición del abad se realice en la iglesia del monasterio cuya presidencia se le confía.

672. Salvo que razones pastorales aconsejen otra cosa, realícese la bendición del abad en domingo o en día festivo (4).

(4) Cf. ibid.

673. En los días en que están permitidas las misas rituales (5), puede decirse la misa ritual «En la bendición del abad», con sus lecturas propias (6), usando el color blanco o festivo.

Si no se dice la misa ritual, una de las lecturas puede tomarse de entre las que se proponen en el Leccionario para esta misa.

Pero si se hace en los días señalados entre los números 1-4 de la tabla de días litúrgicos (7), se dice la misa del día con sus lecturas.

(5) Cf. infra, Apéndice III. 
(6) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 806-810.

(7) Cf. Infra, Apéndice II.

674. Asistan al elegido dos monjes del propio monasterio que, si son presbíteros y concelebran la misa, se revisten con las vestiduras sacerdotales; en otro caso, utilizan la vestidura coral o sobrepelliz encima del hábito (8).

(8) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la bendición de un abad, Normas generales.

675. Es deseable que junto con el obispo y el abad elegido concelebren la misa los abades que puedan estar presentes y otros sacerdotes (9).

(9) Cf. ibid.

676. El obispo y los concelebrantes llevan las vestiduras sagradas necesarias para la celebración de la misa; el obispo utiliza también dalmática. Del mismo modo, el elegido lleva las vestiduras sacerdotales y, debajo de la casulla, la cruz pectoral y la dalmática.

El diácono se reviste con los ornamentos propios; los demás ministros con alba o con las vestiduras legítimamente aprobadas para ellos.

677. Además de todo lo preciso para la celebración de la misa, dispóngase esto:
a) el Pontifical Romano;
b) la Regla;
c) el báculo pastoral para el elegido;
d) el anillo y la mitra para el elegido, si debe recibirlos (10);
e) un cáliz de capacidad suficiente para la comunión bajo las dos especies.

(10) Cf. ibid.

678. La bendición del anillo, del báculo y de la mitra, como de costumbre, se hace en un momento oportuno, antes de la bendición del elegido (11).

(11) Cf. ibid; cf. Pontifical Romano, Ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diaconos, n. 28 f.

679. La bendición del elegido se realiza normalmente en la cátedra. Pero si la participación de los fieles lo hiciere preciso, dispóngase una sede para el obispo delante del altar o en otro lugar adecuado. Dispónganse en el presbiterio asientos para el elegido y los asistentes, pero de tal modo que todos puedan ver con comodidad la acción litúrgica (12).

(12) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la bendición de un abad, Normas generales.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

680. La procesión por la iglesia hasta el altar se hace de la forma habitual. Al diácono, que lleva el Evangeliario, le siguen los presbíteros concelebrantes; luego, el elegido, entre sus asistentes; finalmente, el obispo con mitra y báculo, y, ligeramente detrás, dos diáconos que lo asisten.

681. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, tienen lugar del modo acostumbrado.

682. Proclamado el Evangelio, comienza la bendición del abad. Si es necesario, el obispo, con la mitra, va a la sede dispuesta como más arriba se ha dicho; en caso contrario, se sienta en la cátedra. Todos se sientan igualmente. El elegido es conducido por los monjes asistentes ante el obispo, a quien hace una reverencia. Uno de los asistentes presenta el elegido al obispo, diciendo: «Reverendísimo Padre». El obispo pregunta al asistente: «¿Sabes si ha sido elegido legítimamente?». El monje responde: «Lo sabemos, y de ello somos testigos». El obispo añade: «Te damos gracias, Señor» (13).

(13) Cf. ibid.

683. Luego, el obispo, partiendo del texto de las lecturas que se han leído en la misa, exhorta brevemente al pueblo, a los monjes y al elegido sobre el ministerio del abad (14).

(14) Cf. ibid.

684. Tras la homilía, el elegido se pone en pie y se sitúa ante el obispo, que le pregunta, comenzando así: «Una antigua disposición de los Santos Padres...». El elegido responde a cada pregunta: «Sí, quiero».

Para finalizar, el obispo concluye: «El Señor te conceda cumplir...», todos responden: «Amén» (15).

(15) Cf. ibid.

685. Después, el obispo deja la mitra y se levanta. Todos se levantan también. El obispo, con las manos juntas, vuelto al pueblo, dice la exhortación: «Oremos, queridos hermanos...».

A continuación, el diácono dice: «Pongámonos de rodillas», y entonces todos se arrodillan donde se encuentran; el elegido se postra. En el tiempo pascual o los domingos, el diácono no dice: «Pongámonos de rodillas»; el elegido, ciertamente, se postra, pero todos los demás permanecen en pie. En este momento, los cantores inician las letanias, en las que se pueden añadir, en el lugar correspondiente, el nombre de algunos santos, por ejemplo, el del patrono, el del titular de la iglesia, el del fundador, el del patrono del elegido, los de los santos de la propia orden y otras invocaciones adaptadas a las circunstancias concretas, puesto que las letanías hacen las veces de la oración universal. Concluidas las letanías, el diácono, si antes había invitado a ponerse de rodillas, dice: «Podéis levantaros», y todos se levantan (16).

(16) Cf. ibid.

686. El elegido se acerca al obispo y se arrodilla ante él. El obispo, en pie sin la mitra, y con las manos extendidas, dice la oración de bendición, eligiendo una de las que se indican en el Ritual (17).

(17) Cf. ibid.

687. Concluida la oración de bendición, el obispo, con la mitra, se sienta. Todos se sientan también. El abad, recién bendecido, se acerca al obispo, que le entrega en las manos la Regla, mientras dice: «Recibe la Regla». Después, si ha lugar, coloca el anillo en el dedo anular de la mano derecha del abad que acaba de recibir la bendición, mientras dice: «Recibe este anillo». Entonces, también si ha lugar, le impone la mitra sin decir nada. Finalmente, le entrega el báculo pastoral, diciendo: «Recibe el báculo» (18).

(18) Cf. ibid.

688. Por fin, el abad recién bendecido, tras dejar el báculo, recibe del obispo y de todos los abades el beso de paz.

Si las circunstancias lo permiten, también lo besan los presbíteros y los monjes presentes.

689. La misa continúa del modo acostumbrado. El Símbolo se reza según las rúbricas; la oración universal se omite.

690. En la liturgia eucarística, el abad recién bendecido ocupa el primer lugar entre los presbíteros concelebrantes. En el caso de que el prelado que ha bendecido al abad no sea obispo y la bendición se haya realizado en la iglesia del elegido, el abad recién bendecido puede presidir la liturgia eucarística. Incorpórense, en la plegaria eucarística, las intercesiones propias (18 bis).

(18 bis) Cf. Misal Romano, Misas rituales. VI.

691. Los padres y otros familiares del abad recién bendecido y los miembros de su comunidad monástica pueden recibir la comunión bajo las dos especies.

692. Al final de la misa, quien presidió la liturgia eucarística dice: «El Señor esté con vosotros», e imparte la bendición. El diácono despide a la asamblea de modo acostumbrado.

693. Tras la despedida, si parece conveniente, se canta el himno Te Deum u otro canto apropiado, mientras todos en procesión regresan a la sacristía mayor, atravesando la iglesia, y se retiran con recogimiento.

Pero si se trata de un abad que tiene jurisdicción sobre algún territorio, concluida la oración después de la comunión, se canta el himno Te Deum u otro canto adecuado, según la costumbre del lugar. Mientras tanto, el abad recién bendecido, acompañado por sus asistentes, recorre la iglesia, bendiciendo a todos.

Concluido el himno, el abad recién bendecido, en pie ante el altar o junto a la cátedra, con mitra y báculo, puede hablar al pueblo, brevemente. Todo lo demás se hace de la forma acostumbrada (19).

(19)  Cf. Pontifical Romano, Ritual de la bendición de un abad.

CAPÍTULO II
LA BENDICIÓN DE LA ABADESA

PRÆNOTANDA

694.
La abadesa, elegida por su comunidad, debe presentarse como ejemplo de vida cristiana y monástica para sus propias monjas. Por ello, no debe enseñar, disponer u ordenar nada que no sea conforme a las enseñanzas del Señor. Ha de manifestar su bondad y santidad con obras más que con palabras, puestas siempre las miras en servir más que en imponer. Dirija la comunidad en el seguimiento de Cristo, con ponderación y firmeza, de modo que las monjas de su monasterio destaquen tanto en la oración como en el servicio fraterno, por su forma de vida conforme al Evangelio (20).

(20) Cf. Regla de San Benito, caps. 2 y 64.

695. Generalmente, la bendición de la abadesa es celebrada por el obispo del lugar donde está el monasterio. No obstante, por una justa causa y con consentimiento del obispo del lugar, la elegida puede recibir la bendición de otro obispo o de un abad (21).


(21) Pontifical Romano, Ritual de la bendición de una abadesa (Madrid, 1978), Normas generales.

696. Hágase la bendición en domingo o en día festivo, salvo que razones pastorales aconsejen otra cosa (22).

(22) Cf. ibid.

697. En los días en que se permiten las misas rituales (23), puede decirse la misa «En la bendición de la abadesa», con sus lecturas propias (24), utilizando el color blanco o festivo.

Si no se dice la misa ritual, una de las lecturas puede tomarse de entre las que se proponen en el Leccionario para esta misa.

Pero si se hace en los días señalados entre los números 1-4 de la tabla de días litúrgicos (25), se dice la misa del día con sus lecturas.

(23) Cf. infra, Apéndice III.
(24) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 806-810.
(25) Cf. infra, Apéndice II.

698. La elegida, a la que asisten dos monjas de su monasterio, se sitúa en el presbiterio, fuera de la clausura, de modo que pueda acercarse fácilmente al obispo, y las monjas y los fieles puedan ver y participar en la celebración.

La bendición se hace, normalmente, en la cátedra, pero, si fuera necesario para la participación de los fieles, puede disponerse una sede para el obispo delante del altar o en otro lugar adecuado (26).

(26) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la bendición de una abadesa, Normas generales.

699. Es conveniente que los sacerdotes presentes en la celebración concelebren con el obispo, y que asistan al obispo, al menos, un diácono y otros ministros,

700. Además de las vestiduras sagradas y de todo lo necesario para la celebración de la misa, y la dalmática para el obispo, prepárese cuanto sigue:
a) el Pontifical Romano;
b) la Regla;
c) el anillo, si debe recibirlo;
d) un cáliz de capacidad suficiente para distribuir la comunión bajo las dos especies (27).

(27) Cf. ibid.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

701.
Antes de la celebración, el obispo, con los concelebrantes, los ministros y el clero, se acerca a la puerta de la clausura. La elegida, con dos monjas que la asisten, sale y ocupa su lugar en la procesión hacia la iglesia, inmediatamente delante del obispo (28).

(28) Cf. ibid.

702. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se realizan del modo acostumbrado (29).

(29) Cf. ibid.

703. Proclamado el Evangelio, comienza la bendición de la abadesa. Si es oportuno, el obispo, con la mitra, se dirige a la sede que se ha dispuesto, como se ha dicho antes; de otro modo, se sienta en la cátedra. Todos se sientan a su vez. La elegida es acompañada por las monjas asistentes ante el obispo y le hacen una reverencia. Una de las monjas que asisten a la elegida la presenta ante el obispo, diciendo: «Reverendísimo Padre, está aquí...», como describe el Ritual.

El obispo pregunta: «¿Sabéis si ha sido elegida legítimamente?». la monja responde: «Lo sabemos, y de ello somos testigos». El obispo añade: «Te damos gracias, Señor» (30).

(30) Cf. ibid.

704. Luego, el obispo, partiendo de las lecturas sagradas que se han leí-do en la misa, exhorta brevemente al pueblo, a las monjas y a la elegida sobre el ministerio de la abadesa (31).

(31) Cf. ibid.

705. Tras la homilía, la elegida se levanta y se sitúa ante el obispo, que le pregunta: ¿Quieres permanecer en tu santo propósito...?». La elegida responde a cada pregunta: «Sí, quiero». Al final, el obispo concluye: «El Señor te conceda cumplir...», y todos dicen: «Amén» (32).

(32) Cf. ibid.

706. Luego, el obispo deja la mitra y se levanta. Todos se levantan también. El obispo, con las manos juntas, vuelto hacia el pueblo, dice la invitación: «Oremos, queridos hermanos...». Después, el diácono dice: «Pongámonos de rodillas», y entonces todos se arrodillan, en su lugar; la elegida, donde es costumbre, se postra. Pero en tiempo pascual o en domingo, el diácono no dice: «Pongámonos de rodillas»; la elegida se pone de rodillas o, donde sea costumbre, se postra, y el resto permanece de pie. En este momento, los cantores inician las letanías, en las que se pueden añadir, en el lugar correspondiente, el nombre de algunos santos por ejemplo, el del patrono, el del titular de la iglesia, el del fundador, el del patrono de la que recibe la bendición, los de las santas de la propia orden u otras invocaciones adaptadas a las circunstancias concretas pues las letanías hacen las veces de la oración universal. Concluidas las letanías, el diácono, si es que antes había invitado a ponerse de rodillas dice: «Podéis levantaros», y todos se ponen en pie (33).

(33) Cf. ibid.

707. La elegida se acerca al obispo y se arrodilla ante él. El obispo, en pie sin la mitra, y con las manos extendidas, dice la oración de bendición, eligiendo una de las que se indican en el Ritual (34).

(34) Cf. ibid.

708. Concluida la oración de la bendición, el obispo se sienta y recibe la mitra. Todos se sientan a su vez. La abadesa recién bendecida se acerca al obispo, que le entrega en las manos la Regla, mientras dice: «Recibe la Regla» (35).

(35) Cf. ibid.

709. No se le entrega el anillo si la abadesa ya lo recibió el día de su profesión y consagración. Si la abadesa no ha recibido el anillo, el obispo puede colocárselo en el dedo anular de la mano derecha, diciendo «Recibe este anillo» (36).

(36) Cf. ibid.

710. Entonces, la abadesa saluda al obispo haciendo una inclinación profunda y regresa a su sede con las dos asistentes (37).

(37) Cf. ibid.

711. La misa continua del modo acostumbrado. Se reza el Símbolo según las rúbricas; la oración universal se omite. En la plegaria eucarística utilícense las intercesiones propias (37 bis).

(37 bis) Cf. Misal Romano, Misas rituales, VI.

712. La elegida, sus padres y sus otros familiares, así como las monjas de su comunidad monástica, pueden recibir la comunión bajo las dos especies.

713. Después de la bendición del obispo, el diacono despide al pueblo de modo acostumbrado.

714. Concluida la misa, mientras se canta, si parece oportuno, el himno Te Deum u otro apropiado, el obispo conduce a la abadesa hasta la clausura. Si el obispo es el ordinario del lugar y tiene jurisdicción inmediata sobre las monjas, conduce a la abadesa hasta su sede en el coro y la invita a sentarse, salvo que la abadesa ya lo hubiera hecho después de su elección (38).

(38) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la bendición de una abadesa.

CAPÍTULO III
LA CONSAGRACIÓN DE VÍRGENES

PRÆNOTANDA

715. Según una antigua tradición, la virgen consagrada es signo transcendente del amor de la Iglesia hacia Cristo e imagen escatológica de la Esposa celeste y de la vida futura (39).

(39) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la consagración de vírgenes, Praenotanda, n. 1.

716. Pueden ser admitidas a la consagración de las vírgenes tanto las monjas como las mujeres que viven una vida seglar (40).

(40) Ibid., Prenotanda, n. 3.

717. Es conveniente que la consagración de vírgenes tenga lugar en la octava de Pascua, en las solemnidades -sobre todo en aquellas en que se celebran los misterios de la encarnación y manifestación del Señor- en los domingos, en las celebraciones de la bienaventurada Virgen María o santas vírgenes o de santos que destacaron en la vida religiosa (41).

(41) Cf. ibid., cap. 1: Consagración de vírgenes, n. 1, y cap. II: Consagración de vírgenes unida a la profesión perpetua, n. 39.

718. En la fecha acordada, próxima a la celebración del rito de la consagración, o al menos el día previo, las vírgenes que van a consagrarse son presentadas al obispo para tener un coloquio pastoral, como corresponde a las hijas con el padre de la diócesis (42).

(42) Ibid., nn. 2 y 40.

719. Si parece conveniente, para ensalzar el valor de la castidad, su sentido eclesial y favorecer la edificación y la participación del pueblo de Dios, infórmese a los fieles oportunamente sobre la celebración del rito (43).

(43) Cf. ibid., n. 4.

720. El ministro de la consagración de las vírgenes es el obispo diocesano. Sin embargo, otro obispo puede presidir el rito, con la anuencia del propio obispo diocesano (44).

(44) Ibid., Prenotanda, n. 6.

721. En los días en que se permiten las misas rituales (45), puede decirse la misa «En la consagración de vírgenes», con sus lecturas propias (46), empleando el color blanco o festivo.

Si no se dice la misa ritual, una de las lecturas puede tomarse de entre las que se proponen para esta misa.

Pero si se trata de los días señalados entre los números 1-4 de la tabla de días litúrgicos (47), se dice la misa del día, con sus lecturas.

Para la bendición final siempre puede utilizarse la fórmula propia de la misa ritual.

(45) Cf. infra, Apéndice III.
(46) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 811-815.
(47) Cf. infra, Apéndice II.

I. LA CONSAGRACIÓN DE VÍRGENES MONJAS

722. La consagración virginal de las monjas se celebra en la misa y, normalmente, en la iglesia del monasterio (48).

Es conveniente que los sacerdotes que participan en la celebración concelebren con el obispo. Es así mismo conveniente que asista al obispo al menos un diácono y que en el desarrollo del rito esté ayudado por algunos ministros revestidos de alba o con otra vestidura legítimamente aprobada.

(48) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la consagración de vírgenes, cap. II: Consagración de vírgenes unida a la profesión perpetua, n. 41.

723. Para la realización del rito, además de las vestiduras sagradas y de cuanto se precisa para la celebración de la misa, prepárese esto:
a) el Pontifical Romano;
b) velos, anillos u otros distintivos de la consagración virginal o de la profesión religiosa, de acuerdo a las normas locales o las costumbres de la familia religiosa; lámparas o cirios;
c) si es oportuno, un asiento para la superiora en un lugar apropiado del presbiterio;
d) también en el presbiterio, asientos para las vírgenes que van a consagrarse; estos han de colocarse de modo que los fieles puedan ver sin dificultad la acción litúrgica;
e) un cáliz con capacidad suficiente para la comunión bajo las dos especies.

La consagración se realiza en la cátedra, aunque para una mejor participación de los fieles puede disponerse una sede para el obispo ante el altar o en otro lugar apropiado (49).

(49) Cf. ibid., nn. 47, 44.

724. Reunida la asamblea y dispuesto todo, se inicia la procesión por la iglesia hasta el altar como de costumbre, mientras el coro y el pueblo cantan el canto de entrada de la misa. Conviene que las vírgenes que van a ser consagradas, acompañadas de la superiora y de la maestra, vayan en la procesión (50).

(50) Ibid., n. 48.

725. Una vez llegados al presbiterio y, tras hacer la debida reverencia al altar, las vírgenes se sitúan en el lugar asignado en la nave de la iglesia (51).

(51) Cf. ibid., n. 49.

726. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se desarrollan del modo acostumbrado.

727. Proclamado el Evangelio, el obispo recibe la mitra y el báculo, se sienta en la cátedra o en la sede que se ha dispuesto; y se canta la antifona Virgenes prudentes. Entonces, las vírgenes que van a ser consagradas encienden las lámparas o los cirios y, acompañadas de la maestra y de otras monjas designadas, se acercan al presbiterio y permanecen en pie fuera de él.

Concluida la antifona, el obispo llama a las vírgenes que van a ser consagradas, diciendo o cantando: Venid, hijas, a lo que las vírgenes responden cantando la antifona Queremos seguirte; y así entran en el presbiterio y se sitúan de manera que todos puedan ver el rito. Entregan los cirios a los ministros o los colocan en un candelero adecuado (52).

(52) Cf. ibid., nn. 51-52.

728. Todos se sientan, y el obispo hace la homilía en la que, a partir de las sagradas lecturas leídas en la misa, exhorta al pueblo, a las monjas y a las que van a consagrarse sobre el don de la virginidad para la santificación de las elegidas y para el bien de la Iglesia, y de toda la familia humana (53).

(53) Cf. ibid. cap. I: Consagración de vírgenes, n. 16.

729. Finalizada la homilía, solo las vírgenes se ponen en pie; entonces, el obispo, siguiendo lo que se indica en el Pontifical Romano (54), les pregunta si están dispuestas a entregarse a Dios y seguir el camino de la perfecta caridad, de acuerdo a la Regla o a las Constituciones de su familia religiosa.

(54) Cf. ibid., cap. II: Consagración de vírgenes unida a la profesión perpetua, nn. 35-36.

730. Luego, todos se ponen en pie. El obispo deja el báculo y la mitra y, en pie, con las manos juntas, dice la exhortación «Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso....». Después, el diácono dice: «Pongámonos de rodillas», e inmediatamente el obispo y todos los presentes se arrodillan. Puede conservarse la costumbre, donde esté en vigor, de que las vírgenes que van a consagrarse se postren en el suelo.

En el tiempo pascual o los domingos, el diácono no dice: «Pongámonos de rodillas», por lo que todos, salvo las vírgenes que van a consagrarse permanecen en pie, durante el canto de las letanias.

Entonces, se cantan las letanías. Pueden añadirse, en el lugar apropiado, las invocaciones de aquellos santos especialmente venerados por la comunidad y, también, si ha lugar, otras invocaciones que resulten adaptadas a las concretas circunstancias, pues las letanias hacen las veces de la oración universal (55).

(55) Cf. ibid., nn. 57-59.

731. Concluidas las letanías, el obispo, en pie, con las manos extendidas, dice la oración «Escucha, Señor, la oración...»; al concluirla, el diácono, si antes había invitado a ponerse de rodillas, añade: «Podéis levantaros». Todos se ponen en pie (56).

(56) Cf. ibid., n. 60.

732. Entonces, solo el obispo se sienta y recibe la mitra y el báculo. Dos vírgenes ya profesas, según las costumbres de la familia religiosa o del monasterio, se colocan junto a la sede de la superiora y, en pie, actúan como testigos.

Las vírgenes que van a profesar se acercan, una a una, a la superiora y a las testigos y leen la fórmula de la profesión, que antes, oportunamente, han escrito de su puño y letra.

Después, es conveniente que, de una en una, se dirijan al altar y sobre él coloquen el documento de la profesión; y, si puede hacerse con comodidad, pongan su firma sobre el propio altar. Hecho esto, regresan a su lugar asignado.

Entonces, si es el caso, las vírgenes recién profesas, en pie, cantan la antifona Tómame, Señor u otro canto adecuado, que exprese de forma lírica el sentido de entrega y de gozo (57).

(57) Cf. ibid., nn. 61-63.

733. Luego, el obispo deja el báculo y la mitra, se levanta y extiende las manos sobre las vírgenes, que están de rodillas, y dice o canta la solemne oración consecratoria; toda la asamblea está en pie (58).

(58) Cf. ibid., n. 64

734. Concluida la oración consecratoria, el obispo se sienta y recibe la mitra. También el pueblo se sienta; las vírgenes se levantan y, en compañía de la maestra y de otra monja designada, se acercan al obispo, que a cada virgen el velo y el anillo o solamente el anillo. Entre tanto, el coro dice una sola vez para todas: «Recibid, hijas amadas...»; después entrega y el pueblo cantan una antifona, por ejemplo, A ti, Señor, con el Salmo 44, u otro canto adecuado (59).

(59) Cf. ibid., nn. 65-67.

735. Si es conveniente, el obispo también hace entrega, a cada una de las vírgenes, del libro de la Liturgia de las Horas, diciendo antes la fórmula prevista para ello; todas a una responden: «Amén» (60).

(60) Cf. ibid., n. 68.

736. Entonces, si se considera oportuno, las vírgenes cantan la antifona Estoy desposada con aquel u otra adecuada (61).

(61) Cf. ibid., n. 69.

737. Concluido esto, donde exista la costumbre o parezca oportuno, puede manifestarse con algún signo externo que las vírgenes recién profesas y consagradas a Dios han sido incorporadas para siempre a la familia religiosa, bien con unas palabras pronunciadas por el obispo o la superiora, bien con el signo de la paz. En este caso, el obispo da la paz a las vírgenes que acaban de consagrarse de modo conveniente. Luego la superiora y algunas otras monjas manifiestan el amor fraterno de acuerdo a las costumbres de la familia religiosa o del monasterio.

Entre tanto, el coro y el pueblo cantan la antifona ¡Qué deseables son tus moradas!, con el Salmo 83, u otro canto apropiado (62).

(62) Cf. ibid., n. 70.

738. Entonces, las vírgenes que han profesado regresan a sus lugares en el presbiterio. Continúa la misa. Se dice el Símbolo según las rúbricas, se omite la oración universal (63).

Mientras se realiza el canto del ofertorio, si parece oportuno, algunas de las vírgenes que acaban de consagrarse a Dios llevan al altar el pan, el vino y el agua para la celebración de la eucaristía (64).

En la plegaria eucarística incorpórense las intercesiones propias (65).

El obispo da la paz a las vírgenes recién consagradas a Dios, de modo conveniente (66).

(63) Cf. ibid., n. 50.
(64) Cf. ibid., n. 73.
(65) Cf. Misal Romano, Misas rituales, VII: En la consagración de vírgenes.
(66) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la consagración de vírgenes, capítulo II: Consagración de vírgenes unida a la profesión perpetua, n. 75.

739. Una vez que el obispo ha sumido el Cuerpo y la Sangre del Señor, las vírgenes se acercan al altar para recibir el sacramento de Cristo bajo las dos especies. Tras ellas, los miembros de la comunidad, los parientes y otros familiares pueden también recibir la eucaristía de la misma manera (67).

(67) Ibid., n. 76.

740. Concluida la oración después de la comunión, las vírgenes recién consagradas a Dios se sitúan en  pie delante del altar. Entonces, el obispo recibe la mitra y saluda al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros», En este momento, uno de los diáconos puede decir la monición de la bendición y el obispo, con las manos extendidas sobre las vírgenes, dice las invocaciones de la bendición. Recibe luego el báculo y dice: «Y la bendición...», haciendo sobre el pueblo la señal de la cruz.

Para la bendición el obispo también puede utilizar alguna de las fórmulas indicadas más adelante, nn. 1120-1121.

741. Una vez que el obispo ha dado la bendición, el diácono despide al pueblo diciendo: «Podéis ir en paz», y todos responden: «Demos gracias a Dios». Si ha lugar, las vírgenes toman sus cirios; el coro y el pueblo entonan un himno o un canto de alabanza y se dispone la procesión como al comienzo de la misa, para que las vírgenes consagradas regresen a la clausura (68).

(68) Cf. ibid., n. 80.

II. LA CONSAGRACIÓN DE VÍRGENES QUE VIVEN UNA VIDA SEGLAR

742. Dado que estas vírgenes son admitidas a la consagración virginal por decisión del obispo y bajo su autoridad y generalmente prestan sus servicios a la diócesis, es razonable que el rito se realice en la iglesia-catedral, salvo que la situación o las costumbres del lugar aconsejen otra cosa (69).

(69) Cf. ibid., cap. 1: Consagración de vírgenes, n. 3.

743. Todo se hace como se ha expuesto antes, para la consagración de las vírgenes monjas, salvo lo que se dice en el Pontifical Romano y a continuación.

744. Conviene que dos vírgenes ya consagradas o dos mujeres elegidas de la comunidad de fieles acompañen a las vírgenes que van a consagrarse y las conduzcan al altar (70).

(70) Ibid., n. 10.

745. Para el escrutinio sobre el deseo de consagrarse a Dios, después la homilía, se utiliza el texto propio, que se encuentra en el Pontifical (71).

(71) Cf. ibid., n. 17.

746. Terminadas las letanías con su oración, inmediatamente, cada una de las que se van a consagrar se acerca al obispo, se arrodilla ante él, junta sus manos colocándolas entre las manos del obispo y manifiesta su propósito de virginidad, diciendo: «Recibe, Padre...». Si este rito pareciere poco adecuado, puede sustituirse por otro que establezca la Conferencia Episcopal (72).

(72) Cf. ibid., n. 22.

747. A las vírgenes consagradas no se les da la paz inmediatamente después de la entrega de las insignias, sino en la misa, como de costumbre (72).

(73) Cf. ibid., n. 34.

CAPÍTULO IV
LA PROFESIÓN PERPETUA DE LOS RELIGIOSOS

PRÆNOTANDA

748. «La Iglesia no solo eleva la profesión religiosa a la dignidad de estado canónico con su aprobación, sino que la presenta incluso en su acción liturgica como un estado de vida consagrado a Dios. La Iglesia misma, en efecto, con la autoridad recibida de Dios, recibe los votos de los profesos, les consigue con su oración pública la ayuda y la gracia de Dios, los encomienda a Dios y les da una bendición especial, uniendo la ofrenda de sus personas al sacrificio eucarístico» (74).

Bajo el aspecto eclesial, esto se pone de manifiesto cuando el obispo, como padre y pastor también de los religiosos, aunque estos en la regulación de sus comunidades estén exentos de su gobierno, preside su profesión perpetua, que se debe realizar durante la celebración solemne de la misa y con la participación del pueblo.

(74) CONCILIO VATICANO II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 45.

749. Normalmente, la profesión se realiza en la iglesia de la familia religiosa a la que pertenecen los miembros que vayan a profesar. Pero, por razones pastorales o para destacar la vida religiosa o para favorecer la edificación y la participación del pueblo de Dios, puede celebrarse el rito en la iglesia-catedral o parroquial o en otra iglesia señalada, si parece oportuno; esto ha de recomendarse especialmente si quienes van a emitir su profesión en un mismo sacrificio eucarístico pertenecen a dos o más familias religiosas. Los superiores de estas familias religiosas participan en esta común celebración y, en el caso de que sean sacerdotes, concelebran con el obispo junto con el resto de los sacerdotes que participan en la celebración. Asista al obispo un diácono, al menos, y en la realización del rito ayúdenle algunos ministros. Cada uno de los que va a profesar dice los votos ante su propio superior (75).

(75) Cf. Ritual Romano, Ritual de la profesión religiosa. I. Ritual de la profesión de religiosos, cap. III: El rito de la profesión perpetua dentro de la misa, nn. 44-46.

750. Es recomendable que para el rito de la profesión perpetua se elija un domingo o una solemnidad del Señor, de la bienaventurada Virgen María o de un santo que se haya distinguido en la vida religiosa (76).

(76) Cf. ibid., n. 40; cf. CIC, c. 657,3.

751. En los días que se permiten las misas rituales (77), podrá decirse la misa «En la profesión perpetua» con sus lecturas propias (78) utilizando el color blanco.

Pero si no se dice la misa ritual, una de las lecturas puede tomarse de entre las que se proponen para esta misa.

En el caso de que se trate de los días señalados entre los números 1-4 de la tabla de días litúrgicos (79), se dice la misa del día con sus lecturas.

La fórmula de la bendición final propia de la misa ritual siempre se puede utilizar.

(77) Cf. infra, Apéndice III.
(78) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 811-815.
(79) Infra. Apéndice II.

752. Además de las vestiduras sagradas y de todo lo necesario para la celebración de la misa, prepárese cuanto sigue:
a) el Ritual de la profesión religiosa;
b) las insignias de la profesión religiosa, si han de entregarse, de acuerdo a las normas y costumbres de la familia religiosa;
c) un cáliz de capacidad suficiente para la comunión bajo las dos especies;
d) en los institutos laicales, la sede para el superior, en un lugar adecuado del presbiterio;
e) en el mismo presbiterio, sedes para los religiosos que vayan a profesar, que se han de disponer de tal modo que los fieles puedan ver sin dificultad toda la acción litúrgica (80).

El rito de la profesión se realiza en la cátedra o ante el altar o en otro lugar más apropiado.

(80) Cf. Ritual Romano, Ritual de la profesión religiosa. 1. Ritual de la profesión de religiosos, cap. III: El rito de la profesión perpetua dentro de la misa, nn. 50, 48.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

753. La procesión de entrada se realiza como de costumbre y es conveniente que tomen parte en ella quienes van a profesar, acompañados del maestro y, si se trata de un Instituto laical, de su superior. Llegados al presbiterio, hecha la debida reverencia al altar, cada uno se sitúa en el lugar asignado para él (81).

(81) Cf. ibid., n. 51.

754. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se desarrollan del modo acostumbrado.

755. Pronunciado el Evangelio, el obispo recibe la mitra y el báculo, se sienta en la cátedra o se dirige a la sede que tiene preparada. El pueblo se sienta; quienes van a profesar permanecen en pie. Tiene lugar la llamada o petición.

El diácono o el maestro llama por su nombre a cada candidato, que responde: «Presente», o de otro modo, según la costumbre de la familia religiosa o del lugar. Luego, el obispo pregunta a los candidatos sobre su voluntad, como en el Ritual.

En vez de la llamada, puede realizarse la petición: uno de los que van a profesar, de pie, en nombre de todos, solicita la admisión con la fórmula del Ritual u otra similar.

Al final, todos responden: «Te damos gracias, Señor», o de otro modo (82).

(82) Cf. ibid., nn. 53-55.

756. Entonces, también se sientan quienes van a profesar y el obispo, sentado con mitra y báculo, salvo que él determine otra cosa, hace la homilía en la que explica el contenido de las lecturas bíblicas y el don y compromiso de la profesión religiosa para la santificación de los elegidos y bien de la Iglesia, y de toda la familia humana (83).

(83) Ibid.

757. Concluida la homilía, quienes van a profesar se levantan, y el obispo les pregunta si están dispuestos a entregarse a Dios y a seguir el camino de la perfecta caridad, de acuerdo con la Regla o con las Constituciones de la familia religiosa; lo hace con las preguntas del Ritual Romano o del Ritual propio; concluido el interrogatorio, confirma la decisión de quienes van a profesar, diciendo: «Dios que comenzó en vosotros...» o con palabras similares (84).

(84) Cf. ibid., nn. 57-59.

758. Luego, el obispo deja el báculo y la mitra y se levanta, y todos se levantan también. El obispo en pie, con las manos juntas, dice la exhortación: «Oremos, queridos hermanos...». Entonces, el diácono invita: «Pongámonos de rodillas»; en este momento, el obispo y todos los presentes se arrodillan; quienes van a profesar se postran en el suelo o se arrodillan, según las costumbres de la familia religiosa o del lugar. En tiempo pascual o en domingo, el diácono no dice: «Pongámonos de rodillas», y todos permanecen en pie, aunque los que van a profesar se postran en tierra.

Entonces, los cantores inician las letanías, a las todos responden. En el lugar adecuado pueden incorporarse las invocaciones de aquellos santos que son objeto de especial veneración para la familia religiosa o para el pueblo, además, si parece oportuno, pueden añadirse otras invocaciones adaptadas a las situaciones concretas, pues las letanías hacen las veces de la oración universal (85).

(85) Cf. ibid., nn. 60-62.

759. Finalizadas las letanías, el obispo, en pie, con las manos extendidas dice la oración: «Escucha, Señor, las súplicas...». Luego, el diácono, si antes había invitado a ponerse de rodillas, dice: «Podéis levantaros», y todos se ponen en pie (86).

(86) Cf. ibid., n. 63.

760. El obispo se sienta y recibe la mitra y el báculo. Dos religiosos ya profesos, de acuerdo a los usos de la familia religiosa, se colocan junto al superior y, en pie, actúan como testigos.

Cada uno de los que van a profesar se acercan y, ante el obispo, su superior y los testigos, leen la fórmula de profesión que, oportunamente, han escrito en su momento, de su puño y letra.

Después, es conveniente que el profeso se dirija al altar y sobre él deposite el documento de la profesión; entonces, si puede hacerse con comodidad, sobre el propio altar pone su firma, tras lo cual regresa al lugar asignados (87).

(87) Cf. ibid., nn. 64-65.

761. Cumplido todo esto, los profesos, de pie, pueden cantar la antifona Recíbeme según tu promesa u otro canto similar (88).

(88) Cf. ibid., n. 66.

762. Entonces, los religiosos que han profesado se ponen de rodillas. El obispo deja la mitra y el báculo, se pone en pie y, con las manos extendidas sobre los profesos arrodillados ante él, dice la plegaria solemne de bendición (89).

(89) Cf. ibid., n. 67.

763. Concluida la bendición de los profesos, si es costumbre en la familia religiosa entregar alguna insignia de la profesión, los profesos se levantan, se acercan al obispo, que está sentado y con mitra, y este, sin decir nada o con las palabras que propone el Ritual propio, entrega a cada uno la insignia. Mientras tanto, todos están sentados y se canta la antifona Dichosos los que viven, con el Salmo 83, u otro canto apropiado (90).

(90) Cf. ibid., n. 68.

764. Terminada la entrega de las insignias o, en otro caso, la plegaria solemne de bendición, si existe tal costumbre o parece oportuno, puede manifestarse externamente que los religiosos recién profesos han sido incorporados para siempre al Instituto religioso con unas palabras del obispo o del superior, o con el signo de la paz con el que el obispo, el superior y los miembros de la familia religiosa manifiestan el amor fraterno a los religiosos recién profesos, según las costumbres de la familia religiosa. Mientras tanto, se canta la antifona Ved qué dulzura, con el Salmo 132, u otro canto apropiado.

765. Por fin, los religiosos que acaban de profesar regresan a los lugares asignados. Entonces continúa la misa (91).

Se dice el Símbolo según las rúbricas, pero se omite la oración de los fieles.

Durante el canto del ofertorio, conviene que algunos de los nuevos profesos presenten ante el altar el pan, el vino y el agua para el sacrificio eucarístico (92).

En las plegarias eucarísticas añádanse las intercesiones propias (93).

El obispo da la paz a cada uno de los religiosos recién profesos (94).

(91) Cf. ibid., n. 71.
(92) Cf. ibid., n. 72.
(93) Cf. Misal Romano, Misas rituales VII: En la profesión religiosa.
(94) Ritual Romano, Ritual de la profesión religiosa. I. Ritual de la profesión de religiosos, cap. III: El rito de la profesión perpetua dentro de la misa, n. 74.

766. Una vez que el obispo ha sumido el Cuerpo y la Sangre del Señor, los religiosos recién profesos se acercan al altar para recibir el Sacramento de Cristo bajo las dos especies: Tras ellos, los miembros de la comunidad, los padres y los demás familiares también pueden sumir de la misma manera (95).

(95) Cf. ibid., n. 75.

767. Concluida la oración después de la comunión, los religiosos recién consagrados a Dios se sitúan en pie ante el altar. Entonces, el obispo recibe la mitra y saluda al pueblo, diciendo: «El Señor esté con vosotros». Uno de los diáconos puede decir la monición para la bendición, y el obispo, con las manos extendidas sobre los profesos, dice las invocaciones de la bendición. Luego, recibe el báculo y dice: «Y la bendición de Dios...», haciendo sobre el pueblo la señal de la cruz (96).

El obispo puede también impartir la bendición con algunas de las fórmulas indicadas más adelante, nn. 1120-1121.

(96) Cf. ibid., nn. 76-77.

768. Una vez que el obispo ha dado la bendición, el diácono despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz», y todos responden: «Demos gracias a Dios».

CAPÍTULO V
LA PROFESIÓN PERPETUA DE LAS RELIGIOSAS

PRÆNOTANDA

769. La vida consagrada a Dios mediante los vínculos de la profesión religiosa siempre fue considerada por la Iglesia como algo especialmente valioso; por eso, ya desde los primeros siglos, celebró la profesión religiosa con ritos sagrados.

Así ha continuado haciéndolo hasta nuestros días, pues la Iglesia recibe los votos de quienes profesan, les alcanza de Dios, mediante su oración pública, los auxilios y la gracia, los encomienda a Dios y les imparte la bendición espiritual, asociando su oblación al sacrificio eucarístico (97).

Este aspecto de la vida de la Iglesia adquiere especial relevancia cuando el obispo, como gran sacerdote de quien deriva y depende la vida de los fieles en su diócesis (98), preside la profesión perpetua de las religiosas que residen en su diócesis, celebrándola dentro de la misa.

(97) Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 45.
(98) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 41.

770. Normalmente, la profesión se realizará en la iglesia de la familia religiosa a la que pertenecen las candidatas que van a profesar. Pero si parece oportuno por razones pastorales, para ensalzar la vida religiosa o para favorecer la edificación y la participación del pueblo de Dios, puede celebrarse el rito en la catedral o en una iglesia parroquial o en otra iglesia destacada; esto parece especialmente apropiado si quienes desean emitir su profesión, en un mismo sacrificio eucarístico presidido por el obispo, pertenecen a dos o más familias religiosas. Cada una de las que va a profesar pronunciará sus votos ante su propia superiora (99).

Conviene que los sacerdotes que tomen parte en la celebración concelebren con el obispo. Al menos un diácono asista al obispo y, en la realización del rito, ayúdenle algunos ministros.

(99) Ritual Romano, Ritual de la profesión religiosa. 1. Ritual de la profesión de religiosas, cap. III: El rito de la profesión perpetua dentro de la misa, nn. 50-51.

771. Es deseable que para el rito de la profesión perpetua se elija un domingo o solemnidad del Señor de la bienaventurada Virgen María o de algún santo que haya sobresalido en la vida religiosa (100).

(100) Cf. ibid., n. 43; cf. CIC, c. 657, 3.

272. En los días que se permiten las misas rituales (101) o, puede decirse la misa «En la profesión perpetua», con las lecturas propias (102), utilizando el color blanco.

Pero si no se dice la misa ritual, una de las lecturas puede tomarse de entre las que se proponen en el Leccionario para esta misa.

Cuando se trata de los días señalados entre los números 1-4 de la tabla de días litúrgicos (103), se dice la misa del día con sus lecturas.

Siempre puede utilizarse la fórmula de la bendición final propia de la misa ritual.

(101) Cf. infra, Apéndice III. 
(102) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 811-815.
(103) Cf. Infra, Apéndice II.

773. Además de las vestiduras sagradas y de todo lo necesario para la celebración de la misa, dispóngase cuanto sigue:
a) el Ritual de la profesión religiosa;
b) las insignias de la profesión religiosa, si han de ser entregadas de acuerdo a las normas y costumbres de la familia religiosa;
c) un cáliz de capacidad suficiente para la comunión bajo las dos especies;
d) en un lugar adecuado del presbiterio, la sede para la superiora que va a recibir la profesión de las candidatas;
e) los asientos para las religiosas que van a profesar se dispondrán de tal modo que los fieles puedan ver sin dificultad toda la acción liturgica.

El rito de la profesión se realiza en la cátedra o ante el altar o en otro lugar más apropiado.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

774.
La procesión de entrada se realiza como de costumbre; conviene que tomen parte en ella quienes van a profesar, acompañadas de la maestra y la superiora. Llegados al presbiterio y tras hacer la debida reverencia al altar, todos se sitúan en el lugar asignado para ellos (104).

(104) Cf. Ritual Romano, Ritual de la profesión religiosa. 1. Ritual de la profesión de religiosas, cap. III: El rito de la profesión perpetua dentro de la misa, nn. 55-56.

775. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se desarrollan del modo acostumbrado.

776. Proclamado el Evangelio, el obispo, recibidos la mitra y el báculo, se sienta en la cátedra o se dirige a la sede. El pueblo se sienta; quienes van a profesar se mantienen en pie. Entonces tiene lugar la llamada o petición.

El diácono o la maestra llama por sus nombres a cada una de las que van a profesar, que responden: «Aquí estoy, Señor; tú me has llamado o de otra forma, según la costumbre de la familia religiosa o del lugar. Luego, el obispo pregunta a quienes van a profesar sobre su intención, como en el Ritual.

En vez de la llamada, puede realizarse la petición: una de las que van a profesar, en pie y en nombre de todas, vuelta hacia la superiora, pide la admisión, utilizando la fórmula del Ritual u otra similar.

Al final, todos responden: «Demos gracias a Dios» o de otra forma adecuada (105).

(105) Cf. ibid., nn. 58-60.

777.
Entonces, quienes van profesar se sientan y el obispo, sentado con mitra y báculo, salvo que se determine otra cosa, hace la homilía, en la que explica tanto el contenido de las lecturas bíblicas como el don y el compromiso de la profesión religiosa para la santificación de las elegidas y el bien de la Iglesia y de toda la familia humana (106).

(106) Cf. ibid., n. 61.

778. Concluida la homilía, quienes van a profesar se levantan y el obispo les pregunta si están dispuestas a entregarse a Dios y a seguir el camino de la perfecta caridad, de acuerdo con la Regla o las Constituciones de la familia religiosa lo hace con las preguntas que propone el Ritual Romano o el Ritual propio; terminado esto, confirma la decisión de quienes van a profesar, diciendo: «Dios que comenzó...» o con palabras similares (107).

(107) Cf. ibid., nn. 62-64.

779. Luego, el obispo deja el báculo y la mira, se levanta, y todos se levantan también. El obispo, en pie, con las manos juntas, dice la exhortación: «Queridísimos hermanos...». A continuación, el diácono dice: «Pongámonos de rodillas»; el obispo y todos los presentes se arrodillan; quienes van a profesar se postran en el suelo o se arrodillan, según las costumbres de la familia religiosa o del lugar. En tiempo pascual o en domingo, el diácono no dice «Pongámonos de rodillas»; todos permanecen en pie, las que van a profesar se postran en tierra.

En este momento, los cantores comienzan las letanias, a las que todos responden. En el lugar adecuado, pueden incorporarse las invocaciones de aquellos santos que son objeto de especial veneración por parte de la familia religiosa o del pueblo, además, parece oportuno, pueden añadirse otras invocaciones, adaptadas a las circunstancias concretas, puesto que las letanias hacen las veces de la oración universal (108).

(108) Cf. ibid., n. 65-67

780. Finalizadas las letanias, el obispo, en ple y con las manos extendidas, dice la oración: «Escucha, Señor, las súplicas..... Luego, el diácono, previamente habla invitado a la asamblea a ponerse de rodillas, dice «Podéis levantaros», y todos se levantan (109).

(109). Cf. ibid, n. 68.

781. El obispo se sienta y recibe la mitra y el báculo. Dos hermanas ya profesas, de acuerdo a los usos de la familia religiosa, se sitúan junto a la superiora y, en pie junto a ella, actúan como testigos.

Quienes van a profesar se acercan de una en una a su superiora y leen la fórmula de profesión, que cada una, oportunamente, ha escrito en su momento, de su puño y letra.

Luego, es conveniente que la profesa se dirija al altar y sobre él deposite el documento de la profesión; y, si puede hacerlo con comodidad, sobre el propio altar lo firma, tras lo cual regresa al lugar asignado (110).

(110) Cf. ibid., nn. 69-70.

782. Cumplido todo esto, las profesas, en pie, pueden cantar la antifona Recíbeme según tu promesa u otro canto similar, que expresa el sentido de entrega y alegría (111).

(111) Cf. ibid., n. 71.

783. Entonces, las religiosas recién profesas se ponen de rodillas. El obispo deja el báculo y la mitra, se levanta y, con las manos extendidas sobre las profesas arrodilladas ante él, dice la solemne plegaria de bendición (112).

(112) Cf. ibid., n. 72.

784. Acabada la bendición de las profesas, si según las costumbres de la familia religiosa se entregan algunas insignias de la profesión, las recién profesas se levantan, se acercan al obispo, que está sentado con mitra, y sin decir nada o con la fórmula del Ritual propio, entrega a cada una dichas insignias. Así, por ejemplo, si se entregan anillos, las religiosas recién profesas se ponen en pie y se acercan al obispo, que entrega a cada una el anillo, diciendo la fórmula establecida. Si son varias las religiosas recién profesas o existe otra justa causa, el obispo puede recitar la fórmula de entrega de los anillos solo una vez y para todas. Luego, las profesas se acercan al obispo para recibir el anillo.

Entre tanto, el coro, junto con el pueblo, canta la antifona He sido desposada con el Hijo, con el Salmo 44, u otro canto apropiado (113).

(113) Cf. ibid., nn. 73-76.

785. Terminado esto, si existe la costumbre o parece oportuno, puede manifestarse que las recién profesas han sido incorporadas para siempre a la familia religiosa con unas palabras del obispo o de la superiora, o con el signo de la paz con el que el obispo, de un forma que resulte adecuada, y luego la superiora y las hermanas expresan el amor fraterno a las religiosas recién profesas.

Entre tanto, se canta la antifona: Qué deseables son tus moradas con el Salmo 83, u otro canto apropiado (114).

(114) Cf. ibid., n. 77.

786. Por fin, las religiosas recién profesas regresan a sus lugares. Entonces continúa la misa.

Se dice el Símbolo, según las rúbricas; pero se omite la oración de los fieles.

Mientras se realiza el canto para el ofertorio, algunas de las recién profesas pueden presentar ante el altar el pan, el vino y el agua para el sacrificio eucarístico (115).

Añádanse, en las plegarias eucarísticas, las intercesiones propias (116).

El obispo da la paz a cada una de las religiosas recién profesas (117), de la forma que se considere adecuada.

(115) Cf. ibid., n. 79.
(116) Cf. Misal Romano, Misas rituales, VIII: En la profesión religiosa.
(117) Cf. Ritual Romano, Ritual de la profesión religiosa. 1. Ritual de la profesión de religiosas, cap. III: El rito de la profesión perpetua dentro de la misa, n. 81.

787. Una vez que el obispo ha sumido el Cuerpo y la Sangre del Señor, las religiosas recién profesas se acercan al altar para recibir la comunión bajo las dos especies: Tras ellas, los miembros de la comunidad, los padres y los otros familiares también pueden sumir bajo las dos especies (118).

(118) Cf. ibid., n. 82.

788. Concluida la oración después de la comunión, las religiosas recién consagradas a Dios se sitúan en pie ante el altar. Entonces, el obispo recibe la mitra y saluda al pueblo, diciendo: «El Señor este con vosotros». Uno de los diáconos puede decir, entonces, la monición para la bendición y el obispo, con las manos extendidas sobre las profesas, pronuncia las invocaciones de la bendición. Recibe luego el báculo y dice: «Y la bendición...», haciendo sobre el pueblo la señal de la cruz (119).

El obispo también puede impartir la bendición con las fórmulas que se proponen más adelante, nn. 1120-1121.

789. Una vez que el obispo ha dado la bendición, el diácono despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz», y todos responden: «Demos gracias a Dios».

(119) Cf. ibid., n. 83-84.

CAPÍTULO VI
LA INSTITUCIÓN DE LECTORES Y ACÓLITOS

PRÆNOTANDA

790. Los ministerios de lector y de acólito han de ser mantenidos en la Iglesia latina; pueden conferirse a fieles laicos varones, de modo que no han de entenderse como reservados a los candidatos al sacramento del Orden.

No obstante, los candidatos al diaconado y al presbiterado deben recibir estos ministerios si no los hubieran recibido previamente, y ejercerlos durante un razonable período de tiempo para mejor disponerse a los futuros ministerios de la Palabra y del altar  (120).

(120) Cf. PABLO VI, Carta apostólica Ministeria quædam (15.VIII.1972), nn. III, IV, XI: AAS 64 (1972), pp. 531-533.

791. Los ministerios de lector y de acólito no pueden conferirse a las mismas personas en el mismo acto, pues entre la colación del uno y del otro han de respetarse los intersticios fijados por la Sede Apostólica o por la Conferencia de obispos (121).

(121) Cf. ibid., n. X.

792. Los ministerios son conferidos por el obispo o por el superior mayor en los Institutos clericales de perfección, durante la misa o durante la celebración de la Palabra de Dios (122).

(122) Cf. ibid., n. IX.

793. Para la celebración del rito, el obispo cuente con la presencia de un diácono o de un presbítero que llame a los candidatos, y también con de los ministros necesarios.

El rito se realizará en la cátedra o en la sede, salvo que, para facilitar la participación del pueblo, parezca más conveniente colocar otra se delante del altar.

Si el rito se celebra durante la misa, el obispo lleva las vestiduras gradas propias de la celebración eucarística y utiliza mitra y báculo; por el contrario, si se celebra fuera de la misa, puede llevar la cruz pectoral, estola y capa pluvial del color adecuado sobre el alba, o la cruz y la estola sobre el roquete y la muceta; en este caso no utiliza ni mitra ni báculo.

I. INSTITUCIÓN DE LECTORES

794. El lector es instituido para el ministerio que le es propio: leer la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica. Por ello, en la misa y en otras acciones sagradas, proclama las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el Evangelio (123).

A él también se le encomienda la misión especial, dentro del pueblo de Dios, de preparar a niños y adultos en la fe y para recibir dignamente los sacramentos (124).

(123) Cf. ibid., n. V.
(124) Pontifical Romano, Ritual para instituir lectores y acólitos, cap. I: Para instituir lectoras, n. 4. Homilía.

795. Para el desarrollo del rito, prepárese lo siguiente:
a) si el ministerio se confiere en la misa, todo lo necesario para la celebración de la misa; en caso contrario, las vestiduras a las que se refiere el n. 804.
b) el Pontifical Romano;
c) el libro de la Sagrada Escritura;
d) la sede para el obispo;
e) asientos para quienes van a ser instituidos lectores, en un lugar adecuado del presbiterio, de modo que los fieles puedan ver con facilidad la acción litúrgica;
f) un cáliz de capacidad suficiente, si el rito se celebra dentro de la misa y se va a distribuir la comunión bajo las dos especies.

Institución de lectores en la celebración de la misa

796.
Podrá decirse la misa por los ministros de la Iglesia, con las lecturas propias del rito de la institución (125), con el color blanco o festivo.

Si se trata de los días indicados en los nn. 1-9 de la tabla de días litúrgicos se dice la misa del día.

Cuando no se dice la misa por los ministros de la Iglesia, puede elegirse una de las lecturas de entre las que para este rito se recogen en el Leccionario, salvo que se trate de los días indicados en los nn. 1-4 de la tabla de días litúrgicos (126).

(125) Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 780-784.
(126) Cf. infra, Apéndice II.

797. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se desarrollan del modo acostumbrado.

798. Proclamado el Evangelio, el obispo se sienta en la cátedra o en la sede dispuesta para él en un lugar adecuado, recibe la mitra y, si es conveniente, el báculo. Todos se sientan; el diácono o el presbítero designado para este cometido llama a los candidatos, diciendo: «Acérquense los que van a ser instituidos
en el ministerio de lectores». Los candidatos son llamados por su nombre. Cada uno responde: «Presente», se acerca al obispo, ante quien hace una reverencia y regresa a su asiento (127).

(127) Cf. Pontifical Romano, Ritual para instituir lectores y acólitos, cap. I: Para instituir lectores, n. 3.

799. Entonces el obispo hace la homilía, en la que explica al pueblo los textos de la Sagrada Escritura que se han proclamado y el ministerio de lector. La homilía concluye dirigiéndose a los candidatos con las palabras del Pontifical, o con otras parecidas (128).

(128) Cf. ibid., n. 4.

800. Concluida la exhortación, el obispo deja la mitra y el báculo, se levanta y todos se levantan a su vez. Los candidatos se arrodillan ante él. El obispo invita a los fieles a orar, diciendo, con las manos juntas: «Pidamos, queridos hermanos, a Dios Padre...». Entonces, todos oran durante un breve espacio de silencio; después, el obispo en pie y con las manos extendidas, dice sobre los candidatos la oración de la bendición: «Oh, Dios, fuente de toda luz...» (129).

(129) Cf. ibid., nn. 5-6.

801. Luego, todos se sientan. El obispo se sienta y recibe la mitra. Los candidatos se levantan y se acercan al obispo, que entrega a cada uno el libro de la Sagrada Escritura, diciendo: «Recibe el libro de la Sagrada Escritura». Entre tanto, sobre todo si son muchos candidatos, se canta el Salmo 18 u otro canto apropiado (130).

(130) Cf. ibid., n. 7.

802. Concluido esto, la misa continúa como de costumbre con el Símbolo, si ha de decirse, o con la oración universal, en la que pueden añadirse intenciones especiales por los lectores recién instituidos.

803. Los lectores, sus padres y otros familiares pueden recibir la comunión bajo las dos especies.

Institución de lectores en la celebración de la Palabra de Dios

804. 
El obispo puede llevar la cruz pectoral, estola y capa pluvial del color adecuado, sobre el alba; o utilizar solamente la estola y la cruz pectoral sobre el roquete y la muceta; en este segundo caso, no lleva ni mitra ni báculo.

805. Antes del saludo del obispo, puede iniciarse la celebración con una antifona o un canto adecuado; luego, puede decirse la oración colecta de la misa por los ministros de la Iglesia. La liturgia de la Palabra se realiza del mismo modo que en la misa, intercalando oportunamente cantos entre las lecturas.

806. La institución de los lectores se realiza como se ha descrito anteriormente, en los nn. 799-801.

807. El rito de la institución finaliza con la oración universal y la oración dominical. Luego, el obispo bendice a los presentes del modo acostumbrado, como se describe más adelante, nn. 1120-1121; y el diácono los despide, diciendo: «Podéis ir en paz». Todos responden: «Demos gracias a Dios», y se retiran.

II. INSTITUCIÓN DE LOS ACÓLITOS

808. El acólito es instituido para ayudar al diácono y prestar su servicio al sacerdote. Por lo tanto, su tarea es cuidar del altar, asistir al diácono y al sacerdote en las acciones litúrgicas, principalmente en la celebración de la misa. Le corresponde, como ministro extraordinario, distribuir la celebración sagrada comunión. Puede encomendársele, en circunstancias extraordinarias, la exposición pública de la Sagrada Eucaristía para la adoración de los fieles y luego su reserva, pero sin impartir la bendición con el Santísimo Sacramento (131).

(131) Cf. PABLO VI, Carta apostólica Ministeria quaedam (15.VIII.1972), n. VI. AAS 64 (1972) (pp. 532-533.

809. La institución de los acólitos se realiza solamente durante la misa.

810. Para el desarrollo del rito, además de las vestiduras sagradas, preparese esto:
a) todo lo necesario para la celebración de la misa;
b) el Pontifical Romano;
c) la patena con el pan o el cáliz con el vino, para ser consagrados;
d) una sede para el obispo;
e) asientos para quienes van a ser instituidos acólitos, en un lugar adecuado del presbiterio, de modo que los fieles puedan ver con facilidad la acción litúrgica;
f) un cáliz de capacidad suficiente para la comunión bajo las dos especies.

811. Puede decirse la misa por los ministros de la Iglesia, con las lecturas propias del rito de la institución (132), usando el color blanco o festivo.

Si se trata de los días indicados en los nn. 1-9 de la tabla de días litúrgicos, se dice la misa del día.

Cuando no se dice la misa ritual, puede tomarse una de las lecturas de entre las que propone el Leccionario para este rito, salvo que se trate de días indicados en los nn. 1-4 de la tabla de días litúrgicos (133).

(132) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 785-789.
(133) Cf. infra, Apéndice II.

812. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, del modo acostumbrado.
 
813. Proclamado el Evangelio el obispo se sienta en la cátedra o en la sede dispuesta en un lugar más adecuado, recibe la mitra y, si es conveniente, el báculo. Todos se sientan y el diácono o el presbítero designado para este cometido llama a los candidatos diciendo: «Acérquense los que van a ser instituidos en el ministerio de acólitos». Los candidatos son llamados por su nombre. Cada uno responde: «Presente»; uno por uno se acercan al obispo, ante quien hacen una reverencia y regresa a sus asientos (134).

(134) Cf. Pontifical Romano, Ritual para instituir lectores y acólitos, cap. II: Para instituir acólitos, n. 3.

814. Entonces, el obispo hace la homilía, en la que explica al pueblo los textos de la Sagrada Escritura que se han proclamado y el ministerio de acólito. El obispo concluye la homilía dirigiéndose a los candidatos con las palabras del Pontifical o con otras parecidas (135).

(135) Cf. ibid., n. 4.

815. Concluida la exhortación, el obispo deja la mitra y el báculo se levanta y todos con él. Los candidatos se arrodillan ante él. El obispo invita a los fieles a orar, diciendo con las manos juntas: «Pidamos, queridos hermanos, al Señor...». Entonces, todos oran durante un breve espacio de silencio; después, el obispo, en pie y con las manos extendidas, dice sobre los candidatos la oración de bendición: «Padre misericordioso, que por medio de tu Hijo único...» (136).

(136) Cf. ibid., nn. 5-6.

816. Luego, todos se sientan. El obispo también se sienta y recibe la mitra. Los candidatos se levantan y se acercan al obispo que entrega a cada uno la patena con el pan o el cáliz con el vino que van a ser consagrados diciendo: «Recibe esta patena...» (137). Entre tanto sobre todo si son muchos los candidatos, se canta un salmo u otro canto apropiado.

(137) Cf. ibid., n. 7.

817. Concluido esto, continúa la misa como de costumbre: con el Símbolo, si ha de decirse, o con la oración universal, en la que pueden añadirse intenciones especiales por los acólitos recién instituidos.

818. Los acólitos o, en caso de que sean muchos, algunos de entre ellos, en el momento de preparación de las ofrendas, presentan la patena con el pan y el cáliz con el vino (138).

(138) Cf. ibid., n. 8.

819. Los acólitos, sus padres y otros familiares pueden recibir la comunión bajo las dos especies. Los acólitos reciben la comunión inmediatamente después de los diáconos.

820. El obispo puede determinar que el acólito, como ministro extraordinario de la eucaristía, en la misa de su institución le ayude a distribuir a los fieles la sagrada comunión (139).

(139) Cf. Ibid., n. 10.

CAPÍTULO VII
LAS EXEQUIAS PRESIDIDAS POR EL OBISPO

PRÆNOTANDA

821. Es muy conveniente que el obispo, como heraldo de la fe y ministro del consuelo, presida, en la medida de lo posible, aquellas exequias a las que asista un elevado número de personas, sobre todo cuando se trate de un obispo o de un presbítero difunto.

822. Para la celebración de las exequias prepárese cuanto sigue:
a) En la sacristía mayor o en otro lugar adecuado:
las vestiduras sagradas del color propio de las exequias:
• para el obispo: alba, estola, cruz pectoral, capa pluvial para la
procesión y para la celebración de la Palabra de Dios, casulla para la misa, mitra sencilla, báculo pastoral;
• para los concelebrantes: vestiduras para la misa;
• para los diáconos: albas, estolas (dalmáticas);
• para el resto de los ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
b) En casa del difunto:
• el Ritual Romano;
• la cruz procesional y ciriales;
• un acetre con agua bendita y un hisopo;
• un incensario con naveta de incienso y su cucharilla.
c) En el presbiterio:
• todo lo preciso para la celebración de la misa o de la Palabra de Dios.
d) Junto al lugar donde se deposita el féretro:
• el cirio pascual;
• todo lo preciso para el rito de la despedida, si no se trae en la procesión desde la casa del difunto.

823. En la celebración de las exequias, salvo aquellas diferencias a causa del ministerio litúrgico y del orden sagrado, y de aquellos honores debidos a las autoridades civiles, de acuerdo a las normas litúrgicas, no se haga ninguna acepción de personas o situaciones ni en las ceremonias litúrgicas ni en el ornato externo.

Es laudable conservar la costumbre de colocar al difunto en la posición que tenía cuando participaba en la asamblea litúrgica: el ministro ordenado mirando al pueblo, el laico mirando hacia el altar.

824. En la celebración de las exequias manténgase en todo una noble sencillez. Es apropiado, por lo tanto, colocar el féretro sobre el pavimento y junto al féretro un cirio pascual. Sobre el féretro, el Evangelio o el texto de la Sagrada Escritura o la cruz. Si el difunto es un ministro ordenado, se pueden colocar sobre el féretro las insignias propias del orden sagrado, si tal es la costumbre del lugar.

No se adorne el altar con flores. El órgano y otros instrumentos se admiten solamente para sostener el canto.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

825. 
Sobre todo si se trata del funeral de otro obispo, atendiendo a las costumbres del lugar y la conveniencia, se ha de preferir el primer tipo de exequias de entre los que se describen en el Ritual Romano, que consta de tres estaciones: en casa del difunto, en la iglesia y en el cementerio, con dos procesiones entre ellas. En este caso, es deseable que el obispo presida también la estación en casa del difunto y la primera procesión.

Si el obispo no va a la casa del difunto y hubiera de hacerse la primera estación, la celebra un presbítero que tenga esta encomienda. El obispo espera en la iglesia, en la cátedra o en la sacristía mayor.

826. Cuando el obispo preside la estación en casa del difunto y la procesión hasta la iglesia, se reviste en un lugar adecuado con el alba, la cruz pectoral, la estola y la capa pluvial del color propio de las exequias, usa una mitra sencilla y el báculo pastoral. Los concelebrantes, si los hay en la misa, van revestidos ya desde el principio con las vestiduras prescritas.

Los diáconos y los ministros se revisten con sus vestiduras propias.

827. En la casa del difunto, el obispo saludará amablemente a los presentes y les expresará el consuelo de la fe. Luego, si es oportuno, puede recitarse un salmo adecuado en modo responsorial. Después, el obispo deja la mitra y el báculo, y dice una oración apropiada, de entre las propuestas en el Ritual Romano (140).

(140) Cf. Ritual Romano, Ritual de Exequias, cap. I, 1: Estación en casa del difunto.

828. Si el traslado del difunto hasta la iglesia se realiza con procesión, la inicia, como es costumbre, el turiferario con el incensario humeante; sigue el ministro con la cruz, entre dos acólitos que llevan los ciriales: luego, el clero y los diáconos revestidos de vestidura talar y sobrepelliz; a continuación, los presbíteros con su propio hábito coral; después, los concelebrantes, si asisten, y el obispo con la mitra y el báculo, acompañado de dos diáconos; a continuación, los ministros del libro y del báculo, precediendo al féretro.

Mientras tanto, se cantan salmos u otros cantos adecuados, según las normas del Ritual Romano (141).

(141) Cf. ibid., cap. 1, 2: Procesión hacia la iglesia.

829. Si no se realiza la estación en casa del difunto, el obispo o uno de los presbíteros realiza a la puerta de la iglesia cuanto se describe anteriormente para la casa del difunto.

830. Para la entrada en el templo y el inicio de la misa, normalmente se realiza un solo canto, como indica el Misal; no obstante, si así lo piden especiales razones pastorales, se puede agregar alguno de los responsorios que se indican en el Ritual Romano (142).

(142) Cf. ibid., cap. 1, 3: Estación en la iglesia.

831. Al llegar al altar, el obispo deja el báculo y la mitra, venera el altar y, si es conveniente, lo inciensa; luego, se dirige a la cátedra, donde se quita la capa pluvial y se reviste con la casulla. Si parece más oportuno, el obispo puede quitarse la capa pluvial y ponerse la casulla al llegar al altar, y antes de venerarlo.

Mientras tanto, el difunto es colocado ante el altar en un lugar apropiado y en la posición que le corresponda, como se ha dicho antes, n. 823.

832. En la misa de exequias se celebra todo como en cualquier misa.

En las plegarias eucarísticas segunda y tercera se añaden las intercesiones propias.

833. Tras la oración después de la comunión, incluso cuando el obispo no haya celebrado, o tras la liturgia de la Palabra, si no ha habido celebración eucarística, el obispo, revestido, según el caso, con la casulla o con la capa pluvial, recibe la mitra y el báculo, y se dirige hasta el féretros a cuya altura, en pie y vuelto al pueblo, con el diácono y los ministros con el agua bendita y el incienso a su lado, hace la última recomendación y despedida (143).

Si el sepulcro se encuentra dentro de la misma iglesia, es conveniente que este rito se celebre junto al sepulcro. Entonces, tiene lugar la procesión y, mientras, se cantan algunos de los cantos del Ritual Romano (144).

(143) Cf. ibid., cap. 1, 6: Último adiós al cuerpo del difunto.
(144) Cf. ibid.

834. Luego, el obispo, en pie junto al féretro, y tras dejar el báculo y la mitra, dice la monición: «Vamos ahora a cumplir con nuestro deber...», u otra similar. Y todos oran en silencio unos instantes. Entonces, el obispo asperja e inciensa el cuerpo. Mientras, se canta Venid en su ayuda Santos de Dios u otro responsorio, como se indica en el Ritual Romano. La aspersión y la incensación pueden realizarse también después del canto. Por fin, el obispo dice la oración: «A tus manos...», u otra adecuada (145).

(145) Cf. ibid.

835. Si el cuerpo es conducido desde la iglesia al cementerio, el obispo espera en la cátedra mientras el cuerpo es retirado de la iglesia o se retira directamente a la sacristía mayor. Pero si el obispo va a acompañar a la procesión funeraria, esta se ordena como se dijo para la primera estación y se pueden cantar salmos y antífonas, del Ritual Romano (146).

(146) Cf. ibid., cap. I, 5: Procesión al cementerio.

836. Cuando el obispo llega al cementerio, deja el báculo y la mitra, y bendice el sepulcro, si es el caso; concluida la oración del Ritual Romano, si es costumbre, asperja con agua bendita y luego inciensa la tumba y el cuerpo del difunto (147).

(147) Cf. ibid., cap. I, 6: Ultimo adiós al cuerpo del difunto.

837. El entierro se realiza inmediatamente o al finalizar el rito, según la costumbre del lugar. Mientras se deposita el cuerpo en el sepulcro, o en otro momento adecuado, el obispo puede decir la monición: «Vamos ahora a cumplir con nuestro deber...», como aparece en el Ritual Romano (148).

(148) Cf. ibid.

838. Después, el obispo puede iniciar la monición de la oración de los fieles; el diácono dice las intenciones, que concluirá con la oración: «A tus manos...» u otra de las que propone el Ritual Romano. Al final se añade el versículo: «Dale, Señor, el descanso eterno» y puede hacerse algún canto, según las costumbres del lugar (149).

(149) Cf. ibid.

839. Si el obispo mismo no celebra, presida la liturgia de la Palabra desde la cátedra, revestido de capa pluvial. Haga lo mismo si, omitido el sacrificio eucarístico, se realiza la liturgia de la Palabra, como se indica en el Ritual Romano.

En las exequias de niños o de adultos, según los distintos casos previstos en el Ritual Romano, el obispo compórtese como se ha descrito más arriba, introduciendo los cambios oportunos.

CAPÍTULO VIII
LA COLOCACIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA O EL INICIO DE LA CONSTRUCCIÓN DE UNA IGLESIA

PRÆNOTANDA

840. 
Cuando se empieza la construcción de una nueva iglesia, conviene celebrar un rito, en el que se implora la bendición de Dios sobre la obra que se va a realizar y para recordar a los fieles que el edificio de piedras materiales es signo visible de aquella Iglesia viva o edificación de Dios (150), que ellos mismos forman.

Según el uso litúrgico, este rito consta de la bendición del terreno de la nueva iglesia y de la bendición y colocación de la primera piedra.

Si por alguna razón de tipo artístico o estructural no se coloca la primera piedra, conviene, con todo, mantener el rito de bendición del terreno de la nueva iglesia, para consagrar a Dios el comienzo de la obra (151).

(150) Cf. 1 Cor 3, 9; CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 6.
(151) Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Colocación de la primera piedra o comienzo de la construcción de una iglesia, Normas generales.

841. El rito de colocación de la primera piedra o del comienzo de la nueva iglesia puede realizarse en cualquier día y hora, excepto en el Triduo pascual, pero se ha de escoger un día que permita gran afluencia de fieles (152).

(152) Cf. ibid.

842. Conviene que el obispo diocesano celebre el rito; si no puede hacerlo él, encomendará este oficio a otro obispo o presbítero, sobre todo al que tenga como asociado y colaborador en el cuidado pastoral de la diócesis o de la comunidad para la que se edifica la nueva iglesia (153).

(153) Cf. ibid.

843. Avísese oportunamente a los fieles el día y la hora de la celebración y, además, el párroco u otros encargados de ello, deberán instruirlos sobre el sentido del rito y sobre la veneración que merece la iglesia que para ellos se construye.

Conviene también invitar a los fieles a que ayuden libre y gustosamente en la construcción de la iglesia (154).

(154) Cf. ibid.

844. En cuanto sea posible, procúrese que el terreno de la futura iglesia esté bien delimitado y que se pueda circundar con comodidad (155).

(155) Cf. ibid.

845. En el lugar donde se levantará el altar, se clavará una cruz de madera, de altura conveniente (156)

(156) Cf. ibid.

846. Para la celebración del rito, prepárese lo que sigue:
a) el Pontifical Romano y el Leccionario;
b) la sede para el obispo;
c) la primera piedra, si es el caso, que, según la tradición, ha de ser cuadrada y angular, también el cemento y las herramientas para colocar la piedra en los cimientos;
d) un acetre con agua bendita y un hisopo;
e) un incensario y una naveta con la cucharilla;
f) la cruz procesional y los ciriales para los ministros.

Dispóngase de los medios técnicos pertinentes para que el pueblo congregado pueda escuchar con claridad las lecturas, plegarias y moniciones (157).

(157) Cf. ibid.

847. Para la celebración del rito se utilizan vestiduras de color blanco o festivo. Dispóngase, pues, cuanto sigue:
a) para el obispo: alba, estola, cruz pectoral, capa pluvial, mitra y báculo pastoral;
b) para lo diáconos: albas, estolas y, si es el caso, dalmáticas;
c) para los demás ministros: albas u otra vestidura legítimamente aprobada (158).

(158) Cf. ibid.

ACCESO AL LUGAR EN QUE SE CONSTRUIRÁ LA IGLESIA

848.
La reunión del pueblo y el acceso al lugar donde se celebrará el rito se hace, teniendo en cuenta los tiempos y lugares, según una de las siguientes formas (159).

(159) Cf. ibid.

Primera forma: Procesión

849. A la hora acordada se reúne la asamblea en un lugar apropiado, desde donde los fieles se dirigirán procesionalmente al lugar designado (160).

(160) Cf. ibid.

850. El obispo, revestido con las vestiduras sagradas, con la mitra y el báculo o, si es oportuno, con roquete, muceta, cruz pectoral y estola (en este caso, sin mitra ni báculo), se acerca con los ministros al pueblo congregado y, dejando el báculo y la mitra, lo saluda, diciendo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo...» o con otras palabras.

Luego, el obispo habla brevemente a los fieles para prepararlos a la celebración y explicarles el sentido del rito (161).

(161) Cf. ibid.

851. Concluida la exhortación, el obispo dice: «Oremos». Y todos oran en silencio unos instantes. Entonces el obispo prosigue: «Padre celestial, tu fundaste la Iglesia...» (162).

(162) Cf. ibid.

852. Acabada la oración, el obispo recibe la mitra y el báculo, y el diácono, si es el caso, dice: «Iniciemos nuestra procesión». Y se ordena la procesión; precede un ministro con el incensario humeante; luego, el cruciferario entre dos ministros, con los ciriales encendidos; después el clero; a continuación, el obispo con los diáconos que lo asisten y el resto de los ministros, y, finalmente, los fieles. Durante la procesión se canta el Salmo 83 con la antifona Mi alma anhela, u otro canto adecuado. Después, se hace la lectura de la Palabra de Dios, como se describe más adelante, nn. 855-857 (163).

(163) Cf. ibid.

Segunda forma: Reunión en el sitio de la futura iglesia

853. Si no se puede hacer la procesión o no parece conveniente, los fieles se reúnen en el sitio donde se construirá la futura iglesia. Congregado el pueblo, se canta la aclamación La paz eterna, u otro canto adecuado. Mientras, el obispo, revestido con alba, cruz pectoral, estola y capa pluvial, llevando la mitra y el báculo, o bien, si es oportuno, con roquete, muceta, cruz pectoral y estola (en este caso sin mitra y báculo) se acerca a donde está el pueblo y, dejando la mitra y el báculo, lo saluda diciendo: «La gracia de nuestro señor Jesucristo...», o con otras palabras adecuadas. El pueblo responde: «Y con tu espíritu», u otras palabras adecuadas.

Luego, el obispo habla brevemente a los fieles para prepararlos a la celebración e ilustrar el sentido del rito (164).

(164) Cf. ibid.

854. Concluida la exhortación, el obispo dice: «Oremos». Y todos oran en silencio unos instantes. Entonces, el obispo prosigue con la oración: «Padre celestial, tú fundaste...» (165).

(165) Cf. ibid.

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

855. Luego, el obispo se sienta y recibe la mitra, Se leen entonces uno o varios textos apropiados de la Sagrada Escritura, de entre los que se proponen en el Leccionario para el rito de la dedicación de una iglesia, intercalando oportunamente el salmo responsorial u otro canto adecuado (166).

(166) Cf. ibid.: Missale Romanum, Ordo lectionum missae, n. 816.

856. Concluidas las lecturas, el obispo se sienta, con báculo y mitra, salvo que considere otra cosa; pronuncia la homilía, en la que explica adecuadamente el sentido de las lecturas bíblicas y el significado del rito: que Cristo es la piedra angular de la Iglesia y que el edificio que la Iglesia viva de los fieles va a construir será la casa de Dios y, también, la casa del pueblo de Dios (167).

(167) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, cap.: Colocación de la primera piedra o comienzo de la construcción de una iglesia.

857. Tras la homilía, según la costumbre del lugar, puede prepararse un documento que deje constancia de la bendición de la primera piedra y del inicio de construcción de la iglesia, que será firmado por el obispo y por los representantes de quienes van a construir la iglesia, y se introduce en los cimientos junto con la primera piedra (168).

(168) Cf. ibid.

BENDICIÓN DEL TERRENO DE LA NUEVA IGLESIA

858. Concluida la homilía, el obispo deja el báculo y la mitra, se pone en pie y bendice el terreno donde se levantará la nueva iglesia, diciendo, con las manos extendidas, la oración: «Dios, Padre nuestro, que llenas...». Luego, recibe la mitra y, acompañado por los diáconos, asperja con agua bendita el terreno donde se erigirá la iglesia; puede hacerlo en pie desde el centro o rodeando en procesión el perímetro de los cimientos. En este caso se canta la antifona Las murallas de Jerusalén, con el Salmo 47, u otro canto adecuado (169).

(169) Cf. ibid.

BENDICIÓN Y COLOCACIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA

859.
Finalizada la bendición del terreno, si va a colocarse la primera piedra, el obispo la bendice y la coloca como se describe más adelante, nn. 860-861; en caso contrario, se concluye inmediatamente el rito, como se indica más adelante, nn, 862-863 (170).

(170) Cf. ibid.

860. El obispo, con los diáconos que lo asisten, se acerca al lugar donde va a colocarse la primera piedra y, tras dejar la mitra, bendice la piedra, diciendo la oración: «Señor, Padre santo....». Y, si es oportuno, rocía la piedra con agua bendita y la inciensa. Después, recibe de nuevo la mitra (171).

(171) Cf. ibid.

861. Hecho esto, el obispo coloca la primera piedra en los cimientos en silencio o, si es oportuno, diciendo la fórmula: «Por nuestra fe en Jesucristo...» u otras palabras adecuadas. Luego, un obrero fija la piedra con cemento, mientras se canta, si conviene, la aclamación La casa del Señor u otro canto adecuado (172).

(172) Cf. ibid.

CONCLUSIÓN DEL RITO

862.
Finalizado el canto, el obispo deja la mitra. Tiene lugar la oración universal, como se indica en el Pontifical o se dicen otras palabras. Continúa la oración dominical, que introduce el obispo. Después añade la oración: «Señor, Padre santo, te glorificamos...» (173).

(173) Cf. ibid.

863. Para finalizar, el obispo, con mitra y báculo, bendice al pueblo del modo acostumbrado, como se indica más adelante, nn. 1120-1121. Luego el diácono despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz», y todos responden: «Demos gracias a Dios» (174).

(174) Cf. ibid.

CAPÍTULO IX
DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA

PRÆNOTANDA

864. Desde antiguo se ha llamado también «iglesia» al edificio donde se reúne la comunidad cristiana para escuchar la Palabra de Dios, orar unida, recibir los sacramentos y celebrar la eucaristía.

La iglesia, cuando se erige como un edificio que de modo exclusivo y permanente va a destinarse a congregar al pueblo de Dios y celebrar los sagrados misterios, se convierte en casa de Dios y es por tanto conveniente que, siguiendo una antiquísima tradición de la Iglesia, se dedique al Señor con un rito solemne. Si no se dedica, al menos, debe bendecirse de acuerdo con el rito que describe más abajo, nn. 954-971 (175). Cuando se dedica una iglesia, todo lo que en ella se encuentra, como la pila bautismal, la cruz, las imágenes, el órgano, las campanas, las estaciones del viacrucis, se bendice e inaugura en el mismo acto de dedicación, de modo que no se precisa una ulterior bendición o institución.

(175) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de una iglesia, Introducción, nn. 1-2.

865. Toda iglesia que vaya a ser dedicada debe tener un titular, que puede ser la Santísima Trinidad; Nuestro Señor Jesucristo en alguna de las invocaciones de un misterio de su vida o de un nombre que ya esté introducido en la liturgia; el Espíritu Santo; la bienaventurada Virgen María en alguna de las advocaciones admitidas en la liturgia; los santos ángeles; o, en fin, algún santo inscrito en el Martirologio Romano o en u Apéndice debidamente aprobado, pero no puede dedicarse a un beato, sin especial indulto de la Sede Apostólica.

El titular de la iglesia será solamente uno, salvo que se trate de santos inscritos conjuntamente en el Calendario (176).

(176) Ibid., n. 4.

866. Es oportuno mantener la tradición propia de la liturgia romana de colocar bajo el altar reliquias de mártires o de otros santos (177). Téngase en cuenta, no obstante, cuanto sigue:

a) Las reliquias que vayan a depositarse sean de un tamaño tal que pueda percibirse que se trata de partes del cuerpo humano. Deben evitarse, por lo tanto, las reliquias insignificantes de uno o varios santos.

b) Obsérvese la mayor diligencia en comprobar que las reliquias que van a depositarse son auténticas. Es preferible dedicar un altar sin reliquias que colocar bajo él reliquias de dudosa fiabilidad.

c) El cofre con las reliquias no se colocará ni sobre el altar ni en la mesa del altar, sino que, teniendo en cuenta la forma del altar, se depositarán bajo la mesa del altar (178).

(177) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 302.
(178) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de una iglesia, Introducción, n. 5.

867. Es competencia del obispo, que tiene encomendado el cuidado pastoral de la Iglesia particular, dedicar a Dios las nuevas iglesias construidas en su diócesis.

Pero si él no pudiere presidir el rito, confiará este oficio a otro obispo, en especial a quien tuviere como asociado y colaborador en el cuidado pastoral de los fieles para quienes se construye la nueva iglesia; en circunstancias especialísimas, puede dar un mandato especial para ello a un presbítero (179).

(179) Ibid., n. 6.

868. Para dedicar una nueva iglesia se elegirá un día en que sea posible gran asistencia de fieles, sobre todo el domingo. Y puesto que en este rito el sentido de la dedicación lo invade todo, no se puede realizar aquellos días en que no conviene en modo alguno dejar de lado el misterio que se conmemora: el Triduo pascual, la Natividad del Señor, la Epifanía, la Ascensión, el Domingo de Pentecostés, el Miércoles de Ceniza, las ferias de Semana Santa y la Conmemoración de todos los fieles difuntos (180).

(180) Ibid., n. 7.

869. La celebración de la misa está íntimamente ligada al rito de la dedicación, por lo tanto, en lugar de los textos del día, se utilizarán los textos propios, tanto para la liturgia de la Palabra como para la liturgia eucarística.

Conviene que el obispo concelebre la misa con los presbíteros que van a cooperar con él en los ritos de la dedicación y con aquellos a quienes se les ha encargado regir la parroquia o la comunidad para la cual se ha construido la iglesia (181).

(181) Cf. ibid., nn. 8-9.

870. Se celebra el Oficio de la dedicación de una iglesia, que empieza con las primeras Vísperas. Si se va a realizar el rito de depositar reliquias, es muy conveniente celebrar una vigilia junto a las reliquias del mártir o del santo que se va a colocar bajo el altar: puede hacerse muy bien celebrando el oficio de lectura, tomado del Común o del Propio conveniente. Para favorecer la participación del pueblo, se adaptará una vigilia, según, las normas de la Ordenación general de la Liturgia de las Horas (182).

(182) Cf. ibid., n. 10.

871. Para que los fieles participen con fruto en el rito de la dedicación es necesario que el rector de la iglesia que se va a dedicar y otros peritos en pastoral los instruyan sobre el contenido de la celebración y sobre su eficacia espiritual, eclesial y misional (183).

(183) Cf. ibid., n. 20.

872. Concierne al obispo y a quienes preparan la celebración del rito:
a) establecer el modo de realizar la entrada en la iglesia (cf. infra nn. 879-891);
b) determinar la manera de hacer entrega de la nueva iglesia al obispo (cf. infra nn. 883, 888, 891);
c) decidir sobre la oportunidad de colocar reliquias de santos, buscando ante todo el bien espiritual de los fieles y observando lo prescrito antes, n. 866.

Corresponde al rector de la iglesia, con la ayuda de los que cooperan en la acción pastoral, determinar y preparar todo lo referente a las lecturas, cantos, así como las ayudas pastorales encaminadas a fomentar una provechosa participación del pueblo y a promover una decorosa celebración (184).

(184) Ibid., n. 19.

873. Para la celebración del rito de la dedicación de una iglesia, se preparará lo que sigue:
a) En el lugar donde se reúne la comunidad:
• el Pontifical Romano;
• la cruz que se llevará en la procesión;
• si se han de llevar procesionalmente las reliquias de los santos, se tendrá en cuenta el n. 876 a.
b) En la sacristía mayor o en el presbiterio o en la nave de la iglesia, según el caso:
• el Misal Romano, el Leccionario;
• el acetre con agua para bendecir y el hisopo;
• la crismera con el santo crisma;
• toallas para secar la mesa del altar;
• si es el caso, un mantel de lino encerado o un lienzo impermeable a la medida del altar;
• una jarra y una palangana con agua, toallas y todo lo necesario para lavar las manos del obispo y de los presbíteros que ungirán los muros de la iglesia;
• un gremial;
• un brasero para quemar incienso o aromas; o granos de incienso y cerillas para quemar sobre el altar;
• incensarios con la naveta y la cucharilla;
• un cáliz de suficiente capacidad, un corporal, purificadores y una toalla;
• pan, vino y agua para la celebración de la misa;
• la cruz del altar, a no ser que ya haya una cruz situada en el presbiterio o que la cruz que se llevará en la procesión de entrada se coloque cerca del altar;
• un velo humeral, si ha de inaugurarse la capilla del Santísimo Sacramento;• un mantel, cirios, candeleros;
• un cirio pequeño que el obispo entrega al diácono;
• si es oportuno, flores (185).

(185) Ibid., n. 21.

874. Conviene conservar la antigua costumbre de colocar cruces de piedra o de bronce o de otra materia conveniente, o de esculpirlas en los muros de la iglesia. Así pues, se prepararán doce o cuatro cruces, según el número de las unciones y se distribuirán por las paredes de la iglesia armónicamente y a una altura conveniente. Debajo de cada cruz se colocará una base para un pequeño candelero con su cirio, para encender (186).

(186) Ibid., n. 22.

875. En la misa de dedicación de una iglesia, se usarán vestiduras sagradas de color blanco o festivo. Se preparará:
- para el obispo: alba, estola, cruz pectoral, dalmática, casulla, mitra, báculo pastoral y palio, si tiene facultad para usarlo;
- para los presbíteros concelebrantes: las vestiduras para concelebrar en la misa;
- para los diáconos: albas, estolas y dalmáticas;
- para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas (187).

(187) Ibid., n. 23.

876. Si se van a colocar reliquias de santos debajo del altar, se preparará lo siguiente:

a) En el lugar donde se reúne la asamblea:
• el cofre con las reliquias, rodeado de flores y antorchas; si se hace la entrada sencilla, se puede colocar el cofre en un lugar apropiado del presbiterio, antes de comenzar el rito;
• para los diáconos que llevarán las reliquias que se han de colocar: alba, estola de color rojo, si se trata de reliquias de mártires, o de color blanco, en los demás casos, y dalmáticas, si las hay; si las reliquias las llevan presbíteros, en lugar de dalmáticas, se les prepararán casullas.

Pueden llevar las reliquias también otros ministros, revestidos con albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

b) En el presbiterio:
• una mesa pequeña para colocar las reliquias, mientras se realiza la primera parte del rito de la dedicación.

c) En la sacristía mayor:
• mortero o cemento para tapar la cavidad; debe haber también un albañil que, a su tiempo, tapará el sepulcro de las reliquias (188).

(188) Ibid., n. 24.

877. Se escribirá el acta de la dedicación de una iglesia en dos copias, firmadas por el obispo, el rector de la iglesia y delegados de la comunidad local; un ejemplar se guardará en el archivo diocesano, otro en el archivo de la iglesia dedicada.

Cuando se colocan reliquias, se hará una tercera copia, que se guardará en el mismo cofre de las reliquias.

En el acta se mencionará el día, mes y año de la dedicación de una iglesia, el nombre del obispo que celebra el rito, el titular de la iglesia y, si es el caso, los nombres de los mártires o santos cuyas reliquias se colocan debajo del altar.

Además, en un sitio apropiado de la iglesia se colocará una inscripción que mencione el día, mes y año de la dedicación, el titular de la iglesia y el nombre del obispo que celebró el rito (189).

(189) Cf. ibid., n. 25.

878. Para manifestar la gran importancia y la dignidad de la Iglesia particular, se celebrará cada año el aniversario de la dedicación de su iglesia catedral, con el grado de solemnidad en la misma catedral, con el grado de fiesta en las demás iglesias de la diócesis. Si este día está perpetuamente impedido, se asignará su celebración para el día libre más cercano (190).

El aniversario de la dedicación de la propia iglesia se celebra como solemnidad (191).

(190) Cf. ibid., n. 26; cf. Apéndice II, I 4 b y II, 8 b.
(191) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de una iglesia, Introducción, n. 27; cf. Apéndice II, I 4 b.

ENTRADA EN LA IGLESIA

879.
La entrada en la iglesia que se va a dedicar se puede realizar, de acuerdo a las circunstancias de lugar y tiempo, de tres modos diferentes que a continuación se describen (192).

(192) Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de una iglesia.

Modo primero: Procesión

880.
La puerta de la iglesia que se va a dedicar debe estar cerrada. A la hora convenida, se reúne el pueblo en una iglesia próxima o en otro lugar adecuado desde donde se inicia la procesión hacia la iglesia. Si van a depositarse reliquias de mártires o santos bajo el altar, han de estar preparadas en el lugar donde se reúne el pueblo (193).

(193) Cf. ibid.

881. El obispo y los presbíteros concelebrantes, diáconos y ministros, revestidos con las vestiduras propias, se dirigen al lugar donde se ha reunido el pueblo.

El obispo deja el báculo y la mitra, y vuelto hacia el pueblo dice: «En el nombre del Padre...». Luego, saluda al pueblo, diciendo: «La gracia y la paz..., o con otras palabras adecuadas, preferentemente de la Sagrada Escritura. El pueblo responde: «Y con tu espíritu», u otras palabras adecuadas. A continuación, el obispo se dirige al pueblo, diciendo: «Llenos de alegría, queridos hermanos...», u otra monición de contenido similar (194).

(194) Cf. ibid.

882. Después, el obispo recibe de nuevo la mitra y el báculo, y comienza la procesión hacia la iglesia que va a dedicarse. No se llevan más velas que las que van junto al cofre de las reliquias de santos. No se quema incienso en la procesión ni en la misa, hasta el momento del rito de incensación e iluminación del altar y de la iglesia (cf. infra nn. 905 ss.) Inicia la procesión el cruciferario pero sin los ciriales que habitualmente lo acompañan; van, a continuación, los ministros; luego, los diáconos o presbíteros con las reliquias de los santos; al lado, acompañan los ministros o fieles con cirios; a continuación, los presbíteros concelebrantes; después, el obispo con dos diáconos situados tras él; a continuación, los ministros del libro y la mitra; y, por fin, los fieles (195).

Durante la procesión se canta el Salmo 121 con la antifona Vamos alegres a la casa del Señor u otro canto adecuado (196).

(195) Cf. ibid.
(196) Cf. ibid.


883. A la puerta de la iglesia, todos se detienen. Los representantes de quienes intervinieron en la construcción de la iglesia (los fieles de la parroquia o de la diócesis, los benefactores, los arquitectos, los obreros) hacen entrega del edificio al obispo, entregándole, según las circunstancias y los usos locales, o las escrituras de posesión del nuevo edificio o las llaves, o una maqueta del inmueble, o el libro que describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los delegados se dirige brevemente al obispo y a la comunidad y, si ha lugar, explica las características artísticas y arquitectónicas de la nueva iglesia. Luego, el obispo pide al presbítero a quien se encomienda el cuidado pastoral de la iglesia que abra las puertas de la iglesia (197).

(197) Cf. ibid.

884. Abierta la puerta, el obispo invita al pueblo a entrar en la iglesia, diciendo: «Entrad por las puertas del Señor...», u otras palabras oportunas. Entonces, precedido por el cruciferario, el obispo y todos los demás entran en la iglesia. Mientras entra la procesión se canta el Salmo 23 con la antifona Que se alcen u otro canto adecuado (198).

(198) Cf. ibid.

885. El obispo, sin besar el altar, se dirige a la cátedra; los concelebrantes, diáconos y ministros, a sus lugares asignados en el presbiterio. Las reliquias de los santos se colocan en un lugar apropiado del presbiterio, rodeadas de velas. Luego, se bendice el agua, siguiendo el rito que se expone más adelante, n. 892 ss (199).

(199) Cf. ibid.

Modo segundo: Entrada solemne

886.
Si no hay posibilidad de hacer la procesión o no se estima oportuno, los fieles se reúnen a la puerta de la iglesia que se va a dedicar, donde, si ha lugar, de forma privada, se han colocado las reliquias de los santos.

El obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros, revestidos cada uno con las vestiduras propias y precedidos del cruciferario, se dirigen a la puerta de la iglesia donde está reunida la asamblea. Para que este rito exprese plenamente su sentido, es conveniente que la puerta de la iglesia esté cerrada y que el obispo, los concelebrantes, los diáconos y los ministros accedan a ella desde el exterior. Si no pudiera ser así, el obispo y quienes lo acompañan salen de la iglesia, cuya puerta permanece abierta (200).

(200) Cf. ibid.

887. El obispo deja el báculo y la mitra, y saluda a los presentes, diciendo: «La gracia y la paz...», o con otras palabras adecuadas, preferentemente de la Sagrada Escritura. El pueblo responde: «Y con tu espíritu», u otras palabras adecuadas. A continuación, el obispo se dirige al pueblo, diciendo: «Llenos de alegría, queridos hermanos...», o haciendo otra monición de contenido similar (201).

(201) Cf. ibid.

888. Concluida la exhortación, el obispo recibe otra vez la mitra y, si se juzga oportuno, se canta el Salmo 121 con la antifona Vamos a la casa del Señor u otro canto adecuado. Entonces, los representantes de quienes edificaron la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis, benefactores, arquitectos, obreros) hacen entrega del edificio al obispo, entregándole, según las circunstancias y los usos locales, o las escrituras de posesión del nuevo edificio, o las llaves, o una maqueta del inmueble, o el libro que describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los delegados se dirige brevemente al obispo y a la comunidad y, si ha lugar, explica las características artísticas y arquitectónicas de la nueva iglesia. Luego, si las puertas están cerradas, el obispo pide al presbítero a quien se encomienda el cuidado pastoral de la iglesia que abra las puertas de la iglesia (202).

(202) Cf. ibid.

889. Entonces, el obispo recibe de nuevo el báculo e invita al pueblo a entrar en la iglesia, diciendo: «Entrad por las puertas del Señor», u otras palabras adecuadas. Se realiza la procesión de entrada, como se ha dicho antes, nn. 884-885, y todos ocupan sus respectivos lugares. Las reliquias de los santos se colocan en un lugar apropiado del presbiterio, rodeadas de velas. Luego, se bendice el agua, siguiendo el rito que se describe más adelante, nn. 892 ss (203).

(203) Cf. ibid.

Modo tercero: Entrada sencilla

890.
Si no pudiera realizarse la entrada solemne, se hace la sencilla. Reunido el pueblo en el interior de la iglesia, el obispo, los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros, cada uno revestido con sus vestiduras propias y precedidos todos del cruciferario, se dirigen desde la sacristía mayor hasta el presbiterio pasando por la nave de la iglesia.

Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar, se llevan al presbiterio en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía mayor o desde la capilla donde ya han sido expuestas a la veneración de los fieles desde la vigilia. Sin embargo, por causa justa, se pueden colocar antes del comienzo del rito en un lugar adecuado del presbiterio, en medio de velas encendidas.

Durante la procesión se canta la antifona de entrada Dios vive en su santa morada o Vamos alegres a la casa del Señor, con el Salmo 121, u otro canto adecuado (204).

(204) Cf. ibid.

891. Una vez que la procesión ha llegado al presbiterio, se colocan las reliquias de los santos en un lugar adecuado, con velas encendidas alrededor. Los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros van a sus lugares asignados. El obispo, sin besar el altar, se dirige a la cátedra. Luego, deja el báculo y la mitra, saluda al pueblo, diciendo: «La gracia y la paz...», u otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura. El pueblo responde: «Y con tu espíritu», u otras palabras adecuadas.

Entonces, los representantes de quienes edificaron la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis, benefactores, arquitectos, obreros) hacen entrega del edificio al obispo, entregándole, según las circunstancias y los usos locales, o las escrituras de posesión del nuevo edificio, o las llaves, o una maqueta del inmueble, o el libro que describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los de legados se dirige brevemente al obispo y a la comunidad y, si ha lugar, explica las características artísticas y arquitectónicas de la nueva iglesia (205).

(205) Cf. ibid.

BENDICIÓN Y ASPERSIÓN DEL AGUA

892.
Concluido el rito de entrada, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo como signo de penitencia y en recuerdo del bautismo y también para purificar los muros y el altar de la nueva iglesia. Los ministros se acercan al obispo que está en la cátedra en pie y le presentan el acetre con el agua. El obispo invita a orar a todos, diciendo: «Queridos hermanos, al dedicar...», u otras palabras similares. Todos oran en silencio durante unos instantes. Luego, el obispo continúa: «Dios, Padre nuestro, fuente de luz...» (206).

(206) Cf. ibid.

893. El obispo, acompañado de los diáconos, asperja con agua bendita al pueblo y los muros, recorriendo la nave de la iglesia y, regresando al presbiterio, asperja el altar. Mientras tanto, se va cantando la antifona Vi que manaba o, en tiempo de Cuaresma, Cuando os haga ver u otro canto adecuado (207).

(207) Cf. ibid.

894. Finalizado esto, el obispo regresa a la cátedra; y, cuando concluye el canto, en pie, con las manos juntas, dice: «Dios, Padre de misericordia...». Luego se canta el himno Gloria y el obispo, de la forma acostumbrada, canta o dice la oración colecta de la misa (209).

(208) Cf. ibid.

LITURGIA DE LA PALABRA

895. Luego, el obispo se sienta y recibe la mitra. Todos se sientan igualmente. Es conveniente que la Palabra de Dios se desarrolle de la siguiente manera: dos lectores, uno de los cuales lleva el Leccionario de la misa que ha tomado de la credencia, y el salmista se acercan al obispo. Este, en pie y con la mitra, recibe el Leccionario, lo muestra al pueblo y dice: «Resuene siempre en esta casa». Luego, el obispo devuelve el Leccionario al lector que va a leer en primer lugar. Lector y salmista se dirigen al ambón llevando el Leccionario de forma que resulte visible para todos (209).

(209) Cf. ibid.

896. Se proclaman tres lecturas; la primera es siempre del capítulo 8 del Libro de Nehemias, seguida del Salmo 18; la segunda lectura y el Evangelio se escogen de los textos propuestos en el Leccionario para la misa de la dedicación de una iglesia. Para el Evangelio no se llevan ni cirios ni incienso (210).

(210) Cf. ibid.

897. Tras el Evangelio, el obispo se sienta, recibe, como de costumbre, la mitra y el báculo, y hace la homilía en la que explica al pueblo las lecturas bíblicas y el sentido del rito por el que se dedica el templo a Dios y se fomenta el crecimiento de la Iglesia (211).

(211) Cf. ibid.

898. Finalizada la homilía, el obispo deja el báculo y la mitra, todos se levantan y se canta o se dice el Símbolo. Se omite la oración universal, ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos (212).

(212) Cf. ibid.

ORACIÓN DE DEDICACIÓN Y UNCIONES

Súplica litánica

899.
 
Terminado el Símbolo, el obispo invita a orar al pueblo con la exhortación: «Oremos, queridos hermanos...», o con otras palabras similares.

Se cantan entonces las letanias de los santos, a las que todos responden; los domingos o en tiempo pascual, todos permanecen en pie; pero en otros días se arrodillan, en cuyo caso, el diácono exhorta: «Pongámonos de rodillas».

En las letanías, en su lugar correspondiente, pueden añadirse las invocaciones del titular de la iglesia, del patrono del lugar y, si es el caso, de los santos cuyas reliquias van a depositarse. También pueden añadirse otras peticiones que se refieran a la especial naturaleza del rito y a condición los fieles.

Concluido el canto de las letanias, el obispo, en pie, con las manos extendidas, dice: «Te pedimos, Señor». El diácono, si es el caso, dice: «Podéis levantaros». Todos se levantan. El obispo recibe la mitra para la colocación de las reliquias.

Cuando no se colocan las reliquias de los santos, el obispo dice inmediatamente la oración de dedicación, como se indica más adelante, n. 901 (213).

(213) Cf. ibid.

Colocación de las reliquias

900.
Después, si se colocan bajo el altar las reliquias de mártires o de otros santos, el obispo se acerca al altar. El diácono o un presbítero entrega las reliquias al obispo que las introduce en el sepulcro dispuesto al efecto. Mientras tanto, se canta la antífona Santos de Dios o Los cuerpos de los santos, con el Salmo 14, u otro canto adecuado.

Entre tanto, un albañil sella el nicho con cemento, mientras el obispo regresa a la cátedra (214).

(214) Cf. ibid.

Oración de dedicación

901.
Realizado esto, el obispo, en pie y sin mitra, en la cátedra o junto al altar, con las manos extendidas, canta o dice en voz alta: «Oh, Dios, santificador y guía de tu Iglesia...» (215).

(215) Cf. ibid.

Unción del altar y de los muros de la iglesia

902.
Luego, el obispo, si es necesario, se quita la casulla y, con el gremial puesto, se dirige al altar acompañado de los diáconos y otros ministros, uno de los cuales lleva el recipiente con el crisma, y procede a la unción del altar y de los muros de la iglesia.

Si el obispo quiere asociarse, en la unción de los muros, a algunos de los presbíteros que concelebran con él este rito sagrado, terminada la unción del altar, les entrega los recipientes con el sagrado crisma y procede con ellos a realizar las unciones. El obispo también puede encomendar la unción de los muros solamente a los presbíteros (216).

(216) Cf. ibid.

903. El obispo, en pie ante el altar, con mitra, dice en voz alta: «El Señor santifique...». Luego, vierte el crisma en el centro del altar y en cada uno de los cuatro ángulos, y es aconsejable que unja también toda la mesa.

A continuación, unge con el santo crisma los muros de la iglesia, signando doce cruces o cuatro, que están convenientemente distribuidas, con la ayuda, si se juzga oportuno, de dos o cuatro presbíteros. Pero si se encomienda a los presbíteros ungir los muros, una vez que el obispo haya concluido la unción del altar, ellos ungen las paredes de la iglesia, signando las cruces con el sagrado crisma. Mientras tanto, se canta la antifona Esta es la morada o El templo del Señor, con el Salmo 83, u otro canto adecuado (217).

(217) Cf. ibid.

904. Realizada la unción del altar y de los muros de la iglesia, el obispo vuelve a la cátedra y se sienta; los ministros le acercan lo necesario para lavarse las manos. Luego, el obispo se quita el gremial y se reviste la casulla. También los presbíteros, después de ungir los muros, se lavan las manos (218).

(218) Ibid.

Incensación del altar y de la iglesia

905.
Después del rito de la unción, se coloca sobre el altar un brasero para quemar incienso o aromas, 0, si se prefiere, puede colocarse sobre el altar un pequeño montón de incienso mezclado con cerillas. El obispo pone incienso en el brasero y lo bendice, o enciende el montón de incienso con un pequeño cirio que le entrega un ministro, diciendo «Suba, Señor...».

Entonces, el obispo pone el incienso en los incensarios, lo bendice e inciensa el altar. Vuelve seguidamente a la cátedra, toma la mitra, es incensado y se sienta. Los ministros recorren la nave de la iglesia incensando al pueblo y las paredes.

Mientras tanto, se canta la antifona Llegó un ángel o Por manos del ángel, con el Salmo 137, u otro canto adecuado (219).

(219) Cf. ibid.

Iluminación del altar y de la iglesia

906.
Finalizada la incensación, algunos ministros secan con toallas la mesa del altar y extienden, si es necesario, un lienzo impermeable; luego, cubren el altar con un mantel y lo adornan, según sea oportuno, con flores; colocan adecuadamente los candeleros con los cirios requeridos para la celebración de la misa y también, si es el caso, la cruz (220).

(220) Ibid.

907. Luego, el diácono se acerca al obispo que, en pie, le entrega una pequeña vela encendida, mientras dice en voz alta: «Brille en la Iglesia...». Después, el obispo se sienta. El diácono se acerca al altar y enciende los cirios para la celebración de la eucaristía. En este momento, se ilumina festivamente la iglesia: se encienden como signo gozoso todos los cirios, las velas situadas donde se hicieron las unciones y el resto de las lámparas de la iglesia. Mientras tanto, se canta Llega tu luz o, en tiempo de Cuaresma: Jerusalén, ciudad santa, con el cántico de Tobías u otro canto adecuado, en honor de Cristo, luz del mundo (221).

(221) Cf. ibid.

LITURGIA EUCARÍSTICA

908. Los diáconos y ministros preparan el altar como de costumbre. Luego, algunos fieles presentan el pan, el vino y el agua para la celebración del sacrificio del Señor. El obispo recibe las ofrendas en la cátedra. Durante la entrega de los dones, puede cantarse, si es oportuno, la antifona Señor Dios nuestro u otro canto adecuado.

Cuando todo está dispuesto, el obispo se acerca al altar y, dejando la mitra, lo besa. La misa continua de la forma acostumbrada, pero no se inciensan ni las ofrendas ni el alta (222).

(222) Cf. ibid.

909. Se dice la plegaria eucarística I o la lll con el prefacio propio de la dedicación de una iglesia.

En la plegaria eucarística I se dice el Hanc igitur propio, en la plegaria eucarística III se añade la intercesión propia.

Y todo se realiza de la forma acostumbrada, hasta la comunión inclusive (223).

(223) Cf. ibid.

INAUGURACIÓN DE LA CAPILLA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

910.
La inauguración de la capilla donde se reserva la Santísima Eucaristía conviene que se realice de la siguiente manera: después de la comunión, se deja sobre la mesa del altar el copón con el Santísimo Sacramento; el obispo va a la cátedra y todos oran en silencio, unos instantes. Luego, el obispo dice la oración después de la comunión (224).

(224) Cf. ibid.

911. Terminada la oración, el obispo regresa al altar, pone incienso y lo bendice, y, de rodillas, inciensa al Santísimo Sacramento. Luego, tomado el velo humeral, coge el copón con sus manos, cubiertas con dicho velo.

Entonces se organiza la procesión, que lleva el Santísimo Sacramento por la nave de la iglesia hasta la capilla de la reserva. En primer lugar, va el cruciferario, acompañado por acólitos que llevan los ciriales con velas encendidas; sigue el clero, los diáconos, los presbíteros concelebrantes, un ministro con el báculo del obispo, dos turiferarios con los incensarios humeantes, el obispo llevando el Santísimo Sacramento y, un poco detrás, los dos diáconos que lo asisten y, finalmente, los ministros del libro y de la mitra. Todos llevan velas encendidas y, en torno al Sacramento, cirios encendidos.

Durante la procesión, se canta la antifona Glorifica al Señor, Jerusalén, con el Salmo 147, u otro canto apropiado (225).

(225) Cf. ibid.

912. Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el obispo entrega el copón al diácono, que lo coloca sobre el altar o en el sagrario, cuya puerta permanece abierta; y el obispo, de rodillas, inciensa el Santísimo Sacramento. Después, tras un tiempo oportuno en el que todos oran en silencio, el diácono pone el copón en el sagrario o cierra la puerta de este; un ministro enciende la lámpara que debe arder siempre junto al Santísimo Sacramento (226).

(226) Cf. ibid.; cf. CIC, c. 940.

913. Si la capilla donde se ha reservado el Santísimo Sacramento se encuentra en un lugar visible para los fieles, el obispo imparte inmediatamente la bendición de la misa. En caso contrario, la procesión regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la bendición desde el altar o desde la cátedra; la misa concluye como se indica más adelante, n. 915 (227).

(227) Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de una iglesia.

914. En el caso de que no se inaugure la capilla del Santísimo Sacramento, concluida la comunión de los fieles, el obispo dice la oración después de la comunión, y la misa finaliza como se indica a continuación (228).

(228) Cf. ibid.

BENDICIÓN Y DESPEDIDA

915.
El obispo usa para la bendición la fórmula recogida en el Pontifical.

El diácono despide al pueblo del modo acostumbrado.

CAPÍTULO X
DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA EN LA CUAL YA SE CELEBRAN HABITUALMENTE LOS SAGRADOS MISTERIOS

916. Para que se perciba plenamente la fuerza de los símbolos y el sentido de los ritos, es conveniente que la inauguración de la iglesia coincida con su dedicación: por ello, en la medida de lo posible, se evitará celebrar la misa en una iglesia nueva, antes de que haya sido dedicada.

Sin embargo, cuando vaya a dedicarse una iglesia en la que ya se celebran normalmente los sagrados misterios, se ha de seguir el rito descrito en los números 864-915.

Además, conviene distinguir cuando se trata de iglesias de reciente construcción, cuya dedicación parece más evidentemente necesaria, o de iglesias edificadas desde hace tiempo. Para dedicar estas últimas, se requiere:
- que el altar aún no haya sido dedicado, pues la costumbre y el derecho litúrgico prohíben, con razón, dedicar una iglesia sin que se dedique también el altar, ya que la dedicación del altar es la parte central de todo el rito;
- que se haya producido alguna novedad o transformación relevante del templo que afecte al edificio (por ejemplo, la iglesia se ha rehecho desde sus cimientos, el presbiterio se ha adaptado a las normas indicadas antes, nn. 48-51) o a su estatuto jurídico (por ejemplo, la iglesia ha sido elevada al rango de parroquia).

917. Todo cuanto se indica anteriormente, nn. 864-878, vale también para este rito, salvo aquello que resulte claramente incompatible con su naturaleza o que expresamente se regule de diferente manera.

Esta ordenación del rito difiere de lo previsto en el capitulo noveno, sobre todo, en lo siguiente:

a) se omite el rito de apertura de las puertas de la iglesia (cf. nn. 884 ó 889), puesto que la iglesia ya ha sido abierta a los fieles; por tanto, la entrada en la iglesia se hace bajo la forma de entrada sencilla (cf. nn. 890-891). Pero si se trata de una iglesia que lleva clausurada mucho tiempo y ahora de nuevo se abre al culto, puede realizarse el rito ya que en tal caso conserva su fuerza y su sentido.

b) el rito de la entrega de la iglesia al obispo (cf. nn. 883, 888, 891) puede mantenerse, suprimirse o adaptarse, según las circunstancias y cuál sea la condición de la iglesia que va a ser dedicada (por ejemplo, es conveniente que se mantenga en el caso de una iglesia de reciente construcción, que se omita si se trata de la dedicación de una antigua iglesia cuya estructura arquitectónica en nada se ha alterado, que se adapte si se trata de una iglesia antigua que ha sido reconstruida desde sus cimientos);

c) se omite el rito de asperjar las paredes de la iglesia con agua bendita (cf. nn. 892-894), ya que tal rito tiene carácter purificador;

d) se omite lo que es propio de la primera proclamación de la Palabra de Dios (cf. n. 896), en consecuencia, la liturgia de la Palabra se realiza del modo acostumbrado; en lugar de la lectura del capítulo 8 del Libro de Nehemías, con el Salmo 18, y su responsorio (cf. n. 896), se elegirá otra lectura apropiada (229).

(229) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de una iglesia en la cual ya se celebran habitualmente los sagrados misterios.

CAPÍTULO XI
DEDICACIÓN DE UN ALTAR


PRÆNOTANDA

918. El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la misa el pueblo de Dios, además, es el centro de la acción de gracias que se realiza por la eucaristía (230).

(230) Misal Romano, Ordenación general, n. 296.

919. Es conveniente que en toda iglesia haya un altar fijo y dedicado; en otros lugares, destinados a las celebraciones sagradas, habrá un altar fijo o móvil (231).

De acuerdo con la tradición eclesial y con el significado del altar, la mesa del altar fijo será de piedra y, además, de piedra natural y de una pieza. Sin embargo, también puede utilizarse otro material digno, sólido y trabajado artísticamente, a juicio de la Conferencia de obispos (232).

(231) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de un altar, Introducción, n. 6.
(232) Cf. ibid., n. 9.

920. Manténgase la costumbre de colocar bajo el altar que va a ser dedicado reliquias de santos, aunque no sean mártires (cf. n. 866).

921. Por su propia naturaleza, el altar se dedica al único Dios, pues el sacrificio eucarístico se ofrece al Dios único. La Iglesia siempre mantuvo este sentido de la dedicación de un altar, que san Agustín expresó acertadamente cuando dice: «No dedicamos los altares a ningún mártir, sino al Dios de los mártires, por más que lo hagamos en la memoria de los mártires» (233).

Si en algún lugar se mantiene la costumbre de dedicar los altares a Dios en honor de los santos, puede conservarse, siempre y cuando quede de manifiesto ante los fieles que el altar solo se dedica a Dios. En las iglesias de nueva construcción no se colocarán sobre el altar ni imágenes ni representaciones de los santos.

De igual modo, no se pondrán sobre la mesa del altar reliquias de santos para la veneración de los fieles (234)

(233) Contra Faustum, XX, 21: PL 42, 384.
(234) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de un altar, Introducción, n. 10.


922. Como el altar adquiere verdadero carácter sagrado ante todo con la celebración de la eucaristía, para mantener la plenitud de sentido del rito, cuídese de no celebrar misa en el nuevo altar antes de su dedicación, de modo que la misa de dedicación sea también la primera eucaristía que sobre ese altar se celebra (235).

(235) Cf. ibid., n. 13.

923. Es competencia del obispo, que tiene encomendado el cuidado pastoral de la Iglesia particular, dedicar a Dios los nuevos altares que se erijan en su diócesis. Si él no pudiera hacerlo personalmente, encomendará este oficio a otro obispo, especialmente a quien tenga como asociado y colaborador en el cuidado pastoral de los fieles para quienes se erige el nuevo altar; solo en circunstancias especialísimas, puede dar un mandato especial a un presbítero para que lo haga (236).

(236) Cf. ibid., n. 12.

924. Para la dedicación de un nuevo altar señálese un día en que pueda reunirse gran asistencia de fieles, preferentemente un domingo, salvo que razones pastorales aconsejen otra cosa. Pero el rito de dedicación de un altar no puede celebrarse en el Triduo pascual, el Miércoles de Ceniza, en las ferias de Semana Santa ni en la Conmemoración de todos los fieles difuntos (237).

(237) Ibid., n. 14.

925. La celebración de la misa se encuentra íntimamente vinculada con el rito de dedicación de un altar. Se dirá la misa «En la dedicación de un altar»; sin embargo, en la Natividad del Señor, en la Epifanía y la Ascensión, en el Domingo de Pentecostés, así como en los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, se dice la misa del día, salvo la oración sobre las ofrendas y el prefacio, vinculados estrechamente al rito de la dedicación (238).

(238) Ibid., n. 15.

926. Es muy conveniente que el obispo concelebre con los presbíteros presentes y en particular con aquellos a quienes se ha encargado el regir la parroquia o la comunidad para la que se erige el altar (239).

(239) Ibid., n. 16.

927. Compete al obispo y a quienes preparan la celebración del ſito el valorar la conveniencia de colocar las reliquias de santos o no, en este caso, salvaguardando siempre cuanto se dispone más arriba, n. 866, se tendrá en cuenta antes que nada el provecho espiritual de los fieles y el verdadero sentido litúrgico (240).

(240) Cf. Ibid., n. 25.

928. No solo se informará oportunamente a los fieles sobre la dedicación del nuevo altar, sino que se les preparará para que participen activamente en el rito.

Con este fin, se les instruirá sobre el significado y ejecución de cada una de sus partes. Así los fieles quedarán imbuidos del amor que se debe al altar (241).

Corresponde al rector de la iglesia en que se va a dedicar el altar, con la ayuda de los que cooperan en la acción pastoral, determinar y preparar todo lo referente a las lecturas, cantos, así como las ayudas pastorales encaminadas a fomentar una provechosa participación del pueblo y a promover una decorosa celebración (242).

(241) Ibid., n. 26.
(242) Ibid., n. 25.

929. Para el rito de la dedicación de un altar, se preparará lo siguiente:
a) el Misal Romano, el Leccionario y el Pontifical Romano;
b) una cruz y el Evangeliario, que se llevarán en procesión;
c) un acetre con agua para bendecir, y el hisopo;
d) un recipiente con el santo crisma;
e) toallas para secar la mesa del altar;
f) si es el caso, un mantel de lino encerado o un lienzo impermeable a la medida del altar;
g) una jarra y una palangana con agua, toallas y todo lo necesario para lavar las manos del obispo;
h) un gremial;
i) un brasero para quemar incienso o aromas; o granos de incienso y cerillas para quemar sobre el altar;
j) un incensario y la naveta con la cucharilla;
k) un cáliz de capacidad suficiente, un corporal, purificadores y toalla;
l) pan, vino y agua para la celebración de la misa;
m) una cruz para el altar, a no ser que ya haya una cruz en el presbiterio o que la cruz que se lleva en la procesión sea colocada luego cerca del altar;
n) un mantel, cirios, candeleros;
o) si es oportuno, flores (243).

(243) Ibid., n. 27.

930. En la misa de la dedicación de un altar, se usarán las vestiduras sagradas de color blanco o festivo. Se preparará:
a) para el obispo: alba, estola, cruz pectoral, casulla, mitra, báculo pastoral, palio, si tiene facultad de usarlo;
b) para los presbíteros concelebrantes: vestiduras para concelebrar la misa;
c) para los diáconos: albas, estolas y, si es oportuno, dalmáticas;
d) para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas (244).

(244) Ibid., n. 28.

931. Si van a depositarse reliquias de santos bajo el altar, dispóngase cuanto sigue:

a) En el lugar donde comienza la procesión:
• un cofre con las reliquias, adornado con flores y velas. Según las circunstancias, se puede colocar el cofre en un lugar apropiado del presbiterio, antes de comenzar el rito.
• dalmáticas para los diáconos que llevarán las reliquias: albas, estolas de color rojo, si se trata de reliquias de mártires (en otros casos serán de color blanco), y dalmáticas, si las hay. Si son presbíteros quienes portan las reliquias, prepárense para ellos casullas, en lugar de dalmáticas.

También pueden llevar las reliquias otros ministros, revestidos con alba o sobrepelliz sobre el traje talar o con otra vestidura legítimamente aprobada.

b) En el presbiterio:
• una mesa pequeña donde se colocará el cofre de las reliquias mientras se desarrolla la parte primera del rito de la dedicación.

b) En la sacristía mayor:
• una mezcla de mortero o cemento para tapar la cavidad, debe haber también un albañil que, a su tiempo, cerrará el sepulcro de las reliquias (245).

(245) Cf. ibid., n. 29.

932. Conviene conservar la costumbre de incluir en el cofre de las reliquias un pergamino en el que se mencionen el día, mes y año de la dedicación de un altar, el nombre del obispo que celebra el rito, el titular de la iglesia y los nombres de los mártires o de los otros santos cuyas reliquias van a depositarse bajo el altar (246).

De la dedicación se escribirán dos actas; uno de los ejemplares se guardará en el archivo diocesano y el otro en el archivo de la iglesia. Ambos irán firmados por el obispo, por el rector de la iglesia y por algunos delegados de la comunidad local (247).

(246) Cf. ibid., n. 30.
(247) Cf. supra, n. 877.

ENTRADA EN LA IGLESIA

933. Estando reunido el pueblo, el obispo, los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, se dirigen desde la sacristía mayor al presbiterio por la nave de la iglesia (248).

(248) Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de un altar.

934. Las reliquias de santos, si hay que ponerlas debajo del altar, se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía mayor o desde la capilla donde hayan sido expuestas a la veneración de los fieles en la vigilia. Sin embargo, por causa justa, se pueden colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de velas encendidas (249).

(249) ibid.

935. Durante la procesión, se canta la antifona de entrada Fíjate, oh, Dios o Que yo me acerque, con el Salmo 42, u otro canto adecuado (250).

(250) Cf. ibid.

936. Cuando la procesión llega al presbiterio, se colocan las reliquias de los santos en el lugar adecuado en medio de velas, los presbíteros concelebrantes, diáconos y ministros ocupan sus lugares. El obispo, sin besar el altar, se dirige a la cátedra. Luego, deja el báculo y la mitra y saluda al pueblo diciendo: «La gracia y la paz» u otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura. El pueblo responde: «Y con tu espíritu» o con otras palabras adecuadas (251).

(251) Cf. ibid.

BENDICIÓN Y ASPERSIÓN DEL AGUA

937.
Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de penitencia, en recuerdo del bautismo y para purificar el altar. Los ministros acercan el acetre con agua al obispo que está en pie en la cátedra. El obispo invita a todos a orar con la monición «Llenos de alegría, queridos hermanos...» o con palabras similares. Todos oran, por unos instantes, en silencio. Entonces, el obispo dice la oración: «Dios, Padre nuestro...» (252).

(252) Cf. ibid.

938. Concluida la invocación sobre el agua, el obispo, acompañado de los diáconos, rocía con agua bendita al pueblo, pasando por la nave de la iglesia y, de regreso al presbiterio, rocía el altar.

Mientras tanto, se canta la antifona Vi que manaba o, en tiempo de Cuaresma, Cuando os haga ver u otro canto adecuado (253).

(253) Cf. ibid.

939. Tras la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y cuando concluye el canto, de pie y con las manos juntas, dice: «Dios, Padre de misericordia....».

Luego se canta el himno Gloria, salvo que se trate de domingos de Adviento o Cuaresma.

Tras el himno, el obispo, en pie, canta o dice la oración colecta de la misa, de la forma acostumbrada (254).

(254) Cf. ibid.

LITURGIA DE LA PALABRA

940.
En la liturgia de la Palabra se hace todo como de costumbre. Según las rúbricas, las lecturas y el Evangelio se toman de los textos propuestos en el Leccionario para la dedicación de un altar o de la misa del dia (255).

(255) Cf. ibid., n. 40; Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 817-822.

941. Proclamado el Evangelio, el obispo sentado, con mitra y báculo, de la forma de costumbre, hace la homilía, en la que explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito (256).

(256) Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Dedicación de un altar.

942. El Símbolo se recita siempre. Se omite la oración universal, ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos (257).

(257) Ibid.

ORACIÓN DE DEDICACIÓN Y UNCIONES

Súplica litánica

943.
Concluido el Símbolo, el obispo invita a orar al pueblo, diciendo: "Que nuestras plegarias...» u otra monición similar (258).

Se cantan entonces las letanías de los santos, a las que todos responden; si la dedicación es en domingo o en tiempo pascual, todos permanecen en pie; en otros días se arrodillan, en cuyo caso el diácono exhorta: «Pongámonos de rodillas» (259).

En las letanías, en el lugar adecuado, pueden añadirse las invocaciones del titular de la iglesia, del patrono del lugar y, si es el caso de los santos cuyas reliquias van a depositarse. También pueden añadirse otras peticiones, alusivas a la especial naturaleza del rito y a la condición de los fieles (260).

Concluido el canto de las letanías, el obispo, en pie, con las manos extendidas, dice la oración: «Te pedimos, Señor...». Después, el diácono si es necesario, dice: «Podéis levantaros». Todos se levantan. El obispo recibe la mitra, para realizar la colocación de las reliquias.

Cuando no se realice la colocación de las reliquias de santos, el obispo dice inmediatamente la oración de dedicación, como se señala más adelante, n. 945 (261).

(258) Cf. Ibid.
(259) Ibid.
(260) Cf. ibid.
(261) Cf. ibid.

Colocación de las reliquias

944.
Después, si se van a colocar debajo del altar algunas reliquias de mártires o de otros santos, el obispo se acerca al altar. Un diacono o un presbítero lleva las reliquias al obispo, que las coloca en el sepulcro dispuesto a tal efecto. Mientras tanto, se canta la antifona Santos de Dios o Los cuerpos de los santos, con el Salmo 14, u otro canto adecuado.

Mientras tanto, un albañil cierra el sepulcro; el obispo regresa a la cátedra (262).

(262) Cf. ibid.

Oración de dedicación

945.
Tras todo ello, el obispo, en pie junto al altar, sin mitra, con las manos extendidas, canta o dice: «Te alabamos...» (263).

(263) Cf. ibid.

Unción del altar

946.
Luego, si es necesario, el obispo se quita la casulla y toma el gremial; se dirige al altar acompañado del diácono o de otro ministro que lleva el recipiente con el santo crisma. El obispo, en pie ante el altar, con mitra, dice en voz alta: «El Señor santifique...». Después, vierte el crisma en el centro del altar y en cada uno de los cuatro ángulos; es aconsejable que unja toda la mesa (264).

Mientras se hace la unción, se canta, fuera del tiempo pascual, la antifona El Señor, tu Dios, con el Salmo 44, y, en tiempo pascual, la antifona La piedra que desecharon, con el Salmo 117, u otro canto adecuado (265).

Concluida la unción del altar, el obispo vuelve a la cátedra, se sienta, se lava las manos y se quita el gremial (266).

(264) Cf. ibid.
(265) Cf. ibid.
(266) Ibid.

Incensación del altar

947.
Después del rito de la unción, se coloca sobre el altar un brasero para quemar incienso o aromas, o, si se prefiere, puede colocarse sobre el altar un pequeño montón de incienso mezclado con cerillas. El obispo pone incienso en el brasero y lo bendice, o enciende el montón de incienso con un pequeño cirio que le entrega un ministro, diciendo: «Suba, Señor...».

Luego, el obispo pone incienso en el incensario, lo bendice e inciensa el altar, seguidamente, vuelve a la cátedra, es incensado y se sienta; el ministro inciensa al pueblo. Mientras tanto, se canta la antifona Llegó un ángel o Por manos del ángel, con el Salmo 137, u otro canto adecuado (267).

(267) Cf. ibid.

Revestimiento e iluminación del altar

948. Finalizada la incensación, algunos ministros secan con toallas la mesa del altar y la tapan, si es el caso, con un lienzo impermeable, luego cubren el altar con un mantel y lo adornan, según sea oportuno, con flores; colocan adecuadamente los candeleros con los cirios que se requieren para la celebración de la misa y, si es el caso, la cruz (268).

(268) Cf. ibid.

949. Luego, el diácono se acerca al obispo, que, en pie, le entrega una pequeña vela encendida, mientras dice en voz alta: «La luz de Cristo...». Después, el obispo se sienta. El diácono se dirige al altar y enciende los cirios para la celebración de la eucaristía (269).

(269) Cf. ibid.

950. En este momento, se hace una iluminación festiva: se encienden en señal de alegría todas las lámparas en torno al altar. Mientras, se canta la antifona En ti, Señor u otro canto adecuado, en honor de Cristo, luz del mundo (270).

(270) Cf. ibid.

LITURGIA EUCARÍSTICA

951.
Los diáconos y ministros preparan el altar de la forma acostumbrada. Luego, algunos fieles presentan el pan, el vino y el agua para la celebración del sacrificio del Señor. El obispo recibe las ofrendas en la cátedra. Durante la entrega de las ofrendas, si es oportuno, se canta la antifona Si cuando vas a poner o Consagró Moisés u otro canto adecuado (271).

Una vez que todo está dispuesto, el obispo se acerca al altar y, dejando la mitra, lo besa; la misa continúa de la forma acostumbrada, aunque no se inciensan ni las ofrendas ni el altar (272).

(271) Cf. ibid.
(272) Cf. ibid.

952. Se dice siempre la oración sobre las ofrendas: «Descienda, Señor y Dios nuestro... y el prefacio propio que aparece en el Pontifical, puesto que están unidos al rito de dedicación de un altar (273).

Se dice la plegaria eucarística I o la III.

(273) Cf. ibid.

953. Al final de la misa, el obispo da la bendición, utilizando la formula propuesta en el Pontifical. Luego, el diácono despide a la asamblea del modo acostumbrado (274).

(274) Cf. ibid.

CAPÍTULO XII
BENDICIÓN DE UNA IGLESIA

PRÆNOTANDA

954. Conviene dedicar a Dios los lugares sagrados o iglesias, destinados de manera estable para celebrar los divinos misterios, según el rito de la dedicación de una iglesia, que sobresale por la fuerza de los ritos y de los símbolos.

Pero si la iglesia no se dedica, al menos debe bendecirse con el rito que se describe más adelante.

También es conveniente que se bendigan, siguiendo el rito que más abajo se describe, los oratorios, capillas y aquellos edificios sagrados que, por determinadas circunstancias, se dedican al culto sagrado solo de manera temporal (275). Cuando se bendice una iglesia, un oratorio o una capilla, se considera también bendecido e inaugurado, en el mismo acto de bendición, todo cuanto en ella se encuentra: cruz, imágenes sagradas, órgano, campanas, estaciones del viacrucis, de modo que no se precisa otra bendición o inauguración.

(275) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición de una iglesia, Normas generales.

955. Por lo que se refiere a la ordenación litúrgica, a la elección del título y a la preparación de los fieles, se observará, con las adaptaciones necesarias, cuanto se ha dicho, nn. 864-871 y 877, acerca de la dedicación de una iglesia (276).

(276) Cf. ibid.

956. La bendición de la iglesia o del oratorio corresponde al obispo diocesano o a un presbítero delegado por él. La bendición de una iglesia o un oratorio puede realizarse cualquier día, salvo en el Triduo pascual, pero conviene escoger un día que los fieles puedan acudir con facilidad, preferentemente un domingo, salvo que motivos pastorales aconsejen otra cosa (277).

(277) Cf. ibid.

957. En los días inscritos en los nn. 1-4 de la tabla de días litúrgicos, se dice la misa del día; en los demás, puede decirse la misa del día o la misa del titular de la iglesia u oratorio (278).

(278) Cf. intra, Apéndice II.

958.
Para el rito de bendición de la iglesia u oratorio prepárese todo lo que se precisa para la celebración de la misa. Pero el altar, aunque esté ya bendecido o dedicado, ha de estar desnudo hasta el comienzo de la liturgia eucarística. Además, en un lugar adecuado del presbiterio, prepárase:
a) un acetre con agua y un hisopo; un incensario con naveta de incienso y cucharilla;
b) el Pontifical Romano;
c) una cruz para el altar, a no ser que ya haya una cruz en el presbiterio o que la cruz que se lleva en la procesión se coloque luego cerca del altar;
d) un mantel, cirios, candeleros y si se quiere, flores (279).

(279) Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición de una iglesia, Normas generales.

959. Si la bendición de la iglesia se realiza al mismo tiempo que la dedicación del altar, dispóngase todo lo preciso para la dedicación como se indica más arriba, n. 929, y en el n. 931, si se van a colocar reliquias de santos debajo del altar (280).

(280) Ibid.

960. En la misa de bendición de la iglesia, las vestiduras sagradas serán de color blanco o festivo. Prepárese al respecto lo que sigue:
a) para el obispo: alba, estola, cruz pectoral, casulla, mitra, báculo pastoral;
b) para los presbíteros concelebrantes: las vestiduras para la concelebración de la misa;
c) para los diáconos: albas, estolas y, si es oportuno, dalmáticas;
d) para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas (281).

(281) Cf. ibid.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

961.
Reunido el pueblo, mientras se realiza el canto de entrada, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros, revestidos con sus vestiduras propias, se dirigen desde la sacristía mayor al presbiterio, por la nave de la iglesia, precedidos por el cruciferario.

Una vez que la procesión llega al presbiterio, el obispo, sin besar ni incensar el altar, se dirige directamente a la cátedra y los demás a los lugares que tienen asignados (282).

(282) Cf. ibid.

962. Concluido el canto, el obispo deja la mitra y el báculo, y saluda al pueblo, diciendo: «La gracia y la paz...» u otras palabras adecuadas tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura. El pueblo responde: «Y con tu espíritu» u otras palabras adecuadas (283).

(283) Cf. ibid.

963. Luego, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de penitencia, en recuerdo del bautismo y para purificar las paredes de la nueva iglesia u oratorio. Los ministros acercan el acetre con agua al obispo que está en pie en la cátedra. El obispo invita a todos a orar, diciendo: «Queridos hermanos...» u otra monición similar. Todos oran, por unos instantes, en silencio. Entonces, el obispo dice la oración: «Dios, Padre nuestro, fuente...» (284).

(284) Cf. ibid.

964. Concluida la invocación sobre el agua, el obispo acompañado por los diáconos asperja con agua bendita al pueblo y las paredes, recorriendo la nave de la iglesia; cuando regresa al presbiterio, asperja el altar, salvo que este ya estuviera bendecido o dedicado. Mientras tanto, se va cantando la antifona Vi que manaba o, en tiempo de Cuaresma, Cuando os haga ver o, en ambos casos, otro canto adecuado.

Tras la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y, concluido el canto, en pie y con las manos juntas, dice: «Dios, Padre de misericordia...» (285).

(285) Cf. ibid.

965. A continuación, salvo en la misa del domingo o de feria de Adviento y Cuaresma, se canta el himno Gloria. Luego, el obispo dice la colecta de la misa (286).

(286) Cf. ibid.

966. La misa continúa del modo acostumbrado. Aunque:
- las lecturas, según las rúbricas, se toman de la liturgia del día o de los textos que propone el Leccionario para el rito de dedicación de una iglesia;
- para el Evangelio no se llevarán ciriales ni incienso;
- después del Evangelio, el obispo hace la homilía en la que explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito;
- se dice el Símbolo, de acuerdo a las rúbricas; la oración universal se hace del modo acostumbrado (287).

(287) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, n. 816. Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición de una iglesia.

967. Después, si va a bendecirse el altar, el obispo se acerca a él. Mientras, se canta la antifona Como renuevos de olivo u otro canto adecuado.

Concluido el canto, el obispo, en pie y sin mitra, se dirige a los fieles, diciendo: «Queridos hermanos, nuestra comunidad...», o con otra monición similar. Y todos oran unos instantes, en silencio. Entonces, el
obispo, con las manos extendidas, canta o dice en voz alta la oración: «Bendito seas, Señor...».

Entonces, el obispo pone incienso en los incensarios, los bendice e inciensa el altar. Recibe luego la mitra, regresa a la cátedra, es incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la iglesia, inciensan al pueblo y la nave (288).

(288) Cf. ibid.

968. Si se va a dedicar el altar, después de decir el Símbolo y habiendo omitido la oración universal, se procede como se ha descrito más arriba, nn. 943-950.

Si no se bendice ni se dedica el altar (por ejemplo, si se traslada a la nueva iglesia un altar que ya ha sido bendecido o dedicado), después de la oración universal, sigue la misa como se indica más adelante, n. 969 (289).

(289) Cf. ibid.

969. Concluida la oración universal, el obispo se sienta y recibe la mitra. Los ministros, por su parte, cubren el altar con un mantel y, si es oportuno, lo adornan con flores; colocan los candeleros con los cirios que se precisan para la celebración de la misa, y, si es necesario, una cruz adecuada.

Dispuesto el altar, algunos fieles presentan el pan, el vino y el agua para la celebración del sacrificio del Señor. El obispo recibe las ofrendas en la cátedra. Durante la entrega de las ofrendas se canta la antifona Si cuando vas o Consagró Moisés u otro canto adecuado (290).

(290) Cf. ibid.

970. Una vez que todo está dispuesto, el obispo se acerca al altar y, dejando la mitra, lo besa. La misa continúa de la forma acostumbrada, pero no se inciensan las ofrendas ni el altar. En caso de que el altar no hubiera sido ni bendecido ni dedicado en esta celebración, la incensación se hace de la forma acostumbrada (291).

Si se inaugura la capilla del Santísimo Sacramento, una vez que concluya la comunión de los fieles, hágase todo como se ha descrito más arriba, nn. 910-913 (292).

(291) Ibid.
(292) Ibid.


971. El obispo utiliza para la bendición la fórmula del Pontifical.

El diácono despide al pueblo del modo acostumbrado (293).

(293) Cf. ibid.

CAPÍTULO XIII
BENDICIÓN DE UN ALTAR MÓVIL

PRÆNOTANDA

972. Un altar se considera móvil cuando no está fijo al suelo, de forma que puede trasladarse. Como se trata de una mesa destinada de forma exclusiva y permanente al banquete o sacrificio eucarístico, se le debe religioso respeto. Por lo tanto, conviene que el altar móvil, antes de comenzar a ser utilizado, si no se dedica, al menos se bendiga (294).

(294) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición de un altar móvil, Normas generales; cf. Misal Romano, Ordenación general, nn. 298, 300.

973. El altar móvil se puede construir de cualquier material sólido que convenga al uso litúrgico, según las tradiciones y costumbres de las diversas regiones (295).

(295) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 301.

974. Para erigir el altar móvil ha de observarse, con las necesarias adaptaciones, lo dispuesto en los libros litúrgicos; aunque no está permitido colocar en su base reliquias de santos (296).

(296) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares: Bendición de un altar móvil, Normas generales.

975. Conviene que sea el obispo de la diócesis o el presbítero rector de la iglesia quien bendiga el altar móvil (297).

(297) Ibid.

976. El altar móvil puede bendecirse cualquier día, excepto el Viernes Santo y el Sábado Santo; pero es preferible elegir un día en que pueda haber mayor asistencia de fieles, sobre todo, el domingo, salvo que razones pastorales aconsejen otra cosa (298).

(298) Ibid.

977. En el rito se dice la misa del día. Pero en la liturgia de la Palabra, salvo que se trate de los días señalados en los números 1-9 de la tabla de días litúrgicos, puede leerse una o dos lecturas de entre las que propone el Leccionario para la dedicación de un altar (299).

(299) Cf. infra Apéndice II; Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 817-822.

978. Hasta el comienzo de la liturgia eucarística, el altar está completamente desnudo. Se ha de disponer, por tanto, en un lugar apropiado del presbiterio, una cruz, si es necesaria, mantel, cirios y todo lo que se precise para el arreglo del altar (300).

(300) Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición de un altar móvil, Normas generales.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

979. En la misa, todo se hace del modo acostumbrado. Concluida la oración universal, el obispo se acerca al altar que va a bendecirse; mientras, se canta la antifona Como renuevos de olivo u otro canto adecuado (301).

(301) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición de un altar móvil.

980. Luego, el obispo, en pie y sin mitra, se dirige a los fieles, diciendo: «Queridos hermanos, nuestra comunidad...» o con otra monición similar. Y todos oran en silencio, durante unos momentos. Entonces el obispo, con las manos extendidas, canta o dice en voz alta la oración: «Bendito seas, Señor...» (302).

Después, el obispo rocía el altar con agua bendita y lo inciensa. Regresa luego a la cátedra, recibe la mitra, es incensado y se sienta. El ministro inciensa al pueblo (303).

(302) Cf. ibid.
(303) Ibid.


981. Los ministros cubren el altar con el mantel y, si es oportuno, lo adornan con flores. Colocan también los candeleros con los cirios que se precisan para la celebración de la misa, y una cruz adecuada, si es el caso (304).

(304) Ibid.

982. Preparado el altar, algunos fieles presentan el pan, el vino y el agua para la celebración del sacrificio del Señor. El obispo recibe las ofrendas en la cátedra. Durante la entrega de las ofrendas, si es oportuno, se canta la antifona Si cuando vas u otro canto adecuado (305).

(305) Cf. ibid.

983. Una vez que todo está preparado, el obispo se acerca al altar dejando la mitra, lo besa. La misa continúa de la forma acostumbrada; pero no se inciensan ni las ofrendas ni el altar (306).

(306) Ibid.

CAPÍTULO XIV
BENDICIÓN DEL CÁLIZ Y LA PATENA


PRÆNOTANDA (307)

984. El cáliz y la patena, en los cuales se ofrecen, se consagran y se toman el vino y el pan (308), por estar destinados de manera exclusiva y estable a la celebración de la eucaristía, se convierten en «vasos sagrados» (309).

(307) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición del cáliz y de la patena; Misal Romano, Apéndice IV: Rito para bendecir el cáliz y la patena dentro de la misa.
(308) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 327.
(309) Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición del cáliz y de la patena, Normas generales.

985. El propósito de reservar estos vasos únicamente para la eucaristía se manifiesta ante la comunidad de fieles mediante una bendición especial, que es aconsejable hacer dentro la misa (310).

(310) Ibid.

986. Cualquier sacerdote puede bendecir el cáliz y la patena, siempre que hayan sido realizados de acuerdo a las normas, que se indican en la Ordenación general del Misal Romano (311).

(311) Ibid.

987. Si solo se bendice el cáliz o solo la patena, adáptense oportunamente los textos del Pontifical (312).

(312) Cf. ibid.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

988.
Se dice la misa del día. En la liturgia de la Palabra, excepto los días inscritos en los nn. 1-9 de la tabla de días litúrgicos (313), puede leerse una o dos lecturas de entre las propuestas en el Leccionario (314).

(313) Cf. infra Apéndice II.
(314) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición del cáliz y de la patena; Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 823-826.

989. Tras la liturgia de la Palabra, tiene lugar la homilía, en la que el obispo explica tanto las lecturas bíblicas como el sentido de la bendición del cáliz y la patena, que se utilizarán en la celebración eucarística (315).

(315) Pontifical Romano, Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, Bendición del cáliz y de la patena.

990. Tras la oración universal, los ministros o los delegados de la comunidad ofrecen el cáliz y la patena, colocándolos sobre el altar. El obispo, con los diáconos que lo asisten, se dirige al altar, mientras se canta la antifona Alzaré la copa de la salvación u otro canto adecuado (316).

(316) Cf. ibid.

991. Finalizado el canto, el obispo dice: «Oremos». Todos oran en silencio, durante unos momentos. Luego, el obispo continúa con la oración: «Sobre tu altar...» (317).

(317) Cf. ibid.

992. A continuación, los ministros colocan el corporal sobre el altar. Algunos fieles presentan el pan, el vino y el agua para la celebración del sacrificio del Señor. El obispo pone las ofrendas en la patena y en el cáliz recién bendecidos y las ofrece del modo acostumbrado.

Entretanto, puede cantarse la antifona Alzare la copa de la salvación, con el Salmo 115, u otro canto adecuado (318).

(318) Cf. ibid.

993. Dicha la oración: «Acepta, Señor, nuestro corazón», si es oportuno, se inciensan las ofrendas y el altar. Después, la misa continúa del modo acostumbrado (319).

(319) Cf. ibid.

994. Atendiendo a las circunstancias de la celebración, los fieles podrán recibir la Sangre de Cristo del cáliz recién bendecido (320).

(320) Cf. ibid.

CAPÍTULO XV
BENDICIÓN DE LA NUEVA FUENTE BAUTISMAL


PRÆNOTANDA

995. El baptisterio, esto es, el lugar donde mana la fuente bautismal, o donde se conserva el agua, este absolutamente reservado para la celebración digna del sacramento del bautismo, por ser el lugar en el que los cristianos renacen por el agua y el Espíritu Santo. Tanto si está ubicado en alguna capilla en el interior o en el exterior de la iglesia como si está en algún otro lugar de la iglesia a la vista de los fieles, en lo sucesivo, debe disponerse de tal modo que se facilite la participación de un grupo nutrido (321).

La fuente bautismal o el recipiente en que se prepara el agua cuando, en algunos casos, se celebra el bautismo en el presbiterio, debe distinguirse por su limpieza y su estética (322).

(321) Cf. Ritual Romano, Ritual de la iniciación cristiana de adultos: Iniciación cristiana, Prenotanda, n. 25.
(322) Ibid. n. 19.

996. Es conveniente que el rito lo realice el obispo de la diócesis o un presbítero que sea el párroco o rector de la iglesia.

997. Si esta bendición se une con la celebración del bautismo, en la Vigilia pascual o fuera de ella, obsérvese lo dispuesto anteriormente, n. 356-367, 427, 430, 440-448. Pero, en lugar de la fórmula habitual de bendición del agua, el obispo, con las manos extendidas y vuelto hacia la pila, dice la oración: «Oh, Dios, creador del mundo...». Bendecida la fuente, continua la celebración del bautismo de la forma acostumbrada (323).

(323) Misal Romano, Vigilia pascual: Bendición del agua bautismal; o Ritual Romano, Ritual del Bautismo de niños, n. 126; Ritual de la Iniciación cristiana de los adultos n. 215.

998. La bendición de la pila bautismal que no se realice con la celebración del bautismo puede hacerse cualquier día y a cualquier hora, a excepción del Miércoles de Ceniza, los días de Semana Santa y en la Conmemoración de todos los fieles difuntos. No obstante, es muy conveniente elegir un dia en que pueda reunirse el mayor numero posible de fieles (324).

(324) Cf. Ritual Romano, Bendicional (Madrid, 1986), cap. XXVIII, Bendición del baptisterio o de la nueva pila bautismal, n. 941.

999. Para la celebración del rito, prepárese cuanto sigue:
a) el Ritual Romano y el Leccionario;
b) un incensario y una naveta con incienso;c) un recipiente en el que se echará agua de la pila recién bendecida y un hisopo;
d) el cirio pascual, un candelero para colocarlo en el centro del presbiterio o cerca de la pila bautismal;
e) asientos para el obispo y los demás ministros;
f) vestiduras sagradas de color blanco o festivo:
• para el obispo: alba, cruz pectoral, estola, capa pluvial (o casulla, en el caso de que se celebre también la misa), mitra y báculo pastoral;
• para los presbíteros: vestiduras para la celebración de la misa;
• para los diáconos: albas, estolas y, si procede, dalmáticas;
• para los otros ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

RITOS INICIALES

1000.
 Reunido el pueblo, se ordena la procesión, que avanza por la nave de la iglesia, desde la sacristía mayor hasta el baptisterio. Va delante el turiferario con el incensario humeante; luego, un acólito que lleva el cirio pascual; después, los ministros, los diáconos, los presbíteros y el obispo, cada uno revestido con las vestiduras propias (225).

(325) Cf. ibid., nn. 945 y 962.

1001. Mientras, se canta la antifona Sacaréis aguas o En ti, Señor, con el Salmo 35, u otro canto adecuado (326).

(326) Cf. ibid., n. 963.

1002. Una vez que la procesión llega al baptisterio, se sitúan todos en los lugares que tienen asignados. El cirio pascual se coloca sobre el candelero preparado en el centro del presbiterio o junto a la pila bautismal. Finalizado el canto, el obispo deja el báculo y la mitra, y saluda al pueblo, diciendo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo...» o con otras palabras tomadas, preferentemente, de la Sagrada Escritura. El pueblo responde: «Y con tu espíritu», o de otro modo adecuado. Luego, el obispo dispone a los fieles para la celebración con la monición: «Nos hemos reunido aquí...» o con otras palabras similares (327).

(327) Cf. ibid., nn. 964-965.

1003. Terminada la exhortación, el obispo, con las manos juntas, dice: «Oremos». Y todos oran en silencio durante unos instantes. Entonces el obispo, con las manos extendidas, dice la oración: «Oh, Dios, que en el sacramento del nuevo nacimiento...» (328).

(328) Cf. ibid., n. 966.

LITURGIA DE LA PALABRA

1004. Concluido todo ello, el obispo se sienta y recibe la mitra. Se leen a continuación uno o varios textos de la Sagrada Escritura, de entre los propuestos en el Leccionario para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana (329), intercalando oportunamente salmos responsoriales adecuados o momentos de sagrado silencio. Concédase siempre el lugar principal a la lectura del Evangelio.

(329) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 751-760.

1005. Tras la lectura de la Palabra de Dios se hace la homilía, en la que el obispo explica el sentido de las lecturas bíblicas, de modo que los presentes comprendan en su plenitud la importancia del bautismo y el simbolismo de la fuente bautismal (330).

(330) Cf. Ritual Romano, Bendicional, cap. XXVIII: Bendición de una nueva pila bautismal, n. 968.

BENDICIÓN DE LA NUEVA FUENTE BAUTISMAL

1006. Después el obispo, tras dejar la mitra, invita a los fieles a orar, diciendo: «Ha llegado el momento...» u otra monición similar. Todos oran en silencio, durante unos instantes. Entonces, el obispo, vuelto hacia la fuente, dice la oración: «Oh, Dios, creador del mundo...» (331).

(331) Cf. ibid., nn. 969-970.

1007. Finalizada la invocación sobre la fuente, mientras se inciensa esta, se entona un canto adecuado, por ejemplo, La voz del Señor o Sobre las aguas o Esta es la fuente de vida. Cuando concluye el canto, según las circunstancias, el obispo, en pie con la mitra, ante el pueblo, recibe la renovación de las promesas bautismales y rocía al pueblo con agua tomada de la fuente (332).

(332) Cf. ibid., nn. 971-973.

CONCLUSIÓN DEL RITO

1008.
Entonces, se realiza la oración universal de la forma que se acostumbra en la misa o como se dispone en el Ritual Romano.

Sigue la oración dominical, que oportunamente introduce el obispo con la monición: «Recordando nuestro bautismo...» o con palabras parecidas.

Luego, el obispo dice la oración: «Oh, Dios, que en el sacramento...» (333).

(333) Cf. ibid., n. 975.

1009. Por último, el obispo bendice al pueblo del modo acostumbrado, como se indica más adelante, nn. 1120-1121. Al final, el diácono despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz»; todos responden: «Demos gracias a Dios».

1010. Si esta bendición de la fuente bautismal se realiza durante la misa, se dice la misa del día o votiva, según las rúbricas, y una de las lecturas puede tomarse de las propuestas en el Leccionario para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana.

CAPÍTULO XVI
BENDICIÓN DE UNA NUEVA CRUZ QUE SE HA DE EXPONER A LA PUBLICA VENERACIÓN

PRÆNOTANDA

1011.
Entre las imágenes sagradas, ocupa el primer lugar la representación «de la preciosa y vivificante cruz» (334), por ser símbolo de todo el misterio pascual. Ninguna imagen es tan querida para el pueblo cristiano, ninguna más antigua. La cruz representa al mismo tiempo la Pasión de Cristo y su triunfo sobre la muerte, y además, según doctrina de los Santos Padres, anuncia su segunda y gloriosa venida.

(334) CONCILIO DE NICEA II, Act. VII: Mansi XIII, 378 ; H. DENZINGER-A. SCHÖNMETZER, Enchiridion symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, ed. XXXIV, n. 601.

1012. La bendición de una nueva cruz puede realizarse cualquier día ya cualquier hora, a excepción del Miércoles de Ceniza, durante el Triduo pascual y en la Conmemoración de todos los fieles difuntos; aunque lo más indicado es elegir un día en que pueda reunirse el mayor número posible de fieles. Prepárese a los fieles de manera conveniente para que puedan participar activamente en el rito (335).

(335) Cf. Ritual Romano, Bendicional, cap. XXXI: Bendición de una nueva cruz que se ha de exponer a la pública veneración, n. 1070.

1013. Los ritos que en este capítulo se describen se refieren únicamente a dos casos:
a) cuando se bendice de forma solemne una cruz erigida en un lugar público, separado de la iglesia;
b) cuando se bendice la cruz principal que destaca en la nave de la iglesia, donde se reúne la asamblea; en este caso el rito de bendición comienza como se indica más adelante, n. 1020.

1014. Para el rito, prepárese esto:
a) el Ritual Romano, el Leccionario;
b) un incensario con naveta de incienso y cucharilla;
c) candeleros para los acólitos.

Las vestiduras que se utilizan para la celebración del rito serán de color rojo o festivo, Dispóngase, por lo tanto, lo siguiente:
- para el obispo: alba, cruz pectoral, estola, capa pluvial, mitra y báculo pastoral;
- para los diáconos: albas, estolas y, si procede, dalmáticas;
- para el resto de los ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

1015.
Donde se pueda, es deseable que la comunidad de fieles se dirija en procesión desde la iglesia u otro lugar adecuado hasta el lugar donde se ha erigido la cruz que va a ser bendecida. Si no fuera posible o no pareciera oportuno realizar tal procesión, los fieles se reúnen donde se ha erigido la cruz que va a ser bendecida (336). Reunido el pueblo, el obispo, revestido de alba, cruz pectoral, estola y capa pluvial, llevando la mitra y el báculo, se dirige a dicho lugar con los ministros; después, tras dejar el báculo y la mitra, saluda a los fieles, diciendo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por nosotros colgó del madero...» u otro saludo similar. El pueblo responde: «Y con tu espíritu» o de otro modo adecuado.

(336) Cf. ibid., n. 1072.

1016. Luego, el obispo habla brevemente a los fieles para disponer su ánimo para la celebración y explicar el significado del rito, utilizando, si lo desea, las palabras que el Ritual propone.

Concluida la exhortación, el obispo invita a orar y, tras un breve tiempo de silencio, con las manos extendidas dice la colecta: «Oh, Dios, cuyo Hijo...» (337).

(337) Cf. ibid., nn. 1073-1074.

1017. Tras la colecta, el obispo recibe la mitra y el báculo; entonces, el diácono, si es oportuno, dice en voz alta: «Marchemos en paz», y se ordena la procesión hasta el lugar donde está erigida la cruz. Durante la procesión, se canta la antifona Nosotros hemos de gloriarnos, con el Salmo 97, u otro canto adecuado (338).

Si no hubiera procesión, se realiza la lectura de la Palabra de Dios inmediatamente después de la colecta.

(338) Cf. ibid., n. 1077.

1018. Tras la oración, el obispo recibe la mitra, se sienta y se proclama la Palabra de Dios, en la que se lee una o varias lecturas de la Sagrada Escritura, intercalando un salmo responsorial adecuado. Los textos se toman de entre los que propone el Leccionario para la misa sobre el misterio de la santa cruz (339).

(339) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 969-975.

1019. Luego, el obispo hace la homilía, en la que explicará tanto las lecturas bíblicas como el poder de la cruz del Señor.

1020. Terminada la homilía, el obispo deja la mitra y, en pie ante la cruz, la bendice, diciendo la oración: «Te bendecimos, Señor, Padre santo...» o «Señor, Padre santo...»; concluida la oración, pone incienso en el incensario.

Mientras todos cantan la antifona Tu cruz adoramos, Señor o Por la señal de la santa cruz u otro canto adecuado en honor de la santa cruz, el obispo, en pie ante la nueva cruz, la inciensa (340).

(340) Cf. ibid., nn. 1084-1086.

1021. Concluida la incensación, si puede hacerse con comodidad, el acercan a ella en procesión y le hacen una señal de veneración doblando obispo, los ministros y los fieles veneran la nueva cruz: de uno en uno se la rodilla o besándola o con algún otro signo de veneración, de acuerdo a los usos locales.

Si es grande la asistencia o por otro motivo razonable no pueden todos de uno en uno acercarse a venerar la cruz, el obispo, con una breve monición, invita al pueblo a venerar la cruz manteniendo unos momentos de silencio o mediante alguna aclamación adecuada (341).

(341) Cf. ibid., n. 1087.

1022. Terminada la veneración de la cruz, se hace la oración universal como en la misa o con la forma propuesta en el Ritual Romano. La oración universal concluye con la oración dominical, que todos cantan o recitan, y con la oración del obispo.

Luego, el obispo recibe la mitra y el báculo, y bendice al pueblo del modo acostumbrado; el diácono lo despide, diciendo: «Podéis ir en paz». Todos responden: «Demos gracias a Dios» y, si es oportuno, se canta un canto adecuado para glorificar la cruz del Señor (342).

(342) Cf. ibid., nn. 1088-1090.

CAPÍTULO XVII
BENDICIÓN DE UNA CAMPANA


PRÆNOTANDA

1023. Es costumbre común en la Iglesia latina, que conviene conservar, bendecir las campanas antes de que sean colocadas en la torre campanario.

Conviene que sea el obispo de la diócesis, el párroco o el rector de la iglesia quien realice el rito de bendición (343)

Según las circunstancias del lugar y de las situaciones, la campana se bendice en una celebración de la Palabra de Dios.

(343) Cf. Ritual Romano, Bendicional, cap. XXXII: Bendición de una campana, n. 1146.

1024. La bendición de la campana puede realizarse cualquier día, excepto el Miércoles de Ceniza, durante Semana Santa y en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, pero lo más indicado es escoger un día en que sea posible gran asistencia de fieles, sobre todo el domingo (344).

(344) Cf. ibid., n. 1145.

1025. Es conveniente que la campana esté suspendida o situada en un lugar adecuado de modo que, según las circunstancias, se pueda rodear comodamente y tocar. Para el rito dispóngase cuanto sigue:
a) el Ritual Romano y el Leccionario;
b) un acetre con agua bendita y un hisopo;
c) una cruz procesional y ciriales para los ministros;
d) un incensario y una naveta con incienso.

Para la celebración del rito, las vestiduras han de ser de color blanco o festivo. Dispóngase, pues, esto:
- para el obispo: alba, estola, cruz pectoral, capa pluvial, mitra y báculo pastoral;
- para los diáconos albas, estolas y, si procede, dalmáticas
- para el resto de los ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

1026.
Reunido el pueblo, el obispo, con mitra y báculo, se dirige en procesión a la sede o al lugar donde se encuentra la campana que va a ser bendecida: inicia la procesión el cruciferario, entre dos ministros con ciriales encendidos, que van seguidos de los ministros, diáconos y presbíteros, por último, va el obispo; durante la procesión, se entona un adecuado.

1027. Concluido el canto, el obispo, una vez que ha dejado el báculo y la mitra, saluda al pueblo, diciendo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo...»; después, si es oportuno, exhorta brevemente a los fieles, con lo que los dispone espiritualmente para la celebración (345).

(345) Cf. ibid., nn. 1148-1149.

1028. Terminado esto, el obispo recibe la mitra, se sienta y se hace la proclamación de la Palabra de Dios. Se lee una o varias lecturas de la Sagrada Escritura, de entre las que el Ritual Romano propone, intercalando un salmo responsorial adecuado (346).

(346) Cf. ibid., nn. 1150-1153.

1029. Tras la lectura de la Palabra de Dios, el obispo hace la homilía, en la que explica tanto las lecturas bíblicas como el sentido y uso de las campanas en la tradición y en la vida de la Iglesia (347).

(347) Cf. ibid., n. 1154.

1030. Concluida la homilía, el obispo deja el báculo y la mitra y, de pie ante la campana, la bendice, diciendo la oración: «Te bendecimos, Señor, Padre Santo... o bien: «Oh, Dios, cuya voz.... Luego, rocía la campana con agua bendita y la inciensa. Entre tanto, puede cantarse la antifona Cantad al Señor, con el Salmo 149, u otro canto adecuado (348).

(348) Cf. ibid., nn. 1157-1159.

1031. Finalizado el canto, se realiza la oración universal como en la misa o con la forma propuesta en el Ritual Romano (349). La oración universal concluye con la oración dominical cantada o recitada por todos y con la oración del obispo.

Luego, el obispo recibe la mitra y el báculo, bendice al pueblo del modo acostumbrado o como describe el Ritual; el diácono lo despide, diciendo: «Podéis ir en paz». Todos responden: «Demos gracias a Dios».

si se considera oportuno, el obispo y los fieles, antes de retirarse, pueden hacer sonar la campana bendecida en señal de alegría (350).

(349) Cf. ibid., n. 1155.
(350) Cf. ibid., nn. 1160-1161.

1032. Si la bendición de la campana se hace dentro de la misa (351), realícese así:
a) se dice la misa del día;
b) las lecturas, salvo que se trate de solemnidades, fiestas y domingos, pueden tomarse de la misa del día o de las propuestas en el Ritual Romano para la bendición de una campana.
c) la bendición de la campana se hace después la homilía, según el rito descrito antes, n. 1030.
d) no se hace sonar la campana hasta que la misa haya concluido.

(351) Cf. ibid., nn. 1145 y 1162.

CAPÍTULO XVIII
RITUAL DE LA CORONACIÓN DE UNA IMAGEN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

PRÆNOTANDA

1033. 
La particular veneración que se otorga a las imágenes de la bienaventurada Virgen María se manifiesta adornando con una corona regia la cabeza de la Madre de Dios y, si es del caso, del Hijo. Mediante este rito los fieles profesan que la bienaventurada Virgen María, asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo, con razón es tenida por Reina e invocada como tal, por ser Madre y Colaboradora de Cristo, Rey del universo, quien con su preciosa sangre ha adquirido todos los pueblos en herencia.

1034. Al obispo de la diócesis, juntamente con la comunidad local, corresponde juzgar sobre la oportunidad de coronar una imagen de la bienaventurada Virgen María. Pero téngase en cuenta que solamente es oportuno coronar aquellas imágenes que, por la gran devoción de los fieles, gocen de cierta popularidad, de tal modo que el lugar donde se veneran haya llegado a ser la sede y como el centro de un genuino culto litúrgico y de activa vida cristiana.

También es conveniente que los fieles que desean coronar la imagen de la bienaventurada Virgen María se instruyan sobre el sentido del rito para que lo comprendan en profundidad y sepan entenderlo debidamente (352).

(352) Ritual de la coronación de una imagen de santa Maria Virgen, Praenotanda, n. 6.

1035. La diadema o corona que se ponga a una imagen ha de estar confeccionada de materia apta para manifestar la singular dignidad de la bienaventurada Virgen; sin embargo, evítese la exagerada magnificencia y fastuosidad que desdiga de la sobriedad del culto cristiano o pueda causar estupor a los fieles del lugar, que tengan una modesta forma de vida (353).

(353) Cf. ibid., n. 7.

1036. Es conveniente que el rito sea realizado por el obispo de la diócesis; si él no pudiera, lo encomendará a otro obispo, o presbítero, que sea colaborador suyo en la cura pastoral de los fieles en cuya iglesia se venera la imagen que va a ser coronada.

Si se va a coronar la imagen en nombre del romano pontifice, obsérvese aquello que se indica en el decreto de la Sede Apostólica (354).

(354) Cf. ibid., n. 8.

1037. Conviene que el rito de la coronación se realice en alguna solemnidad o fiesta de la bienaventurada Virgen María, o en algún otro día festivo. Pero no conviene hacerlo ni en las grandes solemnidades del Señor ni tampoco en días de carácter penitencial.

Según las circunstancias, la coronación de la imagen de la bienaventurada Virgen María puede hacerse dentro de la misa, en las Vísperas de la Liturgia de las Horas o en una adecuada celebración de la Palabra de Dios (355).

(355) Cf. ibid., nn. 9-10.

1038. Además de lo que sea necesario para la celebración del acto litúrgico al que se une este rito, se ha de preparar:
a) el Ritual de la coronación;
b) el Leccionario;
c) la corona o coronas, dispuesta(s) en un lugar conveniente;
d) el acetre con agua bendita e hisopo;
e) un incensario con la naveta del incienso y cucharilla.

Úsense vestiduras sagradas de color blanco o festivo, a no ser que se celebre una misa que requiera vestiduras de otro color.

Si se celebra misa, prepárese esto:
para el obispo: alba, cruz pectoral, estola, casulla, mitra y báculo
pastoral;
- para los diáconos: albas, estolas y, si parece oportuno, dalmáticas;
- para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas (356).

(356) Cf. ibid., nn. 11-12.

I. CORONACIÓN DENTRO DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

1039. Si las rúbricas lo permiten, conviene celebrar la misa de la bienaventurada Virgen María Reina (día 22 de agosto) o la misa que corresponde a la advocación de la imagen que va a ser coronada (357).

(357) Cf. ibid., n. 13.

1040. En la misa, todo se realizará de la forma acostumbrada, hasta el Evangelio inclusive. Concluido el Evangelio, el obispo hace la homilía en la que explica tanto las lecturas bíblicas como la función maternal y regia de la bienaventurada Virgen María en el misterio de la Iglesia (358).

(358) Cf. ibid., n. 14.

Acción de gracias e invocación

1041.
Después de la homilía, los ministros llevan al obispo las coronas (o la corona) con que van a ser ceñidas las imágenes de Cristo y de su Madre. Entonces, el obispo, tras dejar la mitra, se pone en pie y en la sede dice la oración: «Bendito eres, Señor...», en la que, si solo se va a coronar la imagen de la Virgen, en lugar de: «la imagen de Cristo y de su Madre» se dice: «la imagen de la Madre de tu Hijo», como se advierte en su lugar (359).

(359) Cf. ibid., n. 15.

Imposición de la corona

1042.
Concluida la oración, el obispo asperja la corona (las coronas) con agua bendita y, sin decir nada, la coloca sobre la imagen de la bienaventurada Virgen María. Pero si la imagen representa a la Virgen con el Niño Jesús, corona primero la imagen del Hijo y luego la de la Madre.

Tras imponer la corona, se canta la antifona Santa María, siempre virgen u otro canto adecuado.

Mientras, el obispo inciensa la imagen de la bienaventurada Virgen María.

Finalizado el canto, se hace la oración universal como se describe en el Ritual o de otro modo adecuado.

Si parece oportuno, el obispo, después de incensar las ofrendas, el altar y la cruz, inciensa también la imagen de la bienaventurada Virgen María (360).

(360) Cf. ibid., nn. 16-19.

1043. Después, sigue la misa del modo acostumbrado. Después de la misa, se canta la antífona Dios te salve o Salve, Reina de los cielos o, en tiempo pascual, Reina del cielo u otro canto adecuado en honor de la bienaventurada Virgen María (361).

(361) Cf. ibid., n. 20.

II. CORONACIÓN UNIDA A LA CELEBRACIÓN DE VÍSPERAS

1044.
Si las rúbricas lo permiten, conviene celebrar las Vísperas de la bienaventurada Virgen María Reina o las que corresponden a la advocación de la imagen que va a ser coronada.

1045. Las Vísperas se inician del modo acostumbrado. Antes del himno, el obispo, si es conveniente, puede dirigirse a los fieles con una monición para disponer sus ánimos para la celebración. Sigue el canto de los salmos con sus antífonas.

Concluida la salmodia, es conveniente realizar una lectura más extensa, de entre las propuestas en el Leccionario para las celebraciones de la bienaventurada Virgen María. Luego, el obispo hace la homilía (362).

(362) Cf. ibid., nn. 21-25.

1046. Tras la homilía, si parece oportuno, durante un espacio de tiempo, todos meditan en silencio la Palabra de Dios. Seguidamente, se canta el responsorio breve Santa Maria, Reina del mundo entero u otro canto semejante (363).

(363) Cf. ibid., n. 26.

1047. Concluido el canto, el obispo, tras dejar la mitra, se levanta. Todos se levantan a su vez. Desde la cátedra, el obispo bendice la corona o las coronas con la oración: «Bendito eres, Señor...» y las asperja con agua bendita (364). Entonces, el obispo se acerca a la imagen y en silencio coloca la corona (365).

(364) Cf. ibid., n. 27.
(365) Cf. ibid., n. 28.

1048. Tras la imposición de la corona, se entona el cántico Magnificat con una de las antífonas que aparecen en el Ritual. Mientras se canta el cántico evangélico, el obispo, tras incensar el altar y la cruz, inciensa la imagen de la bienaventurada Virgen María (366).

(366) Cf. ibid., n. 29.

1049. Concluido el cántico, se hace la oración universal con uno de los formularios propuestos en el Ritual. Tras la oración dominical, el obispo dice la oración del Ritual: «Dios todopoderoso que nos has dado...», salvo que el Oficio del día exija otra. Luego, el obispo bendice al pueblo del modo acostumbrado; el diácono lo despide, diciendo: «Podéis ir en paz», Todos responden: «Demos gracias a Dios». Para finalizar, es oportuno cantar una antifona de la bienaventurada Virgen María (367).

367. Cf. ibid., nn. 30-31.

III. CORONACIÓN UNIDA A LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS

1050.
El obispo, en la sacristía mayor o en otro lugar adecuado, se pone sobre el alba la cruz pectoral, la estola y una capa pluvial de color blanco o festivo, y recibe la mitra y el báculo. Luego tiene lugar, del modo acostumbrado, la entrada en la iglesia, mientras se canta la antifona De pie a tu derecha, con el Salmo 44, u otro canto adecuado. Llegado al altar, el obispo deja el báculo y la mitra, besa el altar y se dirige a la cátedra, donde, concluido el canto, saluda al pueblo, diciendo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo...» u otro saludo similar (368).

(368) Cf. ibid., nn. 32-33.

1051. Luego, el obispo se dirige brevemente a los fieles para disponer sus ánimos para la celebración y explicar el significado el rito. Tras la monición, invita a orar y, tras unos momentos de oración en silencio, dice la oración: «Dios todopoderoso, que nos has dado...» (369).

(369) Cf. ibid., nn. 34-35.

1052. Concluida la oración, todos se sientan. El obispo recibe la mitra e inicia la celebración de la Palabra de Dios, que se realiza del modo acostumbrado. Las lecturas se escoger entre las que se proponen en el Leccionario para las celebraciones de la bienaventurada Virgen María, preferentemente las de la bienaventurada Virgen María Reina, intercalando un salmo responsorial o algún momento de silencio sagrado. A la lectura del Evangelio resérvese siempre el lugar principal (370).

(370) Cf. ibid., n. 36.

1053. Terminadas las lecturas, el obispo hace la homilía y todo se desarrolla como se describe anteriormente, nn. 1041-1042.

Luego tiene lugar la súplica litánica, como se dispone en el Ritual o de otro modo adecuado.

Finalizadas las letanías, el obispo bendice al pueblo, y el diácono lo despide.

Finalmente, se canta una antifona según el tiempo litúrgico u otro canto adecuado (371).

(371) Cf. ibid., nn. 37-43.

CAPÍTULO XIX
BENDICIÓN DE UN CEMENTERIO

PRÆNOTANDA

1054.
 La Iglesia, por considerar el cementerio como un lugar sagrado, recomienda y desea que los nuevos cementerios sean bendecidos, tanto aquellos que pertenecen a la comunidad católica como los que son construidos por la autoridad pública en países católicos; y que en ellos se levante la cruz del Señor, signo de esperanza y de resurrección para todos los hombres.

Los discípulos de Cristo «ni por el país, ni por la lengua ni por las instituciones políticas se distinguen del resto de los hombres» (372) con quienes desean compartir la existencia: piden al Padre por todos los difuntos y oran por aquellos «que murieron en la paz de Cristo y por aquellos cuya fe solo Dios conoció» (373).

Por ello, los cristianos entierran y honran en los cementerios no solo los cuerpos de quienes la fe convirtió en hermanos, sino también los de aquellos con quienes compartieron la condición humana, pues Cristo redimió en la cruz a todos y por todos derramó su sangre.

(372) Epistola ad Diognetum, 5: ed. Funk I, p. 397.
(373) Cf. Misal Romano, Plegaria eucarística IV, n. 143.

1055. La bendición del cementerio puede realizarse en cualquier día, excepto el Miércoles de Ceniza y durante la Semana Santa; pero es preferible elegir un día en que los fieles puedan acudir en gran número, especialmente el domingo, ya que la conmemoración semanal de la Pascua del Señor expresa mejor el sentido pascual de la muerte cristiana (374).

(374) Cf. Ritual Romano, Bendicional, cap. XLI: Bendición de un cementerio, n. 1300.

1056. Conviene que el rito sea realizado por el obispo de la diócesis pero si no pudiera hacerlo, puede encomendarlo a otro obispo o a un presbítero, especialmente a quien tenga como colaborador en el cuidado pastoral de la diócesis o de los fieles que levantaron el cementerio (por ejemplo, el rector o párroco del cementerio) 375. De la bendición se levantará acta por duplicado, observando cuanto se dijo antes, n. 877, con las debidas adaptaciones; un ejemplar se guardará en la Curia diocesana y otro en el archivo del cementerio.

(375) Cf. ibid., n. 1299.

1057. Para realizar el rito de bendición del cementerio, prepárese lo siguiente:
a) el Ritual Romano, el Leccionario;
b) una cruz procesional y unos ciriales que serán llevados por los ministros en la procesión desde la iglesia hasta el cementerio;
c) un acetre con agua bendita y un hisopo;
d) un incensario y una naveta con incienso;
e) si se va a dedicar o bendecir el altar de la capilla del cementerio, todo aquello que se precise para su adorno, así como todo lo necesario para la dedicación o bendición del altar;
f) si tras la bendición se va a celebrar en el cementerio el sacrificio eucarístico, todo lo necesario para la misa.

Las vestiduras sagradas para la celebración del rito serán del color apropiado. Dispóngase, pues, lo siguiente:
- para el obispo: alba, estola, cruz pectoral, capa pluvial si es el caso, casulla, mitra y báculo pastoral;
- para los presbíteros concelebrantes: las vestiduras para concelebrar en la misa;
- para los diáconos: albas, estolas y, si procede, dalmáticas;
- para el resto de los ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

ENTRADA EN EL CEMENTERIO

1058.
Es conveniente, donde sea posible, que la comunidad de fieles se dirija ordenadamente desde la iglesia o desde otro lugar adecuado basta el cementerio que va a ser bendecido. Si no pudiera hacerse o no pareciera oportuno, los fieles se reúnen a la entrada del cementerio. El obispo, revestido con alba, estola y capa pluvial (o revestido de casulla, si va a celebrarse la misa en el cementerio y lo aconsejan las circunstancias), y con la mitra y el báculo, se dirige con los ministros a donde está reunido el pueblo.
Luego, dejando el báculo y la mitra, saluda a los fieles, diciendo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, dador de vida...» u otro saludo similar. El pueblo responde: «Y con tu espíritu», o de otra manera adecuada (376).

(376) Cf. ibid., n. 1303.

1059. Luego, el obispo dispone el ánimo de los fieles para la celebración con la monición: «Queridos hermanos, movidos por la piedad cristiana...» o con otras palabras similares. Concluida la monición, invita al pueblo a orar y, tras una breve oración en silencio, dice la colecta: «Oh, Dios, que haces de tus fieles...» (377).

(377) Cf. ibid., nn. 1304-1305.

1060. Terminada la oración, el diácono, si procede, dice: «Marchemos en paz». Y se ordena la procesión hasta el cementerio de la manera siguiente: primero el cruciferario, acompañado por dos ministros con los ciriales encendidos; luego, los ministros y el obispo, con mitra y báculo; por fin, los fieles. Mientras tanto, puede cantarse el Salmo 117 con la antifona Que mi lote, Señor u otra antifona del Ritual u otro canto adecuado. Si no hubiera procesión, inmediatamente después de la colecta, el obispo recibe de nuevo la mitra y el báculo y, con los ministros y los fieles, entra en el cementerio, mientras se canta la antifona Oí una voz, con el Salmo 133, u otro canto adecuado (378).

(378) Cf. ibid., nn. 1306-1308.

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

1061.
La procesión se dirige al lugar en el que se ha erigido la cruz, donde se hace la lectura de la Palabra de Dios, o si alli no puede hacerse con comodidad, a la capilla o a otro lugar más adecuado (379).

(379) Cf. ibid., n. 1309.

1062. Después, se leen uno o más textos de la Sagrada Escritura. Si luego va a celebrarse la liturgia eucarística, se leen al menos dos lecturas (intercalando el salmo responsorial adecuado), tomadas del Leccionario de difuntos, la segunda de las cuales es del Evangelio (380).

(380) Cf. ibid., n. 1310. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 1011-1016.

1063. Terminado todo ello, el obispo hace la homilía, en la que explica no solo las lecturas bíblicas sino también el sentido pascual de la muerte cristiana (381).

(381) Cf. Ritual Romano, Bendicional, cap. XLI: Bendición de un cementerio, n. 1311.

BENDICIÓN DE LA CRUZ Y DEL RECINTO DEL CEMENTERIO

1064.
Acabada la homilía, el obispo, en pie y sin mitra, ante la cruz levantada en el centro del cementerio, bendice la misma cruz y todo el recinto, diciendo la oración: «Dios del consuelo...». Luego, pone incienso en el incensario e inciensa la cruz. A continuación, asperja con agua bendita el cementerio y a los presentes. La aspersión del cementerio puede llevarse a cabo con el obispo situado en el centro del recinto o recorriendo sus muros: en este caso, si es oportuno, puede cantarse la antífona Se alegrarán en el Señor, con el Salmo 50 (382).

(382) Cf. ibid., nn. 1312-1313.

LITURGIA EUCARÍSTICA O PRECES

1065.
Realizado todo ello, si va a celebrarse el sacrificio del Señor por los difuntos, el obispo, si es el caso, se reviste con la casulla y se dirige al altar preparado al efecto; hecha la debida reverencia, junto con los ministros, venera el altar con un beso.

El diácono o los ministros colocan sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el Misal; a continuación, llevan pan, vino y agua, y la misa continúa del modo acostumbrado (383).

(383) Cf. ibid., n. 1314

1066. Si va dedicarse o bendecirse el altar de la capilla del cementerio, se observará cuanto se dispone más arriba acerca de la dedicación (n. 943 Ss.) o de la bendición (n. 979 ss.) del altar (384).

(384) Cf. ibid., n. 1315.

1067. Pero si no se celebra la eucaristía, tras la aspersión del cementerio se hace la plegaria común de la forma acostumbrada en la misa o como se propone en el Ritual Romano. La oración universal concluye con la oración dominical, cantada o recitada por todos, y con la oración del obispo. Después, el obispo recibe la mitra y el báculo, y bendice al pueblo del modo acostumbrado; luego, el diácono despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz». Todos responden: «Demos gracias a Dios», y se retiran (385).

(385) Cf. ibid., nn. 1316-1318.

Rito de bendición de un cementerio común a varias confesiones cristianas

1068.
En el caso de un cementerio construido por las autoridades públicas o por una comunidad cristiana (de hermanos separados y de católicos), y donde se inhumarán preferentemente difuntos de comunidades cristianas, es muy oportuno tener una celebración ecuménica en la que participen todas las partes interesadas. Por lo que respecta a los católicos, le corresponde al ordinario del lugar ordenar la celebración (386).

(386) Cf. ibid., n. 1301.

La presencia de los católicos en el rito de dedicación de un cementerio de una religión no cristiana o de carácter meramente laico

1069. Si la comunidad católica es invitada a la inauguración de un cementerio cuyo carácter sea religioso no cristiano o sencillamente laico, la madre Iglesia no rehúsa participar en el rito y ofrecer sus oraciones por todos los difuntos. Es competencia del ordinario del lugar regular la presencia de los católicos.

El sacerdote católico y los fieles, con la debida autorización, elijan lecturas de la Sagrada Escritura, salmos, oraciones que expresen con claridad la doctrina de la Iglesia acerca de la muerte y del destino del hombre, que por su propia naturaleza tiende al Dios vivo y verdadero (387).

(387) Cf. ibid., n. 1302.

CAPÍTULO XX
LA ORACIÓN PÚBLICA QUE SE HA DE HACER EN CASO DE GRAVE PROFANACIÓN DE UNA IGLESIA

PRÆNOTANDA

1070. Los delitos que se cometen dentro de la iglesia en algún sentido afectan y ofenden a toda la comunidad de hermanos que creen en Cristo, de quien el templo es signo e imagen.

De esta manera, deben considerarse delitos y profanaciones aquellos aquellos que implican una grave ofensa a los sagrados misterios, sobre todo a las especies eucarísticas, cometidos además como desprecio a la Iglesia, o que ofenden gravemente la dignidad del hombre y de la sociedad.

Se profana una iglesia cuando se cometen en ella actos gravemente injuriosos con escándalo de los fieles, que, a juicio del ordinario del lugar, revisten tal gravedad y son tan contrarios a la santidad del lugar que no es lícito celebrar en ella el culto hasta que no se repare la injuria mediante un rito penitencial (388).

(388) Cf. Ritual Romano, Ritual de las súplicas. El rito que aquí se describe será aplicable no solo a las iglesias sino también a otros recintos sagrados que hayan sido profanados: cf. CIC, c. 1205-1213.

1071. La ofensa a una iglesia ha de ser reparada lo antes posible mediante un rito penitencial: mientras tanto, no se celebre en ella ni la eucaristía ni los otros sacramentos ni cualquier otro rito litúrgico. Es muy oportuno disponer los ánimos de los fieles para el rito penitencial mediante la predicación de la Palabra de Dios y los ejercicios de piedad, y es particularmente oportuno que se renueven interiormente con la celebración del sacramento de la penitencia.

En señal de penitencia se desnuda el altar y se retiran todos aquellos signos que normalmente significan alegría y gozo: velas encendidas, flores y otras cosas similares.

1072. Es muy conveniente que el rito penitencial sea presidido por el obispo de la diócesis, para significar que no solo la comunidad local sino toda la Iglesia diocesana se asocia al rito y está dispuesta a la conversión ya la penitencia.

Según las circunstancias, el obispo, de acuerdo con el rector de la iglesia de la comunidad local, decide si procede la celebración del sacrificio eucarístico o de la Palabra de Dios.

1073. El rito penitencial puede realizarse cualquier día, excepto en el Triduo pascual, los domingos y en las solemnidades. Nada impide, y hasta conviene, que el rito penitencial se celebre en la vigilia del domingo o de las solemnidades, a fin de evitar el perjuicio espiritual de los fieles.

1074. Para la celebración del rito penitencial prepárese cuanto sigue:
a) el Ritual Romano, el Leccionario;
b) un acetre con agua para bendecir y un hisopo;
c) un incensario, una naveta con incienso y una cucharilla;
d) una cruz procesional y ciriales para los ministros;
e) un mantel, cirios y todo lo necesario para el adorno del altar;
f) lo requerido para la celebración de la misa, si va a celebrarse.

En el rito penitencial se usan vestiduras sagradas de color morado o penitencial, de acuerdo a los usos locales, a no ser que se celebre una misa que requiera otro color.

Prepárese esto:
- para el obispo: alba, cruz pectoral, estola, capa pluvial o casulla, mitra, báculo pastoral;
- para los concelebrantes: vestiduras para la misa;
- para los diáconos: albas, estolas y, si procede, dalmáticas;
- para el resto de los ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

I. RITO PENITENCIAL CON CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

1075.
De entre los ritos previstos para reparar una ofensa cometida contra la iglesia, el más adecuado es aquel en el que la acción penitencial se combina oportunamente con la celebración de la eucaristía. Así como el mejor modo de dedicar una iglesia es celebrar la eucaristía, es también bueno que una iglesia que ha sido profanada se repare con la misma celebración.

1076. En razón de la comunión por la que los sacerdotes se unen a su obispo en la celebración penitencial, conviene que el obispo concelebre la misa con los presbíteros asistentes y en particular con quienes ejercen su función pastoral en la iglesia que ha sido profanada.

1077. Los textos propios necesarios para la celebración de la misa se indican, cada uno en su lugar, en el Ritual. No obstante, puede celebrarse la misa que se considere más adecuada para reparar la injuria recibida; por ejemplo, si hubiera sido gravemente profanado el Santísimo Sacramento, puede celebrarse la misa de la Santísima Eucaristía; si en el recinto del templo se hubiera producido un grave enfrentamiento entre hermanos de la comunidad, lo aconsejable será celebrar la misa para fomentar la concordia.

ENTRADA EN LA IGLESIA

1078.
La reunión del pueblo y la entrada se realizan de uno de los dos modos que a continuación se describen, según las circunstancias de lugar y tiempo.

Modo primero: Procesión

1079.
A la hora indicada, el pueblo se reúne en una iglesia próxima o en otro lugar adecuado, desde donde se dirige en procesión, precedida por el cruciferario, hacia la iglesia cuya profanación debe ser reparada. El obispo, con mitra y báculo, los presbíteros concelebrantes, el diácono y los ministros, revestidos cada uno de ellos con las vestiduras propias, se dirigen al lugar donde está reunido el pueblo. El obispo deja el báculo y la mitra, y saluda al pueblo.

1080. Luego, el obispo dispone el ánimo de los fieles para la celebración, con una oportuna monición; después, invita a la oración y, tras unos momentos de oración en silencio, dice la colecta.

1081. Luego, el diácono, si es oportuno, dice en voz alta: «Marchemos en paz», y se ordena la procesión hacia la iglesia que va a ser reparada: inicia la procesión el cruciferario, acompañado por dos acólitos con ciriales encendidos; van luego los ministros, los presbíteros concelebrantes, el obispo con mitra y báculo, acompañado de diáconos, y los fieles.

Durante la procesión, se cantan las letanías de los santos, del modo acostumbrado; en el lugar adecuado pueden intercalarse las invocaciones del patrono del lugar y del titular de la iglesia que va a ser reparada. Antes de la invocación: «Jesús, Hijo del Dios vivo», se añade la invocación relacionada con el rito que se celebra y cabe también añadir otras invocaciones relacionadas con las necesidades de la comunidad.

1082. Tras entrar en la iglesia, el obispo, omitiendo la reverencia al altar, se dirige a la sede; los concelebrantes, diáconos y ministros ocupan los lugares asignados para ellos en el presbiterio. Luego, el obispo deja el báculo y la mitra, bendice el agua y realiza la aspersión, como se indica más adelante, nn. 1085-1086.

Modo segundo: Entrada

1083.
Si no es posible o no procede realizar la procesión, los fieles se reúnen en la iglesia. El obispo, con mitra y báculo, los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros, revestidos cada uno de ellos con las vestiduras propias, precedidos por el cruciferario acompañado de dos ministros con ciriales, se dirigen desde la sacristía mayor hasta el presbiterio, por la nave de la iglesia. Mientras, se canta la antifona, con el Salmo 129, u otro canto adecuado.

1084. Una vez que la procesión llega al presbiterio, ministros, diáconos y presbíteros concelebrantes ocupan los lugares que tienen asignados en el presbiterio; el obispo, omitiendo la reverencia al altar, se dirige a la sede donde, tras dejar el báculo y la mitra, saluda al pueblo.

BENDICIÓN Y ASPERSIÓN DEL AGUA

1085. Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para asperjar al pueblo en memoria del bautismo, en señal de penitencia y para purificar el altar y las paredes de la iglesia que ha sido profanada. Los ministros presentan al obispo, que está de pie en la sede, el acetre con agua. El obispo invita a todos a orar con una monición y, luego, tras una breve oración en silencio, dice la oración de bendición.

1086. Recitada la invocación sobre el agua, el obispo, acompañado por los diáconos, asperja con agua bendita el altar y, si lo desea, recorriendo la nave de la iglesia, al pueblo y a las paredes. Mientras tanto, se canta una antifona.

1087. Terminado esto, el obispo regresa a la sede; luego, con las manos juntas, invita a orar y, tras una breve oración en silencio, dice la colecta con las manos extendidas.

LITURGIA DE LA PALABRA

1088.
Para la liturgia de la Palabra, las lecturas, el salmo responsorial y el versículo que precede al Evangelio se toman de los que propone el Leccionario de la misa por el perdón de los pecados (389), salvo que las circunstancias indiquen que se deban elegir otras lecturas más adecuadas. Leído el Evangelio, el obispo hace la homilía del modo acostumbrado sentado en la sede -con báculo y mitra, salvo que prefiera otra cosa- en la que explica tanto el sentido de las lecturas bíblicas como la necesidad de restituir la dignidad de la iglesia y de promover la santidad de la Iglesia local.

(389) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 948-952.

1089. Se omite la oración universal si al comienzo de la celebración ya se cantaron las letanias de los santos; de otro modo, es conveniente que, en la oración universal, junto a las súplicas habituales, se añadan otras en las que se pida la conversión y el perdón, para las que se puede tomar por modelo las que propone el Ritual Romano.

LITURGIA EUCARÍSTICA

1090. 
Terminada la oración de los fieles, el obispo recibe la mitra y se sienta. El diácono y los ministros cubren el altar con un mantel y, si procede, lo adornan con flores; colocan los candeleros con los cirios que se precisan para la celebración de la misa y la cruz, si es el caso.

Dispuesto el altar, algunos fieles presentan el pan, el vino y el agua para celebrar la eucaristía. El obispo recibe las ofrendas en la sede. Mientras se llevan los dones, puede cantarse una antifona, u otro canto adecuado.

Luego, el diácono y los ministros colocan sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el Misal.

Cuando todo está dispuesto, el obispo deja la mitra, se dirige al altar y lo besa. Luego continúa la misa de la forma acostumbrada. Tras la oración: «Acepta, Señor... », se inciensan las ofrendas y el altar.

Se dice la oración sobre las ofrendas.

1091. Allí donde se profanaron gravemente las especies eucarísticas, omitidos los ritos finales, se sigue, si es oportuno, con la exposición y bendición eucarística, como se describe más abajo, n. 1105.

Para la bendición final, que se imparte del modo acostumbrado, el obispo puede utilizar una de las fórmulas de la bendición solemne; tras ella, el diácono despide al pueblo de la forma acostumbrada.

II. RITO PENITENCIAL DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA

1092.
 Si, en cambio, se realiza solo con la celebración de la Palabra de Dios, todo se hace como se dispone más arriba, nn. 1079-1089. Después, se implora la misericordia de Dios con la súplica que propone el Ritual o con otra súplica penitencial adecuada. Luego, los ministros o los fieles extienden un mantel sobre el altar y, si procede, lo adornan con flores, mientras el templo se ilumina festivamente. El obispo se acerca al altar, lo venera con un beso y lo inciensa. Tras la incensación, en pie junto al altar, introduce con una monición oportuna la oración dominical, que todos cantan juntos. Seguidamente, el obispo dice la oración indicada en el Ritual. El pueblo es bendecido y despedido del modo acostumbrado.

CAPÍTULO XXI
LAS PROCESIONES

1093. Desde la antigua tradición de los Santos Padres, existe en la Iglesia católica la arraigada tradición de realizar procesiones públicas y sagradas y también súplicas solemnes, en ellas, el pueblo fiel, guiado por el clero, se dirige ordenadamente orando y cantando desde un lugar sagrado hasta otro lugar sagrado; este tipo de actos tienen por objeto acrecentar la piedad de los fieles, rememorar los beneficios recibidos de Dios, darle gracias o suplicar el auxilio divino, por lo que han de celebrarse con auténtica piedad; estos actos contienen grandes y divinos misterios, y quienes participan en ellos devotamente logran de Dios saludables frutos de piedad cristiana, sobre todo ello, los pastores de almas deben advertir e instruir a los fieles (390).

(390) C. Ritual Romano, ed. 1952, tit. X. cap. I.

1094. Las procesiones pueden ser ordinarias, como aquellas que se celebran en fechas fijas del año, atendiendo a lo que regulan los libros litúrgicos o a la costumbre de las diversas Iglesias, o bien extraordinarias, aquellas que se celebran en alguna fecha especial por algún motivo público (391).

(391) Cf. ibid., nn. 8 y 9.

1095. De entre las procesiones ordinarias destacan la procesión de la Presentación del Señor, del Domingo de Ramos y de la Vigilia pascual, en las que se conmemoran los misterios del Señor; y, además, la procesión con el Santísimo Sacramento, que tiene lugar después de la misa de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

1096. Son extraordinarias aquellas procesiones que fija la Conferencia de obispos, como las Rogativas, o el ordinario del lugar, como las motivadas por alguna necesidad pública o las procesiones con reliquias sagradas o imágenes, y otras semejantes.

1097. Hecha excepción de las procesiones con el Santísimo Sacramento, que siguen a la misa, pues en ella ha de consagrarse la hostia que va a ser llevada luego en la procesión, las demás deben, de ordinario, preceder a la celebración de la misa, salvo que el ordinario del lugar determine otra cosa, por causa grave.

1098. Las procesiones, y sobre todo aquellas que discurren por vías públicas, deben estar ordenadas y organizadas de modo que sirvan para la edificación de todos. Acomódense, además, a las tradiciones populares y al carácter de la ciudad y del lugar.

1099. Para el orden de una procesión ha de observarse lo dispuesto para cada una de ellas en este Ceremonial (392) y en los libros litúrgicos respectivos. A la cabeza de la procesión siempre se lleva la cruz acompañada de dos ciriales con velas encendidas y, si se utiliza incienso, va delante el turiferario con el incensario humeante, excepto en las procesiones con el Santísimo Sacramento.

(392) Cf. supra por ejemplo, nn. 246, 270, 343, 391; cf. también nn. 128 y 193.

1100. Si el obispo participa en las procesiones del Santísimo Sacramento, de la reliquia de la santa cruz, de las reliquias, de las imágenes u otras semejantes, es conveniente que sea él quien, revestido con la capa pluvial, presida la procesión y lleve el Santísimo Sacramento o el objeto sagrado.

Si el obispo, revestido de capa pluvial, no lleva el Santísimo Sacramento o el objeto sagrado, se sitúa siempre inmediatamente delante de quien sea su portador; pero si asiste a la procesión revestido de hábito coral, va detrás del Santísimo Sacramento o del objeto sagrado.

Los demás obispos que pudieran participar en la procesión, si van revestidos de hábito coral, van detrás del Santísimo Sacramento o del objeto sagrado, de modo que quienes son mayores en dignidad estén situados más cerca del Sacramento; por el contrario, si van revestidos de capa pluvial irán delante del obispo, de modo tal que siempre los mayores en dignidad se encuentren más próximos al Santísimo Sacramento o al objeto sagrado.

1101. Excepto en las procesiones del Santísimo Sacramento y de las reliquias de la santa cruz, el obispo, si va revestido con las vestiduras Sagradas, llevará mitra y, salvo que deba sostener algo en su mano, por ejemplo, un cirio o una palma, también báculo. Cuando el obispo no lleve el báculo, lo porta un ministro delante de él.

CAPÍTULO XXII
LA EXPOSICIÓN Y BENDICIÓN EUCARÍSTICA

PRÆNOTANDA

1102.
La exposición de la Santísima Eucaristía lleva a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo e invita a la unión de corazón con él, que culmina en la comunión sacramental. Por ello hay que procurar que, en tales exposiciones, el culto al Santísimo Sacramento manifieste su relación con la misa (393).

(393) Cf. Ritual Romano, Ritual de la sagrada comunión y del culto a la eucaristía fuera de la misa, n. 82.

1103. Ante el Santísimo Sacramento expuesto a la adoración pública, se hace genuflexión con una sola rodilla (394).

(394) Cf. ibid., n. 84.

1104. Para la exposición del Santísimo Sacramento con la custodia, prepárese lo que sigue:
a) Sobre el altar o cerca de él, según y cuando lo exijan las circunstancias:
• la custodia y, si es oportuno, un corporal;
• cuatro o seis cirios;
• flores, si se considera oportuno:
• el Ritual Romano;
• un velo humeral;
• asientos y reclinatorios, cuando y donde se precisen, para el obispo y los ministros.
b) En la sacristía mayor:
• un incensario con naveta de incienso y cucharilla;
• vestiduras sagradas de color blanco o festivo:
• para el obispo: alba, cruz pectoral, estola, capa pluvial, mitra y báculo pastoral;
• para los presbíteros: albas, estolas y capas pluviales;
• para los diáconos: albas, estolas y, si procede, dalmáticas;
• para el resto de los ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

I. LA EXPOSICIÓN PROLONGADA

La exposición

1105. Si se trata de una exposición solemne y prolongada, la hostia que va ser expuesta a la adoración es consagrada en la misa que precede inmediatamente a dicha exposición y se coloca en la custodia después de la comunión. La misa finalizará con la oración después de la comunión y se omitirán los ritos conclusivos. El obispo, antes de retirarse, inciensa el Santísimo Sacramento con el rito que se describe más adelante, n. 1109 (395).

(395) Cf. ibid., n. 94.

1106. Si la exposición es fuera de la misa y el obispo la preside, este es recibido, como se indica más arriba, n. 79; en la sacristía mayor o en otro lugar adecuado, se pone sobre el alba la cruz pectoral, la estola y una capa pluvial del color adecuado y, como de costumbre, toma la mitra y el báculo. Lo asisten dos diáconos, o uno al menos, revestidos con las vestiduras propias. Si no hay diáconos, asisten al obispo presbíteros revestidos de capa pluvial.

1107. Llegado el obispo al altar, entrega el báculo pastoral al ministro y deja la mitra, hace una reverencia profunda al altar junto con los diáconos que lo asisten, o hace la genuflexión si el Santísimo Sacramento está reservado en el presbiterio, y se pone de rodillas ante el altar.

1108. Entonces, el diácono, con el velo humeral y acompañado de dos acólitos con cirios encendidos, lleva el Santísimo Sacramento desde donde está reservado y lo coloca en la custodia sobre la mesa del altar, que está cubierta con un mantel y, si es oportuno, con el corporal (396). Luego, hace genuflexión y regresa al lado del obispo.

Si el Santísimo Sacramento está reservado en el altar donde va a realizarse la exposición, el diácono sube al altar, abre el sagrario, hace una genuflexión y coloca el Santísimo Sacramento en la custodia sobre la mesa del altar.

(396) Cf. ibid., n. 93.

1109. Entonces, el obispo se pone en pie y el turiferario se acerca a él, que pone en el incensario el incienso y lo bendice; la naveta la presenta el diácono. Luego, el obispo, de rodillas, recibe el incensario del diácono, hace una reverencia junto con los diáconos asistentes e inciensa el Santísimo Sacramento. Hace de nuevo la reverencia al Sacramento y entrega el incensario al diácono.

1110. Luego, si la adoración se va a prolongar durante mucho tiempo, el Obispo puede retirarse (397). Pero si permanece, puede dirigirse a la cátedra o a otro lugar adecuado en el presbiterio.

(397) Cf. ibid., n. 93.

La adoración

1111.
 Durante la exposición, las oraciones, los cantos y las lecturas deben ordenarse de modo que los fieles, entregados a la oración, se centren en Cristo, el Señor.

Para favorecer la oración intima, háganse lecturas de la Sagrada Escritura con homilía, o breves exhortaciones, que lleven a una mayor estima del misterio eucarístico. Conviene también que los fieles respondan con cantos a la Palabra de Dios, Es oportuno que en momentos adecuados se observe un sagrado silencio.

Ante el Santísimo Sacramento expuesto durante un tiempo prolongado, puede celebrarse también alguna parte de la Liturgia de las Horas especialmente las Horas principales; por su medio, las alabanzas y las acciones de gracias que se tributan a Dios en la celebración eucarística se amplían a las diferentes horas del día, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por él al Padre en nombre de todo el mundo (398).

(398) Cf. ibid., nn. 95-96.

La bendición

1112.
Cuando la adoración va a finalizar, el obispo se acerca al altar (399). Si lo hace por primera vez, se observará cuanto se describe más arriba, n. 1107. Al llegar al altar, entrega el báculo pastoral al ministro y deja la mitra.

(399) Cf. ibid., n. 97.

1113. El obispo hace genuflexión junto con los diáconos y permanece de rodillas ante el altar.

Mientras tanto se canta la antifona Tantum ergo u otro canto eucarístico. Luego, el obispo pone incienso, lo bendice y, de rodillas, inciensa al Santísimo, como se ha descrito antes.

Después, el obispo se pone en pie y dice: «Oremos». Todos oran en silencio unos instantes; entonces, el obispo, con las manos extendidas, dice: «Oh, Dios, que en este Sacramento admirable...» u otra oración de las que propone el Ritual Romano.

1114. Dicha la oración, el obispo toma el velo humeral, sube al altar, tiene elevada con ambas manos cubiertas con el velo humeral, se vuelve hace genuflexión y, con ayuda del diácono, toma la custodia, que sostiene elevada con ambas manos cubiertas con el velo humeral, se vuelve hacia el pueblo y, sin decir nada, hace sobre él la señal de la cruz (400).

Concluida la bendición, el diácono toma la custodia de manos del obispo y la coloca sobre el altar. El obispo y el diácono hacen genuflexión. Luego, el obispo deja el velo humeral y permanece de rodillas ante el altar mientras el diácono lleva reverentemente el Santísimo hasta la capilla de la reserva, donde vuelve a colocar el Sacramento en el sagrario hace genuflexión y cierra el sagrario.

Mientras tanto, el pueblo, si es oportuno, puede entonar alguna aclamación (401).

Se regresa a la sacristía mayor del modo acostumbrado.

(400) Cf. ibid., n. 99.
(401) Cf. ibid., n. 100.

II. LA EXPOSICIÓN BREVE

1115.
Si la exposición es breve, con el copón, y la preside el obispo, dispóngase cuanto sigue:
- dos cirios, al menos;
- si es oportuno, un incensario y una naveta con incienso;
- para el obispo: alba, cruz pectoral, estola y capa pluvial;
- para el diácono o el presbítero: alba y estola;
- para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

Cuando el obispo llega al altar, hace la reverencia y permanece de rodillas ante el altar. Un diácono o un presbítero expone el Santísimo Sacramento.

Si se usa incienso, se ha de observar lo que se dice más arriba, nn. 1109 y 1113.

Cuando la adoración va a finalizar, se canta la antifona Tantum ergo u otro canto eucarístico.

Después, el obispo se pone en pie y dice: «Oremos», y todos oran en silencio unos instantes. Entonces, con las manos extendidas, dice una oración adecuada del Ritual Romano.

Recibido el velo humeral, sube al altar, hace una genuflexión, toma el copón con ambas manos cubiertas con el velo humeral y, vuelto hacia el pueblo, sin decir nada, hace sobre él la señal de la cruz. Luego, coloca el copón sobre el altar, hace genuflexión, y, habiendo dejado el velo humeral, permanece de rodillas ante el altar hasta que el diácono o el presbítero haya colocado de nuevo el Santísimo Sacramento en el sagrario.

Tras la debida reverencia, todos regresan a la sacristía mayor.

CAPÍTULO XXIII
LAS BENDICIONES QUE EL OBISPO IMPARTE


PRÆNOTANDA

1116. 
El ministerio de la bendición está unido a un especial ejercicio del sacerdocio de Cristo, según el lugar y el oficio que corresponde a cada uno en el pueblo de Dios. Así, conviene que el obispo presida aquellas celebraciones que atañen a toda la comunidad diocesana y que, por ello, puede reservarse, aunque también puede delegar en un presbítero, para que las presida en su nombre.

Cuide el obispo, también, de instruir al pueblo de Dios acerca del verdadero significado de los ritos y las oraciones de las que se sirve la Iglesia para impartir la bendición, a fin de que no se introduzcan en las celebraciones sagradas nada de superstición o vana credulidad, que pueda dañar la pureza de la fe (402).

(402) Cf. Ritual Romano, Bendicional, Prænotanda, nn. 18-19.

1117. En los libros litúrgicos, la celebración típica de la bendición viene dispuesta en dos partes principales: la primera es la lectura de la Palabra de Dios; la segunda, la alabanza de la bondad divina y la petición del auxilio del cielo. No obstante, siempre que se mantenga la estructura y el orden de estas dos partes principales, los diferentes Rituales ofrecen posibilidades para fomentar, de forma adecuada, la participación consciente, activa y provechosa. Por esto, siempre se debe atender con cuidado al mensaje de salvación, a la participación en la fe, a la alabanza de Dios y a la oración, pues todos estos elementos están vinculados a la celebración del rito de la bendición, aun cuando ciertas cosas se bendigan solo con la señal de la cruz (403).

(403) Cf. ibid., nn. 20-24; 27; y también SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Decreto De signo sanctae crucis in benedictionibus semper adhibendo (14.IX.2002): AAS 94 (2002), p. 684.

I. LA BENDICIÓN ORDINARIA

1118.
Al finalizar la misa estacional, el obispo bendice al pueblo como se ha descrito antes, n. 169.

1119. En el resto de las misas y acciones litúrgicas (por ejemplo, al final Vísperas o Laudes, al final de las procesiones en las que no se lleva el Santísimo Sacramento, etc.) e incluso fuera de las acciones litúrgicas, el obispo puede impartir la bendición utilizando una de las dos fórmulas que a continuación se indican:

Primera forma

1120. El obispo recibe la mitra, si la usa, y, extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo: «El Señor esté con vosotros», todos responden: «Y con tu espíritu». Luego, el obispo, con las manos extendidas sobre los fieles para bendecirlos, prosigue: «La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en el conocimiento y en el amor de Dios y de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo». Y todos responden: «Amén».

Entonces, el obispo recibe el baculo, si lo usa, y dice: «La bendición de Dios todopoderoso» y, haciendo el triple signo de la cruz sobre el pueblo, añade: «... Padre, Hijo, y Espíritu Santo».

Segunda forma

1121.
El obispo, tras saludar al pueblo, como se indica antes, n. 1120, dice: «Bendito sea el nombre del Señor»; y todos responden: «Ahora por siempre», Añade luego: «Nuestro auxilio es el nombre del Señor», todos responden: «Que hizo el cielo y la tierra». Por fin, dice: «La bendición....», como se indica antes, n. 1120.

II. LA BENDICIÓN APOSTÓLICA

1122.
El obispo, en su diócesis, puede impartir tres veces al año la bendición apostólica con indulgencia plenaria, en fiestas solemnes, decididas por él, incluso si el solamente asiste a la misa.

Los otros prelados, equiparados en derecho con los obispos diocesanos, aunque carezcan de la dignidad episcopal, pueden también impartir, desde el inicio de su ministerio pastoral, en sus territorios, la bendición apostólica con la misma indulgencia, tres veces al año, en fiestas solemnes decididaspor ellos (404).

Esta bendición se imparte al final de la misa, en lugar de la bendición habitual. El acto penitencial del comienzo de la misa se orienta ya a esta bendición (405).

(404) Cf. Manual de indulgencias. Normas sobre las indulgencias, n. 9.
(405) Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS, Instrucción para simplificar los ritos y las insignias episcopales, Pontificales ritus (21.V1.1968), nn. 33-36. AAS 60 (1968) pp. 406-412.

1123. En la monición del acto penitencial, el obispo advierta a los fieles sobre la bendición con indulgencia plenaria que impartirá al final de la misa e invítelos a que se arrepientan de sus pecados ya que se dispongan para recibir esta indulgencia.

En lugar de la fórmula con la que normalmente concluye el acto penitencial, se dice la siguiente:

Por las súplicas y méritos de la bienaventurada siempre Virgen María, de los santos apóstoles Pedro y Pablo y de todos los santos, os conceda Dios omnipotente y misericordioso un tiempo favorable de auténtica y fructuosa penitencia, un corazón arrepentido y la conversión de vida, perseverancia en las buenas obras y, perdonados todos vuestros pecados, os conduzca hasta la vida eterna.
R. Amén.

1124. En la oración universal no se omita una intención por la Iglesia y y una intención especial por el romano pontífice.

1125. Tras la oración después de la comunión, el obispo recibe la mitra. El diácono anuncia que se va a impartir la bendición, con estas o parecidas palabras:

El venerable padre N., por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica, obispo de esta santa iglesia de N., en nombre del romano pontífice imparte la bendición apostólica con indulgencia plenaria a todos los aquí presentes que manifiesten verdadero arrepentimiento y hayan confesado y recibido la sagrada comunión.

Rogad a Dios por nuestro beatísimo padre el papa N., por nuestro obispo N. y por la santa madre Iglesia, y esforzaos en vivir santamente, en plena comunión con ella.

1126. Entonces, el obispo, en pie y con la mitra, extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo: «El Señor esté con vosotros», a lo que se responde: «Y con tu espíritu». El diácono puede exhortar al pueblo: «Inclinaos para recibir la bendición» u otras palabras similares. Y el obispo con las manos extendidas sobre el pueblo, dice la fórmula de bendición solemne del Misal. Luego, recibe el báculo y concluye la bendición con esta fórmula:

Por intercesión de los santos apóstoles Pedro y Pablo, os bendiga Dios omnipotente, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo.
R. Amén.

Mientras dice estas últimas palabras, hace sobre el pueblo la señal de la cruz.

III. OTRAS BENDICIONES

1127.
Cuando el obispo tenga de impartir alguna bendición de forma comunitaria y allí donde se haya congregado una nutrida asamblea de fieles, la ordenación del rito debe ser la que describe el Ritual para cada una de las bendiciones o la que se prescribe en el propio libro litúrgico. El obispo revístase con alba, cruz pectoral, estola, capa pluvial del color que corresponda, y use mitra y báculo.

1128. Es conveniente que asistan al obispo un diácono con alba, estola y, si procede, dalmática, o un presbítero con alba o sobrepelliz sobre la vestidura talar, y estola; el resto de los ministros, con las vestiduras legítimamente aprobadas.

En la celebración, el obispo habitualmente se reserva el saludo, una breve homilía en la que explica el sentido de las lecturas bíblicas y el significado de la bendición que va a impartirse, la oración de la bendición que dice en pie y sin mitra, la introducción y la conclusión de la oración universal, que, laudablemente, conviene hacer, y, antes de la despedida, la bendición de los fieles, que se imparte del modo acostumbrado.

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