XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Monición de
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Año C
Comenzamos la celebración de la eucaristía en el día del Señor. Dios nos ha llamado a la fe y nos ha hecho hijos suyos por el bautismo. A nosotros nos toca responder al gran amor de Dios que recibimos y celebramos con el testimonio de una vida verdaderamente cristiana; testimonio que, en ocasiones, estará marcado por el desprecio y el rechazo de los demás. No perdamos nunca el ánimo y confiemos en la Palabra del Señor que nos anima a ser valerosos y a seguir su ejemplo de fidelidad al Padre hasta la entrega de su propia vida.
Comenzamos la celebración de la eucaristía en el día del Señor. Dios nos ha llamado a la fe y nos ha hecho hijos suyos por el bautismo. A nosotros nos toca responder al gran amor de Dios que recibimos y celebramos con el testimonio de una vida verdaderamente cristiana; testimonio que, en ocasiones, estará marcado por el desprecio y el rechazo de los demás. No perdamos nunca el ánimo y confiemos en la Palabra del Señor que nos anima a ser valerosos y a seguir su ejemplo de fidelidad al Padre hasta la entrega de su propia vida.
Acto penitencial
Todo como en
el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las
siguientes invocaciones:
Año C
- Por tu pasión y gloria: Señor, ten piedad.d
R. Señor, ten piedad.
- Por tu muerte y resurrección: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Por tu descenso al lugar de los muertos y tu exaltación a la derecha del Padre: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.
- Por tu pasión y gloria: Señor, ten piedad.d
R. Señor, ten piedad.
- Por tu muerte y resurrección: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Por tu descenso al lugar de los muertos y tu exaltación a la derecha del Padre: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.
LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XX
Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.
PRIMERA
LECTURA Jer 38, 4-6. 8-10
Me
has engendrado para pleitear por todo el país
Lectura del libro de Jeremías.
En aquellos días,
los dignatarios dijeron al rey:
«Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».
Respondió el rey Sedecías:
«Ahí lo tenéis, en vuestras manos. Nada puedo hacer yo contra vosotros».
Ellos se apoderaron de Jeremías y lo metieron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. Jeremías se hundió en el lodo del fondo, pues el aljibe no tenía agua.
Ebedmélec abandonó el palacio, fue al rey y le dijo:
«Mi rey y señor, esos hombres han tratado injustamente al profeta Jeremías al arrojarlo al aljibe, donde sin duda morirá de hambre, pues no queda pan en la ciudad».
Entonces el rey ordenó a Ebedmélec el cusita:
«Toma tres hombres a tu mando y sacad al profeta Jeremías del aljibe antes de que muera».
«Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».
Respondió el rey Sedecías:
«Ahí lo tenéis, en vuestras manos. Nada puedo hacer yo contra vosotros».
Ellos se apoderaron de Jeremías y lo metieron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. Jeremías se hundió en el lodo del fondo, pues el aljibe no tenía agua.
Ebedmélec abandonó el palacio, fue al rey y le dijo:
«Mi rey y señor, esos hombres han tratado injustamente al profeta Jeremías al arrojarlo al aljibe, donde sin duda morirá de hambre, pues no queda pan en la ciudad».
Entonces el rey ordenó a Ebedmélec el cusita:
«Toma tres hombres a tu mando y sacad al profeta Jeremías del aljibe antes de que muera».
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
Salmo
responsorial Sal 39, 2. 3. 4. 18 (R.: 14b)
R. Señor,
date prisa en socorrerme
Dómine, ad adiuvándum me festína.
V. Yo
esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito.
él se inclinó y escuchó mi grito.
R. Señor,
date prisa en socorrerme
Dómine, ad adiuvándum me festína.
V. Me
levantó de la fosa fatal,
de la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca,
y aseguró mis pasos.
de la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca,
y aseguró mis pasos.
R. Señor,
date prisa en socorrerme
Dómine, ad adiuvándum me festína.
V. Me puso
en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos
y confiaron en el Señor.
un himno a nuestro Dios.
Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos
y confiaron en el Señor.
R. Señor,
date prisa en socorrerme
Dómine, ad adiuvándum me festína.
V. Yo soy
pobre y desgraciado,
pero el Señor se cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes.
pero el Señor se cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes.
R. Señor,
date prisa en socorrerme
Dómine, ad adiuvándum me festína.
SEGUNDA
LECTURA Heb 12, 1-4
Corramos,
con constancia, en la carrera que
nos toca
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos:
Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
Aleluya Jn
10, 27
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mis
ovejas oyen mi voz –dice el Señor–, y yo las conozco, y ellas me
siguen. R.
Oves meae vocem áudiunt, dicit
Dóminus; et ego cognósco eas, et sequúntur me.
EVANGELIO
Lc 12, 49-53
No he venido a
traer paz, sino división
╬
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R.
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
Palabra del Señor.
R.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo 14 de agosto de 2016.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 12, 49-53) forma parte de las enseñanzas de Jesús dirigidas a sus discípulos a lo largo del camino de subida hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en la cruz. Para indicar el objetivo de su misión, Él se sirve de tres imágenes: el fuego, el bautismo y la división. Hoy deseo hablar de la primera imagen: el fuego.
Jesús la narra con estas palabras: «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, ¡y cúanto desearía que ya estuviera encendido!» (v. 49). El fuego del cual habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Este –el fuego– es una fuerza creadora que purifica y renueva, quema toda miseria humana, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde dentro, nos regenera y nos hace capaces de amar. Jesús desea que el Espíritu Santo estalle como el fuego en nuestro corazón, porque sólo partiendo del corazón el incendio del amor divino podrá extenderse y hacer progresar el Reino de Dios. No parte de la cabeza, parte del corazón. Y por eso Jesús quiere que el fuego entre en nuestro corazón. Si nos abrimos completamente a la acción de este fuego que es el Espíritu Santo, Él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su confortante mensaje de misericordia y salvación, navegando en alta mar, sin miedos.
Cumpliendo su misión en el mundo, la Iglesia –es decir, todos los que somos la Iglesia– necesita la ayuda del Espíritu Santo para no ser paralizada por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarse a caminar dentro de confines seguros. Estas dos actitudes llevan a la Iglesia a ser una Iglesia funcional, que nunca arriesga. En cambio, la valentía apostólica que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego nos ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos impulsa a ponernos en marcha para caminar incluso por vías inexploradas o incómodas, dando esperanzas a cuantos encontramos. Con este fuego del Espíritu Santo estamos llamados a convertirnos cada vez más en una comunidad de personas guiadas y transformadas, llenas de comprensión, personas con el corazón abierto y el rostro alegre. Hoy más que nunca se necesitan sacerdotes, consagrados y fieles laicos, con la atenta mirada del apóstol, para conmoverse y detenerse ante las minusvalías y la pobreza material y espiritual, caracterizando así el camino de la evangelización y de la misión con el ritmo sanador de la proximidad.
Es precisamente el fuego del Espíritu Santo que nos lleva a hacernos prójimos de los demás, de los necesitados, de tantas miserias humanas, de tantos problemas, de los refugiados, de aquellos que sufren.
En este momento, pienso también con admiración sobre todo en los numerosos sacerdotes, religiosos y fieles laicos que, por todo el mundo, se dedican a anunciar el Evangelio con gran amor y fidelidad, no pocas veces a costa de sus vidas. Su ejemplar testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita burócratas y diligentes funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de llevar a todos la confortante palabra de Jesús y su gracia. Este es el fuego del Espíritu Santo. Si la Iglesia no recibe este fuego o no lo deja entrar en sí, se convierte en una Iglesia fría o solamente tibia, incapaz de dar vida, porque está compuesta por cristianos fríos y tibios. Nos hará bien, hoy, tomarnos cinco minutos y preguntarnos: ¿Cómo está mi corazón? ¿Es frío? ¿Es tibio? ¿Es capaz de recibir este fuego? Dediquemos cinco minutos a esto. Nos hará bien a todos.
Y pidamos a la Virgen María que rece con nosotros y por nosotros al Padre celeste, para que infunda sobre todos los creyentes el Espíritu Santo, fuego divino que enciende los corazones y nos ayuda a ser solidarios con las alegrías y los sufrimientos de nuestros hermanos. Que nos sostenga en nuestro camino el ejemplo de san Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad, de quien hoy celebramos la fiesta: que él nos enseñe a vivir el fuego del amor por Dios y por el prójimo.
ÁNGELUS, Domingo 18 de agosto de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la Liturgia de hoy escuchamos estas palabras de la Carta a los Hebreos: "Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca... fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús" (Hb 12, 1-2). Se trata de una expresión que debemos subrayar de modo particular en este Año de la fe. También nosotros, durante todo este año, mantenemos la mirada fija en Jesús, porque la fe, que es nuestro "sí" a la relación filial con Dios, viene de Él, viene de Jesús. Es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es el Hijo, y nosotros somos hijos en Él.
Pero la Palabra de Dios de este domingo contiene también una palabra de Jesús que nos pone en crisis, y que se ha de explicar, porque de otro modo puede generar malentendidos. Jesús dice a los discípulos: "¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división" (Lc 12, 51). ¿Qué significa esto? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo decora con nata. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dio es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es "signo de contradicción" (Lc 2, 34).
Por lo tanto, esta palabra del Evangelio no autoriza, de hecho, el uso de la fuerza para difundir la fe. Es precisamente lo contrario: la verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a toda violencia. ¡Fe y violencia son incompatibles! ¡Fe y violencia son incompatibles! En cambio, fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es violento, pero es fuerte. ¿Con qué fortaleza? La de la mansedumbre, la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor.
Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el Evangelio (cf. Mc 3, 20-21). Pero su Madre lo siguió siempre fielmente, manteniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 1, 14). Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a mantener la mirada bien fija en Jesús y a seguirle siempre, incluso cuando cuesta.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la Liturgia de hoy escuchamos estas palabras de la Carta a los Hebreos: "Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca... fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús" (Hb 12, 1-2). Se trata de una expresión que debemos subrayar de modo particular en este Año de la fe. También nosotros, durante todo este año, mantenemos la mirada fija en Jesús, porque la fe, que es nuestro "sí" a la relación filial con Dios, viene de Él, viene de Jesús. Es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es el Hijo, y nosotros somos hijos en Él.
Pero la Palabra de Dios de este domingo contiene también una palabra de Jesús que nos pone en crisis, y que se ha de explicar, porque de otro modo puede generar malentendidos. Jesús dice a los discípulos: "¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división" (Lc 12, 51). ¿Qué significa esto? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo decora con nata. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dio es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es "signo de contradicción" (Lc 2, 34).
Por lo tanto, esta palabra del Evangelio no autoriza, de hecho, el uso de la fuerza para difundir la fe. Es precisamente lo contrario: la verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a toda violencia. ¡Fe y violencia son incompatibles! ¡Fe y violencia son incompatibles! En cambio, fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es violento, pero es fuerte. ¿Con qué fortaleza? La de la mansedumbre, la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor.
Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el Evangelio (cf. Mc 3, 20-21). Pero su Madre lo siguió siempre fielmente, manteniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 1, 14). Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a mantener la mirada bien fija en Jesús y a seguirle siempre, incluso cuando cuesta.
Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 19 de agosto de 2007Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de este domingo hay una expresión de Jesús que siempre atrae nuestra atención y hace falta comprenderla bien. Mientras va de camino hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en cruz, Cristo dice a sus discípulos: "¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división". Y añade: "En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra" (Lc 12, 51-53). Quien conozca, aunque sea mínimamente, el evangelio de Cristo, sabe que es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, "es nuestra paz" (Ef 2, 14), muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el reino de Dios, que es amor, alegría y paz. ¿Cómo se explican, entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice -según la redacción de san Lucas- que ha venido a traer la "división", o -según la redacción de san Mateo- la "espada"? (Mt 10, 34).
Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones.
Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias. En efecto, el amor a los padres es un mandamiento sagrado, pero para vivirlo de modo auténtico no debe anteponerse jamás al amor a Dios y a Cristo. De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se convierten en "instrumentos de su paz", según la célebre expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien (cf. Rm 12, 21) y pagando personalmente el precio que esto implica.
La Virgen María, Reina de la paz, compartió hasta el martirio del alma la lucha de su Hijo Jesús contra el Maligno, y sigue compartiéndola hasta el fin de los tiempos. Invoquemos su intercesión materna para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a componendas con el mal.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de
la Iglesia Católica.
Ciclo C. Vigésimo domingo del
Tiempo Ordinario.
Cristo, un “signo de
contradicción”
575 Muchas de las obras y de las
palabras de Jesús han sido, pues, un "signo de contradicción"
(Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquellas a
las que el Evangelio de S. Juan denomina con frecuencia "los
Judíos" (cf. Jn 1, 19; Jn 2, 18; Jn 5, 10; Jn 7, 13; Jn 9, 22;
Jn 18, 12; Jn 19, 38; Jn 20, 19), más incluso que a la generalidad
del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con
los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los
que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13, 31). Jesús
alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come
varias veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; Lc 14, 1). Jesús
confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de
Dios: la resurrección de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39),
las formas de piedad (limosna, ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la
costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del
mandamiento de amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12, 28-34).
576 A los ojos de muchos en
Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del
Pueblo elegido:
- Contra el sometimiento a la Ley
en la integridad de sus preceptos escritos, y, para los fariseos, su
interpretación por la tradición oral.
- Contra el carácter central del
Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera
privilegiada.
- Contra la fe en el Dios único,
cuya gloria ningún hombre puede compartir.
El discípulo debe dar testimonio
de la fe con autenticidad y valentía
1816 El discípulo de Cristo no
debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla,
testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados
para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el
camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la
Iglesia" (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe
son requeridos para la salvación: "Por todo aquél que se
declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él
ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante
los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los
cielos" (Mt 10, 32-33).
Dar testimonio de la Verdad
2471 Ante Pilato, Cristo
proclama que había "venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad" (Jn 18, 37). El cristiano no debe "avergonzarse de
dar testimonio del Señor" (2 Tm 1, 8). En las situaciones que
exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin
ambigüedad, a ejemplo de S. Pablo ante sus jueces. Debe guardar una
"conciencia limpia ante Dios y ante los hombres" (Hch 24,
16).
2472 El deber de los cristianos
de tomar parte en la vida de la Iglesia los impulsa a actuar como
testigos del evangelio y de las obligaciones que de ello se derivan.
Este testimonio es trasmisión de la fe en palabras y obras. El
testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la
verdad (cf Mt 18, 16):
"Todos los fieles cristianos,
dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo
de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se
revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les
ha fortalecido con la confirmación" (AG 11).
2473 El martirio es el supremo
testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega
hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y
resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la
verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte
mediante un acto de fortaleza. "Dejadme ser pasto de las fieras.
Por ellas me será dado llegar a Dios" (S. Ignacio de Antioquía,
Rm 4, 1).
2474 Con el más exquisito
cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de quienes llegaron al
final para dar testimonio de su fe. Son las actas de los Mártires,
que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de
sangre:
"No me servirá nada de los
atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mí
morir (para unirme) a Cristo Jesús que reinar hasta las extremidades
de la tierra. Es a él a quien busco, a quien murió por nosotros. A
él quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca…
" (S. Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2).
"Te bendigo por haberme juzgado
digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el número de
tus mártires… Has cumplido tu promesa, Dios de la fidelidad y de
la verdad. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te
glorifico por el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu
Hijo amado. Por él, que está contigo y con el Espíritu, te sea
dada gloria ahora y en los siglos venideros. Amén" (S.
Policarpo, mart. 14, 2-3).
Nuestra comunión con los santos
946 Después de haber confesado
"la Santa Iglesia católica", el Símbolo de los Apóstoles
añade "la comunión de los santos". Este artículo es, en
cierto modo, una explicitación del anterior: "¿Qué es la
Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?" (Nicetas, symb.
10). La comunión de los santos es precisamente la Iglesia.
947 "Como todos los
creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a
los otros … Es, pues, necesario creer que existe una comunión de
bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya
que El es la cabeza … Así, el bien de Cristo es comunicado a todos
los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la
Iglesia" (Santo Tomás, symb. 10). "Como esta Iglesia está
gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha
recibido forman necesariamente un fondo común" (Catech. R. 1,
10, 24).
948 La expresión "comunión
de los santos" tiene entonces dos significados estrechamente
relacionados: "comunión en las cosas santas ['sancta']" y
"comunión entre las personas santas ['sancti']".
"Sancta sanctis" [lo que es
santo para los que son santos] es lo que se proclama por el
celebrante en la mayoría de las liturgias orientales en el momento
de la elevación de los santos Dones antes de la distribución de la
comunión. Los fieles ["sancti"] se alimentan con el cuerpo
y la sangre de Cristo ["sancta"] para crecer en la comunión
con el Espíritu Santo ["Koinônia"] y comunicarla al
mundo.
LA COMUNIÓN DE LOS BIENES
ESPIRITUALES
949 En la comunidad primitiva de
Jerusalén, los discípulos "acudían asiduamente a la enseñanza
de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones" (Hch 2, 42):
La comunión en la fe. La fe de los
fieles es la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de
vida que se enriquece cuando se comparte.
950 La comunión de los
sacramentos. "El fruto de todos los Sacramentos pertenece a
todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como
la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros
tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo.
La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos … El
nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada
uno de ellos nos une a Dios … Pero este nombre es más propio de la
Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta
comunión a su culminación" (Catech. R. 1, 10, 24).
951 La comunión de los carismas
: En la comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo "reparte
gracias especiales entre los fieles" para la edificación de la
Iglesia (LG 12). Pues bien, "a cada cual se le otorga la
manifestación del Espíritu para provecho común" (1Co 12, 7).
952 "Todo lo tenían en
común" (Hch 4, 32): "Todo lo que posee el verdadero
cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás y
debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la
miseria del prójimo" (Catech. R. 1, 10, 27). El cristiano es un
administrador de los bienes del Señor (cf. Lc 16, 1, 3).
953 La comunión de la caridad :
En la "comunión de los santos" "ninguno de nosotros
vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo"
(Rm 14, 7). "Si sufre un miembro, todos los demás sufren con
él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su
gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros
cada uno por su parte" (1Co 12, 26 - 27). "La caridad
no busca su interés" (1Co 13, 5; cf. 1Co 10, 24). El menor de
nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en
esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se
funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a esta
comunión.
LA COMUNIÓN ENTRE LA IGLESIA DEL
CIELO Y LA DE LA TIERRA
954 Los tres estados de la
Iglesia. "Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos
sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus
discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se
purifican; mientras otros están glorificados, contemplando
`claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es'" (LG 49):
"Todos, sin embargo, aunque en
grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al
prójimo y cantamos en mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En
efecto, todos los de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una
misma Iglesia y están unidos entre sí en él" (LG 49).
955 "La unión de los
miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la
paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la
constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los
bienes espirituales" (LG 49).
956 La intercesión de los santos. "Por
el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con
Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad…
no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por
medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús,
los méritos que adquirieron en la tierra… Su solicitud fraterna
ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49):
"No lloréis, os seré más útil
después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi
vida" (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán de
Sajonia, lib 43).
"Pasaré mi cielo haciendo el bien
sobre la tierra" (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
957 La comunión con los santos.
"No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como
modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la
Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor
fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía
en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los
santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda
la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG 50):
"Nosotros adoramos a Cristo porque
es el Hijo de Dios: en cuanto a los mártires, los amamos como
discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su
devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros,
también nosotros, ser sus compañeros y sus condiscípulos"
(San Policarpo, mart. 17).
1370 A la ofrenda de Cristo se
unen no sólo los miembros que están todavía aquí abajo, sino
también los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece
el sacrificio eucarístico en comunión con la santísima Virgen
María y haciendo memoria de ella así como de todos los santos y
santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie
de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
MAESTROS Y LUGARES DE ORACIÓN
Una pléyade de testigos
2683 Los testigos que nos han
precedido en el Reino (cf Hb 12, 1), especialmente los que la Iglesia
reconoce como "santos", participan en la tradición viva de
la oración, por el modelo de su vida, por la transmisión de sus
escritos y por su oración actual. Contemplan a Dios, lo alaban y no
dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar
"en la alegría" de su Señor, han sido "constituidos
sobre lo mucho" (cf Mt 25, 21). Su intercesión es su más alto
servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan
por nosotros y por el mundo entero.
2684 En la comunión de los
santos, se han desarrollado diversas espiritualidades a lo largo de
la historia de la Iglesia. El carisma personal de un testigo del amor
de Dios hacia los hombres, por ejemplo el "espíritu" de
Elías a Eliseo (cf 2R 2, 9) y a Juan Bautista (cf Lc 1, 17), ha
podido transmitirse para que unos discípulos tengan parte en ese
espíritu (cf PC 2). En la confluencia de corrientes litúrgicas y
teológicas se encuentra también una espiritualidad que muestra cómo
el espíritu de oración incultura la fe en un ámbito humano y en su
historia. Las diversas espiritualidades cristianas participan en la
tradición viva de la oración y son guías indispensables para los
fieles. En su rica diversidad, reflejan la pura y única Luz del
Espíritu Santo.
"El Espíritu es verdaderamente el
lugar de los santos, y el santo es para el Espíritu un lugar propio,
ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado su templo" (San
Basilio, Spir. 26, 62).
Las imágenes sagradas
manifiestan “el gran número de los testigos”
1161 Todos los signos de la
celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las
imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos.
Significan, en efecto, a Cristo que es glorificado en ellos.
Manifiestan "la nube de testigos" (Hb 12, 1) que continúan
participando en la salvación del mundo y a los que estamos unidos,
sobre todo en la celebración sacramental. A través de sus iconos,
es el hombre "a imagen de Dios", finalmente transfigurado
"a su semejanza" (cf Rm 8, 29; 1Jn 3, 2), quien se revela a
nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en Cristo:
"Siguiendo la enseñanza
divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la
Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que
habita en ella), definimos con toda exactitud y cuidado que las
venerables y santas imágenes, como también la imagen de la preciosa
y vivificante cruz, tanto las pintadas como las de mosaico u otra
materia conveniente, se expongan en las santas iglesias de Dios, en
los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en cuadros, en las
casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y
Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa
Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos"
(Cc. de Nicea II: DS 600).
Se dice
Credo.
Oración de los
fieles
Año C
Oremos al Señor, nuestro Dios. Él es nuestro auxilio.
- Por la Iglesia, para que permanezca fiel al Evangelio y al hombre de nuestro tiempo, soportando toda oposición. Roguemos al Señor.
Oremos al Señor, nuestro Dios. Él es nuestro auxilio.
- Por la Iglesia, para que permanezca fiel al Evangelio y al hombre de nuestro tiempo, soportando toda oposición. Roguemos al Señor.
-
Por todos los que luchan tenazmente por un mundo más justo, para que
no se cansen ni pierdan el ánimo. Roguemos al Señor.
- Por las familias desunidas, sin amor, para que, renunciando al egoísmo, encuentren la verdadera felicidad. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que seamos capaces de comprender las palabras de Cristo. Roguemos al Señor.
Señor, no tardes, ven deprisa a socorrernos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
- Por las familias desunidas, sin amor, para que, renunciando al egoísmo, encuentren la verdadera felicidad. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que seamos capaces de comprender las palabras de Cristo. Roguemos al Señor.
Señor, no tardes, ven deprisa a socorrernos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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