Lecturas del XX
Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B (Lec. I B).
PRIMERA
LECTURA Prov 9, 1-6
Comed de mi pan,
bebed el vino que he mezclado
Lectura del libro de los Proverbios.
La sabiduría se ha hecho una casa, ha
labrado siete columnas; ha sacrificado víctimas, ha mezclado el vino
y ha preparado la mesa. Ha enviado a sus criados a anunciar en los
puntos que dominan la ciudad:
«Vengan aquí los inexpertos»; y a los faltos de juicio les dice: «Venid a comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia».
«Vengan aquí los inexpertos»; y a los faltos de juicio les dice: «Venid a comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia».
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
Salmo
responsorial Sal 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15 (R.: 9a)
R.
Gustad y ved qué bueno es el Señor. | Gustáte et vidéte quóniam suávis est Dóminus. |
V. Bendigo
al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Gustad y ved qué bueno es el Señor. | Gustáte et vidéte quóniam suávis est Dóminus. |
V. Todos
sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. R.
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. R.
Gustad y ved qué bueno es el Señor. | Gustáte et vidéte quóniam suávis est Dóminus. |
V. Venid,
hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor.
¿Hay alguien que ame la vida
y desee días de prosperidad? R.
os instruiré en el temor del Señor.
¿Hay alguien que ame la vida
y desee días de prosperidad? R.
Gustad y ved qué bueno es el Señor. | Gustáte et vidéte quóniam suávis est Dóminus. |
V. Guarda
tu lengua del mal,
tus labios de la falsedad;
apártate del mal, obra el bien,
busca la paz y corre tras ella. R.
tus labios de la falsedad;
apártate del mal, obra el bien,
busca la paz y corre tras ella. R.
Gustad y ved qué bueno es el Señor. | Gustáte et vidéte quóniam suávis est Dóminus. |
SEGUNDA
LECTURA Ef 5, 15-20
Daos cuenta de lo
que el Señor quiere
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Efesios.
Hermanos:
Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere.
No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.
Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor.
Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere.
No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.
Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor.
Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
R.
Te alabamos, Señor.
Aleluya Jn
6, 56
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. El que come mi carne y bebe mi sangre —dice el Señor— habita en mí y yo en él. R. | Qui mandúcat meam carnem et bibit meum sánguinem, in me manet, et ego in eo, dicit Dóminus. |
EVANGELIO
Jn 6, 51-58
Mi carne es
verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
╬
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria
a ti, Señor.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la
gente:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Palabra del Señor.
R. Gloria
a ti, Señor Jesús.
Del Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo 16 de agosto de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos la Liturgia nos está proponiendo, del Evangelio de san Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que es Él mismo y que es también el sacramento de la Eucaristía. El pasaje de hoy (Jn 6, 51-58) presenta la última parte de ese discurso, y hace referencia a algunos entre la gente que se escandalizaron porque Jesús dijo: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6, 54). El estupor de los que lo escuchan es comprensible; Jesús, de hecho, usa el estilo típico de los profetas para provocar en la gente –y también en nosotros– preguntas y, al final, suscitar una decisión. Antes que nada las preguntas: ¿qué significa «comer la carne y beber la sangre» de Jesús? ¿es sólo una imagen, una forma de decir, un símbolo, o indica algo real? Para responder, es necesario intuir qué sucede en el corazón de Jesús mientras parte el pan para la muchedumbre hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en «signo» del Sacrificio que le espera. Este proceso tiene su culmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se convierten realmente en su Cuerpo y en su Sangre. Es la Eucaristía, que Jesús nos deja con una finalidad precisa: que nosotros podamos convertirnos en una sola una cosa con Él. De hecho dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (v. 56). Ese «habitar»: Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. La comunión es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro «sí», nuestra adhesión de fe.
A veces, se escucha esta objeción sobre la santa misa : «Pero, ¿para qué sirve la misa? Yo voy a la iglesia cuando me apetece, y rezo mejor en soledad». Pero la Eucaristía no es una oración privada o una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última Cena. Nosotros decimos, para entender bien, que la Eucaristía es «memorial», o sea, un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros. La Eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. Nutrirnos de ese «Pan de vida» significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor y convertirse en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que hizo Jesús.
Jesús concluye su discurso con estas palabras: «El que come este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 58). Sí, vivir en comunión real con Jesús en esta tierra, nos hace pasar de la muerte a la vida. El Cielo comienza precisamente en esta comunión con Jesús.
En el Cielo nos espera ya María nuestra Madre –ayer celebramos este misterio. Que Ella nos obtenga la gracia de nutrirnos siempre con fe de Jesús, Pan de vida.
Del Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Castelgandolfo. Domingo 19 de agosto de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo (cf. Jn 6, 51-58) es la parte final y culminante del discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, después de que el día anterior había dado de comer a miles de personas con sólo cinco panes y dos peces. Jesús revela el significado de ese milagro, es decir, que el tiempo de las promesas ha concluido: Dios Padre, que con el maná había alimentado a los israelitas en el desierto, ahora lo envió a él, el Hijo, como verdadero Pan de vida, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros. Se trata, por lo tanto, de acogerlo con fe, sin escandalizarse de su humanidad; y se trata de "comer su carne y beber su sangre" (cf. Jn 6, 54), para tener en sí mismos la plenitud de la vida. Es evidente que este discurso no está hecho para atraer consensos. Jesús lo sabe y lo pronuncia intencionalmente; de hecho, aquel fue un momento crítico, un viraje en su misión pública. La gente, y los propios discípulos, estaban entusiasmados con él cuando realizaba señales milagrosas; y también la multiplicación de los panes y de los peces fue una clara revelación de que él era el Mesías, hasta el punto de que inmediatamente después la multitud quiso llevar en triunfo a Jesús y proclamarlo rey de Israel. Pero esta no era la voluntad de Jesús, quien precisamente con ese largo discurso frena los entusiasmos y provoca muchos desacuerdos. De hecho, explicando la imagen del pan, afirma que ha sido enviado para ofrecer su propia vida, y que los que quieran seguirlo deben unirse a él de modo personal y profundo, participando en su sacrificio de amor. Por eso Jesús instituirá en la última Cena el sacramento de la Eucaristía: para que sus discípulos puedan tener en sí mismos su caridad –esto es decisivo– y, como un único cuerpo unido a él, prolongar en el mundo su misterio de salvación.
Al escuchar este discurso la gente comprendió que Jesús no era un Mesías, como ellos querían, que aspirase a un trono terrenal. No buscaba consensos para conquistar Jerusalén; más bien, quería ir a la ciudad santa para compartir el destino de los profetas: dar la vida por Dios y por el pueblo. Aquellos panes, partidos para miles de personas, no querían provocar una marcha triunfal, sino anunciar el sacrificio de la cruz, en el que Jesús se convierte en Pan, en cuerpo y sangre ofrecidos en expiación. Así pues, Jesús pronunció ese discurso para desengañar a la multitud y, sobre todo, para provocar una decisión en sus discípulos. De hecho, muchos de ellos, desde entonces, ya no lo siguieron.
Queridos amigos, dejémonos sorprender nuevamente también nosotros por las palabras de Cristo: él, grano de trigo arrojado en los surcos de la historia, es la primicia de la nueva humanidad, liberada de la corrupción del pecado y de la muerte. Y redescubramos la belleza del sacramento de la Eucaristía, que expresa toda la humildad y la santidad de Dios: el hacerse pequeño, Dios se hace pequeño, fragmento del universo para reconciliar a todos en su amor. Que la Virgen María, que dio al mundo el Pan de la vida, nos enseñe a vivir siempre en profunda unión con él.
ÁNGELUS, Castelgandolfo, Domingo 16 de agosto de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer celebramos la gran fiesta de la Asunción de María al cielo, y hoy leemos en el Evangelio estas palabras de Jesús: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo" (Jn 6, 51). No se puede permanecer indiferente ante esta correspondencia que gira alrededor del símbolo del "cielo": María fue "elevada" al lugar del que su Hijo había "bajado". Naturalmente este lenguaje, que es bíblico, expresa en términos figurados algo que jamás se inserta completamente en el mundo de nuestros conceptos y de nuestras imágenes. Pero detengámonos un momento a reflexionar.
Jesús se presenta como el "pan vivo", esto es, el alimento que contiene la vida misma de Dios y es capaz de comunicarla a quien come de él, el verdadero alimento que da la vida, que nutre realmente en profundidad. Jesús dice: "El que coma de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 51). Pues bien, ¿de quién tomó el Hijo de Dios esta "carne" suya, su humanidad concreta y terrena? La tomó de la Virgen María. Dios asumió de ella el cuerpo humano para entrar en nuestra condición mortal. A su vez, al final de la existencia terrena, el cuerpo de la Virgen fue elevado al cielo por parte de Dios e introducido en la condición celestial. Es una especie de intercambio en el que Dios tiene siempre la iniciativa plena, pero, como hemos visto en otras ocasiones, en cierto sentido necesita también de María, del "sí" de la criatura, de su carne, de su existencia concreta, para preparar la materia de su sacrificio: el cuerpo y la sangre que va a ofrecer en la cruz como instrumento de vida eterna y en el sacramento de la Eucaristía como alimento y bebida espirituales.
Queridos hermanos y hermanas, lo que sucedió en María vale, de otras maneras, pero realmente, también para cada hombre y cada mujer, porque a cada uno de nosotros Dios nos pide que lo acojamos, que pongamos a su disposición nuestro corazón y nuestro cuerpo, toda nuestra existencia, nuestra carne –dice la Biblia–, para que él pueda habitar en el mundo. Nos llama a unirnos a él en el sacramento de la Eucaristía, Pan partido para la vida del mundo, para formar juntos la Iglesia, su Cuerpo histórico. Y si nosotros decimos sí, como María, es más, en la medida misma de este "sí" nuestro, sucede también para nosotros y en nosotros este misterioso intercambio: somos asumidos en la divinidad de Aquel que asumió nuestra humanidad.
La Eucaristía es el medio, el instrumento de esta transformación recíproca, que tiene siempre a Dios como fin y como actor principal: él es la Cabeza y nosotros los miembros, él es la Vid y nosotros los sarmientos. Quien come de este Pan y vive en comunión con Jesús dejándose transformar por él y en él, está salvado de la muerte eterna: ciertamente muere como todos, participando también en el misterio de la pasión y de la cruz de Cristo, pero ya no es esclavo de la muerte, y resucitará en el último día para gozar de la fiesta eterna con María y con todos los santos.
Este misterio, esta fiesta de Dios, comienza aquí abajo: es misterio de fe, de esperanza y de amor, que se celebra en la vida y en la liturgia, especialmente eucarística, y se expresa en la comunión fraterna y en el servicio al prójimo. Roguemos a la santísima Virgen que nos ayude a alimentarnos siempre con fe del Pan de vida eterna para experimentar ya en la tierra la gloria del cielo.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
I. La homilía y el Catecismo de la
Iglesia Católica.
Ciclo B. Vigésimo domingo del
Tiempo Ordinario.
La Eucaristía: “anticipación
de la gloria futura”
1402 En una antigua oración, la
Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: "O sacrum
convivium in quo Christus sumitur. Recolitur memoria passionis eius;
mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur"
("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se
celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se
nos da la prenda de la gloria futura!"). Si la Eucaristía es el
memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el
altar somos colmados "de toda bendición celestial y gracia"
(MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la
Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última cena, el
Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el
cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que
desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que
lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,
29; cf. Lc 22, 18; Mc 14, 25). Cada vez que la Iglesia celebra la
Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el
que viene" (Ap 1, 4). En su oración, implora su venida: "Maran
atha" (1Co 16, 22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20),
"que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,
6).
1404 La Iglesia sabe que, ya
ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de
nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso
celebramos la Eucaristía "expectantes beatam spem et adventum
Salvatoris nostri Jesu Christi" ("Mientras esperamos la
gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo", Embolismo
después del Padre Nuestro; cf Tt 2, 13), pidiendo entrar "en tu
reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu
gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al
contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre
semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo,
Señor Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por
los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la
de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la
justicia (cf 2P 3, 13), no tenemos prenda más segura, signo más
manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra
este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención"
(LG 3) y "partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad,
antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre"
(S. Ignacio de Antioquía, Ef 20, 2).
La Eucaristía, nuestro pan
cotidiano
2828 "Danos": es
hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. "Hace
salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos"
(Mt 5, 45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento"
(Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se
glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto
es Bueno más allá de toda bondad.
2829 Además, "danos"
es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él de
nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo reconoce
también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por
todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.
2830 "Nuestro pan". El
Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento
necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y
espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta
confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf
Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2Ts 3, 6-13) sino
que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda
preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:
"A los que buscan el Reino y la
justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en
efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él
mismo no falta a Dios" (S. Cipriano, Dom. orat. 21).
2831 Pero la existencia de
hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de
esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los
cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia
sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su
solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del
Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf
Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).
2832 Como la levadura en la
masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu
de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la
justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e
internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin
seres humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de "nuestro"
pan, "uno" para "muchos": La pobreza de las
Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y
compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por
amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros
(cf 2Co 8, 1-15).
2834 "Ora et labora"
(cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad como si todo dependiese de
Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros". Después
de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de
nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es
el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta petición y la
responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre
de la que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el
hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de
Dios" (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su
Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para
"anunciar el Evangelio a los pobres". Hay hambre sobre la
tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la
Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente
cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la
Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo
recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).
2836 "Hoy" es también
una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34;
Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre
todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no
es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
"Si recibes el pan cada día, cada
día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días
resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo te he
engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita"
(San Ambrosio, sacr. 5, 26).
2837 "De cada día".
La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en el
Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición
pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en
una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido
cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente
cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1Tm 6, 8). Tomada
al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa
directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de
inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos
la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que
precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el
del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía,
en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la
liturgia eucarística se celebre "cada día".
"La Eucaristía es nuestro pan
cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de
unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus
miembros para que vengamos a ser lo que recibimos… Este pan
cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día
en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis.
Todo eso es necesario en nuestra peregrinación" (San Agustín,
serm. 57, 7, 7).
"El Padre del cielo nos exhorta a
pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo
'mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne,
amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en
la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles
un alimento celestial'" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)
El escándalo
1336 El primer anuncio de la
Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la
pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede
escucharlo?" (Jn 6, 60). La Eucaristía y la cruz son piedras de
tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de
división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,
67): esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades,
invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene "palabras
de vida eterna" (Jn 6, 68), y que acoger en la fe el don de su
Eucaristía es acogerlo a él mismo.
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