CAPÍTULO I. FORMA TÍPICA DE LAS EXEQUIAS
FORMULARIO COMÚN I
1.- Estación en casa del difunto
El ministro saluda a los presentes, diciendo:
El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
Luego, inicia la celebración con las siguientes palabras u otras parecidas:
Hermanos: La muerte de nuestro querido hermano (nuestra querida hermana) N. nos entristece y nos recuerda, una vez más, hasta qué punto es frágil y breve la vida del hombre. Pero, en este momento triste, nuestra fe nos conforta y nos asegura que Cristo vive eternamente y que el amor que él nos tiene es más fuerte que la misma muerte. Por ello, nuestra esperanza no debe vacilar. Que el Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo os conforte en esta tribulación.
Después de la salutación inicial, se recita el salmo 113, en el que se puede ir intercalando la antífona Dichosos los que mueren en el Señor.
Ant. Dichosos los que mueren en el Señor. Sal 113,1-8. 25-26
Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó;
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.
¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor, estremécete, tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.
Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, los que vivimos,
bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.
Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.
Después, se añade la siguiente oración:
Oremos.
Oh, Dios, justo y clemente,
mira con amor a tu siervo (sierva) N.,
que, por medio del agua del bautismo,
participó ya de la Pascua liberadora de Cristo,
y concédele entrar en la verdadera tierra de promisión
y gustar los bienes de la vida divina
en eterna comunión con su Redentor,
nuestro Dios y Señor Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
2.- Procesión hacia la iglesia
A continuación, se organiza la procesión hacia la iglesia. Durante esta procesión, el pueblo ora por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado. Para la oración por el difunto puede usarse oportunamente la siguiente letanía:
Tú, que liberaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que abriste el mar Rojo ante los israelitas
que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que fuiste santuario y dominio de Israel
durante su peregrinación por el desierto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que transformaste las peñas del desierto
en manantiales de agua viva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que diste a tu pueblo
posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que quisiste que tu Hijo
llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que por la muerte de Jesús
iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la resurrección de Jesucristo
has inaugurado la vida nueva de los que han muerto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la ascensión de Jesucristo
has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que eres auxilio y escudo de cuantos confían en ti:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que no quieres que alaben tu nombre
los muertos ni los que bajan al silencio,
sino los que viven para ti:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
3.- Estación en la iglesia
Al llegar a la iglesia, se coloca el cadáver delante del altar y, si es posible, se pone junto a él el cirio pascual.
El que preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente fórmula:
Junto al cuerpo, ahora sin vida,
de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
4.- Misa exequial o liturgia de la Palabra
Terminados estos ritos iniciales y, si se celebra la Misa, omitido el acto penitencial y el Señor, ten piedad, se dice la oración colecta:
Oremos.
Te encomendamos, Señor,
a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
a quien en esta vida mortal
rodeaste con tu amor infinito;
concédele ahora que, libre de todos los males,
participe en el descanso eterno.
Y, ya que este primer mundo acabó para él (ella),
admítelo (admítela) en tu paraíso,
donde no hay ni llanto ni luto ni dolor,
sino paz y alegría eternas.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
O bien:
Oremos.
Escucha, Señor, nuestras súplicas
y haz que tu siervo (sierva) N.,
que acaba de salir de este mundo,
perdonado (perdonada) de sus pecados
y libre de toda pena,
goce junto a ti de la vida inmortal;
y, cuando llegue el gran día
de la resurrección y del premio,
colócalo (colócala) entre tus santos y elegidos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
La celebración prosigue, como habitualmente, con la liturgia de la Palabra.
Después de la homilía, se hace la oración universal con el siguiente formulario u otro parecido:
Oremos a Dios, Padre de todos, por nuestro hermano difunto (nuestra hermana difunta) y pidámosle que escuche nuestra oración.
— Para que el Señor, que se compadece de toda criatura, purifique con su misericordia y conceda los gozos del paraíso a nuestro hermano (nuestra hermana) N. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, que lo (la) creó de la nada y lo (la) honró haciéndolo (haciéndola) imagen de su Hijo, le devuelva en el reino eterno la primitiva hermosura del hombre. Roguemos al Señor.
— Para que le conceda el descanso eterno y lo (la) haga gozar en la asamblea de los santos. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, consuelo de los que lloran y fuerza de los que se sienten abatidos, alivie la tristeza de los que lo (la) lloran y les conceda encontrarlo (encontrarla) nuevamente en el reino
de Dios. Roguemos al Señor.
Si en las exequias se celebra la Misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:
Señor,que nuestra oración suplicante
sirva de provecho a tu hijo (hija) N.,
para que, libre de todo pecado,
participe ya de tu redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
La misa prosigue como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.
Dicha esta oración, omitida la bendición y el Podéis ir en paz, se organiza la procesión hacia el cementerio.
Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguiente fórmula:
Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el mismo Jesucristo, pidiendo que se haga siempre la voluntad del Señor: Padre nuestro.
Terminada la oración de los fieles se hace inmediatamente la procesión al cementerio.
5.- Procesión al cementerio
Mientras se saca el cuerpo de la iglesia, el que preside dice la siguiente antífona:
Al paraíso te lleven los ángeles,
a tu llegada te reciban los mártires
y te introduzcan en la ciudad santa de Jerusalén.
A continuación, se organiza la procesión hacia el cementerio. Durante esta procesión, el pueblo ora por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado.
Para la oración por el difunto puede usarse oportunamente la siguiente letanía.
El que preside puede introducir la letanía, diciendo:
Unidos en una misma oración, mientras acompañamos al cuerpo de nuestro hermano (nuestra hermana) al lugar de su reposo, invoquemos a los santos, que en la gloria gozan de la comunión celestial, para que acojan a nuestro hermano (nuestra hermana) en el gozo eterno.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
Santa María, Madre de Dios, ruega por él (ella).
Santos ángeles de Dios, rogad por él (ella).
San José, ruega por él (ella).
San Juan Bautista, ruega por él (ella).
Santos Pedro y Pablo, rogad por él (ella).
San Esteban, ruega por él (ella).
San Agustín, ruega por él (ella).
San Gregorio, ruega por él (ella).
San Benito, ruega por él (ella).
San Francisco, ruega por él (ella).
Santo Domingo, ruega por él (ella).
San Francisco Javier, ruega por él (ella).
Santa Teresa de Jesús, ruega por él (ella).
Santa Mónica, ruega por él (ella).
Aquí se puede añadir la invocación del santo patrono del difunto y de otros santos.
Santos y santas de Dios, rogad por él (ella).
Invoquemos ahora a Cristo, vencedor del sepulcro, y hagamos memoria de sus misterios salvadores, con los que arrancó a los hombres del poder de la muerte:
Cristo, Hijo de Dios vivo.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Tú, que aceptaste la muerte por nosotros.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Tú, que resucitaste de entre los muertos.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Tú, que has de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
A este hermano nuestro (esta hermana nuestra),
que recibió de ti la simiente de la inmortalidad.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
A este hermano nuestro (esta hermana nuestra),
de quien ahora nos despedimos.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
A este hermano nuestro (esta hermana nuestra),
con quien esperamos encontrarnos en la gloria del cielo.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Llegada la procesión al cementerio, el cuerpo se coloca, a ser posible, cerca de la tumba, y se procede al rito del último adiós. En primer lugar, se recita el salmo 117, en el que se puede ir intercalando la antífona Abridme las puertas de la salvación.
Ant. Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor. Sal 117, 1-20
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia.
En el peligro grité al Señor,
y el Señor me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.
Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas;
en el nombre del Señor los rechacé.
Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Ant. Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
A continuación, el que preside dice la siguiente oración sobre el sepulcro. Si el sepulcro está ya bendecido se omite el texto entre corchetes.
Oremos.
Señor Jesucristo,
que al descansar tres días en el sepulcro
santificaste la tumba de los que creen en ti,
de tal forma que la sepultura
no solo sirviera para enterrar el cuerpo,
sino también para acrecentar
nuestra esperanza en la resurrección,
[dígnate ben+decir esta tumba y]
concede a nuestro hermano (nuestra hermana) N.
descansar aquí de sus fatigas,
durmiendo en la paz de este sepulcro,
hasta el día en que tú,
que eres la Resurrección y la Vida,
lo (la) resucites y lo (la) ilumines
con la contemplación de tu rostro glorioso.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Si el sepulcro no está bendecido, se rocía con agua bendita y se inciensa.
A continuación, el que preside se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras parecidas:
Vamos ahora a cumplir con nuestro deber de dar sepultura al cuerpo de nuestro hermano (nuestra hermana); y, fieles a la costumbre cristiana, lo haremos pidiendo con fe a Dios, para quien toda criatura vive, que admita su alma entre sus santos y que, a este su cuerpo que hoy enterramos en debilidad, lo resucite un día lleno de vida y de gloria. Que, en el momento del juicio, use de misericordia para con nuestro hermano (nuestra hermana), para que, libre de la muerte, absuelto (absuelta) de sus culpas, reconciliado (reconciliada) con el Padre, llevado (llevada) sobre los hombros del Buen Pastor y agregado (agregada) al séquito del Rey eterno, disfrute para siempre de la gloria eterna y de la compañía de los santos.
Todos oran unos momentos en silencio.
Luego, el que preside continúa, diciendo:
No temas, hermano (hermana), Cristo murió por ti y en su resurrección fuiste salvado (salvada). El Señor te protegió durante tu vida; por ello, esperamos que también te librará, en el último día, de la muerte que acabas de sufrir. Por el bautismo, fuiste hecho (hecha) miembro de Cristo resucitado: el agua que ahora derramaremos sobre tu cuerpo nos lo recordará. [Dios te dio su Espíritu Santo, que consagró tu cuerpo como templo suyo; el incienso con que lo perfumaremos será símbolo de tu dignidad de templo de Dios y acrecentará en nosotros la esperanza de que este mismo cuerpo, llamado a ser piedra viva del templo eterno de Dios, resucitará gloriosamente como el de Jesucristo.]
Después, el que preside da una vuelta alrededor del féretro asperjándolo con agua bendita. Luego, pone incienso, lo bendice y da una segunda vuelta perfumando el cadáver con incienso. Mientras tanto, uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones, a las que el pueblo responde: Señor, ten piedad, o bien: Kyrie, eléison.
Que el Padre, que te invitó
a comer la carne inmaculada de su Hijo,
te admita ahora en la mesa de su reino.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que Cristo, vid verdadera,
en quien fuiste injertado (injertada) por el bautismo,
te haga participar ahora de su vida gloriosa.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que el Espíritu de Dios,
con cuyo fuego ardiente fuiste madurado (madurada),
revista tu cuerpo de inmortalidad.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Después, se coloca el cuerpo en el sepulcro y el que preside añade la siguiente oración. Si se han hecho las invocaciones se omite la invitación Oremos.
[Oremos.]
tus manos, Padre de bondad,
encomendamos el alma
de nuestro hermano (nuestra hermana),
con la firme esperanza
de que resucitará en el último día,
con todos los que han muerto en Cristo.
Te damos gracias
por todos los dones con que lo (la) enriqueciste
a lo largo de su vida;
en ellos reconocemos un signo de tu amor
y de la comunión de los santos.
Dios de misericordia,
acoge las oraciones que te presentamos
por este hermano nuestro (esta hermana nuestra)
que acaba de dejarnos
y ábrele las puertas de tu mansión.
Y a sus familiares y amigos,
y a todos nosotros,
los que hemos quedado en este mundo,
concédenos saber consolarnos con palabras de fe,
hasta que también nos llegue el momento
de volver a reunirnos con él (ella),
junto a ti, en el gozo de tu reino eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto y agradecer a los presentes su participación en las exequias.
Después, el que preside termina la celebración con una de las siguientes fórmulas:
El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
Dios, fuente de todo consuelo,
que con amor inefable creó al hombre
y en la resurrección de su Hijo
ha dado a los creyentes la esperanza de resucitar,
derrame sobre vosotros su bendición.
R. Amén.
Él conceda el perdón de toda culpa
a los que aún vivimos en el mundo,
y otorgue a los que han muerto
el lugar de la luz y de la paz.
R. Amén.
Y a todos nos conceda
vivir eternamente felices con Cristo,
al que proclamamos resucitado de entre los muertos.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo +, y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.
O bien:
Señor, + dale el descanso eterno.
R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.
Descanse en paz.
R. Amén.
Su alma y las almas de todos los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
Se concluye el rito con la fórmula habitual de despedida.
Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No publico comentarios anónimos.