VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. |
DOMINICA VIII “PER ANNUM”
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Antífona de entrada Sal 17, 19-20 El Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró, porque me amaba. |
Antiphona ad introitum Cf.
Ps 17, 19-20
Factus est Dóminus protéctor meus, et edúxit
me in latitúdinem, salvum me fecit, quóniam vóluit me.
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Se dice Gloria. | Dícitur Gloria in excelsis. |
Oración colecta
Concédenos, Señor, que el mundo progrese según
tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su
confiada entrega. Por nuestro Señor Jesucristo.
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Collecta
Da nobis, quaesumus, Dómine, ut et mundi cursus
pacífico nobis tuo órdine dirigátur, et Ecclésia tua
tranquílla devotióne laetétur. Per Dóminum.
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LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del
Domingo de la VIII semana del Tiempo Ordinario, ciclo A.
PRIMERA
LECTURA Is 49, 14-15
Yo no te olvidaré
Lectura del libro de Isaías.
Yo no te olvidaré
Lectura del libro de Isaías.
Sión decía:
«Me ha abandonado el Señor,
mi dueño me ha olvidado».
¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta,
no tener compasión del hijo de sus entrañas?
«Me ha abandonado el Señor,
mi dueño me ha olvidado».
¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta,
no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se
olvidara, yo no te olvidaré.
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
Salmo
responsorial Sal 61, 2-3. 6-7. 8-9ab (R.: 6a)
R.
R.
Descansa sólo en Dios, alma mía. | In Deo tantum quiesce, ánima mea. |
V. Sólo
en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R.
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R.
Descansa sólo en Dios, alma mía. | In Deo tantum quiesce, ánima mea. |
V. Descansa
sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R.
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R.
Descansa sólo en Dios, alma mía. | In Deo tantum quiesce, ánima mea. |
V. De Dios
viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme, Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad en él
desahogad ante él vuestro corazón. R.
él es mi roca firme, Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad en él
desahogad ante él vuestro corazón. R.
Descansa sólo en Dios, alma mía. | In Deo tantum quiesce, ánima mea. |
SEGUNDA
LECTURA 1 Cor 4, 1-5
El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
Hermanos:
Que la gente solo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, lo que se busca en los administradores es que sean fieles. Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor.
Así, pues, no juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece.
Que la gente solo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, lo que se busca en los administradores es que sean fieles. Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor.
Así, pues, no juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece.
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
Aleluya Hb
4, 12
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. La palabra de Dios es viva y eficaz; juzga los deseos e intenciones del corazón. R. | Vivus est sermo Dei et éfficax, et discrétor cogitatiónum et intentiónum cordis. |
EVANGELIO
Mt 6, 24-34
No os agobiéis por el mañana
No os agobiéis por el mañana
╬
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria
a ti, Señor.
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gante de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».
«Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gante de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».
Palabra del Señor.
R. Gloria
a ti, Señor Jesús.
Del Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo 2 de marzo de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el centro de la liturgia de este domingo encontramos una de las verdades más consoladoras: la divina Providencia. El profeta Isaías la presenta con la imagen del amor materno lleno de ternura, y dice así: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré" (Is 49, 15). ¡Qué hermoso es esto! Dios no se olvida de nosotros, de cada uno de nosotros. De cada uno de nosotros con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. Qué buen pensamiento... Esta invitación a la confianza en Dios encuentra un paralelo en la página del Evangelio de Mateo: "Mirad los pájaros del cielo –dice Jesús–: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta... Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos" (Mt 6, 26.28-29).
Pero pensando en tantas personas que viven en condiciones precarias, o totalmente en la miseria que ofende su dignidad, estas palabras de Jesús podrían parecer abstractas, si no ilusorias. Pero en realidad son más que nunca actuales. Nos recuerdan que no se puede servir a dos señores: Dios y la riqueza. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Debemos escuchar bien esto. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Si, en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos juntos su Reino, entonces a nadie faltará lo necesario para vivir dignamente.
Un corazón ocupado por el afán de poseer es un corazón lleno de este anhelo de poseer, pero vacío de Dios. Por ello Jesús advirtió en más de una ocasión a los ricos, porque es grande su riesgo de poner su propia seguridad en los bienes de este mundo, y la seguridad, la seguridad definitiva, está en Dios. En un corazón poseído por las riquezas, no hay mucho sitio para la fe: todo está ocupado por las riquezas, no hay sitio para la fe. Si, en cambio, se deja a Dios el sitio que le corresponde, es decir, el primero, entonces su amor conduce a compartir también las riquezas, a ponerlas al servicio de proyectos de solidaridad y de desarrollo, como demuestran tantos ejemplos, incluso recientes, en la historia de la Iglesia. Y así la Providencia de Dios pasa a través de nuestro servicio a los demás, nuestro compartir con los demás. Si cada uno de nosotros no acumula riquezas sólo para sí, sino que las pone al servicio de los demás, en este caso la Providencia de Dios se hace visible en este gesto de solidaridad. Si, en cambio, alguien acumula sólo para sí, ¿qué sucederá cuando sea llamado por Dios? No podrá llevar las riquezas consigo, porque –lo sabéis– el sudario no tiene bolsillos. Es mejor compartir, porque al cielo llevamos sólo lo que hemos compartido con los demás.
La senda que indica Jesús puede parecer poco realista respecto a la mentalidad común y a los problemas de la crisis económica; pero, si se piensa bien, nos conduce a la justa escala de valores. Él dice: "¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?" (Mt 6, 25). Para hacer que a nadie le falte el pan, el agua, el vestido, la casa, el trabajo, la salud, es necesario que todos nos reconozcamos hijos del Padre que está en el cielo y, por lo tanto, hermanos entre nosotros, y nos comportemos en consecuencia. Esto lo recordaba en el Mensaje para la paz del 1 de enero: el camino para la paz es la fraternidad: este ir juntos, compartir las cosas juntos.
A la luz de la Palabra de Dios de este domingo, invoquemos a la Virgen María como Madre de la divina Providencia. A ella confiamos nuestra existencia, el camino de la Iglesia y de la humanidad. En especial, invoquemos su intercesión para que todos nos esforcemos por vivir con un estilo sencillo y sobrio, con la mirada atenta a las necesidades de los hermanos más carecientes.
ÁNGELUS, Domingo 27 de febrero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de hoy se hace eco de una de las palabras más conmovedoras de la Sagrada Escritura. El Espíritu Santo nos la ha dado a través de la pluma del llamado "segundo Isaías", el cual, para consolar a Jerusalén, afligida por desventuras, dice así: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré" (Is 49, 15). Esta invitación a la confianza en el amor indefectible de Dios se nos presenta también en el pasaje, igualmente sugestivo, del evangelio de san Mateo, en el que Jesús exhorta a sus discípulos a confiar en la providencia del Padre celestial, que alimenta a los pájaros del cielo y viste a los lirios del campo, y conoce todas nuestras necesidades (cf. Mt 6, 24-34). Así dice el Maestro: "No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso".
Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que viven en la miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o, incluso, evasivas. En realidad, el Señor quiere dar a entender con claridad que no es posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de un ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana. Es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, se practica de maneras diferentes según las distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos. En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos de salvación, hasta su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos demostró lo que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo siempre el corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios.
Queridos amigos, a la luz de la Palabra de Dios de este domingo, os invito a invocar a la Virgen María con el título de Madre de la divina Providencia. A ella le encomendamos nuestra vida, el camino de la Iglesia y las vicisitudes de la historia. En particular, invocamos su intercesión para que todos aprendamos a vivir siguiendo un estilo más sencillo y sobrio en la actividad diaria y en el respeto de la creación, que Dios ha encomendado a nuestra custodia.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
I. La homilía y el Catecismo de la
Iglesia Católica
Ciclo A. Octavo domingo del Tiempo
Ordinario.
La Divina Providencia y su papel
en la historia
302 La
creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió
plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada "en
estado de vía" ("In statu viae") hacia una perfección
última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos
divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la
obra de su creación hacia esta perfección:
Dios guarda y
gobierna por su providencia todo lo que creó, "alcanzando con
fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con
dulzura" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo y patente a
sus ojos" (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las
criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003).
303 El
testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina
providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las
cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de
la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía
absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro
Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza"
(Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede
cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay
muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de
Dios se realiza" (Pr 19, 21).
304 Así
vemos al Espíritu Santo, autor principal de la Sagrada Escritura
atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas
segundas. Esto no es "una manera de hablar" primitiva, sino
un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío
absoluto sobre la historia y el mundo (cf Is 10, 5-15; Is 45, 5-7; Dt
32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza en El. La
oración de los salmos es la gran escuela de esta confianza (cf Sal
22; 32; 35; 103; 138).
305 Jesús
pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que
cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: "No
andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué
vamos a beber?… Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis
necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas
esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 31-33; cf Mt 10,
29–31).
La providencia y las causas segundas
306 Dios es
el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve
también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de
debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque
Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también
la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas
de otras y de cooperar así a la realización de su designio.
307 Dios
concede a los hombres incluso poder participar libremente en su
providencia confiándoles la responsabilidad de "someter'' la
tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28). Dios da así a los hombres el
ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la
Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus
prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la
voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo
por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos
(cf Col 1, 24) Entonces llegan a ser plenamente "colaboradores
de Dios" (1Co 3, 9; 1Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col 4, 11).
308 Es una
verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras
de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas
segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar,
como bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1Co 12, 6). Esta verdad,
lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de
la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede
nada si está separada de su origen, porque "sin el Creador la
criatura se diluye" (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar
su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp
4, 13).
La providencia y el escándalo del
mal
309 Si Dios
Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado
de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan
apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede
dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye
la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del
pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con
sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don
del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de
los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las
criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también
libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No
hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta
a la cuestión del mal.
310 Pero
¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera
existir ningún mal? En su poder Infinito, Dios podría siempre crear
algo mejor (cf S. Tomás de A., s. th. 1, 25, 6). Sin embargo, en su
sabiduría y bondad Infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo
``en estado de vía" hacia su perfección última. Este devenir
trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de
ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto
lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza
también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe
también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su
perfecciGn (cf S. Tomás de A., s. gent. 3, 71).
311 Los
ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben
caminar hacia su destino último por elección libre y amor de
preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así
como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave
que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni
indirectamente, la causa del mal moral, (cf S. Agustín, lib. 1, 1,
1; S. Tomás de A., s. th. 1-2, 79, 1). Sin embargo, lo permite,
respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar
de él el bien:
Porque el Dios
Todopoderoso… por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás
que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente
poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal (S. Agustín,
enchir. 11, 3).
312 Así,
con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia
todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal,
incluso moral, causado por sus criaturas: "No fuisteis vosotros,
dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios…
aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien,
para hacer sobrevivir… un pueblo numeroso" (Gn 45, 8;Gn 50,
20; cf Tb 2, 12-18 Vg.). Del mayor mal moral que ha sido cometido
jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los
pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su
gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación
de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se
convierte en un bien.
313 "Todo
coopera al bien de los que aman a Dios" (Rm 8, 28). El
testimonio de los santos no cesa de confirmar esta verdad:
Así Santa
Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se rebelan
por lo que les sucede": "Todo procede del amor, todo está
ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con
este fin" (dial. 4, 138).
Y Santo Tomás
Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: "Nada puede
pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que
nos parezca, es en realidad lo mejor" (carta).
Y Juliana de
Norwich: "Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era
preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza
que todas las cosas serán para bien… " "Thou shalt see
thyself that all MANNER of thing shall be well " (rev. 32).
314 Creemos
firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los
caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo
al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando
veamos a Dios "cara a cara" (1Co 13, 12), nos serán
plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de
los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación
hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del
cual creó el cielo y la tierra.
La idolatría altera los valores;
creer en la Providencia en vez de en la adivinación
2113 La
idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es
una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es
Dios. Hay idolatría desde que el hombre honra y reverencia a una
criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por
ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los
antepasados, del Estado, del dinero, etc. "No podéis servir a
Dios y al dinero", dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires
han muerto por no adorar a "la Bestia" (cf Ap 13 - 14),
negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único
Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión
divina (cf Ga 5, 20; Ef 5, 5).
2114 La
vida humana se unifica en la adoración del Dios Unico. El
mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva
de una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del
sentido religioso innato en el hombre. El idólatra es el que "aplica
a cualquier cosa en lugar de Dios su indestructible noción de Dios"
(Orígenes, Cels. 2, 40).
2115 Dios
puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin
embargo, la actitud cristiana justa consiste en ponerse con confianza
en las manos de la Providencia en lo que se refiere al futuro y en
abandonar toda curiosidad malsana al respecto. La imprevisión puede
constituir una falta de responsabilidad.
Oración de los fieles,
peticiones para la llegada del Reino
2632 La
petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del
Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10.
33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el
Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para
cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y
del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la
oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; Hch 13, 3). Es la
oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo
la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración
cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; Col 4,
3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.
Creer en la Providencia no
significa estar ocioso
2830 "Nuestro
pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el
alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes,
materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús
insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de
nuestro Padre (cf Mt 6, 25 - 34). No nos impone ninguna
pasividad (cf 2Ts 3, 6 - 13) sino que quiere librarnos de toda
inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono
filial de los hijos de Dios:
"A los que
buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo
por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios,
nada le falta, si él mismo no falta a Dios" (S. Cipriano, Dom.
orat. 21).
Se dice Credo. |
Dícitur Credo.
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Oración de los fieles 212. Oremos, hermanos, a Dios todopoderoso, y pidámosle que inspire él mismo nuestras peticiones y nos escuche en su bondad. - Para que aumente la fe de su Iglesia, le dé la paz, la libertad y la unidad y le conceda el perdón de sus faltas. Roguemos al Señor. - Para que cuantos tienen poder en este mundo gobiernen sun orgullo y los súbditos obedezcan con lealtad. Roguemos al Señor. - Para que los ricos no pongan su corazón en los bienes perecederos y los pobres encuentren en nuestra caridad la ayuda eficaz que necesitan. Roguemos al Señor. - Para que nuestra comunidad (parroquia) sea cada vez más viva, se gloríe de celebrar las alabanzas del Señor y progrese en el conocimiento de su nombre. Roguemos al Señor. Dios todopoderoso y eterno, mira propicio a tu pueblo; y a cuantos has llamado al reino eterno, concédeles en la tierra tu ayuda y consuelo. Por Jesucristo nuestro Señor. |
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Oración sobre las ofrendas
Oh, Dios, que nos das lo que hemos de ofrecerte y
vinculas esta ofrenda a nuestro devoto servicio, imploramos tu
misericordia, para que cuanto nos concedes redunde en mérito
nuestro y nos alcance los premios eternos. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
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Super oblata
Deus, qui offerénda tuo nómini tríbuis, et
obláta devotióni nostrae servitútis ascríbis, quaesumus
cleméntiam tuam, ut, quod praestas unde sit méritum, profícere
nobis largiáris ad praemium. Per Christum.
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PLEGARIA EUCARÍSTICA IV. | |
Antífona de comunión Cf. Sal 12, 6 Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho, cantaré al nombre del Dios Altísimo. O bien: Mt 28, 20
Sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el final de los tiempos, dice el Señor.
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Antiphona ad communionem
Cf. Ps 12, 6
Cantábo Dómino, qui bona tríbuit mihi, et
psallam nómini Dómini Altíssimi.
Vel: Mt 28, 20
Ecce ego vobíscum sum ómnibus diébus, usque
ad consummatiónem saeculi, dicit Dóminus.
|
Oración después de la comunión
Saciados con los dones de la salvación,
invocamos, Señor, tu misericordia, para que, mediante este
sacramento que nos alimenta en nuestra vida temporal, nos hagas
participar, en tu bondad, de la vida eterna. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
|
Post communionem
Satiáti múnere salutári, tuam, Dómine,
misericórdiam deprecámur, ut, hoc eódem quo nos temporáliter
végetas sacraménto, perpétuae vitae partícipes benígnus
effícias. Per Christum.
|
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