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lunes, 4 de septiembre de 2017

Misas de la Virgen María, Orientaciones generales (15-agosto-1986).

Misas de la Virgen María, 15 de agosto de 1986.
Orientaciones generales

Orientaciones generales (Praenotanda) de la Collectio Missarum de beata Maria Virgine, Libreria Editrice Vaticana, 1987, promulgadas por la Congregación para el Culto divino, Decreto Christi mysterium celebrans, de 15 de agosto de 1986.

1. El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, después de haber expuesto la doctrina católica sobre la naturaleza de la veneración a santa María, Madre de Cristo, exhorta «a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen» (1). El mismo Concilio, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, ilustra la experiencia de la Iglesia universal respecto del culto litúrgico dirigido a la Virgen: «En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención, y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser.» (2)

2. La Sede Apostólica, movida por la exhortación del sagrado Concilio Vaticano II y guiada por la secular experiencia y sabiduría de la Iglesia, se ha aplicado con presteza a promover una recta devoción para con la Madre de Dios. Por esto, en el ámbito de la liturgia romana, la veneración hacia la Virgen María se presenta rica de contenidos e inmersa orgánicamente en el desarrollo del año litúrgico (3).

3. La liturgia romana, en efecto, ofrece a los fieles en su Calendario general abundantes ocasiones para celebrar en el curso del año litúrgico la participación de la Santísima Virgen en el misterio de la salvación; ofrece asimismo preciosos testimonios de devoción mariana no sólo en el Misal Romano y en la Liturgia de las Horas, sino también en otros libros litúrgicos, algunos de los cuales contienen celebraciones propias para venerar la memoria de la humilde y gloriosa Madre de Cristo (4).

(1) Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, n. 67.
(2) Concilio Vaticano II, Const. Sacrosantum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 103.
(3) Cf. PABLO VI, Ex. Ap. Marialis cultus, de 2 de febrero de 1974, n. 2: AAS 66 (1974), p. 117.
(4) Cf. por ejemplo, Bendicional, Coeditores litúrgicos, 1986, cap. XXXII, II: Rito de la bendición de una imagen de santa María Virgen, nn. 1112-1126, pp. 500-508; Rito de la coronación de una imagen de santa María Virgen, Coeditores litúrgicos, 1983.


I. LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA EN LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO DE CRISTO

4. La liturgia celebra, por medio de signos sagrados, la obra de la salvación efectuada por Dios Padre por Cristo en el Espíritu Santo. La salvación que Dios Padre realiza incesantemente:
‐ fue anunciada a los patriarcas y a los profetas. «La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente (5) y significar con diversas figuras (6) la venida de Cristo, redentor universal, y la del Reino mesiánico» (7);
‐ fue manifestada plenamente en Cristo Jesús. Jesús, Hijo de Dios, se encarnó en el seno virginal de la Virgen de Nazaret, y fue constituido Mediador de la nueva y eterna Alianza. Con el misterio de su Pascua reconcilió a la humanidad con el Padre (8) y, derramando sobre ella el Espíritu de adopción (9), la ha asociado íntimamente a sí, para hacerla capaz de ofrecer al Padre un culto agradable en espíritu y verdad (10);
‐ se prolonga en el «tiempo de la Iglesia» por medio del anuncio del Evangelio y la celebración de los sacramentos (11), que hacen que las generaciones que se suceden en la historia se adhieran a la palabra que salva, y sean incorporadas al misterio pascual;
‐ tendrá su cumplimiento total en la gloriosa segunda venida de Cristo (12), cuando él, vencida la muerte, someta a sí todas las cosas y entregue el Reino a Dios Padre (13).

5. Realizando los divinos misterios, la Iglesia celebra la entera obra de la salvación; celebrando los acontecimientos pasados, de alguna manera los hace presentes y, en el «hoy cultual» (14), efectúa la salvación de los fieles que, peregrinos aún sobre la tierra, se dirigen a la ciudad futura (15).

La bienaventurada. Virgen María, que, según el plan de Dios y con vistas al misterio de Cristo y de la Iglesia, ha «entrado íntimamente en la historia de la salvación» (16), intervino de varias y admirables maneras en los misterios de la vida de Cristo.

6. Las misas de la bienaventurada Virgen María encuentran su razón de ser y su valor en esta íntima participación de la Madre de Cristo en la historia de la salvación. La Iglesia, conmemorando el papel de la Madre del Señor en la obra de la redención o sus privilegios, celebra ante todo los acontecimientos salvadores en los que, según el designio de Dios, intervino la Virgen María con vistas al misterio de Cristo.

(5) Cf. Lc 24, 44; Jn 5, 39; 1P 1, 10.
(6) Cf. 1Co 10, 11.
(7) Conc. Vat. II, Const. Dogm. Dei Verbum, n. 15.
(8) Cf. Col 1, 22; 2Co 5, 18-19.
(9) Cf. Rm 8, 15-17; Ga 4, 5-6.
(10) Cf. Jn 4, 23.
(11) Cf. Mt 28, 18-20.
(12) Cf. Mt 24, 30; Hch 1, 11.
(13) Cf. 1 Co 15, 24-28.
(14) Cf. por ej., Liturgia Horarum, Antif. Magnificat, II Visperas Natividad del Señor (25 diciembre); Antif. Magnificat II Visperas Epifanía del Señor (6 enero); Antif. Magnificat II Vísperas Presentación del  Señor (2 febrero); Antif. Magnificat II vísperas Ascensión del Señor (domingo VII Pascua); Antif. Magnificat II Vísperas domingo Pentecostés.
(15) Cf. Heb 13, 14.
(16) Conc. Vat II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 65.

En las misas de santa María se celebran las intervenciones de Dios para salvar a los hombres

7. Entre estos acontecimientos de salvación, la Iglesia celebra, al comienzo del año litúrgico, la obra divina de preparación de la Madre del Redentor, en la cual, «tras la larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía» (17). En efecto, Dios vino sobre María con su gracia y la preservó de toda mancha de pecado desde el primer instante de su concepción, la llenó de los dones del Espíritu Santo y la rodeó con su amor incesante, realizando en ella «obras grandes» (18) en orden a la salvación de los hombres.

8. La Iglesia celebra la intervención de Dios en la encarnación del Verbo, en el nacimiento de Cristo, en su manifestación a los pastores, primicias de la Iglesia que surge de los judíos (19), y a los magos, primicias de la Iglesia surgida de los paganos (20); y en otros episodios de la infancia del Salvador, hechos salvadores a los que María estuvo íntimamente ligada. Por consiguiente, muchos formularios de misas, entre los que hay no pocos de gran valor litúrgico y de venerable antigüedad, celebran los misterios de la infancia de Cristo y conmemoran y ponen de manifiesto a la vez la participación que tuvo en ellos su Madre.

9. La Iglesia venera también a la bienaventurada Virgen María, «que intervino en los misterios de Cristo» (21), al celebrar litúrgicamente la vida pública del Salvador, en la que Dios Padre actuó de modo admirable. «En la vida pública de Jesús, su Madre aparece con especial relieve: ya al principio cuando las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (22). En el decurso de la predicación de su Hijo recibió las palabras con las que, elevando el Reino de Dios por encima de los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios (23) como ella lo hacía fielmente» (24).

10. Pero donde la Iglesia celebra principalmente la acción de Dios es en el misterio pascual de Cristo y, al celebrarlo, encuentra a la Madre indisolublemente asociada al Hijo; en efecto, en la pasión del Hijo la bienaventurada Virgen «sufrió vivamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, dando su consentimiento con amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (25); en su resurrección fue colmada de alegría inefable (26); después de su ascensión al cielo, unida en oración con los Apóstoles y los primeros discípulos, imploró en el Cenáculo «el don del Espíritu, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación» (27).

(17) Ibid., n. 55.
(18) Cf. Lc 1, 49.
(19) Cf. Lc 2, 15-16.
(20) Cf. Mt 2, 1-12.
(21) Conc. Vat. II, Cont. Dogm. Lumen gentium, n. 66.
(22) Cf. Jn 2, 1-11.
(23) Cf. Mt 3, 35; Lc 11, 27-28.
(24) Cf. Lc 19. 51. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 58.
(25) Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 58.
(26) Cf. Liturgia Horarum, Preces (segundo formulario) de las I y II Vísperas del Común de santa María Virgen.
(27) Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 59.



Presencia de Cristo en las celebraciones litúrgicas

11. Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. Pues en la liturgia Cristo está presente de varios modos (28): es la cabeza que preside la asamblea cultual, cuyos miembros están revestidos de dignidad real; el maestro, que continúa anunciando el Evangelio de salvación; el sacerdote, que ofrece el sacrificio de la nueva ley y actúa eficazmente en los sacramentos; el mediador, que intercede sin cesar ante el Padre en favor de los hombres (29); el hermano primogénito (39), que une su voz a la de innumerables hermanos.

Los fieles, adhiriéndose a la palabra de la fe y participando «en el Espíritu» en las celebraciones litúrgicas, se encuentran con el Salvador y se insertan vitalmente en el acontecimiento salvífico.

12. De manera semejante, la bienaventurada Virgen, asunta gloriosamente al cielo y ensalzada junto a su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores (31), no ha abandonado la misión salvadora que el Padre le confió, «sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación» (32). La Iglesia, que «quiere vivir el misterio de Cristo» (33) con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre todo en la sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora.

13. La liturgia, por su misma naturaleza, favorece, realiza y expresa maravillosamente la comunión no sólo con las Iglesias diseminadas por toda la tierra, sino también con los bienaventurados del cielo, con los ángeles y los santos, y, en primer lugar, con la gloriosa Madre de Dios.

En íntima comunión con la Virgen María (34), e imitando sus sentimientos de piedad (35), la Iglesia celebra los divinos misterios, en los cuales «Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados» (36):
‐ asociándose a la voz de la Madre del Señor, bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza (37);
‐ con ella quiere escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en su corazón (38);
‐ con ella desea participar en el misterio pascual de Cristo (39) y asociarse a la obra de la redención (40);
‐ imitándola a ella que oraba en el Cenáculo con los Apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo (41);
‐ apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo (42), y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios (43);
‐ con ella, que protege benignamente sus pasos, se dirige confiadamente al encuentro de Cristo (44).

(28) Cf. Conc. Vat. II, Const. Sacrosantum Concilium, nn. 6-7.
(29) Cf. Hb 7, 25.
(30) Cf. Rm 8, 29.
(31) Cf. Ap 19, 16.
(32) Conc. Vat II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 62.
(33) PABLO VI, Ex. Ap. Marialis cultus, de 2 de febrero de 1974, n. 11: AAS 66 (1974), p. 124.
(34) Cf. Missale Romanum, "Reunidos en comunión" de la Plegaria Eucarística I o canon romano.
(35) Cf. PABLO VI, Ex. Ap. Marialis cultus, de 2 de febrero de 1974, n. 16-20: AAS 66 (1974), p. 128-132.
(36) Cf. Conc. Vat. II, Const. Sacrosantum Concilium, n. 7.
(37) Cf. Missale Romanum, Oración colecta de la Visitación de la Virgen María (31 de mayo); Prefacio II de santa María Virgen.
(38) Cf. Bendicional, Coeditores litúrgicos, 1986, cap. IV, II: Bendición de un grupo reunido para la catequesis o la oración, preces, n. 387, pp. 173-174.
(39) Cf. Missale Romanum, Oración colecta de la memoria de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores (15 de septiembre); Bendicional, Coeditores litúrgicos, 1986, cap. XL: Bendición de las estaciones del vía crucis, preces, n. 291, pp. 575-576.
(40) Cf. Missale Romanum, Oración sobre las ofrendas de la misa votiva de santa María Virgen, Madre de la Iglesia.
(41) Cf. ibid., Prefacio de la misa votiva de santa María Virgen, Madre de la Iglesia.
(42) Cf. Liturgia Horarum, Antif. final a la Santísima Virgen María, de Completas, "Bajo tu protección".
(43) Cf. ibid, Himno Veni, praecelsa Domina, del Oficio de lectura de la fiesta de la Visitación de la Virgen María (31 de mayo).
(44) Cf. Missale Romanum, Prefacio de la misa votiva de santa María Virgen, Madre de la Iglesia.



Valor ejemplar de la Virgen María en las celebraciones litúrgicas

14. La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y hacerlo presente, pone con frecuencia ante los ojos de los fieles la figura de la Virgen de Nazaret, que «se consagró totalmente, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con él y bajo él» (45).

Por esto la Madre de Cristo resplandece, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, «como modelo de virtudes» (46) y de fiel cooperación a la obra de salvación.

15. La liturgia, heredera de la doctrina y del lenguaje de los santos Padres, para expresar la ejemplaridad de la bienaventurada Virgen, usa varios términos: modelo, sobre todo cuando quiere resaltar su santidad y presentarla a los cristianos como fiel esclava del Señor (47) y perfecta discípula de Cristo; figura, para indicar que la conducta de María ‐virgen, esposa y madre‐ prefigura la vida de la Iglesia y guía sus pasos en el camino de la fe y del seguimiento del Señor; imagen, para destacar que en María, perfectamente configurada a su Hijo, la Iglesia «contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser» (48).

16. Por eso, la Iglesia, en la sagrada liturgia, invita a los fieles a imitar a la bienaventurada Virgen sobre todo por la fe y la obediencia con que se adhirió amorosamente al designio de salvación de Dios. De modo particular, los himnos y los textos eucológicos ponen de manifiesto una rica y espléndida serie de virtudes que la Iglesia, en su experiencia secular de plegaria y de contemplación, guiada por el Espíritu Santo, ha descubierto y aprendido en la Madre de Cristo.

17. La ejemplaridad de la bienaventurada Virgen, que emerge de la celebración litúrgica, induce a los fieles a configurarse a la Madre para configurarse mejor con el Hijo. Los mueve también a celebrar los misterios de Cristo con los mismos sentimientos de piedad con que la Virgen participó en el nacimiento y en la epifanía del Hijo, en su muerte y resurrección. Les apremia a guardar diligentemente la palabra de Dios y a meditarla con amor; a alabar a Dios jubilosamente y a darle gracias con alegría; a servir fielmente a Dios y a los hermanos y a ofrecerse generosamente; a orar con perseverancia y a suplicar confiadamente; a ser misericordiosos y humildes; a observar la ley del Señor y hacer su voluntad; a amar a Dios en todo y sobre todo; a estar vigilantes en la espera del Señor que viene.

18. En la celebración de las misas de santa María, los sacerdotes y todos aquellos que desempeñan alguna función pastoral deben procurar ante todo que los fieles comprendan que el sacrificio eucarístico es el memorial de la muerte y de la resurrección de Cristo e invitarlos a participar en él plena y activamente; pero no dejen de mostrar el valor ejemplar de la figura de santa María, que contribuye en gran medida a la santificación de los fieles.

(45) Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 56.
(46) Ibid., n. 65.
(47) Cf. Lc 1, 38; 2, 48.
(48) Conc. Vat. II, Const. Sacrosantum Concilium, n. 103; cf. Missale Romanum, Prefacio de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María (15 de agosto).



II. NATURALEZA DE LAS «MISAS DE LA VIRGEN MARÍA»

19. Las Misas de la Virgen María, aprobadas por el Sumo Pontífice Juan Pablo II, y promulgadas por la Congregación para el Culto divino, se proponen sobre todo favorecer, en el ámbito del culto a la Virgen María, unas celebraciones que sean ricas en doctrina, variadas en cuanto al objeto específico y que conmemoren correctamente los hechos de salvación cumplidos por Dios Padre en la santísima Virgen, con vistas al misterio de Cristo y de la Iglesia.

20. Las «Misas» están formadas en gran parte por formularios procedentes de las actuales misas propias de las Iglesias particulares y de los Institutos religiosos, así como del mismo Misal Romano.

21. Las « Misas» están destinadas en primer lugar:
‐ a los santuarios marianos, en los que se celebran frecuentemente misas de santa María; no obstante, se deberán observar las normas establecidas en los números 29‐33 de estas Orientaciones generales;
‐ a las comunidades eclesiales que, en los sábados del tiempo ordinario, desean celebrar la misa en memoria de la bienaventurada Virgen María; estas comunidades deberán atenerse a cuanto se prescribe en el número 34 de estas Orientaciones generales.

El uso de las «Misas», como se dice más adelante en el número 37, está permitido también en aquellos días en los que, según la Ordenación general del Misal Romano (49) se pueden celebrar misas facultativas.

22. La promulgación de las Misas de la Virgen María no supone modificación alguna, ni en el Calendario Romano general, promulgado el 21 de marzo de 1969, ni en el Misal Romano, publicado en la segunda edición típica el 27 de marzo de 1975, ni en la Ordenación de lecturas de la misa, cuya segunda edición data del 21 de enero de 1981, ni tan siquiera en la actual normativa litúrgica.

(49) Cf. Ordenación general del Misal Romano, n. 316, c.

III. ESTRUCTURA DE LAS «MISAS DE LA VIRGEN MARÍA»

23. La Iglesia, en el curso del año litúrgico, celebra de manera orgánica todo el misterio de Cristo: desde la predestinación eterna, en virtud de la cual Cristo, el Verbo encarnado, es principio y cabeza, término y plenitud del género humano y de toda la creación, hasta su gloriosa segunda venida, cuando todas las cosas serán perfeccionadas en él y «Dios lo será todo para todos» (50).

24. Las Misas de la Virgen María han sido dispuestas según el orden del año litúrgico, teniendo en cuenta la íntima asociación de María al misterio de Cristo. Por tanto, los cuarenta y seis formularios de las «Misas» están distribuidos en los distintos tiempos del ano litúrgico, en relación sobre todo con el misterio que celebran: en el tiempo de Adviento (tres formularios), en el tiempo de Navidad (seis formularios), en el tiempo de Cuaresma (cinco formularios), en el tiempo de Pascua (cuatro formularios), y en el tiempo ordinario (veintiocho formularios).

Los formularios del tiempo ordinario están subdivididos en tres secciones: la primera comprende once formularios que celebran la memoria de la Madre de Dios bajo una serie de títulos tomados principalmente de la Sagrada Escritura o que expresan la relación de María con la Iglesia; la segunda sección consta de nueve formularios, en los que la Madre del Señor es venerada bajo advocaciones que recuerdan su intervención en la vida espiritual de los fieles; la tercera sección comprende ocho formularios que celebran la memoria de santa María bajo títulos que evocan su misericordiosa intercesión en favor de los fieles.

Este ordenamiento de los formularios hace que los momentos y modos de la cooperación de la santísima Virgen a la obra de la salvación se celebren en el tiempo litúrgico más adecuado, y que se ponga de relieve la profunda relación de la Madre del Señor con la misión de la Iglesia.

25. Las «Misas», siguiendo la costumbre de la liturgia romana, constan de dos volúmenes:
‐el primero contiene los textos eucológicos, las antífonas de entrada y de comunión y, en apéndice, algunas fórmulas para impartir la bendición solemne al final de la misa;
‐el segundo contiene las lecturas bíblicas asignadas a cada una de las misas, con el salmo responsorial y el «Aleluya» o el versículo antes del Evangelio.

26. En el primer volumen, para favorecer la preparación de la celebración eucarística, cada formulario va precedido de una introducción de índole histórica, litúrgica y pastoral, en la que se explica brevemente el origen de la memoria o del título de la Virgen María, se indican, en ocasiones, las fuentes del formulario y se ilustra la doctrina que emerge de los textos bíblicos y eucológicos.

(50) 1Co 15, 28. Cf. Conc. Vat. II, Const. Sacrosantum Concilium, n. 102; Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el Calendario, n. 1.


IV. USO DE LAS «MISAS DE LA VIRGEN MARÍA»

27. Para que las Misas de la Virgen María consigan los fines pastorales que se proponen, es necesario que sean usadas correctamente en todos los lugares y por parte de todos los interesados.

Respeto a los tiempos del año litúrgico

28. El uso correcto de las «Misas» requiere ante todo, por parte del celebrante, el respeto a los tiempos del año litúrgico. Por consiguiente, los diversos formularios deben ser usados, de suyo, en el tiempo litúrgico al que han sido asignados. No obstante, por causa justa, algunos formularios pueden usarse también en otro tiempo litúrgico; por ejemplo:

‐ la misa de «Santa María de Nazaret», que se encuentra entre las misas del tiempo de Navidad (núm. 8), puede ser celebrada convenientemente también en el tiempo ordinario, si un grupo de fieles quiere conmemorar la vida de la Virgen en Nazaret y su valor ejemplar;

‐ la misa de «La Virgen María, madre de la reconciliación», que se encuentra entre los formularios del tiempo de Cuaresma (núm. 14), PLIMC ser usada correctamente en el tiempo ordinario, cuando se celebra la Eucaristía para suscitar sentimientos de reconciliación y de concordia.

Por el contrario, misas como la de «La Virgen María en la Epifanía del Señor» (núm. 6) o la de «La Virgen María en la resurrección del Señor» (núm. 15) no pueden ser celebradas fuera del tiempo de Navidad o de Pascua, respectivamente, a causa de la pertenencia a un determinado tiempo litúrgico.

A) Uso de las «Misas» en los santuarios marianos

29. Las Misas de la Virgen María, como se ha dicho antes en el número 21, están destinadas en primer lugar a los santuarios marianos, para que en ellos se incremente la verdadera devoción a la Madre del Señor y se nutra del genuino espíritu litúrgico.

Esto será una gran ventaja para las Iglesias particulares, cuya actividad pastoral se ve sostenida y favorecida en gran manera por las iniciativas y las obras de los santuarios marianos. En los santuarios ‐como dispone el Código de Derecho Canónico‐, es preciso proporcionar a los fieles con mayor abundancia «los medios de salvación, predicando con diligencia la palabra de Dios y fomentando con esmero la vida litúrgica principalmente mediante la celebración de la Eucaristía y de la penitencia, y practicando también otras formas aprobadas de piedad popular» (51).

30. La celebración de la Eucaristía es el culmen y el centro de toda la acción pastoral de los santuarios: desean participar especialmente en ella los numerosos peregrinos que se reúnen en los santuarios, los grupos que se reúnen allí para un encuentro de estudio o de plegaria, los fieles que acuden individualmente para dirigir sus súplicas a Dios o para recogerse en oración contemplativa.

Por eso, es necesario poner el mayor cuidado en la celebración de la Eucaristía para que la acción litúrgica, adaptada a las condiciones particulares de los fieles y de los grupos, resulte ejemplar, y la asamblea que celebra los divinos misterios ofrezca una imagen genuina de la Iglesia (52).

31. La Congregación para el Culto divino suele conceder a los santuarios marianos la facultad de celebrar con frecuencia la misa de santa María Virgen.

En el uso de las Misas de la Virgen María ha de observarse cuanto sigue:
a) habida cuenta del tiempo litúrgico, estas misas se pueden celebrar todos los días, excepto los indicados en los números 1‐6 de la Tabla de los días litúrgicos (53);
b) sin embargo, la facultad a que se refiere la letra a) se concede solamente a los sacerdotes peregrinos o cuando se celebra la misa para un grupo de peregrinos;
c) en el tiempo de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, se deben proclamar las lecturas bíblicas asignadas en el Leccionario del tiempo para el día en que se celebra la misa, a no ser que se trate de una celebración que tenga carácter de fiesta o de solemnidad.

La «misa propia» del santuario

32. La correspondencia de los textos con el título particular con el que es venerada la Virgen María en el santuario hace que los peregrinos ‐sacerdotes y fieles‐ prefieran habitualmente celebrar la «misa propia» del santuario.

No obstante, hay que evitar que sea celebrada exclusivamente la «misa propia» del santuario, completamente al margen de los tiempos del año litúrgico. En efecto, es conveniente variar inteligentemente el formulario de la misa, para ofrecer a los fieles, incluso por medio de la celebración de la Eucaristía, una visión completa de la historia de la salvación y de la inserción de la Virgen en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

33. A título de ejemplo, se señalan algunos casos en los que, en lugar de la «misa propia» del santuario, será útil recurrir a alguna de las Misas de la Virgen María:
a) cuando en los tiempos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, las misas de la Virgen previstas en los respectivos tiempos se armonizan perfectamente con los misterios de Cristo celebrados en los citados tiempos litúrgicos;
b) cuando un formulario de las «Misas» refleja mejor las circunstancias concretas de una Iglesia local o de un grupo de peregrinos;
c) cuando un grupo de peregrinos permanece durante algunos días en el santuario o acude a visitarlo con frecuencia.

(51) Código de Derecho Canónico, can. 1234, p. 1.
(52) Cf. Conc. Vat. II, Const. Sacrosantum Concilium, n. 2.
(53) Los día indicados en los nn. 1-6 de la Tabla de los días litúrgicos, dispuesta según el orden de precedencia, son los siguientes:
1. Triduo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor.
2. Natividad del Señor, Epifanía, Ascensión y Pentecostés.
Domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua.
Miércoles de Ceniza.
Semana Santa, desde el lunes al jueves, inclusive.
Días de la Octava de Pascua.
3. Solemnidades del Señor, de la Santísima Virgen María y de los santos, inscritas en el calendario general.
Conmemoración de todos los fieles difuntos.
4. Solemnidades propias, a saber:
a) Solemnidad del Patrono principal del lugar, sea pueblo o ciudad.
b) Solemnidad de la dedicación y aniversario de la dedicación de la iglesia propia.
c) Solemnidad del Título de la iglesia propia.
d) Solemnidad: o del Título, o del Fundador, o del Patrono principal de la Orden o Congregación.
5. Fiestas del Señor inscritas en el calendario general.
6. Domingos del tiempo de Navidad y del tiempo ordinario.



B) Uso de las «Misas» para la memoria de santa María en el sábado

34. Las Misas de la Virgen María, como se ha dicho antes en el número 21, están destinadas también a las comunidades eclesiales que celebran con frecuencia la memoria de santa María «en los sábados del tiempo ordinario, en los que no coincida una memoria obligatoria» (54) y desean disponer de un repertorio más amplio de formularios.

35. La costumbre de dedicar el sábado a la bienaventurada Virgen María surgió en los monasterios carolingios a finales del siglo VIII y se difundió rápidamente por toda Europa (55). Esta práctica fue acogida también en los libros litúrgicos de muchas Iglesias particulares y se convirtió casi en patrimonio de las órdenes religiosas de vida evangélica y apostólica que empezaron a florecer a principios del siglo XIII.

Con la reforma litúrgica que siguió al Concilio de Trento, la costumbre de celebrar la memoria de santa María en el sábado entró en el Misal Romano.

La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II ha dado nuevo relieve y vigor a la memoria de santa María en el sábado; en efecto, ha hecho posible celebrarla con más frecuencia, ha aumentado tanto el número de formularios como el número de lecturas bíblicas, y ha renovado los textos eucológicos.

36. La memoria de santa María en el sábado se celebra en muchas comunidades eclesiales como una introducción al «día del Señor»; así, mientras se disponen a celebrar la memoria semanal de la resurrección del Señor, contemplan con veneración a la bienaventurada Virgen que, «en el gran sábado» cuando Cristo yacía en el sepulcro, esperó vigilante, sostenida por la fe y la esperanza, ella sola entre todos los discípulos, la resurrección del Señor (56).

Esta memoria de santa María, «antigua y discreta» (57) con su cadencia semanal, nos sugiere en cierto modo que la bienaventurada Virgen está presente y activa en la vida de la Iglesia.

C) Uso de las «Misas» en los días en que se permiten «misas facultativas»

37. En las ferias del tiempo ordinario en las que, según las normas de la Ordenación general del Misal Romano, están permitidas las «misas facultativas» (58), se concede al sacerdote que celebra la misa, con el pueblo o sin el pueblo, la facultad de usar los formularios de las «Misas».

Pero, si celebra con la participación del pueblo, al elegir la misa, «el sacerdote mirará en primer lugar al bien espiritual de los fieles, guardándose de imponer su propio gusto. Ponga principalmente cuidado en no omitir habitualmente y sin causa suficiente las lecturas que día tras día están indicadas en el Leccionario ferial, ya que la Iglesia desea que en la mesa de la palabra de Dios se prepare una mayor abundancia para los fieles» (59).

Recuerden también los sacerdotes y los fieles que la genuina devoción a la santísima Virgen no requiere que se multipliquen las celebraciones de misas de santa María, sino que en ellas todo ‐lecturas, cantos, homilía, oración de los fieles, oblación del sacrificio...‐ se desarrolle correctamente, con esmero y con vivo sentido litúrgico.

(54) Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el Calendario, n. 15.
(55) Cf. BERNALDO DE CONSTANZA, Micrologus de ecclesiasticis observationibus, cap. 60: PL 151, 1020.
(56) Cf. HUMBERTO DE RROMANIS, De vita regulari, cap. 24: Quare sabbatum attribuitur beatae Virgine, vol. II, Roma, Typis A. Befani, 1889, pp. 72-73.
(57) PABLO VI, Ex. Ap. Marialis cultus, 2-febrero-1974, n. 9: AAS 66 (1974) p. 122.
(58) Cf. Ordenación general del Misal Romano, n. 316, c.
(59) Ibid., n. 316; Cf. Ordo Lectionum Missae, 2ª ed. Típica, Libreria Editrice Vaticana, 1982, Prenotandos, n. 83; Conc. Vat. II, Const. Sacrosantum Concilium, n. 51.



V. LA PALABRA DE DIOS EN LOS FORMULARIOS DE LAS «MISAS DE LA VIRGEN MARÍA»

38. Para expresar y definir el contenido peculiar de una memoria litúrgica concurren no sólo los textos eucológicos, sino también los textos bíblicos. Por esto, se comprende que, desde la antigüedad, se ha puesto un cuidado especial en la elección de las perícopas escriturísticas. Y así, cada formulario de las Misas de la Virgen María tiene su propia «serie de lecturas» para la celebración de la liturgia de la palabra.

39. Las lecturas bíblicas de las Misas de la Virgen María constituyen un amplio y variado «repertorio», que se ha venido creando a lo largo de los siglos, con la aportación de las comunidades eclesiales, tanto antiguas como de nuestro tiempo.

En este «repertorio bíblico» se pueden distinguir tres géneros de lecturas:
a) lecturas del Nuevo y del Antiguo Testamento que contemplan directamente la vida y la misión de la bienaventurada Virgen María o contienen profecías que se refieren a ella;
b) lecturas del Antiguo Testamento que son aplicadas a santa María desde la antigüedad. En efecto, las Sagradas Escrituras, tanto de la antigua como de la nueva Alianza, han sido contempladas por los santos Padres como un conjunto único, lleno del misterio de Cristo y de la Iglesia; por este motivo, algunos hechos, figuras o símbolos del Antiguo Testamento prefiguran o evocan de modo admirable la vida y la misión de la bienaventurada Virgen María, gloriosa hija de Sión y Madre de Cristo;
c) lecturas del Nuevo Testamento que no se refieren directamente a la bienaventurada Virgen, pero que se proponen para la celebración de su memoria, a fin de poner de manifiesto que en santa María, la primera y perfecta discípula de Cristo, resplandecen de modo extraordinario las virtudes ‐la fe, la caridad, la esperanza, la humildad, la misericordia, la pureza del corazón...‐ que son exaltadas en el Evangelio.

40. Por lo que se refiere a las lecturas que han sido asignadas a cada formulario de las Misas de la Virgen María, hay que tener en cuenta lo siguiente:
a) se proponen solamente dos lecturas: la primera, tomada del Antiguo Testamento o del Apóstol (o sea, de las Cartas o del Apocalipsis), y, en el tiempo pascual, de los Hechos de los Apóstoles o del Apocalipsis; la segunda lectura se toma del Evangelio;
b) no obstante, si el sacerdote y los fieles desean proclamar tres lecturas en celebraciones de particular solemnidad, se añadirá otra lectura tomándola o de los textos del Común de santa María Virgen o de los textos contenidos en el Apéndice del Leccionario de las «Misas», teniendo en cuenta los criterios establecidos en los Prenotandos de la Ordenación de las lecturas de la misa (60);
c) las lecturas indicadas en las Misas de la Virgen María para cada formulario resultarán ordinariamente las más adecuadas para celebrar una memoria particular de la santísima Virgen. Esto no excluye la facultad del celebrante de sustituirlas con otras lecturas adecuadas, elegidas entre las propuestas en el Común de santa María Virgen, o en el Apéndice del Leccionario de estas «Misas» (61).

41. En lo referente a la liturgia de la palabra, obsérvense las normas siguientes:
a) en el tiempo de Adviento, de Navidad, de Cuaresma y de Pascua han de proclamarse las lecturas asignadas a cada día en el Leccionario del tiempo, salvo la facultad concedida en el número 31, c, a fin de que no se interrumpa la «lectura continuada» de la Sagrada Escritura o no se dejen con demasiada frecuencia las lecturas que caracterizan el tiempo litúrgico;
b) en el tiempo ordinario corresponde al sacerdote celebrante establecer, «de común acuerdo con los que ofician con él y con los demás que habrán de tomar parte en la celebración, sin excluir a los mismos fieles» (62), si es preferible proclamar las lecturas indicadas en el Leccionario de las «Misas» o las señaladas por el Leccionario del tiempo.

VI. ADAPTACIONES

42. Corresponde a las Conferencias Episcopales procurar la traducción de los formularios de las «Misas» a las diversas lenguas vernáculas, según las normas vigentes para las traducciones populares (63), de manera que responda a la índole de cada lengua y de cada cultura. Cuando parezca oportuno, pueden añadirse melodías adaptadas para el canto.

43. Pertenece también a las Conferencias Episcopales añadir, en apéndice, los formularios aprobados de las misas de la Virgen relativas a los títulos con los que es venerada por los fieles de toda o de una gran parte de un país o de una región.

(60) Cf. Ordo lectionum Missae, 2ª ed. típica, 1981, Prenotandos, nn. 78-81 ("Principios que hay que aplicar en el uso de la Ordenación de las lecturas").
(61) Cf. ibid., nn. 707-712 ("Común de santa María Virgen"); Misas de la Virgen María, t. II: Leccionario, Coeditores litúrgicos, 1987, Apéndice, nn. 1-21, pp. 189-214.
(62) Ordenación general del Misal Romano, n. 313; cf. Ordo lectionum Missae, 2ª ed. típica, 1981, Prenotandos, n. 78.
(63) Cf. Consilium para la aplicación de la Constitución sobre la sagrada liturgia, Instr. sobre la traducción de los nuevos textos litúrgicos, 25-enero-1969: Notitiae 5 (1969), pp. 3-12; Sagr. Congr. para los Sacramentos y el Culto divino, Carta a los Presidentes de las Conferencias episcopales sobre la introducción de la lengua vernácula en la liturgia, 5-junio-1976: Notitiae 12 (1976), pp. 300-302.


Orientaciones generales (Praenotanda) del Lectionarium pro Missis de beata Maria Virgine, Libreria Editrice Vaticana, 1987, promulgadas por la Congregación para el Culto divino, Decreto Christi mysterium celebrans, de 15 de agosto de 1986.

1. Sobre la importancia de la palabra de Dios en la celebración de la Eucaristía encontramos muchas cosas y muy dignas de atención en los Prenotandos de la Ordenación de las lecturas de la misa (1). Todo ello debe ser tenido en cuenta también en la celebración de las misas de la Virgen María.

I. LA PALABRA DE DIOS EN LOS FORMULARIOS DE LAS «MISAS DE LA VIRGEN MARÍA»

2. Para expresar y definir el contenido peculiar de una memoria litúrgica concurren no sólo los textos eucológicos, sino también los textos bíblicos. Por esto, se comprende que, desde la antigüedad, se ha puesto un cuidado especial en la elección de las perícopas escriturísticas. Y así, cada formulario de las Misas de la Virgen María tiene su propia «serie de lecturas» para la celebración de la liturgia de la palabra.

3. Las lecturas bíblicas de las Misas de la Virgen María constituyen un amplio y variado «repertorio», que se ha venido creando a lo largo de los siglos, con la aportación de las comunidades eclesiales, tanto antiguas como de nuestro tiempo.

En este «repertorio bíblico» se pueden distinguir tres géneros de lecturas:
a) lecturas del Nuevo y del Antiguo Testamento que contemplan directamente la vida y la misión de la bienaventurada Virgen María o contienen profecías que se refieren a ella;
b) lecturas del Antiguo Testamento que son aplicadas a santa María desde la antigüedad. En efecto, las Sagradas Escrituras, tanto de la antigua como de la nueva Alianza, han sido contempladas por los santos Padres como un conjunto único, lleno del misterio de Cristo y de la Iglesia (2); por este motivo, algunos hechos, figuras o símbolos del Antiguo Testamento prefiguran o evocan de modo admirable la vida y la misión de la bienaventurada Virgen María, gloriosa hija de Sión y Madre de Cristo;
c) lecturas del Nuevo Testamento que no se refieren directamente a la bienaventurada Virgen, pero que se proponen para la celebración de su memoria, a fin de poner de manifiesto que en santa María, la primera y perfecta discípula de Cristo, resplandecen de modo extraordinario las virtudes ‐la fe, la caridad, la esperanza, la humildad, la misericordia, la pureza del corazón...‐ que son exaltadas en el Evangelio.

4. Por lo que se refiere a las lecturas que han sido asignadas a cada formulario de las Misas de la Virgen María, hay que tener en cuenta lo siguiente:
a) se proponen solamente dos lecturas: la primera, tomada del Antiguo Testamento o del Apóstol (o sea, de las Cartas o del Apocalipsis), y, en el tiempo pascual, de los Hechos de los Apóstoles o del Apocalipsis; la segunda lectura se toma del Evangelio. Sin embargo, como que muchas veces el misterio que se celebra puede ser considerado desde muchos puntos de vista, con frecuencia se proponen dos o tres textos para la primera lectura y para el Evangelio, a fin de que se elija a voluntad. Más aún, para algunas misas se ofrecen a veces dos series íntegras de lecturas;
b) no obstante, si el sacerdote y los fieles desean proclamar tres lecturas en celebraciones de particular solemnidad, se añadirá otra lectura tomándola o de los textos del Común de santa María Virgen o de los textos contenidos en el Apéndice del Leccionario de las «Misas», teniendo en cuenta los criterios establecidos en los Prenotandos de la Ordenación de las lecturas de la misa (3);
c) las lecturas indicadas en las Misas de la Virgen María para cada formulario resultarán ordinariamente las más adecuadas para celebrar una memoria particular de la santísima Virgen. Esto no excluye la facultad del celebrante de sustituirlas con otras lecturas adecuadas, elegidas entre las propuestas en el Común de santa María Virgen, o en el Apéndice del Leccionario de estas «Misas» (4).

5. En lo referente a la liturgia de la palabra, obsérvense las normas siguientes:
a) en el tiempo de Adviento, de Navidad, de Cuaresma y de Pascua han de proclamarse las lecturas asignadas a cada día en el Leccionario del tiempo, a fin de que no se interrumpa la «lectura continuada» de la Sagrada Escritura o no se dejen con demasiada frecuencia las lecturas que caracterizan el tiempo litúrgico. Si se trata de una celebración que se hace a modo de fiesta o de solemnidad, se pueden tomar las lecturas que se encuentran en el Leccionario de las «Misas» para cada misa (5);
b) en el tiempo ordinario corresponde al sacerdote celebrante establecer, «de común acuerdo con los que ofician con él y con los demás que habrán de tomar parte en la celebración, sin excluir a los mismos fieles» (6), si es preferible proclamar las lecturas indicadas en el Leccionario de las «Misas» o las señaladas por el Leccionario del tiempo.

(1) Cf. Ordo lectionum Missae, 2ª ed. típica, 1981, Prenotandos, nn. 1-10.
(2) Cf. S. GAUDENCIO DE BRESCIA, Tractatus II in Exodum, 15: CSEL 68, pp. 26-27.
(3) Cf. Ordo lectionum Missae, 2ª ed. típica, 1981, Prenotandos, nn. 78-81.
(4) Cf. ibid., nn. 707-712; Misas de la Virgen María, t. II: Leccionario, apéndice nn. 1-21
(5) Cf. Misas de la Virgen María, t. I: Misal, Orientaciones generales, n. 31, c.
(6) Ordenación general del Misal Romano, n. 313; cf. Ordo lectionum Missae, 2ª ed. típica, 1981, Prenotandos, n. 78.

II. LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MODELO DE LA IGLESIA EN LA ESCUCHA DE LA PALABRA DE DIOS

6. La Iglesia, que en la celebración de la Eucaristía reserva el máximo honor a la proclamación de la palabra de Dios, exhorta también a los fieles a ser de aquellos «que llevan a la práctica la palabra y no se limitan a escucharla» (7) engañándose a sí mismos. En efecto según las palabras del Señor, son dichosos «los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (8).

7. En el curso de los siglos han sido muchos los discípulos santos del Señor que tuvieron en gran valor la palabra de Dios y se acercaron con gran amor a las Sagradas Escrituras como fuente de vida. Pero la Iglesia sitúa en primer término, por encima de los demás, a la Virgen de Nazaret, que fue la primera en el Nuevo Testamento en ser llamada dichosa por su fe (9), como modelo del discípulo que escucha con fe la palabra de Dios.

8. En efecto, la santísima Virgen escuchó con fe el anuncio de Gabriel y lo recibió con amor y, llamándose a sí misma esclava del Señor (10), se convirtió en la Madre de Cristo, concibiendo al Hijo de Dios antes en su mente que en su seno (11). Virgen prudente, santa María guardó en su corazón las palabras del Señor; virgen sabia, las conservó meditándolas en su alma (12).

La palabra de Dios, sembrada en el corazón de María, la impulsó a visitar a su pariente Isabel para cantar con ella a Dios por su bondad y misericordia para con Israel, su siervo amado (13). La Virgen de Nazaret no rechazó las palabras proféticas, duras (14) u oscuras (15) que le fueron dirigidas, sino que, con plena adhesión al designio de Dios, las guardó en su corazón (16).

En el banquete de bodas, interpretando las palabras del Hijo más allá de su significado literal (17), comprendió el sentido profundo del «signo de Caná» y advirtió a los sirvientes que hicieran lo que el Señor mandara (18), ayudando así a que creciera la fe de los discípulos.

Estando junto a la cruz (19), acogió las palabras del Hijo que, antes de entregar el espíritu, encomendó a su discípulo predilecto a sus cuidados maternales (20). Ella observó fielmente el mandato del Señor resucitado a los Apóstoles, de quedarse en la ciudad, hasta que se revistieran de la fuerza de lo alto (21): permaneció en Jerusalén, para esperar con fe el don del Espíritu Santo, dedicada a la oración en común con los Apóstoles.

9. Por esto, la liturgia romana, cuando exhorta a los fieles a acoger la palabra de Dios, con frecuencia les propone el ejemplo de la bienaventurada Virgen María, que Dios hizo atenta a su palabra (22) y que, como nueva Eva, adhiriéndose totalmente a la divina palabra (23) se mostró dócil a las palabras del Hijo (24). Con toda razón la Madre de Jesús es saludada como «Virgen oyente, que acogió con fe la palabra de Dios» (25): «Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia.» (26)

10. Procuren los pastores enseñar a los fieles que acuden a los santuarios marianos o participan el sábado en la Eucaristía celebrada en memoria de santa María, que es un excelente acto de devoción a la santísima Virgen el proclamar correctamente la palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas y el venerarla con amor; escucharla con fe y guardarla en el corazón; meditarla interiormente y difundirla de palabra; ponerla en práctica fielmente y conformar a ella toda la existencia.


(7) St 1, 22.
(8) Lc 11, 28.
(9) Cf. Lc 1, 45.
(10) Cf. Lc 1, 38.
(11) Cf S. AGUSTÍN, Sermo 215, 4: PL 38, 1074; S. LEÓN MAGNO, Sermo I In Nativitate Domini, 1: PL 54, 191.
(12) Cf. Lc 2, 19. 51.
(13) Cf. Lc 1, 54.
(14) Cf. Lc 2, 34-35; Mt 2, 13.
(15) Cf. Lc 2, 49.
(16) Cf. Lc 2, 51.
(17) Cf. Jn 2, 4.
(18) Cf. Jn 2, 5.
(19) Cf. Jn 19, 25.
(20) Cf. Jn 19, 26.
(21) Cf. Lc 24, 49.
(22) Cf. Liturgia Horarum, Preces (segundo formulario) de las I y II Vísperas del Común de santa María Virgen.
(23) Cf. ibid., Preces de Laudes de la Anunciación del Señor (25 de marzo).
(24) Cf. ibid., Preces de Laudes del sábado de las semanas I y III del Salterio.
(25) PABLO VI, Ex. Ap. Marialis cultus, 2-febrero-1974, n. 17: AAS 66 (1974), p. 128.
(26) Ibid., n. 17: AAS 66 (1974), P. 129.



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