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lunes, 6 de febrero de 2017

Ceremonial de los Obispos. Quinta parte. Los Sacramentos, nn. 404-666.

CEREMONIAL DE LOS OBISPOS
(14-septiembre-1984; ed. española 28-junio-2019)

QUINTA PARTE
LOS SACRAMENTOS

CAPÍTULO I
LA INICIACIÓN CRISTIANA

PRÆNOTANDA

404. El obispo, por ser el principal administrador de los misterios de Dios y el moderador de la vida litúrgica en la Iglesia que le ha sido encomendada (1), dirige la administración del bautismo, por el que se concede la participación en el sacerdocio real de Cristo; es el ministro originario de la confirmación (2); y el responsable de toda la iniciación cristiana, que realiza por sí mismo o por medio de sus presbíteros, diáconos y catequistas.

La tradición de la Iglesia ha considerado siempre este servicio pastoral como algo tan propio del obispo que no ha dudado en afirmar, por boca de san Ignacio de Antioquía: «No es lícito bautizar sin contar con el obispo» (3).

Es bueno que el obispo atienda con especial interés la iniciación cristiana de los adultos y celebre las partes más importantes de ella. Es, en fin, muy deseable que en la solemne Vigilia pascual y, en la medida de lo posible, en la visita pastoral, sea el obispo quien administre los sacramentos de la iniciación cristiana tanto a los adultos como a los niños (4).

(1) Cf. CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos en la Iglesia, Christus Dominus, n. 15.
(2) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 26.
(3) Ad Smyrnaeos, 8, 2: ed. Funk, 1, p. 283.
(4) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana. Prenotanda, n. 12.

405. Salvo casos de necesidad, no celebre el obispo los sacramentos de la iniciación cristiana en capillas privadas o en casas particulares, sino, normalmente, en la iglesia-catedral o en las iglesias parroquiales, para que la comunidad cristiana pueda participar.

I. LA INICIACIÓN CRISTIANA DE ADULTOS

406. Es propio del obispo, por sí o por su delegado, organizar, orientar y fomentar la educación pastoral de los catecumenos y admitir a los candidatos a la elección y a los sacramentos. Es de desear que, en cuanto sea posible, además de presidir la liturgia cuaresmal, él mismo celebre el rito de la elección y, en la Vigilia pascual, confiera los sacramentos de la iniciación. Finalmente, por su cuidado pastoral debe encomendar a catequistas, que realmente sean dignos y estén bien preparados, la celebración de los exorcismos menores (5).

(5) Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, n. 44.

407. Es recomendable que el obispo se reserve el rito de elección o de inscripción del nombre; y, según las circunstancias, las entregas del Símbolo y de la oración dominical; y, en fin, la misma celebración de los sacramentos de la iniciación, desde las letanias hasta la conclusión, con la ayuda de presbíteros y diáconos, como más abajo se indica. Los otros ritos, si desea presidirlos, hágalos el obispo como se indica en el Ritual Romano.

Rito de elección o de inscripción del nombre (6)

408. Con la celebración de la elección o de inscripción del nombre, que tiene lugar al comienzo de la Cuaresma, la Iglesia, oído el testimonio de padrinos y catequistas, y, confirmando los catecumenos su intención, valora el grado de preparación de estos, para comprobar si pueden acercarse a los sacramentos pascuales (7).

(6) Cf. ibid., nn. 133-151.
(7) Cf. ibid., nn. 22-23, 133.

409. El obispo, tanto si su participación en la deliberación previa fue remota como si fue próxima, debe poner en claro en la homilía o en el transcurso del rito la naturaleza religiosa y eclesial de la elección.

A él, por tanto, le corresponde pronunciar el dictamen de la Iglesia ante los presentes y, en su caso, escuchar el parecer de estos; también solicitar de los catecumenos una manifestación personal de su voluntad; y, en fin, actuando en nombre de Cristo y de la Iglesia, proceder a la admisión de los elegidos (8).

(8) Cf. ibid., n. 138.

410. Es conveniente que el obispo celebre el rito de elección en la iglesia-catedral o, por necesidades pastorales, en otra iglesia, dentro de la misa del domingo I de Cuaresma (9), usando los textos de la misa del do mingo, a no ser que parezca más oportuno otro tiempo.

Si este rito se celebra fuera del domingo I de Cuaresma, comienza con la liturgia de la Palabra. En este caso, si las lecturas del día no tienen relación con el rito que se celebra, elijanse algunas de entre las previstas para el domingo I de Cuaresma (10) u otras apropiadas.

La misa de elección o inscripción del nombre puede celebrarse siempre, a excepción de los días consignados en los números 1-4 de la tabla de días litúrgicos; se emplea el color morado (11).

(9) Cf. ibid., n. 139.
(10) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 22-24 y 744.
(11) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 372; infra Apéndice II.

411. La preparación del obispo, de los concelebrantes, si los hay, y de los otros ministros, así como la entrada en la iglesia, los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se realizan del modo acostumbrado.

412. La homilía, ajustada a lo que se celebra, debe atender no solo a los catecumenos, sino también a la comunidad de fieles. En ella, el obispo ha explicar a todos el misterio divino contenido en la llamada de la Iglesia y en su celebración litúrgica; advierta a los fieles para que a una con los elegidos, de quienes deben ser ejemplo, se preparen para las solemnidades pascuales (12).

(12) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, n. 142.

413. Tras la homilía, omitido el Símbolo, el sacerdote encargado de la iniciación de los catecumenos, o el diácono, o el catequista, o un representante de la comunidad, presenta ante el obispo, que está sentado en la cátedra con la mitra, con las palabras indicadas en el Ritual Romano o similares, a quienes van a ser elegidos.

414. Realizada la presentación, el obispo manda llamar a los que van a ser elegidos. Entonces, son llamados uno a uno por su nombre y se acercan, cada uno con su padrino, y se detienen frente al obispo (13).

(13) Cf. ibid., n. 143.

415. Después que se han acercado los candidatos, el obispo, sentado en la cátedra, con la mitra, pide el testimonio de los padrinos e interroga a los catecumenos sobre su intención de recibir los sacramentos de la iniciación. Finalmente, invita a los catecumenos a que den su nombre.

416. Y se realiza la inscripción del nombre de los candidatos, mientras se entona un canto adecuado, por ejemplo, el Salmo 15 (14).

(14) Cf. ibid., nn. 144-146.

417. Concluida la inscripción de los nombres, el obispo recibe el báculo, vuelto hacia los candidatos, anuncia que han sido elegidos para recibir los sacramentos en la Pascua. Luego, invita a los padrinos a que pongan su mano sobre el hombro de los candidatos a los que asumen, o que realicen otro gesto que tenga el mismo significados (15).

Finalmente, dejados el báculo y la mitra, el obispo se levanta e inicia con una monición la súplica por los elegidos. El diácono dice las intenciones; el obispo, extendiendo las manos sobre los elegidos, concluye la súplica con la oración.

(15) Cf. ibid., n. 147.

418. Terminada la súplica, el obispo despide a los elegidos y continúa la celebración eucarística con los fieles. Si, por graves razones, los elegidos to pueden salir y deben permanecer con los fieles, téngase en cuenta que, aun estando presentes en la eucaristía, no participan en ella como los bautizados.

419. Si el rito de la elección o de la inscripción del nombre se celebra fuera de la misa, el obispo usa alba, cruz pectoral, estola y, si es oportuno, capa pluvial de color morado, y lleva mitra sencilla y báculo.

El obispo es asistido por un diácono, revestido con las vestiduras de su orden, y los demás ministros, revestidos con alba u otra vestidura legítimamente aprobada.

Después de entrar en la iglesia, o en el lugar adecuado donde va a desarrollarse el rito, se hace la celebración de la Palabra de Dios, usando lecturas seleccionadas del Leccionario de la misa u otras apropiadas.

Todo lo demás se realiza como se ha dicho antes, nn. 412-418. El rito concluye con un canto adecuado y con la despedida de todos, al mismo tiempo que los catecumenos (16).

(16) Cf. ibid., nn. 141 y 150; cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 22-24.

Rito de las entregas

420.
Completada la instrucción de los catecumenos o transcurrido tiempo razonable desde que se inició, se celebran «las entregas, en las que la Iglesia, con gran amor, confía a los mismos catecumenos los documentos que desde la antigüedad constituyen el compendio de la fe y de la oración.

421. Es deseable que las entregas se realicen en presencia de la comunidad de los fieles, después de la liturgia de la Palabra de la misa ferial, con lecturas adecuadas a cada entrega, como se recoge en el Leccionario (17).

Dada su importancia, es bueno que, si las circunstancias lo permiten, el obispo las presida, siempre que se celebren después de la elección y no antes (18).

(17) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 748-749.
(18) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, nn. 181-182.

422. La misa se celebra con vestiduras de color morado, del modo acostumbrado, hasta el verso antes del Evangelio inclusive.

En la entrega de la oración dominical, el diácono, antes de proclamar el Evangelio, invita a los elegidos a acercarse y colocarse ante el obispo; una vez que ellos están en pie y ante él, el obispo deja la mitra, se levanta y proclama la oración dominical de la lectura del evangelio según san Mateo, que iniciará con la monición: «Ahora escuchad...» u otra similar (19).

En la entrega del Símbolo se lee el Evangelio del modo acostumbrado.

(19) Cf. ibid., n. 191.

423. Sigue luego la homilía, en la que el obispo, basándose en el texto sagrado, explica el significado y la importancia del Símbolo o de la oración dominical, refiriéndose tanto a la catequesis que han recibido los elegidos como al modo en que han de comportarse en la vida cristiana.

En la entrega del Símbolo, concluida la homilía, el diácono invita a los elegidos para que se acerquen al obispo; cuando ellos están situados ante él, el obispo, una vez que ha dejado la mitra, se levanta y dice la monición: «Queridos hermanos, escuchad... u otra similar. Luego, con toda la comunidad, recita el Símbolo, que los elegidos escuchan (20).

(20) Cf. ibid., nn. 186-192.

424. Cumplido todo esto, en pie y sin mitra, invita a orar a los fieles y, tras hacer una breve oración en silencio, dice la oración sobre los elegidos, extendiendo las manos sobre ellos.

Concluida la oración, el obispo despide a los elegidos y continúa la celebración de la eucaristía con los fieles. Si los elegidos deben permanecer con los fieles, téngase en cuenta que, aun estando presentes en la eucaristía, no participan en ella como los bautizados.

La misa continua como de costumbre. En la plegaria eucarística se hace memoria de los elegidos y de los padrinos.

Celebración de los sacramentos de iniciación

425. Además de todo lo que es necesario para la celebración de la misa estacional, prepárese un acetre con agua, el óleo de los catecumenos, el santo crisma, un cirio bautismal, el cirio pascual, el Ritual Romano, un cáliz de suficiente capacidad para distribuir la comunión bajo las dos especies, un lavabo, una palangana y una toalla para lavar y secar las manos.

426. Cuando, según la norma, se celebra la iniciación de los adultos en la noche santa de la Vigilia pascual, para conferir los sacramentos ha de observarse cuanto se indica más arriba, nn. 356-367.

Aun cuando la celebración de la iniciación se realice fuera de la Vigilia pascual, resplandezca siempre por su indole pascual.

Si la celebración del bautismo se hace un día en el que están permitidas las misas rituales (21), puede decirse la misa «En la celebración del bautismo», con sus lecturas propias y usando el color blanco.

Si no se celebra la misa ritual, se puede tomar una de las lecturas de entre las que el Leccionario propone para esta misa (22).

Pero si se trata de los días señalados en los números 1-4 de la tabla de días litúrgicos (23), se celebra la misa del día con sus lecturas.

(21) Cf. infra, Apéndice III.
(22) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 751-755.
(23) Cf. infra, Apéndice II.

427. En la administración de los sacramentos, obsérvense las normas e se indican para la Vigilia pascual, nn. 356-367. Un presbítero realiza los demás ritos explanativos.

428. Omitido el Símbolo, la misa continúa del modo acostumbrado.

Mientras se realiza el canto del ofertorio, es oportuno que algunos neófitos lleven al altar el pan, el vino y el agua para la celebración de la eucaristía.

En la plegaria eucarística se hace memoria de los bautizados padrinos, usando las fórmulas que se proponen en el Misal.

Conviene que los neófitos reciban la sagrada comunión bajo las dos especies; también pueden recibirla del mismo modo sus padres, padrinos, catequistas y otros familiares.

Tiempo de la mistagogía

429.
Para comenzar el trato pastoral con los nuevos miembros de su Iglesia, cuide el obispo, especialmente si no hubiera podido presidir el mismo los sacramentos de la iniciación cristiana, que al menos una vez se reúna con los neófitos, preferiblemente un domingo del tiempo pascual o en el aniversario del bautismo, y presida la celebración eucarística, en la que ellos pueden comulgar bajo las dos especies (24).

(24) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, nn. 37-40, 235-239.

Rito simplificado de la iniciación

430.
Si, en circunstancias extraordinarias, el obispo debe presidir la iniciación cristiana de un adulto con el rito simplificado, es decir, celebrado en un único paso, un presbítero realiza todos los ritos que preceden a la bendición del agua. El mismo obispo bendice el agua bautismal, realiza las preguntas sobre las renuncias y la fe, y luego administra el bautismo y la confirmación, observando aquello que se dispone para la administración de estos sacramentos en la Vigilia pascual (nn. 356-367). Los demás ritos explanativos los realiza un presbítero (25).

(25) Cf. ibid., nn. 240-273.

II. EL BAUTISMO DE NIÑOS

431.
Prepárese esto para la celebración del bautismo:
a) un recipiente con agua;
b) el óleo de los catecumenos;
c) el santo crisma;
d) el cirio bautismal;
e) el cirio pascual;
f) el Ritual Romano.

Además, para el obispo: mitra, báculo, un lavabo, una palangana y una toalla para lavar y secar las manos.

432. Es conveniente que asista al obispo, al menos, un presbítero, que normalmente será el párroco, un diácono y algunos ministros.

El presbítero recibe a los niños y realiza los ritos que preceden a la liturgia de la Palabra, luego dice la oración del exorcismo y hace la unción prebautismal; y, después del bautismo, hace la unción con el crisma, la imposición de la vestidura, la entrega del cirio encendido y el rito del Effetha.

Celebración del bautismo dentro de la misa

433. El obispo, los presbíteros que oportunamente concelebran con él y los diáconos, llevan las vestiduras sagradas de color blanco o festivo, que se requieren para la celebración de la misa. Si se va a administrar la comunión bajo las dos especies, dispóngase un cáliz de suficiente capacidad.

434. En los días que se permiten las misas rituales (26), puede decirse la misa «En la celebración del bautismo», con sus lecturas propias.

Si no se dice la misa ritual, se puede elegir una de las lecturas de entre las que se proponen en el Leccionario para esta misa (27).

Pero, si se trata de los días señalados en los números 1-4 de la tabla de días litúrgicos (28), se celebra la misa del día con sus lecturas propias.

Puede usarse siempre la fórmula de la bendición final del rito del bautismo.

(26) Cf. infra, Apéndice III.
(27) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 756-760.
(28) Cf. infra, Apéndice II.

435. El obispo, tras entrar en la iglesia, como de costumbre, con los presbíteros, diáconos y ministros, deja el báculo y la mitra, venera el altar y, si es oportuno, lo inciensa, y se dirige a la cátedra, donde saluda al pueblo, después se sienta con la mitra.

436. Entonces, el párroco u otro presbítero se acerca con los ministros a la entrada de la iglesia, donde realiza los ritos de recepción de los niños, como se dispone en el Ritual del Bautismo de niños.

437. Una vez que todos han ocupado sus lugares en la iglesia, el obispo deja la mitra, se levanta y, omitidos el acto penitencial y el Señor, ten piedad, dice el Gloria, de acuerdo con las rúbricas, y pronuncia la oración colecta.

438. Después se realiza la liturgia de la Palabra con la homilía del obispo. El Símbolo se omite, ya que se hará después la profesión de fe por parte de padres y padrinos, a la cual el obispo, junto con la comunidad, asiente.

439. Al finalizar la oración universal, que introduce el obispo, el presbítero dice la oración de exorcismo y hace la unción prebautismal, mientras el obispo permanece de pie en la cátedra.

440. Hecho todo esto, el obispo recibe la mitra y el báculo, y va en procesión al baptisterio si está fuera de la iglesia o no queda a la vista de los fieles.

Pero si la pila de agua bautismal está colocada a la vista de la asamblea, el obispo, los padres y los padrinos se acercan a ella con los párvulos, mientras los demás permanecen en sus lugares.

Si el baptisterio no tiene capacidad para todos los presentes, se puede administrar el bautismo en un lugar más adecuado, dentro de la iglesia, a donde se dirigen los padres y padrinos en el momento oportuno.

Entretanto, si puede hacerse dignamente, se canta un canto adecuado, por ejemplo, el Salmo 22.

En la procesión hacia el baptisterio, los bautizandos, los padres y los padrinos siguen al obispo.

441. Cuando se llega a la fuente, o al lugar en el que se van a realizar los ritos bautismales, el obispo introduce este momento de la celebración recordando brevemente a los presentes el maravilloso plan de Dios, que quiso santificar, mediante el agua, el alma y el cuerpo del hombre.

Después, deja el báculo y la mitra, y vuelto hacia la fuente, dice la bendición del agua que resulte adecuada al tiempo (29).

(29) Cf. Ritual Romano, Ritual del Bautismo de niños, nn. 122-123, 217-218.

442. Luego se sienta, recibe la mitra y el báculo, y hace a los padres y padrinos las preguntas sobre las renuncias a Satanás y la profesión de fe (30).

(30) Cf. ibid., nn. 73 a; 124-127.

443. Finalizadas las preguntas, el obispo deja el báculo, se levanta y bautiza a los niños. Si los bautizandos son muchos, sacerdotes y diáconos ayudan al obispo para bautizar a los párvulos (31).

(31) Cf. ibid., n. 128.

444. Después, el obispo se sienta, con la mitra, mientras el párroco u otro presbítero realiza la unción con el crisma, impone la vestidura blanca, entrega el cirio encendido y, si ha lugar, hace el rito del Effetha,
mientras el obispo va diciendo las fórmulas establecidas (32).

(32) Cf. ibid., nn. 129-132.

445. Luego, a no ser que el bautismo haya tenido lugar en el mismo presbiterio, se hace la procesión hasta el altar; los bautizados, padres y padrinos van detrás del obispo y llevan los cirios encendidos de los bautizados (33).

(33) Cf. ibid., n. 133.

446. Después, omitido el Símbolo, la misa continúa del modo acostumbrado

Mientras se realiza el canto del ofertorio, es oportuno que algunos padres o padrinos de los bautizados lleven al altar el pan, el vino y el agua para la celebración de la eucaristía.

En la plegaria eucarística se hace conmemoración de los bautizados y padrinos, empleando la fórmula que se propone en el Misal.

Los padres, padrinos y familiares pueden recibir la comunión bajo las dos especies.

447. Para impartir la bendición al final de la misa, es conveniente que el obispo use una de las fórmulas recogidas en el Ritual del Bautismo de niños (34).

Las madres, que sostienen a sus niños en los brazos, y los padres se sitúan ante el obispo. El obispo, vuelto hacia a ellos, de pie y con la mitra, dice: «El Señor esté con vosotros» (35). Entonces, uno de los diáconos puede decir la monición para la bendición, y el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice las invocaciones de la bendición. Después, toma el báculo y dice: «La bendición de Dios todopoderoso...», y hace sobre el pueblo la señal de la cruz.

El obispo puede, también, impartir la bendición con alguna de las fórmulas propuestas más abajo, nn. 1120-1121.

(34). Cf. ibid., n. 79 e; n. 135, nn. 225-227.
(35) Cf. ibid., n. 135.

448. Luego, el diácono despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz», y todos responden: «Demos gracias a Dios».

Celebración del bautismo fuera de la misa

449.
El obispo se reviste con alba, cruz pectoral, estola y capa pluvial de color blanco; los presbíteros se revisten con sobrepelliz sobre la vestidura talar o con alba, y estola; es conveniente que el diácono lleve dalmática.

450. La entrada en la iglesia se realiza como de costumbre. Cuando el obispo llega al altar, hace la reverencia, se dirige a la cátedra, donde saluda al pueblo; luego se sienta.

451. El rito de recepción de los niños a la puerta de la iglesia lo realiza un presbítero, como se describe en el Ritual del Bautismo de niños.

452. Situados todos en su lugar, se realiza la liturgia de la Palabra, con la homilía del obispo; después, todo lo demás se hace como se indica más arriba, nn. 435-445.

453. Cuando llegan al altar, el obispo, una vez que ha dejado la mitra, pronuncia la introducción de la oración dominical, que luego dice con todos.

454. Después, llevando la mitra, imparte la bendición, como se indica más arriba, n. 447. Concluye la celebración con el cántico del Magníficat u otro canto adecuado.

III. LA CONFIRMACIÓN

455. El ministro ordinario de la confirmación es el obispo. El sacramento, normalmente, es administrado por él, lo que es una referencia más directa a la primera efusión del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Pues después que se llenaron del Espíritu Santo, los mismos apóstoles lo transmitieron a los fieles por medio de la imposición de las manos. Así, la recepción del Espíritu Santo por el ministerio del obispo demuestra el estrecho vínculo que une a los confirmados a la Iglesia y el mandato recibido de dar testimonio de Cristo entre los hombres (36).

(36) Pontifical Romano, Ritual de la Confirmación, n. 7.

456. Por causa grave, como ocurre algunas veces por el gran número de confirmandos, el obispo puede contar con la ayuda de algunos presbíteros para la administración del sacramento. Se aconseja que los presbíteros designados:
a) o bien tengan un ministerio o cargo especial en la diócesis, a saber, sean vicarios generales, o vicarios episcopales, o vicarios territoriales;
b) o bien sean párrocos de los lugares en los que se administra la confirmación, o párrocos de los lugares a los que pertenecen los confirmandos, o presbíteros que han trabajado especialmente en la preparación catequética de los confirmandos (37).

(37) Ibid., n. 8 a-b.

457. Para la administración de la confirmación se ha de preparar:
a) las vestiduras sagradas necesarias para la celebración, según el rito se realice dentro de la misa o fuera de la misa, de acuerdo a cuanto se indica más abajo, nn. 458 y 473;
b) sedes para los presbíteros que ayudan al obispo;
c) una o varias crismeras con el santo crisma;
d) el Pontifical Romano;
e) lo necesario para lavar las manos, tras la unción de los confirmados;
f) si la confirmación se administra dentro de la misa y se va a distribuir la sagrada comunión bajo las dos especies, un cáliz de capacidad suficiente (38).

Normalmente, la celebración se realiza en la cátedra. Pero, si lo exige la participación de los fieles, puede prepararse una sede para el obispo ante el altar o en otro lugar adecuado.

(38) Cf. ibid., n. 19.

Celebración de la confirmación dentro de la misa

458. Es muy conveniente que el obispo celebre la misa. Los presbíteros que le ayudan en la administración de la confirmación concelebran con él. Todos, por lo tanto, ne revisten con las vestiduras sagradas necesarias para la misa.

En cambio, si la misa es celebrada por otro, conviene que el obispo presida la liturgia de la Palabra y de la bendición al final de la misa, como se describe más arriba, no. 175-185. En este caso, el obispo se reviste con alba, cruz pectoral, estola y capa pluvial del color propio de la misa, además, utiliza mitra y báculo; los presbíteros que van a ayudarle en la administración de la confirmación se revisten, en caso de que no concelebren, con sobrepelliz sobre la vestidura talar o con alba, estola y, si es oportuno, capa pluvial.

459. Los días que se permiten las misas rituales (39), puede decirse la misa «En la celebración de la confirmación», con sus lecturas propias (40), se utiliza el color rojo o el blanco.

Si no se dice la misa ritual, se puede elegir una de las lecturas de entre las que propone el Leccionario para esta misa.

Pero si se trata de los días señalados en los números 1-4 de la tabla de días litúrgicos (41), se dice la misa del día, con sus lecturas.

Puede usarse siempre la fórmula de bendición final propia de la misa ritual.

(39) Cf. infra, Apéndice III.
(40) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 764-768.
(41) Cf. infra, Apéndice II.

460. La entrada en la iglesia, los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio se realizan como de costumbre.

461. Proclamado el Evangelio, el obispo se sienta con la mitra en la cátedra o en la sede que haya sido dispuesta (los presbíteros que le ayudan, se sientan cerca de él).

El párroco, u otro presbítero, o diácono, o también un catequista, según las costumbres propias de cada lugar, presenta a los confirmandos, de esta manera: si es posible, se llama a cada confirmando por su nombre y estos se acercan uno a uno al presbiterio; si son niños, son acompañados por uno de los padrinos o por uno de los padres, y se sitúan delante del obispo. Si son muchos los confirmandos, no se los llama por su nombre pero se sitúan delante del obispo en un lugar oportuno (42).

(42) Cf. Pontifical Romano, Ritual de la Confirmación, n. 25.

462. Entonces, el obispo hace una breve homilía en la que, explicando e sentido de las lecturas bíblicas, va llevando como de la mano a los confirmandos, a sus padrinos, a los padres y a toda la asamblea a una comprensión más profunda del sacramento de la confirmación (43), utilizando, si lo desea, la exhortación que se encuentra en el Pontifical.

(43) Ibid., n. 26

463. Concluida la homilía, el obispo, sentado con la mitra y el báculo, pregunta a los confirmandos, que están todos en pie, pidiéndoles la renovación de las promesas bautismales (44), y al final proclama la fe de la Iglesia a la que asiente la comunidad con una aclamación o un canto adecuado.

(44) Cf. ibid., n. 28.

464. Luego, deja el báculo y la mitra, se levanta y, con los presbíteros que le van a ayudar a su lado y con las manos juntas, vuelto hacia el pueblo dice la exhortación: «Oremos, hermanos...»; todos oran en silencio durante unos instantes (45).

Después, el obispo (y los presbíteros que le van a ayudar) impone las manos sobre los confirmandos. Sin embargo, solo el obispo dice la oración: «Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo...». (46)

(45) Cf. ibid., n. 31
(46) Cf. ibid., n. 32

465. A continuación, el obispo se sienta y recibe la mitra. Se acerca un diácono con la crismera o las crismeras del santo crisma. Si los presbíteros ayudan al obispo a conferir la unción, el diácono lleva todas las crismeras al obispo, que se las entrega a cada uno de los presbíteros, que se acercan a él.

466. Después, los confirmandos se acercan al obispo y a los presbíteros o, si es oportuno, el obispo, con mitra y báculo, y los presbíteros se acercan a cada uno de los confirmandos.

Quien presenta al confirmando, le pone la mano derecha sobre su hombro y dice al obispo el nombre del confirmando, o es el propio confirmando quien dice su nombre (47).

(47) Cf. ibid., nn. 33. 34.

467. El obispo (o el presbítero) impregna la punta del dedo pulgar de la mano derecha en crisma y realiza con este dedo el signo de la cruz en la frente del confirmando mientras dice la fórmula sacramental. Cuando el confirmado ha respondido: «Amén», se añade: «La paz sea contigo», a lo que el confirmado responde: «Y con tu espíritu». Durante la unción puede cantarse algún canto apropiado (48).

(48) Cf. ibid. n., 34.

468. Tras la unción, el obispo (y los presbíteros) se lavan las manos.

469. Luego, el obispo, en pie y sin mitra, hace la monición de la oración universal y la concluye.

470. Se omite el Símbolo, porque ya se ha realizado la profesión de fe. Sigue la misa como de costumbre.

Mientras se realiza el canto del ofertorio, es conveniente que algunos de los confirmados lleven al altar el pan, el vino y el agua para la celebración de la eucaristía.

En la plegaria eucarística se hace conmemoración de los confirmados, utilizando la formula que se propone en el Misal.

Los confirmados, sus padrinos, padres, catequistas y otros familiares pueden recibir la comunión bajo las dos especies (49).

(49) Cf. Ibid., nn. 39, 41.

471. Para impartir la bendición, al final de la misa, el obispo usa la fórmula de bendición solemne o la oración sobre el pueblo, según el Pontifical Romano (50).

Ante el obispo se sitúan, de pie, los recién confirmados. El obispo, de ple con la mitra, dice El Senor este con vosotros. Entonces, uno de los diaconos puede decir la monición para la bendición y el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice las invocaciones de la bendición. Después, toma el báculo y dice: «Y la bendición de Dios todopoderoso...» y hace la señal de la cruz sobre el pueblo.

El obispo también puede impartir la bendición con las fórmulas recogidas más abajo, nn. 1120-1121.

(50) Ibid., nn. 44-45.

472. Después, el diácono despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz». Todos responden: «Demos gracias a Dios».

Celebración de la confirmación fuera de la misa

473.
El obispo se reviste con alba, cruz pectoral, estola y capa pluvial de color blanco, además utiliza mitra y báculo. Los presbíteros que van a colaborar con él se revisten de sobrepelliz sobre la vestidura talar o de alba, estola y, si es oportuno, capa pluvial de color blanco. Los diáconos llevan alba y estola, y los demás ministros van revestidos con albas, o con otras vestiduras legítimamente aprobadas para ellos.

474. Reunidos los confirmandos, los padres, los padrinos y toda la asamblea de hieles, mientras se ejecuta un canto adecuado, el obispo, con los presbíteros, los diáconos y los otros ministros, se acerca al presbiterio y, tras hacer la reverencia al altar, se dirige a la cátedra, donde, dejando el báculo y la mitra, saluda al pueblo e inmediatamente pronuncia la oración: «Te pedimos, Dios de poder....».

475. La celebración de la Palabra, la presentación de los confirmandos, la homilía y todo lo demás se realiza como se describe más arriba, nn. 461-469.

476. Concluida la oración universal, que el obispo puede introducir con una monición adecuada, todos dicen la oración dominical. Luego, el obispo añade la oración: «Señor, Dios nuestro, que diste a los apóstoles...».

477. El obispo imparte la bendición como se ha descrito más arriba, n. 471. Después, el diácono despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz». Todos responden: «Demos gracias a Dios». 

CAPÍTULO II
EL SACRAMENTO DEL ORDEN

PRÆNOTANDA

478. «Cristo el Señor, para dirigir al pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo» (51).

Pues el propio «Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo, hizo a los obispos partícipes de su propia consagración y misión, por mediación de los apóstoles, de los cuales son sucesores. Estos han confiado legítimamente la función de su ministerio, en diversos grados, a diversos sujetos en la Iglesia. Así, el ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos órdenes que ya desde antiguo recibían los nombres de obispos, presbíteros y diáconos» (52).

Los obispos, revestidos de la plenitud del sacramento del Orden, son administradores de la gracia del supremo sacerdocio y como legados y vicarios de Cristo gobiernan, junto con su presbiterio, las Iglesias particulares que les han sido confiadas (53).

«Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes, sin embargo están unidos a estos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del Orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, para anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto divino» (54).

«En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, a los que se les imponen las manos para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio. Fortalecidos, en efecto, con la gracia del sacramento, en comunión con el obispo y sus presbíteros, están al servicio del pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad» (56).

(51) CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 18.
(52) Ibid., n. 28.
(53) Cf. ibid., nn. 26, 27; Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos en la Iglesia, Christus Dominus, n. 1.
(54) CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 28.
(55) Ibid., n. 29.

I. ALGUNAS NORMAS GENERALES RELATIVAS AL RITO DE LAS SAGRADAS ORDENES

479. 
La ordenación, tanto del obispo como de los presbíteros o de los diáconos, pero sobre todo del obispo, realícese con la mayor asistencia posible de fieles, en domingo o en día festivo, a no ser que razones pastorales aconsejen otro día, por ejemplo, para la ordenación del obispo, una fiesta de los apóstoles (56). Se excluye el Triduo pascual, el Miércoles de Ceniza, toda la Semana Santa y la Conmemoración de todos los fieles difuntos.

(56) Cf. Pontifical Romano, Ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos, nn. 22, 109, 184, 250.

480. La ordenación debe realizarse dentro de la misa, que se celebra como misa estacional, generalmente en la iglesia-catedral. Por razones pastorales, se puede celebrar en otra iglesia o en un oratorio (57).

(57) Cf. Ibid., nn. 21, 108, 182, 249.

481. La ordenación se realiza, normalmente, en la cátedra; aunque, para facilitar la participación de los fieles, puede hacerse delante del altar o en otro lugar adecuado.

Dispónganse las sedes de los ordenandos de modo que los fieles puedan seguir la acción litúrgica con comodidad.

482. Fuera de los días que se encuentran entre los números 1-4 de la tabla de precedencia de días litúrgicos (58) y de las fiestas de los apóstoles, puede celebrarse la misa ritual «En la celebración de las sagradas ordenes» (59).

Las lecturas se toman de entre aquellas que propone el Leccionario para estas celebraciones (60).

En la plegaria eucarística se hará conmemoración de los ordenados utilizando la fórmula propuesta en el Pontifical Romano.

En otros días en que no se dice la misa ritual, puede tomarse una de las lecturas que se proponen en el Leccionario para esta misa.

En la ordenación del obispo, si se trata de los días que en la tabla de días litúrgicos están entre los nn. 1-4, o en las fiestas de los apóstoles, se dice la misa del día con sus lecturas propias.

58. Cf. infra, Apéndice II.
59. Cf. Misal Romano, Misas rituales II: «En la celebración de las sagradas órdenes»; Pontifical Romano, Ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos, cap. VI: Misa en la celebración de las sagradas órdenes, nn. 342-345.
60. Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 770-774.

II. LA ORDENACIÓN DEL OBISPO

483.
Es muy conveniente que la ordenación del obispo se realice en su propia iglesia-catedral. En este caso, se muestran y se leen las Letras apostólicas, y el ordenado se sienta en su cátedra, como se indica más abajo, nn. 493 y 509.

484. El obispo ordenante principal debe estar acompañado, al menos, de otros dos obispos ordenantes, que concelebrarán la misa con él y con el elegido; pero es muy conveniente que todos los obispos presentes ordenen al elegido junto con el ordenante principal (61).

(61) Cf. Pontifical Romano, Ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos, Prenotandos, n. 16.

485. Es muy conveniente que todos los obispos ordenantes, y los presbíteros que asisten al elegido, concelebren la misa con el ordenante principal y con el elegido. Si la ordenación se realiza en la iglesia propia del elegido, es deseable que concelebren también algunos presbíteros de su presbiterio.

Cuídese, no obstante, que la distinción entre obispos y presbíteros quede clara, incluso en la disposición de los lugares.

486. Asisten al elegido dos presbíteros (62).

(62) Cf. ibid., n. 17.

487. El ordenante principal, los obispos y los presbíteros concelebrantes se revisten con las vestiduras sagradas requeridas para la celebración de la misa. El elegido se reviste con todas las vestiduras sacerdotales y, además, con la cruz pectoral y la dalmática.

Los obispos ordenantes que pudieran no concelebrar llevan alba, cruz pectoral, estola y, si es oportuno, capa pluvial y mitra. Los presbíteros que asisten al elegido, si no concelebran, llevan capa pluvial sobre el alba o sobrepelliz sobre la vestidura talar.

Las vestiduras han de ser del color de la misa que se celebra o de color blanco; también pueden emplearse otras festivas o más nobles (63).

(63) Cf. ibid., n. 30.

488. Además de todo lo que se ha dicho, y de cuanto es necesario para la
concelebración de la misa estacional, prepárese cuanto sigue:
a) el Libro de Ordenación;
b) el texto de la plegaria de ordenación para los obispos ordenantes;
c) un gremial de lino;
d) el santo crisma;
e) lo necesario para el lavado de manos;
f) anillo, báculo pastoral y mitra para el elegido y, si fuera el caso, palio (64).

(64) Cf. ibid., n. 28.

489. Las insignias, salvo el palio, no necesitan bendición previa, si se entregan en el mismo rito de la ordenación (65).

(65) Cf. ibid., n. 28 f.

490. Además de la cátedra para el obispo ordenante principal, las sedes para los obispos ordenantes, para el elegido y los presbíteros concelebrantes se dispondrán de esta forma (66).
a) En la liturgia de la Palabra, el obispo ordenante principal se sienta en la cátedra; los otros obispos ordenantes, junto a la cátedra, a ambos lados; y el elegido, en el lugar más conveniente del presbiterio entre los presbíteros que lo asisten.
b) La ordenación del elegido hágase, normalmente, en la cátedra; pero si es necesario para la participación de los fieles, prepárense las sedes para el obispo ordenante principal y para los demás obispos ordenantes delante del altar, o en otro lugar más oportuno; pero las sedes para el elegido y los presbíteros que lo asisten, prepárense de modo que los fieles puedan ver bien la acción litúrgica (67).

(66) Cf. ibid., n. 29.
(67) Cf. ibid.

491. Dispuesto todo, se organiza la procesión por la iglesia hasta el altar, del modo acostumbrado.

El elegido se sitúa en medio de los presbíteros asistentes, después de los presbíteros concelebrantes y ante los obispos ordenantes (68).

(68) Cf. ibid., n. 31.

492. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se desarrollan del modo acostumbrado (69).

(69) Cf. ibid., n. 32.

493. Si el obispo es ordenado en su propia iglesia-catedral, después del saludo al pueblo, uno de los diáconos o de los presbíteros concelebrantes muestra las Letras apostólicas al Colegio de consultores, estando presente el canciller de la Curia, quien levanta acta de ello y las lee, después, desde el ambón; todos escuchan sentados, aclamando al final: «Demos gracias a Dios», u otra aclamación apropiada.

En las diócesis recién erigidas, se dan a conocer dichas Letras al clero y al pueblo, presentes en la iglesia-catedral, levantando acta de ello el presbítero de más edad de entre los presentes (70).

(70) Cf. ibid., n. 33.

494. Después de la lectura del Evangelio, el diácono deposita de nuevo, y con toda reverencia, el Evangeliario sobre el altar, donde permanece hasta el momento de ponerlo sobre la cabeza del ordenado (71).

(71) Cf. ibid., n. 34.

495. Proclamado el Evangelio, comienza la ordenación del obispo. Puestos todos en pie, se canta el himno Veni, creator Spiritus u otro semejante, según las costumbres del lugar (72).

(72) Cf. ibid., n. 35.

496. Luego, el obispo ordenante principal y los otros obispos ordenantes se dirigen, si es oportuno, a las sedes preparadas para la ordenación del elegido y se sientan con la mitra (73).

(73) Cf. ibid., n. 36.

497. El elegido es acompañado por los presbíteros asistentes ante el obispo ordenante principal, a quien hace una reverencia. Uno de los presbíteros asistentes pide al obispo ordenante principal que proceda a la ordenación del elegido. El obispo ordenante principal ordena que se lea el Mandato apostólico, que todos escuchan sentados y, al final, responden: «Demos gracias a Dios», o prestan su asentimiento a la elección de otro modo, conforme a los usos locales (74).

(74) Cf. ibid., nn. 37-38.

498. Después, el obispo ordenante principal hace la homilía en la que, partiendo del texto de las lecturas de la Sagrada Escritura leído en la misa, amonesta al clero, al pueblo y también al elegido sobre el ministerio del obispo; puede hacerlo con las palabras del Pontifical de Ordenación o con sus propias palabras, semejantes a aquellas (75).

(75) Cf. ibid., n. 39.

499. Tras la homilía, solo el elegido se pone en pie y se sitúa ante el obispo ordenante principal, que lo interroga sobre su propósito de conservar la fe y cumplir su ministerio, como se describe en el Pontifical (76).

(76) Cf. ibid., n. 40.

500. Luego, los obispos dejan la mitra y se levantan; de la misma manera, todos se levantan. El obispo ordenante principal, en pie, con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo, dice la invitación: «Oremos, hermanos...». Después el diácono, es el caso, dice: «Pongámonos de rodillas». Entonces, el obispo ordenante principal y los obispos ordenantes se arrodillan, delante de sus sedes; el elegido se postra; y todos los demás se arrodillan también.

Sin embargo, en tiempo pascual y los domingos se omite la exhortación: «Pongámonos de rodillas»; el elegido se postra, aunque los demás permanecen en pie.

Entonces, los cantores comienzan las letanías, en las que pueden añadirse, en el lugar adecuado, los nombres de algunos santos, por ejemplo, el patrono, el titular de la iglesia, el fundador, el patrono de quien recibe la ordenación u otras invocaciones que resulten más adecuadas a las circunstancias, puesto que las letanías ocupan el lugar de la Oración universal (77).

(77) Cf. ibid., nn. 41-42.

501. Terminadas las letanías, el obispo ordenante principal, en pie y con las manos extendidas, dice la oración: «Escucha, Señor, nuestra oración...»; acabada esta, el diácono, si antes de las letanias invitó a arrodillarse, dice: «Podéis levantaros», y todos se ponen en pie (78).

(78) Cf. ibid., n. 43.

502. El elegido se levanta, se acerca al obispo ordenante principal y se arrodilla ante él.

El obispo ordenante principal, con la mitra puesta, impone las manos sobre la cabeza del elegido, sin decir nada.

Después, los demás obispos, uno a uno, se acercan al elegido y le imponen las manos, sin decir nada, y permanecen cerca del obispo ordenante principal hasta que finalice la plegaria de ordenación (79).

(79) Cf. ibid., nn. 44-45.

503. Luego, el obispo ordenante principal recibe el Evangeliario, de uno de los diáconos, y lo coloca abierto sobre la cabeza del elegido; dos diáconos, de pie, a derecha e izquierda del elegido, sostienen el Evangeliario sobre su cabeza hasta que el obispo ordenante principal termine (80).

(80) Cf. ibid., n. 46.

504. Entonces, el obispo ordenante principal, tras dejar la mitra, teniendo a su lado a los demás obispos ordenantes, que tampoco llevan la mitra, con las manos extendidas, pronuncia: «Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo...».

La parte de la plegaria que va desde las palabras «Infunde ahora» hasta las palabras «Para gloria y alabanza incesante de tu nombre» es dicha por todos los obispos ordenantes, en voz baja y con las manos juntas.

El resto de la plegaria de ordenación la dice solo el obispo ordenante principal. Al final de la plegaria, todos dicen: «Amén» (81).

(81) Cf. ibid., n. 47.

505. Finalizada la plegaria de ordenación, todos se sientan. El obispo ordenante principal y los demás obispos se ponen la mitra. Los diáconos retiran el Evangeliario, que sostenían sobre la cabeza del ordenado. Y uno de ellos lo tiene hasta el momento de entregarlo al ordenado (82).

(82) Cf. ibid., n. 48.

506. El obispo ordenante principal se pone el gremial de lino y recibe el recipiente con el santo crisma de uno de los diáconos, y unge la cabeza del ordenado, que está de rodillas ante él, diciendo: «Dios, que te ha hecho participe del sumo sacerdocio de Cristo...». Tras la unción, se lava las manos (83).

(83) Cf. ibid., n. 49.

507. Después, recibe del diácono el Evangeliario y lo entrega al ordenado, diciendo: «Recibe el Evangelio»; hecho lo cual, el diácono toma de nuevo el libro y lo devuelve a su lugar (84).

(84) Cf. ibid., n. 50.

508. Por fin, el obispo ordenante principal entrega al ordenado las insignias episcopales. En primer lugar, le coloca el anillo en el dedo anular de la mano derecha, diciendo: «Recibe este anillo, signo de fidelidad». Si al ordenado le ha sido concedido el palio, el obispo ordenante principal, antes de imponerle la mitra, le entrega el palio, diciendo: «Recibe el palio traído del sepulcro de san Pedro», y se lo impone sobre los hombros. Después le impone la mitra, diciendo: «Recibe la mitra, brille en ti el resplandor de la santidad». A continuación, le entrega el báculo pastoral, diciendo: «Recibe el báculo, signo del ministerio pastoral» (85).

(85) Cf. ibid., nn. 51-54.

509. Entonces, todos se levantan. Si la ordenación se ha hecho en la iglesia propia del ordenado, el obispo ordenante principal lo conduce a la cátedra y lo invita a sentarse en ella. Fuera de la propia iglesia, el obispo ordenante principal invita al obispo ordenado a sentarse en el primer puesto entre los obispos concelebrantes (86).

(86) Cf. ibid., n. 55.

510. Finalmente, el ordenado, tras dejar el báculo, se levanta y recibe el beso del obispo ordenante principal y de todos los obispos.

Mientras tanto, hasta que este rito finalice, puede cantarse el Salmo 95 con la antifona Id al mundo entero u otro canto apropiado, del mismo tipo, que concuerde con la antifona (87). El canto prosigue hasta que todos le hayan dado el beso.

(87) Cf. ibid., nn. 56-57.

511. Si la ordenación ha tenido lugar dentro de los límites de la diócesis propia del obispo recién ordenado, es conveniente que el obispo ordenante principal lo invite a que, a partir de este momento, sea él quien presida la concelebración de la liturgia eucarística. Si, por el contrario, la ordenación se ha hecho en otra diócesis, el obispo ordenante principal preside la concelebración; en este caso, el obispo recién ordenado ocupa el primer lugar entre los otros concelebrantes (88).

(88) Cf. ibid., n. 27.

512. Se dice el Símbolo según las rúbricas; la oración universal se omite.

513. En la liturgia eucarística, todo se hace según lo establecido para la concelebración de la misa estacional.

En la plegaria eucarística, uno de los obispos concelebrantes hace la conmemoración del ordenado, con la fórmula establecida que se propone en el Pontifical de Ordenación (89).

Los padres y otros familiares del ordenado pueden recibir la comunión bajo las dos especies (90).

(89) Cf. ibid., n. 59.
(90) Cf. ibid., n. 60.

514. Concluida la oración después de la comunión, se canta el himno Te Deum u otro himno similar, según las costumbres locales. Mientras tanto, el ordenado recibe la mitra y el báculo y, acompañado por dos ordenantes, recorre la iglesia y bendice a todos (91).

(91) Cf. ibid., n. 61.

515. Acabado el himno, el ordenado, estando en el altar o, si se encuentra en su propia iglesia, en la cátedra, puede hablar brevemente al pueblo (92).

(92) Cf. ibid., n. 62

516. Luego, el obispo que ha presidido la liturgia eucarística imparte la bendición. En pie, con la mitra y vuelto al pueblo, dice: «El Señor esté con vosotros». Entonces, uno de los diáconos puede decir la monición para la bendición, y el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice las invocaciones de la bendición. Después recibe el báculo y dice: «Y a todos vosotros», haciendo la señal de la cruz sobre el pueblo.

El texto de las invocaciones varía según presida el ordenado o el ordenante principal (93).

(93) Cf. ibid., n. 63,

517. Dada la bendición y despedido el pueblo por el diácono, tiene lugar la procesión hacia la sacristía mayor, del modo acostumbrado (94).

(94) Cf. ibid., n. 64.

III. LA ORDENACIÓN DE LOS PRESBÍTEROS

518.
En la misa de su ordenación, todos los presbíteros concelebran con el obispo. Es muy conveniente que, en esta concelebración, el obispo admita también a otros presbíteros; en este caso, los presbíteros recién ordenados ocupan el primer lugar entre los otros presbíteros concelebrantes (95).

(95) Cf. ibid., n. 114.

519. Los ordenandos llevan amito, alba, cíngulo y estola diaconal. Dispónganse, además, las casullas para cada uno de los ordenandos.

Las vestiduras son del color de la misa que se celebra, o de color blanco; también pueden emplearse otras vestiduras festivas o más nobles (96).

(96) Cf. ibid., n. 117.

520. Además de lo dicho anteriormente, y de lo que es necesario para la concelebración de la misa estacional, dispóngase lo siguiente:
a) el Libro de Ordenación;
b) estolas para los presbíteros no concelebrantes, que imponen las manos a los ordenandos;
c) un gremial de lino;
d) el santo crisma;
e) lo necesario para el lavado de las manos, tanto del obispo como de los ordenandos;
f) la sede para el obispo, si la ordenación no tiene lugar en la cátedra;
g) un cáliz de capacidad suficiente para la comunión de los concelebrantes, y de todos aquellos a quienes corresponde.

521. En la procesión de entrada, los ordenandos siguen a los otros diaconos y preceden a los presbíteros concelebrantes.

522. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se realizan como de costumbre (97).

(97) Cf. ibid., n. 119.

523. Proclamado el Evangelio, comienza la ordenación de los presbíteros. El obispo se sienta en la cátedra, o en la sede que ha sido preparada, y recibe la mitra.

524. Un diácono llama a los ordenandos, de este modo: «Acercaos los que vais a ser ordenados presbíteros». E inmediatamente los nombra de uno en uno, y cada uno de los llamados, dice: «Presente», y se acerca al obispo, a quien hace una reverencia (98).

(98) Cf. ibid., n. 121.

525. Situados todos ante el obispo, el presbítero designado por el obispo los presenta, como se indica en el Pontifical de Ordenaciones (99). El obispo concluye, diciendo: «Con el auxilio de Dios», y todos dicen: «Demos gracias a Dios», o asienten a la elección de otro modo, determinado por la Conferencia de obispos.

(99) Cf. ibid., n. 122.

526. Después, estando todos sentados, el obispo, con mitra y báculo, salvo que considere otra cosa, hace la homilía, en la que, partiendo del texto de las sagradas lecturas que se han leído en la misa, amonesta al pueblo y a los elegidos acerca del ministerio de los presbíteros: esto puede hacerlo usando las palabras del Pontifical de Ordenaciones, o con sus propias palabras (100).

(100) Cf. ibid., n. 123.

527. Tras la homilía, los elegidos se colocan en pie ante el obispo, que les pregunta a todos, conjuntamente, como se describe en el Pontifical de Ordenaciones (101).

(101) Cf. ibid., n. 124.

528. Luego, el obispo deja el báculo, y cada uno de los elegidos se acerca al obispo, se arrodilla ante él y pone sus manos juntas entre las manos del obispo. El obispo pide a cada uno de ellos promesa de obediencia, según las fórmulas propuestas.

En el caso de que el rito de colocar las manos unidas entre las manos de obispo pudiera parecer poco apropiado, corresponde a las Conferencias de obispos establecer otra cosa (102).

(102) Cf. ibid., n. 125.

529. Después, el obispo, tras dejar la mitra, se levanta, y todos con él. En pie, con las manos juntas y vuelto al pueblo, el obispo hace la invitación: «Oremos, hermanos...». Luego, el diácono dice: «Pongámonos de rodillas». En ese momento, el obispo se arrodilla delante de la sede; los elegidos se postran; todos los demás se arrodillan en sus puestos.

Sin embargo, en tiempo pascual y los domingos, el diácono no dice «Pongámonos de rodillas», pero los elegidos se postran, aunque los demás permanezcan en pie.


Entonces, los cantores comienzan las letanias, en las que pueden añadirse, en su lugar, los nombres de algunos santos, por ejemplo, el patrono, el titular de la iglesia, el fundador, los patronos de quienes reciben la ordenación u otras invocaciones más apropiadas a cada circunstancia, dado que las letanias sustituyen a la oración universal (103).

(103) Cf. ibid., nn. 126-127.

530. Terminadas las letanías, solo el obispo se pone en pie y, con las manos extendidas, dice la oración: «Escúchanos, Señor, Dios nuestro...»; acabada esta, el diácono (si antes de las letanías invitó a arrodillarse) añade: «Podéis levantaros», y todos se levantan (104).

(104) Cf. ibid., n. 128.

531. Cada uno de los elegidos se acerca al obispo y se arrodilla ante él. El obispo recibe la mitra e impone las manos sobre la cabeza de cada uno de ellos, sin decir nada (105).

(105) Cf. ibid., nn. 129-130.

532. Después, los presbíteros concelebrantes y todos los demás presbíteros, siempre que vayan revestidos con estola sobre el alba o sobre la vestidura talar con sobrepelliz (106), imponen las manos sobre cada uno de los elegidos, sin decir nada. Tras la imposición de manos, los presbíteros permanecen en torno al obispo, hasta que termina la plegaria de ordenación (107).

(106) Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Instrucción tercera para aplicar debidamente la Constitución Sacrosanctum Concilium, Liturgicæ instaurationes (5.IX.1979), n. 8 c: AAS 62 (1970), p. 701.
(107) Cf. Pontifical Romano, Ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos, n. 130.

533. Luego, el obispo, una vez que ha dejado la mitra, teniendo ante si a los elegidos arrodillados, canta o recita la plegaria de ordenación, con las manos extendidas (108).

(108) Cf. ibid., n. 131.

534. Concluida la plegaria de ordenación, el obispo se sienta y recibe la mitra. Los ordenados se levantan. Los presbíteros presentes regresan a sus lugares; sin embargo, algunos de ellos colocan a cada ordenado la estola al modo presbiteral y los revisten con la casulla (109).

(109) Cf. ibid., n. 132.

535. Después, el obispo recibe el gremial de lino y unge con el santo crisma las palmas de las manos de cada uno de los ordenados, que están de rodillas ante él, diciendo: «Jesucristo, el Señor...». Luego, el obispo y los ordenados se lavan las manos (110).

(110) Cf. ibid., n. 133.

536. Mientras los ordenados se revisten con la estola y la casulla, y mientras el obispo les unge las manos, se canta el Salmo 109 con la antifona indicada u otro canto del mismo género (111). El canto continúa hasta que todos los ordenados hayan regresado a sus lugares.

(111) Cf. ibid., n. 134.

537. Luego, los fieles presentan el pan sobre la patena y el cáliz, ya con vino y agua, para la celebración de la misa. El diácono lo recibe y se lo ofrece al obispo, quien, a su vez, lo pone en manos de cada ordenado, arrodillado ante él, diciendo: «Recibe la ofrenda...» (112).

(112) Cf. ibid., n. 135.

538. Finalmente, el obispo acoge a cada ordenado con el beso, diciendo: «La paz contigo». El ordenado responde: «Y con tu espíritu».

Si las circunstancias lo permiten, al menos algunos presbíteros presentes pueden simbolizar, con el beso, que los recién ordenados son asociados a ellos en el orden.

Mientras tanto, puede cantarse el responsorio Ya no os llamo siervos o el Salmo 99 con la antifona Vosotros sois mis amigos u otro canto del mismo género (113). El canto continúa hasta que todos hayan acabado de darse el beso de paz.

(113) Cf. ibid., nn. 136-137.

539. El Símbolo se dice según las rúbricas, pero se omite la oración universal (114).

(114) Cf. ibid., n. 138.

540. La liturgia eucarística se realiza según lo dispuesto para la concelebración de la misa, pero se omite la preparación del cáliz (115).

(115) Cf. ibid., n. 139.

541. En la plegaria eucarística se hace conmemoración de los ordenados, usando las fórmulas propuestas en el Pontifical de Ordenaciones.

542. Los padres y otros familiares de los ordenados pueden recibir la comunión bajo las dos especies (116).

Finalizada la distribución de la comunión, puede cantarse un canto de acción de gracias (117). En lugar de la bendición acostumbrada, puede impartirse la bendición del Pontifical de Ordenaciones. Los ritos de conclusión se realizan del modo acostumbrado.

(116) Cf. ibid., n. 141.
(117) Cf. ibid., nn. 143-144.


IV. LA ORDENACIÓN DE LOS DIÁCONOS

543. Los ordenandos llevan amito, alba, cíngulo. Dispónganse, además, estolas y dalmáticas para cada ordenando.

Las vestiduras son del color de la misa que se celebra, o de color blanco; también pueden emplearse otras vestiduras festivas o más nobles (118).

(118) Cf. ibid., nn. 190 y 192.

544. Además de lo indicado anteriormente y de lo que es necesario para la celebración de la misa estacional, prepárese lo siguiente:
a) el Libro de Ordenación;
b) la sede para el obispo, si la ordenación no tiene lugar en la cátedra;
c) un cáliz de capacidad suficiente para la comunión bajo las dos especies.

545. Estando todo dispuesto, se ordena la procesión por la iglesia hacia el altar, del modo acostumbrado. Los ordenandos preceden al diácono que lleva el Evangeliario, que se utiliza en la misa de la ordenación. Siguen los demás diáconos, si los hay, los presbíteros concelebrantes y, finalmente, el obispo con sus dos diáconos asistentes, ligeramente detrás de él (119).

(119) Cf. ibid., n. 193.

546. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se hacen del modo acostumbrado.

Tras la proclamación del Evangelio, el diácono deposita nuevamente, con reverencia, el Evangeliario sobre el altar, donde permanece hasta el momento de entregarlo a los ordenados (120).

(120) Cf. ibid., nn. 194-195.

547. Proclamado el Evangelio, se inicia la ordenación de los diáconos El obispo se sienta en la cátedra, o en la sede que ha sido dispuesta para él, y recibe la mitra (121).

(121) Cf. ibid., n. 196.

548. Un diácono llama a los ordenandos de la forma siguiente: «Acercaos los que vais a ser ordenados diáconos». E inmediatamente los nombra individualmente; cada uno de los llamados dice: «Presente», y se acerca al obispo, a quien hace una reverencia (122).

(122) Cf. ibid., n. 197.

549. Estando todos situados ante el obispo, los presenta un presbítero designado por el obispo, como se describe en el Pontifical de Ordenaciones. El obispo finaliza diciendo: «Con el auxilio de Dios», y todos dicen: «Demos gracias a Dios», o asienten a la elección de otro modo aprobado por la Conferencia de obispos (123).

(123) Cf. ibid., n. 198.

550. Luego, estando todos sentados, el obispo, con mitra y báculo, salvo que considere otra cosa, hace la homilía, en la que, partiendo del texto de las lecturas sagradas que se han leído en la misa, amonesta al pueblo y a los elegidos sobre el ministerio de los diáconos, cosa que puede hacer con las palabras del Pontifical de Ordenaciones (n. 199) o con sus propias palabras, teniendo en cuenta la condición de los ordenandos, según se trate de elegidos casados y no casados, o solamente de elegidos no casados, o solamente de elegidos casados.

551. Tras la homilía, el obispo pregunta al mismo tiempo a todos los elegidos, que están en pie ante el, según el texto del Pontifical de Ordenaciones; si se trata de religiosos profesos, también les pregunta sobre la promesa de asumir el celibato, en cambio, se omite la pregunta sobre el Celibato si los ordenandos solamente son elegidos casados (124).

(124) Cf. ibid., n. 200.

552. Luego, el obispo deja el báculo, y cada uno de los elegidos se acerca al obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre las manos del obispo. Este pide a cada uno de ellos promesa de obediencia, según las fórmulas propuestas.

En caso de que el rito de colocar las manos unidas entre las manos del obispo pudiera parecer poco apropiado, corresponde a las Conferencias de obispos establecer otro modo (125).

(125) Cf. ibid., n. 201.

553. Después, el obispo, tras dejar la mitra, se levanta, y todos con él. En pie, con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo, el obispo hace la invitación: «Oremos, hermanos...». Luego, el diácono dice: «Pongámonos de rodillas»; a continuación, el obispo se arrodilla ante su sede; en cambio, los elegidos se postran; los demás también se arrodillan, en sus sitios.

Sin embargo, en tiempo pascual y los domingos, el diácono no dice: «Pongámonos de rodillas»; aunque los elegidos se postran; los demás, en cambio, permanecen de pie.

Entonces, los cantores comienzan las letanías, a las que pueden añadirse, en el lugar adecuado, algunos nombres de santos, por ejemplo, el del patrono, el del titular de la iglesia, el del fundador, los de los patronos de quienes reciben la ordenación u otras invocaciones más apropiadas a cada circunstancia, puesto que las letanías ocupan el lugar de la oración universal (126).

(126) Cf. ibid., nn. 202-203.

554. Terminadas las letanías, solo el obispo se pone en pie y, con las manos extendidas, dice la oración: «Señor Dios, escucha...»; acabada esta, el diácono (si antes de las letanias invitó a arrodillarse) añade: «Podéis levantaros, y todos se levantan (127).

(127) Cf. ibid., n. 204.

555. Cada uno de los elegidos se acerca al obispo, que está de pie delante de la sede, con mitra, y se arrodilla ante él. El obispo impone las manos sobre la cabeza de cada uno de ellos, sin decir nada (128).

(128) Cf. ibid., nn. 205-206.

556. Después, el obispo deja la mitra. Los elegidos se arrodillan ante él, que canta o dice la plegaria de ordenación, con las manos extendidas (129).

(129) Cf. ibid., n. 207.

557. Concluida la plegaria de ordenación, el obispo se sienta y recibe la mitra. Los ordenados se levantan y algunos diáconos, u otros ministros, colocan a cada uno la estola al modo diaconal y lo revisten con la dalmática. Entre tanto, puede cantarse la antifona Dichosos los que habitan con el Salmo 83, u otro canto adecuado, del mismo tipo, que concuerde con la antífona. El canto continúa asta que todos los ordenados se han revestido con la dalmática (130).

(130) Cf. ibid., nn. 208-209.

558. Los ordenados, revestidos con las vestiduras diaconales, se acercan al obispo, se arrodillan ante él, que le entrega en las manos a cada uno el Evangeliario, diciendo: «Recibe el Evangelio de Cristo» (131).

(131) Cf. ibid., n. 210.

559. Finalmente, el obispo acoge a cada uno de los ordenados con el beso de la paz, diciendo: «La paz contigo». El ordenado responde: «Y con tu espíritu».

Si las circunstancias lo permiten, los diáconos presentes pueden simbolizar con el beso de paz que los recién ordenados se asocian a ellos en el orden. Mientras tanto, puede cantarse la antífona Al que me sirva, con el Salmo 145, u otro canto adecuado, del mismo tipo, que concuerde con la antifona (132).

(132) Cf. ibid., nn. 211-212.

560. El Símbolo se dice según las rúbricas; pero se omite la oración universal (133).

(133) Cf. ibid., n. 213.

561. La liturgia eucarística se realiza según el Ordinario de la misa. Algunos de los ordenados presentan al obispo las ofrendas para la celebración de la misa; uno de ellos, al menos, asiste al obispo en el altar.

562. En la plegaria eucarística se hace conmemoración de los ordenados, utilizando las fórmulas que se proponen en el Pontifical de Ordenaciones (134).

(134) Cf. ibid., n. 214.

563. Los diáconos recién ordenados comulgan bajo las dos especies. El diácono que asiste al obispo en el altar sirve como ministro del cáliz. Algunos de los diáconos recién ordenados ayudan al obispo en la distribución de la comunión a los fieles (135).

Los padres y los demás familiares de los ordenados también pueden recibir la comunión bajo las dos especies.

Finalizada la distribución de la comunión, puede cantarse un canto de acción de gracias.

En lugar de la bendición acostumbrada, puede impartirse la bendición que se indica en el Pontifical de Ordenaciones (136).

Los ritos conclusivos se hacen del modo acostumbrado.

(135) Cf. ibid., nn. 215-217.
(136) Cf. ibid., n. 218.

V. ORDENACIÓN DE DIÁCONOS Y DE PRESBÍTEROS CELEBRADAS CONJUNTAMENTE EN UNA ACCIÓN LITÚRGICA

564. Para la preparación de los ordenandos y de la celebración, sígase lo que se indica más arriba, nn. 543-544 y 518-520 (137).

(137) Cf. ibid., nn. 257-259.

565. En la procesión de entrada, los ordenandos diáconos preceden al diácono que lleva el Evangeliario; en cambio, los ordenandos presbíteros siguen al resto de los diáconos y preceden a los presbíteros concelebrantes (138).

(138) Cf. ibid., n. 260.

566. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra, hasta el Evangelio inclusive, se realizan del modo acostumbrado (139).

(139) Cf. ibid., n. 261.

567. Entonces, un diácono llama a los elegidos para el diaconado y estos son presentados por el presbítero encargado de la manera descrita más arriba, nn. 548-549; y, a continuación, los elegidos para el presbiterado, del modo indicado, nn. 524-525. Proclamado el Evangelio, comienza la ordenación. El obispo se sienta en la cátedra o en la sede preparada, y recibe la mitra.

568. Luego, estando todos sentados, el obispo, con mitra y báculo, salvo que considere otra cosa, hace la homilía, en la que, partiendo de las lecturas sagradas que se han leído en la misa, amonesta al pueblo y a los elegidos acerca del ministerio de los diáconos y de los presbíteros; teniendo también en cuenta la condición de los diáconos ordenandos, según se trate de elegidos casados y no casados, o solamente de elegidos no casados, o solamente de elegidos casados. Puede hacerlo con las palabras indicadas en el Pontifical de Ordenaciones o utilizando las suyas propias (140).

(140) Cf. ibid., nn. 267 y 308.

569. A continuación, se acercan solo los elegidos para el diaconado y se sitúan de pie ante el obispo, que interroga conjuntamente a todos los elegidos, según indica el texto en el Pontifical de Ordenaciones (141).

(141) Cf. ibid., n. 268.

570. Por fin, el obispo deja el báculo y cada uno de los elegidos al diaconado se acerca al obispo, se arrodilla ante él y pone sus manos juntas entre las manos del obispo.

El obispo pide a cada uno la promesa de obediencia, según las fórmulas propuestas en el Pontifical de Ordenaciones.

Si el rito de poner las manos juntas entre las manos del obispo pudiera parecer poco apropiado, las Conferencias de obispos pueden establecer otra cosa (142).

(142) Cf. ibid., n. 269.

571. Terminados estos ritos, los ordenandos diáconos se retiran un poco, y se levantan los ordenandos presbíteros, que se sitúan de pie ante el obispo. Este les pregunta, conjuntamente; luego, cada uno de ellos se acerca al obispo, se arrodilla ante él y, con el mismo rito que antes, el obispo pide a cada uno la promesa de obediencia, según las formulas recogidas en el Pontifical de Ordenaciones (143).

(143) Cf. ibid., nn. 270-272.

572. Después, el obispo, tras dejar la mitra, se levanta, y todos con él, y se cantan las letanias con su monición introductoria y su oración conclusiva, utilizando los textos que se encuentran en el Pontifical de Ordenaciones, como se indica más arriba, nn. 529-530 (144).

Acabadas las letanias, los elegidos para el presbiterado se retiran y tiene lugar la ordenación de los diáconos (145).

(144) Cf. ibid., nn. 272-274.
(145) Cf. ibid., n. 274.

573. La ordenación de los diáconos se realiza observando lo que se ha descrito anteriormente, nn. 555-558. Aunque el beso de paz se da después de terminar la ordenación de los presbíteros.

574. Terminada la ordenación de los diáconos, regresan los diáconos a su lugar y se acercan los elegidos para el presbiterado.

El obispo, una vez que ha dejado la mitra, se levanta, y todos con él. El obispo está con las manos juntas y vuelto hacia pueblo, y dice la exhortación: «Oremos, hermanos», y todos oran en silencio durante unos momentos.

575. Continúa, después, la ordenación de los presbíteros, observando en ella lo que se ha indicado más arriba, nn. 531-537.

576. Por fin, el obispo da el beso a cada uno de los ordenados, primero a los presbíteros y luego a los diáconos. Igualmente, todos los presbíteros presentes, o al menos algunos, pueden expresar con el beso que los recién ordenados se asocian a ellos en el orden; y todos los diaconos, o al menos algunos, hacen lo mismo con los diáconos recién ordenados.

Mientras tanto, puede cantarse el responsorio Ya no os llamo o la antifona Vosotros sois mis amigos, con el Salmo 99, u otro canto del mismo tipo, que concuerde con el responsorio o la antifona (146).

(146) Cf. ibid., n. 291.

577. El Símbolo se dice según las rúbricas, pero se omite la oración universal (147).

(147) Cf. ibid., n. 292.

578. La liturgia eucarística se realiza según el rito de la concelebración de la misa; se omite, sin embargo, la preparación del cáliz. Uno de los diáconos ordenados asiste al obispo en el altar (148).

(148) Cf. ibid., n. 293.

579. En la plegaria eucarística se hace la conmemoración de los ordenados, utilizando las fórmulas que se indican en el Pontifical de Ordenaciones (149).

(149) Cf. ibid., n. 294.

580. Los diáconos recién ordenados reciben la comunión bajo las dos especies. El diácono que asiste al obispo se encargará de servir el cáliz. Algunos de los diáconos recién ordenados ayudan al obispo en la distribución de la comunión a los fieles.

Los padres y los demás familiares de los ordenados pueden recibir la comunión bajo las dos especies.

Finalizada la distribución de la comunión, puede cantarse un canto de acción de gracias. En lugar de la bendición acostumbrada, puede darse la bendición que se indica en el Pontifical de Ordenaciones (n. 299 o n. 340).

Los ritos de conclusión se realizan del modo acostumbrado (150).

(150) Cf. ibid., nn. 295-298.

VI. RITO PARA LA ADMISIÓN DE CANDIDATOS AL ORDEN SAGRADO

581. El rito de admisión tiene por objeto que quienes aspiran al diaconado o al presbiterado manifiesten públicamente su voluntad de entregarse a Dios y a la Iglesia, para el ejercicio del orden sagrado; la Iglesia, por su parte, al aceptar esta entrega, elige a cada candidato y lo llama para que se prepare a recibir el orden sagrado y, así, es admitido formalmente entre los candidatos al diaconado o al presbiterado (151).

Los religiosos profesos de institutos clericales que se preparan para el presbiterado no están obligados a este rito.

(151) Cf. PABLO VI, Carta apostólica Ad pascendum (15.VIII.1972): AAS 64 (1972), p. 538.

582. El rito de admisión debe celebrarse cuando haya constancia de que el propósito de los candidatos, avalado por las cualidades necesarias, ha alcanzado el suficiente grado de madurez.

583. Es celebrado por el obispo o por el superior mayor de un Instituto clerical, o por un delegado suyo, según la condición del aspirante (152).

(152) Cf. Pontifical Romano, Ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos, Apéndice II: Rito para la admisión de candidatos al orden sagrado, Praenotanda, nn. 1-2.

584. El rito de admisión puede celebrarse cualquier día, excepto en el Triduo pascual, Semana Santa, Miércoles de Ceniza y Conmemoración de todos los fieles difuntos; se celebra dentro la misa o en la Liturgia de las Horas, en la iglesia u oratorio del Seminario o del Instituto religioso, o en una celebración de la Palabra de Dios, con ocasión, por ejemplo, de alguna reunión de presbíteros o diáconos. Sin embargo, por su propia naturaleza, esta celebración no se puede unir nunca a la celebración de las órdenes sagradas, ni a la institución de lectores o acólitos (153).

(153) Cf. ibid., n. 3.

585. El obispo esté acompañado por un diácono o un presbítero, encargado de llamar a los candidatos, así como por otros ministros adecuados.

586. Si el rito se celebra dentro de la misa, el obispo se reviste con las vestiduras sagradas necesarias para la celebración eucarística y usa mitra y báculo; por el contrario, si se celebra fuera de la misa, puede llevar, sobre el alba, la cruz pectoral, la estola y la capa pluvial del color adecuado, o solo la cruz y la estola sobre el roquete y la muceta; en este último caso, no se usa ni mitra ni báculo.

587. Si el rito se celebra dentro de la misa, puede decirse la misa por las vocaciones a las sagradas órdenes, con las lecturas propias (154) del rito de admisión, empleando el color blanco.

Pero si coincide en los días señalados entre los nn. 1-9 de la tabla de días litúrgicos (155), se dice la misa del día.

Cuando no se dice la misa por las vocaciones a las sagradas órdenes, una de las lecturas puede tomarse de las que se proponen en el Leccionario para el rito de admisión, a no ser que coincida uno de los días que se citan en los nn. 1-4 de la tabla de días litúrgicos (156).

(154) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 775-779.
(155) Cf. infra, Apéndice II; Pontifical Romano, Ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos, Apéndice II, Rito para la admisión de candidatos al orden sagrado, Prænotanda, n. 4.
(156) Cf. ibid.

588. Si se hace dentro de una celebración de la Palabra de Dios, esta puede iniciarse con una antífona apropiada y, después del saludo del obispo, se dice la oración colecta de la misa antes mencionada. Las lecturas se toman de las indicadas en el Leccionario para esta celebración (157).

(157) Cf. ibid., n. 5.

589. Cuando se celebra el rito dentro de la Liturgia de las Horas, comienza después de la lectura breve o larga. En Laudes y Vísperas, en lugar de las intercesiones o preces, pueden decirse las invocaciones de la
oración común, como se propone en el Apéndice del Pontifical de Ordenaciones

590. El obispo, convenientemente provisto de mitra y báculo, y sentado en la cátedra, hace la homilía después de las lecturas bíblicas, que concluye con una exhortación que se encuentra en al Apéndice del Pontifical de Ordenaciones, o con otras palabras similares (158).

(158) Cf. ibid., n. 8.

591. Después el diácono o el presbítero encargado llama por su nombre a los aspirantes. Responde cada uno: «Presente», y se acerca al obispo, al que hace una reverencia (159).

(159) Cf. ibid., n. 9.

592. El obispo realiza el interrogatorio con las palabras del Apéndice del Pontifical de Ordenaciones o con otras que la Conferencia de obispos haya establecido. Además, si parece bien, el obispo puede recibir el propósito de los aspirantes con algún signo externo, decidido por la Conferencia de obispos. El obispo concluye, diciendo: «La Iglesia acepta», y todos responden: «Amén» (160).

(160) Cf. ibid., n. 10.

593. Entonces, el obispo deja el báculo y la mitra, se levanta y todos se levantan al mismo tiempo. Se dice el Símbolo, si corresponde según las rúbricas. Luego, el obispo invita a los fieles a orar, diciendo: «Pidamos humildemente...»; el diácono u otro ministro idóneo propone las intenciones de la oración, a las que todos responderán con una aclamación adecuada. Después, el obispo dice la oración: «Escucha, Señor... » o «Señor, dígnate...» (161)

(161) Cf. ibid., nn. 11-14.

594. Si la admisión se celebra dentro de la misa, esta continúa del modo acostumbrado y en ella los candidatos, sus padres y otros familiares pueden recibir la comunión bajo las dos especies (162).

(162) Cf. ibid., n. 15.

595. Si el rito ocurre dentro de la celebración de la Palabra de Dios, el obispo saluda y bendice a la asamblea congregada; el diácono la despide, diciendo: «Podéis ir en paz», a lo que todos responden: «Demos gracias a Dios» (163).

(163) Cf. ibid.

596. Pero si se realiza dentro de la Liturgia de las Horas, todo aquello que sigue al rito se realiza del modo acostumbrado (164).

(164) Cf. ibid.

597. «Los candidatos al diaconado, tanto permanente como transitorio, y los candidatos al presbiterado deben recibir los ministerios de lector y de acólito, si todavía no los han recibido, y ejercerlos durante un tiempo conveniente, para mejor prepararse a los futuros ministerios de la Palabra y del altar» (165).

El rito de la institución de lectores y acólitos queda recogido más adelante, en los nn. 790-820.

(165). Cf. PABLO VI, Carta apostólica Ad pascendum (15.VIII.1972): AAS 64 (1972), p. 539.

CAPÍTULO III
EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

PRÆNOTANDA

598.
Recordando que el Señor Jesucristo participó en las bodas de Caná de Galilea, muestre el obispo interés por bendecir, en algunas ocasiones, el matrimonio de sus fieles, sobre todo de los más pobres.

La preparación y la celebración del matrimonio, que concierne en primer lugar a los mismos futuros cónyuges y a sus familias, también compete, por razón de la cura pastoral y litúrgica, al obispo (166).

Para que aparezca más claramente que en esta participación del obispo no hay acepción de personas (167), o un signo de mera solemnidad, conviene que habitualmente, el obispo no asista a los matrimonios en capillas privadas o en domicilios particulares, sino en su iglesia-catedral o en las iglesias parroquiales, de modo que la celebración del matrimonio se distinga con claridad por su carácter eclesial y la comunidad local pueda participar (168).

(166) Cf. Ritual Romano, Ritual del Matrimonio, n. 12.
(167) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 32; cf. Ritual Romano, Ritual del Matrimonio, n. 31.
(168) Cf. Ritual Romano, Ritual del Matrimonio, n. 28.


599. Para la celebración del matrimonio, prepárese lo que es necesario cuando el matrimonio es bendecido por un presbítero, añadiendo la mitra y el báculo.

600. Es conveniente que el obispo sea asistido al menos por un presbítero, que normalmente es el párroco, y, al menos, por un diácono con algunos ministros.

I. LA CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO DENTRO DE LA MISA

601. Si el mismo obispo celebra la misa, se reviste con todas las vestiduras sagradas necesarias para ella, añadiendo la mitra y el báculo. El presbítero, si concelebra, también se reviste con las vestiduras sagradas para la misa.

Pero si el obispo preside la misa sin celebrarla, sobre el alba se pone la cruz pectoral, estola y capa pluvial blanca o de color festivo; y también usa mitra y báculo.

El diácono se reviste con las vestiduras de su orden. Los demás ministros se revisten con alba o con otra vestidura legítimamente aprobada.

Además de lo que es preciso para la celebración de la misa, prepárese esto:
a) el Ritual del Matrimonio;
b) un acetre con agua bendita e hisopo;
c) los anillos para los esposos (y arras, si se utilizan);
d) un cáliz con suficiente capacidad para la comunión bajo las dos especies.

602. A la hora convenida, el párroco u otro presbítero, revestido con sobrepelliz sobre la vestidura talar o con alba y estola, y casulla si él celebra la misa, según el primer modo (169), recibe a la puerta de la iglesia, acompañado de los ministros, al esposo y a la esposa, los saluda y los conduce al lugar dispuesto para ellos; o según el segundo modo (170), los recibe junto al altar, los saluda y los conduce al lugar dispuesto para ellos (171).

Luego, el obispo se acerca al altar y lo venera, y el párroco u otro presbítero le presentan a los contrayentes. Mientras tanto se hace el canto de entrada.

(169) Cf. ibid., nn. 47-50.
(170) Cf. ibid., nn. 51-53.
(171) Cf. ibid., n. 48.

603. En los días que se permiten las misas rituales (172), puede decirse la misa ritual por los esposos, con sus lecturas propias, usando el color blanco o festivo (173).

Pero si coincide en los días que se indican en los nn. 1-4 de la tabla de días litúrgicos, se emplea la misa del día con sus lecturas, diciéndose la bendición nupcial y, si es oportuno, la fórmula propia de la bendición final.

En el tiempo de Navidad y en el tiempo ordinario, si se celebra el matrimonio en domingo, con la participación de la comunidad parroquial, se dice la misa del domingo.

Cuando no se utiliza la misa ritual, puede elegirse una de las lecturas que en el Leccionario se proponen para esta misa, salvo que se trate de los días que se indican en los nn. 1-4 de la tabla de días litúrgicos (174).

(172) Cf. infra, Apéndice III.
(173) Cf. Ritual Romano, Ritual del Matrimonio, n. 34.
(174) Cf. infra, Apéndice II; Misal Romano, En la celebración del matrimonio: Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 801-805.

604. Si la misa se celebra en un dia que tiene de por sí carácter penitencial, sobre todo en tiempo de Cuaresma, adviértase a los esposos que tengan en cuenta la naturaleza peculiar de ese día (175).

(175) Cf. Ritual Romano, Ritual del Matrimonio, n. 32.

605. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra se realizan del modo acostumbrado.

606. Proclamado el Evangelio, el obispo se sienta con la mitra y el báculo, salvo que considere otra cosa, hace la homilía, en la que a partir del texto sagrado expone el misterio del matrimonio cristiano, la dignidad del amor conyugal, la gracia del sacramento y las obligaciones de los esposos (176).

(176) Cf. ibid., n. 61.

607. Concluida la homilía, el obispo, con la mitra y el báculo, vuelto hacia los esposos, les pregunta sobre la libertad, la fidelidad y la aceptación y educación de la prole, y recibe el consentimiento (177).

(177) Cf. ibid., nn. 64-70.

608. Después, el obispo deja el báculo y, si utiliza la fórmula deprecativa, también la mitra, y bendice los anillos y, según la oportunidad, los asperja y los entrega a los esposos, que los introducen en sus dedos (178). Según la tradición propia de las diócesis de España, también puede hacerse la entrega de las arras.

(178) Cf. ibid., nn. 71-72.

609. Se realiza la oración universal del modo acostumbrado. El Símbolo se dice, según las rúbricas.

610. En la plegaria eucarística se hace conmemoración de los esposos, utilizando la fórmula propuesta en el Ritual del Matrimonio.

611. Dicho el Padrenuestro y omitida la frase «Líbranos de todos los males», el obispo, si él celebra la eucaristía, o en caso contrario el presbítero que celebra la misa, colocado mirando a los esposos, con las manos juntas, dice o canta la monición: «Queridos hermanos, roguemos humildemente al Señor...», tras la cual todos oran en silencio durante unos momentos; luego, con las manos extendidas, pronuncia la bendición sobre la esposa y el esposo: «Oh, Dios, que con tu poder...» (179).

(179) Cf. ibid., nn. 80-82; 346-353.

612. Los esposos, sus padres, los testigos y otros parientes pueden recibir la comunión bajo las dos especies (180).

(180) Cf. ibid., n. 84.

613. Al final de la misa, en lugar de la bendición acostumbrada, se emplea la fórmula que se propone
para esta misa en el Ritual del Matrimonio (181).

El obispo recibe la mitra y, extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo: «El Señor esté con vosotros». Entonces, uno de los diáconos puede decir la monición para la bendición y el obispo, extendiendo las manos sobre el pueblo, dice las invocaciones de la bendición. Después, recibe el báculo y dice: «Y la bendición...», y hace la señal de la cruz sobre el pueblo.

El obispo también puede impartir la bendición con alguna de las fórmulas propuestas más adelante, nn. 1120-1121.

(181) Cf. ibid., nn. 86 y 354-356.

II. EL MATRIMONIO CELEBRADO FUERA DE LA MISA

614. El obispo se reviste como cuando preside la misa sin celebrarla, como se ha dicho más arriba, n. 176. El presbítero se reviste con sobrepelliz sobre la vestidura talar, o con alba y estola; el diácono se reviste con los ornamentos de su orden.

615. La entrada de los esposos y del obispo en la iglesia se realiza como quedó indicado más arriba, n. 602, mientras se hace el canto de entrada.

616. Acabado el canto, el obispo saluda a los presentes y dice la oración colecta de la misa por los esposos. Luego, continúa la liturgia de la Palabra, como en la misa.

617. El interrogatorio sobre la libertad, la aceptación del consenso y la entrega de los anillos y arras, se realizan como se ha dicho más arriba, nn. 607-608.

618. Después, se hace la oración universal, tras la cual, omitida su oración final, el obispo, con las manos extendidas, pronuncia la bendición sobre la esposa y el esposo, utilizando el mismo texto que para impartir la bendición dentro de la misa, como se propone en el Ritual del Matrimonio (182).

Sigue después el rezo de la oración dominical.

(182) Cf. ibid., nn. 211-213: 346-353.

619. Si dentro del rito va a distribuirse la comunión, el diácono toma el copón con el Cuerpo de Cristo, lo coloca sobre el altar y, al mismo tiempo que el obispo, hace genuflexión. Luego, el obispo introduce la oración dominical, que todos rezan.

Realizado esto, hace genuflexión, toma la hostia y, sosteniéndola ligeramente elevada por encima del copón, vuelto hacia los que van a comulgar, dice: «Este es el Cordero de Dios».

La comunión se distribuye como en la misa.

Distribuida la comunión, si es oportuno, puede guardarse un momento de silencio sagrado o cantarse un salmo o un canto de alabanza. Después, se dice la oración: «Después de participar en tu mesa...», como en el Ritual del Matrimonio (183).

(183) Cf. ibid., nn. 215-222

620. Finalmente, el obispo imparte la bendición final, del modo descrito más arriba, n. 613. El diácono despide a los presentes, diciendo: «Podéis ir en paz». Todos responden: «Demos gracias a Dios», y se retiran.

CAPÍTULO IV
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

PRÆNOTANDA

621. La Iglesia administra el sacramento de la reconciliación, que Cristo realizó por su muerte y resurrección. Participando con sus padecimientos en la Pasión de Cristo, ejercitando obras de misericordia y caridad, y convirtiéndose cada día más al Evangelio de Cristo, se hace, en el mundo, un signo de conversión a Dios. Esto lo manifiesta la Iglesia en su vida y lo celebra en su liturgia, cuando los fieles se confiesan pecadores e imploran perdón a Dios y de sus hermanos, como ocurre en las celebraciones penitenciales, en la proclamación de la Palabra de Dios, en la oración y en los elementos penitenciales de la celebración eucarística.

Pero en el sacramento de la penitencia, los fieles «obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones» (184).

La Iglesia ejerce el ministerio del sacramento de la penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros, que mediante la predicación de la Palabra de Dios llaman a los fieles a la conversión y testimonian e imparten la remisión de los pecados, en nombre de Cristo y por la fuerza del Espíritu Santo.

En el ejercicio de este ministerio, los presbíteros actúan en comunión con el obispo y participan de su potestad y de su oficio, pues él es el moderador de la disciplina penitencial (185).

Por lo tanto, es muy conveniente que el obispo participe en el ministerio de la penitencia, celebrada, al menos de la forma más solemne, preferentemente en el tiempo de Cuaresma, o con ocasión de la visita Pastoral o en otras circunstancias especiales que puedan darse en la vida del pueblo de Dios.

De este tipo de celebraciones se ofrece aquí una descripción, tanto si finalizan con la absolución sacramental como si adoptan la forma de una celebración penitencial.

(184) CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 11.
(185) Ritual Romano, Ritual de la Penitencia, n. 9 a; cf. Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 26.

I. RITO PARA RECONCILIAR A VARIOS PENITENTES CON CONFESIÓN Y ABSOLUCIÓN INDIVIDUAL

622.
El obispo lleva alba, cruz pectoral, estola y capa pluvial de color morado o penitencial, y usa una mitra sencilla y báculo.

Teniendo en cuenta el número de penitentes, colaboran con el obispo algunos presbíteros, revestidos con sobrepelliz sobre la vestidura talar o con alba y estola.

Asiste al obispo un diácono, revestido con las vestiduras de su orden, y otros ministros con alba u otra vestidura legítimamente aprobada para ellos.

623. Reunido el pueblo, mientras se hace un canto adecuado, el obispo con los presbíteros, acompañados por los ministros, entran en la iglesia (186).

(186) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Penitencia, n. 105.

624. Tras llegar al altar y saludarlo, el obispo se dirige a la cátedra y los presbíteros a las sedes preparadas para ellos. Concluido el canto, el obispo, en pie y sin mitra, saluda al pueblo, luego, él mismo, o alguno de los presbíteros o el diácono, se dirige a los presentes con una breve monición sobre la importancia y el sentido de la celebración, así como sobre el orden que en ella se va a seguir (187).

(187) Cf. ibid., nn. 106-110.

625. Después, el obispo invita a orar y, tras una breve pausa de silencio, concluye con la oración colecta.

626. Entonces, se realiza la liturgia de la Palabra, en la que se pueden proclamar, según las circunstancias, varias lecturas o solo una, de las que se indican en el Leccionario propio. Si solo se hace una lectura, conviene que se tome del Evangelio. Pero si se leen varias, se puede intercalar entre ellas un salmo, o algún otro canto adecuado, o también dejar un tiempo de silencio, por la misma razón que en la misa (188).

(188) Cf. ibid., nn. 117-127.

627. Continúa la homilía, en la que el obispo, con mitra y báculo, salvo que considere otra cosa, partiendo del texto de las lecturas, guía a los penitentes hacia el examen de conciencia y a la renovación de vida.

Después de la homilía es oportuno guardar un tiempo de silencio para realizar el examen de conciencia y para suscitar una auténtica contrición. Uno de los presbíteros, o el diácono, puede ayudar a los fieles con breves fórmulas o con el rezo de letanías, teniendo en cuenta su condición y edad (189).

(189) Cf. ibid., nn. 128-129.

628. Finalizado esto, comienzan los ritos penitenciales. El obispo deja el báculo y la mitra, y se levanta. Todos, igualmente, se levantan. Fuera del tiempo pascual o de los domingos, a la invitación del diácono, con las palabras: Pongámonos de rodillas u otras similares, todos se arrodillan o se inclinan, y dicen a la vez la fórmula de confesión general, por ejemplo, Yo confieso. Luego todos, a la invitación del diácono, si es oportuno, se levantan y, en pie, hacen una letanía o un canto apropiado. Al terminar, se añade la oración dominical, que nunca se omite. El obispo concluye la suplica con una oración (190).

(190) Cf. ibid., nn. 130-132.

629. Entonces, el obispo y los presbíteros se dirigen a las sedes preparadas para la confesión; los fieles se acercan a ellos para confesar sus pecados de forma individual, que se imponga y acepte la conveniente satisfacción, y ser absueltos.

Después de la confesión y, si es oportuno, la conveniente exhortación, omitido lo demás que suele hacerse en la reconciliación de un solo penitente, el ministro, con las manos extendidas, o al menos la derecha, sobre la cabeza del penitente imparte la absolución diciendo la fórmula sacramental (191).

(191) Cf. ibid., nn. 19 y 133.

630. Concluidas las confesiones individuales, el obispo regresa a la cátedra y permanece en pie, sin mitra; los presbíteros se colocan en torno a a. Todos se levantan y el obispo invita a la acción de gracias y exhorta a las buenas obras, mediante las que se manifiesta la gracia de la penitencia tanto en la vida de cada uno como en la vida de toda la comunidad. Después, convenientemente, se entona un canto apropiado de alabanza y de acción de gracias (192).

(192) Cf. ibid., nn. 134-136.

631. Tras este canto, el obispo, en pie sin mitra, vuelto hacia el pueblo y con las manos extendidas, dice la oración: «Dios omnipotente y misericordioso...» u otra adecuada (193).

(193) Cf. ibid., nn. 137-142.

632. Finalmente, el obispo recibe la mitra y saluda al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Entonces, uno de los diáconos puede decir la invitación a la bendición y el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, pronuncia las invocaciones de la bendición. Después, recibe el báculo y dice: «Y que os bendiga Dios todopoderoso...», haciendo la señal de la cruz sobre el pueblo.

El obispo también puede impartir la bendición con las fórmulas que se proponen más adelante, nn. 1120-1121.

Luego, el diácono despide a la asamblea, diciendo: «El Señor ha perdonado vuestros pecados. Podéis ir en paz». Todos responden: «Demos gracias a Dios», y se retiran.

II. RITO PARA RECONCILIAR A VARIOS PENITENTES CON CONFESIÓN Y ABSOLUCIÓN GENERAL

633.
Para la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución general, en aquellos casos previstos por el derecho, todo se hace como se ha dicho para la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual, cambiando solamente lo que sigue (194).

(194) Cf. ibid., n. 148.

634. Acabada la homilía o durante ella, el obispo exhorta a los fieles desean recibir la absolución general, para que se dispongan debidamente, esto es, que cada uno se arrepienta de sus culpas y esté decidido a enmendarse de los pecados, a reparar los escándalos y daños que haya ocasionado y, a la vez, proponga confesar individualmente, a su debido tiempo, los pecados graves que en el momento presente no puede confesar; además, propóngase una satisfacción que todos habrán de cumplir, a la que cada uno, si quiere, puede añadir alguna otra cosa (195).

(195) Cf. ibid., n. 149; cf. CIC, c. 962, 963; cf. también JUAN PABLO II, Carta apostólica, motu proprio Misericordia Dei (7.IV.2002): AAS 94 (2002), pp. 452-459.

635. Después, el diácono invita a que los penitentes que desean recibir la absolución realicen algún signo externo, mediante el cual manifiesten tal deseo (196).

(196) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Penitencia, n. 150.

636. Entonces los penitentes, de rodillas o inclinados profundamente, hacen confesión general, por ejemplo, Yo confieso.

637.
Luego se hace una oración con letanías, o se entona un canto apropiado, y al final se añade la oración dominical, como se dijo más arriba, n. 628.

638. Por fin, el obispo, recibida la mitra, vuelto hacia los penitentes, dice la fórmula de la absolución sacramental: «Dios Padre...» (197).

(197) Cf. ibid., n. 151.

639. Después, el obispo invita a todos a dar gracias y confesar la misericordia de Dios y, tras un canto adecuado, seguidamente, bendice al pueblo, y el diácono despide al pueblo, como más arriba, n. 632 (198).

(198) Cf. ibid., n. 153.

III. CELEBRACIONES PENITENCIALES SIN CONFESIÓN NI ABSOLUCIÓN

640.
Las celebraciones penitenciales son reuniones del pueblo cristiano para escuchar la Palabra de Dios, por la cual se invita a la conversión y a la renovación de vida, y se proclama, además, nuestra liberación del pecado por la muerte y la resurrección de Cristo. Son de gran importancia, ya que disponen a los fieles para la celebración del sacramento de la penitencia (199).

(199) Cf. ibid., n. 36.

641. El obispo puede presidir estas celebraciones, revestido con los ornamentos como se indica más arriba, n. 622, o simplemente con roquete, muceta, cruz pectoral y estola.

642. La celebración se realiza de la manera descrita más arriba, en el rito para la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual, hasta la oración dominical, después de la confesión general y la oración de las letanias.

643. Entonces, omitidas las confesiones individuales, el obispo concluye la súplica con una oración adecuada, que puede ser la oración: «Dios omnipotente y misericordioso...». Luego, bendice al pueblo, como más arriba, n. 632, y el diácono lo despide (200).

(200) Cf. ibid., Apéndice II, Esquemas de celebraciones penitenciales, n. 294.

CAPÍTULO V
EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

PRÆNOTANDA

644. 
El evangelista Marcos refiere que los apóstoles fueron enviados por Cristo a ungir con óleo a los enfermos (201). No es extraño, pues en la tradición bíblica y cristiana «la unción con el óleo es signo de la misericordia divina, remedio de la enfermedad e iluminación del corazón» (202).

Verdaderamente, los obispos, sucesores de los apóstoles, aunque «debido a sus múltiples ocupaciones, no pueden atender a todos cuantos padecen enfermedades», como observa el papa Inocencio I (203), realizan el ejercicio de este ministerio por medio de sus presbíteros, que en la tradición de la Iglesia latina utilizan para ungir a los enfermos el óleo que salvo caso de necesidad, ha bendecido el obispo.

(201) Cf. Mc 6, 13.
(202) Cf. J. A. CRAMER, Catenae Græcorum Patrum in Novum Testamentum, t. 1, Oxford 1838-1844, p. 324.
(203) Cf. Ep. 25, 8, 11: PL 20, 560.

645. Sin embargo, cuando la unción se celebra en una gran reunión de fieles, como son las peregrinaciones u otros encuentros de enfermos de la diócesis, de la ciudad o de una asociación piadosa, conviene que el obispo presida la celebración. Aquí se ofrece la descripción de este rito (204).

(204) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos, n. 157.

646. Para que estas celebraciones consigan una auténtica eficacia pastoral, conviene que se haga antes una adecuada preparación, tanto de los enfermos que se disponen a recibir la santa unción como de otros enfermos que pueden estar presentes, y también de los fieles que están sanos.

Procúrese, además, fomentar la plena participación de los presentas sobre todo preparando cantos oportunos, que faciliten la unidad de los fieles, favorezcan la oración común y sean manifestación de la alegria pascual, que debe resonar en todo el rito (205).

(205) Cf. ibid., n. 159.

647. Si los enfermos que van a recibir la santa unción son muchos, el obispo puede designar algunos presbíteros para que participen con el en la celebración del sacramento.

Si la unción se confiere dentro de la misa, conviene que estos presbíteros concelebren con el obispo.

Además, es conveniente que al menos un diacono y otros ministros asistan al obispo.

I, CELEBRACIÓN DE LA SANTA UNCIÓN DENTRO DE LA MISA

618. Los días en que se permiten las misas rituales (206), puede decirse la misa por los enfermos, con las lecturas propias del rito de la unción (207), utilizando el color blanco.

Pero si no se dice la misa ritual, una de las lecturas puede tomarse de entre las que se proponen en el Leccionario para el rito de la unción.

Si tiene lugar en los días que se indican en los nn. 1-4 de la tabla de días litúrgicos (208), se dice la misa del dia, con sus lecturas.

Se usa la fórmula de bendición final propia del rito de la unción.

(206) Cf. infra, Apéndice III.
(207) Cf. Missale Romanum, Ordo lectionum missae, nn. 790-795.
(208) Cf. infra, Apéndice II.

649. Prepárese esto:
a) el Ritual Romano;
b) un recipiente del óleo de los enfermos;
c) cuanto se precise para el lavatorio de manos;
d) un cáliz con suficiente capacidad para la comunión bajo las dos especies.

El obispo y los presbíteros van revestidos con todos los sagrados ornamentos necesarios para la celebración de la misa. El diácono se reviste con los ornamentos propios de su orden, los demás ministros se revisten con alba u otra vestidura aprobada para ellos.

En el caso de que los presbíteros no concelebren con el obispo, llevan sobrepelliz encima de la vestidura talar, o alba y estola.

650. Antes de la llegada del obispo, los enfermos son recibidos por quienes hayan sido designados para eso y se sitúan en los lugares dispuestos para ellos (209).

(209) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos, n. 161.

651. Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra se realizan del modo acostumbrado. Después del Evangelio, el obispo se sienta en la cátedra con báculo y mitra, salvo que considere otra cosa, hace la homilía, en la que, partiendo del texto de las lecturas que se han proclamado, explica el sentido de la enfermedad humana en la historia de la salvación y la gracia del sacramento de la unción.

652. La celebración de la unción de los enfermos, que comienza después de la homilía, puede realizarse de dos maneras, cuyo esquema es como sigue:

A
- Letanía
- Imposición de las manos
- Bendición del óleo
- Unción
- Oración conclusiva

B
- Imposición de las manos
- Bendición del óleo
- Unción
- Letanía y oración conclusiva

Estos esquemas se describen a continuación con más detenimiento, nn. 653-658.

653. Tras la homilía, el obispo, tras dejar la mitra, se levanta y, si se dice ahora, inicia la letanía, que se indica en el Ritual (210). Entonces, él mismo y todos los presbíteros que administrarán la santa unción imponen las manos de forma individual sobre algunos de los enfermos, sin decir nada.

(210) Cf. ibid., n. 136.

654. En este tipo de celebración, el obispo puede bendecir el óleo para la unción: esto se hace inmediatamente después de la imposición de manos, con la oración: «Señor Dios, Padre de todo consuelo».

Si se emplea óleo ya bendecido, el obispo dice sobre este óleo la oración de acción de gracias: «Bendito seas, Dios...» (211).

(211) Cf. ibid., nn. 140-141.

655. Después, el obispo se sienta y recibe la mitra. El diácono le presenta el recipiente o los recipientes con el óleo bendecido, y el obispo los entrega a los presbíteros, que le ayudan en la administración de la santa unción.

Entonces, el mismo obispo y los presbíteros se acercan a cada uno de los enfermos y los ungen de uno en uno en la frente y en las manos, diciendo una sola vez a cada uno la fórmula: «Por esta santa unción...» (212).

(212) Cf. ibid., n. 143.

656. Mientras se hace la unción de los enfermos y una vez que los presentes han escuchado la fórmula al menos una vez, pueden realizarse algunos cantos.

657. Concluidas las unciones, el obispo regresa a la cátedra, los presbíteros a sus sedes, y todos se lavan las manos.

658. Luego, el obispo, en pie y sin mitra, dice, con las manos extendidas, la oración conclusiva del rito de la unción, escogiendo el texto más apropiado de entre los que se proponen en el Ritual (213). (Si no precedió la letanía, la inicia el obispo, inmediatamente después del lavado de manos, y la concluye con la misma oración).

(213) Cf. ibid., nn. 144-149.

659. Después, continúa la misa del modo acostumbrado, con la preparación de las ofrendas. Los enfermos y los presentes pueden comulgar bajo las dos especies.

660. Al final de la misa, en lugar de la bendición habitual, el obispo puede emplear la bendición solemne que se indica en el Ritual (214). En este caso, el obispo recibe la mitra y saluda al pueblo, diciendo: «El Señor esté con vosotros». Entonces, uno de los diáconos puede decir la invitación para la bendición y el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, pronuncia las invocaciones de la bendición. Después, recibe el báculo y dice: «Y la bendición de Dios...», haciendo sobre el pueblo la señal de la cruz.

También puede el obispo impartir la bendición con las fórmulas propuestas más abajo, nn. 1120-1121.

(214) Cf. ibid., nn. 151-153.

II. CELEBRACIÓN DE LA SANTA UNCIÓN FUERA DE LA MISA

661. El obispo se reviste con alba, cruz pectoral, estola y capa pluvial de color blanco, y recibe la mitra y el báculo. Los presbíteros que, si es el caso, colaboran con él se revisten de sobrepelliz encima de la vestidura talar, o alba y estola. El diácono se reviste con sus vestiduras.

662. Los enfermos son recibidos por los que han sido designados para ello, quienes los sitúan en sus lugares, antes de que entre el obispo (215).

(215) Cf. ibid., nn. 160-165.

663. Realizado el ingreso en la iglesia, mientras se entona un canto apropiado, el obispo saluda al altar y se dirige a la cátedra, y desde allí, concluido el canto, saluda afectuosamente a los enfermos y al pueblo.

664. Después se hace la liturgia de la Palabra, siguiendo el mismo criterio y utilizando los mismos textos, como se indica más arriba, nn. 648 y 651, que para la celebración de la misa.

665. El rito de la unción se desarrolla como se ha indicado anteriormente, nn. 652-657. Sin embargo, tras la unción, antes de la oración conclusiva, el obispo introduce la oración dominical, que todos rezan.

666. El obispo da la bendición final de la forma descrita más arriba, n. 66, concluida esta, el diácono despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz», a lo que todos responden: «Demos gracias a Dios». Es deseable que la celebración concluya con un canto adecuado.

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