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lunes, 23 de enero de 2017

Decreto sobre el Rito del “Lavatorio de los pies” de la Misa en la Cena del Señor, 6 de enero de 2016.

Carta del Santo Padre Francisco sobre el Rito del “Lavatorio de los Pies” en la liturgia de la Misa in Cœna Domini

Al Venerable Hermano
Señor Cardenal ROBERT SARAH
Prefecto de la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

Señor Cardenal,
Como he tenido ocasión de decirle a voz, desde hace algún tiempo estoy reflexionando sobre el Rito del “lavatorio de los pies” contenido en la Liturgia de la Misa in Coena Domini, con el intento de mejorar la modalidad de actuación para que exprese plenamente el significado del gesto efectuado por Jesús en el Cenáculo, su entregarse “hasta el final” por la salvación del mundo, su caridad sin límites.

Después de una atenta ponderación, he llegado a la deliberación de aportar un cambio en las rúbricas del Misal Romano. Dispongo por lo tanto que se modifique la rúbrica en la que las personas elegidas para el lavatorio de los pies deban ser hombres o muchachos, de manera que, a partir de ahora, los Pastores de la Iglesia puedan elegir a los participantes en el rito entre todos los miembros del Pueblo de Dios. Se recomienda, además, que a los elegidos se les de una explicación adecuada del rito

Agradecido por el valioso servicio de este Dicasterio, le aseguro a usted, señor cardenal, al Secretario y a todos los colaboradores de mi recuerdo en la oración y, formulando mis mejores deseos para la Navidad, un envío de todo corazón a cada uno la Bendición Apostólica.

Vaticano, 20 de diciembre de 2014

Francisco

Decreto sobre el Rito del “Lavatorio de los pies” de la Misa en la Cena del Señor

CONGREGATIO DE CULTO DIVINO ET DISCIPLINA SACRAMENTORUM

D E C R E T O

La reforma de la Semana Santa, con el decreto Maxima Redemptionis nostrae mysteria (30 noviembre 1955), daba la facultad, donde lo aconsejaba un motivo pastoral, de realizar el lavatorio de los pies a doce varones durante la Misa en la Cena del Señor, después de la lectura del Evangelio según san Juan, manifestando de este modo la humildad y el amor de Cristo hacia sus discípulos.

En la liturgia romana, tal rito se ha transmitido con el nombre de Mandatum del Señor sobre la caridad fraterna, según las palabras de Jesús (cfr. Jn 13,34), cantadas en una Antífona durante la celebración.

Al realizar este rito, obispos y presbíteros son invitados a conformarse íntimamente a Cristo que «no vino a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28) y, llevado por un amor «hasta el extremo» (Jn 13,1), a dar la vida por la salvación de todo el género humano.

Para manifestar plenamente el significado del rito a cuantos participan, ha parecido bien al Sumo Pontífice Francisco cambiar la norma que se lee en las rúbricas del Missale Romanum (p. 300 n.11): «Los varones designados, acompañados de los ministros…», que debe ser cambiada del modo siguiente: «Los que han sido designados de entre el pueblo de Dios son acompañados por los ministros…» (y, por consiguiente, en el Caeremoniale Episcoporum n. 301 y 299b: «los asientos para los designados»), de modo que los pastores puedan designar un pequeño grupo de fieles que represente la variedad y la unidad de cada porción del pueblo de Dios. Este pequeño grupo puede estar compuesto de hombres y mujeres, y es conveniente que formen parte de él jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, clérigos, consagrados, laicos.

Esta Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en virtud de la facultad concedida por el Sumo Pontífice, introduce tal innovación en los libros litúrgicos del Rito Romano, recordando a los pastores su deber de instruir adecuadamente tanto a los fieles designados como a los demás, para que participen en el rito consciente, activa y fructuosamente.

Sin que obste nada en contrario.

Dado en la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 6 de enero de 2016, solemnidad de la Epifanía del Señor.

Robert Card. SARAH
Prefecto

✠ Arthur ROCHE
Arzobispo Secretario

domingo, 22 de enero de 2017

Domingo 26 febrero 2017, VIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A.

TEXTOS MISA

VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.
DOMINICA VIII “PER ANNUM”
Antífona de entrada Sal 17, 19-20
El Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró, porque me amaba.
Antiphona ad introitum Cf. Ps 17, 19-20
Factus est Dóminus protéctor meus, et edúxit me in latitúdinem, salvum me fecit, quóniam vóluit me.
Se dice Gloria. Dícitur Gloria in excelsis.
Oración colecta
Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega. Por nuestro Señor Jesucristo.
Collecta
Da nobis, quaesumus, Dómine, ut et mundi cursus pacífico nobis tuo órdine dirigátur, et Ecclésia tua tranquílla devotióne laetétur. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Domingo de la VIII semana del Tiempo Ordinario, ciclo A.

PRIMERA LECTURA Is 49, 14-15
Yo no te olvidaré

Lectura del libro de Isaías.

Sión decía:
«Me ha abandonado el Señor,
mi dueño me ha olvidado».
¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta,
no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 61, 2-3. 6-7. 8-9ab (R.: 6a)
R.
Descansa sólo en Dios, alma mía. In Deo tantum quiesce, ánima mea.

V. Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R.
Descansa sólo en Dios, alma mía. In Deo tantum quiesce, ánima mea.

V. Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R.
Descansa sólo en Dios, alma mía. In Deo tantum quiesce, ánima mea.

V. De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme, Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad en él
desahogad ante él vuestro corazón. R.
Descansa sólo en Dios, alma mía. In Deo tantum quiesce, ánima mea.

SEGUNDA LECTURA 1 Cor 4, 1-5
El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
Que la gente solo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, lo que se busca en los administradores es que sean fieles. Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor.
Así, pues, no juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Hb 4, 12
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. La palabra de Dios es viva y eficaz; juzga los deseos e intenciones del corazón. R. Vivus est sermo Dei et éfficax, et discrétor cogitatiónum et intentiónum cordis.

EVANGELIO Mt 6, 24-34
No os agobiéis por el mañana
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gante de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Del Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo 2 de marzo de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el centro de la liturgia de este domingo encontramos una de las verdades más consoladoras: la divina Providencia. El profeta Isaías la presenta con la imagen del amor materno lleno de ternura, y dice así: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré" (Is 49, 15). ¡Qué hermoso es esto! Dios no se olvida de nosotros, de cada uno de nosotros. De cada uno de nosotros con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. Qué buen pensamiento... Esta invitación a la confianza en Dios encuentra un paralelo en la página del Evangelio de Mateo: "Mirad los pájaros del cielo –dice Jesús–: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta... Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos" (Mt 6, 26.28-29).
Pero pensando en tantas personas que viven en condiciones precarias, o totalmente en la miseria que ofende su dignidad, estas palabras de Jesús podrían parecer abstractas, si no ilusorias. Pero en realidad son más que nunca actuales. Nos recuerdan que no se puede servir a dos señores: Dios y la riqueza. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Debemos escuchar bien esto. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Si, en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos juntos su Reino, entonces a nadie faltará lo necesario para vivir dignamente.
Un corazón ocupado por el afán de poseer es un corazón lleno de este anhelo de poseer, pero vacío de Dios. Por ello Jesús advirtió en más de una ocasión a los ricos, porque es grande su riesgo de poner su propia seguridad en los bienes de este mundo, y la seguridad, la seguridad definitiva, está en Dios. En un corazón poseído por las riquezas, no hay mucho sitio para la fe: todo está ocupado por las riquezas, no hay sitio para la fe. Si, en cambio, se deja a Dios el sitio que le corresponde, es decir, el primero, entonces su amor conduce a compartir también las riquezas, a ponerlas al servicio de proyectos de solidaridad y de desarrollo, como demuestran tantos ejemplos, incluso recientes, en la historia de la Iglesia. Y así la Providencia de Dios pasa a través de nuestro servicio a los demás, nuestro compartir con los demás. Si cada uno de nosotros no acumula riquezas sólo para sí, sino que las pone al servicio de los demás, en este caso la Providencia de Dios se hace visible en este gesto de solidaridad. Si, en cambio, alguien acumula sólo para sí, ¿qué sucederá cuando sea llamado por Dios? No podrá llevar las riquezas consigo, porque –lo sabéis– el sudario no tiene bolsillos. Es mejor compartir, porque al cielo llevamos sólo lo que hemos compartido con los demás.
La senda que indica Jesús puede parecer poco realista respecto a la mentalidad común y a los problemas de la crisis económica; pero, si se piensa bien, nos conduce a la justa escala de valores. Él dice: "¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?" (Mt 6, 25). Para hacer que a nadie le falte el pan, el agua, el vestido, la casa, el trabajo, la salud, es necesario que todos nos reconozcamos hijos del Padre que está en el cielo y, por lo tanto, hermanos entre nosotros, y nos comportemos en consecuencia. Esto lo recordaba en el Mensaje para la paz del 1 de enero: el camino para la paz es la fraternidad: este ir juntos, compartir las cosas juntos.
A la luz de la Palabra de Dios de este domingo, invoquemos a la Virgen María como Madre de la divina Providencia. A ella confiamos nuestra existencia, el camino de la Iglesia y de la humanidad. En especial, invoquemos su intercesión para que todos nos esforcemos por vivir con un estilo sencillo y sobrio, con la mirada atenta a las necesidades de los hermanos más carecientes.

Del Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 27 de febrero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de hoy se hace eco de una de las palabras más conmovedoras de la Sagrada Escritura. El Espíritu Santo nos la ha dado a través de la pluma del llamado "segundo Isaías", el cual, para consolar a Jerusalén, afligida por desventuras, dice así: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré" (Is 49, 15). Esta invitación a la confianza en el amor indefectible de Dios se nos presenta también en el pasaje, igualmente sugestivo, del evangelio de san Mateo, en el que Jesús exhorta a sus discípulos a confiar en la providencia del Padre celestial, que alimenta a los pájaros del cielo y viste a los lirios del campo, y conoce todas nuestras necesidades (cf. Mt 6, 24-34). Así dice el Maestro: "No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso".
Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que viven en la miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o, incluso, evasivas. En realidad, el Señor quiere dar a entender con claridad que no es posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de un ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana. Es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, se practica de maneras diferentes según las distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos. En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos de salvación, hasta su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos demostró lo que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo siempre el corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios.
Queridos amigos, a la luz de la Palabra de Dios de este domingo, os invito a invocar a la Virgen María con el título de Madre de la divina Providencia. A ella le encomendamos nuestra vida, el camino de la Iglesia y las vicisitudes de la historia. En particular, invocamos su intercesión para que todos aprendamos a vivir siguiendo un estilo más sencillo y sobrio en la actividad diaria y en el respeto de la creación, que Dios ha encomendado a nuestra custodia.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Octavo domingo del Tiempo Ordinario.
La Divina Providencia y su papel en la historia
302 La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" ("In statu viae") hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:
Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, "alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo y patente a sus ojos" (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003).
303 El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21).
304 Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la Sagrada Escritura atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es "una manera de hablar" primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf Is 10, 5-15; Is 45, 5-7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza en El. La oración de los salmos es la gran escuela de esta confianza (cf Sal 22; 32; 35; 103; 138).
305 Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber?… Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 31-33; cf Mt 10, 29–31).
La providencia y las causas segundas
306 Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio.
307 Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de "someter'' la tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf Col 1, 24) Entonces llegan a ser plenamente "colaboradores de Dios" (1Co 3, 9; 1Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col 4, 11).
308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque "sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13).
La providencia y el escándalo del mal
309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.
310 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder Infinito, Dios podría siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de A., s. th. 1, 25, 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo ``en estado de vía" hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfecciGn (cf S. Tomás de A., s. gent. 3, 71).
311 Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, (cf S. Agustín, lib. 1, 1, 1; S. Tomás de A., s. th. 1-2, 79, 1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien:
Porque el Dios Todopoderoso… por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal (S. Agustín, enchir. 11, 3).
312 Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: "No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios… aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir… un pueblo numeroso" (Gn 45, 8;Gn 50, 20; cf Tb 2, 12-18 Vg.). Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.
313 "Todo coopera al bien de los que aman a Dios" (Rm 8, 28). El testimonio de los santos no cesa de confirmar esta verdad:
Así Santa Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede": "Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin" (dial. 4, 138).
Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: "Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor" (carta).
Y Juliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien… " "Thou shalt see thyself that all MANNER of thing shall be well " (rev. 32).
314 Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.
La idolatría altera los valores; creer en la Providencia en vez de en la adivinación
2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. "No podéis servir a Dios y al dinero", dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a "la Bestia" (cf Ap 13 - 14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Ga 5, 20; Ef 5, 5).
2114 La vida humana se unifica en la adoración del Dios Unico. El mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido religioso innato en el hombre. El idólatra es el que "aplica a cualquier cosa en lugar de Dios su indestructible noción de Dios" (Orígenes, Cels. 2, 40).
2115 Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en ponerse con confianza en las manos de la Providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. La imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad.
Oración de los fieles, peticiones para la llegada del Reino
2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; Hch 13, 3). Es la oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; Col 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.
Creer en la Providencia no significa estar ocioso
2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25  - 34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2Ts 3, 6  - 13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:
"A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios" (S. Cipriano, Dom. orat. 21).

Se dice Credo.
Dícitur Credo.
Oración de los fieles
212. Oremos, hermanos, a Dios todopoderoso, y pidámosle que inspire él mismo nuestras peticiones y nos escuche en su bondad.
- Para que aumente la fe de su Iglesia, le dé la paz, la libertad y la unidad y le conceda el perdón de sus faltas. Roguemos al Señor.
- Para que cuantos tienen poder en este mundo gobiernen sun orgullo y los súbditos obedezcan con lealtad. Roguemos al Señor.
- Para que los ricos no pongan su corazón en los bienes perecederos y los pobres encuentren en nuestra caridad la ayuda eficaz que necesitan. Roguemos al Señor.
- Para que nuestra comunidad (parroquia) sea cada vez más viva, se gloríe de celebrar las alabanzas del Señor y progrese en el conocimiento de su nombre. Roguemos al Señor.
Dios todopoderoso y eterno, mira propicio a tu pueblo; y a cuantos has llamado al reino eterno, concédeles en la tierra tu ayuda y consuelo. Por Jesucristo nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
Oh, Dios, que nos das lo que hemos de ofrecerte y vinculas esta ofrenda a nuestro devoto servicio, imploramos tu misericordia, para que cuanto nos concedes redunde en mérito nuestro y nos alcance los premios eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Super oblata
Deus, qui offerénda tuo nómini tríbuis, et obláta devotióni nostrae servitútis ascríbis, quaesumus cleméntiam tuam, ut, quod praestas unde sit méritum, profícere nobis largiáris ad praemium. Per Christum.
PLEGARIA EUCARÍSTICA IV.
Antífona de comunión Cf. Sal 12, 6
Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho, cantaré al nombre del Dios Altísimo.
O bien: Mt 28, 20
Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos, dice el Señor.
Antiphona ad communionem Cf. Ps 12, 6
Cantábo Dómino, qui bona tríbuit mihi, et psallam nómini Dómini Altíssimi.
Vel: Mt 28, 20
Ecce ego vobíscum sum ómnibus diébus, usque ad consummatiónem saeculi, dicit Dóminus.
Oración después de la comunión
Saciados con los dones de la salvación, invocamos, Señor, tu misericordia, para que, mediante este sacramento que nos alimenta en nuestra vida temporal, nos hagas participar, en tu bondad, de la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Post communionem
Satiáti múnere salutári, tuam, Dómine, misericórdiam deprecámur, ut, hoc eódem quo nos temporáliter végetas sacraménto, perpétuae vitae partícipes benígnus effícias. Per Christum.

viernes, 13 de enero de 2017

Viernes 17 febrero 2017, Lecturas Viernes VI semana del Tiempo Ordinario, año impar.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Viernes de la VI semana del Tiempo Ordinario, año impar (Lec. III-impar).

PRIMERA LECTURA Gén 11,1-9
Bajemos y confundamos allí su lengua

Lectura del libro del Génesis.

Toda la tierra hablaba una misma lengua con las mismas palabras.
Al emigrar los hombres desde oriente, encontraron una llanura en la tierra de Senaar y se establecieron allí.
Se dijeron unos a otros:
«Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos al fuego».
Y emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de argamasa.
Después dijeron:
«Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de la tierra».
El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres.
Y el Señor dijo:
«Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo».
El Señor los dispersó de allí por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad.
Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó el Señor por la superficie de la tierra.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 32, 10-11. 12-13. 14-15 (R.: 12b)
R.
Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.
Beátus pópulus quem elégit Dóminus in hereditátem sibi.

V. El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad. R.
Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.
Beátus pópulus quem elégit Dóminus in hereditátem sibi.

V. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R.
Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.
Beátus pópulus quem elégit Dóminus in hereditátem sibi.

V. Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones. R.
Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.
Beátus pópulus quem elégit Dóminus in hereditátem sibi.

Aleluya Jn 15, 15b
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. A vosotros os llamo amigos -dice el Señor-, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. R.
Vos dixi amicos, dicit Dominus, quia omnia quaecumque audivi a Patre meo, nota feci vobis.

EVANGELIO Mc 8, 34-9, 1
El que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará
Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, llamando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».
Y añadió:
«En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

San Juan Crisóstomo in Matthaeum, hom. 55, 2
Dice esto porque puede suceder que algunos de los que sufren no sigan a Cristo, lo cual acontece cuando no se sufre por El. Sigue a Cristo quien va detrás de El y se conforma con su muerte, despreciando a los príncipes y a las potestades, bajo las cuales pecaba antes de la venida de Cristo. "Pues quien quisiere salvar -dice- su vida, la perderá; mas quien perdiese su vida", etc. Que es como si dijera: Os mando esto por mi misericordia hacia vosotros, porque el que no corrige a su hijo lo pierde, y le salva el que lo corrige. Es conveniente, pues, que estemos siempre preparados para la muerte, porque, si el que está preparado para ella es el mejor soldado en las batallas materiales, no obstante que no ha de poder resucitar, mucho más lo será el que esté preparado para ella en los combates espirituales, teniendo tanta seguridad en que ha de resucitar y salvarse al perder la vida.

jueves, 5 de enero de 2017

Ceremonial de los Obispos. Cuarta parte. Las celebraciones de los misterios del Señor a lo largo del año, nn. 227-403.

CEREMONIAL DE LOS OBISPOS
(14-septiembre-1984; ed. española 28-junio-2019)

CUARTA PARTE
LAS CELEBRACIONES DE LOS MISTERIOS DEL SEÑOR A LO LARGO DEL AÑO


PRÆNOTANDA

227. «La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a lo largo del año. Cada semana, en el día que llamó “del Señor”, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el ciclo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y el Nacimiento hasta la Ascensión, el día de Pentecostés, y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor.

Al conmemorar así los misterios de la redención, abre las riquezas de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (1).

(1) CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 102.

El domingo

228.
«En el primer día de cada semana, llamado día del Señor o domingo, la Iglesia, siguiendo una tradición apostólica que tiene sus orígenes en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual».

Por ser el domingo núcleo y fundamento del curso del año, a través del cual la Iglesia desarrolla la totalidad del misterio de Cristo, solamente cede su celebración a las solemnidades y a las fiestas del Señor recogidas en el calendario general y excluye, de por sí, la asignación perpetua de cualquier otra celebración, excepto las festividades de la Sagrada Familia, Bautismo del Señor, solemnidad de la Santísima Trinidad y de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

Los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua tienen precedencia sobre todas las fiestas del Señor y sobre todas las solemnidades (2).

(2) Cf. Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, nn. 4-6.

229. El obispo, por tanto, procure que en su diócesis se presente el domingo como el día de fiesta primordial y se inculque así en la piedad de los fieles, de modo que se convierta en día de alegría y de descanso del trabajo.

(3) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 106.

Por ello, vigile el obispo para que se observen con fidelidad y respeto todas las disposiciones del Concilio Vaticano II y todas las indicaciones de los libros litúrgicos revisados que tratan de la especial naturaleza de la celebración dominical, especialmente aquellas fechas dedicadas a temas concretos que cada vez más coinciden con los domingos: por la paz y la justicia, las vocaciones, la evangelización de los pueblos. En estos casos, la liturgia será la del domingo, pero cabe hacer alguna mención al tema propuesto en los cantos, las moniciones o en la homilía y en la oración universal.

En los domingos del tiempo ordinario podrá, no obstante, realizarse una lectura de entre las que propone el Leccionario como adecuada para ilustrar el tema al que se dedica el domingo. En los domingos del tiempo ordinario, cuando se realice una celebración concreta sobre un determinado tema, puede elegirse, con mandato o licencia del ordinario, una de las misas por diversas necesidades, de entre las que se encuentran en el Misal Romano.

230. En los últimos tiempos se han producido cambios en los comportamientos sociales que han afectado también, de diversas maneras, a la elaboración del calendario litúrgico; por este motivo, en determinados territorios se han suprimido algunas solemnidades de precepto, algunas de las cuales, referidas a los misterios del Señor, se han trasladado al domingo sucesivo, atendiendo a este criterio:
a) Epifanía, al domingo situado entre el día 2 y el dia 8 de enero;
b) Ascensión, al VII domingo de Pascua;
c) Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, al domingo siguiente al de la Santísima Trinidad.

Por lo que hace a otras celebraciones del Señor, de la bienaventurada Virgen María y de los santos, que se celebran en días laborables y que no son de precepto, el obispo deberá velar para que el pueblo cristiano procure celebrarlas con amor, de modo que los fieles, también entre semana, puedan recibir frecuentemente la gracia de la salvación.

El año litúrgico

231. La celebración del año litúrgico está dotada de especial fuerza y eficacia sacramental, porque es el mismo Cristo, quien en sus misterios o en la memoria de los santos y, especialmente, de su Madre, va recorriendo el camino de su inmensa misericordia de modo que los fieles no solo consideren y mediten en los misterios de la redención, sino que puedan ponerse en contacto con ellos, participar de ellos y vivir por ellos (4)

(4) Cf. PABLO VI, Carta apostólica, motu proprio Mysterii paschalis (14.II.1969): AAS 61 (1969), pp. 223-224; también PÍO XII, Carta enclítica Mediator Dei (20.XI.1947): AAS 39 (1947), p. 580.

232. Por lo tanto, esfuércese el obispo en orientar el ánimo de los fieles para que, con sentido espiritual, cuiden los días festivos y los tiempos sagrados del año litúrgico de modo que lo que en ellos se celebra y se profesa de palabra se crea internamente; y que lo que internamente se cree, se manifieste en las costumbres privadas y públicas (5).

(5) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosantum Concilium, n. 108; Cf. también PÍO XII, Carta encíclica Mediator Dei (20.XI.1947): AAS 39 (1947), p. 577.

233. Además de las celebraciones litúrgicas, que configuran el año litúrgico, existen prácticas populares y ejercicios piadosos, en muchas zonas. Por lo que a ellos se refiere, el obispo, por el deber pastoral que tiene encomendado, deberá valorar mucho aquello que sirva para fomentar la piedad, la devoción y la comprensión de los misterios de Cristo, y deberá cuidar que «estén de acuerdo con la sagrada liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos» (6).

(6) CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosantum Concilium, n. 13; cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones, Ciudad del Vaticano 2002.

CAPÍTULO I
EL TIEMPO DE ADVIENTO Y DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

234. Después de la celebración anual del misterio pascual, la Iglesia no tiene nada más importante que la actualización de la memoria de la Natividad del Señor y de sus primeras manifestaciones, lo que se realiza en el tiempo de Navidad (7).

(7) Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, n. 32.

235. Esta memoria se prepara en el tiempo de Adviento, que tiene un doble carácter, pues es el tiempo de preparación para la solemnidad de Navidad, en la que se recuerda la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es, además, el tiempo en el que, mediante este recuerdo, las mentes de los hombres se dirigen a la expectación de la segunda venida de Cristo, al fin de los tiempos. Por ambos motivos, el tiempo de Adviento se presenta como tiempo de devota y alegre expectación (8).

(8) Cf. ibid., nn. 32, 39.

236. En tiempo de Adviento, la utilización del órgano y de otros instrumentos musicales, así como el adorno del altar con flores, se hará con la moderación que corresponde a la naturaleza de este tiempo, pero sin anticipar la plena alegria de la Natividad del Señor.

El domingo Gaudete (III de Adviento) puede utilizarse el color rosa (9).

(9) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 346 f. SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS, Instrucción Musicam sacram (5.III.1967), n. 66: AAS 59 (1967), p. 319.

237. Cuide el obispo que se observe con piedad y auténtico espíritu cristiano la solemnidad de la Natividad del Señor, en la que se celebra el misterio de la Encarnación, es decir, que la Palabra de Dios se ha dignado participar de nuestra humanidad, para que nosotros lleguemos a ser participes de su divinidad,

238. Debe conservarse y fomentarse la costumbre de celebrar la vigilia para iniciar la solemnidad de la Natividad del Señor, según los usos propios de cada una de las Iglesias (10).

Por tanto, es muy conveniente que el propio obispo presida en la iglesia-catedral la vigilia solemne, si es posible, según las normas indicadas más arriba, nn. 215-216.

Si no se deja un espacio de tiempo entre la vigilia y la misa, el obispo y los presbíteros pueden revestirse con los ornamentos propios de la misa; tras el Evangelio de la vigilia o, en caso de que esta no sea solemne, tras el responsorio, en lugar del Te Deum, se canta el Gloria y seguidamente se dice la oración colecta de la misa, omitidos los ritos iniciales.

(10) Cf. Liturgia de las Horas, Ordenación general, n. 71.

239. Según una antiquísima tradición romana, el día de la Natividad del Señor pueden celebrarse tres misas: de medianoche, de la aurora y del día; pero conservando la autenticidad de cada tiempo (11).

(11) Cf. Misal Romano, 25 de diciembre después de la misa de la vigilia.

240. La antigua solemnidad de la Epifanía del Señor se cuenta entre las festividades más importantes del año litúrgico, pues en ella se celebra, en el Niño nacido de María, la manifestación de aquel que es Hijo de Dios, Mesías de los Judíos y Luz de los Pueblos.

Tanto si el día de la Epifanía es de precepto como si se traslada al domingo siguiente, procure el obispo que tal solemnidad se celebre de una forma adecuada. Por ello:
- se incrementara convenientemente la iluminación;
- de acuerdo a los usos del lugar y tras el canto del Evangelio, uno de los diáconos o un canónigo o un beneficiado u otro ministro revestido de capa pluvial subirá al ambón y desde allí anunciará al pueblo la relación de fiestas móviles del año en curso;
- se mantendrá o se establecerá, según los usos locales y la tradición, la ofrenda especial de dones;
- mediante las moniciones y la homilía se explicará el sentido pleno de este día, honrado con «los tres milagros» (12): la adoración del Niño por los Magos, el bautismo de Cristo y las bodas de Caná.

(12) Cf. Liturgia de las Horas, Epifanía del Señor, II Vísperas, antífona del Magnificat.

CAPÍTULO II
LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

241.
En este día, los fieles cristianos salen al encuentro del Señor con candelas encendidas, aclamándolo con Simeón, que reconoció a Cristo como «Luz para iluminar a las naciones».

Por tanto, sean instruidos para que caminen durante toda su vida como hijos de la luz, puesto que han de mostrarse ante todos como luz de Cristo, convertidos ellos mismos en lámparas encendidas, por sus obras.

PRIMERA FORMA: PROCESIÓN

242. A la hora fijada, se reúne la asamblea en una iglesia menor o en otro lugar idóneo fuera de la iglesia a donde se dirigirá la procesión. Los fieles llevarán en sus manos candelas sin encender.

243. En un lugar adecuado, el obispo se reviste con los vestiduras de color blanco que exige la misa. En lugar de la casulla puede revestirse con la capa pluvial, que deja cuando acaba la procesión. Recibe la mitra y el báculo, y se dirige con los ministros y, si es el caso, con los concelebrantes revestidos para la misa al lugar donde se bendecirán las candelas.

Mientras se encienden las candelas se canta la antifona Nuestro Señor llega con poder u otro canto apropiado (13).

(13) Cf. Misal Romano, 2 de febrero, Presentación del Señor.

244. Una vez que el obispo haya llegado al lugar donde han de bendecirse las candelas, finalizado el canto, deja el báculo y la mitra y, vuelto hacia el pueblo, dice: «En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Luego saluda al pueblo, diciendo: «La paz esté con vosotros, y pronuncia la monición introductoria. Puede también, si es conveniente, encomendar esta monición al diácono o a uno de los concelebrantes.

245. Después de la monición, bendice las candelas, diciendo la oración con las manos extendidas, mientras un ministro le sostiene el libro, y las asperja con agua bendita, sin decir nada. Toma de nuevo la mitra, pone incienso para la procesión y lo bendice. Finalmente, recibe del diácono una candela encendida y la lleva durante la procesión.

246.
Una vez que el diácono anuncia: «Vayamos en paz al encuentro del Señor», se inicia la procesión hacia la iglesia donde se celebrará la misa. Va delante el turiferario con el incensario humeante; luego, el acólito con la cruz, en medio de acólitos que llevan ciriales con cirios encendidos. Sigue el clero, el diácono con el Evangeliario, otros diáconos, si los hay, los concelebrantes, el ministro que lleva el báculo del obispo y, luego, el obispo con la mitra, llevando la candela; tras el obispo, ligeramente separados, los dos diáconos que lo asisten; después, los ministros del libro y la mitra, y por fin los fieles. Todos, ministros y fieles, llevan candelas.

Durante la procesión se canta la antifona Luz para alumbrar a las naciones, con el cántico Nunc dimittis u otro apropiado.

247. Al llegar la procesión a la iglesia, se canta la antifona de entrada de la misa. Cuando el obispo llega al altar, lo venera y, si parece oportuno, lo inciensa. Luego se dirige a la cátedra, donde deja la capa pluvial, si la hubiera usado en la procesión, y se pone la casulla; después de cantar el himno Gloria, dice la oración colecta de la forma acostumbrada. La misa sigue como de costumbre.

También se puede hacer de otro modo, si parece más oportuno:

Una vez que el obispo llega al altar, entrega la candela al diácono, deja la mitra y la capa pluvial, si la hubiera llevado en la procesión, se reviste con la casulla, venera el altar y lo inciensa. Luego, se dirige a la cátedra donde, omitiendo los ritos iniciales de la misa y tras cantar el himno Gloria, dice la oración colecta de la forma acostumbrada. Luego, la misa sigue como del modo acostumbrado (14).

(14) Cf. ibid.

SEGUNDA FORMA: ENTRADA SOLEMNE

248. En el caso de no poder realizarse la procesión, los fieles se reúnen en la iglesia, llevando las candelas en las manos. El obispo, revestido con los ornamentos sagrados de color blanco, con los ministros y, si los hubiere, con los concelebrantes revestidos para la misa y, además, con una representación de los fieles se dirige a un lugar apropiado, ante la puerta o en la misma iglesia, donde al menos una gran parte de los fieles pueda participar en los ritos con comodidad.

Una vez que el obispo ha llegado al lugar fijado para la bendición de las candelas, estas se encienden, mientras se canta la antífona Nuestro Señor llega con poder u otro canto apropiado.

Después, todo se realiza según lo indicado más arriba, nn. 244-247 (15).

(15) Cf. ibid.

CAPÍTULO III
EL TIEMPO DE CUARESMA

249. La observancia anual de la Cuaresma se considera un tiempo propicio para subir al monte santo de la Pascua.

De hecho, el tiempo de Cuaresma, por su doble carácter, prepara a los catecúmenos y a los fieles para la celebración del misterio pascual. Los catecúmenos, mediante la elección y los escrutinios, junto con la catequesis, son conducidos a los sacramentos de la iniciación cristiana; los fieles, en cambio, escuchando más intensamente la Palabra de Dios y dedicados a la oración, se preparan por la penitencia a renovar las promesas bautismales (16).

(16) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 109, Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, n. 27.

250. El obispo muestre interés en fomentar la institución del catecumenado, del que se habla en el n. 406, y presida en la liturgia cuaresmal el rito de elección o de inscripción del nombre, como se indica más abajo, nn. 408-419, y, según las circunstancias, presida también la entrega del Símbolo y de la oración dominical, de la que se habla en los nn. 420-424.

251. Incúlquese a los fieles, mediante la catequesis, tanto las consecuencias sociales del pecado como la naturaleza propia de la penitencia, que detesta el pecado en su calidad de ofensa a Dios; no se olvide tampoco la parte que a la Iglesia le corresponde en la acción penitencial y úrjase la oración por los pecadores.

La penitencia del tiempo cuaresmal no sea solo interna e individual, sino también externa y comunitaria y, por ello, encaminada a las obras de misericordia en beneficio de los hermanos (17).

Recomiéndese a los fieles una más profunda y provechosa participación en la liturgia cuaresmal y en las celebraciones penitenciales. Exhórteseles sobre todo a que, de acuerdo con las normas y las tradiciones de la Iglesia, se acerquen en este tiempo al sacramento de la penitencia, para que con espíritu purificado puedan participar de la alegria del Domingo de Resurrección. Es muy conveniente que en este tiempo de Cuaresma se celebre el sacramento de la penitencia de manera más solemne, tal y como se indica en el Ritual Romano (18).

(17) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 105, 109-110.
(18) Cf. infra nn. 622-632.

252. En este tiempo se prohíben las flores en el altar, y los instrumentos solo están permitidos para sostener el canto.

Se exceptúan de esta norma el domingo Lætare (IV de Cuaresma), las solemnidades y las fiestas. El domingo Lætare puede utilizarse el color rosa (19). 

(19) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 346 f; SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS, Instrucción Musicam sacram (5.III.1967), n. 66: AAS 59 (1967), p. 319.

CAPÍTULO IV
EL MIÉRCOLES DE CENIZA

253. El Miércoles de Ceniza, feria IV antes del domingo I de Cuaresma, los fieles cristianos, al recibir la ceniza, se introducen en un tiempo establecido para purificar el alma. Este signo de penitencia, que tiene su origen en la tradición bíblica (20) y que hasta hoy se conserva en la práctica de la Iglesia, refleja la condición del hombre pecador que ante Dios confiesa su culpa, de forma pública, y manifiesta así el deseo de conversión interna, guiado por la esperanza de que el Señor sea, para él, benigno y misericordioso, paciente y muy compasivo. Con este signo comienza el camino de conversión que a través del sacramento de la penitencia alcanzará su meta en los días previos a la Pascua.

(20) Cf. 2 Sam 13, 19; Est 4, 1; Job 42, 6; 1 Mac 3, 47; 4, 39; Lam 2, 10.

254. En la misa de este día, el obispo bendice e impone la ceniza en la iglesia catedral o en otra iglesia apropiada, atendiendo a las costumbres pastorales.

255. El obispo, con báculo y mitra sencilla, tras entrar en la iglesia con los presbíteros, los diáconos y los demás ministros del modo acostumbrado, venera el altar, lo inciensa y se dirige a la cátedra, donde saluda al pueblo. Después, omitido el acto penitencial y, si es oportuno, el Señor, ten piedad, dice la oración colecta.

256. Después del Evangelio y la homilía, el obispo en pie y sin mitra, con las manos juntas, invita al pueblo a orar y, tras una breve oración en silencio, bendice la ceniza que ante el presenta un acólito, diciendo, con las manos extendidas, la oración del Misal. Luego, asperja la ceniza con agua bendita, sin decir nada.

257. Terminada la bendición, aquel a quien le corresponde, sea un concelebrante o un diácono, impone la ceniza al obispo, que se inclina, diciéndole: «Convertios y creed en el Evangelio» o «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás».

258. Después, el obispo vuelve a recibir la mitra y, sentado en la cátedra o de pie, impone la ceniza a los concelebrantes, los ministros y los fieles con la ayuda, si es el caso de algunos concelebrantes o diáconos.

Mientras tanto, se canta el salmo Misericordia, Dios mío con una de las antífonas, por ejemplo, Dios mío, borra mi culpa, o el responsorio Corrijamos aquello u otro canto adecuado.

259. Finalizada la imposición de la ceniza, el obispo se lava las manos y tiene lugar la oración universal; luego, sigue la misa de la forma acostumbrada.

CAPÍTULO V
LAS ASAMBLEAS CUARESMALES

260. Todos los aspectos de las celebraciones cuaresmales tienden también a que la vida de la Iglesia local resplandezca con mayor claridad desarrolle. Por ello, se recomienda vivamente que se mantengan y se impulsen las asambleas de la Iglesia local, como las estaciones romanas al menos, en las ciudades más importantes y de la manera que mejor se adapte a cada lugar. Este tipo de asambleas de fieles puede reunirse, sobre todo si las preside el obispo, los domingos u otros días de la semana más oportunos, junto a los sepulcros de los santos o en las iglesias o en los santuarios más importantes de la ciudad o también en aquellos lugares de peregrinación más frecuentados de la diócesis (21). 

(21) Cf. Misal Romano, Rubrica para el inicio del tiempo de Cuaresma.

261. Si, de acuerdo a los usos y circunstancias locales, antes de la misa que se celebra en estas asambleas cuaresmales, se realiza una procesión, entonces la asamblea se reúne en una iglesia menor o en otro lugar apropiado fuera de la iglesia a donde se dirige en procesión.

En un lugar adecuado, el obispo se reviste con los ornamentos sagrados de color morado, necesarios para la misa. En lugar de la casulla puede llevar capa pluvial, que deja cuando finalice la procesión. Recibe la mitra sencilla y el báculo, y, con los ministros y, si es el caso, con los concelebrantes revestidos para la misa, se dirige al lugar donde se encuentra reunida la asamblea, mientras se canta un canto adecuado.

Finalizado el canto, el obispo deja la mitra y el báculo, y saluda al pueblo. Después, tras una breve monición que hace el mismo, un concelebrante o el diácono, el obispo, con las manos extendidas, dice la oración colecta sobre el misterio de la santa cruz, o por la remisión de los pecados, o por la Iglesia, especialmente la local, o pronuncia una de las Oraciones sobre el pueblo que hay en el Misal. Luego, el obispo recibida la mitra, si es oportuno, pone incienso en el incensario y el diácono anuncia: «Vayamos en paz»; se ordena la procesión hacia la iglesia, mientras se cantan las letanias de los santos. En el lugar correspondiente de pueden intercalar las invocaciones del santo patrón, del fundador y de los santos de la Iglesia local. Una vez que la procesión llega a la iglesia, todos se colocan en los lugares que tengan asignados. El obispo, cuando llega al altar, deja la mitra y el báculo, y venera e inciensa el altar. Después, se dirige a la cátedra, donde deja la capa pluvial, si la llevaba en la procesión, y recibe la casulla; y, omitidos los ritos iniciales y, si es oportuno, el Señor, ten piedad, dice la oración colecta de la misa.

Luego continúa la misa como de costumbre.

Puede el obispo, si parece más apropiado, quitarse la capa pluvial y ponerse la casulla cuando llega al altar, antes de venerarlo.

262. En estas asambleas, en lugar de la misa también puede hacerse una celebración de la Palabra de Dios, como se describió más arriba, nn. 222-226, o con forma de celebración penitencial, como se propone en el Ritual Romano para el tiempo de Cuaresma (cf. infra nn, 640-643).

CAPÍTULO VI
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

263. El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia se introduce en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, que, al entrar en Jerusalén, anunció su grandeza. Los cristianos llevan ramos para simbolizar el triunfo regio que Cristo ha obtenido al morir en la Cruz. Como dice el Apóstol: «Si sufrimos con él, seremos también glorificados con él» (22); el nexo entre ambos aspectos del misterio pascual ha de quedar patente en la celebración y en la catequesis de este día.

(22) Rom 8, 17.

PRIMERA FORMA: PROCESIÓN

264.
A la hora prefijada, se reúne la asamblea en una iglesia menor o en otro lugar apropiado, fuera de la iglesia hacia donde se dirige la procesión.

Los fieles llevan ramos en las manos (23).

(23) Cf. Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, n. 2.

265. En un lugar adecuado, el obispo se reviste con los ornamentos de color rojo para la misa. En lugar de casulla puede llevar capa pluvial, que deja cuando acaba la procesión. Recibe la mitra y el báculo, y con los ministros y, si es el caso, con los concelebrantes revestidos para la misa, se dirige al lugar de la bendición de los ramos, mientras se canta la antifona Hosanna al Hijo de David u otro canto adecuado.

266. Finalizado el canto, el obispo deja el báculo y la mitra y, en pie, vuelto al pueblo, dice: «En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Después, saluda al pueblo, diciendo: «La paz esté con vosotros», y dice la monición introductoria. Si es oportuno, también puede hacer esta monición el diácono o uno de los concelebrantes.

267. Después de la monición, el obispo, con las manos extendidas, dice la oración sobre los ramos y los asperja con agua bendita, sin decir nada.

268. Tras la bendición de los ramos, antes de proclamar el Evangelio, se pueden repartir ramos entre los concelebrantes, los ministros y algunos fieles. El obispo recibe del diácono o de uno de los concelebrantes el ramo preparado para él y se lo entrega a un ministro mientras él mismo realiza la distribución de los ramos. Entretanto, se entona un canto adecuado.

269. Luego, el obispo pone incienso en el incensario, bendice al diácono que va a proclamar el Evangelio y toma su ramo, que sostiene mientras se proclama el Evangelio. En el caso de que pronuncie la homilía, deja el ramo y recibe la mitra y el báculo, a no ser que le parezca hacerlo de otro modo.

270. Para iniciar la procesión, el obispo o el diácono puede hacer la monición: «Queridos hermanos, imitemos a la muchedumbre...», tal como está en el Misal Romano o con palabras parecidas; y comienza la procesión hacia la iglesia donde se celebrará la misa. Precede el turiferario con el incensario humeante, después, el acólito que lleva la cruz, adornada con ramos de palmas, según las costumbres del lugar, en medio de otros dos acólitos con cirios encendidos. A continuación, el clero, el diácono que lleva el Evangeliario, otros diáconos, si los hubiere, que llevan el libro de la historia de la Pasión, los concelebrantes, el ministro que lleva el báculo del obispo y, después, el obispo con la mitra, llevando el ramo. Tras el obispo, ligeramente separados de él, los dos diáconos asistentes; luego los ministros del libro y la mitra, y por fin los fieles. Todos, ministros y fieles, llevan ramos.

Mientras avanza la procesión, el coro y el pueblo cantan los cantos propuestos en el Misal, u otros adecuados.

Al entrar la procesión en la iglesia, se canta el responsorio Al entrar el Señor u otro canto que trate de la entrada del Señor (24).

(24) Cf. ibid., n. 10.

271. Una vez que el obispo llega al altar, entrega el ramo al diácono, deja la mitra y venera e inciensa el altar. Después, se dirige a la cátedra, donde deja la capa pluvial, si la llevaba en la procesión, y recibe la casulla. Omitidos los ritos iniciales de la misa y, si es el caso, el Señor, ten piedad, concluye la procesión diciendo la oración colecta de la misa.

El obispo puede, también, si esto parece más oportuno, dejar la capa pluvial y recibir la casulla, cuando llega al altar y antes de venerarlo.

SEGUNDA FORMA: ENTRADA SOLEMNE

272. Cuando no pueda realizarse la procesión fuera de la iglesia, la bendición de los ramos puede efectuarse en forma de entrada solemne.

Los fieles se reúnen ante la puerta de la iglesia o en la propia iglesia, llevando ramos en las manos. El obispo y los ministros, y una representación de los fieles, acceden al lugar de la iglesia en el que, al menos, la mayor parte de los fieles puedan participar en los ritos.

Mientas el obispo se dirige a ese lugar, se canta la antifona Hosanna u otro canto adecuado. Luego, hágase todo como se dice en los nn. 266-271 (25).

(25) Cf. ibid., nn. 12, 13, 14 y 15.

HISTORIA DE LA PASIÓN

273. Iniciado el canto para el Evangelio, todos, excepto el obispo, se levantan. No se emplean incienso ni cirios para la lectura de la historia de la Pasión. Los diáconos que van a leer la Pasión piden y reciben la bendición, como se dice más arriba, n. 140. Después, el obispo deja la mitra, se pone en pie, recibe el báculo y se lee la historia de la Pasión. Se omite el saludo al pueblo y la signación del libro.

Tras narrar la muerte del Señor, todos se arrodillan, y se hace una breve pausa. Al final se dice: «Palabra del Señor», pero se omite el beso del libro.

Acabada la lectura de la historia de la Pasión, el obispo hace una breve homilía. Al terminar, si parece conveniente, pueden guardarse unos momentos de silencio.

Luego, continúa la misa como de costumbre.

CAPÍTULO VII
LA MISA CRISMAL

274. Esta misa, que concelebra el obispo con su presbiterio, y en la que consagra el santo crisma y bendice los otros óleos, es como una manifestación de la comunión de los presbíteros con su propio obispo (26).

Con el santo crisma, que el obispo consagra, se ungen los recién bautizados y se signan los que van a recibir la confirmación; también se ungen las manos de los presbíteros y la cabeza de los obispos, la iglesia y los altares en la dedicación. Con el óleo de los catecúmenos se preparan y se disponen para el bautismo los propios catecúmenos. Finalmente, el óleo de los enfermos sirve de alivio a estos en sus dolencias.

Para esta misa se reúnen, y en ella concelebran, los presbíteros, que como testigos y cooperadores de su obispo en la confección del crisma, participan en su sagrado ministerio de enseñar, santificar y regir al pueblo de Dios (27), y así se manifiesta con claridad la unidad del sacerdocio y del sacrificio de Cristo, que se perpetúa en la Iglesia.

Para que se signifique mejor la unidad del presbiterio, procure el obispo que participen en esta misa presbíteros concelebrantes de todas las zonas de la diócesis (28).

Quienes, por algún motivo, no concelebran pueden comulgar en la misa crismal bajo las dos especies.

(26) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 203; ibid., Jueves Santo, Introducción a la misa crismal
(27) Cf. CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, n. 2.
(28) Misal Romano, Jueves Santo, Introducción a la misa crismal.

275. La consagración del crisma y la bendición del óleo de los enfermos y de los catecumenos, normalmente, la realiza el obispo el Jueves Santo, en la misa propia que se celebra por la mañana.

Pero si ese día es más difícil que clero y pueblo se puedan reunir con el obispo, esta bendición se puede anticipar a otro día, siempre que sea cercano a Pascua y empleando siempre la misa propia (29).

(29) Cf. Misal Romano, Jueves Santo, Misa crismal, nn. 2-3.

276. Por su significación y su importancia pastoral en la vida de la diócesis, celébrese la misa crismal con el rito de la misa estacional, en la catedral o, por razones pastorales, en otra iglesia.

277. Conforme a la tradición seguida en la liturgia latina, la bendición del oleo de los enfermos se realiza antes de finalizar la plegaría eucarística; la bendición del óleo de los catecumenos y la consagración del crisma, después de la comunión.

Sin embargo, por razones pastorales, está permitido realizar todos los ritos de bendición después de la liturgia de la Palabra (30).

(30) Cf. ibid., nn. 5.

278. Para la bendición de los óleos, además de lo que es necesario para la celebración de la misa estacional, prepárese esto:
a) En la sacristía mayor o en otro lugar apropiado:
- las ánforas de los óleos;
- los aromas para elaborar el crisma, si el mismo obispo desea hacer la mezcla dentro de la acción litúrgica;
– pan, vino y agua para la misa, que se llevarán junto con los óleos antes de la preparación de las ofrendas.
b) En el presbiterio:
- el Misal Romano;
- una mesa donde colocar las ánforas de los óleos, que estará situada de modo que el pueblo pueda ver bien y participar en toda la acción sagrada;
- la sede para el obispo, si la bendición se realiza ante el altar (31).

(31) Cf. ibid., n. 5.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

279. La preparación del obispo, los concelebrantes y los otros ministros, su entrada en la iglesia, así como todo lo que tiene lugar desde el inicio de la misa hasta el Evangelio inclusive, se hará como se indica en el rito de la misa estacional (32).

(32). Cf. ibid., n. 5

280. En la homilía, el obispo, llevando mitra y báculo, y sentado en la cátedra a no ser que parezca oportuno de otra forma, exhorta a los presbíteros a mantenerse fieles en su ministerio y los invita a renovar públicamente las promesas sacerdotales.

Acabada la homilía, el obispo interroga a los presbíteros, que están de pie y recibe la renovación de las promesas sacerdotales (33).

(33) Cf. ibid., n. 8.

281. El obispo deja el báculo y la mitra, y se levanta. No se dice el Símbolo. Se hace la oración universal, en la que los fieles son invitados a orar por sus pastores, como aparece en el Misal.

282. Entonces, estando el obispo sentado en la cátedra con la mitra, los diáconos (o, en su defecto, algunos presbíteros), los ministros encargados de traer los óleos, así como los fieles que van a llevar el pan y el vino con el agua, se dirigen de manera ordenada a la sacristía mayor o al lugar donde se hayan colocado los óleos y las otras ofrendas. Cuando regresan al altar, lo hacen en el siguiente orden: primero, el ministro que lleva el recipiente con los aromas, si el mismo obispo quiere hacer mezclar el crisma; luego, otro ministro con el ánfora del óleo de los catecúmenos, si debe ser bendecido; a continuación, otro con el ánfora del óleo de los enfermos. En último lugar, el óleo para el crisma, llevado por un diácono o un presbítero. Tras ellos, van los ministros o los fieles con el pan, el vino y el agua para la celebración de la eucaristía (34).

(34) Cf. ibid., n. 15.

283. Durante la procesión por la iglesia, el coro canta el himno O Redemptor, al que todos responden; u otro canto adecuado, en lugar del canto para el ofertorio.

284. El obispo recibe los dones en la cátedra o en el lugar más oportuno. El diácono, llevando el ánfora para el crisma, la presenta al obispo, diciendo en voz alta: «Óleo para el santo crisma». El obispo la toma y la entrega a uno de los diáconos que lo asisten, que, a su vez, la deposita sobre la mesa preparada. De igual modo, se hace con los que llevan las ánforas del óleo de los enfermos y de los catecumenos.

El primero dice: «Óleo de los enfermos»; y el segundo: «Óleo de los catecumenos». De la misma manera, las recibe el obispo y son colocadas por los ministros sobre la mesa preparada (35).

Después, continúa la misa, como de costumbre, salvo que el rito completo de la bendición deba realizarse en este momento, como se dice más arriba, n. 291.

(35) Cf. ibid., n. 15, Procesión de las ofrendas.

285. Al finalizar la plegaria eucarística, antes de que el obispo diga: «Por Cristo, Señor nuestro, por quien sigues creando...», en la plegaria eucarística I, o antes de la doxología: «Por Cristo, con él y en el...» en el resto de las plegarias eucarísticas, el que llevó el ánfora del óleo de los enfermos la acerca al altar y la sostiene ante el obispo, mientras este bendice el óleo de los enfermos, diciendo la oración: «Señor Dios, Padre de todo consuelo...».

Concluida la bendición, se vuelve a colocar el ánfora con el óleo de los enfermos sobre la mesa preparada al efecto, y continúa la misa hasta que finaliza la comunión (36).

(36) Cf. ibid., n. 15, Bendición del oleo de los enfermos.

286. Terminada la oración después de la comunión, los diáconos colocan sobre la mesa, preparada al efecto en medio del presbiterio, las ánforas con el óleo de los catecúmenos que va a ser bendecido y con el crisma que ha de ser elaborado.

287. El obispo y los concelebrantes, con los diáconos y los ministros, se acercan a la mesa, de manera que el obispo, de pie y vuelto al pueblo, tenga a los concelebrantes en torno a él, por una y otra parte, en forma de corona; mientras, los diáconos con los ministros están en pie, detrás de él.

288. Dispuestos todos así, el obispo procede a bendecir el óleo de los catecumenos, si se ha de bendecir. De pie y sin mitra, vuelto al pueblo, con las manos extendidas, dice la oración: «Señor Dios, fuerza y defensa de tu pueblo...» (37).

(37) Cf. ibid., n. 15, Bendición del óleo de los catecumenos.

289. Después, si no se ha hecho previamente, el obispo se sienta, recibe la mitra y derrama los aromas sobre el óleo para elaborar el crisma, sin decir nada.

290. Hecho esto, se levanta y, de pie sin mitra, dice la monición: «Hermanos: Pidamos a Dios, Padre todopoderoso....».

Entonces, si parece oportuno, sopla sobre el ánfora del crisma.

Luego, con las manos extendidas, pronuncia una de las oraciones de consagración, durante la cual, desde el momento en que el obispo dice: «A la vista de tantas maravillas...» hasta que la oración concluye, todos los concelebrantes extienden la mano derecha hacia el crisma, sin decir nada (38).

(38) Cf. ibid., n. 15, Consagración del crisma.

291. Si razones pastorales lo aconsejan, el rito completo de bendición de los óleos puede realizarse tras la liturgia de la Palabra, procediendo de la siguiente manera: presentadas al obispo las ánforas con el óleo de los enfermos y de los catecumenos para ser bendecidas y el crisma para ser elaborado, los diáconos las colocarán sobre la mesa dispuesta al efecto, en medio del presbiterio, y todo se realizará como se ha dicho más arriba, nn. 283-284 y nn. 287-290. Una vez concluidos los ritos, la misa continua como de costumbre, desde la preparación de las ofrendas hasta la oración después de la comunión.

292. Consagrado el crisma, si esto se ha realizado después la comunión -y si no, terminada la oración después de la comunión-, el obispo imparte la bendición como de costumbre; luego, pone y bendice el incienso y, después de decir el diácono: «Podéis ir en paz», la procesión se dirige a la sacristía mayor.

293. Precede el turiferario con el incensario humeante, los ministros encargados de llevar los óleos, ya bendecidos, irán inmediatamente detrás de la cruz, mientras el coro y el pueblo cantan algunos versos del himno O Redemptor, u otro canto apropiado.

294. En la sacristía mayor, el obispo advierta oportunamente a los presbíteros sobre el modo de tratar y venerar los sagrados óleos, y el cuidado en conservarlos (39).

(39) Cf. ibid., n. 15, Consagración del crisma.

CAPÍTULO VIII
EL SACRO TRIDUO PASCUAL

295. «Ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual, muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida, el Triduo santo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor es el punto culminante de todo el ano litúrgico la preeminencia que tiene el domingo en la semana la tiene la solemnidad de Pascua en el año litúrgico» (40).

También considérese sagrado el ayuno pascual que debe celebrarse en todas partes el Viernes Santo en la Pasión del Señor y que, según las circunstancias, se prolonga además al Sábado Santo, de modo que se llegue con el espíritu elevado y abierto al gozo del Domingo de Resurrección (41).

(40) Normas universales sobre le año litúrgico y el calendario, n. 18.
(41) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosantum Concilium, n. 110.

296. En consecuencia, teniendo presente la especial dignidad de estos días y la suma importancia espiritual y pastoral de estas celebraciones en la vida de la Iglesia, es muy conveniente que el obispo presida en su iglesia-catedral la misa en la Cena del Señor, la acción liturgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor y la Vigilia pascual, especialmente si en ella se van a celebrar los sacramentos de la iniciación cristiana. Además conviene que el obispo, en cuanto sea posible, participe con el clero y el pueblo en el oficio de lectura y en las Laudes del Viernes Santo en la Pasión del Señor y del Sábado Santo, así como en las Vísperas del dia de Pascua, sobre todo donde se mantiene la costumbre de celebrar Vísperas bautismales.

CAPÍTULO IX
LA MISA EN LA CENA DEL SEÑOR

PRÆNOTANDA

297. Con esta misa, que se celebra en la tarde del jueves de la Semana Santa, la Iglesia comienza el santo Triduo pascual, y desea conmemorar aquella ultima cena en la que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, amando hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, y lo entregó a los apóstoles para que lo tomaran, ordenándoles a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio que lo ofrecieran (42).

Con esta misa, en efecto, se hace el memorial tanto de la institución de la eucaristía -es decir, el memorial de la Pascua del Señor, con el que se perpetúa entre nosotros el sacrificio de la nueva ley, bajo los signos del sacramento, como también de la institución del sacerdocio, mediante el cual se perpetúan en el mundo la misión y el sacrificio de Cristo; además, es memorial de la caridad con que Cristo nos amó hasta la muerte. Procure el obispo, a través del ministerio de la palabra, proponer de forma adecuada todo esto a los fieles, para que puedan profundizar piadosamente en tales misterios y experimentarlos con más intensidad en su vida.

(42) CONCILIO DE TRENTO, Sesión XXII (17.IX.1562), doctr. De ss. Missae sacrif., c. l: CONCILIO DE TRENTO, Diariorum, Actorum, Epistolarium, Tractatum nova collectio, ed. Soc. Goerresianae, t. VIII. Actorum pars V, Friburgo de Brisgovia 1919, p. 960.

298. El obispo, aunque ya haya celebrado por la mañana la misa crismal, procure celebrar también la misa en la Cena del Señor, con la participación plena de presbíteros, diáconos, ministros y fieles en torno a él.

Del mismo modo, los sacerdotes que ya hayan concelebrado en la misa crismal pueden concelebrar de nuevo en la misa vespertina (43).

(43) Cf. Misal Romano, Ordenación general, nn. 203-204 a.

299. Además de lo necesario para la celebración de la misa estacional prepárese cuanto sigue:
a) En un lugar apropiado del presbiterios
- un copón con las formas que deben consagrarse para la comunión del día siguiente;
- un velo humeral;
- un segundo incensario, con naveta;
- cirios y velas.
b) Donde vaya a realizarse el lavatorio de los pies.
- asientos para las personas designadas
- un lavabo y una jofaina:
- panos para secar los pies:
- un gremial para el obispo;
- lo necesario para que el obispo lave sus manos,
c) En la capilla donde se reserva el Santísimo Sacramento:
- un sagrario o cofre para la reserva;
- velas, flores y otros adornos adecuados.

DESCRIPCIÓN DEL RITO

300. La preparación, la entrada en la iglesia y la liturgia de la Palabra se realiza como es habitual en la misa estacional.

Mientras se canta el himno Gloria, se hace sonar las campanas, y una vez que terminen, no sonarán hasta la Vigilia pascual, salvo que la Conferencia de obispos o el obispo diocesano, según las circunstancias, dispongan otra cosa (44).

También durante ese tiempo, el órgano y los demás instrumentos musicales solo podrán sonar para acompañar el canto.

(44) Cf. Misal Romano, Jueves Santo en la Cena del Señor, n. 7.

301. Tras la homilía, en la que se explican los importantísimos misterios que se conmemoran en esta misa, es decir, la institución de la sagrada eucaristía y del orden sacerdotal, y también el mandato del Señor sobre la caridad fraterna, se procederá, donde lo aconsejen razones pastorales, al lavatorio de los pies.

Las personas designadas son conducidas por los ministros a los asientos preparados en un lugar adecuado. El obispo deja la mitra y la casulla, pero no la dalmática, si la lleva; se ciñe, si conviene, un gremial adecuado y se acerca a cada una de ellas, derrama agua sobre sus pies y los seca, con la ayuda de los diáconos. Mientras tanto se cantan las antífonas que se proponen en el Misal u otros cantos adecuados (45).

(45) Cf. ibid., nn. 11-12.

302. Después del lavatorio de los pies, el obispo regresa a la cátedra, se lava las manos y se reviste la casulla. Enseguida, dado que en esta misa no se dice el Símbolo, se hace la oración universal (46).

(46) Cf. ibid., n. 13.

303. Al comienzo de la liturgia eucarística, se puede ordenar una procesión de los fieles con ofrendas para los pobres. Mientras tanto, se canta Ubi caritas est vera, u otro canto adecuado (47).

(47) Cf. ibid., n. 14.

304. Desde la preparación de las ofrendas hasta la comunión incluida, todo se hará como en la misa estacional, utilizando en la plegaria eucarística los textos propios que se proponen en el Misal (48).

(48) Cf. ibid., n. 16.

305. Terminada la comunión de los fieles, se deja sobre el altar el copón con las formas para la comunión del día siguiente y se dice la oración después de la comunión (49).

(49) Cf. ibid., n. 35.

306. Una vez dicha la oración y omitidos los ritos conclusivos, el obispo, en pie ante el altar, pone incienso en el incensario y lo bendice, y, arrodillado, inciensa el Sacramento. Después, se pone el velo humeral, se acerca al altar, hace genuflexión y con ayuda del diácono toma el copón, con sus manos cubiertas por los extremos del velo humeral (50).

(50) Cf. ibid., n. 37.

307. Se ordena la procesión en la que el Sacramento es trasladado por la iglesia, hasta el lugar de la reserva, preparado en alguna capilla. Precede el acólito con la cruz, al que acompañan dos acólitos con cirios encendidos; sigue el clero, los diáconos, los concelebrantes, el ministro que lleva el báculo del obispo, dos turiferarios con los incensarios humeantes, el obispo que lleva el Sacramento y, ligeramente detrás, los dos diáconos que lo asisten; después, los ministros del libro y la mitra. Todos llevan velas encendidas y luces, junto al Sacramento.

Mientras tanto, se canta el himno Pange, lingua (excepto las dos últimas estrofas) u otro canto eucarístico, de acuerdo con las costumbres del lugar (51).

(51) Cf. ibid., n. 38.

308. Una vez que llega al lugar de la reserva, el obispo entrega el copón al diácono, que lo coloca sobre el altar o en el sagrario, cuya puerta permanece abierta; y, mientras se canta Tantum ergo Sacramentum u otro canto adecuado, el obispo arrodillado, inciensa al Santísimo Sacramento. Luego, el diácono coloca el Sacramento en el sagrario o cierra su puerta (52).

(52) Cf. ibid., n. 39.

309. Tras unos momentos de adoración en silencio, todos se ponen en pie y, hecha la genuflexión, se retiran a la sacristía mayor; el obispo lleva mitra y báculo (53).

(53) Cf. ibid., n. 40.

310. En el momento oportuno se desnuda el altar y, si es posible, se retiran las cruces de la iglesia. Es conveniente que se cubran las cruces que pudieran quedar en la iglesia, a no ser que ya estén cubiertas, por disposición de la Conferencia de obispos (54).

(54) Cf. ibid., n. 41.

311. Exhórtese a los fieles sobre la conveniencia de permanecer por la noche en adoración ante el Santísimo Sacramento reservado, durante un espacio de tiempo razonable, según las circunstancias y los lugares. Tras la medianoche, esta adoración se realiza sin ningún tipo de solemnidad (55).

(55) Ibid., n. 43.

CAPÍTULO X
LA CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

PRÆNOTANDA

312.
En este día en que «ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo» (56), tuvo manifiesto y cumplido efecto todo aquello que desde antiguo había sido misteriosamente prefigurado; sustituyó el verdadero Cordero al cordero simbólico, y con un único sacrificio se llevó a cumplimiento los de las diferentes víctimas precedentes (57).

«Cristo el Señor realizó esta obra de redención humana y de glorificación perfecta de Dios, preparada por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada Pasión, de su Resurrección de entre los muertos y de su gloriosa Ascensión. Por este misterio, “con su muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró nuestra vida”. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia» (58).

La Iglesia, contemplando la cruz de su Señor y Esposo, conmemora su propio nacimiento y su misión de extender a todos los pueblos los maravillosos efectos de la pasión de Cristo, que hoy celebra, dando gracias por un don tan sublime.

(56) 1 Cor 5, 7.
(57) Cf. SAN LEÓN MAGNO, Sermo 58 De Passione Domini 1: PL 54, 332.
(58) CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 5.

313. En torno a las tres de la tarde, salvo que por motivos pastorales se decida hacerlo a una hora posterior, se realiza la celebración de la Pasión del Señor, que consta de tres partes: liturgia de la Palabra, adoración de la cruz y sagrada comunión (59).

(59) Cf. Misal Romano, Viernes Santo en la Pasión del Señor, n. 4.

314. El altar estará totalmente desnudo: sin cruz, sin candelabros ni manteles (60).

(60) Cf. ibid., n. 3.

315. Para la celebración de la Pasión del Señor, prepárese lo siguiente:
a) En la sacristía mayor:
- para el obispo y los diáconos, ornamentos de color rojo, como para la misa; el obispo utilizará una mitra sencilla, pero ni anillo ni báculo;
- para el resto de los ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
b) En un lugar adecuado:
- una cruz (cubierta, si se emplea la primera forma);
- dos ciriales.
c) En el presbiterio:
- el Misal;
- el Leccionario;
- manteles;
- un corporal;
- estolas de color rojo para los presbíteros y diáconos que reciben la comunión.
d) En el lugar donde está reservado el Santísimo Sacramento:
- un velo humeral de color rojo o blanco para el diácono;
- dos ciriales para los acólitos.

RITOS INTRODUCTORIOS

316.
El obispo y los diáconos, revestidos con ornamentos de color rojo, como para la misa, se dirigen en silencio al altar. El obispo, tras quitarse la mitra y hecha la reverencia, se postra mirando al suelo o, si las circunstancias lo aconsejan, se arrodilla sobre un reclinatorio desnudo y, en silencio, ora durante unos momentos.

Todos los demás hacen lo mismo (61).

(61) Cf. ibid., n. 5.

317. Después, el obispo, con los diáconos, se dirige a la cátedra donde, vuelto al pueblo, con las manos extendidas, dice la oración: «Recuerda, Señor..., o esta otra: «Oh, Dios, que por la pasión de tu Hijo...». Luego, se sienta y recibe la mitra (62).

(62) Cf. ibid., n. 6.

LITURGIA DE LA PALABRA

318. Entonces, estando todos sentados, se lee la primera lectura del libro del profeta Isaías, con su salmo. Sigue la segunda lectura de la carta a los Hebreos (63).

(63) Cf. ibid., nn. 7-8.

319. Al iniciarse el canto que precede al Evangelio, todos, salvo el obispo, se ponen de pie. Para la lectura de la historia de la Pasión no se utiliza incienso ni cirios. Los diáconos que van a leer la Pasión piden y reciben del obispo la bendición, como otras veces. El obispo deja la mitra y se levanta. Luego se lee la historia de la Pasión según san Juan Se suprime el saludo al pueblo y la signación del libro.

Tras el anuncio de la muerte del Señor, todos se arrodillan y se hace una pequeña pausa. Al final se dice: «Palabra del Señor», pero se omite el beso al libro.

Concluida la historia de la Pasión, el obispo hace una breve homilía. Cuando esta finaliza, el obispo o el diácono pueden invitar a los fieles a que hagan un momento de oración (64).

(64) Cf. ibid., nn, 9-10.

320. Después de la homilía, el obispo, en pie, sin mitra, en la cátedra o, si es preferible, en el altar, con las manos extendidas, dirige la oración universal, como aparece en el Misal, o seleccionando, si es el caso, aquellas moniciones que resulten más oportunas.

Las preces, con que se indican las intenciones de esta oración, también pueden ser enunciadas, si es conveniente, por los diáconos desde el ambón.

Durante todo el tiempo que dure esta oración, los fieles pueden permanecer de pie o de rodillas (65).

(65) Cf. ibid., nn. 11-13.

ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ

321. Después se realiza la ostensión y adoración de la santa cruz, utilizando una de las formas que propone el Misal.

a) Primera forma de mostrar la santa cruz: Mientras uno de los diáconos lleva la cruz cubierta hacia el altar, acompañada por dos acólitos con cirios encendidos, el obispo se acerca al altar con los diáconos que lo asisten y allí, en pie y sin mitra, toma la cruz y la va descubriendo en tres momentos sucesivos, a la vez que la ofrece a la adoración de los fieles, repitiendo cada una de las veces la invitación: «Mirad el árbol de la cruz...» (esta invitación la puede continuar el diácono o, si es el caso, el coro). Todos responden: «Venid a adorarlo», y una vez que finaliza el canto, todos se postran de rodillas y adoran en silencio, un breve momento, la cruz que el obispo, en pie, mantiene alzada. Luego, el diácono, al que acompañan dos acólitos con cirios encendidos, lleva la cruz a la entrada del presbiterio o a otro lugar apropiado y la coloca allí o la entrega a los ministros para que la sostengan; los cirios encendidos quedarán situados a derecha e izquierda de la cruz (66).

(66) Cf. ibid., n. 15.

b) Segunda forma de mostrar la santa cruz: Estando el obispo en la cátedra, de pie y sin mitra, el diacono se dirige con los acólitos a la puerta de la iglesia, donde toma la cruz descubierta, y los acólitos cirios encendidos, y se hace la procesión por la iglesia hacia el presbiterio. Junto a la puerta, en medio de la iglesia y a la entrada del presbiterio, el diácono alza la cruz y canta la invitación: «Mirad el árbol de la cruz...», a la que todos responden: «Venid a adorarlo»; tras cada una de las respuestas todos, salvo el obispo que se mantiene en pie se arrodillan y adoran en silencio durante unos momentos. Luego, el diacono deposita la cruz en la entrada del presbiterio o en otro lugar, como se dijo antes (67).

(67) Cf. ibid., n. 16.

322. Para adorar la cruz, el obispo deja la mitra, la casulla y, si parece oportuno, el calzado, se descubre la cabeza y es el primero en acercarse, arrodillarse ante la cruz y besarla; después, regresa a la cátedra, donde vuelve a ponerse la casulla y calzarse, y se sienta sin la mitra. Tras el obispo, adoran la cruz los diáconos y luego el clero y los fieles que se acercan de forma procesional y manifiestan su veneración a la cruz con una genuflexión sencilla u otro signo adecuado, conforme a los usos locales, por ejemplo, besando la cruz.

Mientras tanto se canta la antifona Tu cruz adoramos, los improperios u otros cantos apropiados. Todos los que ya adoraron la cruz se sientan en su lugar (68).

(68) Cf. ibid., nn. 18 y 20.

323. Solamente se utilizará una cruz para la adoración. Si debido al elevado número de fieles no todos pueden acercarse personalmente, el obispo, una vez que una parte del clero y de los fieles ya han realizado la adoración, regresa al altar, recibe la cruz del diácono y, estando delante del altar en el medio, invita al pueblo a adorar la santa cruz con breves palabras, y luego mantiene alzada la cruz durante un breve espacio de tiempo, para que los fieles la adoren en silencio (69).

(69) Cf. ibid., n. 19.

SAGRADA COMUNIÓN

324.
Terminada la adoración, el diácono lleva la cruz a su lugar en el altar, mientras el obispo regresa a la cátedra. Los cirios encendidos se ponen cerca del altar o junto a la cruz. Entonces se extiende el mantel sobre el altar, y se colocan el corporal y el Misal (70).

(70) Cf. ibid., nn. 21-22.

325. Después, el diácono, con velo humeral y por el camino más corto, lleva el Sacramento desde el lugar de la reserva hasta el altar. Dos acólitos con velas encendidas acompañan al Sacramento y dejan las velas junto o sobre el altar.

Mientras tanto, el obispo y todos los demás se ponen en pie y permanecen en silencio (71).

(71) Cf. ibid., n. 22.

326. Una vez que el diácono ha colocado el Sacramento sobre el altar y ha destapado el copón, el obispo se acerca con los diáconos y, tras hacer genuflexión, sube al altar. Se proclama la oración dominical con su embolismo y se distribuye la comunión, como se indica en el Misal (72).

(72) Cf. ibid., nn. 22-28.

327. Si el obispo estuviera presente en la acción litúrgica, pero sin celebrarla, conviene que al menos, tras la adoración de la cruz, se revista con estola y capa pluvial de color rojo sobre el roquete, y presida el rito de la comunión.

Sin embargo, si no hace esto, se coloca una estola para la comunión, y él mismo comulga en el altar, después del celebrante.

328. Finalizada la distribución de la comunión, el diácono, con velo humeral, traslada el copón a un lugar preparado fuera de la iglesia o, si las circunstancias así lo piden, lo guarda en el sagrario (73).

(73) Cf. ibid., n. 29.

329. Luego, el obispo, tras guardar, si es oportuno, unos momentos de sagrado silencio, recita la oración después de la comunión (74).

(74) Cf. ibid., n. 30.

RITO DE CONCLUSIÓN

330. Terminada la oración después de la comunión, para la despedida, el obispo de pie vuelto al pueblo y extendiendo las manos sobre él, dice la oración: «Descienda, Señor, tu bendición...» (75).

(75) Cf. ibid., n. 31.

331. Tras hacer genuflexión a la cruz, el obispo recibe la mitra y todos se retiran en silencio.

En el momento oportuno, se desnuda el altar (76).

(76) Cf. ibid., n. 32-33.

CAPÍTULO XI
LA VIGILIA PASCUAL

PRÆNOTANDA

332.
Según una antiquísima tradición, esta es la noche en que veló el Señor (77), y la vigilia en la que se celebra la noche santa, conmemorando que el Señor ha resucitado, que se considera «la madre de todas las vigilias sagradas» (78). Pues en ella, la Iglesia espera vigilante la Resurrección del Señor y en ella celebra los sacramentos de la iniciación cristiana.

(77) Cf. Éx 12, 42.
(78) SAN AGUSTÍN, Sermo 219: PL 38, 1088.

333. Toda la celebración de la Vigilia pascual se realiza durante la noche, de modo que no debe comenzar antes de anochecer y debe concluir antes de que apunte la luz del domingo (79).

(79) Misal Romano, Vigilia pascual, n. 3.

334. Como la celebración de la Vigilia pascual es la más importante y la más destacada de todas las solemnidades del año litúrgico, no descuide el obispo celebrarla él, personalmente.

335. La misa de la Vigilia es la misa pascual del Domingo de Resurrección. Quien celebra o concelebra la misa de la noche puede celebrar o concelebrar una segunda misa de Pascua (80).

(80) Cf. ibid., n. 5.

336. Además de lo que es necesario para la celebración de la misa estacional, prepárese cuanto sigue:
a) Para la bendición del fuego:
- un fuego (en un lugar fuera de la iglesia donde se reúne el pueblo);
- el cirio pascual;
- (cinco granos de incienso; punzón);
- un instrumento adecuado para encender el cirio, del nuevo fuego;
- una linterna para iluminar los textos que ha de leer el obispos velas para quienes participan en la Vigilia;
- un instrumento para que el turiferario coloque en el incensario brasas encendidas del nuevo fuego.
b) Para el pregón pascual:
- un candelero para el cirio pascual, colocado junto al ambón;
- si el candelero no puede colocarse junto al ambón, se coloca un atril cerca del cirio para el diácono o para el cantor (cuando sea necesario) (81) que vaya a proclamar el pregón.
c) Para la liturgia bautismal:
- un acetre con agua;
- cuando se administran los sacramentos de la iniciación cristiana: óleo de los catecumenos, santo crisma, cirio bautismal, el Ritual Romano.

Las lámparas de la iglesia están apagadas.

(81) Cf. ibid., nn. 17 y 19.

BENDICIÓN DEL FUEGO Y PREPARACIÓN DEL CIRIO

337.
El obispo, los concelebrantes y los diáconos se revisten en la sacristía mayor o en otro lugar adecuado, ya desde el comienzo de la Vigilia, con ornamentos de color blanco para la misa (82).

(82) Cf. ibid., n. 6.

338. El obispo, con mitra y báculo, junto con los concelebrantes, el clero y los ministros, se dirige al lugar donde se halla reunido el pueblo, para bendecir el fuego. Uno de los acólitos lleva el cirio pascual delante de los ministros. No se lleva cruz procesional ni velas. El turiferario lleva el incensario sin brasas.

339. El obispo, dejando el báculo y la mitra, en pie y vuelto al pueblo, dice: «En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo»; saluda al pueblo, diciendo: «La paz esté con vosotros». A continuación, él mismo, o el diácono, o uno de los concelebrantes, se dirige brevemente al pueblo explicando la importancia de la celebración, con las palabras del Misal: «Queridos hermanos: En esta noche santa...» u otras similares (83).

(83) Cf. ibid., n. 9.

340. Después, el obispo bendice el fuego diciendo, con las manos extendidas, la oración: «Oh, Dios, que por medio de tu Hijo...». Acabada la oración, recibe la mitra y, con ayuda del diácono, enciende el cirio pascual del nuevo fuego. El turiferario toma brasas encendidas del nuevo fuego y las introduce en el incensario (84).

(84) Cf. ibid., n. 10.

341. Si a causa de la índole del pueblo parece oportuno resaltar, con algunos símbolos, la dignidad y el significado del cirio pascual, tras la bendición del nuevo fuego, un acólito lleva el cirio pascual ante el obispo, que, de pie y con mitra, graba la señal de la cruz con un punzón sobre el cirio pascual. Luego, en la parte de arriba de la cruz graba la letra griega alfa, en la de abajo la letra omega, y entre los brazos de la cruz los cuatro números del año en curso, mientras dice: «Cristo ayer y hoy». Tras grabar la cruz y el resto de los signos, el obispo puede también incrustar en el cirio cinco granos de incienso formando una cruz, diciendo: «Por sus llagas...». Y, por fin, enciende el cirio con el nuevo fuego que ha sido bendecido, mientras dice: «La luz de Cristo, que resucita glorioso...».

Puede realizarse todo lo que antecede o solo algunas de las cosas que se indican, de acuerdo a los usos locales y a las circunstancias pastorales. De igual modo, las Conferencias de obispos pueden establecer otras cosas, más adaptadas a la condición de los pueblos (85).

(85) Cf. ibid., nn. 11-12 y 14.

PROCESIÓN

342.
Después de haber encendido el cirio, el obispo pone incienso en el incensario; entonces, el diácono recibe del acólito el cirio pascual.

343. Se organiza la procesión, que entra en la iglesia. El turiferario, con el incensario humeante, precede al diácono que lleva el cirio pascual. A continuación, siguen el ministro que porta el báculo, el obispo con los diáconos que lo asisten, los concelebrantes, el clero y el pueblo; todos llevan velas apagadas en sus manos.

A la puerta de la iglesia, el diácono se detiene y alzando el cirio, canta: «Luz de Cristo», y todos responden: «Demos gracias a Dios». El obispo enciende su vela, tomando el fuego del cirio pascual.

Luego, el diácono avanza hasta la mitad de la iglesia, se detiene y, alzando el cirio, canta otra vez: «Luz de Cristo», y todos responden: «Demos gracias a Dios». Todos encienden las velas, dándose el fuego unos a otros.

El diácono, por fin, cuando llega ante el altar, y se detiene y vuelto al pueblo, canta por tercera vez: «Luz de Cristo», y todos responden: «Demos gracias a Dios»; después pone el cirio pascual en el candelero que ha sido colocado en medio del presbiterio o junto al ambón. Y se encienden las lámparas de la iglesia (86).

(86) Cf. ibid., nn. 15-17.

PREGÓN PASCUAL

344. El obispo, una vez que llega al presbiterio, se dirige a la cátedra, entrega su vela al diácono y se sienta con la mitra; luego, pone el incienso y lo bendice, como para el Evangelio en la misa. El diácono se acerca al obispo, pide y recibe la bendición, para lo cual el obispo dice en voz baja: «El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su pregón pascual, en el nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo». El diácono responde: «Amén» (87).

(87) Cf. ibid., n. 18. Si es un presbítero quien anuncia el pregón, se acerca al obispo y pide y recibe la bendición, igual que el diácono.
Pero si es un cantor quien, por necesidad, va a anunciar el pregón, no se acerca al obispo, ni inciensa el libro, ni el cirio; y omite las palabras que van desde: «Por eso, queridos hermanos» hasta el final de la invitación; tampoco dice el saludo: «El Señor este con vosotros».

345. Al retirarse el diácono, el obispo se quita la mitra y se pone en pie para escuchar el pregón, con la vela encendida en su mano.

De la misma manera, todos están en pie, con las velas encendidas en sus manos.

El diacono, tras incensar el libro y el cirio, canta el pregón pascual desde el ambón o desde el atril (88).

(88) Cf. ibid., n. 19.

LITURGIA DE LA PALABRA

346.
Terminado el pregón pascual, todos dejan las velas y se sientan. El obispo, antes de que empiecen las lecturas, sentado y con mitra, introduce la liturgia de la Palabra con una breve monición, salvo que se
confíe tal al diácono o a uno de los concelebrantes. Puede utilizarse como monición la que recoge el Misal: «Queridos hermanos: Con el pregón solemne de la Pascua...», u otra que lo exprese con palabras parecidas (89).

(89) Cf. ibid., n. 22.

347. En esta Vigilia se proponen nueve lecturas, esto es, siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo (Epístola y Evangelio). Donde importantes circunstancias pastorales lo aconsejen, puede reducirse el número de lecturas del Antiguo Testamento; sin embargo, siempre se debe tener presente que la lectura de la Palabra de Dios es una parte fundamental de esta Vigilia pascual. Del Antiguo Testamento se leerán al menos tres lecturas. Pero nunca se debe omitir la lectura del capítulo 14 del Éxodo (90).

(90) Cf. ibid., nn, 20-21.

348. Estando todos sentados y a la escucha, el lector se dirige al ambón y proclama la primera lectura. Luego, el salmista o cantor dice el salmo, proclamando el pueblo la respuesta. Después, el obispo, una vez que ha dejado la mitra, se levanta y, estando todos de pie, dice: «Oremos», y, tras orar todos en silencio durante unos instantes, dice la oración correspondiente a la lectura. Esto lo hace después de cada lectura del Antiguo Testamento (91).

(91) Cf. ibid., n. 23.

349. Tras la última lectura del Antiguo Testamento con su responsorio y su oración, se encienden los cirios del altar y se entona solemnemente el himno Gloria, que todos continúan, mientras suenan las campanas, según las costumbres del lugar (92).

(92) Cf. ibid., n. 31.

350. Concluido el himno, el obispo dice, como de costumbre, la colecta: «Oh, Dios, que has iluminado esta noche santísima...» (93).

(93) Cf. ibid., n. 32.

351. Luego se sienta y recibe la mitra. También se sientan todos y el lector lee desde el ambón la lectura del Apóstol (94).

(94) Cf. ibid., n. 33.

352. Acabada la Epístola, si es oportuno y según las costumbres locales, uno de los diáconos o el lector se acerca al obispo y le dice: «Reverendisimo padre, os anuncio una gran alegría, que es el Aleluya».

Tras este anuncio o, si no ha tenido lugar, inmediatamente después de la Epístola, todos se levantan. El obispo, en pie sin mitra, entona solemnemente el Aleluya, con la ayuda, si es necesario, de uno de los diáconos o de los concelebrantes. Lo canta tres veces, elevando gradualmente la voz, y el pueblo, después de cada una de las veces, responde en el mismo tono, repitiendo lo mismo.

Luego, el salmista o el cantor proclama el salmo, a lo que el pueblo responde: «Aleluya» (95).

(95) Cf. ibid., n. 34.

353. Después, el obispo se sienta, pone incienso y bendice al diácono para el Evangelio, como de costumbre. No se llevan ciriales para el Evangelio (96).

(96) Cf. ibid., n. 35.

354. Inmediatamente después del Evangelio, se hace la homilía. Luego, se prosigue con la liturgia bautismal (97).

(97) Ibid., n. 36.

LITURGIA BAUTISMAL

355.
Es muy conveniente que el obispo mismo administre en esta Vigilia los sacramentos del bautismo y de la confirmación (98).

(98) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, Prænotanda, n. 44.

356. La liturgia bautismal se realiza junto a la fuente bautismal o en el mismo presbiterio. Sin embargo, donde, según una antigua tradición, el baptisterio se encuentre fuera de la nave de la iglesia, allí hay que dirigirse para celebrar la liturgia bautismal (99).

(99) Cf. Misal Romano, Vigilia pascual, n. 37.

357. Se llama primero a los catecumenos, que son presentados por los padrinos o, si son párvulos, son llevados por los padres y padrinos (100).

(100) Cf. ibid., n. 38.

358. Entonces, si se realiza la procesión al baptisterio o a la fuente, esta se ordena inmediatamente: precede el acólito con el cirio pascual, al que siguen los catecumenos con los padrinos; después, los diáconos, los concelebrantes y el obispo, que lleva mitra y báculo. Durante la procesión, se cantan las letanias. Terminadas las letanías, el obispo deja el báculo y la mitra, y realiza la monición: «Hermanos: Acompañemos con nuestra oración...» (101).

(101) Cf. ibid., nn. 39-40.

359. Si, por el contrario, la liturgia bautismal se realiza en el presbiterio, el obispo deja el báculo y la mitra, y realiza la monición introductoria: «Queridos hermanos: acompañemos unánimes...»; luego, dos cantores cantan las letanias, a las que todos responden en pie, por ser tiempo pascual (102).

(102) Cf. ibid., nn. 40-41.

360. Acabadas las letanias y, como se ha dicho, hecha la monición por el obispo, este, en pie junto a la fuente bautismal, sin mitra y con las manos extendidas, bendice el agua, diciendo la oración: «Oh, Dios, que realizas en tus sacramentos...»; y mientras dice: «Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo...», puede, si es oportuno, introducir en el agua el cirio pascual, una o tres veces, como se indica en el Misal (103).

(103) Cf. ibid., nn. 44-45.

361. Concluida la bendición del agua y pronunciada la aclamación del pueblo, el obispo se sienta y recibe la mitra y el báculo; interroga a los elegidos para realizar la renuncia, si son adultos, conforme al Ritual de la Iniciación cristiana de adultos (104), en cambio, a los padres y padrinos de los párvulos, conforme al Ritual del Bautismo de niños (105).

(104) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, n. 217.
(105) Cf. Ritual Romano, Ritual del Bautismo de niños, n. 124-125.

362. Si no se ha hecho antes, en los ritos inmediatamente preparatorios, la unción con el óleo de los catecumenos, de los adultos, se hace en este momento, de acuerdo con el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, con ayuda de los presbíteros, si es necesario (106).

(106) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, n. 218.

363. Luego, el obispo, informado oportunamente por el padrino acerca del nombre de cada uno de los adultos que van a ser bautizados, les pregunta a cada uno acerca de su fe, como dice el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos (107). Si se trata de niños, solicita de todos los padres y Padrinos la triple profesión de fe, al mismo tiempo, como dice el Ritual del Bautismo de niños (108).

(107) Cf. ibid., n. 219.
(108) Cf. Ritual Romano, Ritual del Bautismo de niños, n. 126.

364. Concluido el interrogatorio, el obispo deja el báculo, se levanta y bautiza a los elegidos, con la ayuda, si es necesario, de presbíteros y también de diáconos, como se indica en el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos (109) y en el Ritual del Bautismo de niños (110).

(109) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, nn. 220-222.
(110) Cf. Ritual Romano, Ritual del Bautismo de niños, n. 128.

365. Después, el obispo se sienta otra vez. Tras el bautismo, los niños reciben la unción del crisma que realizan los presbíteros o los diáconos, sobre todo si los bautizados son numerosos, mientras el obispo dice, a un tiempo, sobre todos los bautizados: «Dios todopoderoso, Padre...». Todos, tanto adultos como niños, reciben la vestidura blanca, mientras el obispo dice: «N. y N, sois ya nueva creatura» (111). Luego, el obispo o el diácono toma el cirio pascual de manos del acólito y dice: «Acercaos padrinos», y se encienden los cirios de los neófitos, mientras el obispo dice: «Habéis sido transformados en luz» (112). Si se trata de niños, se omite la entrega del cirio y el rito del Effetha, como se indica en el Ritual de Bautismo de niños (113).

(111) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos n. 225; Ritual del Bautismo de niños, n. 130.
(112) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos n. 226; Ritual del Bautismo de niños, n. 131.
(113) Cf. Ritual Romano, Ritual del Bautismo de niños n. 78, c.

366. Concluido el baño bautismal y los demás ritos complementarios, a no ser que todo se hubiera realizado ante el altar, se regresa al presbiterio procesionalmente de la misma manera que antes, llevando un cirio encendido tanto los neófitos como los padrinos o padres. Durante la procesión, se canta un canto bautismal, por ejemplo, Los que habéis sido bautizados.

367. Si han sido bautizados adultos, el obispo administra en el presbiterio e sacramento de la confirmación, observando lo que se indica en el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos (114).

(114) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, nn. 227-231.

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES

368.
Terminado el rito del bautismo y de la confirmación o, si no se hubieren realizado, tras la bendición del agua, el obispo toma la mitra y el báculo, y en pie, vuelto al pueblo, recibe la renovación de las promesas de la fe bautismal, que los fieles realizan de pie y con las velas encendidas en sus manos (115).

(115) Cf. Misal Romano, Vigilia pascual, n. 55.

369. Concluida la renovación de las promesas bautismales, el obispo, sin quitarse la mitra, asperja al pueblo con agua bendita, ayudado, si es el caso, de los presbíteros, recorriendo, si es oportuno, la nave de la iglesia, mientras todos cantan la antifona Vi que manaba agua u otro canto de indole bautismal (116).

Mientras tanto, los neófitos son conducidos a su lugar entre los fieles.

Si la bendición del agua bautismal se realizó fuera del baptisterio, los diáconos y los acólitos llevan respetuosamente el acetre con agua a la fuente.

Realizada la aspersión, el obispo regresa a la cátedra, donde omitido el Símbolo, en pie y sin la mitra, dirige la oración universal, en la que por vez primera participan los neófitos (117).

(116) Cf. ibid., n. 56.
(117) Cf. ibid., nn. 57-58.

LITURGIA EUCARÍSTICA

370.
Comienza, luego, la liturgia eucarística, que se celebra según el rito de la misa estacional.

Es conveniente que sean los neófitos, o, tratándose de niños, los padres y padrinos, quienes lleven las ofrendas al altar (118).

En la plegaria eucarística se hace memoria de los bautizados y de los padrinos, según las fórmulas que en el Misal Romano y en el Ritual se proponen para cada plegaria eucarística (119).

Antes de la comunión, esto es, antes del Cordero de Dios, el obispo puede dirigir una breve monición a los neófitos acerca del valor de un misterio tan grande, que es el culmen de la iniciación cristiana y el centro de toda la vida cristiana.

Conviene que los neófitos reciban la comunión bajo las dos especies, junto con los padrinos, padres, allegados y también los catequistas.

Al despedir a los fieles, el diácono añade un doble Aleluya a la fórmula acostumbrada: «Podéis ir en paz»; los fieles hacen lo mismo al responder (120).

Para impartir la bendición al final de la misa, es conveniente que el obispo utilice, o bien la fórmula de bendición solemne de la misa de la Vigilia pascual, propuesta en el Misal, (121) o la fórmula de bendición final del rito del bautismo de adultos o de niños, según las circunstancias lo aconsejen (122).

(118) Cf. ibid., n. 60.
(119) Cf. ibid., Misas rituales: «En la celebración del bautismos»; cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, nn. 233 y 391.
(120) Cf. Misal Romano, Vigilia pascual, n. 69.
(121) Cf. ibid., n. 68
(122) Cf. Ritual Romano, Ritual del Bautismo de niños, n. 135; nn. 225-227.

CAPÍTULO XII
EL TIEMPO PASCUAL

371. Los cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostéshan de ser celebrados con alegría exultación, como si se tratase de un único día festivo, más aún, como «el gran domingo» (123).

Estos son los días en los que principalmente se canta el Aleluya.

Consérvese, donde aún esté vigente, la tradición especial de celebrar las Vísperas bautismales el día de Pascua, en las que, mientras se cantan los salmos, se va en procesión a la fuente bautismal.

(123) SAN ATANASIO, Epist. Fest., 1: PG 26, 1366. Cf. Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, n. 22.

372. En todas las celebraciones litúrgicas solemnes de este tiempo se enciende el cirio pascual, tanto en la misa como en Laudes y Vísperas. Tras el día de Pentecostés, el cirio pascual se guarda con reverencia en el baptisterio, para que de él reciban su luz los cirios de los bautizados, en la celebración del bautismo (124).

Durante todo el tiempo pascual, cuando se administra el bautismo, se utiliza el agua que se bendijo en la noche de Pascua (125).

(124) Cf. Misal Romano, Domingo de Pentecostés.
(125) Cf. Ritual Romano, Ritual de la iniciación cristiana de adultos: Iniciación cristiana. Praenotanda, n. 21.

373. Los ochos primeros días del tiempo pascual constituyen la octava de Pascua y se celebran como las solemnidades del Señor. Al despedir al pueblo en la misa, se añade el doble Aleluya a la fórmula «Podéis ir en paz»; y en la Liturgia de las Horas también se responde: «Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya» (126).

(126) Cf. Misal Romano, Domingo de Resurrección.

374. Donde hay neófitos, el tiempo pascual, y especialmente la primera semana, es el tiempo de la «mistagogía» de los neófitos, durante el cual la comunidad avanza con ellos en la meditación, en la participación de la eucaristía y en el ejercicio de la caridad, ellos van profundizando en el misterio pascual y traduciéndolo siempre más en la vida. Las misas de los domingos del tiempo pascual son el momento más indicado para esta «mistagogía», pues en ellas los neófitos encuentran, sobre todo en el año A del Leccionario, lecturas especialmente apropiadas para ellos, que deben comentarse en la homilía (127).

(127) Cf. Ritual Romano, Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, Praenotanda, n. 40.

375. A los cuarenta días de la Pascua o, allí donde no es día de precepto, el domingo VII de Pascua, se celebra la Ascensión del Señor, solemnidad en la que contemplamos a Cristo, que a la vista de sus discípulos se elevó al cielo y está sentado a la derecha de Dios, investido de poder real, que nos está reservando a los hombres el reino de los cielos, y que vendrá de nuevo al final de los tiempos.

376. Las ferias que van de la Ascensión hasta el sábado anterior a Pentecostés inclusive, sirven para preparar la venida del Espíritu Santo Paráclito.

Cierra este sagrado tiempo de cincuenta días el Domingo de Pentecostés, en el que se conmemora el don del Espíritu Santo sobre los apóstoles, origen de la Iglesia y comienzo de su misión hacia todas las lenguas, pueblos y naciones. Normalmente, este día el obispo celebra la misa estacional y preside la Liturgia de las Horas, sobre todo las Laudes y las Vísperas.

CAPÍTULO XIII
EL TIEMPO ORDINARIO

377. Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan treinta y tres o treinta y cuatro semanas en el curso del año en las no se celebra un aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Este período de tiempo recibe el nombre de «tiempo ordinario» (128).

(128) Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, n. 43.

378. El tiempo ordinario comienza la feria que sigue a la fiesta del Bautismo del Señor y se extiende hasta el martes antes de Cuaresma inclusive; comienza de nuevo el lunes después del Domingo de Pentecostés у termina antes de las primeras Vísperas del domingo I de Adviento (129).

(129) Ibid., n. 44.

379. Ya que el domingo ha de ser considerado como la fiesta primordial y núcleo y fundamento del año litúrgico (130), cuide el obispo que también los domingos del tiempo ordinario, aun cuando se trate de fechas dedicadas a conmemorar temas particulares, se mantenga la liturgia propia del domingo, teniendo presente cuanto se dispone más arriba, nn. 228-230.

(130) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosantum Concilium, n. 106; cf. Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, n. 4.

380. En aras del bien pastoral de los fieles, se puede festejar en los domingos del tiempo ordinario aquellas celebraciones que, cayendo entre semana, tienen gran aceptación en la piedad de los fieles, siempre que estas se antepongan al domingo en la tabla de precedencia. De estas celebraciones pueden decirse todas las misas que se hacen con participación del pueblo (131).

(131) Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, n. 58; Cf. infra Apendice II.

CAPÍTULO XIV
LAS ROGATIVAS Y LAS CUATRO TÉMPORAS DEL AÑO

381. En las Rogativas y en las Cuatro Témporas del año, la Iglesia suele orar al Señor por las diversas necesidades de los hombres, principalmente por los frutos de la tierra y el trabajo de los hombres, y le da gracias públicamente (132).

(132) Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, n. 45.

382. Para que las Rogativas y las Cuatro Témporas puedan adaptarse a los diversos lugares y a las necesidades de los fieles, es conveniente que las Conferencias Episcopales determinen el tiempo y la manera en que se han de celebrar.

En cuanto a la extensión de su celebración, durante un día o varios, sobre su repetición a lo largo del curso del año, la autoridad competente determinará las normas correspondientes, teniendo en cuenta las necesidades locales (133).

(133) Ibid., n. 46.

383. Es, pues, conveniente que en cada una de las diócesis, teniendo en cuenta las diversas circunstancias y las costumbres locales, el obispo trate de encontrar la mejor manera de mantener la liturgia de las Rogativas y las Cuatro Témporas, y dedicarla al ministerio de la caridad, para fomentar así la piedad y la devoción del pueblo de Dios e incrementar la comprensión de los misterios de Cristo.

384. La misa que se ha de utilizar en cada uno de estos días se escogerá de entre las misas por diversas necesidades, eligiendo la que más se acomoda a la intención de las súplicas (134).

(134) Ibid., n. 47.

CAPÍTULO XV
LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

PRÆNOTANDA

385. Si bien es cierto que de la institución de la eucaristía se tiene un especial recuerdo en la misa en la Cena del Señor, momento en el Cristo Señor ceno con sus discípulos y les entregó el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre para que la Iglesia lo celebrara, sin embargo, en esta solemnidad se propone a la piedad de los fieles que rindan culto a este Sacramento de salvación para que así celebren las maravillas de Dios que el entraña y que se consumaron a través del misterio pascual, para que aprendan a participar del sacrificio eucarístico y a vivir más intensamente de el para que veneren la presencia de Cristo, el Señor, en el mismo Sacramento y para que den a Dios las gracias debidas por tales dones (135).

(135) Misal Romano, Ordenación general, Proemio, n. 3.

386. Como celebración especial de esta solemnidad, la piedad de la Iglesia nos ha transmitido la procesión, en la que el pueblo cristiano recorre solemnemente las calles con la Eucaristía, con cantos y plegarias, dando así testimonio público de fe y de piedad hacia este Sacramento.

Conviene, por tanto, mantener y fomentar esta procesión, allí donde las circunstancias lo permitan y sea realmente posible hacer manifiesto este signo común de fe y de adoración. Más aún, a juicio del obispo diocesano y si las circunstancias pastorales así lo aconsejan, si se trata de una ciudad muy grande se pueden organizar otras procesiones en los distritos más importantes.

Corresponde al obispo diocesano, atendiendo a las circunstancias valorar tanto la conveniencia como el lugar y la organización de esta procesión, para que todo se lleve a cabo con dignidad y sin menoscabo del respeto debido a este Santísimo Sacramento.

Pero donde no pueda realizarse la procesión en el dia propio de la solemnidad, conviene realizar alguna otra celebración pública, bien sea por toda la ciudad, bien por sus zonas principales, en la iglesia-catedral
o en otro lugar más adecuado (136).

(136) Cf. Ritual Romano, Ritual de la sagrada comunión y del culto a la eucaristía fuera de la misa, nn. 101-102; cf. SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS, Instrucción Eucharisticum mysterium (25.V.1967), n. 59: AAS 59 (1967). p. 570.

PROCESIÓN EUCARÍSTICA

387.
Conviene que la procesión se realice después de la misa, en la que se consagra la hostia que se lleva en la procesión. Nada impide, no obstante, que la procesión se realice tras una adoración pública y solemne, posterior a la misa (137).

(137) Cf. Ritual Romano, Ritual de la sagrada comunión y del culto a la eucaristía fuera de la misa, n. 103.

388. Además de todo lo que se requiere para la celebración de la misa estacional, dispóngase esto:
a) En el presbiterio:
- sobre la patena, la hostia que se consagrará para la procesión;
- la custodia;
- un velo humeral;
- otro incensario con su naveta.
b) En un lugar adecuado:
- capas pluviales blancas o de color festivo (cf. infra, n. 390);
- luces y velas;
- (palio).

389. Finalizada la comunión de los fieles, el diácono coloca sobre el altar la custodia en la que, con reverencia, pone la hostia consagrada. Luego, el obispo, con sus diáconos, hace genuflexión y regresa a la cátedra, desde donde dice la oración después de la comunión.

390. Dicha la oración, omitidos los ritos conclusivos, se hace la procesión. El obispo la preside revestido con casulla, como en la misa, o con una capa pluvial de color blanco. Si la procesión no se realiza inmediatamente después de la misa, se pone la capa pluvial (138).

Es conveniente que los canónigos y los presbíteros no concelebrantes vayan revestidos de capa pluvial sobre la vestidura talar y la sobrepelliz.

(138) Cf. Ritual Romano, Ritual de la sagrada comunión y del culto a la eucaristía fuera de la misa, n. 105.

391. El obispo, tras poner incienso en el incensario y bendecirlo, de rodillas ante el altar, inciensa el Santísimo Sacramento.

Luego, recibe el velo humeral y sube al altar, hace genuflexión y, con ayuda del diácono, toma la custodia, que sostiene con ambas manos cubiertas por el velo.

Se ordena entonces la procesión: precede el acólito con la cruz, a quien acompañan acólitos portando ciriales con cirios encendidos; sigue el clero, los diáconos que han servido en la misa, los canónigos y presbíteros revestidos de capa pluvial, los presbíteros concelebrantes, otros obispos que pudieran estar presentes revestidos de capa pluvial, el ministro que sostiene el báculo del obispo, dos turiferarios con incensarios humeantes, el obispo que lleva el Santísimo Sacramento y, ligeramente detrás, los dos diáconos que lo asisten; después, los ministros del libro y la mitra. Todos llevan velas encendidas y luces en torno al Sacramento.

El palio, bajo el que avanza el obispo que lleva el Sacramento, se utiliza según las costumbres locales.

Si el obispo no puede llevar el Santísimo Sacramento, sigue la procesión revestido con los ornamentos, con la cabeza descubierta, pero lleva el báculo y no bendice; se sitúa inmediatamente delante del sacerdote que lleva el Santísimo Sacramento.

Los demás obispos, que acaso participan en la procesión, revestidos con hábito coral, van detrás del Santísimo Sacramento, como se describe más abajo, n. 1100.

392. Respecto a la organización de los fieles, se siguen las costumbres locales; lo mismo hay que decir sobre el adorno de plazas y calles.

Durante el recorrido, si es costumbre y el bien pastoral así lo aconseja, puede realizarse alguna estación con la bendición eucarística. Los cantos y las oraciones que se realizan deben estar orientados a que todos manifiesten su fe en Cristo y a la alabanza del Señor (139).

(139) Cf. ibid., n. 104.

393. Es conveniente que la procesión se inicie en una iglesia y se dirija a otra distinta. Pero si las circunstancias así lo aconsejan, puede la procesión regresar a la misma iglesia de la que partió (140).

(140) Cf. ibid., n. 107.

394. Al final de la procesión se imparte la bendición con el Santísimo Sacramento en la iglesia de destino o en otro lugar adecuado.

Llegados al presbiterio, los ministros, diáconos y presbíteros se dirigen directamente a los lugares asignados. Una vez que el obispo sube a altar, el diácono situado en el lado derecho recibe del obispo, que esta de pie, la custodia y la coloca sobre el altar. Luego el obispo, junto con el diácono, hace genuflexión, se quita el velo humeral y permanece de rodillas ante el altar.

Enseguida, tras poner incienso y bendecirlo, el obispo recibe el incensario que le ofrece el diácono, hace la reverencia junto con los diáconos que lo asisten, e inciensa el Santísimo Sacramento con tres movimientos del incensario. Luego, reiterada la inclinación ante el Santísimo, devuelve el incensario al diácono. Mientras tanto se canta la estrofa Tantum ergo u otro canto eucarístico.

Después, el obispo se pone de pie y dice: «Oremos». Se hace una breve pausa de silencio; luego, si es preciso, el ministro sostiene el libro ante el obispo, mientras este continúa diciendo: «Oh, Dios, que en este sacramento admirable...» u otra oración del Ritual Romano.

Dicha la oración, el obispo toma el velo humeral, sube al altar, hace una genuflexión y, con ayuda del diácono, toma la custodia, que mantiene elevada con ambas manos cubiertas por el velo humeral, se vuelve hacia el pueblo y sin decir nada, hace con la custodia la señal de la cruz.

Tras ello, el diácono recoge la custodia de manos del obispo y la coloca sobre el altar. El obispo y el diácono hacen genuflexión. Luego, mientras el obispo permanece de rodillas ante el altar, el diácono traslada respetuosamente el Sacramento a la capilla donde está reservado.

Entre tanto, el pueblo canta alguna aclamación apropiada.

Y se hace la procesión a la sacristía mayor, del modo acostumbrado.

CAPÍTULO XVI
LA CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

395. La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico y su intercesión por los difuntos no solo en las exequias y aniversarios, sino también en la conmemoración que hace cada año de todos sus hijos que duermen en Cristo, y procura ayudarles mediante sufragios agradables a Dios, para que lleguen a la compañía de los ciudadanos del cielo. De este modo, unidos en comunión todos los miembros de Cristo, mientras impetra
una ayuda espiritual para los difuntos, ofrece a los vivos el consuelo de la esperanza (141).

(141) Cf. Ritual Romano, Ritual de Exequias, n. 1.

396. Al celebrar esta conmemoración, el obispo debe empeñarse sobre todo en fomentar la esperanza en la vida eterna, de modo que los fieles de su diócesis, en su modo de pensar y de actuar, no parezcan ignorar ni menospreciar a los difuntos. Y tanto en lo que se refiere a las tradiciones familiares como a las costumbres locales, acepte de buen grado cuanto de bueno encuentre en ellas; pero vea la manera de reformar todo aquello que no esté en consonancia con el espíritu cristiano, de modo que el culto que se ofrece por los difuntos sea una manifestación de fe pascual y una muestra del espíritu evangélico (142).

(142) Cf. ibid., n. 2.

397. En este día no se adorna el altar con flores, y el sonido del órgano y de otros instrumentos solo se permite para sostener el canto (143).

(143) Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS, Instrucción Musicam sacram (5.111.1967), n. 66: AAS 59 (1967), p. 319.

398. En la Conmemoración de todos los fieles difuntos, allí donde los fieles tengan por costumbre reunirse en la iglesia o en el propio cementerio, conviene que el obispo celebre la misa con el pueblo y participe con su Iglesia en los acostumbrados sufragios por los difuntos.

399. En el cementerio, o en las iglesias donde están sepultados los cuerpos de los difuntos, o en el acceso a la cripta, o junto al sepulcro de los obispos, tras la misa, el obispo puede realizar la aspersión e incensación de los sepulcros, como más abajo se indica.

400. Acabada la oración después de la comunión, el obispo recibe la mitra sencilla y él mismo, o un diácono, o un concelebrante u otro ministro idóneo, introduce brevemente a los fieles en el rito de la aspersión por los difuntos.

401. Mientras se canta un canto adecuado tomado del Ritual de las Exequias (144), el obispo, con mitra y báculo, se acerca a los sepulcros de los difuntos y, dejado el báculo, asperja e inciensa. Después, deja la mitra, dice una oración adecuada de las que se encuentran en el Ritual de las Exequias (145) y se despide al pueblo, como de costumbre.

(144) Cf. Ritual Romano, Ritual de Exequias, Apéndice 1, Textos diversos, 1. Salmos y antífonas y 2. Responsorios.
(145) Cf. ibid., Apéndice 1, Textos diversos, 3. Oraciones, para la liturgia de la Palabra.

402. El obispo puede realizar también este rito fuera de la misa, usando capa pluvial de color morado y mitra sencilla. En este caso, la bendición de las tumbas sigue a la liturgia de la Palabra, que se celebra como está previsto en el rito de exequias (146).

(146) Cf. ibid., Orientaciones, n. 47.

403. El rito de aspersión e incensación de los sepulcros, indicado más arriba, nn. 399-402, en ningún caso se puede hacer cuando no hay cuerpos de difuntos.