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miércoles, 30 de noviembre de 2016

El Viático fuera de la Misa.

Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos (6ª ed. española 1996)

CAPÍTULO III. EL VIÁTICO

EL VIÁTICO FUERA DE LA MISA

174. Si el enfermo quisiera confesarse (para lo que el sacer­dote debe estar siempre solícito) hágalo, a ser posible, antes de recibir el Viático. Si se confiesa dentro de la misma celebración, lo hará al comienzo del rito. De lo contrario, y también en el caso en que haya otros enfermos que quieran comulgar, hágase oportunamente el acto penitencial.

Ritos iniciales

Saludo

175. El sacerdote, vestido cual conviene al sagrado ministe­rio que va a realizar, llega al enfermo y, con sencillas y afectuo­sas palabras, saluda al enfermo y a cuantos están con él. Puede decir, si le parece, este saludo:

La paz del Señor a esta casa y a todos los aquí pre­sentes.
O bien:
La paz del Señor sea con vosotros (contigo).
________________________________________________________

176. Otras fórmulas de saludo:

V. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.
R. Y con tu espíritu.

177. O bien:

V. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, estén con todos vosotros.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesu­cristo.
O bien:
R. Y con tu espíritu.
________________________________________________________

Una vez colocado el Sacramento sobre la mesa, lo adora junto con los presentes.

178. Luego, si es oportuno, rocía con agua bendita (si hay que bendecir el agua, se hace con la oración propuesta en el n. 259) al enfermo y a la habitación, diciendo esta fórmula:

Que esta agua nos recuerde nuestro bautismo en
Cristo, que nos redimió con su muerte y resurrección.

179. Luego, con esta monición o con otra más adaptada a la situación del enfermo, se dirige a los presentes:

Queridos hermanos, nuestro Señor Jesucristo, an­tes de pasar de este mundo al Padre, nos legó el sacra­mento de su Cuerpo y de su Sangre, para que, robustecidos con su Viático, prenda de resurrección, nos sintamos protegidos a la hora de pasar también nosotros de esta vida a Dios.
Unidos por la caridad con nuestro hermano, ore­mos por él.

Acto penitencial

180. Si fuera necesario, el sacerdote acoge la confesión sa­cramental del enfermo, la cual puede hacerse de modo genérico si no se puede hacer de otro modo.

181. Pero cuando no se celebra dentro del rito la confesión sacramental del enfermo, o hay otros enfermos que han de co­mulgar, el sacerdote invita a todos al acto penitencial.

182. Primera fórmula

El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­bración, comencemos por reconocer nuestros peca­dos.

Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos juntos, hacen la confesión:

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Dándose golpes de pecho añaden:
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Y a continuación:
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que inter­cedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén
________________________________________________________

183. Segunda fórmula

El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­bración, comencemos por reconocer nuestros pecados.

Se hace una breve pausa en silencio.

Después el sacerdote dice:

V.  Señor, ten misericordia de nosotros.
R. Porque hemos pecado contra ti.

V.  Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.

El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.

184. Tercera fórmula

El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­bración, comencemos por reconocer nuestros peca­dos.

Se hace una breve pausa en silencio.

Después, el sacerdote, o uno de los presentes, hace las si­guientes u otras invocaciones con el Señor, ten piedad.

V. Tú que por el misterio pascual nos has obtenido la salvación: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

V. Tú que no cesas de actualizar entre nosotros las maravillas de tu pasión: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.

V. Tú que por la comunión de tu cuerpo nos haces participar del sacrificio pascual: Señor, ten pie­dad.
R. Señor, ten piedad.

El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.
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185. El sacramento de la Penitencia o el acto penitencial pueden concluirse con la indulgencia plenaria, en peligro de muerte, que el sacerdote otorgará al enfermo de esta manera:

En nombre de nuestro santo Padre el Papa N., te concedo indulgencia plenaria y el perdón de todos los pecados. En el nombre del Padre y del Hijo + y del Espíritu Santo.
R. Amén.

186. O bien:

Que Dios todopoderoso, por la muerte y resurrec­ción de Cristo, te perdone todas las penas de esta vida y de la otra, te abra las puertas del paraíso y te lleve a los gozos eternos.
R. Amén.
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Liturgia de la Palabra

Proclamación de la Palabra de Dios

187. Es muy conveniente que el sacerdote o uno de los pre­sentes lean un texto breve de la Sagrada Escritura, v. g.:

Jn 6, 54-55

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es ver­dadera bebida.

Jn 6, 54-58

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es ver­dadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.

Jn 14, 6

—Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.

Jn 14, 23

—El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

Jn 15, 4

Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sar­miento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

1 Co 11, 26

Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Puede seleccionarse otro texto adecuado entre los que se pro­ponen más adelante (nn. 260 ss.) o del Leccionario de Misas ri­tuales. Una explicación del mismo será muy oportuna, siempre que pueda hacerse.

Profesión de fe bautismal

188. Conviene también que, antes de recibir el Viático, el enfermo renueve la profesión de fe bautismal. Para ello, el sacerdote, después de crear con palabras adecuadas un ambiente propicio, preguntará al enfermo:

¿Crees en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?
R. Sí, creo.

¿Crees en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Se­ñor, que nació de santa María Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?
R. Sí, creo.

¿Crees en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna?
R. Sí, creo.

Letanía

189. Luego, si las condiciones del enfermo lo permiten, se hace una breve letanía con éste o parecido formulario, respon­diendo el enfermo, si puede, y todos los presentes.

Invoquemos, queridos hermanos, con un solo cora­zón a nuestro Señor Jesucristo, y digámosle: Te rogamos por nuestro hermano.
R. Te rogamos por nuestro hermano.

A ti, Señor, que nos amaste hasta el extremo y te entregaste a la muerte para darnos la vida.
R. Te rogamos por nuestro hermano.

A ti, Señor, que dijiste: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna».
R. Te rogamos por nuestro hermano.

A ti, Señor, que nos invitas al banquete en que ya no habrá ni dolor, ni llanto, ni tristeza, ni separación.
R. Te rogamos por nuestro hermano.

Viático

190. El sacerdote introduce la oración dominical con estas o parecidas palabras:

Y ahora, todos juntos, invoquemos a Dios con la
oración que el mismo Cristo nos enseñó:

Y todos juntos dicen:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

191. El sacerdote muestra el Santísimo Sacramento, di­ciendo:

Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.

El enfermo, si puede, y los que van a comulgar dicen una sola vez:

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

192. El sacerdote se acerca al enfermo y, mostrándole el Sa­cramento, dice:

El Cuerpo de Cristo (o la Sangre de Cristo).

El enfermo responde:

Amén.

Y ahora, o después de dar la comunión, añade el sacerdote:

El mismo te guarde y te lleve a la vida eterna.

El enfermo responde:

Amén.

Los presentes que deseen comulgar reciben el Sacramento en la forma acostumbrada.

193. Una vez distribuida la comunión, el ministro purifica los vasos sagrados. Pueden seguir unos momentos de silencio.

Conclusión del rito

194. El sacerdote dice la oración final.

Oremos.
Dios todopoderoso, cuyo Hijo es para nosotros el camino, la verdad y la vida, mira con piedad a tu siervo N., y concédele que, confiando en tus promesas y fortalecido con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, lle­gue en paz a tu reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.
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Otras oraciones:

195. Señor, tú que eres la salvación eterna de los que creen en ti, concede a tu hijo N., que, fortalecido con el pan y el vino del Viático, llegue seguro a tu reino de luz y de vida.Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

196. Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, te suplicamos con fe viva que el Cuerpo (la Sangre) de nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que nuestro hermano (nuestra hermana) acaba de recibir, le conceda la salud corporal y la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
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197. Y bendice al enfermo y a los presentes con algunas de estas fórmulas:

Que Dios Padre te bendiga.
R. Amén.

Que el Hijo de Dios te devuelva la salud.
R. Amén.

Que el Espíritu Santo te ilumine.
R. Amén.

Que el Señor proteja tu cuerpo y salve tu alma.
R. Amén.

Que haga brillar su rostro sobre ti y te lleve a la
vida eterna.
R. Amén.

(Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo.
R. Amén.)
__________________________________________________________

198. O bien:

Jesucristo, el Señor, esté siempre a tu lado para de­fenderte.
R . Amén.

Que él vaya delante de ti para guiarte y vaya tras de ti para guárdate.
R. Amén.

(Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
R . Amén.)

199. O bien:

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y os acom­pañe siempre.
R . Amén.

Puede emplearse también alguna de las fórmulas del Misal para el final de la Misa.
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200. Puede bendecir también con el Sacramento, si ha so­brado, haciendo con él la señal de la cruz sobre el enfermo.

Finalmente, tanto el sacerdote como los presentes pueden dar la paz al enfermo.

martes, 29 de noviembre de 2016

El Viático. El Viático dentro de la Misa.

Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos (6ª ed. española 1996)

CAPÍTULO III. EL VIÁTICO

167. Corresponde a los párrocos y a los sacerdotes, a quie­nes les ha sido confiado la atención espiritual de los enfermos, procurar que éstos, cuando se hallen en próximo peligro de muerte, sean fortalecidos con el Viático del Cuerpo y de la San­gre de Cristo. Para ello, deberá hacerse una previa y conve­niente preparación pastoral del enfermo, de su familia y de los que le cuidan, teniendo en cuenta las circunstancias de cada caso.

168. Puede administrarse el Viático o bien dentro de la Misa, si se tiene la celebración eucarística junto al enfermo (n. 26), o bien fuera de la Misa, según el rito y las normas que se indican luego.

169. Se puede dar la comunión bajo la sola especie de vino a aquellos enfermos que no la puedan recibir bajo la especie de pan.

Si no se celebra la Misa junto al enfermo, guárdese después de la Misa y en el sagrario la Sangre del Señor en un cáliz debi­damente cubierto, y llévese al enfermo en un recipiente cerrado para evitar cualquier riesgo de derram e. Para administrar el Sa­cramento, elíjase en cada caso el modo más apto entre los que se proponen en el rito de la comunión bajo las dos especies. Si, una vez dada la comunión, quedase algo de la preciosísima Sangre del Señor, deberá sumirla el ministro, que hará también las oportunas abluciones.

170. Todos cuantos participan en la celebración pueden co­mulgar bajo las dos especies. 

EL VIÁTICO DENTRO DE LA MISA

171. Siempre que se dé el Viático dentro de la Misa, el sa­cerdote, con vestiduras blancas, podrá decir la Misa para admi­nistrar el Viático (n. 256) o la Misa de la Santísima Eucaristía. Si coincide con alguna dominica de Adviento, Cuaresma y Pascua, con una solemnidad, con el miércoles de Ceniza o con una feria de la Semana Santa, se dirá la Misa del día, manteniéndose, si parece oportuno, la fórmula de la bendición final (nn. 151-153) o la fórmula que aparece al final de la Misa.

Las lecturas se tomarán de las propuestas en el Leccionario de Misas rituales o de las que se indican más adelante (n. 260 ss.), a no ser que el bien del enfermo y de los presentes aconseje seleccionar otras distintas.

Cuando esté prohibida la Misa votiva, una de las lecturas puede tomarse de los textos que se acaba de indicar, siempre que no coincida el día con el Triduo Sacro, con la Natividad del Señor, la Epifanía, la Ascensión, Pentecostés, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo u otra solemnidad de precepto.

172. Si fuera necesario, el sacerdote acogerá la confesión sa­cramental del enfermo antes de la celebración de la Misa.

173. La Misa se celebra como de costumbre, si bien el sacer­dote habrá de tener en cuenta lo que sigue:

a) Después del Evangelio, y si le parece oportuno, hará una breve homilía en la que, atendidas la situación del enfermo y demás circunstancias, exponga la importancia y significa­ción del Viático (cf. nn. 26-28).

b) Hacia el fin de su homilía, sugiera, si hay que hacerla, la profesión de fe que renovará el enfermo (n. 188). Esa pro­fesión de fe hace las veces del Credo en la Misa.

c) Adaptará a esta celebración la oración universal, tomando el texto de los elementos que se indican más abajo (n. 189); pero puede omitirse, si ha precedido la renovación de la profesión de fe o si se prevé que el enfermo pueda fatigarse demasiado.

d) El sacerdote y todos los presentes pueden ofrecer la paz al enfermo en el momento indicado en el Ordinario de la Misa.

e) Tanto el enfermo como los que están presentes pueden comulgar bajo las dos especies. Pero al dar la comunión al en­fermo, úsese la fórmula propuesta para el Viático (n. 192).

f) Al final de la Misa, el sacerdote puede emplear una fór­mula especial de bendición (nn. 197-199), añadiendo el formulario de la indulgencia plenaria en peligro de muerte que empieza con las palabras: Que Dios todopoderoso (n. 186).

lunes, 28 de noviembre de 2016

La Unción dentro de la Misa. Celebración comunitaria de la Unción.

Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos (6ª ed. española 1996)

LA UNCIÓN DENTRO DE LA MISA

154. Cuando lo permita el estado del enfermo y, sobre todo, cuando éste haya de recibir la sagrada comunión, podrá confe­rirse la santa Unción dentro de la Misa, ya en la iglesia, ya tam­bién en la casa del enfermo o en un lugar adecuado del sanatorio.

155. Siempre que se confiere la santa Unción dentro de la Misa, el sacerdote, con vestiduras blancas, dirá la Misa por los enfermos (n. 248 ss.). Si coincide con alguna dominica de Ad­viento, Cuaresma y Pascua, con una solemnidad, con el miérco­les de Ceniza o con una feria de la Semana Santa, se dirá la Misa del día, manteniéndose, si parece oportuno, la fórmula de la bendición final (nn. 151-153).

Las lecturas se tomarán de las propuestas en el Leccionario de Misas rituales en el Ritual de la Unción (nn. 260 ss.), a no ser que el bien del enfermo y los presentes aconseje seleccionar otras distintas.

Cuando no pueda celebrarse la Misa por los enfermos, una de las lecturas puede tomarse de los textos que se acaba de indicar, siempre que no coincida el día con el Triduo Sacro, con la Natividad del Señor, la Epifanía, la Ascensión, Pentecostés, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo u otras solemnidades de precepto.

156. La santa Unción se confiere después del Evangelio y de la homilia, de la siguiente manera:

a) Después del Evangelio, el sacerdote describirá en su homilia la significación de la enfermedad humana en la historia de la salvación y la gracia del sacramento de la Unción, pero teniendo siempre en cuenta el estado del enfermo y las demás circunstancias de las personas.

b) La celebración de la Unción comienza con la letanía (n. 136); pero si la letanía o la oración universal se recitan des­pués de la Unción, comenzará con la imposición de manos (n. 139). Siguen después la bendición del óleo, si hay que hacerla (n. 21), o la oración de acción de gracias sobre di­cho óleo (n. 142) y la Unción (n. 143).

c) Luego, si la letanía no ha precedido a la Unción, se dice la oración universal y se concluye con la oración de después de la Unción (nn. 144-149).

Continúa después la Misa como de costumbre con la prepa­ración de los dones. El enfermo y los presentes pueden comul­gar bajo las dos especies.

CELEBRACIÓN COMUNITARIA DE LA UNCIÓN

157. El rito que se describe a continuación puede utilizarse en grandes reuniones de fieles, como pueden ser las peregrina­ciones u otras asambleas de una diócesis, de una ciudad, de una parroquia o de una asociación de enfermos.

También puede servir, si se juzga oportuno, en hospitales, sa­natorios y clínicas.

Pero si, ajuicio del Obispo diocesano, son muchos los enfer­mos que van a recibir a la vez la santa Unción, aquél o su dele­gado cuidarán de que se observen todas las normas sobre la disciplina (nn. 8-9), la preparación pastoral y la celebración litúrgica de la santa Unción (nn. 1 7 ,158 y 159).

Al Obispo diocesano o su delegado pertenece designar, en su caso, a los sacerdotes que han de tomar parte en la celebración del sacramento.

158. La celebración comunitaria de la Unción tendrá lugar en la iglesia o en otro lugar apropiado en el que los enfermos y los fieles puedan más fácilmente reunirse.

159. Es necesario que preceda una adecuada preparación pastoral de los enfermos que van a ser ungidos, de los otros enfermos que, acaso, estén presentes, y de los demás fieles que puedan asistir, aunque no estén enfermos.

Cuídese también de favorecer una plena participación de to­dos, principalmente por medio del canto, que facilite la unani­midad de los fieles, suscite la oración común y manifieste la ale­gría pascual que debe envolver todo el rito.

Celebración fuera de la Misa

160. Conviene que los enfermos que deseen confesarse, se acerquen al sacramento de la Penitencia antes de celebrar la Unción.

161. El rito comienza con la recepción de los enfermos, en la cual se manifiesta, por un lado, la solicitud de Cristo por las enfermedades del hombre y, por otro, la función de los enfer­mos en el pueblo de Dios.

162. Luego, si se juzga oportuno, se hace el acto penitencial (n. 131 ss.).

163. Sigue la celebración de la palabra de Dios, que puede constar de una o varias lecturas, intercalándose algún cántico. Las lecturas pueden tomarse del Leccionario para los enfermos (n. 260 ss.), a no ser que el bien de los enfermos o de los presentes aconseje seleccionar otras distintas. Tras la homilía, puede guardarse un breve momento de silencio.

164. La celebración del sacramento se inicia con la letanía (n. 136) o con la imposición de manos (n. 139). Mientras se efectúa la Unción, se pueden entonar cánticos apropiados. La fórmula debe ser oída al menos una vez por los asistentes. Sigue la oración universal, si es que se dice después de la Unción, y se concluye con la oración final (nn. 144-149) o con el Padrenues­tro, que puede ser cantado por todos.

Si hay varios sacerdotes, cada uno impone las manos sobre al­gunos enfermos y los ungen diciendo la fórmula en cada caso y dejando para el celebrante la recitación de las oraciones.

165. Antes de la despedida, se da la bendición (nn. 151­-153). La celebración puede terminarse muy bien con un cántico adecuado.

Celebración dentro de la Misa

166 La recepción de ios enfermos se hace al comienzo de la misa en la monición inicial. En cuanto al orden de la celebra­ción, obsérvese cuanto se dice más arriba en los nn. 163-165.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Unción del enfermo. Rito ordinario.

Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos (6ª ed. española 1996)

CAPÍTULO II. UNCIÓN DEL ENFERMO

RITO ORDINARIO

Preparativos de la celebración

121. El sacerdote, antes de administrar la santa Unción a un enfermo, se informará de su estado, de modo que tenga en cuenta su situación en la disposición del rito y en la elección de lecturas de la Sagrada Escritura y oraciones. Si le es posible, el sacerdote debe determinar estas cosas de acuerdo con el en­fermo o con su familia, explicando la significación del sacra­mento.

122. Cuando sea necesario oír al enfermo en confesión sa­cramental, el sacerdote, si es posible, irá al enfermo antes de celebrar la Unción. En el caso de que el enfermo haya de confesarse durante la Unción lo hará al principio del rito. Pero cuando no haya confesión dentro del rito, hágase el acto peni­tencial.

123. El enfermo que no está en cama puede recibir el Sacra­mento en la iglesia o en otro lugar conveniente, en el que haya un asiento adecuado para el enfermo y donde puedan reunirse al menos los parientes y amigos, los cuales participarán en la ce­lebración. En los sanatorios, el sacerdote deberá tener en cuenta la situación de los otros enfermos que, tal vez, se encuentran en la misma habitación. Vea si éstos pueden participar algo en la celebración o si se cansan o si, por no profesar la fe católica, se sienten de algún modo molestados.

124. El rito que se va a describir sirve también para el caso en que se dé la Unción a varios enfermos a la vez, siempre que sobre cada uno se hagan la imposición de manos y la Unción con su fórmula; todo lo demás se dirá una sola vez en plural.

Ritos iniciales

125. El sacerdote, vestido cual conviene al sagrado ministe­rio que va a realizar, llega al enfermo y, con sencillas y afectuo­sas palabras, saluda al enfermo y a cuantos están con él. Puede decir, si le parece, este saludo:

La paz del Señor a esta casa y a todos los aquí pre­sentes.
O bien:
La paz del Señor sea con vosotros (contigo).
____________________________________________________

126. Otras fórmulas de saludo:

V. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.

R. Y con tu espíritu.

127. O bien:

V. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, estén con todos vosotros.

R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesu­cristo.
O bien:
R. Y con tu espíritu.
____________________________________________________

128. Luego, si es oportuno, rocía con agua bendita (si hay que bendecir el agua, se hace con la oración propuesta en el n. 259) al enfermo y a la habitación, diciendo esta fórmula:

Que esta agua nos recuerde nuestro bautismo en Cristo, que nos redimió con su muerte y resurrección.

129. Seguidamente se dirige a los presentes con estas o pare­cidas palabras:

Queridos hermanos: En el Evangelio leemos que nuestro Señor Jesucristo curaba a los enfermos, que acudían a él en busca de salud. El mismo, que durante su vida sufrió tanto por los hombres, está ahora pre­sente en medio de nosotros, reunidos en su nombre, y nos dice por medio del apóstol Santiago: «¿Está en­fermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y, si ha cometido pe­cado, lo perdonará».
Pongamos, pues, a nuestro hermano enfermo en manos de Cristo, que lo ama y puede curarlo, para que le conceda alivio y salud.

130. O bien puede decir la siguiente oración:

Señor, Dios nuestro, que por medio de tu apóstol Santiago nos has dicho: «¿Está enfermo alguno de vo­sotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que re­cen sobre él, después de ungirlo con óleo, en nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y, si ha cometido pecado, lo perdo­nará».
Escucha la oración de quienes nos hemos reunido en tu nombre y protege misericordiosamente a N., nuestro hermano enfermo (y a todos los otros enfer­mos de esta casa).
Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

Acto penitencial.

131. Si no hay confesión sacramental, hágase el acto peni­tencial.

132. Primera fórmula

El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­bración, comencemos por reconocer nuestros pecados.

Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos juntos, hacen la confesión:

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensa­miento, palabra, obra y omisión.
Dándose golpes de pecho añaden:
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Y a continuación:
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que inter­cedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.
________________________________________________________

133. Segunda fórmula

El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­bración, comencemos por reconocer nuestros peca­dos.

Se hace una breve pausa en silencio.

Después el sacerdote dice:

V. Señor, ten misericordia de nosotros.
R. Porque hemos pecado contra ti.

V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.

El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de noso­tros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.

134. Tercera fórmula

El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­bración, comencemos por reconocer nuestros peca­dos.

Se hace una breve pausa en silencio.

Después el sacerdote, o uno de los presentes; hace las siguien­tes u otras invocaciones con el Señor, ten piedad.

V. Tú que por el misterio pascual nos has obtenido la salvación: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

V. Tú que no cesas de actualizar entre nosotros las maravillas de tu pasión: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.

V. Tú que por la comunión de tu cuerpo nos haces participar del sacrificio pascual: Señor, ten pie­dad.
R. Señor, ten piedad.

El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de noso­tros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.
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Liturgia de la Palabra

Proclamación de la Palabra de Dios.

135. A continuación, puede leerse por uno de los presentes o por el mismo sacerdote algún texto de la Sagrada Escritura, v. gr.:

Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según San Mateo 8, 5-10. 13.

AI entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó, rogándole:
—Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.
Jesús le contestó:
—Voy yo a curarlo.
Pero el centurión le replicó:
—Señor, no soy quien para que entres bajo mi te­cho. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes: y le digo a uno «ve», y va; al otro, «ven», y viene; a mi criado, «haz esto», y lo hace.
Al oírlo Jesús quedó admirado y dijo a los que le se­guían:
—Os aseguro que en Israel no he encontrado en na­die tanta fe.
Y al centurión le dijo:
—Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.

Palabra del Señor.

U otra lectura apropiada, tomada, por ejemplo, de las que fi­guran en los nn. 260 ss. Si parece oportuno, puede hacerse una breve explicación de estos textos.

Liturgia del Sacramento

Letanía:

136. Puede recitarse ahora o después de la Unción, o tam­bién en ambos momentos. El sacerdote puede abreviar o adap­tar el formulario según aconsejen las circunstancias.

Con humildad y confianza invoquemos al Señor en favor de N., nuestro hermano.

Dígnate visitarlo con tu misericordia y confor­tarlo con la santa Unción.
R. Te rogamos, óyenos.

Líbralo, Señor, de todo mal.
R. Te rogamos, óyenos.

Alivia el dolor de todos los enfermos (de esta casa).
R. Te rogamos, óyenos.

Asiste a los que se dedican al cuidado de los en­fermos.
R. Te rogamos, óyenos.

— Libra a este enfermo deJ pecado y de toda tenta­ción.
R. Te rogamos, óyenos.

Da vida y salud a quien en tu nombre vamos a imponer las manos.
R. Te rogamos, óyenos.
______________________________________________________

137. O bien:

Tú, que soporaste nuestros sufrimientos y aguantaste nuestros dolores, Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

— Tú, que te compadeciste de la gente y pasaste haciendo el bien y curando a los enfermos, Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.

Tú, que mandaste a los apóstoles imponer lasmanos sobre los enfermos, Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

138. O bien:

Oremos al Señor por nuestro hermano enfermo y por todos los que lo cuidan y están a su servicio.

Mira con amor a este enfermo.
R. Te rogamos, óyenos.

Da nueva fuerza a su cuerpo.
R. Te rogamos, óyenos.

Alivia sus angustias.
R. Te rogamos, óyenos.

Líbralo del pecado y de toda tentación.
R. Te rogamos, óyenos.

Ayuda con tu gracia a todos los enfermos.
R. Te rogamos, óyenos.

Asiste con tu poder a los que se dedican a su cuidado.
R. Te rogamos, óyenos.

Y da vida y salud a este enfermo, a quien en tu nombre vamos a imponer las manos.
R. Te rogamos, óyenos.
______________________________________________________

139. Ahora el sacerdote, en silencio, impone las manos so­bre la cabeza del enfermo.

Bendición del óleo

140. Cuando, según lo dicho en el n. 21, el sacerdote haya de bendecir el óleo dentro del rito, procederá así:

Señor Dios, Padre de todo consuelo, que has que­rido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo : escucha con amor la oración de nuestra fe y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor so­bre este óleo.

Tú que has hecho que el leño verde del olivo pro­duzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo, enriquece con tu bendición + este óleo, para que cuantos sean ungidos con él sientan en el cuerpo y en el alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores.

Que por tu acción, Señor, este aceite sea para noso­tros óleo santo, en nombre de Jesucristo, nuestro Se­ñor.

Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

R. Amén.
______________________________________________________

141. O bien:

— Bendito seas, Dios, Padre todopoderoso, que por nosotros y por nuestra salvación enviaste tu Hijo
al mundo.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Bendito seas, Dios, Hijo unigénito, que te has re­bajado haciéndote hombre como nosotros, para
curar nuestras enfermedades.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Bendito seas, Dios, Espíritu Santo Defensor, que con tu poder fortaleces la debilidad de
nuestro cuerpo.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Muéstrate propicio, Señor, y santifica con tu ben­dición este aceite, que va a servir de alivio en la en­fermedad de tu hijo, y por la oración de nuestra fe li­bra de sus males a quien ungimos con el óleo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

142. Si el óleo está ya bendecido, dice sobre él una oración de acción de gracias:

 Bendito seas, Dios, Padre todopoderoso, que por nosotros y por nuestra salvación enviaste tu Hijo al mundo.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Bendito seas, Dios, Hijo unigénito, que te has rebajado haciéndote hombre como nosotros, para curar nuestras enfermedades.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Bendito seas, Dios, Espíritu Santo Defensor, que con tu poder fortaleces la debilidad de nuestro cuerpo.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Mitiga, Señor, los dolores de este hijo tuyo, a quien ahora, llenos de fe, vamos a ungir con el óleo santo; haz que se sienta confortado en su enfermedad y aliviado en sus sufrimientos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

Santa Unción

143. El sacerdote toma el santo óleo y unge al enfermo en la frente y en las manos, diciendo una sola vez:

Por esta santa Unción y por su bondadosa miseri­cordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo.
R. Amén.

Para que, libre de tus pecados, te conceda la salva­ción y te conforte en tu enfermedad.
R. Amén.

144. Después dice esta oración:

Oremos.
Te rogamos, Redentor nuestro, que por la gracia del Espíritu Santo, cures el dolor de este enfermo, sa­nes sus heridas, perdones sus pecados, ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y de su alma y le devuelvas la salud espiritual y corporal, para que, restablecido por tu misericordia, se incorpore de nuevo a los quehace­res de su vida.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R. Amén.
_____________________________________________________

145. O bien:

Señor Jesucristo, que para redimir a los hombres y sanar a los enfermos, quisiste asumir nuestra condi­ción humana, mira con piedad a N., que está enfermo y necesita ser curado en el cuerpo y en el espíritu.
Reconforta y consuela con tu poder a quien hemos ungido en tu nombre con el óleo sqnto, para que le­vante su ánimo y pueda superar todos sus males (y ya que has querido asociarlo a tu Pasión redentora, haz que confíe en la eficacia de su dolor para la salvación del mundo).
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R. Amén.

Otras oraciones adaptadas a las diversas condiciones del enfermo:

146. Para un anciano.

Señor, mira con bondad a nuestro hermano que, sintiéndose débil por el peso de sus años, pide recibirla gracia de la santa Unción para bien de su cuerpo y de su alma; concédele que, confortado con el don del Espíritu Santo, permanezca en la fe y en la esperanza, dé a todos ejemplo de paciencia y así manifieste el consuelo de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

147. Para uno que está en peligro grave.

Señor Jesucristo, Redentor de los hombres, que en tu Pasión quisiste soportar nuestros sufrimientos y aguantar nuestros dolores, te pedimos por nuestro hermano N., que está enfermo; tú, que lo has redimido, aviva en él la esperanza de su salvación y con­forta su cuerpo y su alma.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R. Amén.

148. Para cuando se administran conjuntamente la Unción y el Viático:

Padre de misericordia y Dios de todo consuelo, mira con amor a tu hijo N., que en su angustia pone en ti toda su esperanza; alivíalo con la gracia de la santa Unción y reanímalo con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, Viático para la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

149. Para uno que está en agonía.

Padre misericordioso, tú que conoces hasta dónde llega la buena voluntad del hombre, tú que siempre estás dispuesto a olvidar nuestras culpas, tú que nunca niegas el perdón a los que acuden a ti, compadécete de tu hijo N., que se debate en la agonía.
Te pedimos que, ungido con el óleo santo y ayu­dado por la oración de nuestra fe, se vea aliviado en su cuerpo y en su alma, obtenga el perdón de sus pecados y sienta la fortaleza de tu amor.
Por Jesucristo, tu Hijo, que venció a la muerte y nos abrió las puertas de la vida y contigo vive y reina por los siglos de los siglos.

R. Amén.

Conclusión del rito

150. El sacerdote introduce la oración dominical con estas o parecidas palabras:

Y ahora, todos juntos, invoquemos a Dios con la oración que el mismo Cristo nos enseñó:

Y todos juntos dicen:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Si ha de comulgar el enfermo, después de la oración domini­cal se procede como se indica en el rito de la comunión de enfer­mos (nn. 105-110).

151. El rito se concluye con la bendición del sacerdote:

Que Dios Padre te bendiga.
R. Amén.

Que el Hijo de Dios te devuelva la salud.
R. Amén.

Que el Espíritu Santo te ilumine.
R. Amén.

Que el Señor proteja tu cuerpo y salve tu alma.
R. Amén.

Que haga brillar su rostro sobre ti y te lleve a la vida eterna.
R. Amén.

(Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo.
R. Amén)
________________________________________________________

152. O bien:

Jesucristo, el Señor, esté siempre a tu lado para de­fenderte.
R. Amén.

Que él vaya delante de ti para guiarte y vaya tras de ti para guardarte.
R. Amén.

Que él vele por ti, te sostenga y te bendiga.
R. Amén.

(Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo.
R. Amén.)

153. O bien: 

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acom­pañe siempre.

R. Amén.

Puede emplearse también alguna de las fórmulas del Misal para el final de la Misa.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Comunión de enfermos. Rito breve.

Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos (6ª ed. española 1996)

2. RITO BREVE DE LA COMUNIÓN DE ENFERMOS

115. Este rito sirve cuando hay que dar la sagrada comunión a varios enfermos que moran en varias dependencias de una misma casa, por ejemplo, en sanatorios, hospitales o clínicas. Si parece conveniente, pueden añadirse algunos elementos toma­dos del rito ordinario.

116. Si hay enfermos que quieren confesarse, el sacerdote los oirá y absolverá en el momento más oportuno, antes de que comience a distribuir la comunión.

117. El rito puede comenzar o en la iglesia o en la capilla o en la primera habitación. El sacerdote dice esta antífona:

¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra co­mida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!

118. Luego, el sacerdote, acompañado si es posible por al­guna persona que porte un cirio, se acerca a los enfermos y dice una sola vez a todos los enfermos que están en la misma sala o a cada uno en particular:

Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.

119. Cada uno de los comulgantes dice:

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Y reciben la comunión en la forma acostumbrada.

120. La oración final puede decirse en la iglesia, en la capilla o en la última habitación, y no se da la bendición.

Comunión de los enfermos. Rito ordinario.

Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos (6ª ed. española 1996)

1. RITO ORDINARIO DE LA COMUNIÓN DE LOS ENFERMOS

94. El sacerdote, vestido cual conviene al sagrado ministerio que va a realizar, llega a la habitación, y, con sencillas y afectuo­sas palabras, saluda al enfermo y a cuantos están con él. Puede decir, si le parece, este saludo:

La paz del Señor a esta casa y a todos los aquí pre­sentes.

O bien:

La paz del Señor sea con vosotros (contigo)
______________________________________________________

95. Otras fórmulas de saludo:

V. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.

R. Y con tu espíritu.

96. O bien:

V. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, estén con todos vosotros.

R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesu­cristo.
O bien:
R. Y con tu espíritu.
______________________________________________________

Una vez colocado el Sacramento sobre la mesa, lo adora junto con los presentes.

97. Luego, si es oportuno, rocía con agua bendita (si hay que bendecir el agua, se hace con la oración propuesta en el n. 259) al enfermo y a la habitación, diciendo esta fórmula:

Que esta agua nos recuerde nuestro bautismo en Cristo, que nos redimió con su muerte y resurrección.

98. Si es necesario, escuche el sacerdote la confesión sacra­mental del enfermo.

99. Pero cuando no se celebra dentro del rito la confesión sacramental del enfermo o hay otros que han de comulgar, el sa­cerdote invita a todos al acto penitencial.

Primera fórmula

100. El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­bración, comencemos por reconocer nuestros pecados.

Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos juntos, hacen la confesión:

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante voso­tros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Dándose golpes de pecho añaden:
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Y a continuación:
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que inter­cedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.
______________________________________________________

Segunda fórmula

101. El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­bración, comencemos por reconocer nuestros pecados.

Se hace una breve pausa en silencio.

Después el sacerdote dice:

V. Señor, ten misericordia de nosotros.
R. Porque hemos pecado contra ti.

V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.

El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de noso­tros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.

Tercera fórmula

102. El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­bración, comencemos por reconocer nuestros pecados.

Se hace una breve pausa en silencio.

Después el sacerdote, o uno de los presentes, hace las siguien­tes u otras invocaciones con el Señor, ten piedad.

V. Tú que por el misterio pascual nos has obtenido la salvación: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

V. Tú que no cesas de actualizar entre nosotros las maravillas de tu pasión: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.

V. Tú que por la comunión de tu cuerpo nos haces participar del sacrificio pascual: Señor, ten pie­dad.
R. Señor, ten piedad.

El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de noso­tros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida
eterna.

R. Amén.
______________________________________________________

103. A continuación, puede leerse por uno de los presentes o por el mismo sacerdote algún texto de la Sagrada Escritura, v. g.:

Jn 6, 54-55

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es ver­dadera bebida.

Jn 6, 54-58

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.

Jn 14, 6

—Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.

Jn 14, 23

—El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

Jn 15, 4

Permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no per­manecéis en mí.

1 Co 11. 26

Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

O bien: Jn 14, 27; Jn 15, 5; 1 Jn 4 ,16.

Si parece oportuno, puede hacerse una breve explicación de estos textos.

104. El sacerdote introduce la oración dominical con estas o parecidas palabras:

Y ahora, todos juntos, invoquemos a Dios con la oración que el mismo Cristo nos enseñó:

Y todos juntos dicen:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

105. El sacerdote muestra el Santísimo Sacramento, di­ciendo:

Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.

El enfermo y los que van a comulgar dicen una sola vez:

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

106. El sacerdote se acerca al enfermo y, mostrándole el Sa­cramento, dice:

El Cuerpo de Cristo (o la Sangre de Cristo).

El enfermo responde: 

Amén.

Y comulga.

Los demás comulgantes reciben el Sacramento en la forma acostumbrada.

107. Una vez distribuida la comunión, el ministro purifica los vasos sagrados. Pueden seguir unos momentos de silencio.

Luego, el sacerdote concluye con esta oración:

Oremos. Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, te suplicamos con fe viva que el Cuerpo (la Sangre) de nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que nuestro hermano (nuestra hermana) acaba de recibir, le conceda la salud corporal y la salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.
____________________________________________________

Puede utilizar también una de las siguientes oraciones:

108. Señor, que por el misterio pascual de tu Hijo realizaste la redención de los hombres, concédenos avanzar por el camino de-la salvación a quienes, celebrando los sacramentos, proclamamos con fe la muerte y resurrección de Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

109. Oh, Dios, que has querido hacernos partíci­pes de un mismo pan y de un mismo cáliz, concede­ nos vivir tan unidos en Cristo que fructifiquemos con gozo para la salvación del mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

110. Alimentados con esta Eucaristía, te hacemos presente, Señor, nuestra acción de gracias, implorando de tu misericordia que el Espíritu Santo man­tenga siempre vivo el amor a la verdad en quienes han recibido la fuerza de lo alto. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
____________________________________________________

111. Finalmente, el sacerdote bendice al enfermo y a los presentes, bien haciendo sobre ellos la señal de la cruz con el co­pón si ha quedado sacramento, bien utilizando alguna de las si­guientes fórmulas:

112. Que Dios Padre te bendiga.
R. Amén.

Que el Hijo de Dios te devuelva la salud.
R. Amén.

Que el Espíritu Santo te ilumine.
R. Amén.

Que el Señor proteja tu cuerpo y salve tu alma.
R. Amén.

Que haga brillar su rostro sobre ti y te lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo.
R. Amén.
_______________________________________________________

O bien:

113. — Jesucristo, el Señor, esté siempre a tu lado para defenderte.
R. Amén.

 — Que él vaya delante de ti para guiarte y vaya tras de ti para guardarte.
R. Amén.

Que él vele por ti, te sostenga y te bendiga.
R. Amén.

(Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo.
R. Amén.)

114. O bien:

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acom­pañe siempre.
R. Amén.

Puede emplearse también algunas de las fórmulas del Misal para el final de la Misa.
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jueves, 24 de noviembre de 2016

Visita y Comunión de los enfermos.

Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos (6ª ed. española 1996)

CAPÍTULO I. VISITA Y COMUNIÓN DE LOS ENFERMOS

I. VISITA A LOS ENFERMOS

87. Todos los cristianos, participando en la solicitud y el amor de Cristo y de la Iglesia hacia los que sufren, deben preo­cuparse con gran esmero de los enfermos y, según cada caso, visitarlos, confortarlos en el Señor y ayudarlos fraternalmente en sus necesidades.

88. Pero de modo especial los párrocos y cuantos atienden a los enfermos traten de decirles palabras de fe, con las que pue­dan descubrir la significación de la enfermedad humana dentro del misterio de salvación; más aún, procuren exhortarles de forma que, iluminados por la fe, sepan unirse a Cristo doliente, y en último término, lleguen a santificar su enfermedad con la oración que les dará fuerzas para sobrellevar sus dolores. Procuren llevar gradualmente a los enfermos, según sea su es­tado, hacia una participación viva y frecuente de los sacramen­tos de Penitencia y Eucaristía y, sobre todo, hacia la recepción de la Unción y del Viático a su debido tiempo.

89. Conviene que los enfermos, bien sea solos, bien con sus familiares o con los que les atienden, sean conducidos a la ora­ción, tomándola primordialmente de la Sagrada Escritura, me­ditando aquellos pasajes que iluminan el misterio de la enfermedad humana en Cristo y en su obra, o también, tomando de los salmos y de otros textos fórmulas y sentimientos de súplica. Para lograr esto, ayúdenlos con los medios necesarios; más aún, procuren los sacerdotes orar algunas veces con los mismos en­fermos.

90. En su visita a los enfermos, el sacerdote, sirviéndose de los elementos más apropiados, y preparándola en fraterna con­versación con el enfermo, podrá componer una plegaria común a modo de breve celebración de la palabra de Dios. Acompañe a la lectura de la Biblia una plegaria tomada de los salmos, de otros textos oracionales o de las letanías; al final, bendiga al en­fermo, imponiéndole las manos si le parece oportuno.

II. LA COMUNIÓN DE LOS ENFERMOS

91. Los pastores de almas deben esmerarse en facilitar al máximo el acceso de los enfermos y ancianos a la Eucaristía, aun cuando su estado no sea grave ni haya peligro de muerte. Siempre que sea posible, déseles la comunión cada día, sobre todo durante el tiempo pascual. La comunión puede adminis­trarse a cualquier hora del día.

Observando lo que se dice más abajo en el n. 169, puede darse la Eucaristía bajo la sola especie de vino a los enfermos que no pueden recibirla bajo la especie de pan.

Los que asisten al enfermo pueden recibir la comunión junto con él, respetando lo establecido por el derecho.

92. Al llevar la sagrada Eucaristía para administrar la comunión fuera de la iglesia, deben llevarse las sagradas especies guardadas en un estuche u otro recipiente, según las costumbres y maneras propias de cada lugar.

93. Los que viven con el enfermo o los que los cuidan procu­ren preparar adecuadamente la habitación y provean una mesa cubierta con un mantel para colocar sobre ella el Sacramento. Dispóngase también, si es costumbre, un vaso con agua bendita y el hisopo o un ramo pequeño apto para la aspersión, y cirios sobre la mesa.

martes, 22 de noviembre de 2016

Unción de enfermos. Orientaciones doctrinales y pastorales del Episcopado Español.

Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos (ed. española abril-1974)

COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA DE LITURGIA
PRESENTACIÓN

La Iglesia, fiel al mandato y al ejemplo de Cristo, ha mostrado siempre especial celo y delicadeza por la atención a los enfermos.

Esta preocupación pastoral se ha plasmado en la publicación de un nuevo Ritual que, siguiendo las orientaciones y doctrina del Concilio Vaticano II, ordena y canaliza los diferentes ritos y acciones pastorales, que van desde la visita al enfermo hasta la reco­mendación del alma en su agonía.

El nuevo Ritual de la Unción será un adecuado instrumento de acción pastoral en manos de sacerdotes de parroquias, capellanes de hospitales, religiosas y religiosos hospitalarios, enfermeras y familiares de los enfermos.

Según se prevé en el n. 38 e), del Ritual, los «Praenotanda» de la edición latina han sido enriquecidos con un nuevo capítulo titulado «Orientaciones Doctrinales y Pastorales de la Conferencia Episcopal Española». Es como un Directorio de pastoral de los enfermos que señala las pautas de acción en este campo para las diócesis españolas.

Tanto las traducciones como las adaptaciones y las orientacio­nes doctrinales y pastorales, preparadas por una comisión de especialistas, han sido sometidas a la aprobación del Episcopado Español y confirmadas por la Sagrada Congregación para el Culto Divino (Prot. n. 165/74).
Aunque puede ser utilizado este Ritual a partir de su publica­ción, la fecha de entrada en vigor se deja a la ulterior determinación del Ordinario de cada diócesis.

Madrid, 12 de abril de 1974.
Narciso Jubany Arnáu
Cardenal Arzobispo de Barcelona
Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia

NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN (1984).
Esta nueva edición del «Ritual de la Unción y de la Pastoral de los enfermos» se publica en tamaño manual por sus características es­peciales, ya que normalmente es un libro que no es utilizado en la iglesia, sino en la casa del enfermo o en clínicas u hospitales. Esta es la razón de que se edite en formato más manejable y fácil de llevar.
Se ha añadido un apéndice con el Ordinario de la Misa y la Plega­ria Eucarística II para facilitar la celebración de la Eucaristía junto al enfermo (Orientaciones doctrinales y pastorales del Episcopado Español n. 80).

ORIENTACIONES DOCTRINALES Y PASTORALES DEL EPISCOPADO ESPAÑOL

I. SENTIDO Y ALCANCE DEL RITUAL

42. «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mt 22, 33). Jesús ha venido para que los hombres «tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). La Iglesia continúa esta obra de Je­sús y, como él y sus primeros Apóstoles, se inclina ante la humanidad dolorida para, «en nombre de Jesucristo Nazareno», le­vantarla y hacerla caminar (cf. Hch 3, 6).

43. Todo el inmenso esfuerzo de los hombres de todas las culturas por superar la enfermedad, el progreso de la medicina y los avances insospechados de la cirugía, son reconocidos por la Iglesia como el cumplimiento de un designio de salvación plena trazado por Dios, si bien los trasciende, al mismo tiempo, al ilu­minar a la luz de la fe el verdadero y último destino del hombre.

44. El Ritual se sitúa, pues, no tanto en un contexto de muerte cuanto en una perspectiva de vida, sobre todo en el sa­cramento de la Unción de los enfermos, cuya administración re­ducida en la práctica a los moribundos, es considerada, desde el Concilio Vaticano II, como una limitación que hay que corregir. Por lo demás, el Ritual sigue con atención las múltiples y va­riadas situaciones y etapas por las que puede pasar el hombre enfermo —que muchas veces desembocarán en la muerte— y para cada momento le ofrece la fuerza consoladora del Espíritu y la presencia fraternal de la Iglesia.

45. Cierto que la enfermedad y el dolor humanos continúan siendo un misterio, como lo son, en mucho mayor grado, el su­frimiento y la muerte del Hijo de Dios hecho Hombre. Nuestra fe en él tiene la fuerza de transformar nuestros sufrimientos y enfermedades, al sentirnos miembros de su Cuerpo, continua­dores de su Pasión y cooperadores de su Redención. Pero, a la vez, sabemos que él ha triunfado de la muerte y que es capaz de comunicar su energía vivificadora a todo nuestro ser, corporal y espiritual (cf. 1 Ts 5, 23). Nuestra fe en su señorío universal sobre la creación entera alienta nuestra esperanza de una salva­ción en plenitud y no pone límites a nuestros deseos de alcanzarla para nosotros y para nuestros hermanos. Para conseguir los frutos de esa fe y esa esperanza, en la realización de los sig­nos sacramentales instituidos por Cristo, pone hoy la Iglesia en nuestras manos este Ritual.

46. Pero muy exiguos serían los resultados que se alcanzarían con él si intentásemos aplicar sus directrices pastorales sólo en los momentos críticos. La utilidad y eficacia de la reforma que supone este Ritual sólo puede garantizarse mediante la práctica de una pastoral que comienza mucho antes de la situa­ción de crisis, se desarrolla dentro de la misma y, en caso de salud recuperada, se prolonga tras la enfermedad. A estas tres situaciones deberá corresponder, por lo tanto, una pastoral adecuada, cuyo contenido, finalidad y aplicación, se describen a continuación.

II. LOS ENFERMOS EN LA PASTORAL DE LA IGLESIA

47. Todos los cristianos deben ser instruidos diligentemente sobre el misterio de la enfermedad y sobre sus obligaciones para con los enfermos, así como sobre el sentido cristiano de la muerte, para que, en cada circunstancia, puedan participar ac­tiva e inteligentemente en los sacramentos que la Iglesia pone a su disposición. La catequesis insistirá principalmente en estos puntos:
a) La comunidad cristiana tiene unas obligaciones muy concretas para con sus enfermos. Los discípulos de Cristo reci­bieron el encargo del Señor de representarlo y de perpe­tuar su solicitud por ellos, como miembros de su Cuerpo. Si es verdad que los Obispos, presbíteros y diáconos, por razón de su ministerio, deben manifestar su preferencia por los enfermos, la obligación de atenderlos es cometido de todos y cada uno de los componentes de la comunidad cris­tiana.
b) La enfermedad, a la luz de la Biblia y de la Tradición, es consecuencia de la condición pecadora del hombre. Sin embargo, los hombres, uniendo sus dolores a los padeci­mientos de Jesús, colaboran en la edificación del pueblo de Dios y completan lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1, 24). Por lo tanto, si bien cada enfermo debe luchar para recuperar la salud, no podrá olvidar nunca que también es llamado a abrirse a esta nueva intervención de Cristo en su vida y asociarse más profunda y personalmente al Misterio Pascual.
c) La santa Unción está destinada a los que se encuentran se­riamente afectados por la enfermedad y no a los moribun­dos. Descúbrase cómo, en esa especial situación de ansie­dad y prueba, el hombre necesita verse robustecido con el sacramento de la Unción y ayudado con la gracia del Espí­ritu Santo, para vencer las tentaciones del enemigo, superar la angustia de la muerte y recuperar, tal vez, la salud per­dida.

48. Además de la catcquesis propiamente dicha, la acción pastoral estará orientada también a suscitar equipos que, como inmediatos colaboradores de los pastores, visiten, consuelen y ayuden a los enfermos. A estos equipos se les dará una forma­ción más amplia y profunda sobre la significación de cada uno de los sacramentos de los enfermos y sobre su celebración litúr­gica.

49. El proceso de mentalización del pueblo de Dios es siem­pre lento y dificultoso, pero es necesario emprender esta tarea con ánimo y constancia. Los pastores que tienen cura de almas deben ser los primeros en asimilar el espíritu del Ritual para aplicarlo luego convenientemente en la práctica.

50. De todos modos, es urgente iniciar y proseguir una ac­ción amplia, dirigida a todos, y una mayor profundización en el conocimiento de los sacramentos de enfermos por parte de al­gunos miembros de la comunidad más directamente vinculados con el cuidado material y espiritual de los que sufren. Esta actividad pastoral, que puede revestir muy variadas formas, encon­trará cauces muy adecuados:
a) En la predicación ordinaria de la Iglesia, aprovechando los tiempos litúrgicos y los textos bíblicos más apropiados, que pueden ofrecer la oportunidad de hablar sobre el cuidado de los enfermos.
b) En reuniones de estudio y reflexión de pequeñas comuni­dades, de movimientos apostólicos y de asociaciones de ca­ridad, muy especialmente en las que se preocupan de la asistencia a los enfermos.
c) Teniendo un recuerdo especial para los enfermos de la co­munidad en la oración de los fieles de la celebración eucarística y en las preces de Laudes y Vísperas, especialmente cuando alguno de ellos haya recibido algún sacramento a lo largo de la semana.
d) En las celebraciones comunitarias por los enfermos o con los enfermos en santuarios, peregrinaciones, reuniones pe­riódicas de enfermos, etc.
e) Convocando y admitiendo a la celebración de la Eucaristía en casa del enfermo (cuando se vea oportuna y conve­niente) a familiares, vecinos y amigos.

51. Hágase ver que la situación en que se encuentran los en­fermos puede ser muy diversa. Solamente cuando llegue el mo­mento de entrar en un contacto personal y frecuente, se podrán captar las formas precisas por las que puede manifestarse una verdadera solidaridad cristiana.

52. Aunque durante todo el año la comunidad cristiana debe tener particular preocupación, bajo todos los aspectos, por sus miembros enfermos y hacer llegar hasta ellos sus cuidados en todos los sentidos, es conveniente dedicar algún tiempo del año para tenerlos presentes de una manera más viva y especial. Con­vendrá mantener y revitalizar la tradición, muy extendida en Es­paña, de llevar la comunión a los ancianos y enfermos el do­mingo de la octava de Pascua, y aprovechar los días precedentes a esa fecha para prepararlos a una celebración en la que puedan vivir el misterio pascual los que no pudieron participar, entre la comunidad de los sanos, en la comunión en la Muerte y Resurección de Cristo.

III. PASTORAL INMEDIATA

Necesidad y contenido de esta pastoral

53. La enfermedad y la vejez siempre han sido situaciones personales especialmente delicadas, pero puede afirmarse, con razón, que, a pesar de las mejoras sociales de nuestro tiempo, en el mundo actual —especialmente en las regiones desarrolladas— constituyen una situación crítica que se ha agudizado por el am­biente materialista.

54. Los aspectos somáticos, psicológicos, sociales y religio­sos que se entremezclan en un mismo enfermo, dan lugar a si­tuaciones diferenciadas dentro de una misma enfermedad.
Entre los aspectos somáticos y psicológicos habrá que tener en cuenta la distinta situación de un anciano, un enfermo a corto o a largo plazo, los enfermos crónicos o los que precisan una intervención quirúrgica. En unos, la esperanza de curación es grande, en otros se ha perdido totalmente; hay quien padece ansiedad, otros soledad. A ello habrá que sumar la formación cul­tural que, según los casos, será alivio o tortura para el enfermo. Y no faltará quien necesite ayuda material para poder sanar.

55. Sin olvidar estos aspectos, siempre condicionantes, se tendrán muy presentes, sobre todo los distintos niveles de fe cristiana, para actuar siempre gradualmente, con discreción y pudor, evitando todo lo que pueda provocar dolor, resenti­miento o alejamiento.
No debe faltar, a lo largo del doloroso itinerario que recorre el enfermo, la presencia alentadora de la Iglesia que le ayuda a vivir con pleno sentido cristiano cada una de las etapas de su enfermedad, y, en todo momento, la acción primordial del sacerdote irá dirigida a crear y favorecer un clima de paz no sólo en el enfermo, sino también en la familia.

56. No se puede olvidar que, en la enfermedad, el cuerpo, le­jos de ser olvidado y menospreciado, es objeto de atención, cui­dado y esfuerzo, juntam ente con el alma: es el hombre entero, «cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad», el que se quiere salvar y recuperar para la vida.
Convencidos de esta unidad sustancial en el hombre (alma-cuerpo) y de la interdependencia de ambos, la pastoral del enfermo procura crear el clima propicio para superar la prueba del alma y del cuerpo a fin de conseguir la salud de ambos, o, en su caso, para ayudar al enfermo a la entrega humilde y confiada en manos del Padre.

Responsables de la pastoral

57. Entre los múltiples responsables de esta pastoral, cabe destacar:

a) El Obispo
A él incumbe la obligación de promover y dirigir la pastoral de toda la diócesis, manifestando una atención especial hacia los más pobres y desamparados. Su presencia cerca de los enfer­mos, ya para presidir una celebración, ya para una visita de consuelo, será un testimonio claro de su oficio de Padre y Pastor de todos. Por lo demás, como m oderador de las celebraciones en las que se congregan enfermos de varias parroquias o de diversos sanatorios para recibir la santa Unción, procurará facilitar este tipo de celebración colectiva y orientarla de forma conve­niente.

b) Los presbíteros
La presencia del presbítero junto al enfermo es signo de la presencia de Cristo, no sólo porque es ministro de los sacra­mentos de la Unción, la Penitencia y la Eucaristía, sino porque es especial servidor de la paz y del consuelo de Cristo. La presencia humilde y servicial junto al enfermo o anciano en un apostolado nada brillante es testimonio de su fe. Por lo demás, el respeto y la discreción le sugerirán los momentos más oportunos de ayuda para que el enfermo vaya progresando en su identificación con Cristo paciente.

Responsabilidad especial corresponde a los Párrocos y sus colaboradores, a los capellanes de clínicas y a los superiores de comunidades religiosas, para quienes el cuidado de los enfer­mos debe ser considerado como una importante obligación de su ministerio.

c) Las comunidades religiosas sanitarias
Las comunidades religiosas que tienen como misión el servi­cio a los enfermos, en los hospitales y en otras organizaciones sanitarias, deben dar especialmente testimonio de fe y de espe­ranza teologal, en medio de un mundo cada vez más tecnificado y materialista.

La capacitación y competencia profesional serán medios para un mejor servicio de caridad, teniendo la preocupación cons­tante de educar en la fe a enfermos y familiares, y de humanizar la técnica para hacer de ella el vehículo del amor de Cristo. Cui­dar a los enfermos en nombre de la Iglesia, como testigos de la compasión y ternura del Señor, es el carisma propio de las co­munidades religiosas en las instituciones sanitarias.

d) Los laicos
Una de las grandes ocasiones para testimoniar que la Parro­quia es una comunidad de amor, la ofrece la enfermedad de uno de sus miembros, durante la cual, los lazos que vinculan a una y otro (parroquia y enfermo) no sólo no se rompen, sino que ad­quieren un sentido nuevo que debe ser robustecido por el amor, pues, como dice el Apóstol, «si padece un miembro, todos los miembros padecen con él» (1 Co 1 2, 26). Una manera de hacer palpable y visible esta fraterna solidaridad puede ser usar, de acuerdo con lo prescrito en cada diócesis, la facultad concedida a los laicos de llevar la sagrada comunión a los enfermos. Por lo demás, será necesario coordinar los esfuerzos individuales para evitar que unos enfermos se vean privados de las ayudas más elementales mientras otros son visitados, confortados y ayudados, acaso con exceso.

Asimismo, la comunidad parroquial atenderá las necesidades de los enfermos sin ningún tipo de discriminación y alentará la promoción de las asociaciones y fraternidades de enfermos, ya que son éstos los que, por sintonizar de manera más directa con otros enfermos, podrán realizar una gran labor pastoral en este campo. De este modo será patente que es una comunidad cató­lica, esto es, abierta a las necesidades de todos los hombres.

Convendrá tener en cuenta que, si bien hay que dar razón de la fe y la esperanza cristianas, ha de evitarse todo tipo de proselilismo o coacción, opuesto a la dignidad de la persona humana y a la libertad religiosa. También se tendrán en cuenta las especiales circunstancias de cada enfermo, a fin de ser utilidad y no estorbo.

El laico que trabaja en el campo sanitario no sólo ejercita una de las más nobles profesiones, sino que ejerce, de hecho, un apostolado frecuentemente misionero. La honradez y la compe­tencia profesional son sin duda una condición indispensable que difícilmente puede ser suplida por ningún otro tipo de celo apostólico.

La familia cristiana, como Iglesia doméstica, sometida a prueba por la enfermedad de uno de los suyos, ha de manifestar que es una comunidad natural de am or humano y cristiano, no sólo en la abnegación y entrega personal y en la solidaridad de todos, sino atendiendo al bien espiritual del enfermo. A los fa­miliares, como creyentes, les debe preocupar llamar a los pres­bíteros de la Iglesia, o a cualquiera que tenga la responsabilidad de la pastoral de la enfermedad. Ellos son genuina representa­ción de la Iglesia en todo el itinerario del enfermo.

Coordinación necesaria

58. Se impone, dentro del mismo centro sanitario, una coor­dinación entre la actividad del capellán, las religiosas, los laicos sanitarios y la familia, para que ninguna de las necesidades de los enfermos quede desatendida y a todos ellos llegue la ayuda y el consuelo. Y ello no sólo por razón de una buena organiza­ción, sino porque como creyentes forman una comunidad cris­tiana. Todos colaborarán para que los servicios religiosos de la casa estén pensados y realizados en función de una atención a los enfermos y no de una comodidad particular.

Igualmente ha de procurarse la mayor coordinación entre los capellanes y las parroquias. De esta manera, el centro sanitario será una prolongación de la parroquia de donde procede el en­fermo y adonde ha de volver.

A nivel diocesano, la creación de secretariados de apostolado sanitario hará posible una pastoral de conjunto en coordinación con la pastoral caritativa de la Iglesia.

IV. PASTORAL SACRAMENTAL

59. Toda la pastoral de los enfermos encuentra plena culmi­nación en la celebración de los sacramentos. Conviene subrayar que una buena celebración en la que participen activamente el presbítero, el enfermo, la familia y la comunidad cristiana, será siempre la mejor catcquesis para el pueblo de Dios y superará en eficacia toda otra actividad en este campo.

Por eso será necesario revisar una pastoral exclusivamente «sacramentalista», reducida al empeño de hacer aceptar los sacramentos, y una pastoral exclusivamente orientada «al bien morir», que sólo lograría que los fieles vieran al sacerdote como mensajero de la muerte.

60. Para las varias y sucesivas etapas que recorra el hombre en el camino de su enfermedad, el Ritual prevé la adecuada ayuda sacramental. Esta progresiva asistencia espiritual responde a la naturaleza misma de los sacramentos de los enfer­mos, a la vez que se acomoda mejor a los avances técnicos de la medicina que logra, en muchos casos, retrasar la muerte.

Los sacramentos de los enfermos

1) La Penitencia

61. La actitud de conversión, el deseo del perdón de Dios y su celebración son una condición esencial de toda la vida cris­tiana. Hay que reconocer que un momento crítico en la vida hu­mana, como es la enfermedad, puede ser ocasión propicia para oír la llamada de Dios a la conversión.

62. En cuanto a la celebración, es importante evitar la mez­cla y confusión de Sacramentos. El Ritual prefiere que la Penitencia sea recibida, si es posible, con anterioridad a la celebra­ción de los demás Sacramentos de enfermos.

2) Comunión de enfermos

63. La Eucaristía, sin ser un sacramento específico de la en­fermedad, tiene estrecha relación con ella. Primero, porque el enfermo, que ya vive en la fe la incorporación de su enfermedad a la Pasión de Cristo, puede tener el deseo de celebrarla sacra­mentalmente. En segundo lugar, porque la Eucaristía servirá para descubrir al enfermo, tentado de encerrarse egoístamente en sí mismo, el sentido de comunión total con Dios y los hom­bres que Cristo da a la vida.

64. Ciertos elementos del rito (el acto penitencial, las lectu­ras, la homilía, etcétera) sirven para clarificar algunas de las exigencias de la celebración entre las que cabe destacar las siguientes:

a) La celebración debe ser signo en que se reconozca que la Eucaristía es un momento fuerte de la vida del enfermo y de la de aquellos que le acompañan, a los cuales se ha de procurar asociar a la recepción del Sacramento. Evítese, en la medida de lo posible, una distribución de la Eucaristía que, por la rutina u otras causas, no revista el carácter de
una verdadera celebración.

b) Por lo mismo ha de preferirse, siempre que sea posible, la comunión dentro de la misa, que pone de relieve su dimen­sión comunitaria y su relación con la acción eucarística. Cuando no sea posible la celebración en casa del enfermo, podría preceder una misa en la parroquia o centro hospita­lario. No se olvide, sin embargo, que el fin primario y prin­cipal de la reserva eucarística consiste en la posibilidad de llevar la comunión a los enfermos que no han podido parti­cipar en la misa.

c) También convendrá escoger el momento más oportuno para el enfermo, evitando la coincidencia con los cuidados médicos, horas de comidas, etc., con el fin de que disponga de un momento de calma suficiente para atender al don que recibe y a la plegaria personal.

3) La Santa Unción

65. La Unción de los enfermos es el sacramento específico de la enfermedad y no de la muerte. De acuerdo con la doctrina del Concilio Vaticano II, el Rito de la Unción está concebido y dispuesto para tal situación, como lo demuestra el cambio de la fórmula sacramental y el resto de las oraciones, orientadas, con­forme a la más genuina Tradición, hacia la salud y restableci­miento del enfermo. La neta distinción establecida con el Viá­tico, como sacramento del tránsito de esta vida, ayuda a situar la santa Unción en su justo momento.

66. La Unción es sacramento de enfermos y sacramento de Vida, expresión ritual de la acción liberadora de Cristo que in­vita y al mismo tiempo ayuda al enfermo a participar en ella. La catequesis a todos los niveles ha de insistir en esto. Pero será poco eficaz o inútil la catequesis, si la práctica sacramental vi­niese a desmentirla dejando su celebración para última hora. Es muy aconsejable, al menos alguna vez durante el año, y siempre que sea posible, la celebración comunitaria y colectiva, si hay varios enfermos capaces de trasladarse a un mismo lugar. Tales celebraciones, bien organizadas, valdrían por muchos sermones para el cambio de mentalidad que se desea.

67. Es importante evitar el contraste del sacramento con los cuidados sanitarios, empeñados solamente en la recuperación de la salud. La Santa Unción no es, de ningún modo, el anuncio de la muerte cuando la medicina no tiene ya nada que hacer. Más aún, la Unción no es ajena al personal sanitario y asistencial, pues es expresión del sentido cristiano del esfuerzo técnico. Por todo ello, sería muy de desear que el personal sanitario participara en la celebración para que pudiera abrir mejor el con­junto de su acción terapéutica a la vertiente sobrenatural, propia del sacramento.

68. La lucha por la salud no agota el sentido de la Unción. Sacramento de Vida en tal situación, debe ayudar a vivir la en­fermedad conforme al sentido de la fe; lo cual es bien distinto de ayudar a bien morir. El enfermo ha de ver en la Unción no la garantía de un milagro, sino la fuente de una esperanza.

69. Como sacramento del restablecimiento, la pastoral de la Unción debe preparar al enfermo para su reintegración a la vida ordinaria. El enfermo que ha recorrido el itinerario sacramental de la enfermedad y ha recobrado la salud, se reincorpora a su actividad normal tras haber vivido un peculiar encuentro con Cristo. Una pastoral postsacramental le hará descubrir la urgen­cia de vivir más evangélicamente sus relaciones con Dios y con los hermanos y le vinculará más estrechamente con la comuni­dad cristiana, a la que, con gratitud al consuelo que de ella recibió durante la enfermedad, tratará de dar ahora un testimonio más claro de su fe.

a) Sujetos del sacramento de la Unción

70. El Ritual determina claramente quiénes son los destina­tarios de la Santa Unción. Entre ellos, se enumera a los ancia­nos. Los responsables de asilos y residencias destinados a aten­der a personas de avanzada edad recordarán que la mayor parte de los ancianos acogidos en esas instituciones son sujeto de la Unción.

Asimismo, los comatosos y amentes no de nacimiento son también sujetos de la Unción, siempre que se pueda presumir razonablemente que la habrían solicitado si tuvieran expedito el uso de sus facultades.

Los moribundos, en caso de súbito peligro de muerte, son también sujeto de la Santa Unción. En cambio, no lo son nunca los muertos: sólo en caso de duda de muerte, es potestativo pero no obligatorio ungirles bajo condición.

Aun en estas circunstancias, no deberá faltar una oración di­rigida por el sacerdote pidiendo a Dios que perdone los pecados de quien acaba de fallecer. Dios es siempre misericordioso, y la Iglesia, a la que representa también en este momento el ministro, es portadora de la salvación en Cristo.

b) La celebración de la Santa Unción

71. La bendición del óleo ha sido puesta de relieve en el Ri­tual, al permitir al presbítero que lo bendiga en caso necesario o, si ya está bendecido, al hacerle pronunciar una oración de ac­ción de gracias, de modo semejante a como se hace con el agua bautismal. A esta especial atención en torno al santo óleo debe corresponder un trato noble y digno tanto en la conservación y custodia de la materia del sacramento como en su aplicación al enfermo, que deberá hacerse con cantidad suficiente de óleo para que aparezca visiblemente como una verdadera Unción.

72. Una celebración digna y cuidada hará descubrir la es­tructura y dinámica de todo el rito que, al igual que sucede con los otros sacramentos, encierra diversos elementos. En efecto, los ritos iniciales vienen a crear un clima sagrado para constituir la comunidad en oración; la liturgia de la Palabra intenta ilumi­nar el conjunto de la celebración a la luz de la revelación; la litur­gia del signo subraya la importancia de la oración de la fe, la im­posición de manos, y la propia Unción como un momento culmi­nante de la celebración; finalmente, los ritos conclusivos tratan de vincular a la comunidad en el cuidado de los enfermos.

73. El rito, tal como está presentado, puede parecer excesivo para un enfermo. Por eso, lo primero que hay que tener en cuenta es su estado de salud y de fuerzas. El ministro puede, por esta razón, abreviarlo. El nivel de fe es asimismo importante para elegir la forma del rito y los diversos elementos. También habrán de ser tenidas en cuenta las personas que le rodean, sea la familia, sean otros enfermos, que tal vez ocupan la misma sala en su sanatorio.

74. La celebración comunitaria, en cuanto sea posible, ha de manifestar el sentido eclesial del sacramento. En ciertos casos, será factible la presencia de algunos miembros de la comunidad; en otros muchos, la comunidad se verá reducida a la presencia de la familia; incluso, no faltarán ocasiones en las que se hallarán solos el ministro y el enfermo, en cuyo caso se hará comprender a este último que allí está la Iglesia representada.

75. Además del Rito continuo para casos muy excepciona­les, existe la posibilidad de dos tipos de celebración: el Rito ordinario sin misa o con misa, y el rito con una gran asamblea, también con o sin misa. Lo que distingue, pues, a este segundo Rito del primero no es el número de enfermos (que, en ambos casos, puede ser uno solo), sino la presencia de una amplia asamblea de fieles.

Si bien deberá preferirse una celebración con una asamblea numerosa de fieles, más amplia que la propia comunidad fami­liar, el responsable de la Unción de los enfermos elegirá, entre las varias opciones que le ofrece el Ritual, aquel modo de cele­bración que, consideradas todas las circunstancias externas y teniendo en cuenta el nivel de fe del paciente, le parezca más oportuno. Este mismo criterio le aconsejará administrar el sa­cramento dentro o fuera de la celebración eucarística.

76. Son muy aconsejables las celebraciones en las que, a ser posible, bajo la dirección del Obispo, enfermos provenientes de distintos centros hospitalarios o de diversas parroquias se con­greguen en un determinado lugar, para recibir el sacramento de la Unción. Si ha precedido una buena catequesis, este tipo de ce­lebración puede ayudar en gran manera a descubrir la plena sig­nificación del sacramento, a situar su recepción en su debido momento y a subrayar el papel que corresponde a todos y cada uno de los miembros de la comunidad cristiana en la pastoral de la enfermedad. Si se hallan presentes varios presbíteros, podrán imponer las manos y realizar las unciones, acompañadas de sus respectivas fórmulas, sobre distintos enfermos, pero dejando al celebrante principal la recitación de las oraciones presidencia­les.

Los sacramentos de los moribundos

a) El Viático

77. El Viático es el sacramento del tránsito de la vida, fun­ción específica que ahora, en el Ritual, ha quedado más clara­mente subrayada.

78. La comunión en forma de Viático no se diferencia esen­cialmente de otra participación en la Eucaristía, si bien, tal como señala la fórmula del rito, marca la última etapa de la pe­regrinación que inició el cristiano en su Bautismo. Es, pues, una circunstancia especialísima que será subrayada por el ministro, haciendo ver al enfermo que, con esta comunión solemne, viene a completar un itinerario eucarístico comenzado el día de su primera comunión.

79. Para que, por un lado, el Viático pueda expresar toda esta significación y, por otro, sea una aceptación consciente de la muerte como paso con Cristo a la Vida, el enfermo debe reci­birlo en plena lucidez.

80. Siempre que sea posible, el Viático debe recibirse dentro de la misa y esto, no sólo para dar posibilidad de recibir la co­munión bajo las dos especies, sino, sobre todo, para hacer más clara y visible la participación sacramental en el Misterio de Muerte y Resurrección de Cristo, que se renueva en la misa. Esta celebración puede tenerse en casa del enfermo.

La Profesión de fe sigue a las lecturas, supliendo incluso al Credo de la misa. Con esta profesión realizada en la cercanía de la muerte, el fiel aviva y actualiza la fe que recibió en el Bau­tismo y la proclama ante la Iglesia.

b) Rito continuo

81. La realidad desborda muchas veces las previsiones y desbarata los cuadros teóricos. El peligro de muerte repentina se puede presentar inesperadamente. Para esta circunstancia está pensando el llamado Rito continuo.

El pastor de alm as hará un uso inteligente y no indiscrimi­nado de las posibilidades del Rito continuo, no extendiéndolo más allá del caso para el que está hecho.

V. LA IGLESIA ENCOMIENDA Y ENTREGA EL MORIBUNDO A DIOS: EL TRÁNSITO DEFINITIVO

82. La Iglesia ha estado presente a lo largo de toda la enfer­medad, y al llegar el momento de la muerte, no abandona al cristiano, sino que le ayuda a hacer su tránsito a la Vida eterna en unión con Cristo, y lo entrega a la Iglesia celeste, por medio de la oración. Su presencia allí, en esos momentos, es, cierta­mente, compañía, consuelo y plegaria. Pero, sobre todo, es un signo: Si el cristiano se salva form ando parte del Pueblo de Dios, a la hora de alcanzar la salvación, también lo hace dentro del Pueblo de Dios peregrinante que lo entrega a su porción glo­riosa ya en el cielo. Por eso, es más significativa en este mo­mento la presencia del sacerdote a su lado.

83. Mientras el moribundo es consciente, la Iglesia ora con él y por él, para ayudarle a vencer la angustia natural de la muerte, uniendo su muerte a la de Cristo, que por su muerte venció la nuestra. Cuando el enfermo no puede ya rezar, la Iglesia ora por él y le entrega a la Iglesia celeste, al mismo tiempo que ella misma se consuela con el sentido pascual de la muerte.

84. Teniendo en cuenta las actuales dificultades para lograr una presencia personal del sacerdote o del diácono, será muy recomendable la formación de laicos para este ministerio. Ellos tendrán que ejercer, no pocas veces, los oficios concernientes a la muerte cristiana.

85. Puesto que los hombres mueren cada vez en mayor número dentro de las instituciones sanitarias y lejos de sus co­munidades naturales, los capellanes de esos centros hospitala­rios prestarán un gran servicio pastoral con su esfuerzo por ro­dear los últimos momentos de la vida humana de un clima de comunidad. En este mundo en que el hombre respira un aire de soledad insoportable, los capellanes trabajarán por crear, al me­nos, lazos fraternales en torno a los moribundos.

APÉNDICE. LA CONFIRMACIÓN

86. Todo cuanto se dice en el ritual sobre la Confirmación debe ser una ocasión propicia para recordar el empeño de la Iglesia en lograr que todo bautizado complete el itinerario de su iniciación cristiana, aunque sea en esta ocasión tan particular. Pero debe quedar siempre claro que la Confirmación no es un sacramento de enfermos.